Hablemos de la presencia de Jorge Luis Borges (1899-1986) en la obra de Onetti. A simple vista, la distancia entre ambos autores es muy grande. La erudición y las referencias culturales y literarias que impregnan no sólo los ensayos, también los cuentos y poemas de Borges brillan por su ausencia en Onetti, una de cuyas coqueterías fue siempre despreciar el intelectualismo y la ostentación libresca, esos desplantes a los que Borges convirtió en una astuta, irónica y deliciosa manera de crear un mundo literario propio. Los temas abstractos, como el tiempo, la eternidad y la irrealidad, que fascinaban a Borges, a Onetti lo dejaban indiferente. En éste los elementos fantásticos e imaginarios, que aparecen en su obra, no son nunca abstractos, están embebidos del aquí y el ahora y de carnalidad.
Conferencia (parcial) pronunciada por MVLL (Huellas de Faulkner y Borges en Juan Carlos Onetti);
con motivo de su investidura como Doctor Honoris Causa de la Universidad de Alicante
26 de septiembre de 2008
Fuente texto y foto MVLL (s-d)
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Foto al pie vía
También los usos de la palabra de Borges y Onetti están a años luz uno del otro. El estilo de Borges es escueto y preciso, claro y exacto, sostenido por una inteligencia luminosa y escéptica, que juega con todo –la filosofía, la teología, la geografía, la historia, y, sobre todo, la literatura– para construir un mundo de conceptos y espejismos intelectuales, desasido de los apetitos materiales, las pasiones y los instintos de la animalidad humana. El de Onetti, en cambio, es un estilo laberíntico y tortuoso, cargado de esa psicología que Borges se jactaba de haber erradicado de sus historias y hunde sus raíces en las profundidades del sexo y de la carne, los impulsos destructivos y auto-destructivos, una exploración incesante de la pasión y de las relaciones, violencias y tensiones que el amor y los excesos –el alcohol, el vicio, la prostitución, la venganza, el odio, el celestinaje– provocan en la vida de hombres y mujeres.
Por todo ello, la presencia de Borges en Onetti se ha mencionado apenas por la crítica, pese a que la influencia de Borges sobre él fue esencial, en el sentido literal de la palabra, pues concierne a la esencia misma del mundo que Onetti creó. El hecho que define a este mundo, columna vertebral de La vida breve, su obra maestra, es el viaje de los personajes, hartos del mundo real, a un mundo imaginario, la ciudad de Santa María. Este viaje, simbólico a veces, se corporiza en la novela cuando Brausen lleva a Ernesto, el asesino de la Queca, a refugiarse en ese lugar, saltando de este modo de la realidad a la ficción (de la verdad a la mentira), y, luego, regresando él mismo, ahora acompañado por personajes ficticios, de Santa María a Buenos Aires.
La ficción incorporada a la vida en una operación mágica o fantástica es tema central de Borges, desarrollado de manera diversa en los extraordinarios cuentos que empezó a publicar en Buenos Aires en la década de los cuarenta, justamente en los años en que Onetti vivía en la capital argentina (residió allí de 1941 a 1959). Aunque Hombre de las orillas apareció en 1933 (se transformaría luego en Hombre de la esquina rosada, en Historia universal de la infamia (1935), los cuentos fantásticos, empezando por el más original y sorprendente, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, salen a la luz en la década siguiente, sobre todo en la revista Sur y en el diario La Nación. Aparecen en Sur, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius (Nº 68, 1940), Las ruinas circulares (Nº 75, 1940), La lotería de Babilonia (1941), Examen de la obra de Herbert Quain (1941), La muerte y la brújula (1942), La Biblioteca de Babel (1942), El jardín de senderos que se bifurcan (1942), El milagro secreto (1943), Tema del traidor y del héroe (1944), Tres versiones de Judas (1944), El Aleph (1945), Deutsches Requiem (1946) y, en La Nación, Funes el memorioso (1942) y La forma de la espada (1942). La primera recopilación en libro, El jardìn de senderos que se bifurcan es de 1942 y Ficciones de 1944 (ambos publicados por la editorial Sur), El Aleph aparecerá en la Editorial Losada en 1952.
Onetti no estuvo vinculado a Victoria Ocampo y al grupo de escritores de Sur, pero, según confesión propia, era lector asiduo de la revista y de las ediciones de libros que hacía, como él mismo cuenta en el artículo que escribió sobre su maestro Faulkner, al recordar que fue en una vitrina de Sur donde descubrió por primera vez la obra del norteamericano. Y, aunque no fue nunca un seguidor beato de Borges, en el que había aspectos que lo irritaban, lo leyó con profundidad y, acaso sin advertirlo del todo, con provecho, pues el argentino lo ayudó a descubrir una proclividad íntima de su vocación literaria. Tlön, Uqbar, Orbis Tertius narra la secreta conspiración de un grupo de eruditos para inventar un mundo e interpolarlo secretamente en la realidad, como hace Brausen con Santa María, y Las ruinas circulares fantasea el descubrimiento que realiza un mago, empeñado también en una empresa parecida –inventar un hombre y contrabandearlo en el mundo real–, de que la realidad que él creía objetiva es también ficción, un sueño de otro mago-creador como él mismo.
Onetti no fue probablemente del todo consciente de la deuda que contrajo con Borges al concebir en Santa María su propia Tlön, porque, aunque leía a Borges con interés, no lo admiraba. Rodríguez Monegal cuenta que él los presentó y que el encuentro, en una cervecería de la calle Florida, de Buenos Aires, no fue feliz. Onetti, hosco y lúgubre, estuvo poco comunicativo y provocó a Borges y al anfitrión preguntándoles: “¿Pero qué ven ustedes en Henry James?”, uno de los autores favoritos de Borges[8]. La poca simpatía personal de Onetti por Borges fue recíproca. En 1981 Borges fue jurado del Premio Cervantes, en España, y en la votación final, entre Octavio Paz y Onetti, votó por el mexicano. Entrevistado por Rubén Loza Aguerrebere, explicó así su decisión: “¿Cuál era su reparo a la obra de Onetti?” “Bueno, el hecho de que no me interesaba. Una novela o un cuento se escriben para el agrado, si no no se escriben... Ahora, a mí me parece que la defensa que hizo, de él, Gerardo Diego, era un poco absurda. Dijo que Onetti era un hombre que había hecho experimentos con la lengua castellana. Y yo no creo que los haya hecho. Lo que pasa es que Gerardo Diego cree que Góngora agota el ideal en literatura, y entonces supone que toda obra literaria tiene que tener su valor y tiene que ser importante léxicamente, lo cual es absurdo. Ahora, si Gerardo Diego cree que lo importante es escribir con un lenguaje admirable, eso tampoco se da en Onetti”[9]. Mi pálpito es que Borges nunca leyó a Onetti y probablemente la sola idea que guardaba de él tenía que ver con aquel frustrado encuentro en una cervecería porteña y las provocaciones anti-jamesianas del escritor uruguayo.
Sin embargo, aunque Onetti nunca lo reconociera, acaso ni advirtiera, Borges fue tan importante para la creación de Santa María, como Faulkner o Céline. De otro lado, aunque haya una cercanía esencial, el mundo fantástico de Borges y el de Onetti tienen diferencias cruciales. Este último, por lo pronto, disimula su carácter fantástico, envolviendo lo que hay en él de milagroso o mágico –de imposible–, con un realismo empecinado en los pormenores y detalles, en los atuendos, las apariencias y las costumbres y el habla de los personajes, y las ocurrencias y peripecias, que, a diferencia de los que pueblan los cuentos de Borges, rehúyen lo vistoso, insólito, exótico, el pasado histórico y las situaciones fabulosas, y se aferran, más bien, ávidamente, a lo manido, cotidiano y previsible. Por eso, el mundo literario de Onetti nos parece realista, a diferencia del de Borges. Porque, aunque Santa María sea, por su gestación, un puro producto de la imaginación, en todo lo demás –su gente, su historia doméstica, sus intrigas y costumbres, su paisaje– constituye una realidad que finge estar calcada de la realidad más objetiva y reconocible.
Notas
[8] Emir Rodríguez Monegal, Prólogo a Juan Carlos Onetti, Obras completas, México, Editorial Aguilar, 1970, págs. 15-16
[9] Rubén Loza Aguerrebere, “El ignorado rostro de Borges”, Diario El País, Montevideo, 10 de mayo de 1981, pág. 12
Conferencia (parcial) pronunciada por MVLL (Huellas de Faulkner y Borges en Juan Carlos Onetti);
con motivo de su investidura como Doctor Honoris Causa de la Universidad de Alicante
26 de septiembre de 2008
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me encanta que los maestros lean a otros Maestros, y ejerzan luego la crítica literarie de una manera tan provechosa y creativa... En fin, disfruté muchísimo de la lectura de este artículo de Vargas Llosa.
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