To Beatriz Bibiloni Webster de Bullrich
I
The useless dawn finds me in a deserted streetcorner; I have outlived the night.
Nights are proud waves: darkblue topheavy waves laden with all hues of deep
spoil, laden with things unlikely and desirable.
Nights have a habit of mysterious gifts and refusals, of things half given away,
half, withheld, of joys with a dark hemisphere. Nights act that way, I tell you.
The surge, that night, left me the customary shreds and odd ends: some hated
friends to chat with, music for dreams, and the smoking of bitter ashes. The things
my hungry heart has no use for.
The big wave brought you.
Words, any words, your laughter; and you so lazily and incessantly beautiful. We
talked and you have forgotten the words.
The shattering dawn finds me in a deserted street of my city.
Your profile turned away, the sounds that go to make your name, the lilt
of your laughter: these are illustrious toys you have left me.
I turn them over in the dawn, I lose them, I find them; I tell them to the few
stray starsdogs and the few stray stars of the dawn.
Your dark rich life...
I must get at you, somehow: I put away those illustrious toys you have left me, I
want your hidden look, your real smile -that lonely, mocking smile your cool
mirror knows.
II
What can I hold you with?
I offer you lean streets, desperate sunsets, the moon of ragged suburbs.
I offer you the bitterness of a man who has looked long and long at the lonely
moon. I offer you my ancestors, my dead men, the ghosts that living men have
honoured in marble: my father’s father killed in the frontier of Buenos Aires, two
bullets through his lungs, bearded and dead, wrapped by his soldiers in the hide of
a cow; my mother’s grandfather -just twenty four- heading a charged of three
hundred men in Peru, now ghosts on vanished horses.
I offer you whatever insight my books may hold, whatever manliness or humour
my life.
I offer you the loyalty of a man who has never been loyal.
I offer you that kernel of myself that I have saved, somehow -the central heart that
deals not in words, traffics not with dreams and is untouched by time, by joy, by
adversities.
I offer you the memory of yellow rose seen at sunset, years before you were born.
I offer you explanations of yourself, theories about yourself, authentic and
surprising news of yourself.
I can give you my loneliness, my darkness, the hunger of my heart; I am trying to
bribe you with uncertainty, with danger, with defeat.
1934
En inglés en El Otro, el Mismo (1964)
Foto por Willis Barnstone en Buenos Aires 1975 y 1976
en Borges at 80 - Conversations, Ed. by Willis Barnstone
(New Directions Books, 2013)
Versión de Ezequiel Zaidenwerg (2006)Foto por Willis Barnstone en Buenos Aires 1975 y 1976
en Borges at 80 - Conversations, Ed. by Willis Barnstone
(New Directions Books, 2013)
Dos poemas en inglés
I
El alba inútil me sorprende en una esquina desierta; sobreviví a la noche.
Las noches son como olas orgullosas; olas azul oscuro, de pesadas crestas, cargadas con los tonos de profundos despojos, cargadas de improbables y deseables cosas.
Las noches acostumbran misteriosos dones y rechazos, de cosas que se dan por la mitad y a medias se retienen, de delicias que albergan un hemisferio oscuro. Así obra la noche, yo te digo.
La marea, esa noche, me dejó los jirones y retazos disjuntos de costumbre: algunas amistades que odio, para charlar; música para sueños; la humareda de cenizas amargas. Las cosas a las que mi corazón hambriento no puede hallarles uso. La gran ola te trajo.
Palabras y palabras, cualesquiera, tu risa; y vos tan perezosa e incesantemente bella. Hablamos, y olvidaste las palabras.
El alba destructora me encuentra en una calle desierta, en mi ciudad.
Tu perfil que se aleja, los sonidos que conforman tu nombre, la cadencia de tu risa: esos son los ilustres juguetes que dejaste para mí.
Los revuelvo en el alba, los pierdo, los encuentro; se los cuento a los escasos perros vagabundos y a las pocas estrellas vagabundas del alba.
Tu rica vida oscura…
Debo alcanzarte, de algún modo; aparto estos ilustres juguetes que dejaste para mi, quisiera tu mirada subrepticia, tu sonrisa real; esa sonrisa solitaria y mordaz que la frialdad de tu espejo conoce.
II
¿Con qué podría retenerte?
Te ofrezco esbeltas calles, puestas de sol desesperadas, la luna de suburbios mal cortados.
Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado largamente la luna solitaria.
Te ofrezco mis ancestros, mis muertos, los fantasmas que los vivos han honrado con bronce: al padre de mi padre que murió en la frontera de Buenos Aires con dos balas que atravesaron sus pulmones, barbado y muerto, a quien amortajaron sus soldados con una piel de vaca; a ese bisabuelo, de la línea materna, que comandó, con veinticuatro años, una ofensiva de trescientos hombres en el Perú, ahora sólo fantasmas sobre monturas desleídas.
Te ofrezco, sea cual fuere, la sapiencia que contengan mis libros, y la hombría y el humor que contenga mi vida.
Te ofrezco la lealtad de un hombre que jamás ha sido leal.
Te ofrezco el núcleo duro de mí mismo que he guardado, de algún modo; el corazón central que no comercia con palabras, no trafica con sueños, y no tocan el tiempo ni el placer ni las adversidades.
Te ofrezco la memoria de una rosa amarilla vista al atardecer algunos años antes de que nacieras.
Te ofrezco explicaciones de vos misma, teorías de vos misma, auténticas y sorprendentes noticias de vos misma.
Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón; intento sobornarte con incertidumbre, con peligro, con derrota.
Versión de Roberto Fernández Retamar
No tradujo la primera parte
II ¿Con qué puedo retenerte?
Te ofrezco magras calles, ocasos desesperados, la luna de los corroídos suburbios.
Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado largamente la luna solitaria.
Te ofrezco mis antepasados, mis muertos, los fantasmas que hombres vivientes han honrado en el bronce: el padre de mi padre muerto en la frontera de Buenos Aires, dos balas a través de sus pulmones, barbado y muerto, envuelto por sus soldados en el cuero de una vaca; el abuelo de mi madre -con tan sólo veinticuatro años- encabezando una carga de trescientos hombres en el Perú, ahora espectros en desvanecidos caballos.
Te ofrezco cualquier agudeza que puedan contener mis libros, cualquier hombradía o humor en mi vida.
Te ofrezco la lealtad de un hombre que nunca ha sido leal.
Te ofrezco ese meollo de mí mismo que he salvado, de alguna manera: el corazón central que no comercia con palabras, no trafica con sueños y está intocado por el tiempo, por la alegría, por las adversidades.
Te ofrezco la memoria de una rosa amarilla vista en el ocaso, años antes de que hubieras nacido.
Te ofrezco explicaciones de ti misma, teorías sobre ti misma, auténticas y sorprendentes noticias de ti misma.
Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón; trato de sobornarte con la incertidumbre, con el peligro, con la derrota.
Roberto Fernández Retamar
Presidente de Casa de las Américas
tomado de Páginas Escogidas de Jorge Luis Borges
La Habana, Casa de las Américas, 1988
La Habana, Casa de las Américas, 1988
muy lindo
ResponderBorrarhermosos...gracias ya que los leo y REGALO CON MI VOZ Y RESONANCIAS
ResponderBorrarMuy lindo!!
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