Mostrando las entradas con la etiqueta Literaturas germánicas medievales. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Literaturas germánicas medievales. Mostrar todas las entradas

16/7/18

Jorge Luis Borges: La balada de Maldon






Una lápida del norte de Inglaterra representa, con torpe ejecución, un grupo de guerreros nortumbrios. Uno blande una espada rota; todos han arrojado sus escudos; su señor ha muerto en la derrota y ellos avanzan para hacerse matar, porque el honor les obliga a acompañarlo. La balada de Maldon guarda memoria de un episodio análogo. Se trata de un fragmento; los invasores noruegos piden tributo a los sajones; el jefe sajón, que comanda unas improvisadas milicias, responde que lo pagarán con sus viejas espadas. Un río separa a las dos huestes; el jefe de los sajones permite que lo atraviesen los vikings, «los hombres de las naves a la tierra, en alto los escudos». El duro combate se entabla; los «lobos de la matanza», los vikings, apremian a los sajones; el capitán sajón, herido de muerte, agradece a Dios con su último aliento todas las dichas que ha tenido en el mundo. Lo matan y uno de sus hombres, que es un anciano, dice: «Cuanto menor sea nuestra fuerza, más animoso debe ser nuestro corazón. Aquí yace nuestro señor, hecho pedazos, el que más valía, en el polvo. Quien quiera retirarse de este juego, se lamentará para siempre. Mis años ya son muchos y me quedaré a descansar; junto a mi señor, a quien quiero tanto.» Uno de los sajones, Godric, ha huido cobardemente, en el caballo de su señor. El fragmento concluye con la mención de la muerte de otro Godric, «ése no era el Godric que huyó».
La balada de Maldon, como las venideras sagas escandinavas, abunda en pormenores circunstanciales, sin duda históricos. En el principio se habla de un joven, que ha salido a cazar; al oír el llamado del jefe, «dejó que de su mano el querido halcón volara al bosque y entró en la batalla». Dada la dureza épica del poema, la frase «el querido halcón» nos conmueve singularmente.
El carácter homérico de la balada ha sido justamente alabado. Legouis la compara con la Canción de Rolando, pero hace notar que Maldon tiene la desnuda severidad de la historia, y Rolando el prestigio de la leyenda. En el cantar sajón no hay arcángeles, pero también florece el coraje en medio de la derrota.



Véase Borges profesor. Clase cinco [Martín Arias y Martin Hadis]
Y Un mensaje tallado en piedra desde el infinito

En Jorge Luis Borges: Literaturas germánicas medievales [Literatura de la Inglaterra Sajona]
Título original: Literaturas germánicas medievales
Jorge Luis Borges, 1966
Colaboración: María Esther Vázquez

Imagen: El ojo de Borges. Dibujo de Alberto Ciupiak
Fuente: Archivo de Ilustración Argentina


19/1/18

Jorge Luis Borges: Poesía cristiana







En el curso del siglo VII, Inglaterra fue convertida al cristianismo por misioneros procedentes de Irlanda y de Roma. Misioneros ingleses evangelizaron luego a Alemania; sin embargo, cabe suponer que, al principio, convertirse al cristianismo no era otra cosa que cambiar un numen por otro, ni siquiera una imagen por otra imagen, sino agregar un nombre, un sonido. No hubo, al comienzo, un cambio ético. En la Saga de Njal, Thangbrand, misionero sajón, canta una misa y Hall le pregunta para quién celebra esa fiesta. Thangbrand responde que para Miguel el Arcángel y agrega que ese arcángel hace que las buenas acciones de las personas que le gustan pesen más qué las malas. Hall le dice que le gustaría tenerlo de amigo. Thangbrand le explica que Miguel será el ángel de su guarda si él se convierte ese mismo día a la fe de Jesús. Hall accede; Thangbrand lo bautiza y, con él, a todos los suyos. En la Historia Eclesiástica de la Nación Inglesa, de Beda el Venerable, se registra la conversión de Edwin, rey de Nortumbria, a principios del siglo VII, Bonifacio, Siervo de los Siervos de Dios, ya había enviado a la reina una afectuosa carta, un espejo de plata y un peine de marfil; luego envió al rey un misionero para que éste le enseñara la nueva fe. Edwin reunió a los principales hombres del reino y les pidió consejo. El primero en hablar fue el sumo sacerdote pagano, Coifi. Dijo este dignatario: 
«Rey, ninguno entre tus hombres ha sido más diligente que yo en el culto de nuestros dioses, y, sin embargo, hay muchos a quienes tú favoreces más y cuyas empresas son más prósperas. Si los dioses sirvieran para algo, me habrían beneficiado más bien a mí, que puse tanto empeño en servirlos. Por consiguiente, si estas nuevas doctrinas pueden resultar más eficaces, conviene recibirlas sin más demora».

Otro de los consejeros dijo:
«El hombre es semejante a la golondrina, que en una noche nevada y lluviosa atraviesa esta sala llena de calor y de luz, pasando de la noche a la noche. Así el hombre es visible por un momento, pero no sabemos qué ocurrió antes ni qué vendrá después. Si esta nueva doctrina nos enseña algo, debemos escucharla».

Todos aprobaron sus palabras, y Coifi pidió al rey que le diera su caballo y sus armas. A los sacerdotes les estaba vedado usar armas y sólo podían montar en yegua; Coifi empuñó una lanza y entró a caballo en el santuario de sus antiguos dioses. Lo profanó, arrojó entre los ídolos la lanza y prendió fuego al templo. «Así —escribe Beda— el sumo sacerdote, inspirado por el Dios verdadero, profanó y quemó las imágenes que él mismo había adorado.» Creemos que Beda se equivoca en la interpretación de este dramático episodio; Coifi, antes y después de su conversión, fue el mismo bárbaro impulsivo o quizá el mismo frío calculador.

Las primeras poesías cristianas que se redactaron en Inglaterra —el Génesis, el Éxodo, Cristo y Satanás, Daniel, las Suertes de los Apóstoles— no evidencian un cambio ético; sus poetas habían pasado de la mitología germánica a la hebrea, pero su mundo, fuera de algunos nombres propios, seguía inalterable. Los apóstoles son guerreros teutónicos, el mar es siempre el Mar del Norte, los israelitas que huyen de Egipto son vikings. Los textos se complacen en la descripción de batallas. En composiciones que son paráfrasis de la Escritura Sagrada persisten las antiguas metáforas; el mar es el camino de la ballena; la lanza, la serpiente de la guerra. El estilo es lento y verboso; esa lentitud ha sido tomada por majestad. No se dice «anocheció», se dice «el noble resplandor buscó su fin, la neblina, la oscuridad, cubrieron el mundo, la noche ocultó los campos».



En Literaturas germánicas medievales (1966) [Literatura de la Inglaterra sajona]
En colaboración con María Esther Vázquez

Luego en Obras Completas en Colaboración
© María Kodama, 1995
© Emecé Editores 1979, 1991 y 1997

Imagen: Otra mirada sobre Borges de Miguel Ruibal [+] [TW] [FB] 2018


25/12/15

Jorge Luis Borges: Caedmon







Caedmon debe su fama, que será perdurable, a razones ajenas al goce estético. La gesta de Beowulf es anónima; Caedmon, en cambio, es el primer poeta anglosajón, por consiguiente inglés, cuyo nombre se ha conservado. En el Éxodo y en las Suertes de los apóstoles, la nomenclatura es cristiana, pero el sentimiento es gentil; Caedmon es el primer poeta sajón de espíritu cristiano. A estas razones hay que agregar la curiosa historia de Caedmon, tal como la refiere Beda el Venerable en el cuarto libro de su Historia eclesiástica:

«En el monasterio de esta abadesa (la abadesa Hild de Streoneshalh) hubo un hermano honrado por la gracia divina, porque solía hacer canciones que inclinaban a la piedad y a la religión. Todo lo que aprendía de hombres versados en las sagradas escrituras lo vertía en lenguaje poético con la mayor dulzura y fervor. Muchos, en Inglaterra, lo imitaron en la composición de cantos religiosos. El ejercicio del canto no le había sido enseñado por los hombres o por medios humanos; había recibido ayuda divina y su facultad de cantar procedía directamente de Dios. Por eso no compuso jamás canciones engañosas y ociosas. Este hombre había vivido en el mundo hasta alcanzar una avanzada edad y nada había sabido de versos. Solía concurrir a fiestas donde se había dispuesto, para fomentar la alegría, que todos cantaran por turno acompañándose con el arpa, y cuantas veces el arpa se le acercaba, Caedmon se levantaba con vergüenza y se encaminaba a su casa. Una de esas veces dejó la casa del festín y fue a los establos, porque le habían encomendado esa noche el cuidado de los caballos. Durmió y en el sueño vio un hombre que le ordenó: "Caedmon, cántame alguna cosa." Caedmon contestó y dijo: "No sé cantar y por eso he dejado el festín y he venido a acostarme." El que le habló le dijo: "Cantarás." Entonces dijo Caedmon: "¿Qué puedo yo cantar?" La respuesta fue: "Cántame el origen de todas las cosas." Y Caedmon cantó versos y palabras que no había oído nunca, en este orden: "Alabemos ahora al guardián del reino celestial, el poder del Creador y el consejo de su mente, las obras del glorioso Padre; cómo Él, Dios eterno, originó cada maravilla. Hizo primero el cielo como techo para los hijos de la tierra; después hizo, todopoderoso, la tierra para dar un suelo a los hombres." Al despertar, guardaba en la memoria todo lo cantado en el sueño. A estas palabras agregó muchas otras, en el mismo estilo, dignas de Dios.»

Beda refiere que la abadesa dispuso que los religiosos examinaran la nueva capacidad de Caedmon, y, una vez demostrado que el don poético le había sido conferido por Dios, lo instó a entrar en la comunidad. «Cantó la creación del mundo, el origen del hombre, toda la historia de Israel, el éxodo de Egipto y la entrada en la tierra prometida, la encarnación, pasión y resurrección de Cristo, su ascensión al cielo, la llegada del Espíritu Santo y la enseñanza de los apóstoles. También cantó el terror del juicio final, los horrores del infierno y las bienaventuranzas del cielo.» El historiador agrega que Caedmon, años después, profetizó la hora en que iba a morir y la esperó durmiendo. Dios, o un ángel de Dios, le había enseñado a cantar; nada podía temer Caedmon.

La inspiración onírica de Caedmon ha sido puesta en duda; recordemos, sin embargo, el caso de Stevenson, que recibió, en un sueño febril, después de una hemorragia, el argumento de Jekyll y Hyde. Stevenson quería escribir un cuento sobre un hombre que fuera dos, sobre una división de la personalidad; un sueño le dio la forma que buscaba. Más extraño aún es el caso del poeta Samuel Coleridge. Este compuso en sueños el famoso poema Kubla Khan (1816), inspirado por la descripción de un palacio que hizo construir aquel emperador chino que hospedó a Marco Polo. Resultó después que el plano del palacio le había sido revelado en un sueño al emperador. Esta última noticia está registrada en una historia universal redactada en Persia a principios del siglo XIV y no vertida a idioma alguno occidental, sino después de la muerte de Coleridge.



En Literaturas germánicas medievales (1966)
En colaboración con María Esther Vázquez
Foto tomada por Adolfo Bioy Casares de Borges y María Esther Vázquez en Villa Silvina (Mar del Plata, 1965) 


4/11/15

Jorge Luis Borges: Beda el Venerable








Beda escribió en latín, pero la historia de la literatura anglosajona no puede prescindir de su nombre. Beda y Alfredo el Grande fueron los varones más ilustres que produjo la Inglaterra germánica. Su fama trascendió por Europa; en el cuarto cielo, Dante vio en el sol, y más luminosos que el sol, a doce espíritus ardientes que formaban una corona en el aire; uno de ellos era Beda el historiador (Paradiso, X).

Beda (673-735) representa, según Maurice de Wulf, la cultura céltica de los monasterios irlandeses del siglo VII. En efecto, sus maestros fueron los monjes irlandeses del monasterio de Jarrow.

El calificativo de venerable ha conferido a Beda, en ciertos libros medievales, una falsa longevidad; verosímilmente, murió a los sesenta y tres años. Se dice que venerable era un título dado en su tiempo a todos los sacerdotes. Una leyenda cuenta que un monje quiso escribir el epitafio de Beda, y no pudiendo terminar el primer verso:

Hac sunt in fossa Bedae... ossa,

decidió acostarse. Al despertar, vio que una mano desconocida sin duda, la de un ángel había intercalado durante la noche la palabra venerabilis.

Nació en las tierras del monasterio de San Pablo, en Jarrow, que está en el norte de Inglaterra. A los cincuenta y nueve años escribió: «Toda mi vida la he pasado en este monasterio, consagrado al estudio de la Biblia y, entre la observación de la disciplina monástica y la diaria tarea de cantar durante los oficios, mi deleite ha sido aprender, enseñar y escribir.»

Dejó un tratado de métrica, una historia natural basada en la obra de Plinio, una cronología universal de la era cristiana, un martirologio, biografías de los abades de Jarrow y la famosa Historia Eclesiástica de la Nación Inglesa (Historia ecclesiastica gentis Anglorum), en cinco libros. Todo ello en latín, así como copiosos comentarios e interpretaciones de la Escritura según el método alegórico. Escribió himnos y epigramas latinos y un libro de ortografía. Versificó también en aglosajón y ha dejado unos versos, que murmuró en su lecho de muerte, sobre la vanidad de los conocimientos humanos. Supo el griego y el hebreo «todo lo que pudieron enseñarle las obras de Jerónimo». Un amigo suyo escribió que era doctus in nostris carminibus, versado en la poesía vernácula. En su Historia Eclesiástica, narra la conversión de Edwin, el sueño de Caedmon, y recoge dos visiones ultraterrenas.

La primera es la visión de Fursa, monje irlandés que había convertido a muchos sajones. Fursa vio el infierno: una hondura llena de fuego. El fuego no lo quema, un ángel le explica. «No te quemará el fuego que no encendiste.» Los demonios lo acusan de haber robado la ropa de un pecador que agonizaba. En el purgatorio, arrojan contra él un ánima en llamas. Esta le quema el rostro y un hombro. El ángel le dice: «Ahora te quema el fuego que encendiste. En la tierra tomaste la ropa de ese pecador; ahora su castigo te alcanza.» Fursa, hasta el día de su muerte, llevó en el mentón y en un hombro los estigmas del fuego de su visión.

La segunda visión es la de un hombre de Nortumbria, llamado Drycthelm. Este había muerto y resucitó, y refirió (después de dar todo su dinero a los pobres) que un hombre de cara resplandeciente lo condujo a un valle infinito y que a la izquierda había tempestades de fuego y, a la derecha, de granizo y de nieve. «No estás aún en el infierno», le dice el ángel. Después, ve muchas esferas de fuego negro que suben de un abismo y que caen. Después, ve demonios que se ríen porque arrastran al fondo de ese abismo las almas de un clérigo, de un lego y de una mujer. Después, ve un muro de infinita extensión y de infinita altura y, más allá, una gran pradera florida con asambleas de gente vestida de blanco. «No estás aún en el cielo», le dice el ángel. Cuando Drycthelm va descendiendo por el valle, atraviesa una región tan oscura que sólo ve el traje del ángel que lo precede. Beda, al contar la escena, intercala un verso del sexto libro de la Eneida:


(Ibant obscuri) sola sub nocte per umbram

Un ligero error Beda no escribe umbram, sino umbras prueba que la cita ha sido hecha de memoria y, por ende, la familiaridad del historiador sajón con Virgilio. En el texto hay otras reminiscencias virgilianas. Beda refiere también la historia de un hombre a quien un ángel le dio a leer un libro minúsculo y blanco en el que estaban registrados sus buenos actos que eran pocos y un demonio un libro horrible y negro, «de tamaño descomunal y de peso casi intolerable», en el que estaban registrados sus crímenes, y aun sus malos pensamientos.

Hemos citado algunas curiosidades de la Historia Eclesiástica, pero la impresión general que deja el volumen es de serenidad y de sensatez. La extravagancia parece corresponder a la época, no al individuo.

«Casi todas las obras de Beda ha escrito Stopford Brooke son estudiosos epítomes, de gran erudición, de escasa originalidad, pero saturados de claridad y de mansedumbre.» Sus obras fueron libros de texto de la escuela de York, a la que concurrieron estudiantes de Francia, de Alemania, de Irlanda y de Italia.

Beda, muy enfermo, estaba traduciendo al anglosajón el Evangelio de San Juan. El amanuense le dijo: «Falta un capítulo.» Beda le dictó la traducción; luego el amanuense dijo: «Falta una línea; pero estás muy cansado.» Beda le dictó esa línea; el amanuense dijo: «Ahora ya está concluido.» «Sí, está concluido», dijo Beda, y poco después había muerto. Es hermoso pensar que murió traduciendo es decir, cumpliendo la menos vanidosa y la más abnegada de las tareas literarias y traduciendo del griego, o del latín, al sajón, que, con el tiempo, sería el vasto idioma inglés.



En Literaturas germánicas medievales (1966)
En colaboración con María Esther Vázquez
En imagen: Borges y Vázquez en conferencia en Mar del Plata
Fotografía de Pupeto Mastropasqua, 1984


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...