25/9/14

Jorge Luis Borges sobre el antisemitismo (1932)





Ciertos desagradecidos católicos —léase personas afiliadas a la Iglesia de Roma, que es una secta disidente israelita servida por un personal italiano, que atiende al público los días feriados y domingos— quieren introducir en esta plaza una tenebrosa doctrina, de confesado origen alemán, rutenio, ruso, polonés, valaco y moldavo. Basta la sola enunciación de ese rosario lóbrego para que el alarmado argentino pueda apreciar toda la gravedad del complot. Por cierto que se trata de un producto más deletéreo y mucho menos gratuito que el dumping. Se trata —soltemos de una vez la palabra obscena— del Antisemitismo.

Quienes recomiendan su empleo, suelen culpar a los judíos, a todos, de la crucifixión de Jesús. Olvidan que su propia fe ha declarado que la cruz operó nuestra redención. Olvidan que inculpar a los judíos equivale a inculpar a los vertebrados, o aun a los mamíferos. Olvidan que cuando Jesucristo quiso ser hombre, prefirió ser judío y que no eligió ser francés ni siquiera porteño. Ni vivir en el año 1932 después de Jesucristo para suscribirse por un año a Le Roseau d''Or. Olvidan que Jesús, ciertamente, no fue un judio converso. La basílica de Luján, para El, hubiera sido tan indescifrable espectáculo como un calentador a gas o un antisemita. Borrajeo con evidente prisa esta nota. En ella no quiero omitir, sin embargo, que instigar odios me parece una tristísima actividad y que hay proyectos edilicios mejores que la delicada reconstrucción, balazo a balazo, de nuestra Semana de Enero —aunque nos quieran sobornar con la vista de la enrojecida calle Junín, hecha una sola llama.


En Mundo Israelita, agosto 1932
Fuente (+)
Foto: JLB en El Muro de los Lamentos (s-a)

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