¿Quién se anima a entrar en un libro? El hombre en predisposición de lector se anima a
comprarlo —vale decir, compra el compromiso de leerlo— y entra por el lado del prólogo, que
por ser el más conversado y menos escrito es el lado fácil. El prólogo debe continuar las
persuasiones de la vidriera, de la carátula, de la faja, y arrepentir cualquier deserción. Si el
libro es ilegible y famoso, se le exige aún más. Se esperan de él un resumen práctico de la
obra y una lista de sus frases rumbosas para citar y una o dos opiniones autorizadas para
opinar y la nómina de sus páginas más llevaderas, si es que las tiene. Aquí —ventajosamente
para el lector— no se precisan ni sustituciones ni estímulos. Este libro es congregación de
muchos poetas —de hombres que al contarse ellos, nos noticiarán novedades íntimas de
nosotros— y yo soy el guardián inútil que charla.
¿Qué justificación la mía en este zaguán? Ninguna, salvo ese río de sangre oriental que va por
mi pecho; ninguna salvo los días orientales que hay en mis días y cuyo recuerdo sé merecer.
Esas historias —el abuelo montevideano que salió con el ejército grande el cincuenta y uno
para vivir veinte años de guerra; la abuela mercedina que juntaba en idéntico clima de
execración a Oribe y a Rosas— me hacen partícipe, en algún modo misterioso pero constante,
de lo uruguayo. Quedan mis recuerdos, también. Muchos de los primitivos que encuentro en
mí, son de Montevideo; algunos —una siesta, un olor a tierra mojada, una luz distinta— ya no
sabría decir de qué banda son. Esa fusión o confusión, esa comunidad, puede ser hermosa.
Mi paisano, el no uruguayo recorredor de esta antología, tendrá con ella dos maneras de
gustos. Eso yo puedo prometérselo. Uno será el de sentirse muy igual a quienes la escriben; el
otro, el de saberlos algo distintos. Esa distinción no es dañosa: yo tengo para mí que todo
amor y toda amistad no son más que un justo vaivén de la aproximación y de la distancia. El
querer tiene su hemisferio de sombra como la luna.
¿Qué distinciones hay entre los versos de esta orilla y los de la orilla de enfrente? La más
notoria es la de los símbolos manejados.
Aquí la pampa o su inauguración, el suburbio; allí los árboles y el mar. El desacuerdo es
lógico: el horizonte del Uruguay es de arboledas y de cuchillas, cuando no de agua larga; el
nuestro, de tierra. El anca del escarceador Pegaso oriental lleva marcados una hojita y un pez,
símbolos del agua y del monte. Siempre, esas dos tutelas están. Nombrada o no, el agua
induce una vehemencia de ola en los versos; con o sin nombre, el bosque enseña su sentir
dramático de conflicto, de ramas que se atraviesan como voluntades. Su repetición vistosa,
también.
Dos condiciones juveniles —la belicosidad y la seriedad— resuelven el proceder poético de los
uruguayos. La primera está en el personificado Juan Moreira de Podestá y en los matreros
con divisa de José Trelles y en el ya inmortal compadrito trágico Florencio Sánchez y en las
atropelladas de Ipuche y en el
¡A ver quién me lo niega!
con que sale a pelear por una metáfora suya, Silva Valdés. La segunda surge de comparar la
cursilería cálida y franca de Los parques abandonados de Herrera y Reissig con la
vergonzante y desconfiada cursilería, entorpecida de ironías que son prudencias, que está en
El libro fiel de Lugones. El humorismo es esporádico en los uruguayos, como la vehemencia
en nosotros. (Cualquier intensidad, hasta la intensidad de lo cursi, puede valer).
Obligación final de mi prólogo es no dejar en blanco esta observación. Los argentinos
vivimos en la haragana seguridad de ser de un gran país, de un país cuyo solo exceso
territorial podría evidenciarnos, cuando no la prole de sus toros y la feracidad alimenticia de
su llanura. Si la lluvia providencial y el gringo providencial no nos fallan, seremos la Villa
Chicago de este planeta y aún su panadería. Los orientales, no. De ahí su claro que heroica
voluntad de diferenciarse, su tesón de ser ellos, su alma buscadora y madrugadora. Si muchas
veces, encima de buscadora fue encontradora, es ruin envidiarlos. El sol, por las mañanas,
suele pasar por San Felipe de Montevideo antes que por aquí.
En Antología de la moderna poesía uruguaya, 1900-1927
seleccionada por Ildefonso Pereda Valdés y palabras finales de JLB
Buenos Aires, El Ateneo, 1927
También en Textos recobrados 1919-1929
© María Kodama 1997/2007
© 2011 Editorial Sudamericana
Imágenes: Tapa y portada de la Antología