26/2/18

Jorge Luis Borges: Sala vacía








Los muebles de caoba perpetúan
entre la indecisión del brocado
su tertulia de siempre.
Los daguerrotipos
mienten su falsa cercanía
de tiempo detenido en un espejo
y ante nuestro examen se pierden
como fechas inútiles
de borrosos aniversarios.
Desde hace largo tiempo
sus angustiadas voces nos buscan
y ahora apenas están
en las mañanas iniciales de nuestra infancia.
La luz del día de hoy
exalta los cristales de la ventana
desde la calle de clamor y de vértigo
y arrincona y apaga la voz lacia
de los antepasados.



En Fervor de Buenos Aires (1923)

25/2/18

Abel Posse: Kafka y Borges por las calles de Praga






Dice el mayor exégeta de la Praga mágica y judía, Angel Ripellino: Todavía hoy, todas las noches a las cinco, Franz Kafka vuelve a su casa en la calle Celetná, con su galera redonda y de traje negro. Esa frase sólo se podría escribir en Praga. La Celetná, la Paritzká, la calle Meisel, nervio del intenso gueto que nace del cementerio y la Vieja-Nueva sinagoga. Y más allá del espléndido palacio Kinski, donde estuvo el negocio de galanteries del viejo Kafka, ese padre objeto de admiración y odio, determinantes en la patología del novelista. Al fondo, hacia la altura del castillo, las torres agudas de la catedral, que se hunden en la niebla como antenas de un enorme insecto desesperado. Si Borges hubiera venido a Praga, nos habríamos acostado antes del amanecer, siguiendo a Ripellino, hasta oír los pasos de Kafka sobre el granito de la Plaza Vieja. Ágil, delgado, con su rostro anguloso y la galera melón de abogado de seguros, regresando bajo la luz de gas.
Jorge Luis Borges se sorprendió con Kafka hacia 1938, cuando se editaban los libros mayores con elogios de Thomas Mann, Eliot, Gide, Hesse, Werfel. Lo leyeron y editaron a sólo catorce años de su muerte. Torre, que dirigía las ediciones Losada, encargó a su cuñado Borges la traducción de La metamorfosis.
Borges comunicó a los lectores argentinos que Kafka era el autor de una de las obras más singulares del siglo. Narrar en novela una metáfora de lo insuperable, del muro, fue su cometido o su destino. Observó Borges que dos obsesiones guiaban la obra de Kafka: la subordinación y el infinito. En casi todas sus ficciones hay jerarquías, y esas jerarquías se suceden infinitamente. Son infinitas por ser intrínsecamente insuperables. La vida como herida absurda.
En el privilegio de su puesto secundario en la biblioteca de Boedo, traduciendo al extraño checo, surgió una curiosa mezcla de atracción y de oposición con ese maestro de aporías existenciales. Kafka llevaba un germen nihilista que Borges, desde sus íntimas fiestas de esteta (eran sus mejores años de creación), no podía compartir. Kafka, que escribió mucho, no quiso ser un escritor público. Corre la leyenda de que pidió a su amigo Max Brod y a su amada de los días finales que quemaran sus textos, los más importantes. Murió casi inédito y desconocido, como profeta sin lectores de un futuro de horror que culminaría en Auschwitz e Hiroshima. El proceso de Joseph K se haría realidad dos décadas después en la piel de Slansky y en el defenestramiento de Masarik por agentes de la KGB. Sus hermanas y gran parte de su familia serían gaseados en Maidanek. Su obsesión insuperable por el absurdo se confirmaría en los peores años de horror de la historia: las matanzas de la Guerra Civil Española, el nazismo, la invasión de China y los millones de muertos de la guerra revolucionaria, los años de penuria de la crisis del 29, con bolsones de miseria y crimen en Estados Unidos.
Con infantil inmodestia, los argentinos nos atribuimos el protagonismo de una rioplatense “década infame”. En realidad, la Argentina era un lago bendito, lejos del horror, al que tanto judíos como alemanes y españoles no veían la hora de evitar alcanzando nuestras playas. Un kindergarten amurallado en cuyo centro, rodeado de cisnes literarios, estaba Borges en diálogo con los grandes creadores, en su biblioteca. Allí nació su mejor prosa, desde la Historia universal de la infamia hasta El jardín de senderos que se bifurcan.
Borges nunca creyó en la literatura de la neurosis (no adoró a Dostoievski, como era usual entonces, y no le interesó Sartre). Como Nabokov, creyó en el lenguaje y en las revelaciones por la puerta de la estética. Sin embargo, su permanente interés por Kafka, cierta identificación, podría sondearse en lo íntimo de sus personalidades. Frustrados en lo hondo, tal vez heridos en su sexualidad, ambos podrían haber exclamado conjuntamente, si Borges y K se hubiesen podido encontrar a las cinco de la mañana en la Plaza Vieja: Lo único de lo que me arrepiento es de no haber sabido ser feliz...
No demostraron ser tan afectados por las enfermedades (la tisis y la ceguera) como por sus incapacidades para la vida real y cotidiana, por problemas muy íntimos. Uno, por la madre y el otro, famosamente, por el padre que anegó su vida como una proyección frustradora de naturaleza jehovásica. Observó Georges Bataille que el erotismo en la obra de Kafka carece de amor, de deseo y hasta de fuerza: es un erotismo de desierto. Kafka no aceptó el destino de ser adulto y padre. Maduró hacia la esterilidad. Según Bataille, quiso vivir y conservar el niño irresponsable que era.
Kafka escribió como al pasar, en su Diario, una de las frases más terribles de su siglo literario: Mi vida es un titubeo prenatal. Borges supo que tenía un solo camino de sublimación de esa imperfección existencial congénita: la felicidad del arte y de los libros asumida sin culpa, con total entrega. Algo que Kafka no supo hacer. Más bien es como si hubiera querido separarse de su obra como de un hijo no reconocido. El tremendismo nihilista de K lo llevaría a concebir el triunfo final de las sonoras trompetas de la nada, como escribió en el sosegado escritorio de su empleo en la empresa de seguros.
Ni Borges llegó a Praga, como tanto lo deseó, ni el espectro de Kafka pasó al amanecer por la Zeltnergasse. Pero a un paso de allí, en la Vieja-Nueva Sinagoga, la más antigua de Europa, hubiera alcanzado la cuna de la extraña leyenda del Golem, que Borges conoció por el libro de Gustavo Meyrink y por el cabalista Scholem, tema al que dedicó un importante poema.
Hacia 1580, el rabino Löw, de la Alte-Neue Sinagogue, después de infinitas búsquedas, logró coordinar las letras secretas del Poder de Dios, capaces de crear vida. Con sus acólitos, buscó arcilla de la costa del Ultava y amasaron un homúnculo que no debió de ser muy diferente del que venden en todas las medidas en la puerta del cementerio judío como souvenir. En un trozo de pergamino, escribió las letras irrepetibles, y ese objeto, llamado Chem, portador del supremo logos, lo introdujo en la boca del muñeco. Probablemente, el rabino no consideró aquello como una impostura. Dios había creado aquel otro golem que se llamó Adán con arcilla y con el poder divino de la vida. Incluso lo distinguió entre todos los entes de la Creación. Tuvo la humorada de encomendarle que “señoreara sobre los peces del mar, las aves del cielo y las bestias de la tierra, con lo que inauguraba la catástrofe ecológica que hoy está cerca de culminar.
Para Cioran, el Jehová que tuvo la ocurrencia de crear a Adán era un demiurgo menor, chambón. Lo mismo debió sentir el rabino Löw cuando su humanoide se alzó y se movió groseramente por la sinagoga. Tenía mirada menos que de perro, y Borges agrega en su verso que el gato se apartaba ante su paso torpe. Apesadumbrado, el rabino constató que el Golem no daba muestras de sutileza. Era tan bruto como el común de los hombres. Lo destinó a tareas de limpieza y a levantar bultos. Después de miles de años, este segundo Adán, también sin ombligo, debía ser expulsado, esta vez no del paraíso, sino de la calle Meisel: un sábado enloqueció y salió a matar gatos y gallinas, espantó a la gente y arrancó árboles. El rabino lo enfrentó y le quitó el Chem. El monstruo fue otro fracaso y se deshizo en polvo en los altos de la sinagoga, lugar al que desde entonces está prohibido entrar.
(Borges murió en 1986 sin conocer la ciudad ni encontrarse con K, muerto en 1924. Ambos hablan ahora seguramente en otro espacio. Invitado para la Primera Bienal Borges/Kafka, intenté fijar en este texto la aproximación de esos seres tan grandes como distantes.)
En La Nación, 31 de mayo de 2008
Foto: 
Abel Posse  y Jorge Luis Borges en Venecia, 1974





24/2/18

Jorge Luis Borges: América y el destino de la civilización occidental (1936)







Los primeros días de marzo, poco antes de que se produjera el gravísimo acontecimiento de la ocupación militar de la Renania, la dirección de Nosotros hizo circular entre los escritores y estudiosos argentinos, que directa o indirectamente se han ocupado de problemas sociales, la carta siguiente: [con las preguntas que figuran a continuación]



1º Frente a la probabilidad de una nueva guerra continental en el Viejo Mundo, ¿posee América recursos propios materiales y fuerzas espirituales suficientes para salvar su civilización y cultura y desarrollarlas en lo futuro?

2º Si la nueva guerra tuviera para la civilización universal las calamitosas consecuencias temidas, ¿cuál será la suerte de la Argentina?, ¿qué deberá hacer para no zozobrar en el naufragio?, ¿cómo se bastará a sí misma si ello fuera necesario por un tiempo más o menos largo?




De Jorge Luis Borges

El desorden de ritos, de recuerdos, de inhibiciones, de aptitudes y de hábitos que integran la cultura occidental, no están a merced de una guerra —aunque las novelas de H.G. Wells digan lo contrario. Ustedes me preguntan si América "posee recursos propios materiales y fuerzas espirituales suficientes para salvar y desarrollar su cultura, en caso de otra guerra europea"; yo les respondo que la de 1918 fue resuelta precisamente por "recursos materiales" americanos. En cuanto a "fuerzas espirituales", falta probar que las exportaciones de América son inferiores a los importes. Por ejemplo: hace algo más de medio siglo que la poesía lírica francesa vive de Whitman y de Edgar Allan Poe.

La segunda pregunta es harto difícil. De las diversas políticas raciales que se ejercen aquí (todas absurdas, ya que nuestra empresa más alta, la guerra de la independencia, fue una rebelión de los hijos contra los padres, vale decir una ruptura de esa continuidad de la sangre) entiendo que la francesa es la peor. El inglés puede repetir: My country, right or wrong, pero no identifica los intereses del Universo con los del Imperio Británico. (Bertrand Russell dijo hace poco que si nuestra cultura occidental se desmoronaba, podían reemplazarla los chinos.) El italiano juega a la mera latinidad; el español exige que de vez en cuando recordemos que es un hidalgo, que ha conocido tiempos mejores. El francés, en cambio, es el hombre que identifica el destino del Universo con el de la sous-prefecture. Otras naciones pierden una guerra y dicen ¡mala suerte!; el francés no concibe que la ocupación de Ménilmontant por una compañía de zapadores de la reserva de Mecklenburg no sea una catástrofe cósmica. De ahí, su ingenua prédica de un deber universal de "salvar a Francia" en cada uno de los duelos periódicos, previsibles y nada interesantes que mantiene con el "sale Boche". De ahí también, el riesgo de que nosotros intervengamos, por deseo de figurar.

No soy más germanófilo que francófilo, Mauthner y Valéry, Schopenhauer y Montaigne, Hölderlin y Verlaine, tienen mi preferencia de años e igual. ¿Pero qué tendrán que ver esos altos nombres con el oro, el hambre y la muerte?


Nosotros, 2ª época
Buenos Aires, Año 1, N° 1, abril de 1936*

[*] E este número contestan: Manuel Ugarte, Julio Navarro Monzo, Ernesto Mario Barreda, Emilio Ravignani, Alejandro Castiñeiras, F. Ortiga Anckermann, Luis Pascarella y Delfín Ignacio Medina


Luego, en Textos recobrados 1956-1986 (1987)
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi
© 2003 María Kodama
© 2003 Editorial Emecé


Imagen: Borges en su biblioteca (sin atribución) Vía




23/2/18

Jorge Luis Borges: Entrevista en la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines [Agosto de 1979]





          

         En la Sociedad de Distribuidores de Diarios, con motivo de un diálogo que mantuviéramos durante «El mes de las Letras» (en agosto de 1979), Borges fue abordado por un grupo de periodistas.



—¿De verdad le parece que vivimos en un tiempo que no podemos entender y que es difícil encontrar respuestas a eso? —pregunta uno.


—¿Usted entiende al tiempo presente? —responde Borges con una pregunta—. Yo no. Quizá sea más fácil entender épocas pasadas. El presente es algo que nos cerca, nos oprime, nos confunde. Yo no entiendo el presente; me siento perplejo, hay veces que me siento triste, siento una sensación de pesadilla ante ciertas cosas que suceden. Bueno, el hecho de que yo sea famoso ya es una prueba de lo extraño que es el presente.


Otro periodista pregunta:


—Señor, Borges, usted cuando se refiere a la mujer amada la trata siempre de una manera especial, la trata con preferencia, como algo diferente.


—Caramba —responde Borges visiblemente sorprendido—, de qué otra manera se la puede tratar. Sería alarmante no sentir preferencia hacia la mujer amada, sería muy raro.


De pronto Borges cambia imprevistamente de tema y dice en tono de broma:


—Bueno, tengo una mala noticia para ustedes, una mala noticia que seguramente va a alarmar a Manuel Mujica Láinez, que dice descender de él: Don Juan de Garay no existe. Era un Juan venido de un pueblo llamado Garay.


Una señorita, que se identifica como cronista, pregunta:

—¿A qué atribuye, señor Borges, esa pasión que los argentinos sentimos por usted?


—No sé, quizá a una prueba de generosidad argentina. Estaría mal que yo dijera que es una prueba de estupidez argentina; pero yo no voy a decirlo, claro. O una muestra de insensatez argentina; pero tampoco voy a decirlo. Diré, en todo caso, que estoy asombrado, gratamente asombrado por esa, bueno, como la llama usted, pasión argentina hacia mí.


La cronista incurre en otra pregunta:


—¿A quién le hubiera gustado que le gustara su obra?


—Yo alguna vez escribí que me hubiera gustado que le gustara a Lugones, pero esa era una pretensión mía, una ilusoria pretensión. No sé, me gustaría que le guste a Silvina Ocampo, pero a ella no todas las veces le gusta lo que yo escribo; con toda razón, sin duda.


Tímidamente, otro representante de la prensa interroga:


—Usted, señor Borges, se declaró alguna vez admirador del Imperio Británico. ¿Lo sigue siendo?


—Bueno, lo que usted llama Imperio Británico ya no existe. Pero ya que usted gusta de los arcaísmos, por qué no me pregunta sobre lo que yo opino del Imperio Romano, digamos.


—¿Qué opina de la mentira? —arremete otro.


—Mark Twain decía que la verdad es el más preciado tesoro que tiene el hombre, y aconsejaba, por consiguiente economizarla. Yo creo que la mentira a veces es necesaria por razones de cortesía, de buena educación y de reserva también. Ahora, creo que es importante separar a la mentira del embuste. Yo tengo grandes amigos que son embusteros, y eso hasta suele resultar simpático, porque es una forma de mentira inofensiva, que no hace mal a nadie. Y, quizá, al cabo de un día uno ha mentido muchas veces, con palabras o callando; por eso una persona no deja de ser ética.


—¿Está seguro de su obra, señor Borges? —interroga otro.


—No, yo no tengo obra, lo mío es un conjunto de textos dispersos; pero eso no es una obra. Además yo no estoy seguro ni de mi propia vida, que es un hecho casual, o circunstancial como cualquier otra cosa, ni de mi existencia estoy seguro. Yo no sé nada, no estoy seguro de nada… Soy tan ignorante que ni siquiera sé la fecha de mi muerte.


—Pero su obra literaria existe, señor Borges —insiste el periodista.


—No, no. Lo que yo escribo, o lo que he escrito, ha sido casi una impertinencia de mi parte. Yo soy apenas un buen lector; diría que soy todos los autores que he leído. Pero bueno, he tenido la audacia de publicar algunas cosas y la suerte de ser algo conocido por esas cosas. A mí quizá me hubiera gustado ser mi padre, que escribió, pero tuvo la prudencia, mejor dicho, la decencia de no publicar. Mi padre decía que quería ser el hombre invisible de Wells, pasar desapercibido, que nadie notara su presencia. Y yo también aspiro a eso.


—Pero usted ya se ha ganado la inmortalidad —sentencia el periodista.


—Caramba, eso es terrible. La inmortalidad puede ser algo espantoso. Yo aspiro a la muerte, a la muerte total. Uno de mis temores es no morir, no desaparecer completamente; tengo la esperanza de la muerte. Después de todo las pruebas de que somos mortales son de carácter estadístico; puede ocurrir que con nosotros se inaugure una generación de inmortales. Sería una condena aterradora, ¿no? Bueno, hay algunos a los que les ha interesado la inmortalidad: Unamuno, por ejemplo, y, más hacia nuestros días, Sabato. A Sabato le interesa la inmortalidad, le interesa pasar a la posteridad. Él me dijo una vez que escribía para la posteridad. ¡Qué raro que alguien sienta esa misión! Oscar Wilde decía que la posteridad no ha hecho nada por nosotros.


—¿Yo quisiera saber cuál es el límite que usted encuentra entre el escritor y el periodista? —pregunta categórico otro hombre de prensa.


—Bueno, yo no sé si el periodismo debe ser celebrado; yo creo que no. Ya sé que decir algo así es una herejía. Pero bueno, tengamos paciencia, quizá algún día desaparezca el periodismo —Borges ríe y luego se disculpa—. Es mejor que eso no ocurra en seguida, ya que ustedes se quedarían sin trabajo.


—Pero hay grandes escritores que han sido periodistas, como usted mismo.


—Es cierto, Bernard Shaw, por ejemplo. En cuanto a mí, yo he sido periodista, pero no soy un gran escritor.


—¿Encuentra diferencia entre periodismo y literatura? —repite el periodista.

—Sí, son disciplinas distintas. La literatura se nutre de la imaginación, de la invención; el periodismo se dedica a hechos reales, y a veces a inventar hechos, lo cual es una forma de la inventiva también. Ahora, yo creo que el periodismo se parece peligrosamente a la literatura.


En: Alifano, Roberto; El humor de Borges (1995)
Foto: Jorge Luis Borges en su departamento entrevistado por Abel Posse. 1979


22/2/18

Jorge Luis Borges: Los caminos de la imaginación








Valéry afirmó que la cosmogonía es el más antiguo de los géneros literarios. La poesía, según se sabe, empieza por el mito y por la epopeya. El concepto de literatura realista es asaz nuevo. También lo es la idea, hoy común, de que el deber del escritor es reflejar su época y las circunstancias sociales que la rodean. La imaginación ha preferido siempre tierras lejanas y épocas antiguas o venideras. No huelga señalar que todos los personajes de la épica anglosajona son escandinavos. Las mil y una noches se complacen, como los poemas homéricos, en la veneración de nombres antiguos y de regiones alejadas o fabulosas.
Actualmente, la literatura fantástica oscila entre dos caminos. Uno, el onírico, el de Henry James, el de Arthur Machen y el de Kafka; otro el científico, el de Wells y el de Ray Bradbury, que prefiere atribuir sus maravillas a invenciones mecánicas.
El anillo de Gyges hace que su poseedor sea invisible; Wells opta por un líquido imaginario en el que se baña un albino.
Ambos medios son lícitos. En cuanto a mí, creo tender al primero, al onírico, al mágico, al tal vez real.
* En revista Minotauro, Buenos Aires, Nº 8, noviembre de 1984

Luego, en Textos recobrados 1956-1986 (1987)
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi
© 2003 María Kodama
© 2003 Editorial Emecé


Imagen: Borges et Françoise Giroud by Keystone-France- Gamma-Raffo
Via Getty Images Año 1983





21/2/18

Adolfo Bioy Casares: "Borges" (Martes, 9 de julio de 1968)







Martes, 9 de julio. Acerca del primo de Cecilio Madanes, Borges dice: «Entiende la originalidad como los argentinos. Original es el que imita los últimos modelos, de aquí y de allá, sin caer en lo que no tiene precedentes, porque eso es la irresponsabilidad».

Se ríe mucho de un orador del congreso de escritores al que asistió en Santiago [de Chile], quien, para elogiar a la juventud soviética dijo que sus ídolos eran el Che Guevara y Evtushenko: «Qué sorprendentes, qué originales: admiran a un individuo pagado por ellos, que mata y roba para ampliar el imperio soviético, y a un poeta recordado por poemas como el famoso "Babi Yar", en que valientemente llama hermano a un judío. Está muy bien que lo haga, pero ¿cómo será esa juventud que elige a ese poeta entre todos?». BIOY: «Se reirían de Smiles, si lo conocieran, pero mutatis mutandis son Smiles». BORGES: «Yo había imaginado que diría que admiraban a Kennedy. Nada muy a trasmano, pero por lo menos algo fuera de lo de ellos. Pero no. Muy libres, pero no tanto. ¿Y no le parece muy sospechoso que todos estén hablando al mismo tiempo de que en Rusia se acabó el culto a la personalidad? ¿Desde cuándo hablan de eso? Desde que murió el tirano de antes. ¿Y al de ahora lo ponen como un nulo, lo ridiculizan con caricaturas y chistes en los diarios? No, no van tan lejos». Le señalo las amenazas del gobierno ruso a los checoeslovacos: que no lleguen al sistema «multipartidario», que no se excedan en la liberación; si no, entrarán las tropas. Estas cosas se olvidan.

Me cuenta que L., que trabaja en la presidencia, está corrigiendo un discurso de Onganía. El que le hizo el discurso escribió producido; creía que producto era la yerba, el maíz. Hablaba de «la fraternidad de Argentina-Uruguay, siempre vigilante de la propia soberanía». BORGES: «¿Por qué esa economía de artículos? ¿No saben que se dice la Argentina y el Uruguay? No saben nada. ¿Y por qué insistir en esa frase, en la soberanía? ¿Vos me recordás que estoy en tu casa y que en cualquier momento podes regresarme a la calle?». Divertido dice regresar en forma reflexiva, porque así lo usaba un ecuatoriano, Tobar, del que se hizo bastante amigo en el congreso de escritores. Luis L. Franco había atacado furiosamente a esos escritores norteamericanos cuyo principal defecto era no ser comunistas. En seguida se levantó este Tobar y tronó: «Si oigo otra estupidez como ésa, yo me regreso». Habló con tanta furia que apabulló a Franco y lo pasó de energúmeno a sumiso.

BORGES (riendo): «Comprendí que my star is on the wane. En el congreso expusieron que Cortázar había reconocido que yo era su maestro». BIOY: «En una revista podría publicarse una galería de fotografías de escritores, titulada "Escritores que se promocionan": Sabato, Beatriz Guido, Silvina Bullrich, David Viñas, Martha Lynch, Cortázar, Marechal, Dalmiro Sáenz».

Asegura que los judíos están todavía aterrados. BORGES: «Yo dije que el cristianismo y el mahometanismo eran ramas del judaísmo. Un judío no se atrevería a decirlo. Si un judío hablara de la cultura judía y de la cultura ¡argentina!, en su frase serían equivalentes». Agrega que la Historia les ha demostrado que a una minoría no le faltan razones para cuidarse.

Me cuenta que, interrogados los cómicos Laurel y Hardy sobre cómo habían hecho para mantener una invariable amistad a lo largo de veinte años de colaboración (muy bien retribuida: circunstancia agravante), explicaron que no permitieron que las respectivas mujeres se conocieran. De ese modo no hubo discusiones del orden de: «A mí me parece que vos hacés todo el trabajo. Que te tienen en menos. Que él saca ventajas indebidas». Lo que habrá oído Borges en ese sentido; lo que yo oí de Silvina. 

Dice: «Caben dudas, ya lo sé, respecto a la existencia del yo, pero nadie duda de que la existencia de la sociedad sea más dudosa».


En Bioy Casares, Adolfo: Borges
Edición al cuidado de Daniel Martino
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006
Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en galería Los rostros de los años 40
Publicada en anuario de revista Gente, 1972

20/2/18

Jorge Luis Borges: Las fuentes







Entre tantas cosas, Leopoldo Lugones nos ha dejado estos firmes versos:

Yo, que soy montañés, sé lo que vale
la amistad de la piedra para el alma.

No sé hasta qué punto Lugones podía llamarse montañés, pero esa duda, de carácter geográfico, es menos importante que la eficacia estética del epíteto.
El poeta declara la amistad del hombre y de la piedra; yo quiero referirme a otra amistad más esencial y más misteriosa, a la amistad del hombre y del agua. Más esencial, porque estamos hechos, no de carne y hueso, sino de tiempo, de fugacidad, cuya metáfora inmediata es el agua. Ya Heráclito lo dijo.
En todas las ciudades hay fuentes, pero esas fuentes corresponden a razones distintas. En las naciones agarenas proceden de una antigua nostalgia de los desiertos, cuyos poetas cantaban, según se sabe, a una cisterna o a un oasis. En Italia parecen satisfacer esa necesidad de belleza que es típica del alma italiana. En Suiza se diría que las ciudades quieren estar siempre en los Alpes y que las muchas fuentes públicas tratan de repetir las cascadas de la montaña. En Buenos Aires son más ornamentales y más visibles que en Ginebra o en Basilea.




Texto en Atlas, con María Kodama
Selección de fotografías de la colección de María Kodama
©1984, Borges, Jorge Luis
©1984, Edhasa

Imagen: Borges y su esposa María Kodama, en Roma, 1981
Foto Marcello Mencarini (Leemage)



19/2/18

Jorge Luis Borges: Carta a Antonio Di Benedetto [Buenos Aires, 1981]








Querido amigo:

María Kodama me leyó su cuento en Madrid.

Usted no se ha limitado a evitar victoriosamente los riesgos arqueológicos de una ficción que ocurre en otro tiempo. Usted ha escrito páginas esenciales que me han emocionado y que siguen emocionándome.

Espero reanudar, aquí o en Europa, nuestro diálogo.

Jorge Luis Borges

Buenos Aires, 1981


Carta manuscrita por María Kodama, dictada por Jorge Luis Borges
En comentario al cuento Aballay de Antonio Di Benedetto
Incluida a modo de presentación junto con epístolas de Cortázar y Mujica Láinez 
En Caballo en el salitral, Barcelona, Bruguera S.A., Ed. Libro Amigo, 1981
En imagen: Jorge Luis Borges y Antonio Di Benedetto, década de 1980


18/2/18

Jorge Luis Borges: El autor y sus ilustradores *








He releído muchas veces los libros de Alicia, y es probable que sepa algunos pasajes de memoria. Recuerdo que también me gustaban las ilustraciones de Tenniel, que son muy lindas. A Carroll no le gustaban, él hizo otras horribles; en la edición de Everyman están esos dibujos de Carroll, que son una vergüenza. Los de Tenniel, en cambio, que están siempre acentuando una sugerida amenaza de los textos, son ya hoy parte inherente de la obra.
Quizá a Carroll le parecieran demasiado macizos, demasiado sólidos; sería muy raro que concordaran exactamente con lo que él se imaginaba, eso no sucede nunca. Recuerdo que a Henry James le propusieron hacer, y se hizo, una edición ilustrada de sus cuentos y novelas. Puso como condición que no se representara a ningún personaje, que fueran puramente alusivas.
Creo que el argumento era que, si él describía un personaje, tenía que hacerlo sucesivamente, porque el lenguaje es sucesivo. Si yo digo “un hombre alto, pálido, de barba negra”, desde que yo digo “alto” hay que empezar a imaginárselo y seguir el modo en que voy ofreciéndolo sucesivamente. La ilustración, en cambio, se ve de una vez y entonces resulta que todo el trabajo que me he tomado es inútil, porque mi texto sucesivo es usurpado por la ilustración. La edición finalmente se hizo, pero como James quería: con dibujos muy generales, que no chocaban con el texto ni lo repetían.

Comentario publicado en un número dedicado a Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las maravillas(N. del E.)


En diario Clarín, Buenos Aires, 4 de agosto de 1983. Declaraciones recogidas por Jaime Poniachik

Luego, en Textos recobrados 1956-1986 (1987)
© 2003 María Kodama
© 2003 Editorial Emecé


Imagen: Captura de Borges y la RAE, entrevista de Marcos Barnatán 
y Paloma Chamorro para la Televisión Española 1973


17/2/18

Jorge Luis Borges: Los premios nacionales de poesía 1961-1965







Con motivo de la adjudicación de los premios nacionales de poesía por el trienio 1961-65 a Silvina Ocampo, Alberto Girri y Jorge Vocos Lescano, el 14 de agosto se realizó una reunión en Sur. Borges pronunció estas palabras y luego los autores premiados firmaron ejemplares de sus obras.

Queridos amigos:

Sur y la tarde nos congregan para celebrar un triple acontecimiento: la adjudicación de los premios nacionales de poesía a Silvina Ocampo, a Girri y a Vocos Lescano.

A mí, quizás por castigo de mis culpas, me toca frecuentar el mundo, el ambiente literario de Buenos Aires, y he podido comprobar algo que es casi milagroso —y hablo desde una experiencia literaria larga, acaso demasiado larga— y he comprobado, y esto me sorprende, me asombra, la unánime aprobación con la cual ha sido recibido el fallo del jurado.

Esto ocurre muy raras veces, por lo pronto es la primera vez que yo lo he observado, ya que siendo muchos los candidatos y pocos los premios, es natural que mucha gente se sienta defraudada, que haya resentimientos, quejas, etc. Pero en este caso no ha ocurrido, asombrosamente, así; en este caso creo que todos han sentido, no sólo la justicia del fallo, sino —digamos— la fatalidad, la necesidad del fallo.

Quizá los mismos muchos pretendientes que han sido defraudados, piensan esencialmente lo que yo estoy pensando: los premios no podían otorgarse de otro modo. Estamos ante un caso de justicia evidente y esencial.

Y ahora yo querría decir algunas palabras, que serán breves, sobre los tres protagonistas de este premio.

Y voy a referirme en primer término a nuestra amiga Silvina Ocampo. Ella me ha honrado con su amistad desde hace muchos años. Yo he sentido, a veces, casi como una suerte de temor ante su sabiduría. La sabiduría parece un atributo más propio de los mármoles y de las sentencias que de los seres humanos. Pero yo he sentido esa sabiduría en Silvina, esa sabiduría acompañada de comprensión, de indulgencia, de perdón. Cuántas veces me he sentido comprendido, justificado, finalmente absuelto por ella. Todo esto es íntimo, lo sé, pero estoy emocionado como estamos creo que todos en esta tarde y por eso me he permitido decir estas cosas íntimas. Pero, desde luego, debemos considerar la obra literaria de este gran poeta que es Silvina Ocampo. No diré máximo poeta, porque la palabra máximo parece prestarse a polémicas... y no tiene que haber nada polémico en esta tarde de compartida emoción y felicidad entre nosotros.

En la poesía de Silvina Ocampo como en las más altas páginas de la prosa de Virginia Woolf, se opera algo milagroso. Tenemos por un lado la poesía como un objeto verbal, diríamos lo que se encierra en versos como ese epitafio: "La sangrienta luna"... o "the mortal moon has her eclipse endured" de Shakespeare. Es decir, versos que existen como objetos verbales, más allá de su sentido. Pero en la poesía de Silvina Ocampo además de ese carácter tornasolado, cambiante y como infinitamente variable hay también una profunda emoción. Y así Silvina Ocampo ha realizado lo que Chesterton atribuye a la más o menos apócrifa traducción de Ornar Khayian de Edward Fitzgerald. Hay versos, nos dice Chesterton, que pasan como un suspiro y quedan como un monumento, y este doble carácter está en la poesía de Silvina Ocampo. No quiero enumerar composiciones suyas porque, como he dicho muchas veces, en las enumeraciones lo único que se nota son las omisiones. Pero la palabra enumeración me trae inevitablemente a la memoria esa Enumeración de la patria que ya es una de las piezas clásicas de nuestra joven literatura argentina.

Y ahora querría decir algo sobre Girri.

Girri ha buscado y sigue emprendiendo las aventuras más audaces del arte contemporáneo, al mismo tiempo ha traducido ejemplarmente a Donne. Y este hecho tiene una significación especial ya que esas traducciones no están hechas como un ejercicio filológico sino porque hay una esencial afinidad entre el traducido y el traductor. Por lo demás Donne está quizás más cerca de nuestra sensibilidad que de la sensibilidad de muchos de sus contemporáneos. Y de igual manera que Donne buscó no la poesía de la dulzura que todos buscaban en su tiempo, sino esa otra poesía, no menos admirable y ardua, de lo áspero, así Girri ha buscado deliberadamente la misteriosa poesía de la aspereza y de lo aparentemente —pero sólo aparentemente— caótico. Es una ardua aventura, como lo he dicho, y él la ha logrado con la felicidad que todos sabemos.

Y ahora llego a nuestro gran poeta de Córdoba y de la Argentina, Vocos Lescano. Tendríamos que pensar en tantos y en tan admirables sonetos suyos. Pero yo no puedo olvidar aquella composición suya en la cual él fue, por decir así, nuestra voz. La voz de aquellos días aurorales de 1955. La voz de esa Revolución que casi estamos perdiendo ahora por debilidad de los unos y por complicidad, me atrevo a decirlo, de otros.

He nombrado a tres poetas muy diversos, pero todos ellos idénticos en la función poética, en la necesidad interior que los lleva al ejercicio de ese arte misterioso que es la poesía.

Está bien que esta celebración ocurra en Sur, en este nuevo edificio de Sur, que ya está lleno, podemos decirlo, de memorias futuras para nosotros, entre ellas la memoria de esta tarde, que será para mí, lo sé, y creo que para ustedes, inolvidable.

Y ya que he hablado de Sur, ya que Victoria Ocampo nos ha congregado, quiero repetir, para terminar, una vindicación de Sur, del espíritu de Sur, del espíritu de Victoria, que he debido hacer otras veces. Y es la absurda acusación de falta de argentinidad. La hacen quienes se llaman nacionalistas, es decir, quienes por un lado ponderan lo nacional, lo argentino y al mismo tiempo tienen tan pobre idea de lo argentino, que creen que los argentinos estamos condenados a lo meramente vernáculo y somos indignos de tratar de considerar el universo. Ahora bien, es difícil definir lo argentino, precisamente porque lo argentino es algo elemental y lo elemental es de difícil o de imposible definición. Pero si ya existe en el cielo platónico un arquetipo de lo argentino, y creo que existe, uno de los atributos de ese arquetipo es la hospitalidad, la curiosidad, el hecho de que de algún modo somos menos provincianos que los europeos, es decir nos interesan todas las variedades del ser, todas las variedades de lo humano; nos interesan todas las variedades de la geografía y de la historia, del espacio y del tiempo. Y esa tendencia argentina a ver el universo y a ver no sólo lo que ocurre aquí ahora, sino lo que ocurrió en otras partes, lo que ocurrirá en todas partes. Todo eso ha sido estimulado generosamente, admirablemente y eficazmente por nuestra admirable amiga Victoria Ocampo.

Estas son las cosas que yo quería decir.


En revista Sur, Buenos Aires, N° 291, noviembre-diciembre de 1964
Luego en Borges en Sur (1931-1980)
Foto: Alberto Girri, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y Jorge Luis Borges en Villa Ocampo, c. 1965 
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