9/5/17

Jorge Luis Borges: Entrevista con Maruja Torres [Santander, 30 de agosto de 1983]







Todos pretenden saber de Jorge Luis Borges el escritor argentino al que hoy el vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, impondrá en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo de Santander la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio más de lo que el propio Borges ha escrito, dicho o cree saber. Todos quieren acercarse al hombre ilustre, recordarle la ocasión en que dijo esto o lo otro. El mundo se ha llenado de repente de especialistas borgeanos que creen conocer no sólo sus obras sino también sus sueños. Mentiría si dijera que el maestro no tiene en ello parte de complicidad. Y dice: "Empiezo a sospechar quién soy".


A estas alturas de su vida, lo que a Jorge Luis Borges le interesa es divertirse, y le divierte mucho pegar la hebra con esos acólitos que se arrodillan frente a él para que les deje caer una gota de su sabiduría o de su paradoja: queda muy bien, últimamente, en las cenas de intelectuales, sorprender con una anécdota aparentemente inédita del más famoso desconcertador. Resulta difícil despegar al hombre del personaje, quitarle las comillas a alguien que se ha convertido en una frase brillante apoyado en un bastón. Y Borges es, a sus 84 años, un tremendo irónico, un Tiresias burlón y también un recordador inagotable que te coge de la mano y te da cariñosos golpecitos mientras salta de un tema a otro como un inocente acróbata.
No hubiera podido empezar a hablar con Borges sin preguntarle por su Buenos Aires, aquél en el que creció: "Bueno, era completamente distinto al de ahora. Mi Buenos Aires, que era muy chico, el centro, era una ciudad de casas bajas, con patios, con azoteas, con aljibes. En el fondo de cada aljibe había una tortuga que estaba de filtro porque se comía los bichos. Al mismo tiempo, supongo, haría sus necesidades. Yo me he criado bebiendo agua de tortuga, y mi madre, que llegó a cumplir noventa y nueve años, también, y no nos hizo mal. En Montevideo, ¿sabe?, había sapos, no había tortugas, y servían para lo mismo. No sé qué vida llevarían ellos, los sapos y las tortugas: a lo mejor estaban meditando, a lo mejor lo sabían todo".
Se interrumpe para preguntarme: "¿Qué le parece mi bastón? ¿le gusta? Me lo regalaron en Irlanda; es un bastón de espina negra. Mire usted qué contundente. Lo utilizan los pastores de ovejas. Parece que los sábados por la noche, como los irlandeses son bastante pendencieros, pues utilizan estos bastones como arma". Le comento que con este artilugio puede defenderse de los críticos y de las entrevistadoras y sonríe con falsa mansedumbre: "Oh, no; los críticos enriquecen la obra del autor, y ustedes, los periodistas, tienen también derecho a enriquecernos".
Borges, que tiene más o menos la edad del cine, siente una gran pasión por este medio y se entusiasma hablando de las primeras películas de Von Sterriberg "que hizo películas muy buenas y luego se estropeó con Marlene Dietrich", Lubistch, Hitchcock... "He visto Psicosis más de 10 veces, tantas que ya sabía cuándo tenía que cerrar los ojos para no ver la momia". Cuenta anécdotas de los primeros tiempos del cíne, de cómo su abuela llegó un día a casa y dijo que había visto en una pantalla a unos caballos metiéndose en el río y mojándose el pelaje. Y habla también de un amigo que no podía seguir el argumento de las películas "porque me decía que cómo puede uno ver a un hombre sentado y después verle sólo la cabeza y luego una mano que toma un revólver. Ese hombre no entendía lo que ahora cualquier chico pequeño sabe: qué es el lenguaje cinematográfico".
No le gusta Chaplin, cuya técnica considera que envejeció y que amaba demasiado la fealdad y sentirse el centro de toda película. Le gusta el sentido del humor de Keaton y la estética de sus filmes. "Pero lo que a mí me gusta más son los westerns, que salvaron la épica en un tiempo como el nuestro en que ha desaparecido. Aunque las películas del Oeste no tenían nada que ver con la realidad, porque yo hablé con gente vieja, en Texas, y me decían que en un saloon nunca entraban todos vestidos de cowboy a la vez. Uno llegaba con un sombrero, el otro con una pistola, el otro con unas botas... Pasa como con los gauchos, que en el folklore siempre lo han llevado todo puesto, pero en la vida el uno tenía un poncho, el otro una facón, el otro chiribombachas..." Y pasamos a las palabras: "Ésas que tienen tanto prestigio, como gaucho y pampa; eso no se usa nunca en el campo, sino en Buenos Aires o en Montevideo. Se dice el paisano, porque gaucho es un poco despectivo, y se dice el campo, no la pampa".
De pronto vuelve a hablar de cine y me dice que le han puesto por las nubes una película española, Furtivos. "Yo no la he podido ver, como comprenderá, pero me dijeron que el odio en los ojos de la mujer es admirable".
Me pregunta por mis orígenes; luego se extiende acerca de los suyos, "que son lejanamente andaluces", y recuerda las milongas que él mismo ha escrito. "A ver... Sí, una era para un filme que era la historia de un condenado a muerte, y la cantaba él mismo y decía: Manuel Flores va a morir, eso es moneda corriente,/ morir es una costumbre que suele tener la gente. Eso es popular, ¿no le parece? No está dicho con falso color local, que es lo que yo odio de algunos tangos... Alto lo veo y cabal, con el alma comedida,/ capaz de no alzar la voz y de jugarse la vida. Es tan espontáneo que parece que no lo he escrito yo, sino mis mayores".
Y más: "Entiendo que la poesía popular tiene que ser anónima, ¿no? Cuando algo sale bien parece que haya existido siempre, ¿no? Yo oigo frases, sobre todo a la gente del pueblo. Por ejemplo, había muerto una prima nuestra, muy joven, y mi madre dijo: Caramba, pobre fulana, ha muerto a los veinte años. Y entonces la cocinera, que era una mujer del pueblo, de sangre india, dijo: Bueno, señora, para morir no se precisa más que estar vivo. ¿No le parece maravilloso?"
Le digo que no le quiero cansar más y que es mejor que me vaya, pero insiste en que le pregunte: "Considéreme con espíritu de catecismo, joven, con preguntas y respuestas". Entonces le pido que me cuente cuál es su actual relación con la vida: "Bueno, yo creo que voy siendo más feliz ahora que cuando era joven, a medida que uno sabe quién es. Porque cuando uno es joven uno piensa que es ilimitado, uno piensa que puede elegir, que puede ser Alejandro de Macedonia o Shakespeare. Ahora uno conoce sus límites, los conoce demasiado. Yo sé, por ejemplo, no lo que puedo hacer, sino lo que ya no puedo hacer. No puedo escribir una novela, no puedo dar una conferencia, aunque sí puedo charlar con el público. Ahora empiezo a sospechar quién soy, sé que mi destino es literario y que no debo quejarme de ello. Leer, escribir y publicar ha sido siempre mi destino".
El 'horrible' peronismo
Inevitablemente sale a la conversación la lengua sajona, que conoce a fondo y en la que me recita un hermoso y gutural padre nuestro; la islandesa antigua, que está estudiando. Y el Buenos Aires de estos momentos, "que está muy triste porque atraviesa un momento terrible, con unos militares que no lo son de verdad... que son unos negociantes sucios. Y si bien han acabado con las bombas que estallaban en la calle, lo han hecho produciendo mucho más daño, un daño incalculable: imagínese esos 25.000 desaparecidos, que es un eufemismo para no decir lo que han hecho con ellos. Y viven esa vida tan artificial, imagínese, de ascenso, de condecoraciones".
Teme Jorge Luis Borges que el peronismo, su bestia negra, gane en las próximas elecciones, "que son necesarias para que el país adquiera por lo menos una apariencia de normalidad". Él votará socialista o radical, "porque muchos de nosotros votaremos no a favor de, sino en contra de".
Cuando Perón regresó la última vez a Buenos Aires, Borges hizo unas duras declaraciones contra el régimen diciendo que "ahora llega toda la morralla". Le pregunto si en el nuevo peronismo hay mucha morralla. "Yo creo que habrá más. Que seremos gobernados por la hez de la canalla. Ahora dicen que los jóvenes son menos primitivos que los viejos. Son una gente que cuando se reúnen cantan ¡Perón, Perón, qué grandes sos,/ sos el primer trabajador! Es horrible eso. Figúrese que él mismo pagaba a miles de personas para que se reunieran y le cantaran eso". Dice que, de cualquier modo, dedicarse a ser político debe ser muy triste: "Dedicarse a coleccionar votos, a echar discursos, cuanto más largos mejor y cuantas menos cosas digan mejor, a decir frivolidades, a no comprometerse. Todos los partidos prometen, prometen, prometen. Pero los que ahora están en Argentina tienen la cualidad de ser universalmente detestados, y es triste pensar que nuestro destino individual está en manos de esos señores, que son los que tienen las armas".
Cabecea y me aprieta la mano y salta a otro tema: "Esa perniciosa costumbre francesa de ponerle a las calles nombres de persona en vez de nombres naturales... Imagínese que un día me ponen una calle a mi nombre". Le hago notar que, en su caso, más bien le dedicarían una avenida. Y se echa a reír con fingido espanto: "¡Oh, no! Una avenida resulta mucho más peligrosa".

En El País, Madrid, 30 de agosto de 1983, página 22
Retrato de Jorge Luis Borges en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, 1983


8/5/17

François Rabelais: Interpretación de los sueños





—Puesto que no nos ponemos de acuerdo sobre los métodos virgilianos, utilicemos como medio de adivinación uno bueno, antiguo y auténtico, dijo Pantagruel. Me refiero a la interpretación de los sueños, siempre que se sueñe según las condiciones que establecen Hipócrates, Platón, Plotino, Yámblico, Sinesio, Aristóteles, Jenofonte, Galeno, Plutarco, Artemidoro, Daldiano, Herifilo, Quinto Calaber, Teócrito, Plinio, Atengo y otros, quienes sostienen que el alma es capaz de prever sucesos futuros. Cuando el cuerpo reposa en plena digestión y nada necesita hasta el momento de despertarse, nuestra alma se eleva a su verdadera patria, que es el cielo. Allí recibe la participación de su primitivo origen divino y en la contemplación de aquella infinita e intelectual esfera (cuyo centro se halla en algún lugar del universo, punto central que reside en Dios según la doctrina de Hermes Trismegisto, y a la cual nada altera y en la cual nada ocurre, pues todos los tiempos se desarrollan en presente) capta no sólo sucesos de las capas inferiores sino los futuros, transmitiéndolos a su cuerpo por sus órganos sensibles. Dada la fragilidad e imperfección del cuerpo que los ha captado, no puede transmitirlos fielmente. Queda a los intérpretes y vaticinadores de sueños, los griegos, el profundizar en tan importante materia. Heráclito decía que la interpretación de los sueños no ha de quedar oculta, pues nos da el significado y normas generales de las cosas del porvenir, para nuestra suerte o desgracia. Anfiarao tiene establecido que no hay que beber durante tres días ni comer durante uno antes de los sueños. Estómago repleto, mala espiritualidad.

Todo sueño que termina en sobresalto significa algo malo y es de mal presagio. Algo malo, es decir, alguna enfermedad latente. Mal presagio, para el alma: alguna desgracia se avecina. Recordad los sueños y el despertar de Hécuba y de Eurídice. Eneas soñó que hablaba con Héctor difunto; despertó sobresaltado y aquella noche Troya ardió y fue saqueada.
François Rabelais, Pantagruel, II (1564)




Antologado en Libro de sueños (1976)
© 1995, María Kodama
© 2013, Buenos Aires, Random House Mondadori
© 2015, Buenos Aires, Debolsillo, segunda edición

Dibujo: François Rabelais: Retrato anónimo S.XVIII
Paris Hôtel Carnavalet- Agostin Picture Library / Corbis

7/5/17

Jorge Luis Borges: Nydia Lamarque, «Telarañas» (1925)








Nydia Lamarque vive en Belgrano, que es algo así como vivir en las vacaciones de la ciudad, en su merecido y firme domingo. Los otros barrios suburbanos de nuestra capital son entrevero de la gran llanura y las casas; Belgrano es maridaje, no de la ciudad con la pampa, sino de la ciudad y de los árboles. Barrio enjardinado y ocioso, sin la desganada sorna orillera que hay en Palermo ni las infinitas esquinas (mucha puesta de sol y tapiales bajos) de Villa Ortúzar, Belgrano infundió el agua de sus fuentes y el cariño de sus canteros en los versos de Nydia. Son agradabilísimos todos ellos. 

Debajo de Telarañas dice Sonetos. Los hay de versos de catorce, de once, de ocho, de nueve, sin otra obligación ni costumbre que las de su perenne halago sonoro que no implica nunca el esfuerzo. ¿Acaso no nos basta, en una muchacha o en una estrofa, la certidumbre de que es linda? Lo demás son cominerías. La sentenciosidad, la metáfora, la sencillez, la complicación, el metafisiqueo, el ritmo y hasta la rima (que no es propiamente más que un retruécano, que una casualidad verbal) son herramientas de belleza, pero lo importante es el recabarla, no la trampita que elegimos. Nydia Lamarque usa muy poco de metáforas: quiero decir, de la invención de metáforas, cábula que a mí me gusta de veras. Sin embargo, yo no me atreveré a aconsejarla, ya que los versos de ella valen tal vez más que los míos. (Si les parece, puedo tacharlo a ese tal vez). El sujeto es la espera del querer, la víspera segura del corazón, las luces sabatinas encendidas aguardando la fiesta. Es el idéntico sujeto que hay en La Calle de la Tarde por Nora Lange, tanto más grato cuanto menos enfatizado. Nydia Lamarque lo maneja con instintiva gracia espiritual, sin incurrir ni en las borrosidades ni en la chillonería de comadrita que suele inferirnos la Storni. A través del libro campea mucha coquetería de sufrimiento (sincerísima, desde luego) y una verídica confianza de ayudarlo al destino, de ser dichosa con nobleza. Le gustan los luceros, los rosales, los atardeceres con pájaros, las violetas. A nosotros varones, obligados al verso pensativo y a la palabra austera, nos conmueven esos trebejos que tan justamente se avienen con la hermosura de las muchachas y que florecen en sus versos con la misma naturalidad que en las quintas.

¿En el decurso claro de su canto, qué rostros se reflejan? Pienso que los de Nervo y Rubén. En un día de primavera, Paisaje, Cómo soñé mi verso y Atardecer son acaso las mejores composiciones del libro, las de belleza más verídica y fácil. 

Hace unas tardes, caminoteando por Belgrano, me pareció que era más linda la luna y que los pájaros cantaban con una más dulce vehemencia. Seguramente, la habrían mirado y escuchado a Nydia Lamarque.


En Proa, segunda época, Buenos Aires Año 2, N° 14, diciembre de 1925
Luego en Textos Recobrados 1919-1929 (2007)
Retrato de Jorge Luis Borges por Tulio Pericoli

6/5/17

Jorge Luis Borges: Un film abrumador






Citizen Kane (cuyo nombre en la República Argentina es El Ciudadano) tiene por lo menos dos argumentos. El primero, de una imbecilidad casi banal, quiere sobornar el aplauso de los muy distraídos. Es formulable así: Un vano millonario acumula estatuas, huertos, palacios, piletas de natación, diamantes, vehículos, bibliotecas, hombres y mujeres; a semejanza de un coleccionista anterior (cuyas observaciones es tradicional atribuir al Espíritu Santo) descubre que esas misceláneas y plétoras son vanidad de vanidades y todo vanidad; en el instante de la muerte, anhela un solo objeto del universo ¡un trineo debidamente pobre con el que su niñez ha jugado! El segundo es muy superior. Une al recuerdo de Koheleth el de otro nihilista: Franz Kafka. El tema (a la vez metafísico y policial, a la vez psicológico y alegórico) es la investigación del alma secreta de un hombre, a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto. El procedimiento es el de Joseph Conrad en Chance (1914) y el del hermoso film The power and the glory: la rapsodia de escenas heterogéneas, sin orden cronológico. Abrumadoramente, infinitamente, Orson Welles exhibe fragmentos de la vida del hombre Charles Foster Kane y nos invita a combinarlos y a reconstruirlo. Las formas de la multiplicidad, de la inconexión, abundan en el film: las primeras escenas registran los tesoros acumulados por Foster Kane; en una de las últimas, una pobre mujer lujosa y doliente juega en el suelo de un palacio que es también un museo, con un rompecabezas enorme. Al final comprendemos que los fragmentos no están regidos por una secreta unidad: el aborrecido Charles Foster Kane es un simulacro, un caos de apariencias. (Corolario posible, ya previsto por David Hume, por Ernst Mach y por nuestro Macedonio Fernández: ningún hombre sabe quién es, ningún hombre es alguien). En uno de los cuentos de Chesterton —The head of Caesar, creo— el héroe observa que nada es tan aterrador como un laberinto sin centro. Este film es exactamente ese laberinto.

Todos sabemos que una fiesta, un palacio, una gran empresa, un almuerzo de escritores o periodistas, un ambiente cordial de franca y espontánea camaradería, son esencialmente horrorosos; Citizen Kane es el primer film que los muestra con alguna conciencia de esa verdad.

La ejecución es digna, en general, del vasto argumento. Hay fotografías de admirable profundidad, fotografías cuyos últimos planos (como en las telas de los prerrafaelistas) no son menos precisos y puntuales que los primeros.

Me atrevo a sospechar, sin embargo, que Citizen Kane perdurará como "perduran" ciertos films de Griffith o de Pudovkin, cuyo valor histórico nadie niega, pero que nadie se resigna a rever. Adolece de gigantismo, de pedantería, de tedio. No es inteligente, es genial: en el sentido más nocturno y más alemán de esta mala palabra.










Sur, Buenos Aires, Año X, N° 83, agosto de 1941
Y además en Edgardo Cozarinsky, Borges y el cine, Buenos Aires, Ediorial Sur, 1974

En Borges en Sur (1931-1980) [1999]

Buenos Aires, Penguin House Mondadori, 2016

Ficha técnica del film: IMDb


Imágenes: 
Orson Welles removing his Charles Foster Kane makeup, c1941 -by Muky Munkácsi 
Orson Welles in Citizen Kane [1941] - IMDb
Orson Welles in Citizen Kane [1941] - IMDb

5/5/17

Harold Bloom: Borges, único en su género








La fama de Borges se basa en sus ficciones, las mejores de las cuales no pasan de doce-quince páginas. También fue un poeta notable, pero debemos considerar a Borges en primera instancia como un ensayista de genio a la manera de sus más auténticos precursores, el crítico romántico inglés Thomas De Quincey (1785-1859) y el peón intelectual inglés y hombre de letras Gilbert Keith Chesterton (1874-1936). Aquí me centraré principalmente en ellos, pues en otras ocasiones me he ocupado de sus cuentos, en especial Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, La muerte y la brújula, El inmortal, Los teólogos y El Aleph.

Como el poeta portugués Fernando Pessoa, Borges se crió hablando y leyendo inglés y se dice que leyó El Quijote por primera vez en inglés. Desde el comienzo no hacía muchas distinciones entre la lectura como una especie de reescritura y la escritura misma. Aunque su biógrafo Emir Rodríguez Monegal lo relaciona con aquellos escritores que abiertamente convierten a sus lectores en coautores (Rabelais, Cervantes, Sterne), creo que De Quincey —en quien es prácticamente imposible distinguir la lectura del plagio y de la reescritura— le dio al joven Borges el impulso inicial para que mezclara la parodia, la traducción, los sueños y las pesadillas y la crítica literaria en esos "textos de no ficción" que hoy consideramos estrictamente borgeanos.

De Quincey, adicto al opio, llevó una vida impróvida y llena de tristezas, a lo largo de la cual se ganó el sustento como periodista y escritor misceláneo de innumerables temas: metafísica, historia, política, literatura, lingüística. En él descubrió Borges por primera vez uno de sus principios cardinales, la lengua que organiza y reescribe el cosmos:

Incluso los sonidos articulados o brutales del globo deben de ser otros tantos lenguajes y cifras cuya correspondiente clave se encuentra en alguna parte, que tienen su gramática y su sintaxis; de manera que los asuntos menores del universo deben ser espejos de los mayores.

Los espejos, como los laberintos y las brújulas, abundan en Borges: son metáforas que pretenden responder al acertijo de la esfinge tebana: ¿qué es el hombre? Borges había aprendido con De Quincey que Edipo, y no el hombre en general, era la solución profunda al acertijo. Edipo ciego, Homero, Joyce, Milton, Borges: cinco en uno. La madre de Borges murió a los 91 después de ser durante muchos años la dedicada secretaria de su hijo. Citadino, irónico y de finas maneras, Borges sólo pierde la compostura cuando se le menciona a Freud. Honremos, pues, a Borges asociándolo con Edipo el hombre y no con el complejo. El genio de Borges, en especial en sus no ficciones, radica en su capacidad para ejemplificar lo que el hombre es: el sujeto y el objeto de su búsqueda.

Sobre su deuda con De Quincey, Borges afirmó que era tan extensa, que si señalase sólo una parte parecería que repudiaba o silenciaba otras. Pero una de las lecciones que aprendió de él fue a abjurar de todos los historicismos, incluyendo aquellos que explican exhaustivamente la individualidad del genio. Borges cita a De Quincey afirmando que la historia es una disciplina muy vaga y sujeta a infinitas interpretaciones, afirmación que necesariamente incluye la historia de la cultura y el pernicioso historicismo del difunto Michel Foucault, que destruyó los estudios humanísticos en el mundo angloparlante. Ofrezco a Borges —y con él, la literatura de la imaginación— como antídoto contra Foucault y sus resentidos seguidores. Borges, que se opuso valerosamente al fascismo y al antisemitismo argentinos, nos empuja lejos de la ideología y hacia Shakespeare.

En un cierto sentido Borges no escribió ensayos de peso; casi todos son cortos, como sus cuentos. Dos excepciones son Historia de la eternidad (1936), que condensa la eternidad en 16 páginas, y Nueva refutación del tiempo (1944-47), que sólo ocupa quince páginas. Ambos son magníficos pero no han significado tanto para mí como muchos sueltos y fragmentos breves, de tres o cuatro páginas, entre los cuales destaco Kafka y sus precursores (1951), de dos páginas y media, y una frase que ha sido crucial para mí: "El hecho es que cada escritor crea a sus precursores". Borges era un idealista literario a ultranza que creía que las polémicas y las rivalidades no desempeñaban papel alguno en el drama de la influencia, cosa con la que yo no estoy de acuerdo. Y sin embargo Borges bien podría ser único en su género, pues sus precursores escribieron en inglés y en alemán y él, en español. De Quincey, Chesterton, sir Thomas Browne, el ineludible Edgar Poe, Robert Louis Stevenson, Walt Whitman y Kafka influyeron con más fuerza en la obra de Borges que Cervantes y Quevedo. Los precursores de Borges (él nos lo advierte) son innumerables: en sus poemas oímos ecos de Robert Browning que son sólo un poco más débiles que los ecos de Whitman, y a veces me parece que el más cercano a él de entre los escritores españoles era Unamuno. Surge la tentación de un laberinto borgiano pero prefiero ignorado: al fin y al cabo fue Borges quien nos enseñó que Shakespeare era todos los hombres y ninguno, lo cual significa que él es el laberinto vivo de la literatura.

Borges escribió un cuento extraordinario sobre Shakespeare, Everything and Nothing (título original del texto de dos páginas en español). El Shakespeare de Borges es en la práctica el primer nihilista, convencido de que "nadie hubo en él" (y fue el Yago de Shakespeare quien inventó el nihilismo europeo). Esta sensación de vacío lo lleva a iniciar una carrera como actor y, después, como dramaturgo:

Acosado, dio en imaginar otros héroes y otras fábulas trágicas. Así, mientras el cuerpo cumplía su destino de cuerpo, en lupanares y tabernas de Londres, el alma que lo habitaba era César, que desoye la admonición del augur, y Julieta, que aborrece a la alondra, y Macbeth [...] Nadie fue tantos hombres como aquel hombre, que a semejanza del egipcio Proteo pudo agotar todas las apariencias del ser.

Después de persistir durante veinte años "en esa alucinación dirigida", Shakespeare se siente abrumado por el horror de los otros, y se devuelve a Stratford a vivir como "empresario retirado". Borges se atreve con un último párrafo que funciona, pero que se acerca peligrosamente al límite de la representación:

La historia agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo. La voz de Dios le contestó desde un torbellino: Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estás tú, que como yo eres mucho y nadie.

Es conmovedor y refleja el sentido trágico de la existencia que Borges comparte con Unamuno, aunque el homenaje al milagro de la universalidad de Shakespeare le da un giro afirmativo al pathos. Veinticinco años después, al final de su carrera, Borges escribió un último cuento, La memoria de Shakespeare, que resulta inerte: un profesor alemán de Shakespeare recibe el don improbable y equívoco de la memoria del poeta pero nada se nos revela —que no sepamos ya— antes de que le entregue la memoria de Shakespeare a otro, sobrecogido de angustia. Pero al final el gran Borges, de 85 años de edad, nos regala un momento sublime; después de ceder la memoria, el profesor repite "como una esperanza estas resignadas palabras":

Viviré tal como soy.

Son las palabras desafiantes de Parolles, el soldado charlatán y jactancioso, después de haber sido humillado y expuesto en A buen fin no hay mal principio: Aún estoy agradecido al Cielo. Si mi corazón hubiese nacido grande, habría estallado con esto. No quiero ser más capitán; pero quiero comer, beber y dormir como lo haga cualquier capitán. Viviré tal como soy. Que el que se tenga por fanfarrón vendrá al fin a reconocer que es un asno. ¡Enmohécete, espada! ¡Desapareced, rubores! ¡Y viva Parolles con toda seguridad en la ignominia! ¡Siendo un loco, medré de la locura! ¡Hay sitio y recursos para todo hombre viviente! Voy en pos de ellos.

En contexto, esto nos hace estremecer y Borges nos empuja brillantemente a que contextualicemos. Nosotros (Borges tampoco) no podemos ser Shakespeare, pero viviremos tal como somos.




En Bloom, Harold: Genios. Un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares
Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2005
Y en Revista Ñ, diario Clarín, Buenos Aires, sábado 16 de julio de 2005
Caricatura de Jorge Luis Borges ©La Máquina de Pensar y portada del libro


4/5/17

Jorge Luis Borges: Nota sobre Walt Whitman







El ejercicio de las letras puede promover la ambición de construir un libro absoluto, un libro de los libros que incluya a todos como un arquetipo platónico, un objeto cuya virtud no aminoren los años. Quienes alimentaron esa ambición eligieron elevados asuntos: Apolonio de Rodas, la primer nave que atravesó los riesgos del mar; Lucano, la contienda de César y de Pompeyo, cuando las águilas guerrearon contra las águilas; Camoens, las armas lusitanas en el Oriente; Donne, el círculo de las transmigraciones de un alma, según el dogma pitagórico; Milton, la más antigua de las culpas y el Paraíso; Firdusí, los tronos de los sasánidas. Góngora, creo, fue el primero en juzgar que un libro importante puede prescindir de un tema importante; la vaga historia que refieren las Soledades es deliberadamente baladí, según lo señalaron y reprobaron Cascales y Gracián (Cartas filológicas, VIII; El Criticón, II, 4). A Mallarmé no le bastaron temas triviales; los buscó negativos: la ausencia de una flor o de una mujer, la blancura de la hoja de papel antes del poema. Como Pater, sintió que todas las artes propenden a la música, el arte en que la forma es el fondo; su decorosa profesión de fe Tout aboutit à un livre parece compendiar la sentencia homérica de que los dioses tejen desdichas para que a las futuras generaciones no les falte algo que cantar (Odisea, VIII, in fine). Yeats, hacia el año mil novecientos, buscó lo absoluto en el manejo de símbolos que despertaran la memoria genérica, o gran Memoria, que late bajo las mentes individuales; cabría comparar esos símbolos con los ulteriores arquetipos de Jung. Barbusse, en L'enfer, libro olvidado con injusticia, evitó (trató de evitar) las limitaciones del tiempo mediante el relato poético de los actos fundamentales del hombre; Joyce, en Finnegans Wake, mediante la simultánea presentación de rasgos de épocas distintas. El deliberado manejo de anacronismos, para forjar una apariencia de eternidad, también ha sido practicado por Pound y por T. S. Eliot.
He recordado algunos procedimientos; ninguno más curioso que el ejercido, en 1855, por Whitman. Antes de considerarlo, quiero transcribir unas opiniones que más o menos prefiguran lo que diré. La primera es la del poeta inglés Lascelles Abercrombie. "Whitman —leemos— extrajo de su noble experiencia esa figura vivida y personal que es una de las pocas cosas grandes de la literatura moderna: la figura de él mismo." La segunda es de Sir Edmund Gosse: "No hay un Walt Whitman verdadero... Whitman es la literatura en estado de protoplasma: un organismo intelectual tan sencillo que se limita a reflejar a cuantos se aproximan a él". La tercera es mía.[12] "Casi todo lo escrito sobre Whitman está falseado por dos interminables errores. Uno es la sumaria identificación de Whitman, hombre de letras, con Whitman, héroe semidivino de Leaves of Grass como don Quijote lo es del Quijote; otro, la insensata adopción del estilo y vocabulario de sus poemas, vale decir, del mismo sorprendente fenómeno que se quiere explicar."
Imaginemos que una biografía de Ulises (basada en testimonios de Agamenón, de Laertes, de Polifemo, de Calipso, de Penélope, de Telémaco, del porquero, de Escila y Caribdis) indicara que éste nunca salió de Ítaca. La decepción que nos causaría ese libro, felizmente hipotético, es la que causan todas las biografías de Whitman. Pasar del orbe paradisíaco de sus versos a la insípida crónica de sus días es una transición melancólica. Paradójicamente, esa melancolía inevitable se agrava cuando el biógrafo quiere disimular que hay dos Whitman: el "amistoso y elocuente salvaje" de Leaves of Grass y el pobre literato que lo inventó.[13] Éste jamás estuvo en California o en Platte Cañón; aquél improvisa un apóstrofe en el segundo de esos lugares ("Spirit that formed this scene") y ha sido minero en el otro ("Starting from Pau-manok", 1). Éste, en 1859, estaba en Nueva York; aquél, el dos de diciembre de ese año, asistió en Virginia a la ejecución del viejo abolicionista John Brown ("Year of meteors"). Éste nació en Long Island; aquél también ("Starting from Paumanok"), pero asimismo en uno de los estados del Sur ("Longings for home"). Éste fue casto, reservado y más bien taciturno; aquél efusivo y orgiástico. Multiplicar esas discordias es fácil; más importante es comprender que el mero vagabundo feliz que proponen los versos de Leaves of Grass hubiera sido incapaz de escribirlos.
Byron y Baudelaire dramatizaron, en ilustres volúmenes, sus desdichas; Whitman, su felicidad. (Treinta años después, en Sils-Maria, Nietzsche descubriría a Zarathustra; ese pedagogo es feliz, o, en todo caso, recomienda la felicidad, pero tiene el defecto de no existir). Otros héroes románticos —Vathek es el primero de la serie, Edmond Teste no es el último— prolijamente acentúan sus diferencias; Whitman, con impetuosa humildad, quiere parecerse a todos los hombres. Leaves of Grass, advierte, "es el canto de un gran individuo colectivo, popular, varón o mujer" (Complete Writings, V, 192). O, inmortalmente ("Song of Myself", 17):
Éstos son en verdad los pensamientos de todos los
hombres en todos los lugares y épocas; no son originales míos.
Si son menos tuyos que míos, son nada o casi nada.
Si no son el enigma y la solución del enigma, son nada.
Si no están cerca y lejos, son nada.

Éste es el pasto que crece donde hay tierra y hay agua,
Éste es el aire común que baña el planeta.
El panteísmo ha divulgado un tipo de frases en las que se declara que Dios es diversas cosas contradictorias o (mejor aún) misceláneas. Su prototipo es éste: "El rito soy, la ofrenda soy, la libación de manteca soy, el fuego soy" (Bhagavadgita, IX, 16). Anterior, pero ambiguo, es el fragmento 67 de Heráclito: "Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, hartura y hambre". Plotino describe a sus alumnos un cielo inconcebible, en el que "todo está en todas partes, cualquier cosa es todas las cosas, el sol es todas las estrellas, y cada estrella es todas las estrellas y el sol" (Enneadas, V, 8, 4). Attar, persa del siglo XII, canta la dura peregrinación de los pájaros en busca de su rey, el Simurg; muchos perecen en los mares, pero los sobrevivientes descubren que ellos son el Simurg y que el Simurg es cada uno de ellos y todos. Las posibilidades retóricas de esa extensión del principio de identidad parecen infinitas. Emerson, lector de los hindúes y de Attar, deja el poema Brahma; de los dieciséis versos que lo componen, quizá el más memorable es éste: When me they fly, I am the wings (Si huyen de mí yo soy las alas). Análogo, pero de voz más elemental, es Ich bin der Eine und bin Bade, de Stefan George (Der Stern des Bundes). Walt Whitman renovó ese procedimiento. No lo ejerció, como otros, para definir la divinidad o para jugar con las "simpatías y diferencias" de las palabras; quiso identificarse, en una suerte de ternura feroz, con todos los hombres. Dijo ("Crossing Brookling Ferry", 7):
He sido terco, vanidoso, ávido, superficial, astuto, cobarde, maligno;
el lobo, la serpiente y el cerdo no faltaban en mí...
También ("Song of Myself"33):
Yo soy el hombre. Yo sufrí. Ahí estaba.
El desdén y la tranquilidad de los mártires;
la madre, sentenciada por bruja, quemada ante los hijos, con leña seca;
el esclavo acosado que vacila, se apoya contra el cerco, jadeante, cubierto de sudor;
las puntadas que le atraviesan las piernas y el pescuezo, las crueles municiones y balas;
todo eso lo siento, lo soy.
Todo eso lo sintió y lo fue Whitman, pero fundamentalmente fue —no en la mera historia, en el mito— lo que denotan estos dos versos ("Song of Myself", 24):
Walt Whitman, un cosmos, hijo de Manhattan,
Turbulento, carnal, sensual, comiendo, bebiendo, engendrando.
También fue el que sería en el porvenir, en nuestra venidera nostalgia, creada por estas profecías que la anunciaron ("Full of life, now"):
Lleno de vida, hoy, compacto, visible,
yo, de cuarenta años de edad el año ochenta y tres de los Estados,
a ti, dentro de un siglo o de muchos siglos,
a ti, que no has nacido, te busco.
Estás leyéndome. Ahora el invisible soy yo,
ahora eres tú, compacto, visible, el que intuye los versos y el que me busca,
pensando lo feliz que sería si yo pudiera ser tu compañero.
Sé feliz como si yo estuviera contigo.
(No tengas demasiada seguridad de que no estoy contigo.)
O ("Songs of Parting", 4,5):
¡Camarada! Éste no es un libro;
el que me toca, toca a un hombre.
(¿Es de noche? ¿Estamos solos aquí?...)
Te quiero, me despojo de esta envoltura.
Soy como algo incorpóreo, triunfante, muerto. [14]
Walt Whitman, hombre, fue director del Brooklyn Eagle, y leyó sus ideas fundamentales en las páginas de Emerson, de Hegel y de Volney; Walt Whitman, personaje poético, las edujo del contacto de América, ilustrado por experiencias imaginarias en las alcobas de New Orleans y en los campos de batalla de Georgia. Un hecho falso puede ser esencialmente cierto. Es fama que Enrique I de Inglaterra no volvió a sonreír después de la muerte de su hijo; el hecho, quizá falso, puede ser verdadero como símbolo del abatimiento del rey. Se dijo, en 1914, que los alemanes habían torturado y mutilado a unos rehenes belgas; la especie, a no dudarlo, era falsa, pero compendiaba útilmente los infinitos y confusos horrores de la invasión. Aun más perdonable es el caso de quienes atribuyen una doctrina a experiencias vitales y no a tal biblioteca o a tal epítome. Nietzsche, en 1874, se burló de la tesis pitagórica de que la historia se repite cíclicamente (Vom Nutzen und Na-chtheil der Historie, 2); en 1881, en un sendero de los bosques de Silvaplana, concibió de pronto esa tesis (Ecce homo, 9). Lo tosco, lo bajamente policial, es hablar de plagio; Nietzsche, interrogado, replicaría que lo importante es la transformación que una idea puede obrar en nosotros, no el mero hecho de razonarla.[15] Una cosa es la abstracta proposición de la unidad divina; otra, la ráfaga que arrancó del desierto a unos pastores árabes y los impulsó a una batalla que no ha cesado y cuyos límites fueron la Aquitania y el Ganges. Whitman se propuso exhibir un demócrata ideal, no formular una teoría.
Desde que Horacio, con imagen platónica o pitagórica, predijo su celeste metamorfosis, es clásico en las letras el tema de la inmortalidad del poeta. Quienes lo frecuentaron, lo hicieron en función de la vana gloria (Not marble, not the gilded monuments), cuando no del soborno y de la venganza; Whitman deriva de su manejo una relación personal con cada futuro lector. Se confunde con él y dialoga con el otro, con Whitman ("Salut au monde", 3):

¿Qué oyes, Walt Whitman?

Así se desdobló en el Whitman eterno, en ese amigo que es un viejo poeta americano de mil ochocientos y tantos y también su leyenda y también cada uno de nosotros y también la felicidad. Vasta y casi inhumana fue la tarea, pero no fue menor la victoria.


Notas


[12] En esta edición, pág. 206.

[13] Reconocen muy bien esa diferencia Henry Seidel Canby (Walt Whitman, 1943) y Mark Van Doren en la antología de la Viking Press (1945). Nadie más, que yo sepa.

[14] Es intrincado el mecanismo de estos apóstrofes. Nos emociona que al poeta lo emocionara prever nuestra emoción. Cf. estas líneas de Flecker, dirigidas al poeta que lo leerá, después de mil años:
O friend unseen, unborn, unknown,
Student of our sweet English tongue
Read out my words at night, alone:
I was a poet, I was young.

[15] Tanto difieren la razón y la convicción que las más graves objeciones a cualquier doctrina filosófica suelen preexistir en la obra que la proclama. Platón, en el Parménides. anticipa el argumento del tercer hombre que le opondrá Aristóteles; Berkeley (Dialogues, 3), las refutaciones de Hume.



En Discusión (1932)
Luego en OOCC Tomo I (1923-1949) 

© María Kodama, 1996
© Buenos Aires, Emecé, 1996

Barcelona, 2001

Imagen: Walt Whitman at age 28, Feb-May 1848, New Orleans


3/5/17

Edwin Williamson: Borges era su propio cuento








Escribir una biografía de Borges resultó una empresa bastante ardua: una larga caza de documentos, testimonios y fuentes que duró unos nueve años: aproximadamente el doble de lo que había proyectado. Esta caza me llevó varias veces a Buenos Aires para buscar material inédito en hemerotecas y bibliotecas, y para recoger testimonios. Mi investigación, se benefició de amplias entrevistas con personas que trataron a Borges en distintos periodos: familiares, amigos, discípulos, colegas y hasta enemigos. Los datos biográficos que iba recogiendo fueron organizados según un minucioso ordenamiento cronológico de los textos borgeanos, y esta metodología me abrió la posibilidad de establecer un juego dialéctico entre experiencia y escritura, donde la una era capaz de iluminar aspectos insospechados de la otra. Esta manera de proceder producía concentraciones cronológicas de textos a veces sorprendentes, y sacaba a la luz relaciones intrigantes entre textos y vivencias o hilos intertextuales que se cruzaban y entrecruzaban a lo largo de la obra. Poco a poco fueron dibujándose los contornos de la experiencia personal de Borges, hasta que por fin fue posible tomar el pulso del 'corazón que late en la hondura' de sus textos [...].


Borges era un hombre que sufrió agudos conflictos internos. No obstante, se enfrentó a estas dificultades con una lucidez y un coraje realmente impresionantes. En gran medida concebía la creación literaria como un proceso de autorrealización y, de hecho, hay cierta dimensión autobiográfica en sus textos donde sondea e interroga constantemente su propia realidad psicológica. A la larga, escribir le ofreció una salida a estos conflictos: a mediados de los años sesenta, esta turbulenta lucha interna culminó en una extraordinaria liberación de las trabas y contradicciones que lo habían oprimido desde la infancia.
Si los textos de Borges registran indirectamente los conflictos de su mundo interior, tampoco son inocentes de las realidades externas. Sorprendentemente quizá para los que quieren tener a Borges encerrado en una 'biblioteca total'; fue un intelectual público durante toda su vida. Desde un principio mostró un gran afán de protagonismo en el mundo literario, y mi estudio sigue en detalle sus aventuras en las vanguardias española y argentina. También he analizado sus creencias y actividades políticas, desde su temprana simpatía por los bolcheviques hasta su pacifismo último, pasando por su afiliación al Partido Radical, su obstinada lucha antifascista, su antiperonismo acérrimo y su apoyo a las dictaduras militares. Lo que he procurado hacer es analizar la lógica de estos cambios en el contexto de la historia argentina para llegar a comprender lo que él veía como la constancia fundamental de sus valores políticos. El hecho es que, lejos de vivir de espaldas a las grandes cuestiones de su tiempo, Borges estaba imbuido de una fuerte conciencia de la responsabilidad del escritor ante la historia: tenía un sentido muy hondo de la patria y hasta el final de su vida se comprometió con el destino de la Argentina. Por eso, aunque sus temas literarios no fueran políticos, fue un escritor engagé a su manera [...].

Enamoramientos y frustraciones


La partida de Norah Lange [1928] había dejado a Borges en un estado de abatimiento absoluto, y en ausencia de la amada, su sentido de la 'nadería de la personalidad' amenazaba con invadirlo una vez más. Aunque continuó con su costumbre de explorar los barrios de Buenos Aires después de su operación de la vista, ahora había un toque de desesperación en sus vagabundeos: se aventuraba en plena noche en las zonas de peor fama, lugares donde los delincuentes iban armados con cuchillos y pistolas y donde se sabía que había perros feroces que atacaban a los transeúntes. En una ocasión escapó por poco al daño corporal grave mientras caminaba con Ulyses Petit de Murat y Sixto Pondal Ríos en el Bajo de Belgrano, una zona desagradable de criaderos y establos de caballos, refugio notorio de criminales. [...].
Después de su rechazo definitivo por Norah Lange, Borges estaba asediado por las pesadillas y el insomnio y estuvo a punto de matarse. Trató de sobrellevar ese sufrimiento dedicándose por entero a su trabajo en Crítica. Dos cuentos que iba a publicar en Crítica nos dan cierta perspectiva sobre la gravedad de su crisis personal. Los dos fueron escritos con el seudónimo 'Alex Ander', y su estilo melodramático, crudamente escrito, es difícil de reconciliar con la elegancia de la escritura posterior de Borges, pero era consonante con el populismo amarillista de Crítica y tiene que haberse debido en no poca medida a la angustia extrema de su autor en ese momento [...].
De los treinta y siete lectores que compraron un ejemplar de Historia de la eternidad, uno fue Adolfo Bioy Casares, un aspirante a escritor. Tal era el apetito del joven por las curiosidades literarias que fue engañado por la reseña falsa de El acercamiento a Almotásim y pidió la novela inexistente a un librero de Londres. Con el tiempo, Bioy Casares se convertiría en uno de los compañeros más cercanos y leales de Borges, así como en el autor, con él, de una serie de cuentos y unos guiones cinematográficos [...].

Crisis suicidas


La pérdida de Haydée [en 1940, Haydée Lange, hermana de Norah y a quien cortejaba Borges, se había enamorado de otro hombre] provocó otra crisis suicida, al menos en su imaginación, porque en la misma libreta de notas en la que había compuesto Tlön, Uqbar, Orbis Tertius bosquejó el siguiente guión: después de desempeñar sus deberes como auxiliar segundo en la biblioteca del suburbio monótono de Boedo, compraba un revólver en un negocio de armas de la calle de Entre Ríos, una novela policial de Ellery Queen que ya había leído, y un pasaje de ida a Adrogué, donde se registraba en el hotel Las Delicias, bebía pero no pagaba dos o tres coñacs y después se pegaba un tiro en una de las habitaciones superiores* [...].
Pero lo peor de todo era que un líder carismático había surgido de entre el conciliábulo de jóvenes oficiales que habían orquestado el golpe de Estado de 1943. Se trataba del coronel Juan Domingo Perón, que, como ministro de Trabajo, estaba construyendo una enorme base de apoyo apartando a los trabajadores de sus sindicatos tradicionales con una serie de medidas populistas. Perón exhibía los atributos de un Mussolini, y no podía pasar mucho tiempo sin que orquestara algún tipo de putsch que le daría el poder para convertir la Argentina en una dictadura fascista" [...].
En 1946 es elegido presidente de Argentina Juan Domingo Perón, político al que Borges detestaba profundamente. Ese mismo año escribió: "... las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, muros exornados de nombres, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez... Combatir esas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor. ¿Habré de recordar a lectores del Martín Fierro y de Don Segundo que el individualismo es una vieja virtud argentina?" [...]
Fue la esposa de Bioy, Silvina Ocampo, quien expresó memorablemente la opinión imperante sobre las inclinaciones amorosas de Borges: 'Borges tiene un corazón de alcaucil. Ama a las mujeres hermosas. En especial si son feas, porque entonces puede inventarles la cara con mayor comodidad'. Silvina tenía razón sobre la cualidad imaginativa de sus encaprichamientos, pero se equivocaba si con 'corazón de alcaucil' quería decir que era incapaz de sentimiento auténtico por una mujer en particular. Las dedicatorias literarias de Borges eran muestras de amistad, sin duda sinceras, pero, por cierto, ninguna guía de la profundidad de su aprecio por la dama en cuestión. En cambio, uno debiera distinguir entre las numerosas mujeres que admiraba y otro grupo de mujeres con quienes trató de llevar adelante relaciones serias, y que le provocaron en general mucho sufrimiento [...].

Borges iba tomando conciencia del aprieto que lo acosaría como de hecho acosaría a la política argentina por el resto de su vida. Porque ¿cómo se crea una democracia cuando el sector mayor del electorado elegirá a un líder totalitario que es ideológicamente hostil a la democracia liberal? ¿Debe uno aceptar la 'voluntad del pueblo' sin tener en cuenta los principios o los valores? Borges estaba siendo llevado a una posición por la cual deseaba restaurar la democracia, pero sólo podía confiar en que una elite no representativa lo lograra. Era una contradicción, desde luego, y hay pocas dudas de que era consciente de sus implicaciones, tanto para el país como para él mismo. Perón lo estaba obligando a cuestionar la sabiduría de 'el pueblo', y eso amenazaba con poner en entredicho, si no destruir, su sueño de una Argentina democrática. [...].
Borges no tuvo que esperar mucho para saborear los frutos de la victoria. A semanas de la derrota de Perón, lo nombraron director de la Biblioteca Nacional, nada menos [...].

Un golpe de suerte


La vida de Borges habría seguido por este camino penoso, de no mediar un golpe de suerte que cayó del cielo como un rayo en mayo de 1961. Estaba almorzando un domingo en la casa de Bioy Casares cuando recibió una llamada telefónica informándole de que había obtenido un premio internacional del que nunca antes había oído hablar. Al principio creyó que era una broma, pero resultó ser un premio que habían otorgado por primera vez ese año. Seis firmas editoras —Gallimard de Francia, Einaudi de Italia, Rowohlt de Alemania, la española Seix Barral, Weidenfeld y Nicolson de Londres y Grove Press de Nueva York— habían creado el Premio Internacional de los Editores, que le sería concedido a un autor 'de cualquier nacionalidad, cuya obra pueda llegar a ejercer, en opinión del jurado, una influencia perdurable sobre el desarrollo de la literatura moderna'. El ganador recibiría diez mil dólares y tendría un libro traducido y publicado en cada uno de los países representados por las editoriales patrocinadoras. [...].
Además de componer cuentos y colaborar en escribir proyectos con amigos, tenía sus clases de anglosajón los sábados por la mañana en la Biblioteca Nacional, que seguían atrayendo a un fiel grupo de estudiantes. El año anterior, Borges había invitado a una muchacha llamada María Kodama a unirse al grupo. María había admirado a Borges desde que su padre japonés la había llevado a una de las conferencias de Borges. En esa época tenía apenas doce años, pero un amigo de la familia le había presentado después al escritor, y habían charlado sobre Alicia en el país de las maravillas, el libro favorito de ella. Borges había olvidado aquel primer encuentro, pero unos años después, cuando María era estudiante en la Universidad de Buenos Aires, se anotó en la clase de Borges sobre épica, tema que la había fascinado desde que su padre le hablara sobre los cuentos de los samuráis [...].
Borges estaba bastante impresionado por esa muchacha medio japonesa, cuya belleza frágil la hacía parecer aún más joven de lo que era. Además, tenía una conducta amable, respetuosa, modesta. En una época de turbulencia emocional secreta para él, ella tiene que haber sido una presencia tranquilizadora, y podía pasarse el tiempo haciendo lo que más le gustaba: explayándose sin fin sobre temas literarios mientras María estaba pendiente de cada palabra, sin creer casi que se le hubiera acordado el privilegio de escuchar la sabiduría de su admirado maestro. Predeciblemente, no pasó mucho tiempo sin que su amistad en ciernes con la muchacha se convirtiera en algo más intenso, aunque era difícil definir a esa altura qué era lo que realmente sentía por ella [...].
En 1971, y tras una serie de conferencias en Estados Unidos, voló a Islandia el 13 de abril con Di Giovanni y su esposa, visita que iba a describir como 'la mayor revelación de mi vida' [...].

'Una especie de éxtasis'


Cuando llegó a Islandia, donde María lo estaba esperando, sintió 'una especie de éxtasis'; era un 'sueño hecho realidad' . Quedó impresionado por el paisaje desierto de volcanes cubiertos de nieve y géiseres humeantes. Hubo visitas al Althing, donde vio los restos del Parlamento medieval de jefes tribales, y a la casa de Snorri Sturluson en Borgafjord, así como también a otros lugares históricos, y mientras iba de un lugar a otro, recitando sus pasajes favoritos de las grandes sagas nórdicas, se conmovió hasta las lágrimas por la emoción de todo aquello [...].
Fue en ese estado de intensa emoción que reunió el coraje de declararle sus sentimientos a María, y ella contestó a su vez reconociendo que lo de ella era más que una amistad, era amor. Borges entonces le confesó a María que se sentía como si hubiera estado esperándola toda la vida, y fue en el contexto de un sueño de larga data hecho realidad donde concibió la idea para un cuento que, como le dijo a María en Islandia en esa época, se proponía dedicarle alguna vez. El germen de ese cuento era un encuentro entre un hombre mayor y una mujer joven que le recuerda a una muchacha que lo había rechazado en su juventud; mientras le hace el amor a la mujer, siente que el recuerdo del amor anterior, no correspondido, por fin queda borrado [...].
El 13 de junio [1986], María llamó a un amigo de los dos, el escritor francoargentino Héctor Bianciotti, editor de Borges en Gallimard, quien viajó a Ginebra desde París el mismo día. Esa noche se sentó junto al lecho de Borges mientras María descansaba un poco. Borges había entrado en coma, y en las primeras horas de la mañana, Bianciotti notó que su respiración, que había sido regular durante las últimas diez horas, o más, parecía apagarse. Llamó a María, y ella se sentó junto a Borges. Estuvo junto a él cuando, por fin, él se fue, con su mano en la de ella, hacia el amanecer del sábado 14 de junio.
*Véase Manuscrito hallado en la habitación de un suicida [Hotel Las Delicias, Adrogué, 1940]  -Nota de Florencia Giani-

Extractado de Borges, Una vida, Seix Barral, Madrid, 2006
Foto: Borges en Austin, 1976, Nettie Lee Benson, Latin American Collection University of Texas 
Icluida en en Borges, A Life de Edwin Williamson


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