Hace algún tiempo, una revista francesa publicó una noticia singular: Jorge Luis Borges no existió. La figura conocida bajo este nombre no habría sido sino la invención de un pequeño grupo de escritores e intelectuales argentinos (entre los cuales estaba, naturalmente, Bioy Casares) quienes habrían simplemente publicado bajo la máscara de un personaje ficticio una obra colectiva. Y la persona conocida como Borges, ese viejo ciego con su bastón y su sonrisa ácida, sería un actor de tercer orden, de origen italiano (la revista daba incluso su nombre, pero lo olvidé) comprometido en un origen por una simple broma y que enseguida, atrapado por su personaje, se habría resignado por acabar siendo verdaderamente Borges.
La información era tan borgeana que se volvía divertida —incluso pensé en seguida que detrás de ese rumor no podía estar otro que el propio Borges—. Existe por otra parte un debate que se remonta a una fecha bastante lejana, cuando el "caso" Borges explota en Europa. Se sabe que en el origen de los hechos se encuentra Roger Caillois, gran explorador de la literatura: había finalmente encontrado un escritor exótico que, no siendo para nada exótico, podía proponer al lector francés algo muy diferente de los temas provincianos y faltos de aire en los cuales la literatura francesa parecía haber caído fatalmente en esa época. El éxito decretado por Francia se convierte de inmediato en un éxito europeo y Borges, con la ironía de la cual siempre hizo gala consigo mismo, declara que él era "una invención de Caillois". Lo que se ha llamado el "boom de la literatura sudamericana" hizo el resto; el mercado cultural "confeccionó" a Borges, integrando sus escritos dentro de ese "fantástico" que se puso como emblema sobre la literatura latinoamericana y Borges se reencontró —sin duda, a pesar de sí mismo—, representando el estilo de un continente entero.
Pero más allá de esas consideraciones, debo decir sobre todo que el rechazo por Borges de su identidad personal (no ser Nadie) no es tan sólo una actitud existencial llena de ironía, sino más bien el tema central de su obra narrativa, el núcleo del cual parecen autogenerarse todos los grandes motivos que la caracterizan: el tiempo circular (por ejemplo en El Aleph), el carácter indefectible de la memoria (Funes el memorioso), el laberinto (El inmortal), el espejo (La secta del fénix), el mundo como libro (La biblioteca de Babel), la imposible delimitación del bien y el mal (Tres versiones de Judas), el tema del traidor, del héroe, y todas las otras metáforas de lo real que inventó para ilustrar su representación del mundo o, para hablar como "su" Schopenhauer, el mundo como voluntad y como representación.
En su narración La forma de la espada, Borges, a través de su personaje John Vincent Moon, sostiene la siguiente convicción:
"Lo que hace un hombre es como si todos los hombres lo hicieran. Es por ello que no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine a todo el género humano; como no es injusto que la crucifixión de un solo judío sea suficiente para salvarlo. Posiblemente Schopenhauer tiene razón: yo soy los otros, todo hombre es todos los hombres, Shakespeare es de algún modo el miserable John Vincent Moon."
¿Fue Borges ateo? Me inclino a pensar que no (o, si lo puedo decir de otra forma, no totalmente). Tal vez más que Schopenhauer, que sus textos citan frecuentemente: existe en su obra una gran alma spinoziana, una especie de ectoplasma colectivo que acoge a todo el género humano. Y que acoge, en literatura, toda la literatura (o su "esencia") más allá del orden diacrónico: un orden que puede colocar a Homero después de Leopardi o de Proust.
Su gran lección, aquella de ese maestro que, irónicamente, siempre rechazó serlo, probablemente se desprende en esencia de lo siguiente: que la literatura, como el género humano, es también una idea colectiva, una suerte de alma de la cual participan todos aquellos que han escrito. Utilizar a Borges, plagiarlo incluso de manera paródica —es un derecho que él nos consiente—. Porque yo creo que Borges es precisamente eso, una confianza soberana en la literatura y, al mismo tiempo, de forma paradójica, su negación radical: una lección soberana de escepticismo.
Es por eso probablemente que Borges tuvo detractores encarnizados, tanto a la derecha como a la izquierda: porque hizo entender claramente, a través de sus metáforas literarias, que no se adhería a ninguna fe que no estuviera, en principio, basada en el escepticismo.
¿A qué se adhirió Borges realmente? Me lo he preguntado en repetidas ocasiones —más allá de sus elecciones políticas contingentes, con frecuencia francamente irritantes—.
Borges no fue partidario más que de su inteligencia. A parte de eso, no veo, en verdad, ninguna otra adhesión. Con frecuencia pensé que era un hombre de las Luces que habría vivido fuera del siglo del mismo nombre y conocido ya el siglo XX: algo así como un hombre de las Luces "a contracorriente".
Sé bien que lo que digo puede parecer confuso, y lo es probablemente. Pero en la manera en que Borges considera el mundo existe un acento, una nota, que yo creo tienen precisamente este significado: una tentativa de racionalizar la Babel de lo real sin por ello creer en la idea de progreso. Me parece por tanto estéril y probablemente prematuro querer situarlo ideológicamente, a pesar de ciertas adhesiones en su vida. Otras generaciones lo harán un día, si el mundo dispone aún de tales estimaciones. Decir de él que es un escritor importante es, desde luego, proclamar una evidencia sin gran valor crítico. Sin embargo, su importancia no puede ser negada incluso por sus detractores (que son numerosos); pero eso tiene un sentido crítico. Su gusto por la invención y la paradoja, su aptitud para volver a poner en cuestión lo que parecía definitivamente ganado, por arriesgar normas estéticas y morales, son la prueba de una agilidad intelectual indiscutible. Se otorgará finalmente una consideración particular a su capacidad para explorar la zona de sombra de lo real, para transmitirnos la idea que lo patente, lo tangible, lo evidente —en otros términos, lo concreto— recelan de aspectos oscuros e insospechados que pueden quebrantar ese concreto, invertirlo e incluso ponerlo en entredicho.
Este tipo de operación sutil, Borges lo realizó sobre todo en sus escritos llamados "realistas" (definición que él mismo compartía) y entre las cuales citaré con facilidad al menos Emma Zunz (en El Aleph), Hombre de la esquina rosada (op. cit.) y El evangelio según San Marco (en El informe de Brodie). Esas narraciones realistas de Borges, de las cuales muchas aparecieron en la revista Sur de Buenos Aires y para las que se basó en parte en hechos de nota roja (creo que es importante subrayar la atención que Borges dedicó a este tipo de sucesos) constituyen, a mi parecer, lo mejor de su obra narrativa: justamente porque con los métodos de un detective bizarro, nos transmitió, como una enfermedad contagiosa, la duda sobre lo que es "verdad", la desconfianza con respecto de la evidencia, la idea de la sustancia equívoca de la vida.
Tomemos por ejemplo la narración Emma Zunz: Borges cuenta la historia (que tuvo lugar en efecto en Buenos Aires) de una joven judía de origen alemán que, para vengar la muerte de su padre, se hace violar por un marino desconocido con la finalidad de poder matar al hombre que había destruido a su familia, todo proveyendo a la policía de una justificación válida. La narración termina con estas palabras: "La historia de Emma Zunz era efectivamente increíble, pero se impone a todos porque era verdadera sobre lo esencial. El tono de Emma Zunz era verdadero, como lo eran su pudor y su odio. Y como era verdadera también la ofensa que había sufrido. Sólo eran falsas las circunstancias, la hora y ciertos nombres."
Yo creo que Borges, una vez que explora la paradoja de la vida y la aplica a la literatura, quiere, en sustancia, decir que el escritor es, ante todo, un personaje que él mismo ha creado. Si queremos sumarnos a su paradoja y aceptar jugar su juego, puede sernos permitido decir que Borges, personaje de alguien llamado como él, no existió jamás como tal. Su vida es, probablemente, un libro.
En revista Metapolítica, México
Número 47, Mayo-Junio 2006
Reproducido por La Insignia, México
Portada de la publicación periódica original
Foto ©Paulina Lavista, Borges en México, 1973