En Textos Recobrados se aprecia la evolución del creador argentino de la juventud a la madurez. El primer tomo muestra al escritor turista iniciático en Madrid y poeta casual, mientras el segundo aborda al bibliotecario genial.
Hay prehistorias de escritores que se leen como completamente desconectadas de lo que vendrá después: un puñado de huesos viejos, unos torpes signos en una pared oscura, restos imposibles de relacionar con aquello por lo que más tarde serán justa y felizmente recordados y celebrados. Lo que no ha impedido, claro, que desde hace ya varias décadas, la exhumación literaria de pre-textos y cuadernos de juventud se haya convertido casi en un deporte olímpico para familias, viudas, albaceas, editores y lectores.
El caso de Jorge Luis Borges —el caso de estos textos 'de juventud' y no tanto, ordenados cronológicamente en dos volúmenes y que incluyen artículos periodísticos, relatos, poesías, cartas, traducciones, encuestas, entrevistas, crítica de cine y de libros, y un miscelánico etcétera publicado originalmente en revistas y periódicos españoles— es, por una vez, diferente, atendible y necesario. En estos Textos recobrados de Borges —que no aparecen en sus Obras completas— no sólo asistimos a la educación de un artista a partir del análisis de amores y odios, sino, acaso lo que sea más interesante, al proceso que va de un joven Borges aprendiz de hechicero a un Borges maduro que ya comienza a sentirse mago magistral y, lo más importante, tan feliz como resignado personaje de sí mismo disfrutando y padeciendo los pros y las contras del adjetivo borgiano.
Leídos como mapa biográfico índice enciclopédico, la lectura de estos Textos recobrados es fascinante: el primer tomo nos muestra al Borges ultraísta, con simpatías bolcheviques, turista iniciático en Madrid y poeta en cualquier parte. Es también alguien a quien el Borges que ordena una breve autobiografía en 1970 para la revista The New Yorker recuerda como capaz 'de una productividad que me asombra ahora' y con cuya obra siente 'sólo una remota relación'. Lo que no impide, que el Borges futuro, el que vendrá —como en el célebre relato— ya se vislumbre en casi cualquier página conversando con su doble juvenil. Éste es el caso del breve y desopilante Lo cacharon en Cacheuta donde ya aparece el bestial desprecio clasista del que haría gala junto a Bioy Casares bajo el nombre de guerra de Bustos Domecq, o en las primeras de las numerosas aproximaciones rimadas con paso de flâneur a una Buenos Aires que puede parecerle antiguo laberinto en ruinas o metrópoli utópica según el humor y las ganas de caminar de este o de aquel día.
El segundo tomo muestra ya al bibliotecario casi ciego que ha cruzado la línea que separa al talento de la genialidad —entre 1931 y 1955 publica Historia universal de la infamia, Ficciones, El Aleph— y está a punto de convertirse en ícono de renombre internacional. Es, también, el Borges ya inescapablemente prisionero de sí mismo y de la lógica arbitrariedad de sus pasiones que le permiten tanto no entender la obvia grandeza de un filme como King Kong ('un mono de catorce metros de altura —algunos entusiastas dicen que quince— es evidentemente encantador, pero tal vez no basta. No es un mono jugoso; es un reseco y polvoriento artificio de movimientos esquinados y torpes', condena) como acorralar a todo el género policial en seis perfectas y arbitrarias leyes, perderse y encontrarse en un ensayo sobre la cuarta dimensión, o pasar sin esfuerzo de un análisis de las pesadillas en Kafka a la disección exquisita de una traducción al inglés de la lingua gaucha en Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes.
Borges, como un agujero negro, parece dispuesto a devorar toda la luz para iluminarnos; por lo que la lectura de estas páginas —se recomienda un consumo pausado, sin apuro— puede llegar a resultar avasallador, peligroso, y tan encandilante como el de asomarse al ojo de la cerradura de un Aleph o mantener una conversación despareja con una computadora famélica que todo lo sabe y que, aquello que no sabe, lo intuye. Informativa e informáticamente hablando, estos Textos recobrados equivalen —ya desde su título— a aquellos viejos y casi olvidados files que de improviso se recuperan, tanto tiempo después, en el disco duro de un ordenador desordenado. Imprescindibles —o cuando menos interesantes y reveladoras— piezas sueltas de un puzzle que se armaba en otra parte, bocetos en papel de lo que más tarde sería elevado a las cúpulas de las catedrales, teorías detrás de la práctica, base de datos. Otro Borges. Un Borges más dentro del mismo Borges de siempre. Un Borges jugoso. Lo que no es poco.
En El País, Madrid, sábado 28 de septiembre de 2002
Foto: Borges en 1955, tras asumir como Director de la Biblioteca Nacional
Foto: Borges en 1955, tras asumir como Director de la Biblioteca Nacional
Fotografía postal impresa, colección particular
La señora de la izquierda es Leonor Acevedo. ¿La de la izquierda podría ser Alicia Moreau de Justo? No estoy segura
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