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25/3/20

Jorge Luis Borges: Ragnarök







En los sueños (escribe Coleridge) las imágenes figuran las impresiones que pensamos que causan; no sentimos horror porque nos oprime una esfinge, soñamos una esfinge para explicar el horror que sentimos. Si esto es así ¿cómo podría una mera crónica de sus formas transmitir el estupor, la exaltación, las alarmas, la amenaza y el júbilo que tejieron el sueño de esa noche? Ensayaré esa crónica, sin embargo; acaso el hecho de que una sola escena integró aquel sueño borre o mitigue la dificultad esencial.

El lugar era la Facultad de Filosofía y Letras; la hora, el atardecer. Todo (como suele ocurrir en los sueños) era un poco distinto; una ligera magnificación alteraba las cosas. Elegíamos autoridades; yo hablaba con Pedro Henríquez Ureña, que en la vigilia ha muerto hace muchos años. Bruscamente nos aturdió un clamor de manifestación o de murga. Alaridos humanos y animales llegaban desde el Bajo. Una voz gritó: ¡Ahí vienen! y después ¡Los Dioses! ¡Los Dioses! Cuatro a cinco sujetos salieron de la turba y ocuparon la tarima del Aula Magna. Todos aplaudimos, llorando; eran los Dioses que volvían al cabo de un destierro de siglos. Agrandados por la tarima, la cabeza echada hacia atrás y el pecho hacia adelante, recibieron con soberbia nuestro homenaje. Uno sostenía una rama, que se conformaba, sin duda, a la sencilla botánica de los sueños; otro, en amplio ademán, extendía una mano que era una garra; una de las caras de Jano miraba con recelo el encorvado pico de Thoth. Tal vez excitado por nuestros aplausos, uno, ya no sé cual, prorrumpió en un cloqueo victorioso, increíblemente agrio, con algo de gárgara y de silbido. Las cosas, desde aquel momento, cambiaron.

Todo empezó por la sospecha (tal vez exagerada) de que los Dioses no sabían hablar. Siglos de vida fugitiva y feral habían atrofiado en ellos lo humano; la luna del Islam y la cruz de Roma habían sido implacables con esos prófugos. Frentes muy bajas, dentaduras amarillas, bigotes ralos de mulato o de chino y belfos bestiales publicaban la degeneración de la estirpe olímpica. Sus prendas no correspondían a una pobreza decorosa y decente sino al lujo malevo de los garitos y de los lupanares del Bajo. En un ojal sangraba un clavel; en un saco ajustado se adivinaba el bulto de una daga: Bruscamente sentimos que jugaban su última carta, que eran taimados, ignorantes y crueles como viejos animales de presa y que, si nos dejábamos ganar por el miedo o la lástima, acabarían por destruirnos.

Sacamos los pesados revólveres (de pronto hubo revólveres en el sueño) y alegremente dimos muerte a los Dioses.




Publicado en El hacedor (1960)
Luego en Libro de sueños (1976)

Retrato de Jorge Luis Borges
Incluido en las Obras Completas 
Buenos Aires, Emecé Editores, 1974, 1ª ed.




24/6/18

Del diario epistolar de César para Lucio Mamilio Turrino, en la isla de Capri





(En la noche del 27 al 28 de octubre)
1013. (Sobre la muerte de Catulo.) Estoy velando a la cabecera de un amigo agonizante: el poeta Catulo. De tiempo en tiempo se queda dormido y, como de costumbre, tomo la pluma, quizá para evitar la reflexión.
Acaba de abrir los ojos. Dijo el nombre de seis de las Pléyades, y me preguntó el séptimo.
Ahora duerme.
Ha pasado otra hora. Conversamos. No soy novato en esto de velar a la cabecera de los moribundos. A quienes sufren es preciso hablarles de sí mismos; a los de mente lúcida, alabarles el mundo que abandonan. No hay dignidad alguna en abandonar un mundo despreciable, y quienes mueren suelen temer que la vida acaso no haya valido los esfuerzos que les ha costado. Personalmente, jamás me faltan motivos para alabarla. En el transcurso de esta última hora he pagado una vieja deuda. Durante mis campañas, muchas veces me visitó un ensueño persistente: caminaba de acá para allá frente a mi tienda, en medio de la noche, improvisando un discurso. Imaginaba haber congregado un auditorio selecto de hombres y mujeres, casi todos los jóvenes, a quienes anhelaba revelar todo cuanto había aprendido en la poesía inmortal de Sófocles —en mi adolescencia, en mi madurez, como soldado, como estadista, como padre, como hijo, como enamorado; a través de alegrías y vicisitudes—. Quería, antes de morir, descargar mi corazón (¡tan pronto colmado!) de toda esa gratitud y alabanza.
¡Oh, sí! Sófocles fue un hombre; y su obra, cabalmente humana. He aquí la respuesta a un viejo interrogante. Los dioses ni le prestaron apoyo ni se negaron a ayudarlo; no es así como proceden. Pero si ellos no hubiesen estado ocultos, él no habría luchado tanto por encontrarlos.
Así he viajado: sin poder ver a un pie de distancia, entre los Alpes más elevados, pero jamás con paso tan seguro. A Sófocles le bastaba con vivir como si los Alpes hubiesen estado allí.
Y ahora, también Catulo ha muerto.
(Las notas que siguen parecen haber sido escritas
durante los meses de enero y febrero)
1020. Cierta vez me preguntaron, en son de broma, si alguna vez había experimentado horror del vacío. Te respondí que sí, desde entonces he soñado con él una y otra vez.
Acaso una posición accidental del cuerpo dormido, acaso una indigestión, cualquier otra clase de disturbio interno; lo cierto es que el terror que embarca a la mente no resulta menos real. No es (como creí algún tiempo) la imagen de la muerte y la mueca de la calavera, sino el estado en que se recibe el fin de todas las cosas. Esta nada no se presenta como ausencia o silencio; sino como el desenmascarado mal absoluto: burla y amenaza que reduce al ridículo todo placer, y marchita y agosta todo esfuerzo. Esta pesadilla es la réplica de la visión que se sobreviene en los paroxismos de mi enfermedad[2]. En ellos me parece captar la rara armonía del universo, me invaden una dicha y una confianza inefables, y querría gritar a todos los vivos y los muertos que no hay parte del mundo que no haya sido alcanzada por la mano de la bendición.
(El texto continúa en griego)
Ambos estados derivan de ciertos humores que actúan en el organismo, pero en ambos se afirma la conciencia de que «esto lo sabré de ahora en adelante». ¿Cómo rechazarlos como vanas ilusiones si la memoria los corrobora con testimonios innumerables, radiantes o terribles? Imposible negar el uno sin negar el otro; ni querría yo, como un simple pacificador de aldea, acordar a cada uno su menguada porción de verdad.
Thornton Wilder, Los idus de marzo (1945)



Nota
[2] Epilepsia


Antologado en Jorges Luis Borges: Libro de sueños (1975)
© 1995, María Kodama
© 2013, Buenos Aires, Random House Mondadori
© 2015, Buenos Aires, Debolsillo, segunda edición

También en Colección La Biblioteca de Babel, 32

Image: Thornton Wilder pictured in his Yale College graduation photo, 1920
Image courtesy of the Yale Collection of American Literature,

Beinecke Rare Book & Manuscript Library



31/5/18

El ángel del Señor en los sueños de José






Habiéndose desposado María con José, antes de que conviviesen se halló María haber concebido del Espíritu Santo. José, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto. Reflexionaba sobre esto, cuando se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta[*], que dice:
«He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo, y se le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir “Dios con nosotros.”» Al despertar José de su sueño hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió en su casa a su esposa. No la conoció hasta que dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús.
Partido que hubieron (los magos), el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.» Levantándose de noche, tomó al niño y a la madre y se retiró hacia Egipto.
Muerto ya Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y vete a la tierra de Israel, porque son muertos los que atentaban contra la vida del niño.» Levantándose, tomó al niño y a la madre y partió para la tierra de Israel.
Evangelio de San Mateo

[*] Isaías, 7, 14
Antologado en Jorges Luis Borges: Libro de sueños (1975)
© 1995, María Kodama
© 2013, Buenos Aires, Random House Mondadori
© 2015, Buenos Aires, Debolsillo, segunda edición

También en Colección La Biblioteca de Babel, 32





Imagen arriba: Borges por Alicia D'Amico (¿?), tal vez Sara Facio, sin fecha
Fuente: El País




24/11/17

Dios dirige los destinos de José, hijo de Jacob, y, por su intermedio, los de Israel







Israel amaba a José más que a todos sus otros hijos por ser el hijo de la ancianidad, y le hizo una túnica talar. Viendo sus hermanos que el padre lo amaba más que a todos, llegaron a odiarlo; y no podían hablarle amistosamente. Tuvo José un sueño que contó a sus hermanos y acrecentó el odio de éstos. Les dijo: «Oíd, si queréis, el sueño que he tenido. Estábamos nosotros en el campo atando haces cuando vi que mi haz se levantaba y mantenía en pie, y los vuestros lo rodeaban y se inclinaban ante el mío, adorándolo.» Sus hermanos le dijeron: «¿Es que vas a reinar sobre nosotros y dominarnos?» Y lo odiaron más. Tuvo José otro sueño, que contó a sus hermanos: «Mirad, he tenido otro sueño y he visto que el sol, la luna y once estrellas me adoraban.» Contó el sueño a su padre y éste lo increpó: «¿Qué sueño es ése que has soñado? ¿Acaso vamos a postrarnos ante ti, yo, tu madre y tus hermanos?» Sus hermanos lo envidiaban, pero al padre le daba que pensar.
Génesis, 37, 3 −11



Antologado en Jorges Luis Borges: Libro de sueños (1975)
© 1995, María Kodama
© 2013, Buenos Aires, Random House Mondadori
© 2015, Buenos Aires, Debolsillo, segunda edición

También en Colección La Biblioteca de Babel, 32




8/5/17

François Rabelais: Interpretación de los sueños





—Puesto que no nos ponemos de acuerdo sobre los métodos virgilianos, utilicemos como medio de adivinación uno bueno, antiguo y auténtico, dijo Pantagruel. Me refiero a la interpretación de los sueños, siempre que se sueñe según las condiciones que establecen Hipócrates, Platón, Plotino, Yámblico, Sinesio, Aristóteles, Jenofonte, Galeno, Plutarco, Artemidoro, Daldiano, Herifilo, Quinto Calaber, Teócrito, Plinio, Atengo y otros, quienes sostienen que el alma es capaz de prever sucesos futuros. Cuando el cuerpo reposa en plena digestión y nada necesita hasta el momento de despertarse, nuestra alma se eleva a su verdadera patria, que es el cielo. Allí recibe la participación de su primitivo origen divino y en la contemplación de aquella infinita e intelectual esfera (cuyo centro se halla en algún lugar del universo, punto central que reside en Dios según la doctrina de Hermes Trismegisto, y a la cual nada altera y en la cual nada ocurre, pues todos los tiempos se desarrollan en presente) capta no sólo sucesos de las capas inferiores sino los futuros, transmitiéndolos a su cuerpo por sus órganos sensibles. Dada la fragilidad e imperfección del cuerpo que los ha captado, no puede transmitirlos fielmente. Queda a los intérpretes y vaticinadores de sueños, los griegos, el profundizar en tan importante materia. Heráclito decía que la interpretación de los sueños no ha de quedar oculta, pues nos da el significado y normas generales de las cosas del porvenir, para nuestra suerte o desgracia. Anfiarao tiene establecido que no hay que beber durante tres días ni comer durante uno antes de los sueños. Estómago repleto, mala espiritualidad.

Todo sueño que termina en sobresalto significa algo malo y es de mal presagio. Algo malo, es decir, alguna enfermedad latente. Mal presagio, para el alma: alguna desgracia se avecina. Recordad los sueños y el despertar de Hécuba y de Eurídice. Eneas soñó que hablaba con Héctor difunto; despertó sobresaltado y aquella noche Troya ardió y fue saqueada.
François Rabelais, Pantagruel, II (1564)




Antologado en Libro de sueños (1976)
© 1995, María Kodama
© 2013, Buenos Aires, Random House Mondadori
© 2015, Buenos Aires, Debolsillo, segunda edición

Dibujo: François Rabelais: Retrato anónimo S.XVIII
Paris Hôtel Carnavalet- Agostin Picture Library / Corbis

5/1/17

Jorge Luis Borges: El sueño de Pedro Henríquez Ureña







El sueño que Pedro Henríquez Ureña tuvo en el alba de uno de los días de 1946 curiosamente no constaba de imágenes sino de pausadas palabras. La voz que las decía no era la suya pero se parecía a la suya. El tono, pese a las posibilidades patéticas que el tema permitía, era impersonal y común. Durante el sueño, que fue breve, Pedro sabía que estaba durmiendo en su cuarto y que su mujer estaba a su lado. En la oscuridad del sueño, la voz le dijo:
"Hará unas cuantas noches, en una esquina de la calle Córdoba, discutiste con Borges la invocación del anónimo Sevillano Oh muerte, ven callada / como sueles venir en la saeta. Sospecharon que era el eco deliberado de algún texto latino, ya que esas traslaciones correspondían a los hábitos de la época, del todo ajena a nuestro concepto del plagio, sin duda menos literario que comercial. Lo que no sospecharon, lo que no podían sospechar, es que el diálogo era profético. Dentro de unas horas, te apresurarás por el último andén de Constitución, para tu clase en la Universidad de La Plata. Alcanzarás el tren, pondrás la cartera en la red y te acomodarás en tu asiento, junto a la ventanilla. Alguien, cuyo nombre no sé pero cuya cara estoy viendo, te dirigirá unas palabras. No le contestarás, porque estarás muerto. Ya te habrás despedido para siempre de tu mujer y de tus hijas. No recordarás este sueño porque tu olvido es necesario para que se cumplan los hechos."


En El oro de los tigres (1972)
Y en Libro de sueños (1975)
Foto: Borges en su casa, por ©Sara Facio

7/12/16

Jorge Luis Borges: El incesto







César informa que, antes de cruzar el Rubicón y marchar sobre Roma, soñó que cohabitaba con su madre. Como es sabido, los desaforados senadores que terminaron con César a golpes de puñal, no lograron impedir lo que estaba dispuesto por los dioses. Porque la Ciudad quedó preñada del Amo («hijo de Rómulo y descendiente de Afrodita»), y el prodigioso retoño pronto fue el Imperio Romano.

Rodericus Bartius, Los que son números y los que no lo son (1964)


En Libro de sueños (1975)
Foto: Homero Aridjis with Jorge Luis Borges in 1981 Vía


28/11/16

Jorge Luis Borges: Libro de sueños [Prólogo]






 En un ensayo del Espectador (septiembre de 1712), recogido en este volumen, Joseph Addison ha observado que el alma humana, cuando sueña, desembarazada del cuerpo, es a la vez el teatro, los actores y el auditorio. Podemos agregar que es también el autor de la fábula que está viendo. Hay lugares análogos del Petronio y de don Luis de Góngora.

  Una lectura literal de la metáfora de Addison podría conducirnos a la tesis, peligrosamente atractiva, de que los sueños constituyen el más antiguo y el no menos complejo de los géneros literarios. Esa curiosa tesis, que nada nos cuesta aprobar para la buena ejecución de este prólogo y para la lectura del texto, podría justificar la composición de una historia general de los sueños y de su influjo sobre las letras. Este misceláneo volumen, compilado para el esparcimiento del curioso lector, ofrecería algunos materiales. Esa historia hipotética exploraría la evolución y ramificación de tan antiguo género, desde los sueños proféticos del Oriente hasta los alegóricos y satíricos de la Edad Media y los puros juegos de Carroll y de Franz Kafka. Separaría, desde luego, los sueños inventados por el sueño y los sueños inventados por la vigilia.

  Este libro de sueños que los lectores volverán a soñar abarca sueños de la noche —los que yo firmo, por ejemplo—, sueños del día, que son un ejercicio voluntario de nuestra mente, y otros de raigambre perdida: digamos, el Sueño anglosajón de la Cruz.

  El sexto libro de la Eneida sigue una tradición de la Odisea y declara que son dos las puertas divinas por las que nos llegan los sueños: la de marfil, que es la de los sueños falaces, y la de cuerno, que es la de los sueños proféticos. Dados los materiales elegidos, diríase que el poeta ha sentido de una manera oscura que los sueños que se anticipan al porvenir son menos precisos que los falaces, que son una espontánea invención del hombre que duerme.

  Hay un tipo de sueño que merece nuestra singular atención. Me refiero a la pesadilla, que lleva en inglés el nombre de nigthmare o yegua de la noche, voz que sugirió a Víctor Hugo la metáfora de cheval noir de la nuit pero que, según los etimólogos, equivale a ficción o fábula de la noche. Alp, su nombre alemán, alude al elfo o íncubo que oprime al soñador y que le impone horrendas imágenes. Ephialtes, que es el término griego, procede de una superstición análoga.

  Coleridge dejó escrito que las imágenes de la vigilia inspiran sentimientos, en tanto que en el sueño los sentimientos inspiran las imágenes. (¿Qué sentimiento misterioso y complejo le habrá dictado el Kubal Khan, que fue don de un sueño?) Si un tigre entrara en este cuarto, sentiríamos miedo; si sentimos miedo en el sueño, engendramos un tigre. Ésta sería la razón visionaria de nuestra alarma. He dicho un tigre, pero como el miedo precede a la aparición improvisada para entenderlo, podemos proyectar el horror sobre una figura cualquiera, que en la vigilia no es necesariamente horrorosa. Un busto de mármol, un sótano, la otra cara de una moneda, un espejo. No hay una sola forma en el universo que no pueda contaminarse de horror. De ahí, tal vez, el peculiar sabor de la pesadilla, que es muy diversa del espanto y de los espantos que es capaz de infligirnos la realidad. Las naciones germánicas parecen haber sido más sensibles a ese vago acecho del mal que las de linaje latino; recordemos las voces intraducibles eery, weird, uncanny, unheimlich. Cada lengua produce lo que precisa.

  El arte de la noche ha ido penetrando en el arte del día. La invasión ha durado siglos; el doliente reino de la Comedia no es una pesadilla, salvo quizá en el canto cuarto, de reprimido malestar; es un lugar en el que ocurren hechos atroces. La lección de la noche no ha sido fácil. Los sueños de la Escritura no tienen estilo de sueño; son profecías que manejan de un modo demasiado coherente un mecanismo de metáforas. Los sueños de Quevedo parecen la obra de un hombre que no hubiera soñado nunca, como esa gente cimeriana mencionada por Plinio. Después vendrán los otros. El influjo de la noche y del día será recíproco; Beckford y De Quincey, Henry James y Poe, tienen su raíz en la pesadilla y suelen perturbar nuestras noches. No es improbable que mitologías y religiones tengan un origen análogo. Quiero dejar escrita mi gratitud a Roy Bartholomew, sin cuyo estudioso fervor me hubiera resultado imposible compilar este libro.

Jorge Luis Borges





En Libro de sueños (1975)
Y en Prólogos de la Biblioteca de Babel (1997)
Foto: Roy Bartolomew y Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional

En revista El Hogar, 11 de noviembre de 1955
Portada de Libro de sueños 
Antología, selección y prólogo de Jorge Luis Borges
Col. La Biblioteca de Babel


21/8/16

Jorge Luis Borges: Daniel y los sueños de Nabucodonosor






La visión de la estatua

En el año doce de su reinado Nabucodonosor tuvo un sueño que lo agitó pero al despertar no podía recordarlo. Llamó a magos, astrólogos, encantadores y caldeos y les exigió una explicación. Adujeron los caldeos que no podían explicar lo que no conocían. Nabucodonosor les juró que si no le mostraban el sueño y le daban una interpretación, serían descuartizados y sus casas convertidas en muladares, pero que si lo hacían recibirían mercedes y mucha honra. No pudieron hacerlo y el rey decretó la muerte de todos los sabios de Babilonia. La sentencia alcanzaba a Daniel y sus compañeros. Daniel obtuvo un plazo. Fue a su casa e instó a sus compañeros a pedir al Dios de los cielos la revelación del misterio. El misterio fue revelado a Daniel en una visión de la noche. Pudo llegar hasta Nabucodonosor (quien lo llamaba Baltasar) y dijo: Lo que pide el rey es un misterio que ni sabios, ni astrólogos, ni magos ni adivinos son capaces de descubrir; pero hay en los cielos un Dios que revela lo secreto y que ha dado a conocer a Nabucodonosor lo que sucederá con el correr de los tiempos. He aquí tu sueño y la visión que has tenido en tu lecho: Tú, ¡oh rey!, mirabas y estabas viendo una estatua, muy grande y de brillo extraordinario. Estaba de pie ante ti y su aspecto era terrible. La cabeza era de oro puro; el pecho y los brazos, de plata; el vientre y las caderas, de bronce; las piernas, de hierro; y los pies, parte de hierro y parte de barro. Tú observabas, cuando una piedra (no lanzada por mano) hirió a la estatua en los pies y la destrozó. El hierro, el barro, el bronce, la plata y el oro se desmenuzaron y fueron como tamo de las eras en verano; se los llevó el viento y no quedó traza de ellos, mientras la piedra se transformó en montaña que llenó toda la tierra. Hasta aquí el sueño; oíd su interpretación. Tú, ¡oh rey!, eres rey de reyes porque el Dios de los cielos te ha dado el imperio, el poder, la fuerza y la gloria; El ha puesto en tus manos a los hijos de los hombres dondequiera que habitasen; a las bestias de los campos, a las aves del cielo, y te ha dado el dominio de todo; tú eres la cabeza de oro. Después de ti surgirá un reino menor que el tuyo, y luego un tercero, que será de bronce y dominará sobre la tierra. Habrá un cuarto reino, fuerte como el hierro y que todo lo destrozará. Lo que viste de los pies y los dedos, parte de barro de alfareros, parte de hierro, es que este reino será dividido, pero tendrá en sí algo de la fuerza del hierro que viste mezclado con el barro. Se mezclarán alianzas humanas, pero no se pegarán, como no se pegan entre sí el barro y el hierro. En tiempo de esos reyes, el Dios de los cielos suscitará un reino que no será destruido jamás, que permanecerá por siempre y desmenuzará a los otros reinos. Eso es lo que significa la piedra que viste desprenderse del monte sin ayuda de mano, y que desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro. Dios ha dado a conocer al rey lo que sucederá; el sueño es verdadero, y cierta su interpretación.

Nabucodonosor honró a Daniel y reconoció al verdadero Dios entre los dioses y Señor de los reyes, que revela los secretos.

Daniel, 2, 1-47


La visión del árbol

Yo, Nabucodonosor, vivía feliz en mi palacio, hasta que tuve un sueño que me espantó. Los sabios de Babilonia no supieron interpretarlo, e hice venir ante mí a Daniel, llamado Baltasar por el nombre de mi dios, y jefe de los magos. Le expliqué las visiones de mi espíritu mientras estaba en el lecho: Miraba yo, y vi en medio de la tierra un árbol alto sobremanera, muy fuerte y cuya cima tocaba en los cielos, visible desde todos los confines. Era de hermosa copa y abundantes frutos, y había en él mantenimiento para todos. Entonces bajó del cielo uno de esos que velan y son santos, quien me gritó: Abatid el árbol y cortad sus ramas, sacudid su follaje y diseminad sus frutos, que huyan de debajo de él las bestias y las aves del cielo de sus ramas; mas dejad en la tierra tronco con sus raíces y atadlo con cadenas de hierro y bronce, y quede entre las hierbas del campo, que lo empape el rocío y tenga por parte suya, como las bestias, las hierbas de la tierra. Quítesele su corazón de hombre y désele uno de bestia, y pasen sobre él siete tiempos. Esta sentencia es decreto de los vígiles y resolución de los santos, para que sepan los vivientes que el Altísimo es dueño del reino de los hombres y lo da a quien le place, y puede poner sobre él al más bajo de los hombres.

Daniel quedó estupefacto, turbados sus pensamientos. Dijo: Mi señor, que el sueño sea para tus enemigos, y la interpretación para tus adversarios. El árbol que has visto eres tú, ¡oh rey!, que has venido a ser grande y fuerte, y cuya grandeza se ha acrecentado y llegado hasta los cielos, y cuya dominación se extiende hasta los confines de la tierra. Mas te arrojarán de en medio de los hombres y morarás entre las bestias del campo, y te darán de comer hierba como a los bueyes, te empapará el rocío del cielo y pasarán sobre ti siete tiempos hasta que sepas que el Altísimo es el dueño del reino de los hombres y se lo da a quien le place. Lo de dejar el tronco donde se hallan las raíces significa que tu reino te quedará cuando conozcas que el cielo es quien domina. Por tanto, ¡oh rey!, sírvete aceptar mis consejos: redime tus pecados con justicia y tus inquietudes con misericordia a los pobres, y quizá se prolongará tu dicha.

Todo esto tuvo cumplimiento en Nabucodonosor, rey.

Daniel 4, 1-25



En Libro de sueños (1975)
Foto: Borges Stadt  Paranaein Interview - August 1969 
Ullstein Bild / Getty Images



6/4/16

Jorge Luis Borges: Sueña Alonso Quijano









El hombre se despierta de un cierto
sueño de alfanjes y de campo llano
y se toca la barba con la mano
y se pregunta si está herido o muerto.
¿No lo perseguirán los hechiceros
que han jurado su mal bajo la luna?
Nada. Apenas el frío. Apenas una
dolencia de sus años postrimeros.
El hidalgo fue un sueño de Cervantes
y Don Quijote un sueño del hidalgo.
El doble sueño los confunde y algo
está pasando que pasó mucho antes.
Quijano duerme y sueña. Una batalla:
los mares de Lepanto y la metralla.


En El oro de los tigres (1972)
Y en Libro de sueños (1976)
Retrato de Borges en en 1976
En revista Gente y la actualidad 
Octubre - Diciembre 1983
Buenos Aires, Argentina

19/9/15

Jorge Luis Borges: La pesadilla







Sueño con un antiguo rey. De hierro
es la corona y muerta la mirada.
Ya no hay caras así. La firme espada
lo acatará, leal como su perro.
No sé si es de Nortumbria o de Noruega.
Sé que es del Norte. La cerrada y roja
barba le cubre el pecho. No me arroja
una mirada su mirada ciega.
¿De qué apagado espejo, de qué nave
de los mares que fueron su aventura,
habrá surgido el hombre gris y grave
que me impone su antaño y su amargura?
Sé que me sueña y que me juzga, erguido.
El día entra en la noche. No se ha ido.



En Libro de sueños (1976)
Y en La moneda de hierro (1976)
Retrato de Jorge Luis Borges
En Jorge Luis Borges en Buenos Aires
©Sara Facio, Editorial La Azotea
Buenos Aires, 2004


6/8/15

Jorge Luis Borges: Dreamtigers







En la infancia yo ejercí con fervor la adoración del tigre: no el tigre overo de los camalotes del Paraná y de la confusión amazónica, sino el tigre rayado, asiático, real, que sólo pueden afrontar los hombres de guerra, sobre un castillo encima de un elefante. Yo solía demorarme sin fin ante una de las jaulas en el Zoológico; yo apreciaba las vastas enciclopedias y los libros de historia natural, por el esplendor de sus tigres. (Todavía me acuerdo de esas figuras: yo que no puedo recordar sin error la frente o la sonrisa de una mujer.) Pasó la infancia, caducaron los tigres y su pasión, pero todavía están en mis sueños. En esa napa sumergida o caótica siguen prevaleciendo y así: Dormido, me distrae un sueño cualquiera y de pronto sé que es un sueño. Suelo pensar entonces: Éste es un sueño, una pura diversión de mi voluntad, y ya que tengo un ilimitado poder, voy a causar un tigre.

¡Oh, incompetencia! Nunca mis sueños saben engendrar la apetecida fiera. Aparece el tigre, eso sí, pero disecado o endeble, o con impuras variaciones de forma, o de un tamaño inadmisible, o harto fugaz, o tirando a perro o a pájaro.



En El Hacedor (1960)

Luego incluido en Libro de sueños
© María Kodama 1995
Buenos Aires, 2017


Foto: Borges en su casa, 24 de agosto de 1975
Entrevistado por Jorge Lafforge

26/7/15

Jorge Luis Borges: Visiones proféticas





Las cuatro bestias

En el año primero de Baltasar, rey de Babilonia, tuvo Daniel un sueño, y vio visiones de su espíritu mientras estaba en su lecho. En seguida escribió el sueño.
Vi irrumpir en el mar Grande los cuatro vientos del cielo y salir del mar cuatro bestias diferentes. La primera era como león con alas de águila. Le fueron arrancadas las alas y se puso sobre los pies a manera de hombre y le fue dado corazón de hombre. La segunda bestia, como un oso, tenía entre los dientes tres costillas; le dijeron: levántate y come mucha carne. La tercera, semejante a un leopardo, con cuatro alas de pájaro sobre el dorso, y cuatro cabezas; le fue dado dominio. La cuarta bestia era sobremanera fuerte, terrible, espantosa, con grandes dientes de hierro: devoraba y trituraba, y las sobras las machacaba con los pies. Era muy diferente de las anteriores y tenía diez cuernos, de entre los cuales salió otro pequeño, y le fueron arrancados tres de los primeros, y, el nuevo tenía ojos humanos y boca que hablaba con gran arrogancia.

El anciano y el juicio

Entonces fueron puestos tronos y se sentó un anciano de muchos días con vestimenta y cabellos como la nieve. Su trono llameaba y las ruedas eran de fuego ardiente. Un río de fuego salía de delante de él, y lo servían millares de millares y asistían millones de millones; el tribunal tomó asiento, y fueron abiertos los libros. Yo seguía mirando a la cuarta bestia, por la gran arrogancia con que seguía hablando su cuerno. La mataron y arrojaron su cadáver al fuego; a las otras tres se les quitó dominio pero se les prolongó la vida por cierto tiempo.

El hijo del hombre

Seguí mirando en mi visión nocturna y vi venir sobre las nubes a uno como hijo hombre, y se llegó hasta el anciano y fue presentado. Le fue dado el señorío, la gloria y el imperio, y todos los pueblos, lenguas y naciones le sirvieron, y su dominio es dominio eterno, que no acabará, y su imperio es imperio que nunca desaparecerá.
Me turbé sobremanera; las visiones me desasosegaron. Fui hasta uno de los asistentes y le rogué que me dijera la verdad acerca de todo esto. Las cuatro bestias son cuatro reyes que se alzarán en la tierra. Después recibirán el reino de los santos del Altísimo y lo retendrán por los siglos de los siglos. Sentí curiosidad por saber más de la cuarta bestia. El cuerno hablador y arrogante hacía guerra a los santos y los vencía, hasta que el anciano hacía justicia y llegó el tiempo en que los santos se apoderaron del cielo.

El cuarto reino

Díjome así: La cuarta bestia es un cuarto reino sobre la tierra que se distinguirá de los otros y triturará la tierra. Los diez cuernos son diez reyes que en aquel reino se alzarán, y el último y nuevo diferirá de los primeros y derribará a tres. Hablará arrogantes palabras contra el Altísimo y quebrantará a sus santos y pretenderá mudar los tiempos y la Ley. Aquéllos serán entregados a su poder por un tiempo, tiempos y medio tiempo. Pero el tribunal le arrebatará el dominio y lo destruirá.

El carnero y el macho cabrío

En el año tercero del reino de Baltasar, tuve una visión y me pareció estar en Susa, capital de la provincia de Elam, cerca del río Ulai. Un carnero estaba delante del río y tenía dos cuernos muy altos, uno más que el otro. Arremetía hacia el poniente, el norte y el mediodía sin que ninguna bestia pudiese resistírsele ni librarse de él. Pere vino un macho cabrío sin tocar la tierra con los pies y un cuerno entre los ojos, y destruyó al carnero y se engrandeció, pero se le rompió el gran cuerno y en su lugar le salieron cuatro, uno hacia cada viento del cielo. De uno de los cuatro salió un cuerno pequeño que creció hacia el mediodía y el oriente y hacia la tierra gloriosa, y alcanzó el ejército de los cielos y echó a tierra las estrellas y las holló. Se irguió contra el príncipe del ejército y le quitó el sacrificio perpetuo y destruyó su santuario. Impíamente convocó ejércitos contra el sacrificio perpetuo, echó por tierra la verdad e hizo cuanto quiso. En esto un santo preguntó a otro: ¿Hasta cuándo va a durar esta visión de la supresión del sacrificio perpetuo, de la asoladora prevaricación y de la profanación del santuario? Le fue respondido: Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; después será purificado el gran santuario.
Entonces apareció ante mí uno como hombre en medio del Ulai que decía: Gabriel, explícale a éste la visión. Me dijo Gabriel: Atiende, hijo del hombre, que la visión es del fin de los tiempos. Caí sobre mi rostro, pero me levantó y agregó: Voy a enseñarte lo que sucederá al fin del tiempo de la ira.

La explicación

El carnero de dos cuerpos son los reyes de Media y Persia; el macho cabrío es el rey de Grecia, y el gran cuerno de entre sus ojos es el rey primero; los otros cuatro, cuatro reyes que se alzarán en la nación, pero de menos fuerza. Al final de cuyo dominio, cuando se completen las prevaricaciones, levantaráse un rey imprudente e intrigante; crecerá su poder, no por su propia fuerza, producirá grandes ruinas y tendrá éxitos: destruirá a los poderosos y al pueblo de los santos. Se llenará de arrogancia y hará perecer a muchos que vivían apaciblemente y se enfrentará al príncipe de los príncipes; pero será destruido sin que intervenga mano alguna. La visión de las tardes y mañanas es verdadera: guárdala en tu corazón, porque es para mucho tiempo.
Quedé quebrantado y asombrado por la visión, pero nadie la supo.

Las setenta semanas

El año primero de Darío, hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey de los caldeos, yo estudiaba en los libros el número de los setenta años que había de cumplirse sobre las ruinas de Jerusalem, conforme lo dicho por Yahvé al profeta Jeremías. Volví mi rostro al Señor, buscándolo en oración y plegaria, ayuno, saco y cenizas, y oré a Yahvé e hice esta confesión:

Oración y confesión de Daniel

Señor que guardas la alianza con quienes te aman y cumplen tus mandamientos: hemos pecado, obrado iniquidad, perversidad y rebeldía, nos hemos apartado de tus mandamientos y juicios, hemos desoído a tus siervos los profetas. Tuya es la justicia y nuestra la vergüenza, hombres de Judá y moradores de Jerusalem, todos los de Israel, cercanos o dispersos. Nuestra vergüenza es con nuestros reyes, príncipes y padres, porque desobedecimos y nos rebelamos. Vino sobre nosotros la maldición y el juramento escrito en la Ley de Moisés; justo es Yahvé. Señor que nos sacaste de la tierra de Egipto, aparta tu ira de tu ciudad de Jesusalem, haz brillar tu faz sobre tu santuario devastado, mira nuestras ruinas. Por tu misericordia, Señor.

Gabriel trae la respuesta

Gabriel se me apareció como a la hora del sacrificio de la tarde. Me dijo: Setenta semanas están prefijadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa para redimir de la prevaricación, cancelar el pecado, expiar la iniquidad, traer la justicia eterna, sellar la visión y la profecía, ungir el Santo de los santos. Desde el oráculo sobre el retorno y edificación de Jerusalem hasta un ungido príncipe habrá siete semanas, y en sesenta y dos semanas se reedificarán plaza y foso en la angustia de los tiempos. Después será muerto un ungido, sin que tenga culpa; destruirá la ciudad y el santuario el pueblo de un príncipe que ha de venir, cuyo fin será en una inundación; hasta el fin de la guerra están decretadas desolaciones. Afianzará la alianza para muchos durante una semana, y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación, y habrá en el santuario una abominación desoladora, hasta que la ruina decretada venga sobre el devastador.
Daniel, 7-9


Los comentaristas bíblicos sostienen que las cuatro fieras se corresponden con las diversas partes de la estatua vista por Nabucodonosor; que la cuarta es Siria, y, el cuerno blasfemador, Antíoco IV, gran perseguidor de los judíos. Los diez reyes son Alejandro Magno, Seleuco I Nicátor, Antíoco Soter, Antíoco II Calínico, Seleuco III, Cerauno, Antíoco III el Grande, Seleuco IV Filopátor, Heliodoro y Demetrio I Soter. Los desaparecidos, Seleuco IV (asesinado por Helidoro), Heliodoro y Demetrio I. El anciano es Dios, dispuesto a juzgar a los imperios orientales. El personaje semejante a un hijo de hombre es el Mesías: Jesucristo recuerda el pasaje en Mateo, 26, 64, ante el sumo sacerdote. Después se alude a la lucha de Alejandro con los persas, a la formación de su imperio y a la desmembración del mismo, tras la muerte del hijo de Filipo de Macedonia. La profecía de Daniel —las setenta semanas— se basa en la de Jeremías —setenta años— y se interpreta como «setenta semanas de años».



En Libro de sueños (1976)
Foto: Graziano Arici, 1983 (detalle) 
Official site


3/2/15

Jorge Luis Borges: Sueño de Jacob







Camino de Berseba a Jarán, tuvo Jacob un sueño en el que veía una escalera que, apoyándose en la tierra, tocaba con la cabeza en los cielos, y por ella subían y bajaban los ángeles de Dios. «Yo soy Yahvé, el Dios de Abraham tu padre y el Dios de Isaac. La tierra sobre la cual estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será ésta como el polvo de la tierra, y te ensancharás a oriente y occidente, a norte y a mediodía, y en ti y en tu descendencia serán bendecidas toda las naciones de la tierra. Yo estoy contigo, y te bendeciré adonde quiera que vayas, y volveré a traerte a esta tierra, y no te abandonaré hasta cumplir lo que te digo.» Despertó Jacob y se dijo: «Ciertamente está Yahvé en este lugar, y yo no lo sabía.» Y atemorizado, añadió: «¡Qué terrible es este lugar! No es sino la casa de Dios, y la puerta de los cielos.»

Génesis, 28, 10-17


Libro de sueños (1976)
Foto: Captura video Borges and I
An Arts International Presentation s/f 


6/8/14

Jorge Luis Borges: La cierva blanca







¿De qué agreste balada de la verde Inglaterra,
de qué lámina persa, de que región arcana
de las noches y días que nuestro ayer encierra,
vino la cierva blanca que soñé esta mañana?
Duraría un segundo. La vi cruzar el prado
y perderse en el oro de una tarde ilusoria,
leve criatura hecha de un poco de memoria
y de un poco de olvido, cierva de un solo lado.
Los númenes que rigen este curioso mundo
me dejaron soñarte, pero no ser tu dueño;
tal vez en un recodo del porvenir profundo
te encontraré de nuevo, cierva blanca de un sueño.
Yo también soy un sueño fugitivo que dura
unos días más que el sueño del prado y la blancura.



Nota: Versión corregida de los últimos dos versos (en 1976)
Yo también soy un sueño lúcido que perdura
Un tiempo más que el sueño del prado y la blancura.



En La rosa profunda (1975)
Luego Libro de sueños (1976)
Foto: Sara Facio, Festival de la Luz 2012 en Buenos Aires
intervenida por Isaías Garde

25/4/14

Jorge Luis Borges: Episodio del enemigo





Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con un bastón, con un torpe bastón que en viejas manos no podía ser un arma sino un báculo. Me costó percibir lo que esperaba: el débil golpe contra la puerta. Miré, no sin nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro sobre los sueños, libro un tanto anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido, pensé. Tuve que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio unos pasos inciertos, soltó el bastón, que no volví a ver, y cayó en mi cama, rendido. Mi ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero sólo entonces noté que se parecía, de un modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la tarde.

Me incliné sobre él para que me oyera.

—Uno cree que los años pasan para uno —le dije— pero pasan también para los demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido.

Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver.

Me dijo entonces con voz firme:

—Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Lo tengo ahora a mi merced y no soy misericordioso.

Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y sólo las palabras podían salvarme. Atiné a decir:

—Es la verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es aquel niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón.

—Precisamente porque ya no soy aquel niño —me replicó— tengo que matarlo. No se trata de una venganza sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.

—Puedo hacer una cosa —le contesté.

—¿Cuál? —me preguntó.

—Despertarme.

Y así lo hice.


En El oro de los tigres (1972)

En La moneda de hierro (1976)
Y en Libro de sueños (1976)
Imagen: Borges en Adrogué
Foto de Hernán Rojas, fotoperiodista de Clarín


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