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31/1/19

Jorge Luis Borges: "Florida" y "Boedo"









Un movimiento enjuiciado por sus actores y por los artistas de hoy (1957)


Al respecto, no diré nada nuevo, sino lo ya conocido y expresado otras veces. Un día, dos espíritus inquietos, Ernesto Palacio y Roberto Mariani, deciden, con fines de publicidad, iniciar un “movimiento literario”. Se le suman entonces Evar Méndez, Oliverio Girondo y otros, dispuestos, claro está, a crear un movimiento aquí, remedo de la vida literaria, como suele acontecer en París. Para tener resonancia y éxito, debía ser ruidoso y comercial. Así fue. El calificativo de “Florida” correspondió al centro de la ciudad, y el de “Boedo”, al suburbio. Creo que al principio no participé en el movimiento “Florida” porque estaba atareado en mis poemas orilleros y me molestaba estar en “Florida”. Por entonces solía concurrir a largas y apartadas tertulias, para conocer, ver y escuchar a “tipos de orilla”. Andaba por glorietas, recreos y demás lugares de concurrencia de esa clase de payadores y cantores. 

“Florida” y “Boedo” existieron de verdad, aunque no definidos netamente. Así, por ejemplo, Nicolás Olivari estaba en “Boedo” y publicaba en “Florida”. Raúl González Tuñón comenzó actuando en “Boedo” y luego pasó a “Florida”. González Lanuza era comunista y actuaba en Insurrexit. En aquellos tiempos la política no tenía la pasión de hoy. La idea de hacer un arte formal parece pertenecer a las derechas. El arte naturalista y el realista siempre han pertenecido a las izquierdas. La política, en aquel entonces, no nos dividía. 

Mi impresión es ésta. Los de “Boedo”, de arte comprometido y social, y los de “Florida”, de tendencias puristas —el arte por el arte—. Los de “Boedo” eran seguidores de Emilio Zola, Máximo Gorki, Panait Istrati. Su meridiano pasaba por Rusia y también por Francia. En realidad, los de “Florida” eran de una tendencia derivada de Lugones, aunque públicamente éramos enemigos de él. También lo éramos un poco por motivos políticos, y porque le debíamos demasiado y no queríamos confesarlo. Éramos todos seguidores del Lunario sentimental. No hubo, no hay metáfora que las generaciones de Lugones utilizaron que no la hubiera expresado él. 

Como precursores del movimiento “Florida” deben citarse también a Güiraldes y su Cencerro de cristal, poesía ultraísta. 

“Florida” era, pues, de cierta manera, una revolución literaria, un tanto espectacular, otro poco ruidosa; no obstante, fructífera. Algunos resultados dio. No debe olvidarse que el movimiento de “Florida” procedió de otro anterior: “Martín Fierro”. 

Roberto Arlt, y otros como él, procedían de “Boedo” y publicaban en Claridad, que editaba Antonio Zamora. 

Vean ustedes cómo se producen los hechos. El movimiento fue invención de dos escritores: Ernesto Palacio y Roberto Mariani; uno tomó rumbo a la derecha y el otro derivó a la izquierda… 

Excepto Flaubert, todas las grandes novelas están escritas en el lenguaje y en la sintaxis de la época. De ahí su grandeza. Su importancia. Nadie debe ignorarlo. Toda novela contiene la parte oral de sus personajes. Cuando éstos actúan, no lo hacen con la sintaxis académica ni con los vocablos ajustados. Por eso Cervantes, Gorki, Dostoievski y muchos otros comenzaron por adquirir fama fuera de su país para imponerse más tarde en el propio. Siempre ha pasado y pasa lo mismo. Ya [Arnold] Bennet dijo: “El novelista no debe jamás buscar la belleza; debe encontrarla siempre”. 

En cuanto a la influencia en el teatro, el movimiento de “Florida”, que yo sepa, no tuvo influencias. En aquella época no había teatro independiente. El teatro era muy comercial. A mí, personalmente, me gustaban los sainetes, pero como los de Vacarezza y Pacheco. Eran sainetes buenos. ¿Y qué más se puede decir sobre todo esto? Creo que nada más. 




En diario Clarín, Buenos Aires, 19 de julio de 1959
A la encuesta de Clarín, responden también 
en este número Ernesto Palacio y Álvaro Yunque


Luego, en Textos recobrados 1956-1986 (1987)
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi
© 2003 María Kodama
© 2003 Editorial Emecé

Imagen: Jorge Luis Borges en dibujo de Miguel Herranz



30/7/18

Jorges Luis Borges: Culturalmente somos un país atrasado (1960)




¿Considera que somos un país culturalmente atrasado?
—Sí; creo que sí. Estamos padeciendo todavía en lo intelectual y en lo moral, las consecuencias de la época de la dictadura.
¿Cómo se manifiesta ese atraso?
—Entre otras formas, por una incapacidad para desarrollar esfuerzos desinteresados. Todo se hace con propósitos materiales, especialmente pecuniarios.
En mi cátedra de literatura inglesa, y acudo a esta referencia por tratarse de un índice que tengo a mano, de treinta o cuarenta alumnos, sólo cinco o seis tienen un interés profundo en la materia; los demás únicamente pretenden aprobar el curso para continuar sus estudios.
¿A qué escritores, entre los jóvenes, considera los más interesantes?
—Lo de jóvenes voy a tomarlo como una condición relativa: tengo sesenta y un años y para mí son jóvenes quienes quizás no lo sean para los que tengan la mitad de mi edad.
Destaco en poesía tres nombres que me interesan especialmente: Magdalena Harriague, Amelia Biagioni y Juan Rodolfo Wilcock. Deseo aclarar que esta preferencia no significa que desdeñe a escritores que sin duda deben poseer méritos importantes; mi selección no debe tenerse muy en cuenta: desde hace más o menos seis años, a causa de impedimento físico por un lado, y absorbido por las dificultades de mi propia producción por otro, no puedo seguir la actividad de nuestros escritores, al menos de la manera regular y completa que sería necesaria para que una selección así tuviera algún valor.
¿Está al tanto de la crítica que se le hace a su obra por parte de algunos jóvenes ensayistas y escritores? ¿Qué le parece?
—La crítica ha sido excesivamente generosa conmigo.
Días pasados, el escritor peruano Ciro Alegría se refería a un aspecto de las objeciones que se hacen a mi obra; me decía que miro a Europa y no a América. Yo creo mirar en todas direcciones. Buena parte de mi obra está dedicada a América; mi mejor cuento, “El sur”, se refiere a hechos que ocurren en la provincia de Buenos Aires; mi primer libro, que se publicó en 1923, se llama Fervor de Buenos Aires, y uno de mis mejores poemas, “El tango”; he escrito, además, un libro sobre Evaristo Carriego, cantor del suburbio. Me parece que no ha habido el desvío que se me reprocha.
Por otra parte, ser americano es ser europeo. El español es una forma del latín. No puede establecerse una separación tan estricta, como mis críticos pretenden, entre lo americano y lo europeo.
Algunos confunden lo americano con lo indígena, lo que considero un error, bastante extendido. Nuestra cultura americana no tiene nada de indígena.
Desde un punto de vista político, no creo que se me pueda censurar mi rechazo al nazismo y al comunismo; no he eludido una participación intelectual en nuestra realidad; en un próximo libro que editará Emecé, el lector encontrará varios poemas civiles.
También se me ha criticado el practicar una literatura de evasión; tal vez tengan razón en esto, pero cada uno escribe la literatura que puede. Recuerdo una frase de Kipling: “Los escritores relatan fábulas, pero ignoran la moraleja”. La posteridad extraerá las moralejas que correspondan.
Los objetivos literarios conscientemente comprometidos no hacen lo fundamental. El Martín Fierro se escribió con fines políticos, como un alegato contra las levas del ejército, pero el propósito político hace rato que dejó de interesar y la obra literaria, sin embargo, ha crecido día a día. También el Quijote se escribió con un fin polémico, que sus valores literarios han relegado por completo.
Hay actitudes literarias desmentidas en los hechos cotidianos, y es lógico que sea así. El escritor escribe con todo; con todo su pasado, con todas sus reservas subconscientes; el propósito consciente es lo de menos, es lo transitorio.
¿Puede mencionar las cinco obras de ficción, de la literatura argentina, que le parecen más representativas?
—Antes, hago la aclaración de que existen obras admirables que no llegan a ser representativas porque no han ejercido influencia alguna, ni en sus contemporáneos ni en las siguientes generaciones, muchas veces por causas ajenas a las cualidades en sí de la obra: tal el caso de La urna, de Banchs, libro excelente por muchos conceptos, pero estéril.
Si debo citar cinco obras, me inclino por el Martín Fierro, algunas de las novelas criollas de Eduardo Gutiérrez, Las fuerzas extrañas de Lugones, los cuentos de La noche repetida de Manuel Peyrou, y la novela de Bioy Casares El sueño de los héroes.
Es una lista un tanto heterogénea, pero considero que esos libros son muy representativos de nuestra literatura de ficción.

En Chau, Periódico de Artes y Letras, Buenos Aires, diciembre de 1960.104

104. El 18 de octubre de 1960, la revista Che, Buenos Aires, Año 1, Nº 3, realizó una encuesta con la pregunta: “¿Qué hacía usted al caer la tarde del 17 de octubre de 1945?” Borges dijo: “El 17 de octubre… No tengo ningún interés en contestar eso”. “¿Publicamos sólo esa respuesta, entonces?” “No, puede agregar que ese día… ¿fue el primer 17 de octubre, no?” “Sí, señor.” “Entonces, diga que estaba avergonzado e indignado. Eso es, indignado y avergonzado.”
Respondieron también: Eduardo Colom, Radamés Grano, Landrú, Solano Lima, Damonte Taborda, Lola Membrives, Quinquela Martín, padre Benítez, Dardo Cúneo, Juan Ovidio Zabala, Clte. Pedro Favarón, Américo Ghioldi, Silvio Frondizi, Pérez Leiros, Héctor P. Agosti, Agustín Rodríguez Araya, Abel A. Latendorf, Ernesto Sabato y general Pedro Ramírez. (N. del E.)


Luego, en Textos recobrados 1956-1986 (1987)
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi
© 2003 María Kodama
© 2003 Editorial Emecé

Imagen: Borges (sin data ni atribución) Vía



6/7/18

Jorge Luis Borges: ¿Por qué me siento europeo? (1985)





Un grupo de intelectuales reunidos en Venecia lanzó un llamamiento ante el Parlamento Europeo sobre la necesidad de recuperar el espacio cultural del Viejo Continente. Su alegato se basaba en que Europa no debía limitarse a ser un simple Mercado Común. […] el lector encontrará las respuestas a la única pregunta “¿Por qué me siento europeo?”
DE JORGE LUIS BORGES
Yo creo que la totalidad del mundo occidental y una buena parte del mundo oriental son una proyección de Europa. Creo que nosotros somos el reflejo de Europa, la prolongación de Europa, y que podemos ser un espejo, posiblemente magnífico, de Europa, puesto que Europa olvida generalmente que ella es Europa.
Muy pocos europeos son —como decía Nietzsche— buenos europeos. Por eso es por lo que hemos sufrido una de las más grandes calamidades de la historia universal, a saber: las dos guerras mundiales. Porque los europeos han olvidado que eran europeos y han creído ser solamente —y también gloriosamente, por supuesto— franceses, británicos, italianos, alemanes, austríacos, soviéticos, lo que ustedes quieran. Por eso hemos conocido esas dos calamidades, las dos guerras mundiales europeas, que para mí fueron de hecho dos guerras civiles, de lo que no se daban cuenta los combatientes porque cada uno razonaba en función de su patria. En cambio, nosotros aquí, en esta tierra argentina, lejana y olvidada, estamos en condiciones de percibir la unidad fundamental de Europa, lo que resulta más difícil allá lejos porque, bien entendido, cada país de Europa, sin olvidar a España, posee su propia tradición, y es natural que se delimite esa tradición. En cuanto a nosotros, nosotros poseemos nuestras tradiciones… y Europa es Europa toda entera, Europa es una. Esto se explica por unos hechos históricos muy simples. Nosotros éramos españoles. Resolvimos dejar de serlo en 1810. Estalló la guerra de la Independencia, esa guerra que generalmente se olvida y que fue larga y cruel. En esa época combatieron mis antepasados; en esa época, mi bisabuelo, el coronel Suárez, ganó la batalla de Junín. Tenía veintisiete años y obtuvo esa victoria para Perú; él era un soldado argentino. En resumen, decidimos dejar de ser españoles cuando lo éramos fundamentalmente…
Yo pienso que Europa es nuestro pasado y que debería ser nuestro presente. Es una pena que hoy las gentes aparten su mirada de Europa. A mi entender, es una tragedia para América del Sur. Y ahora, ¿a dónde dirigimos nuestros ojos? Los dirigimos hacia un país que ha sido un gran país, como Estados Unidos —me basta con recordar a Emerson, me basta con recordar a Melville, Whitman, Edgar Allan Poe, Henry James…—. Estados Unidos ha sido un gran país, pero actualmente ya no lo es. Ha llegado a ser mucho menos: ya no es más que una gran potencia, lo que tiene su importancia en el plano político, pero eso es todo.
Ahora nosotros miramos en dirección a Estados Unidos o a la URSS, que también ha sido un gran país —por qué no recordar a Tolstoi o a Dostoievski; esos dos grandes nombres son suficientes—. Pero hoy se trata simplemente de dos grandes potencias, y es una pena que apartemos los ojos de Europa. Europa debe procurar que volvamos de nuevo a mirarla, porque somos fundamentalmente europeos…
Y luego, cuando yo hablo de Europa, no me refiero a una simple entidad geográfica; hablo de algo que para mí está vivo. Quiero decir con ello que tengo sangre española, sangre británica, sangre portuguesa, sangre judía y, de forma mucho más alejada —ello me remonta al siglo XIV—, sangre francesa, normanda para ser más preciso. Por muy raros que sean mis ascendientes franceses y por muy alejados que estén, yo tengo el orgullo de haber compuesto, por ejemplo, la Chanson de Roland, y creo que todo europeo debería enorgullecerse de haber compuesto la obra de Hölderlin, la de Racine, la de Shakespeare y, sobre todo, esa obra maestra de la literatura occidental que es —al lado de la Biblia, que es una obra oriental— la Divina Comedia, de Dante. En otros términos, Europa es para mí algo vivo…
Creo que cometemos un error mirando en dirección a dos países que han llegado a ser esencialmente subalternos, como es el caso de la Unión Soviética y Estados Unidos. Deberíamos dirigir nuestros ojos hacia Europa porque nosotros somos unos europeos exiliados, y además exiliados lo suficientemente lejos como para tener la visión de Europa, porque en Europa you can’t see the woods for the trees, como se dice en inglés, los árboles no dejan ver el bosque. Pero nosotros sí estamos en condiciones de ver ese gran bosque, ese gran bosque secular que es Europa, y podemos percibir su unidad. A fin de cuentas, ¿qué significa pertenecer a un país? ¿Qué significa ser europeo, ser argentino? Es un acto de fe. Bien entendido, los europeos deben hacerlo también y acordarse de que es conveniente que sean, como lo quería Nietzsche, buenos europeos en lugar de contentarse con decirse “somos irlandeses, somos escoceses, somos noruegos…”

En diario El País,113 Madrid, jueves 17 de octubre de 1985

113. Borges encabeza esta encuesta en la que participa gente del este de Europa y del norte y sur del continente americano: Ángel Pestaña, Tom Bottomore, Juan Luis Cebrián, Leda Vigliardi, Robert Gregoire, Román Gubern, Alfredo Fierro, Hans Christoph Buch, Jacques Le Goff, Jean-Pierre Faye, José María González Ruiz, Antonin J. Liehm, Vittorio Strada, Alberto Moravia, José Antonio G. Casanova, René Thom, Miquel de Moragas, Arnold Wesker, Federico Mayor Zaragoza, Efim Etkind, Fernando Savater, José Cardoso Pires, José Luis L. Aranguren, José Mattoso.


Luego, en Textos recobrados 1956-1986 (1987)
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi
© 2003 María Kodama
© 2003 Editorial Emecé


Imagen: Borges y Marcos Ricardo Barnatán 

2/12/17

Jorge Luis Borges: El taller del escritor (1979)





Qué estoy leyendo
No leo; releo. Estoy releyendo los cuentos de la última época de Kipling, que deliberadamente son laberínticos, un poco a la manera de Henry James pero mejor construidos y más creíbles. En los textos de James hay situaciones, pero no caracteres que tengan vida fuera de la situación que los usa; en los de Kipling hay situaciones y caracteres, parejamente vívidos. Estoy releyendo asimismo la Historia de la filosofía occidental, de Bertrand Russell, en la que abundan la perspicacia y la erudición, la ironía y el humor. También suelen releerme los prodigiosos y simétricos cuentos del Libro de las mil y una noches, en la admirable traducción de mi amigo y maestro Rafael Cansinos-Assens. (Mi culpable ignorancia del idioma árabe me ha permitido investigar, a lo largo de mi ya larga vida las clásicas versiones de Galland y de Edward William Lane y la versión barroca del capitán Burton.)
Me gusta interrogar las enciclopedias, que son para nuestro tiempo “Silvas de varia lección”.
No descuido la segunda parte del Quijote, más íntima y tranquila que la primera. Con toda razón opinó Cervantes: “Nunca primeras partes fueron buenas”.
Estoy descubriendo la obra de Alberto Girri. Me agrada y me conmueve lo que he llegado a comprender de esas complejas páginas, pero no siempre soy de los elegidos.
Releo a Poe. Yo diría que su obra capital son los capítulos finales del relato de Arturo Gordon Pym, esa pesadilla de la blancura, que profetiza el Moby Dick, de Herman Melville; de hecho, su obra capital es la imagen trágica que ha legado a la posteridad.
Qué estoy escribiendo
Un cuento fantástico cuyo tema central me fue dictado por un sueño en una ciudad de cuyo nombre no quiero acordarme, East Lansing. Se titulará “La memoria de Shakespeare”. Ya lo he reescrito varias veces. Temo haberme excedido, temo que mi fatiga personal contagie al lector.
Un cuento psicológico cuyo título no me ha sido aún revelado. Sé que es un género difícil; debo proceder con cautela.
Una recopilación de los textos que escribí, durante la dictadura, sobre la Divina Comedia. No sé italiano; lo poco y lo memorable que sé me fue enseñado por Dante, por Ariosto y por Croce. Habré leído la Comedia nueve o diez veces, en ediciones distintas. Los comentadores son admirables; Momigliano y Grabher anotan cada verso de la obra. Mediante ese ordenado y lúcido auxilio, un lector de lengua española puede enfrentarse con el texto, de manera inmediata.
Pienso reunir en un volumen, que constará de unas treinta piezas, todos los poemas que he escrito después de Historia de la noche. Agregaré un epílogo o un prólogo de índole analítica.
Estamos preparando también, con María Kodama, una biografía crítica, la primera en lengua castellana, de Snorri Sturluson, historiador, poeta, mitólogo y retórico. Fue uno de los hombres más admirables y diversos de la Edad Media.
Cómo empieza en mí el proceso de escribir (¿con una idea, una imagen, una frase, una lectura?) Cómo se desarrolla
A veces, el primer estímulo es un verso, cuyas posibilidades y ramificaciones exploro. A veces, la creación puede empezar por un concepto abstracto; ulteriormente daré con los símbolos que convienen, con las imágenes o la fábula que preciso. Suelo empezar por una situación; al principio, no sé qué región o qué fecha le conviene. Creo que las opiniones de un escritor no deben intervenir en su obra. El proceso poético es misterioso; hay que dejarlo obrar por su cuenta. Pensemos en la fábula, no en la moraleja posible.
Estoy seguro de que a Esopo, o a los griegos que llamamos Esopo, le interesaba más la idea de animales que se conducían como hombrecitos, que la moralidad de los relatos.
Condiciones de trabajo (¿en absoluta soledad?, ¿en compañía?, ¿de día o de noche?, ¿trabajador sedentario o itinerante?)
La soledad conviene a los primeros tanteos en la sombra. En el caso de un cuento, conviene narrárselo a otro, y ese borrador oral nos hace descubrir sus errores o divisar variaciones afortunadas. En el caso de un poema, el escritor puede prescindir de interlocutores y limarlo lentamente, palabra por palabra, verso por verso, en la soledad. Una vez escrito el texto, debemos guardarlo y olvidarlo. Al cabo de unos quince días podemos releerlo y enmendarlo. No hay nunca una versión definitiva; hay una que nos resignamos a publicar y que corregiremos después.
Mi sistema de trabajo (horarios. Si escribo muchos borradores, etcétera.)
No tengo horario de trabajo. La literatura es una ocupación incesante, que abarca la vigilia y tal vez el sueño o los sueños. Casi continuamente estoy planeando algo o descubriendo algo o inventando algo (según se sabe, inventar equivale a descubrir). Ya que estoy ciego, mis primeros borradores son necesariamente mentales. Aprovecho las visitas de mis amigos para dictarles algo, que después corregiré muchas veces. No sé si mi método es recomendable; para mí, es el único posible.
No hay página mía, por descuidada o espontánea que parezca, que no haya exigido muchos y vacilantes borradores.
De Alfonso Reyes sé que componía de pie, caminando de arriba abajo en su biblioteca, pronunciando y limando cada oración, antes de encomendarla a la escritura. Kipling, en Something of Myself nos confía que ha seguido el mismo procedimiento.
Las mejores novelas (o cuentos, o poemas, o ensayos…)
De nada sirve proponer una serie de títulos. Para mí, las mejores novelas son las de Joseph Conrad; para el lector, para cada lector, pueden ser otras. La lectura tiene que ser hedónica; he sido profesor de literatura unos veinte años y no impuse nunca a mis estudiantes obras de lectura obligatoria. Nadie debe dejarse intimidar por el hecho aleatorio de que un libro sea antiguo o moderno; el goce que nos depara un texto es el único árbitro.
Digo lo mismo en lo que se refiere a poemas. Personalmente, soy más sensible a lo épico que a lo lírico; mi sensibilidad puede no ser la de mis lectores. He llorado alguna vez leyendo textos épicos; ello no me ha acontecido nunca con textos sentimentales o elegíacos. En cuanto a ensayos en lengua castellana, creo que la vasta obra de Alfonso Reyes es de hecho, inagotable y, en francés, Montaigne y André Gide nos esperan; en italiano, Croce; en alemán, la obra de Schopenhauer y el deleitable Worterbuch der Philosophie (Diccionario de la filosofía, de Fritz Mauthner); en inglés, están Emerson y De Quincey, y Cuadernos de notas, de Samuel Butler, y el hoy casi olvidado Andrew Lang.
Mi libro de cabecera
Nombro otra vez El libro de las mil y una noches. Suelen contraponerse los conceptos de calidad y de cantidad, pero en estos volúmenes la cantidad es un elemento esencial. Conviene que haya mil y una noches y que no las agote ningún hombre y que sepamos que ahí están, esperándonos. Asimismo conviene que esas pródigas maravillas estén regidas por secretas simetrías y leyes. No son irresponsables, por cierto. Lo mismo afirmo de los libros de Lewis Carroll.
Según se sabe, Las mil y una noches son anónimas. Esto quiere decir que han sido limadas por generaciones de narradores y después por Antoine Galland, que las reveló al Occidente y por cuantos lo siguieron después.
He elegido este libro o los de Carroll porque son prodigiosos y necesarios. Pude haber elegido también las ficciones de Chesterton en las que hermosamente se conjugan la aventura y el orden, la imaginación y la lógica, el álgebra y el fuego.
El libro olvidado o descuidado (de otros autores)
En primer término quiero recordar toda la obra de Conrad. No diré que ha sido olvidada, ya que ha sido traducida a todas las lenguas, pero creo que no ha sido justipreciada. Se lo lee en función del mar y de la aventura. En él hay tantas otras cosas. Hay el sentido del honor, las variedades del alma humana, el destino, el amor y la soledad. Es acaso el único novelista que hereda las virtudes de la epopeya, madre de la novela. La felicidad que nos deparan sus páginas, aunque sean trágicas y terribles, refleja la felicidad que él debió sentir cuando las escribió.
Quiero recordar a nuestro país la obra poética de Ezequiel Martínez Estrada. Lugones, que era un alma sencilla, de pasiones elementales, le legó un estilo intrincado; éste convenía menos a quien lo creó que al atormentado heredero. Si no me engaño, los mejores poemas de Martínez Estrada proceden de Lugones, pero ciertamente superan a su modelo.
Juicio crítico acerca de mis libros
Se ha exagerado su valor. Algo, sin embargo, puede salvarse. Como todos los escritores, he escrito centenares de páginas para merecer una línea. Me incomoda el intrincado estilo barroco de mis primeros libros. En lo barroco veo ahora un pecado de vanidad. Ese pecado es harto visible en El Aleph y también en Ficciones.
Estoy más cerca de mis versos que de mis cuentos, que son pequeños objetos verbales. El primer poema verdadero que me fue dado descubrir se titula “Llaneza” y lo incluye el breve volumen Fervor de Buenos Aires. Está dedicado a Haydée Lange. “La noche que en el Sur lo velaron”, es el segundo. Después vendrían otros, no demasiados. Recordemos, esta tarde, “El Golem”, el “Poema conjetural”, “Everness”, los cinco versos de “La Luna” y “Alusión a una sombra de mil ochocientos noventa y tantos”.
He hablado de verso y de prosa, pero no creo que haya una diferencia esencial: “Borges y yo”, si no me equivoco, no es menos poesía que mis poemas. Digo lo mismo de la dedicatoria a Lugones que inicia El hacedor.
He perdido la cuenta de mis libros. Quizá todos son prescindibles; si tuviera que elegir dos, optaría por El libro de arena y por Historia de la noche.
En mis primeros libros se advierte la gravitación de Lugones y de Quevedo, que se parecen tanto. Hoy me siento deudor de esos maestros y de todos los otros y de cada instante de mi vida y de todos los instantes del universo. Por lo demás, cada lengua es una tradición y lo que un individuo puede agregar no dejará nunca de ser mínimo.

Tiempo promedio de dedicación diaria
Creo haber contestado a esa pregunta. Sólo ahora recuerdo que dedico buena parte de mi tiempo a la audición de textos ajenos. Prefiero la relectura a la lectura; no soy curioso de novedades. Creo que nadie puede conocer a sus contemporáneos. Schopenhauer aconsejaba no leer ningún texto que no hubiera cumplido cincuenta años. Entiendo que quería decir que las únicas buenas antologías son las que elige el tiempo. Releamos, pues, a los clásicos. Cada relectura será ligeramente distinta de la anterior.
* En diario La Prensa, Buenos Aires, 26 de agosto de 1979. Número especial dedicado a Borges para sus ochenta años.109


109. El 23 de agosto de 1979, Borges declara para Clarín: “Estoy milagrosamente vivo […] Estoy enfermo y a disposición de los médicos. Han aparecido algunos achaques que no son muy tolerables. Un régimen muy estricto de comidas. Debo comer carne. Detesto comer carne. Estoy milagrosamente vivo, poblado de recuerdos y confusiones. No sé bien, a veces, dónde comienza el recuerdo de una calle o dónde la confundo con una calle descripta por un amigo o un buen escritor. Sí, estoy muy confuso y algo desesperado. Se mezclan tantas cosas juntas en la memoria… / Alguna vez, algún día, conoceré la sombra del misterio mayor de los hombres. Hoy estoy aquí y vengo a enterarme: cumplo ochenta años”. (N. del E.)


Luego, en Textos recobrados 1956-1986 (1987)
© 2003 María Kodama
© 2003 Editorial Emecé


Imagen en portada de la reedición de Borges, libros y lecturas, libro de Laura Rosato y Germán Álvarez Vía

6/10/17

Jorge Luis Borges: ¿Por qué los escritores argentinos no viven de su pluma?







12 de julio de 1946


¿Por qué los escritores argentinos no viven de su pluma?


  En mi opinión, el problema enunciado por su corresponsal no es mayormente misterioso. La verdad, la humilde y evidente verdad, es que la literatura, a diferencia de la música, de la política, de las enfermedades, de los aspectos delictuosos de la “viveza”, de los destinos personales (este último término encierra acaso a todos los anteriores), interesa muy poco a los argentinos. Se me dirá, tal vez, que a muchos les agrada escribir; no a todos les agrada leer, y cuando lo hacen, prefieren, por razones que estoy lejos de censurar, leer a escritores extranjeros. A nadie puede sorprender esta comprobación.

  La indiferencia general infunde al destino de los escritores de esta república cierto carácter trágico. Ello se advierte de manera inequívoca en los suicidios de algunos, en la amargura y en el nihilismo de muchos. Creo, sin embargo, que una cosa es el destino del escritor y otra el de su obra. La indiferencia que he indicado suele librarnos de muchas tentaciones. El escritor argentino sabe que ningún libro suyo lo hará medrar de modo considerable; esa previsión melancólica lo inducirá a escribirlo según su íntimo pensar, no para lisonjear convicciones o supersticiones ajenas.

 Existen estímulos artificiales; los premios de fuente oficial. Alguien, alguna vez, estudiará detenidamente su influjo en la evolución de nuestra literatura; sospecho que no establecerá que ha sido benéfico. No quiero decir que los premios se concedan inevitablemente a obras malas; quiero decir que la expectativa de premios puede impedir que se escriban otras mejores. Por ejemplo, nadie discute que el Martín Fierro sea uno de los libros máximos de nuestro país. Imaginemos que en 1872 ya hubiera existido un mecanismo de recompensas como el actual y que José Hernández hubiera, muy humanamente, considerado la posibilidad de que le tocara una de ellas. ¿Se habría animado a exhibir al gaucho como desertor, como borracho, como asesino y como matrero? En otras palabras: ¿habría escrito el Martín Fierro?


En Miscelánea (Ed. Mondadori)
© 1995, 2011, María Kodama
Publicación original en revista Sur, Buenos Aires, julio de 1946
Jorge Luis Borges en Virginia, USA, 1984


28/8/17

Jorge Luis Borges encuestado. «¿Cree usted en Dios?»





¿Cree usted en Dios?
—Si por Dios se entiende una personalidad unitaria o trinitaria, una especie de hombre sobrenatural, un juez de nuestros actos y pensamientos, no creo en ese ser. En cambio, si por Dios entendemos un propósito moral o mental en el universo, creo ciertamente en Él. En cuanto al problema de la inmortalidad personal que Unamuno y otros escritores han vinculado a la noción de Dios, no creo, ni deseo ser personalmente inmortal.
Que hay un orden en el universo, un sistema de periodicidades y una evolución general, me parece evidente. No menos innegable es para mí la existencia de una ley moral, de un sentimiento íntimo de haber obrado bien o mal en cada ocasión.
¿Quiere decir entonces que en esencia todo eso probaría la existencia de Dios, o que Él haya sido el creador, el principio y el fin de las cosas?
—No sé si Dios está en el principio del proceso cósmico, pero posiblemente está en el fin. Dios es tal vez algo hacia lo cual tiende el universo.
¿Y por qué cree usted de esta manera en Dios?
—Creo por intuición y además porque sería desesperante no creer. Si suponemos que hay un ser perfecto y omnipotente que está al principio de la historia universal, y suponemos que creó el mundo, entonces no comprendemos por qué existe el dolor o la maldad; en cambio si suponemos un Dios que está creándose a través del proceso cósmico o de nuestros destinos personales, en esa única forma podemos creer en Él, es decir, como canalización evolutiva hacia la perfectibilidad.
¿Y cómo aplica su creencia a la vida práctica cotidiana?
—Trato de aplicarla. Dentro de la vida para la cual estoy condicionado hago lo más que puedo. Además no exijo a la finitud de mi ambición más de lo que el proceso natural de mi propia evolución podrá darme. Trato de ser un hombre justo, pero no siempre lo consigo.


* En Mundo Argentino, Buenos Aires, Año XLVI, Nº 2.369, 11 de julio de 1956

[*] Responden esta encuesta: Fidel Alsina Fuertes (científico), Francisco Petrone (actor), Risieri Frondizi (filósofo), Irineo Leguisamo (jockey), Carlos Kristof (obrero anarquista).
Unos años después, Borges responde a una encuesta organizada por el diario Clarín, 18 de diciembre de 1969, titulada “El escritor y la fe”.


Luego en Textos recobrados 1956-1985
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi 
© 2003 María Kodama 
© Emecé editores Buenos Aires, 2003

Imagen: Retrato de Borges por Kostas Koutsoukos (1999)



31/1/17

Jorge Luis Borges: Arte, arte puro, arte propaganda... ¿El arte debe estar al servicio del problema social?






Es una insípida y notoria verdad que el arte no debe estar al servicio de la política. Hablar de arte social es como hablar de geometría vegetariana o de artillería liberal o de repostería endecasílaba.
Tampoco el Arte por el Arte es la solución. Para eludir las fauces de ese aforismo, conviene distinguir los fines del arte de las excitaciones que lo producen. Hay excitaciones formales, id est artísticas. Es muy sabido que la palabra azul en punta de verso produce al rato la palabra abedul y que ésta engendra la palabra Estambul que luego exige las reverberaciones de tul. Hay otros menos evidentes estímulos. Parece fabuloso, pero la política es uno de ellos. Hay constructores de odas que beben su mejor inspiración en el Impuesto Único, y acreditados sonetistas que no segregan ni un primer hemistiquio sin el Voto Secreto y Obligatorio. Todos ya saben que éste es un misterioso universo, pero muy pocos de esos todos lo sienten.


En: Contra, la revista de los franco-tiradores, Buenos Aires, Año 1, № 3, Julio de 1933*.
Y en: La Rosa Blindada, Buenos Aires, Año I, № 2, noviembre de 1964.
Luego en: Textos Recobrados 1931-1955 (2007)
Caricatura de Borges en Revista Sudestada, Nro. 9, Edición Especial 

*En este número responden la encuesta Nydia Lamarque y Luis Waismann.

4/1/17

Jorges Luis Borges: El oficio de traducir







Sur reproduce una encuesta sobre la traducción, que Fernando Sánchez Sorondo realizó para La Opinión Cultural, en número titulado «Problemas de la traducción» a cargo de Jaime Rest. Junto al testimonio de Borges figuran los de José Bianco, Alberto Girri y Enrique Pezzoni


Responde Jorge Luis Borges

¿La traducción según los géneros? Tomemos la poesía, por ejemplo. Mi traducción de Whitman no es un modelo afortunado porque Whitman es un caso excepcional: es uno de los padres del verso libre. Por más que siempre se pierdan muchas cosas, traducir verso libre es mucho más fácil que traducir verso rimado. La traducción de poesía, en el caso de Fitzgerald o en el de Omar Khayyam, por ejemplo, es posible porque se puede recrear la obra, tomar el texto como pretexto. Otra forma de traducción creo que es imposible, sobre todo si se piensa que dentro de un mismo idioma la traducción es imposible. Shakespeare es intraducible a otro inglés que no sea el suyo. Imaginemos una traducción literal de un verso de Darío: "La princesa está pálida en su silla de oro" es literalmente igual a "En su silla de oro está pálida la princesa". En el primer caso el verso es muy lindo, ¿no?, por lo menos para los fines musicales que él busca. Su traducción literal, en cambio, no es nada, no existe.

La prueba de que la prosa sí puede traducirse está en el hecho de que todo el mundo está de acuerdo en que el Quijote es una gran novela y, sin embargo, como lo hizo notar Groussac, los mayores elogios han sido hechos por personas que leyeron esa obra traducida. También todos estamos de acuerdo en que Tolstoi o Dickens fueron grandes novelistas y no todos sabemos inglés y casi nadie sabe ruso.

¿Existen lenguas más o menos adecuadas para la traducción? Las lenguas germánicas, el alemán, el inglés, las lenguas escandinavas o el holandés tienen una facilidad que no tiene el español: la de las palabras compuestas. En Shakespeare, por ejemplo, From this world-weary flesh, sería un español: "De esta carne cansada del mundo". "Cansada del mundo" es una frase pesada en español, mientras que la palabra compuesta world-weary no lo es en inglés. Estos defectos tienen que perderse en una traducción. Imaginemos una expresión muy común en español: "estaba sentadita". Eso no puede decirse en otros idiomas. Ahí, "sentadita", da la idea de una chica sentada y al mismo tiempo abandonada, ¿no?, bueno, "solita". Tanto en inglés como en francés hay que buscar una variante. En inglés puede decirse all alone, que literalmente es "toda sola".

¿Qué recomendaciones se le pueden hacer a los traductores de prosa? Desde luego que no deben ser literales. Hubo una polémica famosa en Inglaterra entre Arnold y Newman sobre la traducción literal. Arnold decía que la traducción literal no es fiel al original porque cambia los énfasis. En español, por ejemplo, no se dice "buena noche", sino "buenas noches", en plural. Si se tradujera al francés como bonnes nuits o al inglés como good nights, se estaría cometiendo un error, porque se estaría creando una énfasis que no existe en el original. Si al traducir una novela se le hiciese decir a un personaje que dice good morning o gutten morgen su traducción literal que es "buena mañana", se lo estaría haciendo hablar de un modo anómalo. Decir en inglés good days por "buenos días" también sería infiel. Hay otros casos de error: Lutero tradujo al alemán El cantar de los cantares como Das Hoche Lied ("el más alto cantar"). Lo que pasa es que en hebreo no existen los superlativos y "el cantar de los cantares" quiere decir "el mejor cantar" o "el más alto cantar". En español "el cantar de los cantares" y en inglés the song of songs, se conservó el hebreísmo.

¿Cuál es la calidad de la traducción al español que se hace en la Argentina? Para nosotros la traducción al español hecha en la Argentina tiene la ventaja de que está hecha en un español que es el nuestro y no un español de España. Pero creo que se comete un error cuando se insiste en las palabras vernáculas. Yo mismo lo he cometido. Creo que un idioma de una extensión tan vasta como el español, es una ventaja y hay que insistir en lo que es universal y no local. Hay una tendencia en todas partes, sin embargo, a acentuar las diferencias cuando lo que habría que acentuar son las afinidades. Claro que como el Diccionario de la Academia lo que quiere es publicar cada año un volumen más abultado, acepta una cantidad enorme de palabras vernáculas. La Academia Argentina de Letras manda entonces largas listas de, por ejemplo, nombres de yuyos de Catamarca para que sean aceptadas y abulten el Diccionario.

¿Si me gustó más traducir poesía que a Kafka o a Faulkner? Sí, mucho más. Traduje a Kafka y a Faulkner porque me había comprometido a hacerlo, no por placer. Traducir un cuento de un idioma a otro no produce gran satisfacción. A propósito de traducciones de prosa, recuerdo un caso interesante. Mi madre tradujo un libro de D. H. Lawrence que se titula The Woman Who Rode Away como "La mujer que se fue a caballo", que es más largo que en inglés pero creo que correcto. En francés, en cambio, lo tradujeron como "La amazona fugitiva", parece una broma, casi o la traducción del título de un film. Este último tipo de traducciones también depara ejemplos sorprendentes. Recuerdo un film: The Imperfect Lady ("La dama imperfecta"). Cuando se dio aquí le pusieron "La ramera". Claro que el sentido es ése, pero pierde toda la gracia, ¿no? "una imperfecta dama" es lo contrario de "una perfecta dama" y es muy gracioso; si se pone, en cambio, "la ramera" o "la cortesana" se supone que es más fuerte, pero, al contrario, debilita.

¿Qué me parecen mis textos traducidos a otros idiomas? Los han traducido muy bien. Salvo al alemán. Las traducciones al francés que han hecho Ibarra y Roger Caillois son muy buenas. Las de Di Giovanni al inglés también son buenas. Las traducciones de sonetos que hicieron él y otros poetas americanos son muy buenas porque los han recreado. Las traducciones de sonetos no puede ser literales y conservar el sentido.

Con mis poemas, en cambio, generalmente encuentro que los han mejorado muchísimo. Salvo en Alemania, como dije. Un traductor alemán tradujo un cuento mío que en algún lugar decía "llegaba un oscuro". Él, sin darse cuenta de que se trataba del pelaje de un caballo, tradujo "llegaba el crepúsculo". Claro, traducía por el diccionario. Pero es el diccionario mismo el que induce a error. De acuerdo a los diccionarios, los idiomas son repertorios de sinónimos, pero no lo son. Los diccionarios bilingües, por otra parte, hacen creer que cada palabra de un idioma puede ser reemplazada por otra de otro idioma. El error consiste en que no se tiene en cuenta que cada idioma es un modo de sentir el universo o de percibir el universo.


En Sur, Buenos Aires, n° 338-339, enero-diciembre de 1976
Número titulado Problemas de la traducción, a cargo de Jaime Rest

Y antes en La Opinión Cultural, Buenos Aires, domingo 21 de septiembre de 1975

Finalmente en Borges en Sur (1931-1980) de donde fue transcripto
© 1999 María Kodama
© 2016 Buenos Aires - Penguin House Mondadori




23/4/16

Jorge Luis Borges: Sobrevalorados y subestimados en la literatura argentina e hispanoamericana




La Nación realizó una encuesta entre cuarenta y dos escritores argentinos para conocer su opinión acerca de los libros y autores sobrevalorados y subestimados durante el siglo actual. El cuestionario fue dividido en dos partes.
DE JORGE LUIS BORGES
Literatura nacional
Sobrevalorados:
Quien fue un sobrevalorado argentino, ahora relegado a ese museo, la historia de la literatura, fue Enrique Larreta. La gloria de don Ramiro ha sido, más de una vez, censurada por su excesivo españolismo; el hecho es que ni uno solo de los clásicos españoles escribió en ese estilo y que la obra está mucho más cerca de ciertas medianas novelas francesas del siglo XIX que de El Quijote. Los continuos paisajes son anacrónicos; en El Quijote, según ha observado Groussac, no hay paisajes, que no eran vistos por nadie; por consiguiente no existían. Don Ramiro es un adolescente romántico, no un contemporáneo de las guerras de Flandes y de la conquista de América.
Es evidente que la obra de Borges ha sido sobrevalorada. El abultado volumen que se titula Obras completas no es otra cosa que una miscelánea de fragmentos entretejidos por la desidia y el azar.
Subestimados:
Paul Groussac. Más allá de su indiscutible valor crítico, histórico y personal, su labor sigue siendo una admirable lección de prosa, a la que renovó bajo el influjo de Taine y de Flaubert. Alfonso Reyes me dijo una vez que Groussac le había enseñado cómo se debía escribir en castellano. La circunstancia de que Groussac nació en Francia ha contribuido a que se lo vea como un intruso; su función fue, precisamente, la de traer a nuestro idioma el rigor y la disciplina y la ironía de la lengua francesa.
Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte). Ha escrito los mejores y, como todos nosotros, los peores versos de la lengua castellana. Se dice que fue un discípulo tardío de Nietszche; el hecho es que llevó al cristianismo más allá de Cristo y que pudo escribir: “No soy el Cristo-Dios que te perdona, / soy un Cristo mejor, ¡soy el que te ama!” y “Yo deliré de hambre muchos días / y no dormí de frío muchas noches / para salvar a Dios de los reproches / de su hambre humana y de sus noches frías”. Entre los libros que yo espero escribir, si los astros son favorables, uno se titula “Teoría de Almafuerte”. Ahí estarán sus afinidades con William Blake, que no leyó nunca. Era desordenado e inculto o, lo que es más grave, semiculto. Innovó en la ética y es quizá el único poeta genial de la literatura argentina.
Literatura hispanoamericana
Sobrevalorados:
Horacio Quiroga es, en realidad, una superstición uruguaya. La invención de sus cuentos es mala, la emoción nula y la ejecución de una incomparable torpeza.
(Y ahora, si se me tolera una herejía, diré que siento que si no hubiera existido Paul Valéry mi vida no hubiera sido más pobre. En su favor se podría alegar que ha dejado una imagen de poeta muy inteligente, muy escrupulosa y muy intelectual, ciertamente no confirmada por el imprudente examen de su obra.)
Subestimados:
Otro subestimado hispanoamericano es el boliviano Ricardo Jaimes Freyre, que con Darío y Lugones dio cadencias nuevas a nuestro idioma. Casi no pasa un día sin que yo recuerde esta estrofa: “Peregrina paloma imaginaria / que enardeces los últimos amores, / alma de luz, de música y de flores, / peregrina paloma imaginaria”. Estrofa que no significa nada pero que significa todo, como la música. Cuando yo escribí tantos, y acaso demasiados, poemas sobre mitología escandinava pensé que era el primero que lo hacía en lengua castellana. Luego recordé a Castalia bárbara.

* En diario La Nación, Buenos Aires, 8 de mayo de 1977. 

A la encuesta respondieron veinticuatro escritores: Ángel Mazzei, E. L. Revol, Juan Carlos Ghiano, Manuel Mujica Láinez, Alberto Girri, Marco Denevi, José Blanco Amor, Oscar Hermes Villordo, Adolfo Bioy Casares, Enrique Anderson Imbert, Bernardo Verbitsky, José Bianco, Silvina Bullrich, Eduardo González Lanuza, Ángel Bonomini, Córdova Iturburu, Nicolás Cócaro, José Isaacson, Ulyses Petit de Murat, Beatriz Guido, Eduardo Gudiño Kieffer, Abelardo Arias, Horacio Armani.

Luego en Textos recobrados 1956-1986
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi
© 2003 María Kodama
© Emecé editores
Buenos Aires, 2003

Foto: Borges por Sara Facio (s/f)
En Alberto Manguel, Con Borges
Madrid, Alianza Editorial, 2004




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