16/9/16

Vlady Kociancich: Algo sobre Borges [I de IV]





Pobre Georgie, qué lejos está.
Comentario de Silvina Ocampo al enterarse de la muerte de Borges

La risa de Borges

Leo hoy la noticia de que parientes de Borges reclaman la exhumación y cremación del cadáver y su traslado a Buenos Aires. Aluden a la voluntad de Borges, supuestamente manifestada antes de su última residencia en Ginebra. Si el pleito prospera, engrosará las página de la mala literatura, pretenciosa y feroz, que está inspirando su secreta agonía, su recoleta muerte en Suiza.

Estos trajines necrófilos le hubieran hecho poca gracia a Borges, el escritor. Su obra es singularmente rica en muertes limpias de la chambonería de la carne. La muerte borgeana, expurgada de sangre, de dolor, de humillaciones corporales, nunca se presenta más que como una cesación, brusca y poética, de afanes, o como una revelación, lírica o irónica, de sueños o de pesadillas. El muerto no entorpece la acción de un cuento con el bulto de su cadáver, la muerte calla juiciosamente el trámite aborrecible que la divorcia de la vida. Muerto y muerte se estilizan en un gesto, una frase.

A mí no me cuesta imaginar que Borges, consciente de su próximo fin, encontraría algún consuelo en la precisión literaria de morirse en Ginebra. De todo su pasado, era el tramo que mejor convenía a su estética. La ciudad de los días de estudiante era una ciudad abstracta. El estudiante no era mucho más real. En cuando al sentimiento de su juventud, está claramente expresado en su relato "El Otro": Borges habla con Borges, de Borges.

En los últimos años, mientras el gran amante de las ciudades se echaba en brazos de una o de otra, enamorado persistente e infiel, no agregó un detalle al puñado de escasas anécdotas que lo unía a Ginebra. Tampoco le asestó ninguno de los zarpazos burlones e ingeniosamente peyorativos que intercalaba como una fe de erratas en el libros de sus amores. Uno podría pensar que guardó esa ciudad como un papel en blanco para escribir su epitafio.

Hay mucho del escritor atento a su lector (y Borges era de esa raza) en la organización de los materiales de Ginebra. Un ciudad de la memoria, un adolescente reflejado en el espejo donde se mira el muerto.

El solemne funeral religioso con que se lo enterró ha sorprendido a quienes en la intimidad y en público lo oímos repetir cortésmente, pero con firmeza, su condición de ateo. Que en ese entierro oficiaran simultáneamente dos sacerdotes (uno por la Iglesia Católica, otro por la Protestante) como si un solo delegado del otro mundo no baste para convencernos de que Borges conseguirá alojamiento en algún Paraíso, suena a broma de Borges. Que un tribunal civil dispute por la consumación ígnea o biológica de sus restos hubiera desconcertado al mismo Borges, tan poco atento al destino del cuerpo, esa edición de autor. ¿Se hubiera reído, finalmente?

El Borges que yo conocí en 1959, sí. A carcajadas.



En Vlady Kociancich: La raza de los nerviosos
Buenos Aires, Seix Barral, 2006
Foto: Captura Borges. Encuentro con las Artes y las Letras -1976,  RTVE 


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