A.: Borges, me interesaría conocer la circunstancia que motivó su magnífico cuento Funes el memorioso, y si usted no se opone, que indaguemos un poco a ese curioso personaje que compensa sus carencias a través de la memoria. ¿Es cierto que corresponde a una crisis suya de insomnio?
B.: Sí, es cierto. Yo puedo recordar con mucha claridad las circunstancias en que escribí ese cuento. Durante una temporada que debí pasar en un hotel, temía, en las horas del día, la llegada de la noche, porque pensaba que iba a ser una noche de insomnio, interrumpida, en todo caso, atrozmente por la pesadilla. Yo conocía muy bien ese hotel; yo me había criado de chico allí. Es un edificio que ya ha desaparecido, pero que tenía todas las imágenes del laberinto. Recuerdo los diversos patios, los corredores, las estatuas, la verja, las grandes salas desiertas, el portón, las puertas de entrada, la cochera, los eucaliptos y hasta un pequeño laberinto que también había. Y, especialmente, recuerdo un reloj, que servía para marcar el insomnio, porque marcaba inexorablemente la hora, la media hora, el cuarto de hora y la otra hora… De modo que yo no podía engañarme. Allí estaba el reloj de testigo y su golpeteo de bronce. Recuerdo que me acostaba y trataba de olvidarme de todo, y eso hacía, precisamente, que me acordara de todo. Imaginaba los libros en los anaqueles, la ropa en la silla, y aun mi propio cuerpo sobre la cama, todos los pormenores de mi cuerpo, la situación precisa de mi cuerpo. Entonces, como no podía olvidarme, seguía pensando en esas cosas, y pensando también: si yo pudiera olvidarme, sin duda podría dormir. Luego recordé aquello de que cuando uno duerme, uno es todos o, mejor dicho, no es nadie o, si es uno mismo, uno se ve en tercera persona. Uno es, como dijo Adison, el teatro, los espectadores, los actores, el autor de la trama, el escenario, todo al mismo tiempo.
A.: El olvido habría sido una forma de liberación y de lograr el sueño, ¿verdad?
B.: Sí. Pero mi insomnio me lo impedía y yo seguía pensando, imaginando continuamente el hotel, pensando en mi cuerpo y más allá de mi cuerpo y del hotel. Pensaba en las calles adyacentes, en la calle que conduce a la estación, en las casa vecinas, en la cigarrería… Llegué después a esta conclusión: por suerte mi memoria es falible, por suerte mi memoria no es infinita. ¡Qué terrible sería si mi memoria fuera infinita! Sería algo monstruoso. En ese caso yo recordaría cada una de las circunstancias del día de mi vida, que son naturalmente miles, según lo ha demostrado Joyce en el Ulysses. Cada día ocurren infinidad de cosas, pero felizmente las olvidamos y, por lo demás, hay muchas que son repeticiones. Entonces, de allí inventé la idea de un individuo que no estuviera ya representando la definición antigua de las facultades; es decir, memoria y voluntad, y que sólo tuviera memoria. Así llegué a la idea de aquel desdichado compadrito y así nació el cuento Funes el memorioso.
A.: Una de las más admirables metáforas del insomnio que se hayan escrito.
B.: Bueno, yo no comparto demasiado su criterio, pero ¡qué le vamos a hacer!… Ahora, le voy a revelar un hecho que tal vez pueda interesar a los psicólogos. Usted sabe que una vez escrito ese cuento, una vez descripta esa horrible perfección de la memoria, que acababa matando a su hombre, el insomnio que tanto me angustiaba desapareció.
A.: O sea que la consumación de ese cuento fantástico obró como terapia en usted. Hay mucha gente que sostiene que ese cuento es autobiográfico; sin duda lo es, ya que es como una especie de hipérbole de un estado mental suyo. ¿No es así?
B.: Cierto, sólo que en lugar de decir Borges, dije Funes. Yo me he quitado ahí algunas cosas y, obviamente, me he agregado otras que no tengo. Por ejemplo, Funes, el compadrito, no hubiera podido escribir el cuento; yo, en cambio, he podido hacerlo y he podido olvidarme de Funes y olvidarme también —no siempre— del desagradable insomnio. Ahora, yo creo que ese cuento debe su fuerza a que el lector siente que no se trata de una fantasía habitual, sino que yo estoy contando algo que puede tocarlo a él y que me tocaba a mí cuando lo escribí. Todo ese cuento viene a ser una especie de metáfora, como señaló usted, una parábola, del insomnio.
A.: Se nota, por otra parte, una constante muy concreta en todo el relato. Es decir, el personaje está situado en un lugar determinado y su drama se desarrolla también en ese lugar.
B.: Yo creo que logré en Funes el memorioso un cuento con formas concretas. Sí, está ubicado en un sitio determinado; ese sitio es Fray Bentos, en el Uruguay. Yo pasé, cuando niño, algunas temporadas en ese lugar, en casa de un tío mío; o sea que hay recuerdos de infancia. Luego busqué un personaje muy simple, un compadrito de pueblo. Como tenía que justificar eso de algún modo, bueno, describí una caída de caballo, en realidad una serie de pequeñas invenciones novelísticas, que por supuesto no le hacen mal a nadie. Finalmente le di ese título; un título que hace juego con el cuento.
A.: Borges, en idioma inglés, sin embargo, Funes the memorius, debe resultar extraño, ya que la palabra «memorius» no existe.
B.: Ah, no, esa palabra en inglés no existe y es verdad, le da un carácter grotesco al cuento, un carácter extravagante. En cambio, en español —aunque no sé si alguien ha usado la palabra «memorioso»— si uno oyera a un hombre de pueblo decir: «fulano es muy memorioso», uno por supuesto lo entendería. De modo que, como le dije, creo que el título Funes el memorioso hace juego con el cuento. Ahora, si se lo pone en otro idioma, por ejemplo, usando la palabra memorié, o alguna otra parecida, se puede interpretar que lleva un elemento intelectual. Y así puede parecer la historia de un personaje muy sencillo y muy desdichado a quien mata a temprana edad el insomnio.
Título original: Conversaciones con Borges [25]
Roberto Alifano, 1984
Imagen color sin atribución ni fecha: Juan José Arreola, Jorge Luis Borges
y Roberto Alifano en la Feria del Libro (y reportaje) vía
y Roberto Alifano en la Feria del Libro (y reportaje) vía