19/6/18

Jorge Luis Borges: Palabras en el 60° aniversario de la Sociedad Distribuidora de Diarios, Revistas y Afines







    Señoras y señores: 

    Voy a contarles un cuento muy sencillo. Ustedes son el cuento; yo también mínimamente soy parte de este cuento. No es ninguna sorpresa. Todo es previsible, todo ha sido previsto y yo relataré sencillamente lo que ustedes ya conocen. 

   Bueno, vamos a empezar por el personaje menos importante del cuento. Ese personaje es un hombre ciego que ha sufrido abrumadoramente cien años. Pero no siempre fue ciego. Cuando era chico tenía vista y pudo ver dos o tres cosas. En su casa había una gran enciclopedia y en esa enciclopedia un grabado con tigres de Siberia, de Bengala, detrás de unos cañaverales, rayados. 

    El niño buscaba la letra T, buscaba el grabado del tigre y lo miraba ansiosamente, misteriosamente atraído por eso. Y en la biblioteca había un libro donde estaban las siete maravillas del mundo. Claro que siempre nos olvidamos de una. Uno de los grabados representaba el laberinto de Creta, no tal como quizá haya sido en verdad, sino como pudo soñarlo un dibujante. Había cipreses, había personas. Se veía un edificio muy alto y había pequeños intersticios y por ellos el niño pensaba que podía ver al Minotauro. En la casa había también un ropero hamburgués de caoba y con espejos que multiplicaban la imagen del niño, un poco aterrado ante esas imágenes que eran él, y además el mueble de caoba guardaba como recuerdo un espejo y creo que en latín se habla de speculum para significar imagen reflejada. Y bien, el niño miró esas cosas, miró el grabado del laberinto, miró la figura del tigre en el diccionario enciclopédico y también su triplicada imagen en el espejo.

    Después perdió la vista... Y esto es parte de la fábula. Y se dedicó a soñar. Ahora, como los sueños están hechos de recuerdos entretejidos, el niño sueña realmente con el tigre, con el laberinto y con los espejos y dedica toda su vida a esos sueños y a ensayar variaciones de esos sueños y a decirlos con palabras. 

   El hombre. El hombre que ya cumplió cien años, ve que su vida ha sido dedicada a dar con las palabras adecuadas para contar las tres sencillas fábulas que se entretejen con esos tres temas. Pero luego sucede algo, mejor dicho quizá está sucediendo algo.

    Vamos a suponer un cuento fantástico, que llegamos al año 1979, uno de los tantos modos de computar el tiempo. Y el hombre vive en una ciudad de muchos artífices, grabadores, dibujantes, pintores; se los llama plásticos, creo, pintores, todos, todos ellos curiosamente buscan como punto de partida las páginas escritas por el hombre y le muestran esas imágenes en una galería por el sur, y entonces sucede algo mágico, o varias cosas mágicas. En primer término el hombre ciego no puede ver las imágenes, pero la belleza le llega directamente. Sentimos la belleza como sentimos la cercanía de la llanura, del mar, o de una mujer; se siente inmediatamente, y el hombre sabe que esas obras son bellas y al mismo tiempo sabe que se equivocaron. Porque él ha querido sin alardes hilvanar palabras para entretejerlas, para narrar esos sueños, cuyo origen fue una imagen. Entonces, en este momento, que puede ser éste o puede haber ocurrido hace quince días, el hombre comprende que su destino no ha sido escribir palabras que serán olvidadas como todas las palabras, que su destino real para Dios, si es que Dios se toma el trabajo de existir, es el haber inspirado esas imágenes, el de haber sido estímulo de esas imágenes. Esas imágenes que nos rodean ahora servirán para que la obra del hombre, la obra del ciego de cien años sea recordada, sea una especie de epígrafe de esas hermosas imágenes. 

    Y yo quiero agradecerles a todos ustedes, especialmente a los artistas que están aquí, el haber sabido mejorar, ramificar mi pobre obra y haber hecho una obra de arte perdurable con mis vanas y olvidadas palabras. 

    Muchísimas gracias



Palabras durante la celebración de su cumpleaños número 80, que coincidió con el ciclo Mes de las Letras (agosto de 1979) 
En simutáneo a los festejos por el 60° aniversario de la Sociedad Distribuidora de Diarios, Revistas y Afines, sede del evento. 
En la ocasión, el poeta venezolano Juan Liscano rindió a su vez, un homenaje a Borges.
Foto: Jorge Luis Borges y Roberto Alifano en la SDDRA, Cortesía ©Ramón Puga Lareo
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