El voluminoso Diario de Bioy Casares, publicado hace poco, muestra algunos aspectos poco conocidos de Borges. Un tema opacado en su obra, y sin embargo visible en el Diario, se realza: el del cuerpo, tema casi vedado para el gran escritor, sobre todo si se trata del cuerpo erótico.
El erotismo, dice en El palabrero*, es algo que no aparece en mis obras. Debe ser porque soy un hombre ingenuo. O no: tal vez porque me parece difícil lo erótico. Creo que Whitman lo ha logrado. Estoy pensando en un verso de Whitman realmente curiosísimo, pero no sé si podrá traducirse: «loveflesh, swelling and delicious Licking» [Carne de amor que se hincha y que deliciosamente duele]. Carne de amor, qué lindo, ¿eh? Yo he preguntado y me dicen que no se usa en inglés «loveflesh». Igual lo inventó Whitman. Llamar «carne de amor» al falo. Es lindísimo. Y eso en inglés es más fuerte porque es una sola palabra compuesta. Ahora «swelling» —no me gusta. Es demasiado
grosero. En cambio «loveflesh» no es obsceno. Es amoroso, erótico. Sin embargo no puede ser más preciso. Yo creo que lo erótico presupone pureza. Por ejemplo, Quevedo no es erótico. Es obsceno, lo
cual es otra cosa.
Curiosamente, en el Diario de Bioy, Borges pronuncia muy a menudo frases obscenas y no precisamente poéticas, usa las más picantes del lunfardo y se deleita inventando situaciones a medias escabrosas, o compone versos donde un área del lenguaje casi totalmente desterrada de su escritura se introduce como algo natural. Parece serle habitual hablar del «culo» de las señoras, de su sonsera, junto con el mal gusto de ciertos escritores, incluyendo a quienes elogia en sus escritos, como Alfonso Reyes o Pedro Henríquez Ureña.
En uno de sus cuentos más famosos, «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», donde junto con sus amigos emprende investigaciones de tipo detectivesco para conseguir ediciones curiosas o inalcanzables, se pronuncia la famosa frase de un heresiarca que le da sentido al texto: «… los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres».
A Borges no le gusta su cuerpo, tampoco el sexo. Es curiosa por eso una escena relatada en el Diario: la novelista Estela Canto, de quien Borges estuvo muy enamorado y quien escribió un libro memorable sobre él, le exige, brutalmente, según Bioy: «Nuestras relaciones no pueden seguir así. O nos acostamos o no vuelvo a verte». Borges se mostró muy emocionado, y exclamó: «Cómo, ¿entonces no me tenés asco?». Y le pidió permiso para abrazarla. Y de Silvina Bulrich, la impertinente novelista oligarca de quien solía hablar mal con Adolfito, también estaba muy enamorado. «Un día», vuelve a contar Bioy, «ésta le preguntó “¿Qué hiciste anoche cuando volviste del Tigre”. Borges contesta: “Fui caminando a casa, pero pasé frente a la tuya; tenía que pasar por tu casa esta noche”. Silvina le preguntó a qué hora había pasado. Borges: “A las doce”. “A esa hora estaba en mi cuarto”, contesta, “en mi cama, con un amante”».
La impudicia y la altanería con la que Borges califica o denigra a casi todos sus contemporáneos, tanto argentinos como extranjeros, exceptuando sin embargo a varios escritores ingleses, se transforma en humildad y en rubores de adolescente cuando corteja a una mujer que le apasiona: el sexo le da miedo.
Quizá su texto más paradigmático en este sentido sea el cuento «La intrusa», que un día le dictaba a su madre, según el mismo Borges cuando se lo relata a Antonio Carrizo en Conversaciones: dos hermanos, hombres de campo, muy unidos y silenciosos, se enamoran de una misma mujer, quien sin quererlo los separa. Para resolver el problema, uno de ellos decide matarla. En ese momento, confiesa Borges, todo dependía de la frase en la cual el mayor le dice al menor que ha matado a la mujer. «Yo no sabía cómo dar con esa frase. Mi madre estaba siguiendo el dictado, muy desagradada. “Vos siempre con tus guarangos y tus cuchilleros”, pero había entrado en el cuento. Yo le dije: “Ahora llega el momento… aquí está toda la suerte del cuento. Depende de las palabras con las cuales el mayor le dice al menor que ha matado a la mujer a quien quieren los dos”. Mi madre me dijo: “Déjame pensar”, y luego con una voz del todo distinta, agregó: “Como si hubiera ocurrido el hecho”. “Bueno, escribilo entonces”, le dije yo. Lo escribió y me lo leyó. “A trabajar hermano, esta mañana la maté”. Y ella encontró la frase. Y sin esa frase, que fue muy elogiada después, el cuento se hubiera caído a pedazos. Y era de ella. Luego me dijo: “Espero que esta sea la última vez que tratás esos temas”. Claro, sí, porque a ella no le gustaban, le parecía que era absurdo todo eso. Además me decía que todos los guapos eran flojos, que yo admiraba absurdamente a impostores».
En verdad, releyendo el cuento, absurdamente misógino, la Juliana, amante del hermano mayor, despierta entre ellos el espíritu cainita. Para combatirlo, Cristián comparte a la mujer con Eduardo. «Yo me voy a una farra en lo de Farías», le dice. «Allí la tenés a la Juliana, si la querés, usala». No es la solución buscada. Cristián decide venderla en un prostíbulo que ambos visitan sigilosamente para verla. Cristián piensa —¿es Borges quien en realidad lo hace o quien lo encuentra admirable?— que la única solución válida es deshacerse de ella, pues los separa, les estorba. La famosa frase cambia, es ligeramente diferente de la que sugirió la madre, doña Leonor Acevedo de Borges, pero causa mayor efecto: «Cristián tiró el cigarro que había encendido y dijo sin apuro: —A trabajar hermano. Después nos ayudarán los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con sus pilchas, ya no hará más perjuicios».
*Se refiere a El Palabrista de Esteban Peicovich, publicado en México como El Palabrero [Nota de Florencia Giani]
En Glantz, Margo; Yo también me acuerdo
Sexto Piso, México, 2014