Imposible mencionar el nombre de Kipling sin que irrestañablemente surja el pseudo-problema: ¿Debe o no el arte ser instrumento político? Uso el prefijo pseudo, pues quienes nos abruman (y se distraen) con esa atolondrada investigación, parecen olvidar que en el arte nada es tan secundario como los propósitos del autor. Imaginemos que hacia 1853 la sombría doctrina de Schopenhauer (no la dichosa de Emerson) hubiera movilizado a Walt Whitman. ¿Serían muy distintos sus cantos? No me parece. Los versículos bíblicos guardarían la amargura primaria; las enumeraciones demostrarían la horrible variedad del planeta; los americanismos y barbarismos no serían menos aptos para la queja que ahora para el júbilo. La obra, técnicamente, sería igual. He imaginado una inversión del propósito; en cualquier literatura hay libros ilustres cuyo propósito es imperceptible o dudoso. El Martín Fierro, para Miguel de Unamuno, es «el canto del luchador español que, después de haber plantado la cruz en Granada, se fue a América a servir de avanzada a la civilización y abrir el camino del desierto»; para Ricardo Rojas, es «el espíritu de la tierra natal», y también «una voz elemental de la naturaleza»; yo lo creí siempre la historia de un paisano decente que degenera en cuchillero de pulpería… Butler, que supo de memoria la Ilíada, y que la tradujo al inglés, creía que el autor era un humorista troyano; hay eruditos que no comparten esa opinión.
«Edward Shanks, Rudyard Kipling…», 1941
Tenía entendido que sólo había buena y mala literatura. Eso de literatura comprometida me suena lo mismo que equitación protestante.
El Día, 1970
Un escritor comprometido… es aquel que prefiere la política a la literatura.
Bryce Echenique, 1986
En Borges A/Z
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Retrato de Borges en revista Siete Días, 1972
Portada del libro Borges A/ZCol. La Biblioteca de Babel