La ceguera me ha enseñado a pensar más, a sentir más, a recordar más y a leer y escribir más.
Cortínez, 1967
Alguien se extrañó de que su bastón no fuese blanco.
—¿Para qué? —responde Borges—, de todas formas yo no distingo los colores.
—¿Para qué? —responde Borges—, de todas formas yo no distingo los colores.
Es que vivir se parece mucho a la ceguera y a la vejez. En todo caso, no es patético, es algo bueno, las cosas se alejan, se esfuman, se desdibujan y uno puede imaginarlas mejor o recordarlas. Es como la ausencia, que es una forma de presencia, o la nostalgia, por ejemplo. La ceguera se parece a todas esas cosas que son ciertamente preciosas, a la nostalgia, a la vejez, que es hermosa también. Es aceptar tus límites, darse cuenta de quién es uno, de lo que puede ser, o mejor, de lo que no puede ser, sobre todo. Y eso es grato, sí. Ya durante toda la vida uno está buscándose y luego, en la vejez, uno se encuentra y se encuentra en sus límites sobre todo. La ceguera es ciertamente un límite, es una especie de cárcel, pero no penosa. La gente es muy buena con los ciegos; con los sordos no, con los sordos es irritable, pero con los ciegos es generosa…
En Borges A/Z
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Imagen: Borges recorre una de las escalinatas de Ginebra
Foto Muestra Atlas, Buenos Aires, abril/mayo de 2016
Portada del libro Borges A/Z
Colección La Biblioteca de Babel