Por lo general no soy partidario de la censura, ya que es una interrupción de los
derechos individuales por el Estado, cosa que nunca he aceptado ni aceptaré. Sin
embargo, en este caso me siento paradójicamente muy agradecido, ya que en la película
de Christensen 1 se han hecho sugerencias de homosexualidad, y yo no tengo nada que
ver con ese tipo de asuntos. Es más: cuando él compró los derechos del cuento para su
film, yo le insistí sobre el hecho de que podían omitir mi nombre y el nombre del libro,
y así poder proceder con mayor libertad, ya que mi cuento es apenas un estímulo para
un film como éste. En él hay obscenidades, hay desnudos, y además (esto es lo más
grave) se sugiere la pornografía y el sexo. Pero no: me incluyó como autor, y yo temo
que todo esto pueda comprometerme personalmente, que la gente pueda creerme
cómplice del film. De modo que le agradezco a la censura su intervención. Y creo que
Christensen también, porque si no va a quedar un poco en ridículo.
Si Christensen está enojado, debe ser por un problema comercial. Insisto: en este
caso estoy de parte de la censura porque me beneficia y porque frente a la pornografía
considero aceptable la labor del censor. Vale la pena aclarar mi posición: digo que en
lo referente a la pornografía la aplicación de la censura está bien, pero en lo referente a
la política no. Hay que aprender a ver dónde está lo realmente pernicioso. Yo estuve en
Francia y en los Estados Unidos, y allí se ha probado y comprobado con seriedad que
las licencias llevan, por lo general, a la pornografía. Y como yo trato de no ser
obsceno, de escribir y pensar en forma decorosa, no me gustaría saber que la gente
malinterpreta todo y me juzga vinculado a la película de Christensen. No tenía ninguna
necesidad de mencionarme, y más aún si pensaba hacer un film tan pero tan distinto.
Siempre se puede proteger la honra ajena: ponerle otro título a la película, cambiarle
los nombres a los personajes. Eso se puede hacer.
Porque no se trata de una versión libre, sino de una versión distorsionada. Estoy
asombrado todavía. Cuando se dice que la censura es perniciosa siempre, yo pienso
que no siempre, porque la prohibición de lo indecoroso muchas veces induce a la
ironía, obliga a esforzarse para decir las cosas de un modo indirecto y no de un modo
burdo. Así, por ejemplo, la censura puede favorecer el cultivo de la ironía, esa sutileza
expresiva capaz de una mayor eficacia que la palabra gruesa o la situación grosera. Lo
contrario (que está tan de moda, para nuestra desgracia) es caer en la palabra falsa y en
la más pedestre de las chabacanerías.
Ahí está el caso, por ejemplo, del médico que anunció la muerte de Sadat. Podía
haber dicho: Sadat ha muerto. Pero dijo: Sólo Dios es inmortal. Ése es un exceso, un
abuso de confianza, un error. Con “La intrusa”, pasa lo mismo.
* Revista Somos [2]
Buenos Aires, Año 6, Nº 273, 11 de diciembre de 1981
[1] El director Carlos Hugo Christensen filmó el cuento “La intrusa” [+], de Jorge Luis Borges, cuya exhibición fue
prohibida. En este mismo número de la revista Somos, Christensen defiende el film en una nota titulada “No a la
censura”. (N. del E.)
[2] En la revista Somos se publican otros testimonios de Borges que no incluimos en este libro. Ellos son: “El fenómeno Borges, según Jorge Luis Borges”, 1º de julio de 1977; “El misterioso premio Nobel”, 20 de octubre de 1978; “¡Qué injusta es la literatura argentina!”, 29 de diciembre de 1978. (N. del E.)
Luego en Textos recobrados 1956-1986
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi
© 2003 María Kodama
© Emecé editores
Buenos Aires, 2003
Arriba: Fotogramas del film
Abajo: Poster publicitario