Último encuentro con Borges: sentado, hierático y momentáneamente desubicado como si con el pensamiento trastabillara
en el peldaño olvidado, Jorge Luis Borges duda unos instantes.
Sigue siendo Carlos Mastronardi, nuestro amigo común, quien, una
vez más, ha “organizado” el encuentro. ¿No estuve yo en el homenaje a
Mastronardi en el cementerio de Gualeguay a los cinco años de su
muerte y al cual él asistió?
Éramos estudiantes de Letras en la Universidad de La Plata cuando,
ante el desmantelamiento de los cuadros universitarios y la llegada
masiva de profesores apodados “flor de ceibo”, entre varios amigos
decidimos instaurar una cátedra paralela que nos permitió entrar en
contacto con la flor de la intelectualidad argentina, mandada guardar
en ese momento por el populismo triunfante del general Perón. Borges,
también echado de su puesto de bibliotecario por haber firmado manifiestos
antinazis (según se le informó en una oficina pública), iniciaba
una carrera como conferencista que iría a depararle no pocas satisfacciones.
Es así como una tarde pudimos oír a un hombre decir cosas extraordinarias,
al parecer a otra persona, también en todo punto extraordinaria,
que lo estaría escuchando apostada en la habitación contigua.
De las visitas que nos hizo (conservo apuntes de sus conferencias), en
una ocasión decidimos terminar lo que de la tarde quedaba en mi casa.
En un momento de la charla recuerdo haberle preguntado si también él
como su padre, era entrerriano.
-No, soy mero porteño, me contestó.
Pese a esa respuesta, era Borges extremadamente sensible al lugar de
origen de una persona.
Los encuentros esporádicos se sucedieron; alguna vez una carta, y los
años.
Entre treinticinco y cuarenta años después de aquella tarde y anochecer
platense, la misma conversación, no interrumpida y con ligeras variantes,
tenía lugar en ese hotel parisiense.
Con celeridad, su prodigiosa memoria reconstituía el rompecabezas.
Una vez que invocamos la sombra de su padre, nacido en la ciudad de
Paraná a causa de los avatares de la política de Rosas, pude esta vez
contarle de mi bisabuelo materno, porteño de nacimiento y exilado en Concepción del Uruguay por las mismas razones.
“No, yo no estuve en el homenaje a Carlos Mastronardi pues desde hace
casi treinta años vivo en Francia”.
Es ahora que Borges recobra la imagen completa de esa media hora de
vida, se calla unos instantes, va a callarse a los confines de sí mismo,
hueco desmesurado de Jorge Luis Borges abierto en medio del bullicio
vesperal del salón. Se recobra, con su infinita cortesía me dice:
-Todos somos unitarios.
Tiempo después me enteraría de que había dejado Buenos Aires, ya sin
deseos de volver. En su retiro de Ginebra estaba, como tantos, a la espera
de la noticia de su muerte y esta página podría denominarse (y
que Borges tenga a bien disculpar mi impudor): retrato de un héroe a
pesar suyo.
Arnaldo Calveyra
París
De La novela nacional (inédita en 1997)*
Variaciones Borges 4 (1997)
* Publicado bajo el título Si la Argentina fuera una novela
Buenos Aires, Editorial Simurg, 2000
Agradecemos este dato a Silvia Vegierski
Foto: Arnaldo Calveyra (Mansilla, Entre Ríos, 1929-París, 15 de enero de 2015)
por Daniel Modzinski