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9/10/17

Jorge Luis Borges en su voz: Del rigor en la ciencia








…En aquel imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, esos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y de los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas.

Suárez Miranda: Viajes de Varones prudentes,
Libro cuarto, cap. XIV, Lérida, 1658









En "Museo", El hacedor (1960)
Foto arriba: Charles H. Phillips / Getty Images (LIFE)


18/3/17

Jorge Luis Borges en su voz: Entrevista con Atilio Garrido [Radio Carve de Montevideo, junio de 1978]













—Quiere decir que este fenómeno mundial que es Jorge Luis Borges, venimos a saber ahora, nos pertenece un poquito también a los orientales.
—Sí, sí, desde luego. Puedo decirle esto: yo no sé si mi primer recuerdo, que curiosamente es el recuerdo de un cantero y de un arcoíris, debo situarlo de este lado del Río, en una quinta de Adrogué o en un modesto jardín de Palermo, o en la quinta de mi tío Francisco Haedo en el Paso Molino, en Montevideo. No sé si mi primer recuerdo corresponde a este lado del río o al otro.
Mi abuelo, el coronel Borges, nació en Montevideo e inició su carrera militar como artillero defendiendo la plaza sitiada: tenía 14 años. Luego se batió en la División Oriental de César Díaz, en la Batalla de Caseros: fue uno de los que decidieron la victoria y tenía 16 años, pero en aquel tiempo la gente maduraba pronto. Mi abuelo se hizo matar en la batalla de La Verde en el año 1874.


—¿Maduraba más pronto aquella gente? ¿Ese puede ser uno de los méritos de la generación anterior?
—Sí, creo que maduraba muy pronto, pero al mismo tiempo eran menos longevos que nosotros. La prueba de ello es que hay un poema de Lugones que empieza así: “Sintiendo vagar por su elegante persona/ Una desolada intimidad de hastío/ La bella solterona (Treinta y ocho años, regio porte, un tanto frío, de beldad sajona)”, etcétera. Bueno, pues todas mis amigas tienen 38 años y no son consideradas solteronas, pero en el año 1905, 1906, era otra cosa: a los 38 años una mujer tenía el triste derecho de llamarse solterona si no se había casado.


—Volviendo un poco a Uruguay, al margen de aquel recuerdo que usted no tiene definido…
—Tengo muchos otros recuerdos, sobre todo de la frontera, porque yo hice dos viajes con Enrique Amorim, casado con una prima mía, Ester Haedo, hasta Santana do Livramento, y ahí por primera y última vez en mi vida vi matar a un hombre. Y tengo otro primer recuerdo del Uruguay. Yo en Buenos Aires nunca había visto gauchos, pero en el Paso Molino vi troperos que traían hacienda de los departamentos del norte, y vi mis primeros gauchos, y eso me emocionó mucho, porque yo los conocía simplemente por la fama y por estampas. Pero ahí los vi de veras.


—Esos dos recuerdos, el fronterizo y el de los gauchos, ¿pueden haber motivado el cuento “El muerto”, que hace poco se llevó al cine?
—Sí. Les aconsejo que eviten el cine. Hicieron una película absurda con El muerto. Con decirles que yo situaba toda la acción en una estancia cimarrona de la frontera, allá cerca del Yaguarón o de Santana do Livramento. Bueno, todo ocurría en el año 1890 y tantos, y a ellos se les ocurrió dotar a esa estancia –y ustedes saben lo que son las estancias por ahí, que ni siquiera tienen montes– de billares, y hacer que los gauchos jugaran al billar. Pero no se buscaba un efecto cómico, era mera ignorancia de quienes hicieron la película. ¿Se da cuenta? ¡Gauchos de la frontera de Brasil jugando al billar!
—¿Y cómo fue entonces que se hizo la película estando usted en desacuerdo con la forma en que se ambientó?
—Bueno, yo simplemente firmé un contrato, mi editorial cedió los derechos y no tuve nada que ver con la película. Ni siquiera sé qué actores trabajaron, quién fue el director ni nada de eso. Simplemente ellos cedieron los derechos, se hizo el film, fui a verlo (aunque verlo en mi caso es una metáfora, porque estoy ciego desde el año 1955), pero algunos amigos míos me señalaron ese aspecto involuntariamente cómico.
—¿Con qué intelectuales del Uruguay usted se siente más vinculado, con mayor afinidad?
—Tendría que mencionar nombres ya pretéritos, pero soy un hombre viejo. No querría olvidar a Emilio Oribe, a Pedro Leandro Ipuche y a Fernán Silva Valdés, que me honraron con su amistad, pero no digo eso en desmedro de otros: son simplemente los tres primeros nombres que acuden a mi memoria. Y luego querría hablar también de mi tío injustamente olvidado, Luis Melián Lafinur. Yo recuerdo haber estado de chico en la casa de él, que creo que se ha demolido ahora, una casa en la calle Buenos Aires, en la península, en la Ciudad Vieja.
—Lamentablemente se están demoliendo muchas casas viejas, no solamente en Montevideo sino también aquí en Buenos Aires.
—Aquí en Buenos Aires ocurre otra cosa más rara: se construyen en el barrio de San Telmo, que no tiene ninguna tradición especial, falsas casas viejas, y hasta se le ha ocurrido a algún intendente poner un aljibe en una esquina. Todo el mundo sabe que los aljibes son para los patios, no para las calles, pero parece que ya se ha olvidado eso, de modo que hay una plaza en San Telmo con un aljibe en el medio, increíblemente.
—¿Los rioplatenses tenemos desapego por el pasado?
—No, yo creo que no. Creo que queremos el pasado pero, al mismo tiempo, en este caso lo falsificamos un poco. Fíjese que ahora en San Telmo están haciendo falsas casas coloniales, o falsas casas del tiempo de Rosas.
—Usted estuvo en la casa de su tío Luis Melián Lafinur, me estaba contando…
—Sí, estuve muchas veces y tuvo un destino bastante triste. El escribió un libro muy lindo sobre Juan Carlos Gómez y un libro titulado Tabaricidio, contra Zorrilla de San Martín, porque eran adversarios (Juan Zorrilla de San Martín, escritor emblemático del Uruguay, conocido como el “poeta de la patria” y autor del poema épico Tabaré, fue, además, padre del escultor José Luis Zorrilla de San Martín, autor del célebre monumento al general Roca de Buenos Aires, y abuelo de la vestuarista Guma Zorrilla y de la actriz China Zorrilla). El pensaba dedicar su vida a escribir una historia del Uruguay. Yo recuerdo la biblioteca de él, que ocupaba varias habitaciones, y él, ciego, recorriendo la biblioteca, ya incapaz de escribir el libro. Y murió, un hombre ya viejo. Hubiera podido, quizá, hacerlo. Pero yo creo que no, que es muy difícil, sobre todo un libro de historia, que requiere documentación. Quizá un ciego pueda dedicarse, como yo, a obras de imaginación, pero no a obras que requieren consulta. Y él murió ciego en esa casa vieja de la calle Buenos Aires, rodeado de los libros que le hubieran permitido ejecutar ese proyecto que él había acariciado toda su vida, de escribir la historia de la República Oriental del Uruguay. Y no pudo hacerlo.
—¿En qué año ubicamos sus viajes permanentes a la casa de la calle Buenos Aires en la Ciudad Vieja?
—Y a la quinta de mi tío Francisco Haedo en la calle Lucas Obes. Había un arroyo que se llamaba Quitacalzones y otro arroyo Miguelete también por ese lado, por el Prado.
—Un embajador argentino en nuestro país, cuando invitaba a las grandes recepciones decía “los espero en mi casa de la avenida Agraciada esquina Quitacalzones”, lo que en aquella época provocaba prácticamente el pudor de todos.
—Sí, claro, era un zanjón el arroyo. No lo recuerdo muy bien, pero corría por los fondos de la quinta. Bueno, todos esos recuerdos míos montevideanos yo no sé cuándo empiezan, pero sé que nosotros veraneábamos todos los años en Montevideo, en casa de mi tío Francisco Haedo, y que eran los veraneos largos de entonces, de dos o tres meses.
—Jorge Luis Borges, ¿encuentra similitud entre Montevideo y Buenos Aires y entre su pueblo?
—Sí. Yo siempre digo que Buenos Aires es un barrio de Montevideo.
—¿Buenos Aires un barrio de Montevideo?
—Sí, siempre lo digo, si son lo mismo. Hasta diría que Buenos Aires está más cerca de Montevideo que de Córdoba, por ejemplo, que tiene un carácter muy distinto, y mucho más cerca que de Salta, no sólo geográficamente sino espiritualmente.
—Ahora que usted me nombra a Juan Carlos Gómez y me recordaba la amistad con su tío Luis Melián Lafinur, ¿es partidario de la idea que en su momento propuso Juan Carlos Gómez y que causó la división del Río de la Plata, de la Patria Grande?
—Sí. Yo creo que tenemos que llegar a patrias más grandes todavía. Creo que tenemos que llegar a patrias tan grandes que ya no haya patrias. El que tenía la misma idea era Sarmiento. Pero a Sarmiento se le ocurrió una idea absurda: que para evitar la inevitable rivalidad entre Montevideo y Buenos Aires la capital estuviera en la isla de Martín García, algo sumamente incómodo desde luego, ¿no? Eso iba a llamarse Argirópolis, es decir la “ciudad del Plata”. A él se le ocurrió esa idea de la posible capital de ambas patrias creo que cuando estaba en Chile escribiendo el Facundo.
—Ya que estamos recordando un poco la génesis de estos países, leí hace poco un poema suyo donde usted sostiene la tesis de que Buenos Aires comenzó a fundarse por el lado de Palermo y no por San Telmo.
—Sí, pero es una broma mía. No, Buenos Aires realmente empezó a fundarse por San Telmo, sí. La primera fundación de Buenos Aires, la de don Pedro de Mendoza, fue en el Parque Lezama. La segunda fundación, en la que participó un señor llamado Juan de Garay, del cual soy descendiente, fue en la Plaza de Mayo, llamada Plaza Mayor, a una distancia de pocas cuadras. Además, en aquel tiempo no habría tal distancia, habría simplemente el campo pelado nomás, ¿no? Pero sé que la primera fundación tuvo lugar más o menos en lo que es el Parque Lezama. Ahora, la ciudad fue destruida por los querandíes, que venían del norte, del lado de San Isidro. Y luego ocurrió la segunda fundación en la Plaza Mayor, que fue el centro de la ciudad durante mucho tiempo.
 —Después de haber recorrido esta primera etapa en la vida de Jorge Luis Borges, y de haber descubierto su afinidad casi total con Uruguay, cosa que nos place.
—Y a mí también. (Risas)
—Queremos ir de a poco a otro tema. Jorge Luis Borges había expresado hace dos meses que cuando llegara el Mundial de Fútbol no podría estar en la República Argentina.
—Sin embargo, aquí estoy, y aquí estoy soportándolo. Pero creo que falta poco, ¿no? (risas). Yo no estoy en contra del deporte del fútbol, pero creo que es una frivolidad a la que se le da una importancia excesiva. Además, fomenta el nacionalismo, que es uno de los grandes males de esta época. Porque yo veo que no se piensa si un partido fue lindo o no: se piensa en quiénes ganaron, que es lo más aleatorio de un juego. En cambio, tratándose del ajedrez, por ejemplo, la gente puede estar interesada en el ajedrez. Pero creo que nadie está interesado en el juego mismo del fútbol: está interesado en tal o cual cuadro o en tal o cual país… pero en el juego mismo del fútbol nadie se interesa. Tengo esa impresión. Yo no sé: he asistido a medio partido de fútbol con mi pariente Enrique Amorim. Fuimos a ver un partido entre argentinos y orientales y, como no entendimos nada, nos fuimos, y ésa fue mi única experiencia. Y actualmente me molestan bastante los cornetazos y todo ese estrépito de automóviles que saludan a cada partido.
—Quiere decir que Borges vio sólo en su vida 45 minutos de fútbol.
—45 minutos de fútbol y, quizá, yo diría, 45 minutes too many, quizá 45 minutos de exceso, ¿no? En cambio, las carreras me parecen muy lindas, aunque no he asistido nunca al Hipódromo de Palermo, ni al de La Plata ni al de San Isidro, pero he visto carreras en el campo, he visto cuadreras, he visto pencas. Y es un lindo espectáculo, me parece.

—Volviendo al fútbol, pienso que usted, en definitiva, lo que sustenta como aspecto negativo es la identificación que se quiere hacer en los momentos actuales entre país y deporte.
—Yo creo que sí. Creo que es absurdo suponer que un país esté representado por sus jugadores de fútbol. En todo caso, tengo un concepto bastante modesto de los países. Y además que todo esto, como todos sabemos, es un comercio: se venden los jugadores, se compran, y esto lo aprovechan los hoteles para alzar los precios. No estoy revelando ningún secreto, ¿no? Ya la vida está bastante cara en Buenos Aires, y alrededor está más cara todavía.
—¿Piensa que el Mundial ha incidido en eso?
—Sin duda. En todo caso en los comercios dice “precio del Mundial”, y ese precio no es ciertamente una rebaja.

—¿Usted por qué no quería estar aquí durante el Mundial?
—Porque temía un gran barullo. Felizmente ha habido menos barullo del que yo temía. Desde luego, vivo aquí en el centro, y es bastante sensible todo eso. Si viviera un poco afuera, o si viviera como viví durante tres años en el sur, quizá se notaría menos. Pero acá se nota mucho.
—Yo noto una cosa en los argentinos. Por ejemplo, si en mi función de periodista digo que Argentina jugó mal o fue favorecida por un árbitro, aquí se entiende como que estoy diciendo que todos los argentinos son malos porque juegan mal al fútbol o sobornadores porque intentan comprar jueces.
—Es absurdo juzgar a un país por el fútbol, que es algo tan trivial. Además, es un juego que no tiene ninguna tradición aquí. Cuando yo era chico no se hablaba de fútbol: caramba, se hablaba de riñas de gallos y de cuadreras. Qué raro que siendo Inglaterra un país tan odiado aquí (yo no lo odio, yo quiero muchísimo a Inglaterra; yo tengo una abuela inglesa que se casó precisamente con ese abuelo mío oriental, el coronel Francisco Borges), qué raro que nunca se emplee contra Inglaterra el argumento de haber difundido por el mundo el fútbol, ese juego que fue atacado, y yo lo descubrí hace poco… parece que hay una referencia contra el fútbol en El rey Lear, de Shakespeare. Y luego Kipling, según se sabe, atacó al fútbol también. El pensaba en el Imperio y quería que su país fuera un país de soldados y de marinos y no de jugadores de fútbol. Los jugadores son una minoría, además, ¿no?

—Los jugadores de fútbol, ¿no han venido en el mundo de hoy a sustituir a los ejércitos?
—Bueno, yo creo que no. En todo caso, en relación con los militares, no se los usa. Son muy pocos los jugadores de fútbol. Lo que hay son espectadores. Cada equipo consta de 11 jugadores, si no me engaño. En cambio los ejércitos, caramba, son desgraciadamente mucho más numerosos.
—A Borges le rechina juntar la idea de un país con la idea del fútbol…
—O con cualquier otra idea. Yo no sé hasta dónde un país puede ser representado por unos cuantos individuos. Quizá lo importante en un país sea, digamos, el promedio. Por ejemplo, en los países escandinavos no hay criminalidad. Bueno, eso me parece que es un buen indicio, más allá del hecho de que hayan producido hombres de genio como Ibsen o Swedenborg o lo que fuere. Es más importante el promedio de la gente. Ni siquiera puede juzgarse a un país por sus hombres de genio, que son forzosamente esporádicos. Yo admiro mucho a Emerson, pero no creo que los Estados Unidos estén poblados exclusivamente por Emerson. Creo que están poblados por millones de personas bastante distintas de Emerson y bastante mediocres por lo demás. Y quizá eso puede decirse de todo país.

—¿Cómo ve usted, Jorge Luis Borges, que el presidente de un país como Perú baje a la cancha y se coloque la camiseta de su selección para festejar un triunfo?
—Es una medida crasamente demagógica.

—¿Y que un presidente, en el caso de los argentinos, que hace un año declaró que iba al fútbol por primera vez, un poco parecido a usted, ahora baje a los vestuarios, salude a los jugadores, festeje las victorias?
—Yo no quiero decir nada contra este gobierno, porque me parece el único gobierno posible. No diré el mejor gobierno posible, pero sí el único gobierno posible en estos momentos. Y diría lo mismo del gobierno de Uruguay o del de Chile. No quiero atacar a este gobierno porque es hacerles el juego a los peronistas, a los comunistas, etcétera. De modo que yo no diré una palabra sobre eso.

—¿Borges es antiperonista y anticomunista?
—Desde luego, sí. Y, sobre todo, antinacionalista.

—Antinacionalista. Quisiera que lo explicara un poquito más, ¿puede ser?
—Bueno, todo esto lo explicaron ya los estoicos. En Grecia, según usted sabe, la gente se definía por la ciudad en que había nacido, ¿no? Heráclito, de Efeso, Tales, de Mileto, etcétera. Los cosmopolitas lanzaron esa idea extraña de que el hombre era ciudadano del mundo. Esa palabra ha degenerado; ahora se usa en el sentido de turistas. Pero es la palabra “cosmopolita”: “polis”, ciudad, “cosmos”, el orden del mundo. Y ya que he hablado de la palabra “cosmos”, querría señalar una pequeña curiosidad etimológica. La palabra “cosmética” tiene la misma raíz, porque el cosmos es el orden del universo, el orden de los astros, el orden de las estaciones, el orden de los planetas, y la cosmética es el pequeño orden que las damas le dan a su cara. Pero es la misma raíz: “cosmos”, “cósmico” y “cosmética”. Bueno, pues los estoicos dijeron aquello que sin dudas escandalizó a todos, de que un hombre no era ciudadano de Atenas o ciudadano de Mileto o ciudadano de Tebas, no, que un hombre es ciudadano del mundo. Y yo creo que debemos sentirnos ciudadanos del mundo y olvidar, como sin dudas se olvidarán, los diversos colores que se marcan en los mapas. Y posiblemente merezcamos algún día no tener ningún gobierno, o un solo gobierno central que puede ser administrativo y policial y ninguna otra cosa, ¿no?

—¿O sea que hay un hombre por encima de las demarcaciones, que son circunstanciales?
—Sí. Yo diría que los individuos existen pero que los países existen de un modo abstracto solamente. Además, estoy en contra de todo nacionalismo –desde luego incluyo al nacionalismo argentino también–, porque insiste en las diferencias, y creo que debemos tratar de insistir en las afinidades, en lo que puede unirnos a nosotros. Por ejemplo, bueno, usted es oriental –en mi tiempo se decía oriental y no uruguayo– y yo argentino, y debemos insistir en lo que puede unirnos y no en lo que puede separarnos.

—¿El fútbol no une?
—No, desde luego: acentúa las diferencias.

—Usted dijo una cosa muy linda, y es que nosotros antes éramos orientales. Y es realmente así.
—Y además hay otra cosa: la palabra “oriental” es muy linda. Recuerdo unos versos de Ascasubi, que era cordobés, para celebrar la victoria de Cagancha: “Querelos, mi vida, a los orientales, que son domadores sin dificultades/ Que viva Rivera, que viva Lavalle/ tenémelo a Rosas que no se desmaye/ Los de Cagancha se animan al diablo en cualquier cancha”. Qué lindos versos criollos, escritos casi inmediatamente después de la victoria de Cagancha.

—¿Cómo fue que deformó la palabra “oriental” y nos hemos transformado en esa cosa mucho más híbrida que es “uruguayo”?
—Yo no sé. Eso podría contestárselo mi tío, que ha muerto, Luis Melián Lafinur. Pero sé que mi abuela, que había nacido en Mercedes, decía de Santos: “Habla de los uruguayos, ¡qué guarango! Yo soy oriental”. Y además ustedes recuerdan, usted sabe perfectamente bien, que no se habla de los “33 uruguayos” sino de los “33 orientales”, que no se dice “uruguayos, la patria o la tumba” sino “orientales, la patria o la tumba”. Además, la palabra “oriental” es muy linda. Qué raros esos dos nombres, eh: “oriental”, que evoca el oriente y que invoca, por su sonido, el oro, y “argentino”, que invoca la plata. Tenemos esos dos metales, la plata y el oro, de los dos lados. Qué lindas palabras. En un poema, por ejemplo, parecería difícil usar la palabra “uruguayo”. En cambio, la palabra oriental, sí.

—Es un poco el oriente del río Uruguay, ¿no es así?
—Sí, es eso exactamente. Pero quiero decir que si usted en un poema pone la palabra “oriental”, queda bien. Si pone “uruguayo”, es casi como si pusiera “paraguayo”. Es otra cosa, parece un poco extranjero ya, ¿no? 

—La exaltación de los nacionalismos, en definitiva, ¿les hace mal, en vez de hacerles bien, a los países?
—Sí, yo estoy totalmente seguro de eso, y lo malo es que el nacionalismo ahora corresponde a la derecha y a la izquierda, porque los comunistas son nacionalistas y los nazis o los fascistas son nacionalistas también. Todo el mundo es nacionalista ahora. Los únicos que nos escapamos somos usted y yo en este momento. Parece que el resto del mundo está equivocado, ¿no? (risas).

—Que estamos logrando una afinidad a través de la conversación, en vez de separarnos…
—Desde luego, sí. Yo me he educado en un país que es extraordinario, uno de los países más cultos del mundo, Suiza, y no hay nacionalismo. Y no puede haber nacionalismo porque los suizos son o de cepa francesa o de cepa italiana o de cepa alemana y profesan diversas religiones. Ginebra fue la capital del calvinismo, y hay cantones que son católicos. Pero todos se sienten suizos sin poder definir muy bien qué es eso. Salvo que se trata de un país muy culto, que es su rasgo principal, desde luego.

—Hay una cosa muy importante que quisiera conversar con usted. Jorge Luis Borges ha trascendido a la popularidad, se ha hecho popular…
—Sí, pero yo no he hecho nada en ese sentido. A mí me ha sucedido la popularidad, yo no la he buscado.

—En los últimos años. ¿Por qué no antes?
—Creo que precisamente por la radio, por la televisión, por el periodismo. Recuerdo que a mí me honró con su amistad Leopoldo Lugones, y lo acompañé digamos una media docena de veces desde la Biblioteca Nacional de Maestros, allá en Rodríguez Peña y Charcas, hasta la redacción del diario La Nación en Sarmiento y Florida. Bueno, yo iba del brazo de Lugones, que era evidentemente el primer escritor argentino, y nadie lo identificaba en la calle ni se daba vuelta para mirarlo y decir: “Mirá, ahí va Lugones”. Es decir, el escritor antes era un particular y ahora desgraciadamente ya es un hombre público. Ahora los escritores somos casi como jugadores de fútbol, casi como políticos, ¿no?

—¿Eso le molesta?
—Sí, me molesta bastante.

—Los medios de comunicación, en definitiva, le causan a usted...
—Los medios de comunicación sirven para vender más libros. Pero como yo no soy editor ni librero, a mí no me interesa que los libros se vendan, fuera del hecho de que los libros me ganan amigos o enemigos.

—¿Borges no escribe para el público?
—Yo no escribo para una mayoría ni para una minoría, escribo urgido por una íntima necesidad de escribir. Si yo fuera Robinson Crusoe y estuviera en mi isla desierta, seguiría escribiendo.

—Quiere decir que Borges escribe para satisfacer su necesidad interior aunque su página no la lea nadie: no le interesa.
—No, no, no me interesa. Yo nunca he pensado en ser popular, pero he llegado a serlo sin querer. Ahora mis libros han llegado… bueno, hay uno que está llegando a la novena edición, pero no he hecho nada en ese sentido. Hay una palabra espantosa que se usa ahora, que es la palabra “promoción”. Eso no  existía en mi tiempo, desde luego, y la presentación de libros tampoco, porque no se presentaban libros entonces. Todo ese sistema de publicidad que nos ha venido parcialmente de Francia, pero especialmente de los Estados Unidos, el hecho de que todo sea comercial, de que todo sea público, es una lástima realmente. Pero en fin: parece inevitable que yo proteste.

—Yo le agradezco mucho, Jorge Luis Borges, por haberme usted recibido aquí sin conocerme siquiera: ha sido para mí un gran placer, una de esas cosas que se recuerdan durante todo el resto de la vida de uno.
—Bueno, muchísimas gracias.

—Y le pido sí un saludo para los uruguayos.
—¿Cómo?

—Un saludo para los uruguayos, para culminar la nota.
—Y bueno, me parece que después de lo que he dicho he estado saludándolos todo el tiempo. He estado recordando mi sangre uruguaya, que la tengo por el lado materno por Jacinta Haedo de Suárez, y por el lado paterno más directamente por mi abuelo Francisco Borges Lafinur, que nació en Montevideo durante la Guerra Grande y se batió como artillero contra los blancos de Oribe, ¿no?

—Muy gentil, Borges, muy amable.
—Muchas gracias.


Imagen, texto y audios publicados en Diario Perfil
8 de enero de 2017 y 15 de enero de 2017
Entrevista original con Atilio Garrido
Para Radio Carve de  Montevideo, junio de 1978


18/6/16

Jorge Luis Borges en su voz: El poeta declara su nombradía











El círculo del cielo mide mi gloria.
Las bibliotecas del Oriente se disputan mis versos.
Los emires me buscan para llenarme de oro la boca.
Los ángeles ya saben de memoria mi último zéjel.
Mis instrumentos de trabajo son la humillación y la angustia.
Ojalá yo hubiera nacido muerto.


Del Diván de Abulcásim el Hadramí (siglo XII)





En El Hacedor (1960)
Foto detalle s-d



11/6/16

Jorge Luis Borges en su voz: Los orígenes del tango










Primera conferencia: Los orígenes del tango (Lunes 4 de octubre de 1965)
Evaristo Carriego. El gaucho y el tango: símbolos de la historia argentina. Vicente Rossi y Cosas de negros. Una alusión de Whitman. El “Tríptico” de Marcelo del Mazo. Imágenes y recuerdos del viejo Buenos Aires. Los compadritos. Barrios, calles y plazas.   Las “casas malas”. Los instrumentos del tango. Etimologías. La opinión de Lugones.


Señoras, señores, amigos,
   
  Quiero hacer una aclaración previa, que posiblemente será varias aclaraciones previas. La primera es que yo dicté, apresuradamente, por teléfono, el orden de los temas de estas conferencias, y luego, repensándolo, he creído más natural modificar ese orden. De suerte que empezaremos, para considerar la historia del tango, empezaremos por el teatro, por el ambiente, luego por los personajes del tango, luego por esa evolución que ya lleva bastante más de medio siglo, y luego quizá aventure alguna tímida observación sobre el presente y el porvenir del tango. Y quizá podamos recordar la evolución análoga del jazz, del hot jazz, de la marinería fluvial del Mississippi, hasta el cool jazz de algunos músicos intelectuales de Chicago y de California, lejos del lugar y del ambiente de su origen.

  Quiero adelantarles, además, que, hacia 1929, yo aproveché el segundo Premio Municipal de Literatura, el premio que me ha emocionado más en la vida, era la entonces considerable suma de tres mil pesos, para dedicar un año al ocio; es decir, a escribir un libro para mí. Ese libro fue un estudio sobre mi antiguo vecino de Palermo, el poeta Evaristo Carriego.1 Naturalmente, el tema de Carriego me llevó al tema del tango, y empecé a investigar. Y, por aquellos años —estamos en 1929— esa investigación era más fácil que ahora. No existía, por cierto, la plétora de libros que hay ahora, pero yo pude conversar con los primeros, con la gente del tango, con los hombres del tango. Y luego, hará un mes, conversé con algunas personas que no había podido alcanzar entonces; anteanoche, por ejemplo, estuve conversando con Alberto González Acha, uno de los más famosos patoteros de la época, y él me dio datos que confirmaban los que yo había obtenido antes. En estas… En estas investigaciones yo no llegué a hacer lo que la abogacía inglesa llama leading questions, es decir, preguntas que sugieren una contestación. Yo hacía preguntas muy generales y dejaba que los interlocutores se despacharan a su gusto.

  Pero he consultado también el material escrito. Hay una obra que tiene páginas geniales, Cosas de negros, del impresor oriental Vicente Rossi,2 radicado en la calle Deán Funes, en Córdoba, y con el cual mantuve algún comercio epistolar. Luego fui a verlo a Córdoba. Me recibió Vicente Rossi. Me asombró que fuera tan joven, pero resultó que se trataba de su hijo y que el padre había muerto. Y en estos días ha aparecido un libro titulado Memorias del 900, de Lastra,3 que viene a confirmar lo que me habían dicho tantas personas hacia 1929, lo que me habían dicho compositores, muchachos calaveras4 que ya no eran muchachos calaveras sino señores serios.

  Yo hablé de conferencias, pero realmente hay una palabra, no solamente más simpática, pero que yo querría que fuera más justa, la palabra “charla”. Y así, me gustaría mucho que ustedes complementaran, rectificaran, contradijeran lo que yo digo. Porque yo no solo aspiro a enseñar algo, sino aspiro a aprender también. Es decir, estas cuatro charlas que hoy inicio en el barrio Sur, ese barrio que siempre he querido, porque he sentido siempre que los porteños, más allá de los azares de la topografía, más allá de vivir en Saavedra o en Flores, o en el Norte, somos todos hombres del Sur. El sur es una suerte de corazón secreto de Buenos Aires; podríamos decir: aquí está Buenos Aires. En todo caso, si quisiéramos agregar otro barrio, ese barrio sería el Centro; creo que todos somos hombres de Florida y Corrientes, somos hombres de nuestro barrio particular, y somos, esencialmente e irrevocablemente, hombres del Sur, tan vinculado a la historia argentina.5

  Y ahora, antes de entrar en la historia del tango, quiero empezar, no diría por mi primera digresión porque esta posiblemente es la segunda, pero sí por una observación curiosa, y que no sé si ha sido hecha aún. Sin duda lo ha sido, ya que nada ocurre por primera vez, pero no sé si se ha insistido lo bastante en ella. Es muy simple: yo los invitaría a ustedes a olvidar por un momento el tango; diría considerar —siquiera de un modo muy breve— nuestra historia argentina, esa historia breve en el tiempo, ya que no llega a dos siglos, pero tan rica, como todas las historias, y quizá más que otras historias, de acontecimientos dramáticos.

  Pensemos esta enumeración —pueden estar tranquilos, no será exhaustiva—, pensemos en la parcial conquista de estos territorios, pensemos que nuestro país fue una de las colonias más pobres, más a trasmano, más suburbana podríamos decir, del vasto imperio español, ya que aquí no había metales preciosos, y tampoco había muchos habitantes para convertirlos a la fe de Cristo. Podemos pensar también en la paradoja de que bastaron unos puñados de españoles para derribar imperios, como el de México o el del Perú. Y que, en cambio, aquí, la guerra contra el indio se prolongó más allá de la Independencia. Y así, un abuelo mío, que moriría el año ’74, en La Verde, fue jefe de frontera en Junín, y antes, se había batido cerca de Azul.6 Y la guerra contra el malón continuó más al norte, en el Chaco. Todo esto puede explicarse por el hecho de que acaso sea más fácil conquistar ciudades, fortalezas, que habérselas con grupos de indios, que, vencidos o vencedores, se dispersaban, se hacían invisibles en la pampa.

  Luego pensemos en la fundación de ciudades, que al principio serían meras guarniciones. Luego tenemos las invasiones inglesas, rechazadas no por las autoridades, sino por el pueblo de Buenos Aires. Luego, la Revolución de Mayo, las guerras de la Independencia, empresa en gran parte obra de argentinos, de venezolanos, de colombianos; esas guerras que llevaron a tantos argentinos a pelear, y a veces a morir por la patria, por las patrias, ya que en la última batalla, la de Ayacucho, hubo granaderos que salieron siendo apenas chicos con San Martín. Pensemos luego en las guerras civiles, en la victoriosa guerra con el Brasil, en la lucha contra la primera dictadura, en la organización del país, las repetidas luchas con la montonera; recordemos los nombres de López Jordán, de Peñaloza, entre los montoneros. Luego, la guerra del Paraguay, la organización nacional. Y, además, el hecho de que Buenos Aires llegara a ser una de las grandes ciudades del mundo. Pensemos en algunos hombres extraordinarios que hemos producido: básteme mencionar a Sarmiento, a Lugones. Y pensemos, sobre todo, en lo que significan muchas generaciones humanas: pensemos en las batallas, en los destierros, en las enfermedades o en las muertes, en esa tragedia final que significa todo destino humano. Y todo ello encerrado en un poco más de ciento cincuenta años. Y todo ello ocurre de un modo un poco secreto, ya que ello casi no trasciende al mundo (algún hecho intelectual trasciende: el Modernismo, por ejemplo, que se da antes en América, y que luego llega a España, donde inspira a grandes poetas, como Manuel y Antonio Machado, y del Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez, para no mencionar más nombres). Y pensemos que toda esta trama que empieza con una llanura perdida, en la que ni siquiera había —o había muy poca— gramilla o pasto verde... Pensemos que todo esto lleva a un gran país como el que somos, o como el que fuimos hasta hace poco. Y pensemos que el mundo poco sabe de él, fuera de dos palabras: dos palabras que pronunciadas en Edimburgo, en Estocolmo, en Praga, acaso en Tokio o en Samarkanda, se dicen cuando alguien menciona la República Argentina. Esas palabras corresponden a hombre y a una música (que es asimismo un baile). Ese hombre es el gaucho.

  Y ya hay algo de misterioso en esto, porque el tipo de pastor ecuestre y solitario se dio en toda América: desde Nebraska y Montana hasta los confines australes del continente. Tenemos el sertanejo, el llanero, el guaso, el gaúcho, el cowboy, el gaucho. Y el que primero logra fama, sin ser esencialmente distinto de los otros, es el gaucho. Y hay una prueba de ello en un poema de un gran poeta norteamericano, Walt Whitman, quien en 1856 —pocos años después de la caída de Rosas— escribe un poema generoso y cordial, titulado en francés —idioma que él ignoraba— “Salut au monde”, “Saludo al mundo”. Y él empieza conversando consigo mismo y preguntando: “¿Qué ves, Walt Whitman?”. Y él dice que ve una esfera, una esfera con un lado de día y otro lado de noche, que gira por el espacio. Y luego: “¿Qué oyes, Walt Whitman?”. Y entonces, él oye a los artesanos, y oye cantares de todas partes. Y luego vuelve al “¿Qué ves, Walt Whitman?”, “Dame la mano, Walt Whitman”. Y cuando llega, después de haber pasado por los túmulos de los víkings7 y por los peregrinos del Ganges, cuando llega a estas regiones dice:
  
  Veo al gaucho, 
  Veo al incomparable jinete de caballos girando el lazo, 
  veo sobre la pampa la persecución de la hacienda brava.8

  Si Whitman hubiera escrito “veo al incomparable jinete” no habría escrito nada; pero escribió —recordando acaso el verso final de la Ilíada, que dice: “Así fueron celebrados los funerales de Héctor, domador de caballos”— escribió “jinete de caballos” rider of horses. Y eso da su fuerza al verso. Y esta mención del gaucho no es del todo casual, ya que el gaucho viene a ser uno de los personajes del tango, aunque [Whitman] posiblemente no conoció nunca su música y no bailó ese baile. Pero eso lo dejo para más adelante, cuando hable del compadrito, no del compadrito tal como fue, sino también del compadrito tal como se imaginaba, tal como se veía a sí mismo… Porque todos nosotros llevamos esto que es tan necesario para seguir viviendo una vida múltiple: todos nosotros llevamos nuestra humilde vida y además llevamos otra vida, imaginaria. Y el compadrito se veía un poco como gaucho, pero ya veremos todo esto más adelante.

  Y ahora vamos a llegar a una fecha, a una fecha y a un lugar. La fecha es anterior a la que suele atribuirse al tango, pero es la fecha que me han dado, años más, años menos, todos mis interlocutores de 1929, y alguno de 1936. Y la fecha es el año 1880. Se supone que entonces surge oscuramente, “clandestinamente” sería la palabra más justa, el tango. Ahora, en cuanto a la geografía del tango, ahí las respuestas han sido diversas, según el barrio del interlocutor o según su nacionalidad.

  Así, Vicente Rossi elige el lado sur de la ciudad vieja de Montevideo, alrededores de la calle Buenos Aires y de la calle de Yerbal. Así, mis interlocutores, según su barrio, elegían el norte o el sur. Así, algún rosarino lo llevó al Rosario. Esto debe importarnos poco; es lo mismo que haya surgido en una margen del río o en otra. Pero creo que, ya que estamos en Buenos Aires, y ya que yo soy porteño, podemos optar por Buenos Aires, que es lo que generalmente se acepta. Tenemos, pues, a Buenos Aires [en] el año 1880.

  ¿Cómo era ese Buenos Aires de 1880? Mi madre ha cumplido 89 años, de suerte que algo recuerda de entonces.9 Yo conversé también con el doctor Adolfo Bioy,10 he hablado con mucha gente. Todos me dan una imagen análoga, que podría compendiarse diciendo que todo Buenos Aires era entonces barrio Sur. Y al decir barrio Sur estoy pensando, ante todo, en los alrededores del Parque Lezama, en lo que se llama San Telmo. Es decir, la ciudad era una ciudad dividida en manzanas. La mayoría de las casas, fuera de algunos palacetes en la avenida Alvear, eran bajas. Todas las casas tenían el mismo esquema, el que perdura aún, y espero perdurará, en la Sociedad Argentina de Escritores, de la calle México.11 Yo nací en una casa no más rica y no más pobre que la mayoría de las casas, en Tucumán y Suipacha. En esa casa se daba ese esquema del que he hablado, es decir: dos ventanas con barrotes de hierro, que correspondían a la sala, la puerta de calle, con llamador, el zaguán, la puerta cancel, dos patios, en el primer patio un aljibe, con una tortuga en el fondo para que purificara el agua, en el segundo patio, cortado por el comedor, una parra. Y eso era Buenos Aires. No había árboles en las calles.

  En la Casa Witcomb12 tienen muchas fotografías de la época. Hay una, acaso algo anterior, una fotografía que da una idea de tedio, de monotonía provinciana, la fotografía de las “cinco esquinas”. Hacia… creo que antes de 1880, fue tomada desde una azotea, todas casas bajas, un café, un farol, creo que un changador en la esquina; porque en las esquinas había changadores, con una cuerda... No porque la gente se mudara, sino porque para cualquier mudanza de muebles en la casa, para cualquier tarea doméstica se llamaba al changador de la esquina. La ciudad era chica. Me dice mi madre que, por el norte, concluía en la calle Pueyrredón, que se llamaba Centroamérica entonces. Había una línea del ferrocarril que iba del Retiro hasta el Once. Y luego, ya del otro lado de Centroamérica, empezaba una zona un poco vaga de terrain vague, como se dice en francés, en la que había ranchos, gente que andaba a caballo, alguna quinta, hornos de ladrillos y una gran laguna, llamada la Laguna de Guadalupe. Antes, las lagunas estaban más cerca. Mi abuelo vio ahogarse un caballo en la plaza Vicente López… Los vecinos no pudieron salvarlo. La plaza se llamaba “Hueco de las cabecitas”, porque en Las Heras y Pueyrredón estaban los corrales del norte. Luego había los corrales del oeste, en la plaza del Once, y los corrales por excelencia, los mencionados por Echeverría en El matadero, situados a pocas cuadras de aquí, en la plaza España, y luego situados en el Parque de los Patricios. Uno de los primeros recuerdos de mi madre es una de las dos grandes playas de carretas que había en la ciudad: la que ella vio estaba en la plaza del Once. Ahí llegaban las carretas de Haedo, de Morón, de Merlo, de los pueblos del oeste. Y había otra playa de carretas, de la que he visto fotografías también, situada aquí mismo, en Constitución.

  De suerte que tenemos una ciudad de casas bajas, una ciudad provinciana. El doctor Bioy me dijo que él recordaba una época en la cual se sabía, digamos… en la cual él conocía qué familia vivía en cada casa, de cada cuadra. Esto puede ser un poco exagerado, o puede limitarse a algunos barrios. Me habló, por ejemplo, de una manzana, en la calle San José, en la que solo vivían negros. Yo, de chico, he alcanzado a ver más negros que ahora; ahora el negro ha desaparecido prácticamente. Los negros eran descendientes de los esclavos, tenían los mismos nombres de los dueños y mantuvieron —o sus descendientes mantuvieron, durante mucho tiempo— una relación cordial con los antiguos amos, ya que llevaban su nombre y eran parte de la familia. Además, a diferencia de lo que ocurrió en los Estados Unidos, aquí los negros en general no trabajaban en el campo; estaban limitados al servicio doméstico, y envejecían y morían en las casas de los patrones, un poco identificados con ellos. Luego va llegando la inmigración, y la población se transforma, y la ciudad va creciendo. Pero tenemos documentos de la época. Hay, por ejemplo, una novela, el Libro extraño, del doctor Sicardi,13 en la cual se narra, con alguna exageración romántica, el crecimiento del barrio de Almagro. Recuerdo una inundación del Maldonado descrita dramáticamente.

  Ahora, cuando yo era chico, ya la ciudad se había extendido. Hacia el norte, la ciudad concluía en el puente del Pacífico, en esa zanja que pasaba de la sequía a la inundación, el arroyo Maldonado, barrio de malevos criollos, y calabreses también.

  Mi madre recuerda una época en que el nombre de Barracas sugería lo que sugerirían después los nombres de Temperley, de Adrogué, de Flores, de Belgrano; es decir, era un barrio de quintas, sobre todo, la Calle Larga de Barracas, la actual avenida Montes de Oca, así como la Calle Larga de la Recoleta, la actual avenida Quintana.

  Creo que ya tenemos un cuadro de la ciudad. Quiero indicar también que esa ciudad era todavía una ciudad jerárquica. Recuerdo haberle preguntado a un señor cómo se vestían los compadritos en su tiempo. Y me dijo: “Bueno, se vestían como nos vestimos todos ahora”, es decir, usaban saco y chambergo; no levita y sombrero de copa; desde luego, usaban pañuelo también. Pero, más o menos, todos ahora nos vestimos como los compadritos de antes. En cambio, en aquella época había una diferencia importante entre ser un señor y ser un compadrito u hombre del pueblo. Y, aunque el compadrito llegara a ganar dinero —esto podía hacerlo, bueno, mediante diversos oficios o también siendo guardaespaldas de político o siendo un elemento para atemorizar a los electores en las elecciones—, sin embargo seguía siendo un compadrito, es decir, un hombre de chambergo, de pañuelo, de saco ajustado, de pantalón campana o pantalón bombilla, de alpargatas, o de taco alto. Había una jerarquía entonces que se ha perdido ahora.

  Vemos, pues, al Buenos Aires de entonces, ese Buenos Aires de casas bajas, sin árboles, con patios; un Buenos Aires con tranvías de caballos, tranvías que dejaban al pasajero no en la esquina, sino muchas veces en la puerta misma de su casa, y donde todo el mundo se conocía, todos eran parientes, o parientes de sus parientes. Existía, además, una hospitalidad que ha desaparecido ahora. Sé del caso de muchas personas que llegaban de las provincias o del Uruguay a instalarse, a vivir en Buenos Aires y al día siguiente recibían una fuente con empanadas, recibían dulce de leche; al cabo de uno o dos días devolvían esa fuente con otra golosina y pronto eran amigos de todos los vecinos del barrio. Ahora, en cambio, vivimos en casas de departamentos y podemos muy bien ignorar el nombre de nuestro vecino de arriba o de nuestro vecino de enfrente.

  Ya tenemos la fecha, 1880, ya tenemos el lugar, Buenos Aires. Y ahora iremos a los lugares mismos del tango. ¿Cuál fue el origen de la palabra? A mí me suena a africana, o pseudoafricana, como la palabra “milonga”, también. Según Ventura Lynch,14 la milonga fue creada por los compadritos para burlarse de los candombes, de los negros, y se bailaba —nos dice en un libro suyo—,15 se bailaba en los casinos de baja estofa del Once y de Constitución. Y la bailaban los compadritos. En cambio, otras personas me han dicho que la milonga se bailó mucho después, que la milonga al principio fue simplemente una música y que se bailó por influjo del tango. Realmente no tengo elementos de juicio sobre este tema.

  Vayamos a los lugares. Se ha repetido —y hay muchos films que han insistido en esto— que el tango es arrabalero, que el tango surge en el suburbio. Y el suburbio, desde luego, estaba entonces muy cerca del Centro. Pero los diálogos que yo he mantenido con gente de la época me han llevado, me han indicado todos que la palabra “arrabalero” ahí no tiene un sentido topográfico. Además, no se hablaba del arrabal, se hablaba de las orillas, y esas orillas eran no solo las orillas del agua, sino, sobre todo, las orillas de la tierra. Y las orillas típicas, las más características, eran las orillas de los corrales, de los corrales viejos, es decir, orillas de la tierra, del polvo, de troperos, y de lugares de diversión también para esa gente.

  Entonces, ¿dónde surge el tango? Según todos, el tango surge en los mismos lugares en que surgiría, pocos años después, el jazz, en los Estados Unidos. Es decir, el tango sale de las “casas malas”.16 Ahora, esas casas estaban situadas en todos los barrios de la ciudad, pero había algunos barrios, digamos, especializados. Y esos fueron la calle del Temple, la calle que se llama hoy Viamonte, hacia 25 de Mayo o Paseo de Julio, como se decía entonces. Y después lo que se llamó “el barrio tenebroso”, es decir, Junín y Lavalle. Pero, además de eso, había esas casas desparramadas por toda la ciudad. Esas casas eran grandes, tenían patios, y se usaban, además, como lugares de reunión; es decir, había gente que frecuentaba esas casas para jugar a la baraja, para tomar un vaso de cerveza, para encontrarse con amigos. Esto yo lo he alcanzado [a ver] todavía en Palma de Mallorca, donde, cuando se buscaba a alguien y no se lo encontraba en los cafés, se lo buscaba en las tres o cuatro casas de ese tipo que había en Palma.

  Hay un argumento, un argumento que viene a dar fuerza a esto que yo he dicho. Y ese argumento es el instrumental que se usó para el tango: los instrumentos. Y voy a recordar, ahora, a un amigo mío, un hombre ya viejo, que fue amigo de Evaristo Carriego. Evaristo Carriego solía a referirse a él y decía: “La noche que Marcelo del Mazo me descubrió”. Marcelo del Mazo17 publicó, por los años del Centenario, un libro titulado Los vencidos.18 Ese libro es un libro de cuentos, no cuentos en el sentido actual —creo que ahora en un cuento esperamos principio, medio y fin— sino más bien lo que llamaban “croquis” entonces. Pero al fin del libro había varios poemas, y uno de ellos, que creo poder recordar, se titula “Tríptico del tango”.19 Creo que corresponde al año 1908. Y dice así… Recuerdo el primer poema, titulado “Bailarines de tango”:20

   
  Cuando el ritmo de aquel tango les marcó un compás de espera 
  como sierpes animadas por un vaho de pasión, 
  se anudaron y eran gajos de una extraña enredadera 
  florecida entre la lluvia de los dichos del salón.

 —Aura, m’hija —aulló el compadre y la fosca compañera
  le ofreció la desvergüenza de su cálido impudor
  azotando con sus carnes como lenguas de una hoguera
  las vibrátiles entrañas de aquel chusma del amor.
   
 “Chusma del amor” me parece perfecto para el compadre.

  Persistieron en un giro, desbarraron los violines
  y la flauta dijo notas que jamás nadie escribió,
  pero iban blandamente, a compás, los bailarines
  y despacio, sin notarlo, la pareja se besó.

Y luego:21

  La pareja iba en un ritmo de pasión y de bravura 
  en la almohada del cabello, apoyados los frontales.
  Tres manos sobre los hombros y una garra en la cintura
  que era la última moda del tango en los arrabales.

  Y luego, cuando concluye el “Tríptico”, uno de los compadres ha matado a la mujer, a la mujer que le ha sido infiel, y que se llama, significativamente, “La Piadosa”.22

  Y luego dice:
  
  Mientras saltaba los fondos de la casa el asesino. 
  
  Y luego: “Pero al pasar el mareo de tango —que no de vino—”, dice, aprobaron los hombres que el malevo hubiera matado a la mujer. Y esto lo escribió del Mazo poco antes del Centenario. Estaba escribiendo hechos contemporáneos que él conoció y sabía. Y ustedes habrán notado que él dice: “desbarraron los violines / y la flauta dijo notas / que jamás nadie escribió” y en otro pasaje del “Tríptico” habla del piano, de suerte que ya tenemos los tres instrumentos iniciales: piano, flauta y violín.

  Ahora bien, si el tango hubiera sido un baile orillero, entonces el instrumento habría sido el instrumento que se oía en todos los almacenes de Buenos Aires… El instrumento hubiera sido el instrumento popular por excelencia, hubiera sido la guitarra. En cambio, la guitarra llega mucho después, o no llega. Y creo que, años después, en el barrio de Almagro, creo, se agrega el bandoneón, instrumento de procedencia alemana.

  Me parece que este argumento es concluyente: tenemos las casas de mala vida y tenemos instrumentos como el piano, la flauta, el violín, que no son populares, y que corresponden a medios económicos superiores a los del compadrito y su conventillo. Y Lastra, en este libro que he citado, Memorias del 900, llega a afirmar que el tango no se bailó nunca en los patios de los conventillos, y esto lo confirma un poema de Carriego, uno de los últimos poemas de Carriego, “El casamiento”. Ahí él describe una fiesta en un conventillo, un casamiento. Y ahí aparece el tío de la novia, y el tío de la novia, medio ofendido, dice que no se admiten cortes, es decir, baile con cortes, “que no se admiten cortes, ni aun en broma”.23 Y luego el guapo, amigo de la casa, dice que “aunque le cueste / ir de nuevo a la cárcel se halla dispuesto / a darle un par de hachazos al que proteste”.24

  Y alguien dice: “La casa será todo lo que se quiera; todo lo que se quiera, pero decente”.25

  Es decir que el pueblo, al principio, rechaza el tango, rechaza el tango porque conocía su origen infame. Y esto lo confirma algo que yo he visto muchas veces, algo que vi a principios de siglo siendo chico, en Palermo, y que vi, mucho después, por las esquinas de la calle Boedo, antes de la segunda dictadura.26 Es decir, he visto a parejas de hombres bailando el tango, digamos al carnicero, a un carrero, acaso con un clavel en la oreja alguno, bailando el tango al compás del organito. Porque las mujeres del pueblo conocían la raíz infame del tango y no querían bailarlo. Y hubo además, esto lo dice Bates27 en su libro sobre el tango, hubo casas, una llamada “La red”, creo que en la calle Defensa, casas para que se bailara el tango. Y lo bailaban entre hombres solos. Además, se bailó en lugares que, si no eran exactamente casas malas, eran como el vestíbulo, digamos, de esas casas. Y esos lugares famosos fueron la confitería de Hansen, el Tambito, el Velódromo, y dos casas donde concurrían compadritos y niños bien. Una, situada en la calle Chile, cerca de Entre Ríos, y otra, famosa porque dio su nombre a un tango famoso, una casa de baile de compadritos y de patoteros y de “mujeres de la vida”, situada en la calle Rodríguez Peña, acaso una de esas casas viejas que todavía quedan en esa cuadra, Rodríguez Peña entre Lavalle y Corrientes.

  Y si se necesitaran más pruebas tendríamos, además, cuatro versos de Evaristo Carriego, que estaba describiendo lo contemporáneo, y que no tenía y no podía mentir. Dice:

  En la calle la buena gente derrocha
  sus guarangos decires más lisonjeros,
  porque al compás de un tango que es “La morocha”, 
  lucen ágiles cortes dos orilleros.

  Es decir, dos hombres. Y un tío mío, marino,28 calavera en su juventud, dice que él fue con un grupo de cadetes a un famoso conventillo de la época, llamado, significativamente, “Los cuatro vientos”, en la calle Las Heras. “Los cuatro vientos” ya sugiere grandes patios, grandes patios con muchas ventolinas, como dice Silvina Ocampo en un admirable poema sobre Buenos Aires.29 Y que ahí uno de ellos quiso bailar con cortes y la gente del conventillo, la gente humilde del conventillo lo echó. Es decir, contrariamente a esa suerte de novela sentimental que han hecho los films, el pueblo no inventa el tango, el pueblo no impone el tango a la gente bien. Ocurre exactamente lo contrario: el tango tiene esa raíz infame que hemos visto. Y luego los niños bien, patoteros, que eran gente de armas llevar, o de puños llevar, porque fueron los primeros boxeadores del país, lo llevaron a París. Y cuando el baile fue aprobado y adecentado en París, entonces, el barrio Norte, digamos, lo impuso a la ciudad de Buenos Aires, que ahora lo acepta, y es una suerte que haya ocurrido así.

  Tenemos, pues, a los personajes: tenemos al compadrito, al rufián, tenemos al niño bien, patotero, y tenemos a la mujer de mala vida, también. En cuanto a los cortes, los cortes los hacía el hombre, no los hacía nunca la mujer. El que mandaba en el baile era el hombre y la mujer los aceptaba. Y el tango procede de la milonga. Es decir, toda esa tristeza del tango es lo que ha llevado a gente a afirmar que el tango es “un pensamiento triste que se baila”, como si la música saliera del pensamiento y no de emociones, todo eso corresponde a un tango muy posterior. No corresponde, ciertamente, a “El choclo”, a “El entrerriano”, a “El apache argentino”, a “El Pollito”, a “Las siete palabras”, a “Noche de garufa”, es decir, a los primeros tangos.

  En la próxima charla vamos a estudiar esos personajes, especialmente el compadrito, y ese otro personaje, un tanto olvidado, acaso por afán demagógico, el niño bien, patotero, que es el que contribuye más, con algunos directores de orquesta, a la difusión mundial del tango, al hecho de que el tango haya llevado el nombre argentino por todas partes del mundo.

  Hablé de la etimología posiblemente africana de la palabra. Pero no hay que olvidar que hay una música española que se llama “tango”, también, y que difiere, creo, de nuestro tango, o mejor dicho, de nuestros tangos, ya que hay una diferencia casi insalvable entre “El choclo”, “La cumparsita” y los últimos experimentos de los músicos de vanguardia.

  Lugones30 propone como etimología la palabra latina tangere, tango… sí… tangere, tango, tetigi, tactum.31 Pero me parece muy inverosímil que la gente que frecuentaba las casas malas de la época fueran humanistas y tomaran palabras del latín: no creo en la erudición de los compadritos de la calle Chile o de la calle Rodríguez Peña, o del Tambito.

  Pero tiene una sentencia Lugones, que me parece que viene a resumir todo lo que he dicho hoy: “El tango, ese reptil de lupanar”. Yo he conversado muchas veces con Lugones y noté un hecho paradójico: es que a Lugones oficialmente le desagradaba el tango. Lugones era cordobés y quería que nuestro verdadero folklore fuera la zamba, la vidalita, o el estilo, pero realmente le gustaban mucho los tangos. Y hasta llegó a citarme, alguna vez, la letra de un tango de Contursi, letra que sospecho inventada por él, pero quizá ustedes puedan asesorarme en este sentido. La letra decía así:

  Acordate de la cruz 
  que te regaló tu hermano 
  y del huevo de avestruz
  sobre la mesa de luz
  que era un cajón de Cinzano.

  Y estas rimas me parecen más dignas de Lugones, más dignas de Lugones que de Contursi. Pero estoy adelantándome a lo que voy a decir; quedemos en la etimología desconocida de la palabra “tango” y en la próxima charla —en la que espero ser no solo un conversador permanente, sino un oyente y un discípulo de ustedes— hablaremos de los hombres del tango, el compadre, el patotero y la “mujer de la vida”, y luego veremos cómo va evolucionando el tango.





Notas:

          1 El escritor argentino Evaristo Francisco Estanislao Carriego, conocido como Evaristo Carriego, nació en Paraná, provincia de Entre Ríos, el 7 de mayo de 1883 y murió en Buenos Aires el 13 de octubre de 1912. Borges publica su libro Evaristo Carriego, que incluye "Historia del tango", en 1930.
   
        2  Vicente Rossi (1871-1945), periodista, escritor y editor investigador nacido en Uruguay que se estableció en Córdoba a partir de 1898, a la edad de 27 años. La primera edición de Cosas de negros se publicó en 1926.
      
           3 Se refiere al volumen Recuerdos del 900, de Felipe Amadeo Lastra (1883-1974), publicado por Editorial Huemul, Buenos Aires, 1965. La revista Cuadernos del Sur reseñó el libro de este modo: “Felipe Amadeo Lastra, un hombre maduro especializado en la crianza de caballos criollos, trata de pintar una semblanza del Buenos Aires de antaño. Su obra es un estudio de valor subjetivo y que posee la autoridad que le otorga haber sido testigo presencial de esa época”.
      
       4 En lunfardo: hombre de vida licenciosa, vicioso, trasnochador; individuo de vida disipada o disoluta, dado al libertinaje, desenfrenado.
      
        5 En su conferencia sobre La ceguera de Siete noches, Borges aclara: “Para todos los porteños el Sur es, de un modo secreto, el centro secreto de Buenos Aires. No el otro centro, un poco ostentoso, que mostramos a los turistas […] El Sur vendría a ser el modesto centro secreto de Buenos Aires. Si yo pienso en Buenos Aires, pienso en el Buenos Aires que conocí cuando era chico: de casas bajas, de patios, de zaguanes, de aljibes con una tortuga, de ventanas de reja, y ese Buenos Aires antes era todo Buenos Aires. Ahora sólo se conserva en el barrio Sur”.
      
         6 Se refiere a su abuelo paterno, el coronel Francisco Borges Lafinur, fallecido tras el combate de La Verde, ocurrido el 26 de noviembre de 1874, en el que las fuerzas revolucionarias de Bartolomé Mitre se enfrentaron con tropas nacionales al mando del teniente coronel José Inocencio Arias.
      
          7 A Borges le desagradaba profundamente la castellanización de esta palabra y prefería decir vikings. En el prólogo de su libro Elogio de la sombra (1969), escribió: “Los individuos de la Real Academia Española quieren imponer a este continente sus incapacidades fonéticas; nos aconsejan el empleo de formas rústicas: neuma, sicología, síquico. Últimamente se les ha ocurrido escribir vikingo por viking. Sospecho que muy pronto oiremos hablar de la obra de Kiplingo” (en referencia al escritor inglés Rudyard Kipling).
      
           8 La traducción (en realidad, una selección abreviada) que Borges realizó de Hojas de hierba, con ilustraciones de Antonio Berni, fue publicada por Juárez Editor en Buenos Aires, en el año 1969. El poema “Salut au monde” al que aquí alude corresponde al libro VI del original en inglés. Borges no incluyó este poema en su selección, pero está claro que lo conocía bien, ya que lo menciona en su ensayo titulado “Nota sobre Walt Whitman” (publicado en Los anales de Buenos Aires, 1947, y más tarde recopilado en el libro Discusión, Buenos Aires, Emecé, 1957). Luego, en el breve ensayo “El gaucho 1800-1900” (publicado en el volumen El gaucho del Río de la Plata 1800-1900 y recogido en Textos recobrados III: 1956-1986), Borges cita los mismos versos que aquí aparecen, pero de forma ligeramente más completa: “Veo al gaucho atravesando los llanos / Veo al incomparable jinete de caballos tirando el lazo / Veo sobre las pampas la persecución de la hacienda brava”. En ese mismo ensayo afirma que el gaucho “fue el primer argentino que penetró en la imaginación de la humanidad”.
      
             9 Leonor Acevedo de Borges (1876-1975), madre del escritor.

           10  Adolfo Bioy (1882-1962) fue un abogado, político y funcionario argentino, padre del escritor Adolfo Bioy Casares.
      
          11 Se refiere al edificio de la calle México 524. Construida en 1860, esa casa pertenece a la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), cuya sede funcionó allí entre 1946 y 1971. En el año 1972, se trasladó a su actual ubicación en la calle Uruguay 1371.
      
         12 Se refiere al local ubicado en Florida 364, fundado en 1880 por Alejandro S. Witcomb (1835-1905), fotógrafo nacido en Londres cuya obra es considerada patrimonio histórico de la Argentina. Tras su fallecimiento, su hijo continuó al frente del negocio hasta su muerte en 1945. A partir de entonces diversos socios mantuvieron la empresa en funcionamiento hasta 1970.

         13 Francisco Anselmo Sicardi (1856-1927), escritor argentino. Su profesión de médico lo llevó a conocer los arrabales de Buenos Aires, experiencia que plasmó en su obra Un libro extraño (publicado en cinco tomos sucesivos, entre 1894 y 1902). También fue autor de un libro de poemas titulado La inquietud humana.
      
         14 Robustiano Ventura Lynch (1850-1888), músico, pintor, escritor y folklorista argentino.
      
         15 Borges hace referencia a este libro en la segunda conferencia.
      
         16 Burdeles o prostíbulos.
      
         17 Marcelo del Mazo (1879-1968), poeta y escritor argentino, primo de Macedonio Fernández e hijo del político Ignacio del Mazo.
      
         18 Recuerda Borges: “El año diez, Marcelo del Mazo, venidero editor de Carriego y estrecho amigo suyo, publicó la serie segunda de Los vencidos, libro de prosa dolorida y perfecta, que registra tipos y paisajes de esta ciudad” (en “La presencia de Buenos Aires en la poesía”, recopilado en Textos recobrados I: 1919-1929).
      
         19 El “Tríptico” es en realidad una sección del libro, conformada por tres poemas: I. “Los bailarines”, II. “El alma del tango”, III. “Final de tango”.
      
          20 A continuación Borges recita las primeras estrofas de “Los bailarines”.
      
         21 Los versos que Borges recita a continuación corresponden a la primera estrofa de “El alma del tango”, segundo poema del “Tríptico”.
      
         22 Borges recuerda ahora el tercer y último poema del “Tríptico”, titulado “Final de tango”, que luego recita en la cuarta conferencia.
      
         23 Estrofa número 10: “El tío de la novia, que se ha creído / obligado a fijarse si el baile toma / buen carácter, afirma, medio ofendido, / que no se admiten cortes, ni aun en broma”.
      
       24 Estrofa número 31: “Y, previendo la bronca, después del gesto / único en él, declara que aunque le cueste / ir de nuevo a la cárcel, se halla dispuesto / a darle un par de hachazos al que proteste”.
      
         25 Estrofa número 11: “Que, la modestia a un lado, no se la pega / ninguno de esos vivos seguramente. / La casa será pobre, nadie lo niega: / todo lo que se quiera, pero decente”.
      
         26 “Segunda dictadura” o “segunda tiranía”: alusión al gobierno de Perón, comparándolo con el de Juan Manuel de Rosas.
      
         27 Los hermanos Héctor y Luis Bates escribieron La historia del tango publicada en Buenos Aires por los Talleres Gráficos de la Compañía Fabril Editora, 1936.
      
         28 Francisco Eduardo Borges Haslam (1872-1940), marino, capitán de navío, tío paterno de Jorge Luis Borges.
      
        29 Silvina Ocampo (1906-1993), escritora argentina. Hermana de Victoria Ocampo (fundadora de la revista Sur) y esposa de Adolfo Bioy Casares. El poema de su autoría que Borges cita aquí se titula “Enumeración de la patria".

         30 Leopoldo Lugones (1874-1938), poeta, ensayista, periodista y político argentino. Referencia ineludible en el temprano Borges.
     
         31 Borges está repasando aquí la conjugación del verbo latino tangere, “tocar”: tango, tangis, tetigi, tactum, tangere.


En El tango, Cuatro Conferencias (2016)
Editorial Sudamericana
Edición al cuidado de Martín Hadis
Serie de conferencias sobre el tango
Dictadas por Borges en Buenos Aires en octubre de 1965
Ilustración de Sebastián Dufour
Al pie: portada de la publicación



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