La Biblioteca es infinita y pasiva. Con una hospitalidad que es afín a la resignación y a la indiferencia, acoge y atesora todos los libros, porque todo libro, algún día, puede ser útil a alguien o alguien puede buscar la seguridad de que no le es útil. La Biblioteca, así, propende a ser todos los libros o, lo que es igual, a ser el pasado, todo el pasado, sin la depuración y la simplificación del olvido. La Biblioteca sólo es querible, como el universo lo es o los vastos sistemas filosóficos del Indostán o de la escolástica, con una suerte de amor fati.
La revista, en cambio, es humana; condesciende a simpatías y diferencias. Ya que representa la Biblioteca, puede ser tan curiosa como ésta y no menos heterogénea; el círculo de todo el saber será su ámbito y no sólo la historia. Además, ahora sabemos que la historia no está relegada a viejas espadas y a textos laboriosos; no es algo que está hecho sino que se hace, en los sueños y en la vigilia.
En esta su tercera etapa, la revista aspira a no ser indigna de quien la fundó, Paul Groussac, y de los tiempos arduos y valerosos en que ahora le toca vivir. Toda revista, como todo libro, es un diálogo; la suerte del que ahora iniciamos también depende del lector, ese interlocutor silencioso.
* Al reiniciar la publicación de La Biblioteca, Revista de la Biblioteca Nacional, Borges firma esta nota de editor.
En La Biblioteca, Buenos Aires, Tomo IX, Segunda Época, Nº 1, primer trimestre de 1957
Luego, en Textos recobrados 1956-1986
Foto: Borges en el escritorio de Paul Groussac, por Sara Facio, 1962
Biblioteca Nacional de Buenos Aires
Buenos Aires, Museo Nacional de Bellas Artes