19/3/16

Jorge Luis Borges: Yo... Yo ¿Qué opina Ud. de sí mismo?







La respuesta varía según la hora, según la temperatura, según el régimen dietético, según las personas que espero ver. De una a siete de la tarde —mis horas oficiales o teóricas de "trabajo"— me confieso un impostor, un chambón, un equivocado esencial. De noche (conversando con Xul Solar, con Manuel Peyrou, con Pedro Henríquez Ureña o con Amado Alonso) ya soy un escritor. Si el tiempo es húmedo y caliente, me considero (con alguna razón) un canalla; si hay viento sur, pienso que un bisabuelo mío decidió la batalla de Junín y que yo mismo he consumado unas páginas que no son bochornosas. Me pasa lo que a todos: soy inteligente con las personas inteligentes, nulo con las estúpidas.

Releo poco mis libros. Los dos capítulos iniciales de Evaristo Carriego, el libro entero Discusión, la página 51 de la Historia universal de la infamia y las biografías del Espantoso redentor Lazarus Morell y del Tintorero enmascarado Hákim de Merv en esa misma Historia, deben ser lo menos intolerable de cuanto he escrito. He publicado tres libros de versos: del primero (Fervor de Buenos Aires, 1923) me agradan dos páginas, Remordimiento por cualquier defunción y Llaneza; del segundo (Luna de enfrente, 1925) ninguna; del tercero (Cuaderno San Martín, 1929) las tituladas Isidoro Acevedo, Muertes de Buenos Aires, La noche que en el Sur lo velaron.

Temo parecer indulgente; sé lo imposible de escribir una página sin haber escrito un volumen.



En Textos Recobrados 1931-1955

Primera publicación en Leoplán*
Buenos Aires, Año II, Número 24
11 de diciembre de 1935
Foto: Borges con lectores, San Juan, 1984


*"Yo... yo ¿Qué opina Ud. de sí mismo?" era una sección fija de la revista Leoplán, que incluía cada semana la participación de una persona diferente.



18/3/16

Jorge Luis Borges-Roberto Alifano: Algunos recuerdos personales








A.: Borges, le propongo concretamente, que hablemos de usted. ¿Podemos evocar, por ejemplo, sus primeras lecturas infantiles, su contacto con la literatura, sus padres, su hermana Norah, sus amigos, sus maestros?




Título original: Conversaciones con Borges [12]
Roberto Alifano, 1984
Foto: Borges con Ulyses Petit de Murat, 1967



17/3/16

Antonio Tabucchi: ¿Existió Borges realmente?









Hace algún tiempo, una revista francesa publicó una noticia singular: Jorge Luis Borges no existió. La figura conocida bajo este nombre no habría sido sino la invención de un pequeño grupo de escritores e intelectuales argentinos (entre los cuales estaba, naturalmente, Bioy Casares) quienes habrían simplemente publicado bajo la máscara de un personaje ficticio una obra colectiva. Y la persona conocida como Borges, ese viejo ciego con su bastón y su sonrisa ácida, sería un actor de tercer orden, de origen italiano (la revista daba incluso su nombre, pero lo olvidé) comprometido en un origen por una simple broma y que enseguida, atrapado por su personaje, se habría resignado por acabar siendo verdaderamente Borges.

La información era tan borgeana que se volvía divertida incluso pensé en seguida que detrás de ese rumor no podía estar otro que el propio Borges. Existe por otra parte un debate que se remonta a una fecha bastante lejana, cuando el "caso" Borges explota en Europa. Se sabe que en el origen de los hechos se encuentra Roger Caillois, gran explorador de la literatura: había finalmente encontrado un escritor exótico que, no siendo para nada exótico, podía proponer al lector francés algo muy diferente de los temas provincianos y faltos de aire en los cuales la literatura francesa parecía haber caído fatalmente en esa época. El éxito decretado por Francia se convierte de inmediato en un éxito europeo y Borges, con la ironía de la cual siempre hizo gala consigo mismo, declara que él era "una invención de Caillois". Lo que se ha llamado el "boom de la literatura sudamericana" hizo el resto; el mercado cultural "confeccionó" a Borges, integrando sus escritos dentro de ese "fantástico" que se puso como emblema sobre la literatura latinoamericana y Borges se reencontró sin duda, a pesar de sí mismo, representando el estilo de un continente entero.

Pero más allá de esas consideraciones, debo decir sobre todo que el rechazo por Borges de su identidad personal (no ser Nadie) no es tan sólo una actitud existencial llena de ironía, sino más bien el tema central de su obra narrativa, el núcleo del cual parecen autogenerarse todos los grandes motivos que la caracterizan: el tiempo circular (por ejemplo en El Aleph), el carácter indefectible de la memoria (Funes el memorioso), el laberinto (El inmortal), el espejo (La secta del fénix), el mundo como libro (La biblioteca de Babel), la imposible delimitación del bien y el mal (Tres versiones de Judas), el tema del traidor, del héroe, y todas las otras metáforas de lo real que inventó para ilustrar su representación del mundo o, para hablar como "su" Schopenhauer, el mundo como voluntad y como representación.

En su narración La forma de la espada, Borges, a través de su personaje John Vincent Moon, sostiene la siguiente convicción:

"Lo que hace un hombre es como si todos los hombres lo hicieran. Es por ello que no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine a todo el género humano; como no es injusto que la crucifixión de un solo judío sea suficiente para salvarlo. Posiblemente Schopenhauer tiene razón: yo soy los otros, todo hombre es todos los hombres, Shakespeare es de algún modo el miserable John Vincent Moon."

¿Fue Borges ateo? Me inclino a pensar que no (o, si lo puedo decir de otra forma, no totalmente). Tal vez más que Schopenhauer, que sus textos citan frecuentemente: existe en su obra una gran alma spinoziana, una especie de ectoplasma colectivo que acoge a todo el género humano. Y que acoge, en literatura, toda la literatura (o su "esencia") más allá del orden diacrónico: un orden que puede colocar a Homero después de Leopardi o de Proust.

Su gran lección, aquella de ese maestro que, irónicamente, siempre rechazó serlo, probablemente se desprende en esencia de lo siguiente: que la literatura, como el género humano, es también una idea colectiva, una suerte de alma de la cual participan todos aquellos que han escrito. Utilizar a Borges, plagiarlo incluso de manera paródica es un derecho que él nos consiente. Porque yo creo que Borges es precisamente eso, una confianza soberana en la literatura y, al mismo tiempo, de forma paradójica, su negación radical: una lección soberana de escepticismo.

Es por eso probablemente que Borges tuvo detractores encarnizados, tanto a la derecha como a la izquierda: porque hizo entender claramente, a través de sus metáforas literarias, que no se adhería a ninguna fe que no estuviera, en principio, basada en el escepticismo.

¿A qué se adhirió Borges realmente? Me lo he preguntado en repetidas ocasiones más allá de sus elecciones políticas contingentes, con frecuencia francamente irritantes—.

Borges no fue partidario más que de su inteligencia. A parte de eso, no veo, en verdad, ninguna otra adhesión. Con frecuencia pensé que era un hombre de las Luces que habría vivido fuera del siglo del mismo nombre y conocido ya el siglo XX: algo así como un hombre de las Luces "a contracorriente".

Sé bien que lo que digo puede parecer confuso, y lo es probablemente. Pero en la manera en que Borges considera el mundo existe un acento, una nota, que yo creo tienen precisamente este significado: una tentativa de racionalizar la Babel de lo real sin por ello creer en la idea de progreso. Me parece por tanto estéril y probablemente prematuro querer situarlo ideológicamente, a pesar de ciertas adhesiones en su vida. Otras generaciones lo harán un día, si el mundo dispone aún de tales estimaciones. Decir de él que es un escritor importante es, desde luego, proclamar una evidencia sin gran valor crítico. Sin embargo, su importancia no puede ser negada incluso por sus detractores (que son numerosos); pero eso tiene un sentido crítico. Su gusto por la invención y la paradoja, su aptitud para volver a poner en cuestión lo que parecía definitivamente ganado, por arriesgar normas estéticas y morales, son la prueba de una agilidad intelectual indiscutible. Se otorgará finalmente una consideración particular a su capacidad para explorar la zona de sombra de lo real, para transmitirnos la idea que lo patente, lo tangible, lo evidente en otros términos, lo concreto recelan de aspectos oscuros e insospechados que pueden quebrantar ese concreto, invertirlo e incluso ponerlo en entredicho.

Este tipo de operación sutil, Borges lo realizó sobre todo en sus escritos llamados "realistas" (definición que él mismo compartía) y entre las cuales citaré con facilidad al menos Emma Zunz (en El Aleph), Hombre de la esquina rosada (op. cit.) y El evangelio según San Marco (en El informe de Brodie). Esas narraciones realistas de Borges, de las cuales muchas aparecieron en la revista Sur de Buenos Aires y para las que se basó en parte en hechos de nota roja (creo que es importante subrayar la atención que Borges dedicó a este tipo de sucesos) constituyen, a mi parecer, lo mejor de su obra narrativa: justamente porque con los métodos de un detective bizarro, nos transmitió, como una enfermedad contagiosa, la duda sobre lo que es "verdad", la desconfianza con respecto de la evidencia, la idea de la sustancia equívoca de la vida.

Tomemos por ejemplo la narración Emma Zunz: Borges cuenta la historia (que tuvo lugar en efecto en Buenos Aires) de una joven judía de origen alemán que, para vengar la muerte de su padre, se hace violar por un marino desconocido con la finalidad de poder matar al hombre que había destruido a su familia, todo proveyendo a la policía de una justificación válida. La narración termina con estas palabras: "La historia de Emma Zunz era efectivamente increíble, pero se impone a todos porque era verdadera sobre lo esencial. El tono de Emma Zunz era verdadero, como lo eran su pudor y su odio. Y como era verdadera también la ofensa que había sufrido. Sólo eran falsas las circunstancias, la hora y ciertos nombres."

Yo creo que Borges, una vez que explora la paradoja de la vida y la aplica a la literatura, quiere, en sustancia, decir que el escritor es, ante todo, un personaje que él mismo ha creado. Si queremos sumarnos a su paradoja y aceptar jugar su juego, puede sernos permitido decir que Borges, personaje de alguien llamado como él, no existió jamás como tal. Su vida es, probablemente, un libro.







En revista Metapolítica, México
Número 47, Mayo-Junio 2006
Reproducido por La Insignia, México
Portada de la publicación periódica original
Foto ©Paulina Lavista, Borges en México, 1973

16/3/16

Juan José Saer: Borges novelista (1981)






Como ustedes saben Borges jamás escribió una novela. Muchas veces declaró que no tenía vergüenza por no haberlo hecho; por otro lado dice no tener ningún complejo de inferioridad. Es por esto que he decidido llamar «Borges novelista» a esta intervención.
He tratado de plantearme ciertas preguntas. La primera es: ¿por qué se escriben novelas? Se ha tratado de responder a esta cuestión de diferentes maneras. Ha habido enfoques históricos, psicoanalíticos: por ejemplo, para Marthe Robert, la novela es una transposición de lo que Freud llama «la novela familiar»: se es novelista porque se intenta contar de nuevo y mejor la novela de su vida. Pero nadie se ha preguntado nunca por qué no se escriben novelas y por qué, no escribiéndolas, no se tiene por ello ningún complejo de inferioridad. Hay también otras preguntas: ¿cuándo comienza la novela? Y, sobre todo, ¿cuándo termina? Sin querer ser un maniático de las fechas podría decir que, grosso modo, la novela empieza a comienzos del siglo XVII y termina hacia fines del siglo XIX, es decir que comenzaría con Don Quijote y terminaría con Bouvard y Pecuchet. Ni antes ni después hay novelas.
Hay otros tipos de literatura narrativa que no son novelas. Quisiera recordar el magnífico ensayo de Walter Benjamin que se llama justamente «El narrador», donde hace una distinción entre el narrador y el novelista. Para Benjamin el narrador es el que viaja y el novelista es el sedentario. Voy a utilizar esta distinción, no de manera conceptual, como lo hace Benjamin, sino simplemente como metáfora, como imagen. Diría que en la actualidad el narrador es el que viaja, es decir el que explora, y el novelista es el sedentario, es decir el que instalado en formas que están ya vacías y que no tienen ningún sentido, persiste, por decir así, en permanecer en un lugar histórico que ya no tiene ningún dominio sobre lo real. Voy a explicar, por otra parte muy brevemente, algo de lo que ocurre con Borges a propósito de la novela, considerando cuatro de sus textos. En primer lugar un libro o, más bien, la segunda parte de un libro, Historia universal de la infamia. Es el primer libro narrativo de Borges. El segundo texto es uno de los últimos cuentos de Borges, y de él dice, en el prefacio de Ficciones, que es quizás su mejor cuento; se llama «El sur». Y después dos textos críticos, uno de 1932 que se llama «El arte narrativo y la magia» y otro mucho más tardío: «De las alegorías a las novelas».
La hostilidad de Borges hacia la novela proviene, por una parte, de Valéry, quien igualmente la abominaba, y por otra parte de su maestro el escritor argentino Macedonio Fernández, quien en cambio escribió dos. Una se llama Adriana Buenos Aires y lleva como subtítulo «Ultima novela mala» y la otra Museo de la novela de la Eterna, que tiene como subtítulo «Primera novela buena». La «última novela mala» es una parodia de la novela psicológica, más o menos como se la practica todavía en todas las literaturas del mundo al nivel de lo que se puede llamar o de lo que ya se ha llamado «industria cultural». La segunda parte de la obra de Macedonio Fernández, la «primera novela buena» o Museo de la novela de la Eterna está constituida casi exclusivamente de prefacios; toda la novela es una larga lista de prefacios que anuncian una novela que no se produce nunca. Esas dos negativas a escribir novelas son el origen histórico, por decir así, de la negativa personal de Borges a escribir novelas. No sé si se ha hablado suficientemente de la influencia de Valéry sobre Borges; me parece que es importante. La relación de Borges con Valéry es muy ambivalente. Hay un texto de Borges que ha sido muy discutido y muy analizado en Francia, es «Pierre Menard autor del Quijote». No sé si se ha advertido bien la parodia, bastante evidente en la época en que el cuento fue escrito y en el medio literario en que fue escrito. Es la parodia a una línea literaria que empieza con Mallarmé y que se continuó en el siglo XX con Valéry. Esta literatura hiperintelectual, como se la clasificaba en esa época, producía en los medios literarios argentinos al mismo tiempo una especie de envidia, porque era una literatura que se hacía en un centro cultural muy importante como era Francia, y de rechazo, porque había una suerte de imposibilidad existencial de hacer una literatura de este tipo. Ahora bien, en este cuento de Borges las dos tendencias de esta ambivalencia aparecen, como en toda la obra de Borges, resolviéndose, si puede decirse, en un desenlace muy particular.
La negativa de Valéry a escribir novelas aparece también en la obra de Borges. Borges tiene prejuicios teóricos muy fuertes contra la novela. Se podría decir que este rechazo es un simple rechazo del realismo inmediato, banal, una especie de rechazo de la representación realista de lo real. Esto no plantearía ningún problema desde el punto de vista de la obra de Borges si no hubiera una contradicción muy grande en esta obra a propósito de estos problemas. Toda la obra de Borges está recorrida por un deseo permanente y por un gusto muy pronunciado por la epopeya, por todo lo que es épico. Ahora bien, todos saben, o todo el mundo dice, aun si quizá no sea cierto, que la epopeya es el origen de la novela o que la novela es la forma tardía de la epopeya. Ese rechazo de la novela y este gusto por la epopeya plantea evidentemente un problema: habría que ver qué lugar ocupa la epopeya en la obra de Borges. Ese lugar es muy grande y su primer libro narrativo Historia universal de la infamia es una serie de relatos de orden épico: con este libro se está en el centro de la epopeya. Sus títulos son: «El atroz redentor Lazarus Morell», «El impostor inverosímil Tom Castro», «La viuda Ching, pirata», «El proveedor de iniquidades Monk Eastman», «El asesino desinteresado Bill Harrigan», «El incivil Maestro de Ceremonias Kotsuké no suké», «El tintorero enmascarado Hákim de Merv» y finalmente el texto más clásico de Borges, del cual él mismo dice no comprender por qué tuvo tanto éxito, «Hombre de la esquina rosada». Este último es verdaderamente la parte épica específicamente argentina del libro porque evoca lo que Borges denomina la canción de gesta de los cuchilleros y los compadritos de barrio en Buenos Aires, tema bastante presente en la obra de Borges pero que, personalmente, considero muy secundario, si bien ha hecho felices a numerosos lectores.
Todos estos textos están inspirados en historias, en libros de historia, en ciclos narrativos de la literatura oriental u occidental y se caracterizan por el gusto pronunciado que muestra Borges por la epopeya. A primera vista hay una contradicción: cuando se empieza a leer los textos atentamente y se olvidan los carácteres y los acontecimientos que son narrados se advierte en seguida que si Borges utiliza temas épicos es para mejor desmantelar la epopeya y mostrar su carácter irrisorio. Me detengo un instante en el título del libro, Historia universal de la infamia. Borges escribió otro libro, un libro de ensayos literarios, filosóficos, por decir así (no hay que olvidar que Borges no es un filósofo, es simplemente un escritor y por eso empleo la palabra filosóficos con muchos escrúpulos). Este libro es Historia de la eternidad. El mismo mecanismo rige la invención de los dos títulos. En Historia de la eternidad se advierte mejor el rol que desempeña la palabra historia en el título. Es evidente que no se puede escribir una historia de la eternidad y que, desde el punto de vista de la eternidad, la historia desaparece, absorbida justamente por la eternidad. Se puede decir lo mismo de Historia universal de la infamia. Hay una especie de triunfalismo en el hecho de querer escribir una Historia Universal pero por el contrario ponerse a escribir una historia universal de la infamia demuestra que el verdadero tema no es la Historia Universal sino la Infamia. Si hay realmente una epopeya, la epopeya por excelencia es justamente la historia universal, de la que las epopeyas (ya sea bajo la forma de epopeyas o de novelas), no son más que casos aislados, accidentes. La historia universal no sólo es un paradigma de la epopeya sino que, además, es la epopeya que engloba a todas las otras epopeyas. Contribuye a situar las epopeyas que, iluminadas por ella, son simples historias locales y aun historias pueblerinas. Borges, cuando habla de la historia universal de la infamia, lo hace para reducir a la nada, ya desde el título, la posibilidad de narrar una epopeya.
En todos los textos de Historia universal de la infamia en un momento o en otro, a través de la sátira, la observación por decir así ética o, más frecuentemente, por la luz metafísica que Borges arroja sobre los acontecimientos que narra, todo es puesto en juego para producir el derrumbe de la epopeya. Ya Cervantes, para reducir a la nada, para pulverizar, para anular esta forma bastarda de la epopeya que se llama novela de caballería, la había localizado, es decir la había individualizado, visualizado, puesto en un lugar y más aún la había puesto en su lugar. Hay un solo contacto positivo de Borges con la epopeya que es en sí un contacto negativo: la nostalgia. Para Borges todo lo que es épico pertenece al pasado. Esto puede parecer extraño, porque hay en Borges un gusto muy pronunciado por los generales (hasta llegó a decir, no hace mucho, después se desdijo, felizmente, que los generales chilenos eran unos caballeros), por las espadas, los ejércitos, etcétera, pero en Borges hay una relación de nostalgia con todas esas cosas. Sin duda no es más que un sentimiento personal de Borges y finalmente no tiene gran importancia, pero pienso que hay allí una posibilidad de acceso a la epopeya y no solamente un sentimiento hacia sus antepasados desaparecidos, que murieron en el campo de batalla mientras que él está condenado a morir en su cama. Es también porque hay una imposibilidad histórica para escribir epopeyas, imposibilidad expresada por Borges a través de la nostalgia, que hay una cierta manera borgiana de pertenecer a la modernidad.
Se podría sacar la misma conclusión del análisis de «El sur». Borges dice, en el prefacio de Ficciones, que ese cuento puede ser leído de dos maneras, como una serie banal de hechos novelescos o como otra cosa. Cuando leímos ese cuento, buscamos en seguida saber lo que pasaba, por qué había dos finales. Borges decía que había dos cuentos diferentes en ese cuento. Ahora bien, ese cuento retoma un esquema narrativo utilizado en varias ocasiones, especialmente por Ambrose Bierce en «El puente sobre el río Hibou», o por Hemingway en «Las nieves del Kilimanjaro», o también por Cortázar, más tarde, en un cuento que se llama «La isla a mediodía». En aquel cuento un personaje está viviendo subjetivamente su muerte de una manera épica, pero en realidad está muriendo devorado por la fiebre en una cama de hospital. Muere en su lecho, es decir que muere de una manera simétricamente opuesta a la manera en que se muere en las epopeyas. Si la epopeya es utilizada, es justamente para destruirla mejor, para sacarla mejor de la circulación.
¿Por qué no escribir novelas? Esta sería la segunda parte del asunto. Borges trata de responder a esta pregunta sin mostrarlo demasiado, sin mostrar que está encarando el problema, sin hacerlo de frente, como hablando de otra cosa. Describiendo el género narrativo trata de mostrar por qué no se pueden escribir novelas. Esto ocurre en dos ensayos: uno es «El arte narrativo y la magia», el otro «De las alegorías a las novelas». Observamos que siempre hay un problema central y es por eso que yo evocaba la cuestión de la historia universal. Habría que insistir. Este problema central es el del acontecimiento: ¿qué es una epopeya?, ¿qué es una novela? Es realmente el reino del acontecimiento, el reino de la causalidad del acontecimiento, el reino de la causalidad histórica.
En su ensayo «El arte narrativo y la magia» Borges, para analizar el arte narrativo, curiosamente no se aboca a ninguna novela. Toma un poema narrativo de William Morris que trata del viaje de Jasón y los argonautas y después dice que en realidad hay dos maneras de escribir narraciones: una sería la que cree en una causalidad directa, natural, y después la otra en la que hay una causalidad exagerada, una especie de exacerbación de la causalidad como en la magia. Borges, aludiendo al libro de Frazer La rama dorada, dice que la magia no es el rechazo de la causalidad sino su exageración. Allí donde no hay causalidad natural, la magia la agrega: por ejemplo un médico moderno pensando que una enfermedad proviene de un microbio, tratará de atacar el microbio: es una causalidad natural; para el primitivo las posibilidades, las causas de la enfermedad pueden ser múltiples, las atacará entonces todas a la vez y creará una red causal mucho más compleja que la de la causalidad natural. Borges, por otra parte, retoma ciertas distinciones entre magia homeopática y magia simpática que establece Frazer, y que son discutidas por Freud en Totem y tabú. Después agrega: «la causalidad natural se adecua perfectamente a la simulación psicológica (es decir a las novelas), y la causalidad generalizada, en la que los detalles ordenan todo, y transforman todo, es favorable para la práctica narrativa».
En el otro ensayo, «De las alegorías a las novelas», Borges dice que en la actualidad nadie puede declararse nominalista, a nadie se le ocurriría declararse nominalista porque todo el mundo es nominalista. La vieja querella entre realistas y nominalistas de la Edad Media no tiene más sentido porque todos son nominalistas, ya nadie es realista; ya nadie es platónico, todo el mundo es aristotélico: siendo nominalista, todo el mundo es realista, todo el mundo escribe novelas realistas. Borges dice que se pasa de la alegoría a la novela cuando se pasa del realismo, en el sentido medieval del término, al nominalismo. Se podrían cambiar los términos, se podría decir ahora: se pasa de la alegoría a la novela cuando se pasa de un cierto no-realismo a un cierto realismo.
¿Por qué Borges hace todas esas críticas? Porque en el centro de la teoría borgiana de la narración, hay un rechazo del acontecimiento, de la causalidad natural, de la inteligibilidad histórica y de la hiperhistoricidad que caracteriza al realismo tal como es practicado hasta Bouvard y Pecuchet, del que dije de entrada que es el texto que concluye la era de la novela, comenzada con Don Quijote. La novela queda así fechada, y considerada como un género literario y, además, se podría hacer toda una historia de ese género a la manera de Lukács, que sería pertinente para tratar de ponerla en su lugar. A partir de Bouvard y Pecuchet la novela, entonces, no tiene más vigencia: hay otra cosa. Leí, un día, una frase de Raymond Queneau: «Bouvard y Pecuchet es una vasta odisea cómica a través del océano del saber». Nunca encontré una frase más errónea sobre Bouvard y Pecuchet. Bouvard y Pecuchet es realmente la antiepopeya, es la repetición de un gesto único que se transforma en una imposibilidad infinita de actuar. No por azar Borges pone a Bouvard y Pecuchet entre los precursores de Kafka. El exceso que caracteriza tanto a la novela como a la epopeya es una acumulación de acontecimientos (aun si esos acontecimientos no son reales o son fantásticos) que se agregan los unos a los otros y que se caracterizan por su variedad y su transformación. Ahora bien, Bouvard y Pecuchet es exactamente lo contrario. No se puede llamar a esto novela, salvo como burla. En todas las novelas importantes del siglo XX hay siempre esta desviación de los principios que caracterizaron a la novela del siglo XIX, después del Quijote y la epopeya.
Para simplificar podría decir que de un lado está la narración y del otro la novela: toda novela es una narración pero no toda narración es una novela. La novela no es más que un período histórico de la narración, y la narración es una especie de función del espíritu. La novela es un género literario. Después de Bouvard y Pecuchet la narración ha dejado de ser novelesca. Si las novelas del siglo XX no son novelescas, y si Borges no ha escrito novelas, es porque Borges piensa, y toda su obra lo demuestra, que la única manera para un escritor en el siglo XX de ser novelista, consiste en no escribir novelas.
(1981)
Juan José Saer: El concepto de ficción (1997)
© 1997, Herederos de Juan José Saer
© 1997, Companía Editora Espasa Calpe Argentina S.A./Aries
Buenos Aires, Seix Barral, 2014 (cuarta edición)
Foto  original color: Juan José Saer 1996
©Sophie Bassouls-Sygma Corbis


15/3/16

Jorge Luis Borges: Inglaterra








Una sola vez, que sepamos, y en un catálogo de tribus menores, escribió la pluma de Tácito, el nombre de los anglos, que resonaría después en el de Inglaterra: Engla-Land¿Quién, bajo César, hubiera profetizado que aquellas islas desgarradas y laterales que están como perdidas en los últimos confines de un continente emergerían de su bruma de fábula y dominarían los mares del mundo? El proceso fue secular y no alcanzaron a entreverlo o a descifrarlo (como suele ocurrir con el destino) las generaciones que lo sufrieron. Las noches y los días, las vicisitudes geológicas, los rigores, el negro y el blanco invierno, las breves rosas, los ritos de los celtas, el orden romano, el ruiseñor y el arpa, las lluvias, las guerras del sajón, y del vikingo, la nueva fe, la cruz que se elevó en los santuarios de Woden o de Thor, los normandos, el hábito de la Biblia y, sobre todo, los peligros y la pasión del mar circundante fueron trabajando a Inglaterra para su destino imperial. Ese múltiple origen es reflejo en el idioma inglés, que a un tiempo es latino y germánico y que dispone, para cada concepto, de una breve y común palabra sajona y de una voz romana. Otras naciones hay que se expresan mediante el mármol, el color o la música: la palabra escrita es el instrumento del taciturno inglés, que ha dado a la memoria y a la imaginación de los hombres la más diversa, prodigiosa y sensible de las literaturas. Desde el Seafarer hasta la lapidaria y enigmática poesía de Yeats, esta literatura consta de piezas individuales, y no se presta a una clasificación pedagógica por generaciones o escuelas. Wilde es contemporáneo de Kipling y éste de Wells.


Cada inglés es una isla, ha dicho Novalis. En el campo de la filosofía, esta incurable soledad central de las almas inglesas ha dado el nominalismo, el empirismo y el positivismo lógico, como hace del cosmos una serie de verbos impersonales, sin sujeto ni objeto; en el de la política, el individualismo y la democracia, que Inglaterra ha ejercido y ha divulgado sobre la faz del mundo. Ciertas páginas de Spencer, publicadas en 1884, encierran el mejor alegato contra la opresión del individuo por el Estado.


Las dictaduras dogmáticas hallan su enemigo natural en el suelo inglés. Nadie ignora la parte definitiva que tuvieron las armas de Inglaterra en el vencimiento de Hitler, de Napoleón y de Felipe II. Cabe, asimismo, recordar que la Reforma se inició en los claustros de Oxford, por obra de John Wyclif, cuyas cenizas fueron arrojadas a las aguas del Swiftway, y que la primera de las revoluciones de nuestro tiempo fue la del Parlamento inglés contra el Rey.


Quienes queremos a Inglaterra lo hacemos con amor personal, como si se tratara de un ser humano, no de una forma eterna. Algo inexplicable y algo íntimo hay en la idea de Inglaterra, algo que dejan traslucir los austeros versos de Wordsworth, la recta y cuidadosa tipografía de ciertos libros y el espectáculo del mar, en cualquier lugar del planeta.




En Textos Recobrados 1956-1986
Primera publicación en La Nación
25 de marzo de 1962
Foto: Borges en Iglaterra, 1971

©Salvador García de la Torre,
Revista Gente, 27 de mayo de 1971


14/3/16

Jorge Luis Borges: Nota dictada en un Hotel del Quartier Latin






Wilde escribe que el hombre, en cada instante de su vida, es todo lo que ha sido y todo lo que será. En tal caso, el Wilde de los años prósperos y de la literatura feliz ya era el Wilde de la cárcel, que era también el de Oxford y el de Atenas y el que moriría en 1900, de un modo casi anónimo, en el Hôtel d'Alsace, del Barrio Latino. Ese hotel es ahora el hotel L'Hôtel, donde nadie puede encontrar dos habitaciones iguales. Diríase que lo labró un ebanista, no que lo diseñaron arquitectos o que fue levantado por albañiles. Wilde odiaba el realismo; los peregrinos que visitan este santuario aprueban que haya sido recreado como si fuera una obra póstuma de la imaginación de Oscar Wilde.

Yo quería conocer el otro lado del jardín, le dijo Wilde a Gide en los años últimos. Nadie ignora que conoció la infamia y la cárcel, pero algo joven y divino había en él que rechazaba esas desdichas, y cierta famosa balada, que intenta lo patético, no es la más admirable de sus obras. Digo lo mismo del Retrato de Dorian Gray, vana y lujosa reedición de la novela más renombrada de Stevenson.

¿Qué sabor final nos dejan los libros que Oscar Wilde escribió? El sabor misterioso de la dicha. Pensamos en esa otra fiesta, el champagne. Recordemos con alegría y con gratitud "The Harlot's House", "The Sphinx", los diálogos estéticos, los ensayos, los cuentos de hadas, los epigramas, las lapidarias notas bibliográficas y las inagotables comedias, que nos muestran personas muy estúpidas que son muy ingeniosas.

El estilo de Wilde fue el estilo decorativo de cierta secta literaria de su época, los Yellow Nineties, que buscó lo visual y lo musical. No sin una sonrisa ejerció ese estilo, como hubiera ejercido cualquier otro.

Una crítica técnica de Wilde me resulta imposible. Pensar en él es pensar en un amigo íntimo, que no hemos visto nunca pero cuya voz conocemos, y que extrañamos cada día.




Atlas (1984)
Con María Kodama
©1984, Borges, Jorge Luis
©1984, Edhasa

Fotos: Placas conmemorativas Borges y  Wilde
en el Quarter Latin, Paris
Fuente oquevidomundo.com


13/3/16

Jorge Luis Borges: Milonga de Jacinto Chiclana






Me acuerdo, fue en Balvanera,
en una noche lejana,
que alguien dejó caer el nombre
de un tal Jacinto Chiclana.


Algo se dijo también
de una esquina y un cuchillo.
Los años no dejan ver
el entrevero y el brillo.

¡Quién sabe por qué razón
me anda buscando ese nombre!
Me gustaría saber
cómo habrá sido aquel hombre.


Alto lo veo y cabal,
con el alma comedida;
capaz de no alzar la voz
y de jugarse la vida.

Nadie con paso más firme
habrá pisado la tierra.
Nadie habrá habido como él
en el amor y en la guerra.

Sobre la huerta y el patio
las torres de Balvanera
y aquella muerte casual
en una esquina cualquiera.


No veo los rasgos. Veo,
bajo el farol amarillo,
el choque de hombres o sombras
y esa víbora, el cuchillo.

Acaso en aquel momento
en que le entraba la herida,
pensó que a un varón le cuadra
no demorar la partida.

Sólo Dios puede saber
la laya fiel de aquel hombre.
Señores, yo estoy cantando
lo que se cifra en el nombre.

Entre las cosas hay una
de la que no se arrepiente
nadie en la tierra. Esa cosa
es haber sido valiente.

Siempre el coraje es mejor.
La esperanza nunca es vana.
Vaya, pues, esta milonga
para Jacinto Chiclana.



En Para las seis cuerdas (1965)
Foto: Borges en San Juan, 1984

12/3/16

Jorge Luis Borges: Yo, judío








Como los drusos, como la luna, como la muerte, como la semana que viene, el pasado remoto es de aquellas cosas que puede enriquecer la ignorancia —que se alimentan sobre todo de la ignorancia. Es infinitamente plástico y agradable, mucho más servicial que el porvenir y mucho menos exigente de esfuerzos. Es la estación famosa y predilecta de las mitologías.

¿Quién no jugó a los antepasados alguna vez, a las prehistorias de su carne y su sangre? Yo lo hago muchas veces, y muchas no me disgustó pensarme judío. Se trata de una hipótesis haragana, de una aventura sedentaria y frugal que a nadie perjudica —ni siquiera a la fama de Israel, ya que mi judaísmo era sin palabras, como las canciones de Mendelssohn. Crisol, en su número del 30 de enero, ha querido halagar esa retrospectiva esperanza y habla de mi "ascendencia judía, maliciosamente ocultada". (El participio y el adverbio me maravillan).

Borges Acevedo es mi nombre. Ramos Mejía, en cierta nota del capítulo quinto de Rosas y su tiempo, enumera los apellidos porteños de aquella fecha, para demostrar que todos, o casi todos, "procedían de cepa hebreo-portuguesa". Acevedo figura en ese catálogo: único documento de mis pretensiones judías, hasta la confirmación de Crisol. Sin embargo, el capitán Honorio Acevedo ha realizado investigaciones precisas que no puedo ignorar. Ellas me indican el primer Acevedo que desembarcó en esta tierra, el catalán don Pedro de Azevedo, maestre de campo, ya poblador del "Pago de los Arroyos" en 1728, padre y antepasado de estancieros de esta provincia, varón de quien informan los Anales del Rosario de Santa Fe y los Documentos para la historia del Virreinato —abuelo, en fin, casi irreparablemente español.

Doscientos años y no doy con el israelita, doscientos años y el antepasado me elude. Agradezco el estímulo de Crisol, pero está enflaqueciendo mi esperanza de entroncar con la Mesa de los Panes y con el Mar de Bronce, con Heine, Gleizer y los diez Sefiroth, con el Eclesiastés y con Chaplin.

Estadísticamente los hebreos eran de lo más reducido. ¿Qué pensaríamos de un hombre del año cuatro mil, que descubriera sanjuaninos por todos lados? Nuestros inquisidores buscan hebreos, nunca fenicios, garamantas, escitas, babilonios, persas, egipcios, hunos, vándalos, ostrogodos, etíopes, dardanios, paflagonios, sármatas, medos, otomanos, bereberes, britanos, libios, cíclopes y lapitas. Las noches de Alejandría, de Babilonia, de Cartago, de Menfis, nunca pudieron engendrar un abuelo; sólo a las tribus del bituminoso Mar Muerto les fue deparado ese don.



* Respuesta de Jorge Luis Borges a la Revista Crisol (publicación argentina de las primeras décadas del siglo XX identificada con el nazismo) que insinuaba que ocultaba su ascendencia judía.

Revista Megáfono, 3, Nº 12, pág. 60
Buenos Aires, abril de 1934

Luego en Jorge Luis Borges, Ficcionario, Una antología de sus textos
Edición, introducción, prólogos y notas por Emir Rodríguez Monegal
México, Fondo de Cultura Económica, 1985

Incluido en Textos recobrados 1931-1955
© María Kodama 2001
© Emecé Editores 2001

Photo: Borges at the Sorbonne university in Paris, France in 1978
by Daniel Simon - Gamma-Rapho Via Getty Images

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