El inglés conoce la agitación de dos incompatibles pasiones: el extraño apetito de aventuras y el extraño apetito de legalidad. Escribo extraño, porque para un criollo lo son. Martín Fierro, el santo desertor del ejército, y el aparcero Cruz, el santo desertor de la policía, profesarían un asombro no exento de malas palabras y de sonrisas ante la doctrina británica de que la ley tiene razón, infaliblemente, pero también les petrificaría el pensar que su desmadrada vida de cuchilleros fugitivos era emocionante o deseable. Matar, para el criollo, era desgraciarse: nada más opuesto a la idea de El asesinato considerado como una de las bellas artes del mórbidamente virtuoso De Quincey, o de la Teoría del asesinato moderado, del sedentario Chesterton.
Ambas pasiones –la de las aventuras singulares, la de la inmaculada legalidad– hallan satisfacción en la narración policial. Edgar Wallace, tengo entendido, era uno de los más conocidos artífices de ese género literario. No he leído su obra. Lamento esa omisión y tengo el propósito de corregirla, porque no soy de los que misteriosamente desdeñan las tramas misteriosas. Creo, por el contrario, que la organización y la aclaración, siquiera mediocre, de un suculento asesinato o de un doble robo, exigen un trabajo intelectual que es muy superior a la fétida emanación de sonetos sentimentales o de diálogos entre personajes de nombre griego o de poesías en forma de Carlos Marx o de ensayos siniestros sobre el centenario de Goethe o de meritorios estudios sobre el problema de la mujer, Oriente y Occidente, la ética sexual, el alma del tango, y otras inclinaciones de la ignominia.
Espero que nuestra literatura argentina merecerá tener, algún improbable día, su Edgar Wallace.
En: Textos Recobrados 1931-1955 (2001)
Primera publicación en: Edgar Wallace (autobiografía con reseñas críticas de diversos escritores), Buenos Aires
Colección Misterio de J. C. Rovira Editor distribuida por Editorial TOR, Número 75, 1932.*
Luego en: Diario La Capital, Rosario, 19 de diciembre de 1989.
Y en: Radar Libros, diario Página 12, 20 de agosto de 2012.
Retrato de Jorge Luis Borges en revista Gente, década de 1970, Editorial Atlántida.
Al pie, portadas de la Colección Misterio que integró este volumen.
*Este texto está construido con los párrafos primero y último de Leyes de la narración policial.
Según comenta Alberto C. Vila Ortiz en Borges en Pichincha y otras memorias de un oficio perdido, Rosario, Homo Sapiens Ediciones, 1994, "la Colección Misterio, que aparecía todos los martes, era publicada por J. C. Rovira Editor. El tomo 75, en que se publica la autobiografía de Edgar Wallace, apareció poco después de la muerte del autor. Wallace murió en la madrugada del 10 de febrero de 1932 en Hollywood. [...] En este tomo se incluye un apéndice en el cual se nos dice que 'dos escritores argentinos de la nueva generación literaria expresan su autorizada opinión sobre la obra de Edgar Wallace: Jorge Luis Borges y Alberto Pinetta".
Que bien escrito y al mismo tiempo que absurdo : Inglaterra, la patria es la piratería.
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