Zdravko Dučmelić y Jorge Luis Borges desarrollaron una relación
muy particular sumida entre la magia y la comprensión.
Dučmelić nació en Croacia en 1923 y en 1949 llegó a nuestro país,
donde se radicó, adoptando la ciudadanía en 1958. En 1981, la
Universidad Nacional de Cuyo le otorgó el título de Profesor Honorario
por la jerarquía de su tarea tanto docente como artística.
Residió en Mendoza desde 1951 donde ejerció la docencia como
titular de la cátedra de Pintura de la Escuela Superior de Artes de la
Universidad Nacional de Cuyo de la cual fue Director durante el
período 1963-1966. Murió poco después que Borges, habiendo procurado
durante años una comunicación con el autor que se vio interrumpida
por el destino, pero que no pudo evitar que se cruzaran
sus obras.
En adhesión a los homenajes que se tributan con motivo de
celebrarse el primer centenario del nacimiento del autor de El Aleph,
abordaremos en el presente trabajo un acercamiento focalizado en
una de sus temáticas recurrentes: el laberinto. Pero más
específicamente, intentaremos rastrearla en la transposición a la
plástica que ha realizado Zdravko Dučmelić, en donde la presencia
del creador de laberintos literarios construye un tejido cómodamente
conjugado en un nuevo lenguaje que no le es ajeno, y evoca en la
memoria del receptor de la obra de arte ecos de "Las ruinas circulares" y de "El inmortal".
Aunque privado de la visión tempranamente, Borges ha desarrollado
una estrecha relación con las artes plásticas, aunque ésta
es una región de su obra que se mantiene poco explorada. Ya desde
su juventud fue tocado a través de su hermana Norah y la influencia
del ultraísmo. A su regreso a Buenos Aires, es ella quien ilustra
Fervor de Buenos Aires. Unos años más tarde, en la revista Martín
Fierro aparecen trabajos de ambos y allí Borges conoció a Xul
Solar, con quien trabaría una gran amistad. Nuestro autor encontró
en el trabajo del plástico la figura paroxística de su universo literario:
los laberintos.
Según cuenta María Kodama, desde 1946 Dučmelić se encontró
atrapado por la fascinación que ejerció en él la obra borgeana y
se dedicó a trabajar con dos cuentos en particular: "El inmortal" y
"Las ruinas circulares". A través de estos dibujos logró recrear el
espíritu de la palabra borgeana traducida en imágenes. Pero como
los caminos de la vida son infinitos, finalmente los creadores se
encontraron en una exposición que Dučmelić presentó en Buenos
Aires sobre los cuentos que tanto había trabajado. Las cartas que
Dučmelić había enviado a Borges durante el período de gestación
parecían no haber tenido respuesta, pero el pintor continuó escribiendo
hasta que su obra estuvo terminada. Años después de la
muerte de ambos, María Kodama y Marta Dučmelić, viuda del
pintor, lograron recuperar algunas de las cartas y cuadernillos con
dibujos que habían sido obtenidos por un desconocido en un remate.
A pesar de esta interferencia que podría haberse evitado porque
del encuentro seguramente habría prosperado un mayor conocimiento y una amistad mutua, es claro que Dučmelić lo sentía como
a un alma gemela para poder trasladar su literatura con tanta intensidad.
En una de las cartas recobradas, el pintor le cuenta a Borges
que desde 1969 realizó diecinueve dibujos que no consideraba ilustraciones
en el sentido convencional, sino que sentía que eran como
recorrer los lugares por donde alguna vez había ocurrido algo. Se
considera pintor a la antigua y aclara que trabaja con óleos. Explica
también que registra la región y la topografía geológica y arqueológica
tratando de otorgar a estos paisajes un realismo ilusorio con
los recursos de la técnica tonal al óleo. Considera que lo suyo es
como una "lejana melodía amiga llena de admiración a su obra
literaria" y sin duda logra la materialización de sus ideas.
Borges cultiva el laberinto. Su relación se pierde en el laberinto postal y sus obras transmutan sus sueños en laberintos complejos y conmovedores a la vez. La obra de Dučmelić funciona como una pantalla donde se refractan los laberintos borgeanos, o más precisamente, como un juego de espejos. Recrea con plasticidad metafísica el espíritu y el carácter de sus relatos. La palabra imaginada y la imagen diseñada en la palabra dialogan en la cosmogonía de ambos creadores. Tanto la palabra como la imagen conceden la inmortalidad. Lo que nos conduce al cuento del que hemos de ocupamos en particular: "El inmortal". Entre su texto y sus ilustraciones nos transportan a un laberinto infinito perdido en la eternidad.
Borges cultiva el laberinto. Su relación se pierde en el laberinto postal y sus obras transmutan sus sueños en laberintos complejos y conmovedores a la vez. La obra de Dučmelić funciona como una pantalla donde se refractan los laberintos borgeanos, o más precisamente, como un juego de espejos. Recrea con plasticidad metafísica el espíritu y el carácter de sus relatos. La palabra imaginada y la imagen diseñada en la palabra dialogan en la cosmogonía de ambos creadores. Tanto la palabra como la imagen conceden la inmortalidad. Lo que nos conduce al cuento del que hemos de ocupamos en particular: "El inmortal". Entre su texto y sus ilustraciones nos transportan a un laberinto infinito perdido en la eternidad.
El primer laberinto que encontramos es el desierto. Este también
se repite en otros cuentos como "Los dos reyes y los dos laberintos".
Es un laberinto natural mucho más complejo que el creado
por el hombre porque ha sido concebido por el Todopoderoso. Es
posible encontrar una salida de un laberinto arquitectónico, pero el
laberinto de arena, símbolo de eternidad, no sólo perdura sino que
devora a sus víctimas: En el desierto los perdí, entre remolinos de
arena y la vasta noche.
Dučmelić titula sus cuadros a partir de citas tomadas de textos
borgeanos. En esta exposición, los fragmentos seleccionados se
corresponden con los elegidos por el artista para que sirvan como
instrumentos de referencia.
En "La ignorada arena", Dučmelić construye un laberinto
monocromático en donde la arena es una trampa mortal para el
visitante. De textura monocorde, entre luces y sombras se configura
el laberinto arenoso, el de mayor poder por ser infinito. Los que
entran nunca salen de él.
Insoportablemente soñé con un exiguo y nítido laberinto: en
el centro había un cántaro; mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo
veían, pero tan intrincadas y perplejas eran las curvas que yo
sabía que iba a morir antes de alcanzarlo.
Según confesó Borges, en una entrevista con Jorge Cruz para
el diario La Nación, el laberinto simboliza que el hombre está perdido,
aunque esta afirmación pueda resultar evidente. Otra de sus
particularidades es que todas las construcciones humanas tienen
una finalidad específica, pero, por el contrario, la idea de construir
un edificio para que el que entre en él se pierda, es una idea rarísima.
Los laberintos de Dučmelić consiguen desarrollar ese realismo
ilusorio que él se propuso. "Agujeros y nichos de la estirpe bestial
de los trogloditas devoradores de serpientes" también configura un
laberinto de arena que entreteje luces y sombras engamadas en
amarillo que pasa por un verde y se toma negro. Coincide entonces,
con la primera visión que el protagonista cree tener de la Ciudad
de los Inmortales: Vi muros, arcos, frontispicios y foros: el
fundamento era una meseta de piedra. Un centenar de nichos irregulares,
análogos al mío, surcaban la montaña y el valle.
Imagen y texto se describen mutuamente. Crean una sincronía
perfecta en donde la palabra es imagen y la imagen, palabra. "El
nítido laberinto", de composición tectónica, retoma la idea del laberinto
construido en el desierto. La distribución simétrica divide a
través de un eje central y reparte la obra en dos planos bien definidos:
el superior que contiene el laberinto oscuro y el inferior que
alberga la zona luminosa. La figura dominante es de naturaleza
estática y ningún indicio viviente denota movimiento alguno en la
creación. De carácter centrípeto, los laberintos se continúan en todas
las direcciones indefinidamente. Las formas son cerradas porque
determinan construcciones de estructura circular. Dice Mario
Flaminio Rufo sobre este punto: He dicho que la ciudad estaba fundada sobre una meseta de
piedra. Esta meseta comparable a un acantilado no era menos
ardua que los muchos. En vano fatigué mis pasos; el negro basamento
no descubría la menor irregularidad, los muros variables
no parecían consentir una sola puerta.
En este caso, la figura simplificada, de tonos que varían en la
gama del arena, se estiliza con trazos de carácter geométrico. Las
construcciones alargadas se elevan en busca de un cielo verdoso
con muros que no tenían puertas. No utiliza trazos de contomo y la
perspectiva descentrada se diversifica en variados puntos de fuga
que crean la sensación de realismo ilusorio. El punto de visón múltiple
descompone las formas que finalmente terminan jerarquizándose por el tamaño y la luz.
Los muros crean un laberinto que se levanta sobre la meseta y
configuran la ciudad. La imagen satisface las necesidades del texto
y lo superan, dándole vida a la urbe. Los corredores que recorre
Asterión, le abren paso a Mario hacia las nueve puertas que
anafóricamente repiten el tramado desigual.
El silencio era hostil y casi perfecto; otro rumor no había en
esas profundas redes de piedra más que un viento subterráneo,
cuya causa no descubrí; sin ruido se perdían entre las grietas
hilos de agua herrumbrada. Horriblemente me habitué a ese dudoso
mundo; consideré increíble que pudiera existir otra cosa que
sótanos provistos de nueve puertas y que sótanos largos que se
bifurcan.
La ilustración presenta un espacio profundo, donde las cavidades
se pierden en la oscuridad y nuevamente un eje horizontal descompone
la imagen entre la zona de luz y de sombras. El sector inferior, luminoso, contempla rugosidades y pasajes a otras latitudes;
en tanto la parte media otorga profundidad a través de la sombra
y la superior, con módica luminosidad, deja ver las construcciones
de piedra trabajada por el tiempo, áspera y sinuosa, que
apenas dibuja los pilares del laberinto.
El laberinto, en el que hay numerosas repeticiones, es confuso
pero tiene un centro al que Dučmelić da cuerpo. En este relato se
presenta en su aspecto físico. A esta Ciudad de los Inmortales, tan
tangible como la casa de Asterión, se llega por un laberinto subterráneo
y repite la estructura de la prisión. Tiene una geografía que
se identifica con el universo por su carácter reiterativo.
Emergí de una suerte de plazoleta; mejor dicho, de patio. Lo
rodeaba un solo edificio de forma irregular Y altura variable.
Mucho más luminosa que la imagen anterior por el hecho de haber emergido, permite el acceso de la luz a la escena. Propone valores próximos, sin contrastes, que continúan la gama de los arena. Siempre de construcción tectónica y simétrica, se divide por un eje horizontal que separa la construcción con muros y torres de las cavidades que conducen a los sótanos. De composición estática, la figura dominante es la edificación que se eleva hasta el límite superior de la imagen, despertando de esta forma la noción de continuidad. Las sombras otorgan profundidad y los puntos de visión múltiple se repiten como una constante en todas las ilustraciones. El claroscuro del cuadrante superior izquierdo es muy leve, aunque el más marcado, y trabaja con valores próximos. Maneja colores cálidos, quebrados, con sectores claros y otros oscuros que refieren profundidad y se expresan de manera uniforme.
Mucho más luminosa que la imagen anterior por el hecho de haber emergido, permite el acceso de la luz a la escena. Propone valores próximos, sin contrastes, que continúan la gama de los arena. Siempre de construcción tectónica y simétrica, se divide por un eje horizontal que separa la construcción con muros y torres de las cavidades que conducen a los sótanos. De composición estática, la figura dominante es la edificación que se eleva hasta el límite superior de la imagen, despertando de esta forma la noción de continuidad. Las sombras otorgan profundidad y los puntos de visión múltiple se repiten como una constante en todas las ilustraciones. El claroscuro del cuadrante superior izquierdo es muy leve, aunque el más marcado, y trabaja con valores próximos. Maneja colores cálidos, quebrados, con sectores claros y otros oscuros que refieren profundidad y se expresan de manera uniforme.
La idea de laberinto está en el centro de la obra y se encuentra
íntimamente ligada al juego de espejos. Las ideas de muerte e inmortalidad se reflejan una sobre otra. El miedo de ser conducido de
patio en patio infinitamente, se justifica en las repeticiones ociosas
que lo identifican con el universo.
No recuerdo las etapas de mi regreso, entre los polvorientos
y húmedos hipogeos. Únicamente sé que no me abandonaba el
miedo de que, al salir del último laberinto, me rodeara otra vez la
nefanda Ciudad de los Inmortales.
En esta imagen las zonas de luz se invierten. La línea del horizonte
separa los dos planos de la pintura. El superior, pleno de luz;
el inferior, apenas salpicado en su superficie por algún destello aislado.
Las pinceladas son ocultas y blandas, de textura regular y
lisa, pero a través del manejo del color logra dar a los muros del
laberinto la idea de aspereza propia de una zona arenosa. Las formas
son abiertas y simplificadas, de configuración geométrica que
mantiene, igual que en los casos anteriores, el punto de visión múltiple
en un espacio profundo, donde la relación entre la luz y la
sombra lo determinan. Se manejan valores próximos en donde será
la luz la encargada de determinar el claroscuro que separa el plano
inferior del superior. Propone colores cálidos, quebrados y matizados.
El laberinto está centrado en otro laberinto mayor, el natural, el desierto. Un tramado físico que contiene a otro y que simboliza la inseguridad del hombre en el mundo junto con sus intentos de jugar con el destino. Mientras que exista, el hombre permanecerá a la deriva.
El laberinto está centrado en otro laberinto mayor, el natural, el desierto. Un tramado físico que contiene a otro y que simboliza la inseguridad del hombre en el mundo junto con sus intentos de jugar con el destino. Mientras que exista, el hombre permanecerá a la deriva.
Esta ciudad (pensé) es tan horrible que su mera existencia y
perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina
el pasado y el porvenir y de algún modo compromete a los
astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso o
feliz.
Esta pintura, mucho más compleja que las anteriores, recarga
sobre el eje horizontal toda la construcción laberíntica de la ciudad
en colores fríos por primera vez, quebrados, que combinan claros y
oscuros junto con tonos matizados. La luz baña la parte superior de
la construcción, mientras que, principalmente, el cuadrante inferior
derecho se mantiene en sombras. Edificación abierta, utiliza la misma
perspectiva que las anteriores en un espacio profundo, también
con valores próximos y escasos claroscuros. Con pincelada oculta
y blanda y con textura regular y lisa conforma una panorámica de la
Ciudad de los Inmortales.
Ambas versiones del relato configuran un mismo y creciente
laberinto, que es nuestro destino. Es la perplejidad, la resignación y
la angustia cotidiana en la búsqueda de tomar la bifurcación correcta.
Pregunta constante, determina la solución o la frustración.
Es una búsqueda permanente por encontrar la salida. Es perseverancia
y tenacidad. Es movimiento e infinito. Dučmelić es Borges y
Borges es Dučmelić. Palabra e imagen son una sola. Todos los
laberintos son el laberinto. Todos somos Asterión.
María Gabriela Barbara Cittadini
IES N° 1 "Dra. Alicia Moreau de Justo", Buenos Aires
en Revista de Literaturas Modernas, Nº 29, 1999, Mendoza, Argentina
Imágenes:
Foto de Zdravko Dučmelić ante una de sus obras
Una de las ilustraciones para la publicación y
Cover Laberintos Borges/Dučmelić
Buenos Aires, Ediciones de Arte Gaglione, 1986