Mi último tigre. Esta foto fue tomada en la reserva de animales de Cutini, que está cerca de Luján. Recuerdo que un amigo me llevó y vi, maravillada, cómo Cutini entraba al predio donde estaban los tigres, desnudo hasta la cintura para que la gente pudiera comprobar que no llevaba armas; los tigres lo rodearon y jugaron con él como cachorros de gato.
Cuando se lo conté a Borges, loco de alegría me dijo que quería ir ¡¡¡ya!!!, pero debimos esperar al fin de semana. Al verlo, Cutini se acercó de inmediato y le dijo, sentándolo en un tronco de árbol: "Maestro, va a tener el honor de acariciar a mi tigre Rosie, ya vuelvo".
Toda la gente que visitaba el lugar se arremolinó alrededor de Borges, y de pronto apareció caminando junto a Cutini un espléndido animal. Yo creí que guiaría la mano de Borges para que acariciara la cabeza del tigre. Cutini le explicaba a Rosie que el maestro tendría el honor de acariciarla y que ella sería, a su vez, honrada por Borges, que estaba ansioso por conocerla.
Luego de estas explicaciones le dijo: "Saluda al Maestro, Rosie". Ella, acercándose, puso las dos patas sobre los hombros de Borges, que le acariciaba el flanco mientras ella le lamía la cabeza como si fuera uno de sus cachorros. La gente contenía la respiración, había un silencio que se sentía como una presencia física. De pronto se oyó la voz de Borges que decía: "María, ¿cree que puede arañarme? ¡Qué peso tiene! ¡Y qué olor...!"
En un espléndido atardecer de verano, mientras comíamos sentados en la veranda de la casa, a contraluz, Borges distinguió algo que se movía: "No me diga que es lo que imagino", me dijo. "Sí, son seis tigres de bengala que se pasean alrededor de la mesa", respondí.
Al terminar la visita, emocionado, Borges me dijo que nadie en su vida le había hecho un regalo tan maravilloso e inolvidable como el que acababa de materializar el sueño de su niñez.
Foto y fragmento de Sobre las fotografías (notas)
Epílogo de María Kodama a Atlas
Buenos Aires, Emecé, 1984-2000