Son varios los Borges verbales que pulsan en mi memoria. Sobresale, por primero, aquel de 1956, cuando aún no era Homero sino un Buda encastillado en la Biblioteca Nacional. Rodeado por noventa mil libros un mujerío a sus pies le leía cuentos en un inglés cipayo a la orilla del río menos inglés del mundo. Cada tanto, un bibliotecario furtivo le traía la copia de un manuscrito hebreo o el muy gozado versículo de Blake donde dice que todo lo que existe fue imaginado alguna vez. De aquel día me quedó un libro dedicado injustamente: “A Esteban Peicovich, del impoeta Jorge Luis Borges”. Años después, al recordarle la insólita autocalificación, respondió:
B: No es humildad. No se preocupe. Ya voy a volver a la poesía.
Sus anécdotas y ninguneos podrían alimentar un género literario. (“¿Marinetti?, un cretino fosforescente”; “¿Así que Machado tuvo un hermano?”; “¿En qué quedamos, Gerardo o Diego?”. Su dardo impreso más filoso apareció en 1980, en El País. Junto a Calvino y Beckett el diario había requerido opiniones sobre la Enciclopedia Británica. Borges no dudó: “Debo todo mi conocimiento literario a haber leído la Enciclopedia Británica y no haber leído jamás a Enrique Larreta.”
Pese a tener al periodismo entre sus fobias todo encuentro verbal con Borges fluía feliz. Un mediodía de 1984, en el bar del Hotel Mamounia, de Marraquech, le propuse, como aperitivo, el muy light cuestionario “a la Proust”:
B: No creo que él lo haya hecho. Produce una serie de trivialidades. Eso lo hizo la cocinera de Proust.
—Aseguran que le fue hecho al propio Proust.
B: O los enemigos de Proust. Es una especie de juego de sociedad.
—¿Cómo no intentar jugar con el más grande jugador que tenemos...?
B: ¡Pero claro!
—¿Cuál es el color de Borges?
B: Mi color es el amarillo.
—¿El animal?
B: Bueno, podría ser el leopardo.
—¿La flor?
B: El jazmín.
—¿El pájaro?
B: Mis conocimientos ornitológicos son tan breves que no sé si distingo muy bien entre un pájaro y otro.
—Pero sí entre el colibrí y el cuervo.
B: Pájaros muy literarios. ¿Qué pájaros naturales hay?
—Y, desde la paloma hasta el gorrión. Nuestro gorrión.
B: ¿El gorrión? Fue importado por Bieckert. No los había en la República Argentina. Yo diría la gaviota, sugiere el mar, está bien.
—¿A qué personaje histórico admira más?
B: Voy a ser muy localista: vamos a poner Sarmiento.
—¿Y el personaje histórico mujer?
B: Carlota Corday.
—¿Que personaje varón de la ficción le impresionó más?
B: Lord Jim, de Conrad.
—¿Y el personaje femenino?
B: Yo casi me olvido de que haya mujeres.
—Lo ayudo: desde Julieta a la Celestina.
B: ¿Lo dejamos en blanco?
—¿Y su pintor, Borges?
B: Podrían ser dos: Rembrandt y Turner.
—¿El músico?
B: El único músico al cual yo me he acercado con toda la humildad y la ignorancia: Brahms.
—¿El dramaturgo?
B: Uno tiene que decir Shakespeare. No, yo voy a decir Bernard Shaw.
—¿Y la película que recuerda más?
B: Ser o no ser, de Lubitsch. Creo que nadie la conoce, ¿no?
—La mencionan mucho en las historias del cine, la consideran. ¿Y el libro?
B: El mundo como voluntad y representación, de Schopenhauer. Bien…Sigamos jugando con Proust.
—Sigamos jugando, aunque cometí una herejía. Le pedí una película y no las había en tiempos de Proust.
B: Dentro de la trivialidad general, está bien.
—Dígame, ¿cuál es su filia más definida?
B: Ponga todo lo escandinavo.
—¿Y la fobia?
B: Como fobia, la publicidad.
Le pregunto si quiere otro café. Dice que después. Algo lo irrita; algo, inmediatamente después, lo alegra. Y ríe.
B: ¿El primer recuerdo? El de un cartel y un arco iris. Puede ser Adrogué, puede ser Palermo o, si están del otro lado del Río de la Plata, puede ser una quinta en Paso del Molino, en Montevideo. Yo tengo un recuerdo así bien platense, digamos.
—¿Y recuerda su primer juguete?
B: Era un palo de escoba. Luego me regalaron uno con una cabeza de caballo, y luego otro caballo. Pero para mí, el único, el verdadero caballo, era el palo de escoba. A los otros los veía como apócrifos.
—¿A qué edad conoció a la primera mujer?
B: Creo que como todos los hombres yo estoy enamorado desde siempre. Aunque el amor pueden ser imágenes del cine, del deporte... Antes nos enamorábamos de las mujeres del cine. Yo he sido fiel a Mary Pickford y a Katherine Hepburn.
—¿Usted rezó alguna vez?
B: Sí, siempre. Mi madre me pidió que rezara. Yo la quiero tanto y ella me lo pidió. Es un modo de estar cerca de ella también, ¿no? Ahora yo no sé si no estoy hablando en un teléfono al vacío, ¿no? Pero si no hay Dios yo no me comprometo con eso.
—¿Y Cristo?
B: No creo que fuera el hijo de Dios. Como figura histórica es incomparable.
—¿Y en cuanto a lo que nos ha quedado de Cristo: su palabra, sus parábolas...?
B: Hay un rasgo de Cristo que no me gusta y es el demagógico. “Los últimos serán los primeros”. ¿Por qué los últimos van a ser los primeros? O: “Dichosos los que lloran porque serán consolados”. No, los que lloran no pueden ser dichosos. Él tendía a exaltar la desdicha. Prefiero lo de Bernard Shaw cuando fueron a verlo unos obreros irlandeses patriotas y se habló de cómo Irlanda había sufrido, no sé, en manos de los daneses, de los ingleses, de medio mundo. Shaw les dijo: “Sí, pero el haber sido matados todos, no es un mérito”. Tenía razón: haber sufrido no es un mérito.
—¿Qué es un obrero para usted?
B: No pienso en la gente según el gremio. Yo veo en cada hombre a un individuo. El hecho de que sea un obrero, un estudiante, o que sea un profesor, es algo secundario; el oficio no es importante. Yo he conocido a gentes de toda clase, incluso a obreros y malevos también, y me di cuenta de un hecho. Por ejemplo, yo tenía amigos míos que eran tipógrafos y porque eran tipógrafos no eran menos importantes que si fueran A, B, C o D. Por eso le digo, ¿qué piensa usted del estudiante, del millonario? Bueno, qué sé yo.
—¿Quién es más real para usted, Macbeth o Perón?
B: Bueno, Macbeth, desde luego.
—¿Para usted la literatura es más real que la Historia?
B: La que llamamos Historia está hecha de memorias y de imágenes. El que usted ha mencionado es un personaje de la memoria, salvo que yo nunca pienso en él. A la larga todos nos convertimos en personajes de la memoria ajena. Macbeth lo es. Rosas también.
—¿Y Perón?
B: También, salvo que yo prefiero no mencionarlo. Ponga Rosas, que es lo mismo.
—¿A qué le tiene miedo Borges, si tiene algún miedo?
B: A una larga vida. He vivido demasiado. Mi enemigo es la longevidad y estoy incurriendo en ella. Es lo que más me aterra. Puedo cesar en cualquier momento...
—¿Por qué cosa merecería Borges ir al infierno?
B: A veces he sido egoísta, insensible al afecto de otros. También por haber capitaneado el movimiento ultraísta, ¿no? El ultraísmo ha llevado a todos a los círculos del infierno dantesco, sí.
—¿Y si el infierno fuera una biblioteca, Borges?
B: Entonces no sería un infierno. Bueno, claro, depende de los autores, ¿no? Creo que si del infierno están excluidos los malos autores, incluso yo, entonces ya no selecciono, ¿no? Ahora, si llego a encontrarme con libros míos allí, mejor entonces, sí.
—¿Qué libro suyo tendría que estar en el infierno?
B: El que voy a publicar el año que viene. El no escrito todavía....
—¿Cuál ha sido el momento más grave de su vida?
B: He sido desdichado tantas veces que se precisaría una especie de concurso. Habría que elegir entre muchos momentos. Eso es lo grave.