1/3/15

Salman Rushdie sobre Borges en Joseph Anton (Fragmentos)







Hacía mucho tiempo, en una visita a Mijas -Mijas, donde Manuel Cortés permaneció escondido de Franco durante tres décadas, pasando sus días en un hueco detrás de un armario, y donde, al mudarse su familia, recorrió disfrazado de anciana las calles del pueblo donde había sido alcalde-, conoció a un fotógrafo de origen alemán llamado Gustavo Thorlichen, un hombre alto y apuesto de facciones aguileñas, cabello plateado y lustroso y tres buenas anécdotas que contar. Según el grupo de expatriados residentes en Mijas, probablemente era ex nazi, porque había acabado en Sudamérica. En realidad, había huido de Alemania a Argentina en la década de 1930 para escapar de los nazis. [...]

[Un día,] hallándose en una librería de Buenos Aires en sus tiempos de joven fotógrafo, justo en los comienzos, vio entrar lentamente en la tienda a un hombre mucho mayor: era Jorge Luis Borges. Se armó de valor, se acercó al gran escritor y le explicó que trabajaba en un libro de fotografías, un retrato de Argentina, y que se sentiría muy orgulloso si Borges escribía el prólogo. Pedir a un ciego que escribiera la introducción a un libro de imágenes era un disparate, él lo sabía, pero se lo pidió de todos modos. Borges respondió: «Vamos a dar un paseo». Mientras caminaban por la ciudad, Borges describió los edificios que lo rodeaban con precisión fotográfica. Pero de vez en cuando había un edificio nuevo en sustitución de otro viejo ya demolido. Entonces Borges paraba y decía: «Descríbalo. Empiece por la planta baja y siga hacia arriba». Mientras Gustavo hablaba, veía a Borges construir el nuevo edificio en su mente y fijarlo en su sitio. Al final del paseo, Borges accedió a escribir el prólogo.

Thorlichen le había regalado a él un ejemplar de su libro Argentina, y pese a que lo tenía guardado en una caja en algún sitio junto con casi todas sus pertenencias, recordaba aún lo que Borges había escrito sobre los límites de la fotografía. La fotografía veía solo lo que tenía enfrente, y por eso una fotografía no capturaría jamás la verdad de la gran Pampa argentina. «Darwin observa (y Hudson lo corrobora) -escribió Borges- que esta llanura, famosa entre las llanuras del mundo, no deja una impresión de vastedad a quien la mira desde el suelo o desde el caballo, ya que su horizonte es el de la vista y no excede los cinco kilómetros. Dicho sea con otras palabras: la vastedad no está en cada percepción de la Pampa (que es lo que puede registrar la fotografía) sino en la imaginación del viajero, en su memoria de jornadas de marcha y en su previsión de otras muchas.» Solo el paso del tiempo reflejaba la infinita vastedad de la Pampa, y una fotografía no podía capturar la duración. Una fotografía de la Pampa mostraba solo un campo extenso. No podía capturar la monotonía inductora del delirio de quien viaja y viaja y viaja por ese vacío inmutable, infinito.

Conforme esa nueva vida llegaba a su cuarto año, a menudo se sentía como ese viajero borgiano imaginario, aislado en el espacio y el tiempo. La película Atrapado en el tiempo aún no se había estrenado, pero cuando la vio se identificó poderosamente con su protagonista, Bill Murray. También en su vida cada paso adelante se veía anulado por uno atrás. La ilusión de cambio se desvanecía con el descubrimiento de que nada había cambiado. La esperanza quedaba eliminada por la decepción, las buenas noticias por las malas. Los ciclos de su vida se repetían una y otra vez. De haber sabido que todavía le quedaban por delante otros seis años de secuestro, extendiéndose más allá del horizonte, quizá habría sucumbido a la demencia. Pero él sólo veía hasta el borde de la tierra, y lo que había más allá seguía siendo un misterio. Prestaba atención a lo inmediato y dejaba que el infinito se ocupara de sí mismo.

Fragmento del Capítulo VI
Por qué es imposible fotografiar la Pampa


A mediados de la década de 1970 asistió a una conferencia de Jorge Luis Borges en el centro de Londres, y allí en el estrado, junto al gran escritor, que parecía una versión latinoamericana y más lúgubre del cómico francés Fernandel, había una hermosa joven de aspecto japonés. ¿Quién es ésa? recordaba haberse preguntado, y ahora, después de tantos años, allí estaba María Kodama, caminando hacia ellos para darles la bienvenida a Buenos Aires, la legendaria viuda de Borges, María K, con su cabello de cebra, y almorzarían en el restaurante que llevaba su nombre. Y después del almuerzo los llevó a su Fundación Internacional Jorge Luis Borges, no ubicada en la antigua casa de Borges, sino en la contigua, porque el dueño de la casa real no quería vender; la casa que albergaba la Fundación era una imagen especular de la casa «real», y parecía apropiado que se conmemorara a Borges por medio de una imagen especular. En el piso superior del edificio había una réplica exacta del cuarto de trabajo del escritor, una austera y estrecha celda monástica con una sencilla mesa, una silla de respaldo recto y un camastro en un rincón. El resto de la planta estaba lleno de libros. Si uno no había tenido la suerte de conocer a Borges, conocer su biblioteca era la segunda mejor opción. Allí, en aquellos estantes políglotos, se hallaban los ejemplares de Stevenson, Chesterton y Poe, tan queridos para el escritor, junto con libros en la mitad de los idiomas del género humano. Recordó la anécdota del encuentro entre Borges y Anthony Burgess. Tenemos el mismo apellido, había dicho Burgess al maestro argentino, y luego, buscando una lengua común en la que conversar que fuera ininteligible para quienes los escuchaban alrededor, acordaron usar el anglosajón, y charlaron desenfadadamente en la lengua de Beowulf.

Y había toda una sala llena de enciclopedias, enciclopedias de todo, de cuyas páginas había nacido, sin duda, la famosa y falazmente llamada Anglo-American Cyclopaedia, una «reimpresión literal, pero también morosa, de la Encyclopaedia Britannica de 1902», en cuyo volumen cuadragésimo sexto los personajes ficticios «Borges» y «Bioy Casares» habían descubierto el artículo sobre el país de Uqbar en la gran ficción «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», y también, naturalmente, la enciclopedia mágica del propio Tlön. Podía haberse pasado el día entero con aquellos venerables libros, pero solo tenía una hora. Cuando se iban, María entregó a Elizabeth un precioso obsequio, una «rosa del desierto» de piedra, uno de los primeros regalos que Borges le había hecho, dijo, y espero que seáis tan felices como lo fuimos nosotros.
«¿Recuerda -le preguntó él a María- un texto que Borges escribió como prefacio a un libro de fotografías de Argentina de un fotógrafo llamado Gustavo Thorlichen?» 
«Sí -contestó ella-. El texto en el que habla de la imposibilidad de fotografiar la Pampa.»
«La Pampa infinita -dijo él-, la Pampa borgesiana que está hecha de tiempo, no de espacio: ahí es donde vivimos nosotros.»

Fragmento del apartado Instantáneas de Argentina
Capítulo VII, Un cargamento de estiércol






En Joseph Anton (A memoir)
Traducción de Carlos Milla Soler 
©2012, Rushdie, Salman 
©2012, Mondadori
Post propuesto y selección: Francisco Alvez Francese [FB] 
Foto cabecera: Salman Rushdie, New York, 2013 -by Christopher Anderson
Foto al pie: Gustavo Thorlichen [+] [+] [+]
Cfr: Gustavo Thorlichen. La República Argentina. Prólogo Jorge Luis Borges
Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1958






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