Transitar los corredores y los anaqueles de la Biblioteca
Nacional es, de algún modo, descubrir una verdad obvia: las ficciones de Jorge
Luis Borges habitan ese edificio barroco. O son habitadas por él.
Al llegar al ascensor, que lleva al despacho de Borges,
se prueba la sensación de que copia la imagen de una puerta, un punto de
partida a un extraño laberinto.
Hace no muchos días, por allí se aventuró Herbert A. Simon,
un científico norteamericano experto en problemas del pensamiento humano
aplicados al diseño de modelos de computación. En una carta enviada al
escritor, él mismo se definía: "Mi profesión es la de un científico social
y busco comprender el comportamiento humano a través de modelos matemáticos (o,
más recientemente, con modelos de simulación programados por
computadoras)". Lo que es más, el experto norteamericano goza de un nombre
de prestigio y es considerado uno de los pilares del conductismo. Esta
disciplina, también conocida como behaviorismo, estudia las situaciones de
elección que se le plantean a un individuo en cualquier circunstancia y
pretende, a la vez, conocer los procesos psicológicos que llevan a elegir
determinada alternativa frente a un problema (el caso de experimento típico es
el de colocar una rata en un laberinto y observar su conducta frente a
ramificaciones del mismo).
Simon llegaba a la Argentina, invitado por la Sociedad
Argentina de Organización Industrial (SADOI), para dictar un ciclo de
conferencias sobre "La dirección de empresas en una era tecnológica".
Aparentemente, la distancia entre el escritor y el científico era enorme. Sin
embargo, el estadounidense creía haber encontrado un notorio paralelo entre los
laberintos borgianos y su propia línea de pensamiento. Para constatar ese
paralelismo, esa convergencia o esa identidad, solicitó una audiencia al
Director de la Biblioteca Nacional.
A su llegada supo que la iniciativa había sido
entusiastamente acogida. No era para menos. Basta repasar algunas líneas de la
carta de Simon a Borges. "En 1956 —dice— publiqué un artículo que describe
a la vida como una búsqueda por los pasadizos de un laberinto muy ramificado y
poblado por una gran cantidad de metas a alcanzar . Unos pocos años más tarde
tropecé con Ficciones, en particular con el cuento La Biblioteca de Babel, para
descubrir que usted también concibe a la vida como una búsqueda a través del
laberinto".
El remate no puede ser más inquietante: "Me pregunto
si alguna vez habrá ocurrido una transmigración comparable, desde el cuerpo
inerte de un modelo matemático a la carne viva de la literatura".
En el encuentro entre Borges y Simon, Gabriel Zadunaisky —testigo callado de Primera Plana— optó por un silencio meditativo. Casi todo
era dicho. El diálogo de los dos hombres era un continuo descubrimiento del
otro, una continua autodefinición por el otro. Al final emergieron,
efectivamente, laberintos paralelos.
JORGE LUIS BORGES: Me encuentra en plenos preparativos
para un próximo viaje. Voy a Estados Unidos y luego a Escocia, Irlanda e
Inglaterra. Pero lo que puede resultar más extraño de este viaje es una escala
que voy a hacer entre el primero y el segundo de los lugares que mencioné. La
escala es Islandia. Lo que ocurre es que hace quince años que me dedico al
estudio de lenguas germánicas antiguas y medievales.
HERBERT SIMON: ¿Le interesa el medio social, digamos,
conocer la carne viva de esas lenguas?
BORGES: No, en realidad voy invitado por la sociedad de
escritores islandeses. Basado en mis estudios yo he escrito un manual de
literatura en lenguas germanas medievales. Además, me interesa también el
normando antiguo. Es un idioma con una estructura muy particular. Las palabras
son, en realidad, las mismas que en el inglés antiguo. Lo que difiere es el
orden de esas palabras. Por ejemplo, si en inglés se dice La saga de Erico el
Rojo, en normando se diría De Erico saga del Rojo. (The saga of Eric the Red / Eric's
saga the Red's). Bueno, pero quisiera saber cuál es su interés en esta
entrevista.
SIMON: Me gustaría saber cómo fue que el laberinto entró
en su campo de visión, en sus conceptos, hasta que lo adoptó en sus cuentos.
BORGES: Recuerdo haber visto un grabado del laberinto en
un libro francés; ocurrió cuando yo era un niño. Era un edificio circular sin
puertas pero con muchas ventanas. Solía mirar ese grabado y pensaba que si le
acercaba una lupa podría descubrir el minotauro.
SIMON: ¿Lo encontró?
BORGES: En realidad mi vista nunca fue demasiado buena.
Luego descubrí algo de la complejidad de la vida, como si fuera un juego. No me
refiero al ajedrez en este caso. Quizá lo pueda decir con un poema:
Me he vuelto demasiado viejo para el amor
mi amor
me he puesto viejo
pero nunca estaré tan viejo
como para no ver
la inmensa noche que nos envuelve (...)
Algo oculto en el amor
y las pasiones aún me sorprende.
[Aquí hay un juego de palabras. En inglés la palabra para
laberinto es maze y para sorpresa, amazement. También hay una clara connotación
semántica.]*
Esta es la forma en que percibo la vida. Una continua
sorpresa. Una continua bifurcación del laberinto.
SIMON: ¿Cuál es el vínculo entre el laberinto del
minotauro y su laberinto, el que exige continuas decisiones? ¿La analogía va
más allá del concepto general?
BORGES: Cuando escribo no pienso en términos de enseñar.
Pienso que mis historias, de algún modo, me son dadas y mi tarea es narrarlas.
Tampoco busco connotaciones implícitas ni parto de ideas abstractas, no soy un
cazador de símbolos. Pero si hay alguna explicación trascendental de mis
historias no me corresponde encontrarla, eso le corresponde a los críticos y a
los lectores. Escribo por la narración misma, simplemente por interés en el
personaje y pienso que quizá también le pueda interesar a otros. Los críticos y
los estudiosos me han atribuido todo tipo de intenciones, de que tal o cual
historia quiere evidenciar determinada ideología política o religiosa o,
inclusive, metafísica. Quizás esa intención esté en mi subconsciente y no en un
plano consciente; tampoco pretendo llevarla a ese plano. Supongo que esto puede
decepcionarlo, pero yo creo que este tipo de cosas le corresponde dilucidarlas
al pensador y yo no soy un pensador, excepto en la medida que lo son todos los
hombres.
SIMON: Sin embargo se pueden encontrar claras diferencias
de concepto entre los distintos laberintos que aparecen en sus obras. En el de La Biblioteca de Babel usted, claramente, parte de una abstracción.
BORGES: No es así. Le puedo contar cómo surgió esa
historia. Yo trabajaba en una pequeña biblioteca pública en la zona oeste de
Buenos Aires. Trabajé nueve años en esa biblioteca con un sueldo miserable y la
gente que trabajaba allí era muy desagradable. Era gente muy tonta, estúpida
realmente. Y eso me traía pesadillas. Un día me dije que mi vida entera estaba
encerrada en esa biblioteca. ¿Y por qué no inventar un universo representado
por una biblioteca interminable? Una biblioteca donde pudieran encontrarse
todos los libros escritos. Al mismo tiempo leía algo acerca de permutaciones v
combinaciones matemáticas y veía en esta biblioteca las posibilidades poco
menos que infinitas. Y este es un ejemplo de historia en el que conocía el
origen de esa temática. El concepto de esta biblioteca respondía a mi forma más
intrínseca de alegría. Me sentía realmente feliz escribiendo. Y no era una
felicidad meramente intelectual, uno siente ese tipo de felicidad.
SIMON: ¿Y por qué lo atrae tanto la idea del Minotauro?
BORGES: Es curioso. No me atrae tanto la idea sino otro
nombre atribuido a ese ser mitológico. Encontré el nombre de Asterión en un
diccionario. Tiene connotaciones de astro o estrellas. Es una imagen que pensé
siempre que le podía gustar a los lectores.
SIMON: En definitiva, yo encuentro que el concepto de
laberinto tiene una unidad, justamente conceptual, en sus escritos, pese á
algunas diferencias que le dan matices particulares muy interesantes para cada
cuento o narración.
BORGES: En realidad, creo que esa unidad se debe a que
todos los cuentos míos que hablan del laberinto responden a un particular
estado de ánimo en mí que me lleva precisamente a esa temática.
SIMON: En cuanto a sus ideas sobre análisis combinatorio,
¿cuáles fueron sus fuentes?
BORGES: Leí un libro muy interesante que es la
Introducción a la Filosofía de las Matemáticas de Bertrand Russell. Luego me
interesó mucho un libro llamado El Mundo del Individuo, que da un ejemplo muy
extraño sobre el tema. Presentaba el caso de un mapa de Inglaterra a ser
trazado en la escala del terreno mismo de la isla. Y por supuesto que el mapa
tenía que estar dentro del mapa general. Y dentro del primero, el mapa del mapa
y así en más. Lo que da una idea de infinito. De mi padre heredé el gusto por
estas formas de razonamiento. Él solía llevarme aparte para hablar o hacerme
preguntas sobre mis creencias. Una vez tomó una naranja y me dijo: ¿A tu
juicio, el gusto está en la naranja? Yo le dije que sí. Entonces él me
preguntó: ¿Bueno, entonces vos pensás que la naranja está continuamente
saboreándose a sí misma?
SIMON: Se supone que la resolución de esos interrogantes
lo llevaría a uno a profundizar en el campo de los solipsismos.
BORGES: En realidad mi padre no me refería a las fuentes
filosóficas. Sólo me presentaba los problemas concretos. Luego de mucho tiempo
me mostró una historia de la filosofía donde encontré el origen de todas esas
preguntas. De la misma manera mi padre me enseñó a jugar al ajedrez... Aunque
en realidad yo siempre he sido un pésimo jugador y él era muy bueno. También mi
padre me transmitió el gusto por la poesía. Sus estantes estaban colmados de
autores como Keats, Shelley y otros poetas. También los recitaba de memoria. Y
aún ahora cuando repito versos de Fitzgerald, Omar Khayyam o algún otro, mi
madre dice que le parece estar escuchando a mi padre.
SIMON: Alguna vez me dijeron que usted había leído en
inglés por primera vez el Quijote.
BORGES: Sí, es cierto.
SIMON: Es curioso porque yo lo leí en castellano la
primera vez. Luego encontré que en inglés el humor del Quijote perdía toda
delicadeza.
BORGES: También es cierto, la experiencia con
traducciones suele ser ésa. Me ocurrió algo interesante con Walt Whitman. Fue
alrededor del año 1917. Yo estudiaba alemán. Entonces me tropecé con la
traducción de algunos de sus versos a ese idioma. Luego leí los mismos versos
en inglés y descubrí que Whiltman es fácilmente traducible al alemán, que sus
poemas mantienen su valor. En cambio, la traducción al castellano se hace mucho
más difícil.
SIMON: Es un problema de la facilidad con que es posible
formar palabras compuestas en inglés y alemán y lo difícil que es hacerlo en
castellano.
BORGES: Sí, eso es cierto. Pero ahora me gustaría que
usted me explique algo sobre el llamado conductismo (behaviorismo). ¿Cuál es el
fundamento? Es decir, ¿se habla de libre albedrío o más bien de
predestinación?
SIMON: Bueno, yo siempre tengo que hablar de
computadoras. Estoy enamorado de las computadoras. Lo podríamos plantear de la
siguiente manera. Frente a determinado problema la computadora se comporta,
también, de determinada manera. Y nos preguntamos si tuvo libre albedrío en ese
comportamiento. Decimos que tuvo libre albedrío en el siguiente sentido. Si se
le hubiera colocado otro programa hubiera actuado en distinta forma, hubiera
tenido otro comportamiento.
BORGES: ¿Qué quiere decir con comportamiento? Porque éste
sería un proceso mecánico, me refiero por supuesto al de la computadora.
SIMON: Sí, es un proceso mecánico. Pero yo pienso, al
igual que muchos otros en mi especialidad, que el ser humano tiene también un
comportamiento de tipo mecánico, similar al de la computadora.
BORGES: Es decir que actuamos así por fuerza de la
costumbre.
SIMON: Más bien yo diría por fuerza de los programas que
tenemos almacenados en nuestro cerebro. Y tenemos libre albedrío en el sentido
de que el comportamiento resultante surge en función de nosotros mismos tanto
como en función de la situación que enfrentamos. No todos se comportan de la
misma manera frente a determinada situación.
BORGES: ¿Usted piensa, entonces, que frente a una
disyuntiva, digamos, de dos comportamientos posibles frente a determinada
situación, yo puedo elegir uno de esos comportamientos?
SIMON: Su programa elige. Sí, se puede elegir. Pero eso
no es una causa incausada, uno no es una causa incausada.
BORGES: ¿Esto implicaría que si algún ser poderoso, algún
dios, conociera todo mi pasado, mi infancia, inclusive antes de mi infancia,
diría mis antepasados, esto implica que ese dios podría predecir mi
comportamiento frente a cualquier situación?
SIMON: Mis creencias científicas me dicen que es así.
Teniendo todos esos conocimientos sobre un individuo se puede predecir su
comportamiento frente a determinada situación.
BORGES: Entonces lo que yo estoy diciendo en este preciso
instante es...
SIMON: ...es una función de todo su pasado...
BORGES: Es inevitable.
SIMON: Inevitable, sí, pero esa inevitabilidad no le
quita a usted su identidad, su individualidad. Usted es la encarnación de su
propio pasado.
BORGES: Comprendo. O por lo menos me plazco en pensar que
entiendo. Ahora, ¿esto da cuenta de todas nuestras acciones? Es decir, si mi
mano derecha está apoyada sobre mi mano izquierda, ¿es porque tenía que ser
así? Yo pienso que hay muchas cosas que hacemos de una forma, diría, impensada.
SIMON: Cosas que ocurren en el subconsciente. Sí, es cierto,
Si no fuera así no podríamos ni siquiera atarnos los cordones de los zapatos.
La mayoría de las cosas ocurren así. Pero eso se debe a que tenemos muchas
cosas programadas.
BORGES: Pero, ¿las cosas son inevitables en ese sentido
también?
SIMON: Podrían ser distintas pero siempre en función de
sus programas. Podría haber algún determinante que haga que su programa le
indique otra acción a tomar. Y si hablamos del azar, el científico piensa
siempre en última instancia que en esto no existe el azar. En algún momento
quizá tenga que decir que no puede explicar determinado fenómeno pero igual
trabaja con el supuesto de que hay causas que determinan una acción. Y por lo
tanto, cuando estudiamos el comportamiento de una persona que está resolviendo
un problema, partimos del supuesto de que cada ¡hmmm! o ¡ah!, de que cada
exclamación, tiene su causa. No siempre podemos descubrir esa causa.
BORGES: Bueno, claro. Cuando estudian el comportamiento
tienen que remontarse al pasado entero de esa persona. Inclusive al pasado, a
los comienzos de la humanidad, inclusive del cosmos.
SIMON: No, no es así. Porque el pasado influye su
comportamiento presente en la medida en que ese pasado ya está contenido en su
persona. Por lo que siempre podemos encontrar un punto de partida. Y eso es
como trabaja, por ejemplo, el físico. Si quiere estudiar la luna, no necesita
conocer todo su pasado. Sólo necesita conocer su posición y velocidad actuales
en relación con los demás planetas. Puede tomar eso como punto de partida. Necesita
conocer las determinantes pasadas de unas pocas cosas. Y es sorprendente lo
poco del pasado que influye en una acción determinada, ocurrida en un breve
lapso de tiempo, es decir, una acción tomada por un hombre. Por ejemplo; si yo
juego al ajedrez con un hombre, digamos, cinco meses, sin parar y sin tener
otra actividad con ese hombre, es sorprendente lo poco que voy a saber o
conocer de los contenidos de su mente. Lo poco que voy a conocer sobre los
determinantes que actuarían en él, frente a otras situaciones.
BORGES: Es decir que hay lugar para el libre albedrío.
SIMON: Sí, ésta es la forma en que yo concibo el libre
albedrío, en que yo soy el que actúa cuando tomo determinada acción. Y el hecho
de que algo haya causado ese comportamiento de ninguna manera me hace sentir
encerrado. Así que cuando llegamos a una bifurcación del camino o, digamos, del
laberinto, "algo" elige cuál es la rama a tomar. Y la razón de mis
investigaciones y también la razón por la que sus laberintos me han fascinado de
tal forma, ha sido, justamente, observar individuos que se encuentran con
bifurcaciones y tratar de entender por qué tornan el camino de la derecha o el
de la izquierda.
BORGES: Me parece que ese tipo de cosas suceden
continuamente en mis historias. Tendría que pedirle disculpas por haberlo
enfrentado a nuevos interrogantes...
SIMON: Al contrario...
BORGES: Pero, es que si no escribiera esas historias
en particular, todo sería artificial. Quiero decir, si escribo estas historias
es porque tengo que hacerlo, o porque las necesito. Porque si no, podría
inventar otras historias y esas historias no tendrían ningún significado para
mí y quizá tampoco para el lector. Porque el lector sentiría que son ejercicios
literarios artificiales.
SIMON: Yo pienso que estas historias son muy de nuestro
siglo o de nuestros tiempos y por eso me interesó mucho lo que usted dijo sobre
Bertrand Russell. La idea del laberinto ramificado. La idea de la combinatoria
en grandes espacios como el de sus bibliotecas, estas ideas son extremadamente
centrales para muchos de los avances de la lógica moderna y en la investigación
operativa o ciencia de la computación.
BORGES: Es cierto que he sacado muchas de mis ideas de
los libros de lógica y de matemática que he leído pero, en verdad, cada vez que
me propuse la lectura de estos libros, ellos me han derrotado, no he logrado
interpretarlos a fondo. Ahora, la mayoría de estas ideas yo las he sacado de la
anotaciones de mi padre. Yo no he leído mucho, lo que sí he hecho es releer mucho.
Porque siempre me ha parecido que se saca más releyendo un libro viejo que
intentando la lectura de uno nuevo.
SIMON: Hay otro problema con los libros nuevos. Y eso es
que hay que evaluarlos primero. Pero para evaluarlos hay que arriesgarse a
perder tiempo leyéndolos. Y esto parece señalar una importante diferencia,
diría, generacional. Es muy evidente que la gente que actualmente tiene
alrededor de cincuenta años, pongamos por promedio, ha educado sus gustos
literarios en los clásicos en tanto que los que están por debajo de esa edad
han perdido el gusto inclusive, hablemos de mi país, por la Biblia o por las
obras de Shakespeare.
BORGES: Sí, yo lo he notado en nuestro país también.
SIMON: No tengo en claro todas las razones por las que
esto ocurre pero en mi experiencia he descubierto algunos datos. Estando en
París, en algún momento me deprimió la idea de la cantidad de monumentos con
los que conviven los franceses. Se me ocurrió que, de algún modo, habría que
ordenar las cosas de forma que los monumentos no se eternicen sino que, en
algún momento, fueran reemplazados para poder permitir un continuo flujo de
nuevos símbolos, controlado en cierta medida. Y por supuesto que las mejores
cosas serían las que permanecerían por más tiempo. Es decir, habría que darle a
las nuevas generaciones la posibilidad de amalgamar cosas nuevas con las más
antiguas. Claro que esto significa que muchas cosas, simplemente, tendrían que
desaparecer.
BORGES: Volviendo a la literatura. Yo noto que muchos
escritores argentinos leen uno o dos clásicos españoles y otro tanto de
franceses, o en inglés, y después se dedican a leer autores argentinos. Es una
lástima que se olviden otros clásicos tan importantes como Cervantes o los
clásicos franceses.
SIMON: Quizás ocurre que por las necesidades del momento
los escritores argentinos han tenido que volcarse a la literatura de este país
y por lo tanto descartan a la fuerza los clásicos.
*Nota del editor, en original, ya que parte de la entrevista fue hablada en inglés y traducida por la revista para su publicación.
En revista Primera Plana, Buenos Aires
Año IX, Número 414, 5 de enero de 1971
Digitalización ©Mágicas Ruinas
Que hermoso diálogo. Saludos!
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