Buenos Aires 26. (Crónica de nuestro corresponsal, recibida por “telex”.) Jorge Luis Borges, el gran escritor argentino, llegará a Madrid en avión el jueves por la mañana. Hasta este momento anduvo indeciso entre emprender viaje o no. La ola de frío intensísimo que viene asolando a Europa, desde hace tiempo, lo tenía amedrentado. Piénsese que por su escasa visión ha de viajar con su madre, doña Leonor Acevedo de Borges, de avanzada edad, y no quería exponerla a los rigores de un invierno implacable. Por fin hoy se resolvió a aceptar la invitación que le ha hecho llegar, por intermedio del escritor Fernando Quiñones, nuestro Instituto de Cultura Hispánica.
Desde Madrid, Borges seguirá a Francia, luego a Suiza, Inglaterra, Escocia, para estar de retorno en Buenos Aires a mediados de marzo. Esta visita a España del autor de La muerte y la brújula movió mi interés periodístico, y esta mañana hemos conversado con él más de una hora en un café de la calle Florida, solitario y fresco, donde su palabra era como un susurro interminable. Dejemos que él nos cuente qué se propone hacer en Madrid y qué recuerdos guarda de nuestra ciudad, de su anterior estancia en ella, allá por el año 19.
—Voy a Madrid –comienza diciéndonos– con una ilusión vivísima, por lo que quiero expresar mi gratitud, en primer término, a esa noble entidad que hace posible mi viaje. Estaré en Madrid cuatro días, y en este tiempo pronunciaré cuantas conferencias pueda: En el Ateneo, en el Instituto de Cultura Hispánica, en Amigos de la Unesco y no sé si en algún otro lugar. Los temas de mis disertaciones serán seguramente “Literatura celta”, “Lunario sentimental”, “Leopoldo Lugones”, “Literatura fantástica”, “Literatura gauchesca” y algún otro punto que pueda surgir sobre el terreno.
Me preguntaba usted antes qué recuerdos conservo de aquel Madrid de mis veinte años. Inolvidables y gratísimos. Había entonces en Madrid tertulias literarias a diestro y siniestro: Pombo, El Colonial, Levante, La Granja, La Elipa, Lion D'Or... Yo conocí algunas de ellas, pero pronto hice mi elección: El Colonial, en la que era principal figura ese hombre cordialísimo y egregio escritor que se llama Rafael Cansinos-Assens. Me gustaría que dijera usted que uno de mis deseos más vehementes, tan pronto llegue a Madrid, ha de ser dar un abrazo a este gran amigo mío, que tuvo la paciencia, de aguantar todos mis ensueños de muchacho y pasarlos por su cultura prodigiosa, lo que hizo que recibiera de él enseñanzas y orientaciones estéticas de un valor inapreciable para mí en aquellos días.
Yo no sé si el Madrid literario seguirá como en aquel tiempo. Me imagino que sí. La facundia y la riqueza imaginativa del español son inagotables, gracias a Dios. Entonces nos pasábamos noches enteras discutiendo sobre la metáfora, sobre la rima, sobre el ultraísmo (recién nacido), sobre el creacionismo, sobre literaturas orientales, sobre todo lo que tuviese como único fin expresar la belleza, aun con las formas verbales más peregrinas y esotéricas.
—Borges, quisiera preguntarle una cosa. Su obra literaria sigue cuatro rumbos: la poesía, el cuento, el ensayo y la crítica. ¿Por qué no la novela ni el teatro?
—Fundamentalmente, por haraganería. Eso de tener que llenar cientos y cientos de páginas antes de ver concluida una novela, que de verdad merezca el nombre de tal, es algo que me abruma y que mi voluntad no resiste. Además, y esto se lo digo con entera franqueza, estoy persuadido de que yo no podría dar cima a un relato de larga extensión. En el cuento me hallo más a mi gusto. Lo veo de golpe, en su principio y fin, y eso alienta mi pereza. Con respecto al teatro, le diría algo por el estilo. Son muchas cosas interesantes las que tienen que suceder en una buena comedia para que uno intente urdirla con cierta comodidad y descanso.
—Dígame, Borges, ¿qué dos poetas clásicos españoles son sus preferidos?
—Fray Luis y Lope.
—¿Y modernos?
—Antonio y Manuel Machado.
—Muchos se han preguntado cómo un hombre de su condición espiritual quiso y logró entrarse tan a fondo en la vida del arrabal porteño, hasta el punto de que el tango tiene en usted a su apologista más fervoroso. ¿A qué obedece este fenómeno?
—Obedece a que en el pueblo de mi ciudad yo encontré siempre una gracia, una hermosa realidad viva, que no tiene nada que ver con la que se ofrece en los sainetes de “malevos, gallegos y gringos”, de un Vacarezza, por ejemplo. Vacarezza escribió siempre en broma, con mucha chispa, pero en broma, sin tocar en esa veta prodigiosa que es el alma del pueblo.
—Nada más, querido Borges. A Madrid ahora, y que los aires sutiles del Guadarrama le sean leves. Buen viaje.