26/1/15

Jorge Luis Borges: La felicidad escrita








Ya he declarado que la finalidad permanente de la literatura es la presentación de destinos; hoy quiero añadir que la presentación de una dicha, de un destino que se realiza en felicidad, es tal vez el goce más raro (en las dos significaciones de la palabra: en la de inusual y en la de valioso) que puede ministrarnos el arte. Queremos ser felices y el aludir a felicidades o el entreverlas, ya es una deferencia a nuestra esperanza. A sabiendas o no, nunca dejamos de agradecer íntimamente esa cortesía. Muchos escritores la han intentado; casi ninguno la ha conseguido, salvo de refilón. Parece desalentador afirmar que la felicidad no es menos huidiza en los libros que en el vivir, pero mi observación lo comprueba.
Sírvanos de repertorio el libro Las cien mejores poesías (líricas) de la lengua castellana, elegidas por Menéndez y Pelayo: antología famosa, cuyo título de Juicio Final no es imputable a su colector, sino a la empresa que lo obligó a juntar esas dos palabras que no se juntan, cien y mejores.
Una de las primeras composiciones que veo es la Vida retirada de Fray Luis, imitación del horaciano beatus Ule y cuyo manifestado propósito es la descripción de un estado de felicidad. Pienso que no logra ni sugerirlo, pienso que en esa poesía tan festejada, el renombre sobrepuja a los méritos. ¿Cómo tenerle fe a esa dicha sermonera y vanagloriosa que se distrae, a cada rato, de su espectáculo sedicente de felicidad, para invehir contra medio mundo? ¿No es vergonzoso (para nosotros y para él) que el Padre Maestro Fray Luis de León no pueda ser feliz en el campo, sin complacerse, siquiera sea metafóricamente, con la imaginación de ausentes catástrofes y de ajenas calamidades?
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna; al cielo suena
confusa vocería
y la mar enriquecen a porfía.
No importa; ya el poeta se ha lavado las manos, prudencialmente:
No es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
Por tratarse de una poesía que es famosa y que muchos consideran inmejorable, quiero enfatizar otra equivocación de las que sobrelleva; por ejemplo, el traicionero renglón final de los que copio:
El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido,
los árboles menea
con un manso ruido
que del oro y del cetro pone olvido.
Oro y cetro en un jardincito… Acordarse tan inoportunamente de esos guarismos o arreos de la ambición, es mentir desprendimiento y adolecer de la más estrafalaria codicia. O, en el mejor de los casos, es recurrir a una metáfora perjudicial.
Basta recorrer la antología para encontrar numerosísimas celebraciones de dichas pretéritas y ninguna de dicha actual. ¡Qué difícil y hasta imposible ha de ser la dicha, ahora que se perdieron los Infantes de Aragón y las señoras y niñas tan paquetas de la corte del Rey Don Juan y el hipódromo tan concurrido de Itálica y los rojos pimientos y ajos duros de los españoles vellosos y otras muy lloradas pretericiones! Sin embargo, no ironicemos demasiado: eso de ubicar la felicidad en las lejanías del espacio y en las del tiempo, es achaque universal y lo padecen nuestros mil y un versos a la tapera. Los tramways de caballos y los compadritos que empezaban por un amejicanado chambergo gris y terminaban en botines de charol ¿no solicitan acaso nuestra nostalgia? Hoy cantamos al gaucho; mañana plañiremos a los inmigrantes heroicos. Todo es hermoso; mejor dicho, todo suele ser hermoso, después. La belleza es más fatalidad que la muerte.
La antología nos muestra sin embargo unas trovas (la palabra composición es demasiado envarada y premeditada) que dan idea cabal de felicidad. Aludo al romance del conde Arnaldos. Lo transcribo íntegro para desarmarlo después y para que averigüe el lector, la justicia o la equivocación de mi examen. Rezan así los versos:
¡Quien hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de San Juan!
Con un falcan en la mano
la caza iba a cazar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar.
Las velas traía de seda,
la jarcia de un cendal,
marinero que la manda
diciendo viene un cantar
que la mar facía en calma,
los vientos hace amainar,
los peces que andan nel hondo
arriba los hace andar,
las aves que andan volando
nel mástil las faz posar.
Allí fobló el conde Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
—Por Dios te ruego, marinero,
dígasme ora ese cantar.
—Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
—Yo no digo esta canción
sino a quien conmigo va.
¿Cuál es la motivación del agrado peculiar de estos versos? He oído que su airecito misterioso es lo que nos gusta; personalmente, yo creo que lo de menos es la respuesta enigmática del final y que su aclaración no interesa a nadie. Si nos interesara, la buscaríamos o inventaríamos: empresa fácil, puesto que los cuentos de magia poseen su técnica, siempre de recursos parejos… Su agrado (supongo) está en el ejemplo de felicidad que los versos iniciales prenuncian y en nuestra sorpresa, al saber que tan codiciada y mentada felicidad no es una aventura de amor ni un tesoro, sino el solo espectáculo de un barquito. Dichosa edad y dichosos tiempos aquellos (pensamos) en que un hombre lograba crédito de feliz sólo por haber visto alguna mañana un barco distinto, con marinero cantor y mástil con pájaros. Adivinamos que detrás de las coplas hay un vivir liso y remansado, y eso nos gusta. No creemos en la ventura del conde Arnaldos; creemos en la del coplero que la festeja.
Además, ¿cómo solicitar de los literatos versiones minuciosas y fidedignas de la felicidad, cuando las religiones, cuyo quehacer es hacer cielos, los planean con tan escasa fortuna? Sobradas descripciones del cielo hay en los volúmenes de los teólogos; lo difícil es ascender sus abstracciones muertas a representaciones vivas. Rothe dice: La bienaventuranza es aquel felicísimo estado póstumo de los justos, en el que verán a Dios cara a cara y, ajenos de toda molestia, vivirán y reinarán en duradera alegría y gloria y felicidad inefable. ¿Qué opinar de tal definición, que principia con la valentía del felicísimo y pasa por la timidez del ajenos de toda molestia y remata con la nadería de felicidad inefable? Gerhard, teólogo reformista, añade este privilegio dudoso: Los bienaventurados verán a sus allegados y conocidos en el infierno, siempre que lo quisieren, pero sin sentimiento alguno de lástima. Esa cláusula final no me choca, ya que sería indecente que los bienaventurados fueran más misericordiosos que Dios.
Miremos a otro cielo. El de los musulmanes parece imaginado por criollos: cielo de mandones y calaveras, donde cada seguidor del Profeta será señor de setenta y dos huríes, incansablemente vírgenes cada vez, y de ochenta mil servidores, y se hospedará bajo carpas frescas, en un jardín. Asimismo, su estatura será multiplicada diez veces: artimaña ladina para decuplicar la felicidad. (Tan insatisfactorio como ese paraíso alcoránico es el contemplativo a que sus doctores lo ascendieron y adelgazaron. Es, por definición, inefable; Abenabás dijo de él: No hay en el paraíso cosa alguna de las de este mundo, sino tan sólo los nombres. ¡Qué anticipación para los posibles bienaventurados o amigos de Dios, la de ese revés más elevado de las palabras, la de esa persistencia fonética!)
Su oposición evidente es otro de los mayores cielos del mundo: el cielo negativo de los budistas, nirvana o nibbanam. Este cielo incalificable, ido, desaforado, cuyo nombre mismo quiere decir apagamiento, extinción, es la ausencia total del yo, de la objetividad, del tiempo, del espacio, del mundo. Arturo Schopenhauer arguye que la negatividad del nirvana no es absoluta y que su nada es privativa, no negativa. La obscuridad, por ejemplo, es la nada que corresponde a la luz, pero basta invertir los signos para aseverar —una vez postulada la oscuridad y hecha positiva— que también la nada es la luz. Analógicamente, no es imposible que la nada de nuestro yo (la negación de toda conciencia, de toda sensación, de toda diferenciación en el tiempo o en el espacio) sea una realidad. Lo cierto es que ni podemos imaginárnosla ni menos ubicar en ella la dicha: satisfacción de la voluntad, no su perdimiento.
Hay caterva de cielos y universal ausencia de dicha y aun de corazonadas de ella y pregustos. Suele suponerse que la literatura ya ha dicho las palabras esenciales de nuestro vivir y sólo puede innovar en las gramatiquerías y en las metáforas.
Me atrevo a aseverar lo contrario: sobran laboriosidades minúsculas y faltan presentaciones válidas de lo eterno: de la felicidad, de la muerte, de la amistad.



En El idioma de los argentinos (1928)
Borges 1981 © Gianni Giansanti-Sygma-Corbis


25/1/15

Jorge Luis Borges: ¿A dónde se habrán ido?









Según su costumbre, el sol
brilla y muere, muere y brilla
y en el patio, como ayer,
hay una luna amarilla,
pero el tiempo, que no ceja,
todas las cosas mancilla.
Se acabaron los valientes
y no han dejado semilla.
¿Dónde están los que salieron
a liberar las naciones
o afrontaron en el Sur
las lanzas de los malones?
¿Dónde están los que a la guerra
marchaban en batallones?
¿Dónde están los que morían
en otras revoluciones?
—No se aflija. En la memoria
de los tiempos venideros
también nosotros seremos
los tauras y los primeros.
El ruin será generoso
y el flojo será valiente:
No hay cosa como la muerte
para mejorar a la gente.
¿Dónde está la valerosa
chusma que pisó esta tierra,
la que doblar no pudieron
perra vida y muerte perra,
los que en duro arrabal
vivieron como en la guerra,
los Muraña por el Norte
y por el Sur los Iberra?
¿Qué fue de tanto animoso?
¿Qué fue de tanto bizarro?
A todos los gastó el tiempo,
a todos los tapa el barro.
Juan Muraña se olvidó
del cadenero y del carro
y ya no sé si Moreira
murió en Lobos o en Navarro.
—No se aflija. En la memoria…



En Para las seis cuerdas (1965)
Foto: Borges New York 1985 © Ferdinando Scianna/Magnum Photos


24/1/15

Jorge Luis Borges: Elegía






Tuyo es ahora, Abramowicz, el singular sabor de la muerte, a nadie negado, que me será ofrecido en esta casa o del otro lado del mar, a orillas de tu Ródano, que fluye fatalmente como si fuera ese otro y más antiguo Ródano, el Tiempo. Tuya será también la certidumbre de que el Tiempo se olvida de sus ayeres y de que nada es irreparable o la contraria certidumbre de que los días nada pueden borrar y de que no hay un acto, o un sueño, que no proyecte una sombra infinita. Ginebra te creía un hombre de leyes, un hombre de dictámenes y de causas, pero en cada palabra, en cada silencio, eras un poeta. Acaso estás hojeando en este momento los muy diversos libros que no escribiste pero que prefijabas y descartabas y que para nosotros te justifican y de algún modo son. Durante la primera guerra, mientras se mataban los hombres, soñamos los dos sueños que se llamaron Laforgue y Baudelaire. Descubrimos las cosas que descubren todos los jóvenes: el ignorante amor, la ironía, el anhelo de ser Raskolnikov o el príncipe Hamlet, las palabras y los ponientes. Las generaciones de Israel estaban en ti cuando me dijiste sonriendo: Je suis très fatigué. J'ai quatre mille ans. Esto ocurrió en la Tierra; vano es conjeturar la edad que tendrás en el cielo.
No sé si todavía eres alguien, no sé si estás oyéndome.

Buenos Aires, 14 de enero de 1984


En Los Conjurados (1985)
Foto: Borges, Palermo (Sicilia) 1984 
© Ferdinando Scianna/Magnum


23/1/15

Jorge Luis Borges: ¿Recuerda Ud. quién le enseñó las primeras letras?






Jorge Luis Borges es un noble escritor de la vanguardia literaria argentina. Poeta de los salmos encantados, ensayista erudito de "Inquisiciones" y "El tamaño de mi esperanza", Jorge Luis Borges es una de las figuras de mayor relieve y más justo prestigio de la nueva literatura de nuestro país. 
He aquí su respuesta a la pregunta de La Razón:

—Mi madre me enseñó esas primeras letras; acaba de repetirme que las aprendí casi con alacridad e impaciencia. Debe ser la verdad, porque yo no he recuperado ningún recuerdo de ese gradual proceso asimilativo. Me consta que su escena fue un dormitorio, que miraba a dos patios de baldosa colorada y resplandeciente, que daban a un entreverado jardín. En el medio de ese jardín, jadeaba y trabajaba un alto molino. Afuera —tiempo del novecientos cuatro o novecientos cinco, esquinas de Serrano y de Guatemala— rondaba el incipiente Palermo de las arduas banderas de remate y de la precaria honradez, de las tormentas amarillas de tierra y del compadrito enlutado, de los juiciosos balconcitos mirones a ras de la vereda y de las parradas mostrencas. Esas imágenes me gustan, ahora que han ascendido a memorias. Entonces no pasaban de realidad y yo las ignoraba con decisión, porque las selvas de la India y del África eran lo que prefería mi pensamiento, incalculables, populosas y crueles.

Tuve una institutriz inglesa después. Su pedagogía fue deletérea o inútil, porque al ingresar yo en 1909, al cuarto grado de la escuela primaria, descubrí con temor que no me podía entender con mis condiscípulos. Carecía del léxico más común: "Biaba", "biaba caldosa", "otario", "pina", "muy de la garganta", "ganchudo", "faso", "meneguina", "batir". Las obscenidades de primera necesidad también no faltaban. Las estudié y pronto me curé del contrario error pedantesco de menudearlas mucho. Nuestro profesor —no el de dialecto arrabalero, se entiende— era un señor Arguelles, de iras famosas, que nos escarnecía, nos golpeaba y nos despreciaba, y a quien adorábamos todos. La escuela creo que sigue funcionando en la calle Thames.


Diario La Razón, Buenos Aires, 31 de agosto de 1931 
Incluido en Textos recobrados 1931-1955
Buenos Aires, 2001
Foto: Borges y su madre (sin data)


22/1/15

Jorge Luis Borges: La penúltima versión de la realidad








Francisco Luis Bernárdez acaba de publicar una apasionada noticia de las especulaciones ontológicas del libro "The Manhood of Humanity (La edad viril de la humanidad), compuesto por el conde Korzybski: libro que desconozco. Deberé atenerme, por consiguiente, en esta consideración general de los productos metafísicos de ese patricio, a la límpida relación de Bernárdez. Por cierto, no pretenderé sustituir el buen funcionamiento asertivo de su prosa con la mía dubitativa y conversada. Traslado el resumen inicial:
"Tres dimensiones tiene la vida, según Korzybski. Largo, ancho y profundidad. La primera dimensión corresponde a la vida vegetal. La segunda dimensión pertenece a la vida animal. La tercera dimensión equivale a la vida humana. La vida de los vegetales es una vida en longitud. La vida de los animales es una vida en latitud. La vida de los hombres es una vida en profundidad".
Creo que una observación elemental, aquí es permisible; la de lo sospechoso de una sabiduría que se funda, no sobre un pensamiento, sino sobre una mera comodidad clasificatoria, como lo son las tres dimensiones convencionales.
Escribo convencionales, porque —separadamente— ninguna de las dimensiones existe: siempre se dan volúmenes, nunca superficies, líneas ni puntos. Aquí, para mayor generosidad en lo palabrero, se nos propone una aclaración de los tres convencionales órdenes de lo orgánico, planta-bestia-hombre, mediante los no menos convencionales órdenes del espacio: largor-anchura-profundidad (este último en el sentido traslaticio de tiempo). Frente a la incalculable y enigmática realidad, no creo que la mera simetría de dos de sus clasificaciones humanas baste para dilucidarla y sea otra cosa que un vacío halago aritmético. Sigue la notificación de Bernárdez:
"La vitalidad vegetal se define en su hambre de Sol. La vitalidad animal, en su apetito de espacio. Aquélla es estática. Ésta es dinámica. El estilo vital de las plantas, criaturas directas, es una pura quietud. El estilo vital de los animales, criaturas indirectas, es un libre movimiento.
"La diferencia sustantiva entre la vida vegetal y la vida animal reside en una noción. La noción de espacio. Mientras las plantas la ignoran, los animales la poseen. Las unas, afirma Korzybski, viven acopiando energía, y los otros, amontonando espacio. Sobre ambas existencias, estática y errática, la existencia humana divulga su originalidad superior. ¿En qué consiste esta suprema originalidad del hombre? En que, vecino al vegetal que acopia energía y al animal que amontona espacio, el hombre acapara tiempo".
Esta ensayada clasificación ternaria del mundo parece una divergencia o un préstamo de la clasificación cuaternaria de Rudolf Steiner. Este, más generoso de una unidad con el universo, arranca de la historia natural, no de la geometría, y ve en el hombre una suerte de catálogo o de resumen de la vida no humana. Hace corresponder la mera estadía inerte de los minerales con la del hombre muerto; la furtiva y silenciosa de las plantas con la del hombre que duerme; la solamente actual y olvidadiza de los animales con la del hombre que sueña. (Lo cierto, lo torpemente cierto, es que despedazamos los cadáveres eternos de los primeros y que aprovechamos el dormir de las otras para devorarlas o hasta para robarles alguna flor y que infamamos el soñar de los últimos a pesadilla. A un caballo le ocupamos el único minuto que tiene —minuto sin salida, minuto del grandor de una hormiga y que no se alarga en recuerdos o en esperanzas— y lo encerramos entre las varas de un carro y bajo el régimen criollo o Santa Federación del carrero). De esas tres jerarquías es, según Rudolf Steiner, el hombre, que además tiene el yo: vale decir, la memoria de lo pasado y la previsión de lo porvenir, vale decir, el tiempo. Como se ve, la atribución de únicos habitantes del tiempo concedida a los hombres, de únicos previsores e históricos, no es original de Korzybski. Su implicación —maravilladora también— de que los animales están en la pura actualidad o eternidad y fuera del tiempo, tampoco lo es. Steiner lo enseña; Schopenhauer lo postula continuamente en ese tratado, llamado con modestia capítulo, que está en el segundo volumen del Mundo como voluntad y representación, y que versa sobre la muerte. Mauthner (Woerterbuch der Philosophie, III, pág. 436) lo propone con ironía. "Parece", escribe, "que los animales no tienen sino oscuros pre sentimientos de la sucesión temporal y de la duración. En cambio el hombre, cuando es además un psicólogo de la nueva escuela, puede diferenciar en el tiempo dos impresiones que sólo estén separadas por 1/500 de segundo." Gaspar Martín, que ejerce la metafísica en Buenos Aires, declara esa intemporalidad de los animales y aun de los niños como una verdad consabida. Escribe así: La idea de tiempo falta en los animales y es en el hombre de adelantada cultura en quien primeramente aparece (El tiempo, 1924). Sea de Schopenhauer o de Mauthner o de la tradición teosófica o hasta de Korzybski, lo cierto es que esa visión de la sucesiva y ordenadora conciencia humana frente al momentáneo universo, es efectivamente grandiosa.
Prosigue el expositor: "El materialismo dijo al hombre: Hazte rico de espacio. Y el hombre olvidó su propia tarea. Su noble tarea de acumulador de tiempo. Quiero decir que el hombre se dio a la conquista de las cosas visibles. A la conquista de personas y de territorios. Así nació la falacia del progresismo. Y como una consecuencia brutal, nació la sombra del progresismo. Nació el imperialismo.
"Es preciso, pues, restituir a la vida humana su tercera dimensión. Es necesario profundizarla. Es menester encaminar a la humanidad hacia su destino racional y valedero. Que el hombre vuelva a capitalizar siglos en vez de capitalizar leguas. Que la vida humana sea más intensa en lugar de ser más extensa".
Declaro no entender lo anterior. Creo delusoria la oposición entre los dos conceptos incontrastables de espacio y de tiempo. Me consta que la genealogía de esa equivocación es ilustre y que entre sus mayores está el nombre magistral de Spinoza, que dio a su indiferente divinidad —Deus sive Natura— los atributos de pensamiento (vale decir, de tiempo sentido) y de extensión (vale decir, de espacio). Pienso que para un buen idealismo, el espacio no es sino una de las formas que integran la cargada fluencia del tiempo. Es uno de los episodios del tiempo y, contrariamente al consenso natural de los metafísicos, está situado en él, y no viceversa. Con otras palabras: la relación espacial —más arriba, izquierda, derecha— es una especificación como tantas otras, no una continuidad.
Por lo demás, acumular espacio no es lo contrario de acumular tiempo: es uno de los modos de realizar esa para nosotros única operación. Los ingleses, que por impulsión ocasional o genial del escribiente Clive o de Warren Hastings conquistaron la India, no acumularon solamente espacio, sino tiempo: es decir, experiencias, experiencias de noches, días, descampados, montes, ciudades, astucias, heroísmos, traiciones, dolores, destinos, muertes, pestes, fieras, felicidades, ritos, cosmogonías, dialectos, dioses, veneraciones.
Vuelvo a la consideración metafísica. El espacio es un incidente en el tiempo y no una forma universal de intuición, como impuso Kant. Hay enteras provincias del Ser que no lo requieren; las de la olfacción y audición. Spencer, en su punitivo examen de los razonamientos de los metafísicos (Principios de psicología, parte séptima, capítulo cuarto), ha razonado bien esa independencia y la fortifica así, a los muchos renglones, con esta reducción a lo absurdo: "Quien pensare que el olor y el sonido tienen por forma de intuición el espacio, fácilmente se convencerá de su error con sólo buscar el costado izquierdo o derecho de un sonido o con tratar de imaginarse un olor al revés".
Schopenhauer, con extravagancia menor y mayor pasión, había declarado ya esa verdad. "La música", escribe, "es una tan inmediata objetivación de la voluntad, como el universo" (obra citada, volumen primero, libro tercero, capítulo 52). Es postular que la música no precisa del mundo.
Quiero complementar esas dos imaginaciones ilustres con una mía, que es derivación y facilitación de ellas. Imaginemos que el entero género humano sólo se abasteciera de realidades mediante la audición y el olfato. Imaginemos anuladas así las percepciones oculares, táctiles y gustativas y el espacio que éstas definen. Imaginemos también —crecimiento lógico— una más afinada percepción de lo que registran los sentidos restantes. La humanidad —tan afantasmada a nuestro parecer por esta catástrofe— seguiría urdiendo su historia. La humanidad se olvidaría de que hubo espacio. La vida, dentro de su no gravosa ceguera y su incorporeidad, sería tan apasionada y precisa como la nuestra. De esa humanidad hipotética (no menos abundosa de voluntades, de ternuras, de imprevisiones) no diré que entraría en la cáscara de nuez proverbial: afirmo que estaría fuera y ausente de todo espacio.

1928


En Discusión (1932)
Imagen: En cover Obras Completas 1923-1973 
Foto sin atribución de autor
Buenos Aires, Emecé, 1974





21/1/15

Borges profesor. Clase 4: El «Fragmento de Finnsburh». La «Oda de Brunanburh». La traducción de Tennyson. Los vikings. Anécdotas de un viaje de Borges a York









En la clase anterior, hablamos del «Fragmento heroico de Finnsburh». Este fragmento fue descubierto a principios del siglo XVIII y fue publicado por un anticuario, ahora dirían por un erudito. El manuscrito se perdió después. Este fragmento corresponde a parte de un romance cantado por un juglar en la sala de Hrothgar, en la epopeya de Beowulf.54 Creo haber dado en la clase anterior un resumen general de la historia de la princesa Hildeburh de Dinamarca, a la cual casa su hermano [Hrothgar] con un rey de los frisios, es decir de un reino de los Países Bajos, para evitar una guerra entre los daneses y los frisios. Al cabo de un tiempo —que debe haber sido considerable, porque cuando el poema empieza ella tiene un hijo grande ya—, su hermano la va a ver, a visitarla, va acompañado por sesenta guerreros. Le dan como habitación una especie de aposento alrededor de una sala central que tiene en un extremo una puerta y en el otro extremo, otra. Y luego el poema empieza, porque los guerreros que vigilan ven en la oscuridad de la noche un brillo, un resplandor. Y entonces suponemos, por lo que viene después, que hay varias conjeturas para explicar este brillo. Y entonces el rey dice: «No están ardiendo los aleros —dijo el rey, joven en la batalla— ni amanece, ni vuela hacia aquí un dragón» —esta explicación era posible en aquella época—, «ni están ardiendo los aleros de esta sala: están lanzando un ataque». Y se ve por los versos posteriores que ese brillo que ellos han visto es el brillo de la luna, «brillante bajo las nubes», sobre los escudos y las lanzas de los frisios que vienen a atacarlos así, a traición.
El lenguaje es sumamente directo y querría que ustedes oyeran los primeros [versos], para que vuelvan a oír la dureza del antiguo inglés, más apropiada a la poesía épica que el inglés actual, en que ya no quedan vocales abiertas y los sonidos de las consonantes son menos duros.
«Hornas byrnað naefre?» «Horn» quiere decir «cuerno», pero aquí quiere decir «alero»; «byrnað naefre», «arden nunca», no están ardiendo; «hleoþrode ða, heaðogeong cyning», «el rey joven en la batalla». «Ne ðis ne dagað eastan, ne her draca...» —draca es «dragón»— «...ne fleogeð, ne her ðisse healle hornas ne byrnað, ac her forð berað», y luego el rey tiene una especie de visión de lo que ocurrirá después, porque lo que dice no se refiere al presente. Dice: «Cantan los pájaros». Esos pájaros son las aves de rapiña que bajarán sobre los campos de batalla. Y luego dice: «resuena la madera de la batalla», guðwudu,55 es decir «la lanza». «El escudo contesta a la espada», y luego habla de la luna que brilla sobre las armaduras de quienes los atacan. Y entonces él les dice a sus guerreros que se despierten, que se levanten, que piensen en el coraje. Entonces muchos caballeros con adornos de oro, es decir con hilos de oro sobre las capas, se levantan, se ciñen las espadas, las desnudan y avanzan hacia las dos puertas, para defender la sala de Finn.
El poema se titula «Finnsburh», «el castillo de Finn». La palabra burh o burg es una palabra que ustedes conocen y que significa «castillo» y que ha perdurado en los nombres de muchas ciudades: Edimburgo, «castillo de Edin»; Estrasburgo, Gotemburgo —en el sur de Suecia— y la ciudad castellana de Burgos, que es un nombre visigótico. Luego tenemos que hablar de palabras como «burgués», habitante de la ciudad, «burguesía». En francés dio la palabra burgraves, «Los condes de la ciudad», el nombre de un drama de Hugo,56 y otros.
El poema nos dice entonces los nombres de los guerreros que salen a defender el fuerte. Y en esa enumeración aparece uno a quien se destaca especialmente: se llama Hengest, y el poema dice «el propio Hengest». Se ha conjeturado que este Hengest es el mismo que luego fundará el primer reino germánico en Inglaterra. Esto es verosímil, porque Hengest era juto. Obvio es recordar que Jutlandia se llama a la parte norte de Dinamarca. O sea que antes de ser el capitán que luego funda el primer reino germánico en Inglaterra, Hengest puede haber guerreado entre los daneses que venían del mismo país. Además, si este Hengest no fuera el mismo Hengest que inició la conquista de Inglaterra, no sé bien por qué razón lo destacarían. El poeta es anglosajón. La conquista de Inglaterra tuvo lugar a mediados del siglo V. El poema es, se supone, de fines del siglo VII. Puede ser anterior también, ya que su estilo es un estilo mucho más directo, que no tiene las inversiones latinas ni los complicados kennings, metáforas del Beowulf. Entonces, a un auditorio inglés le interesaría saber que uno de los protagonistas fue uno de los fundadores de los reinos sajones de Inglaterra.
Luego el poeta vuelve su atención a quienes atacan traicioneramente a los daneses. Y entre ellos está Garulf, hijo de la reina Hildeburh y sobrino de uno de sus defensores, a cuyas manos posiblemente muere. Una persona le dice que [él] es muy joven, que no debe arriesgar su vida en el ataque, ya que no faltará quien quiera tomarla, porque él es un príncipe, hijo de la reina. Pero él, un muchacho valiente, no se deja arredrar por este consejo, y pregunta el nombre de uno de los defensores de la puerta. Ahora, esto corresponde a una época aristocrática. El, siendo príncipe, no iba a combatir con cualquiera: tenía que combatir con otro que fuera de su rango. Y entonces el defensor le contesta: «Sigfrido es mi nombre, soy de la estirpe de los Secgan» —se ha perdido la ubicación de esta tribu—, «soy un famoso aventurero, he estado en muchos duros conflictos, y ahora el destino resolverá qué recibirás de mí, o qué puedo esperar de ti», es decir, el destino decidirá a cuál de los dos le tocará la gloria de la victoria y a cuál la muerte.
El nombre «Sigeferd» significa «de ánimo victorioso», pero es evidentemente la forma sajona de «Sigfrido», famoso por los dramas musicales de Wagner, que mata al dragón, y su correspondencia escandinava sería «Sigurd» en la Vólsungasaga.57 Luego se entabla la batalla y entonces el poeta nos dice que los escudos, según había previsto Garulf, retumban bajo el golpe de las lanzas. Y caen muchos guerreros de los que atacan, y el primero de los que caen es Garulf, aquel joven frisio al que le habían dicho que no se aventurara en la primera línea de los guerreros. El combate prosigue, algo inverosímilmente, durante cinco días, y caen muchos frisios, pero no cae ninguno de los defensores. El poeta se entusiasma aquí y dice: «No oí jamás que se comportaran mejor en la batalla de hombres sesenta varones victoriosos», o literalmente «sesenta varones de la victoria». Aquí la frase «batalla de hombres» parece una redundancia: toda batalla es batalla de hombres. Pero realmente da mayor fuerza a la frase. Y luego tenemos esta singular palabra compuesta: sigebeorna, varones de la victoria, hombres de la victoria, por «varones victoriosos». Y el poeta dice también que toda la sala de Finnsburh brillaba con el brillo de las espadas, «como si Finnsburh estuviera en llamas». Creo que hay una metáfora análoga en la Ilíada, que compara una batalla con un incendio. La compara por el brillo de las armas y, además, por su carácter mortal.
Y quizá no huelga recordar que en la mitología escandinava, la Valhalla, el paraíso de Odín, está iluminado no por candelabros, sino por espadas, que brillan con un brillo propio, sobrenatural. Luego el «protector del pueblo» —se le llama así al rey de los frisios— pregunta cómo va la batalla. Le dicen que ellos han perdido a muchos hombres y que hay uno de los frisios que se retira, dice que su escudo y su yelmo están deshechos, y entonces uno de los jóvenes... Y aquí cesa el fragmento, uno de los más antiguos de todas las literaturas germánicas, sin duda anterior al Beowulf. Y por otras fuentes sabemos el resto de la historia.58  Sabemos que se establece una tregua, pero que al cabo de un año se permite al rey de los daneses, hermano de la reina, volver a Dinamarca. Vuelve al cabo de un año, y regresa con una expedición, vence a los frisios, destruye el castillo de Finn, y vuelve con su hermana. De modo que tenemos un conflicto trágico: una princesa que ha perdido a su hijo, posiblemente a manos del tío de éste, su hermano. Es una lástima que no se haya conservado algo más de este poema, tan rico en posibilidades patéticas, pero debemos contentarnos con los sesenta y tantos versos que se han salvado.
Hasta aquí, las dos piezas épicas anglosajonas que hemos visto son de tema escandinavo. Pero luego tenemos otra, muy posterior, en que ya ocurren hechos en Inglaterra. Y ocurren celebrando hechos de armas entre sajones y escandinavos. Porque alrededor del siglo VIII, Inglaterra, que ya era un país cristiano, empezó a sufrir las depredaciones de los vikings. Éstos procedían principalmente de Dinamarca. Había noruegos también, pero los llamaban daneses a todos. Y no es imposible, más aún, es verosímil, que hubiera suecos. Yo querría detenerme aquí para hablar de los vikings.
Los vikings fueron quizá la gente más extraordinaria entre los germanos de la Edad Media. Fueron los mejores navegantes de su época. Tenían naves, llamadas «naves largas», con un dragón, una cabeza de dragón, en la proa. Tenían mástiles, velas; tenían filas de remeros. De uno de los reyes noruegos, Olaf, se dice que era tan ágil que podía correr saltando de un remo a otro mientras navegaba la nave.59 Las empresas marítimas y guerreras de los vikings fueron extraordinarias. Tenemos en primer término la conquista del norte y del centro de Inglaterra, donde se establecieron en una región llamada Danelaw, «ley de los daneses», porque ahí regían las leyes danesas. Ahí se estableció el pueblo. Eran agricultores, eran guerreros además, y concluyeron mezclándose con los sajones y perdiéndose entre ellos. Pero dejaron muchas palabras en el idioma inglés. En general, los idiomas toman sustantivos y adjetivos de otros idiomas. Pero en el caso inglés tienen todavía pronombres escandinavos. Por ejemplo, la palabra «they», «ellos», es una palabra danesa. Los sajones decían «hi», pero como «él» se decía «he», esas palabras se prestaban a confusión y concluyeron por adoptar el danés «they».60 La palabra «dream», «sueño», también es danesa. Y en el dialecto de los campesinos de Yorkshire, que fue una de las principales fundaciones danesas, perduran muchas palabras escandinavas. Cuando yo estuve en York,61 tuve ocasión de hablar con el crítico de arte Sir Herbert Read,62 y él me dijo que hace años había naufragado un barco danés o noruego, no recuerdo, en la costa de Yorkshire. Naturalmente, la gente, los habitantes del pueblo, fueron a auxiliar a los náufragos. El conversó con el capitán, que hablaba inglés, como todos los escandinavos cultos —allí el inglés se enseña en las escuelas primarias, en Dinamarca, en Suecia, en Noruega—, pero los marineros y la gente más primitiva no conocían el inglés, pero llegaron a entenderse con los pescadores y campesinos que fueron a auxiliar. Y esto es notable, si consideramos que habían pasado por lo menos diez u once siglos. Sin embargo, quedaban bastantes rastros de la lengua escandinava en el inglés como para que esa gente común pudiera entenderse. Me dijo que un campesino en Yorkshire no diría «I am going to York», «Yo voy a York», sino «I’m going till York», y ese «till» es escandinavo. Y podríamos multiplicar los ejemplos. Ya recordé uno, el del día «Thursday», «jueves», que en sajón era thunresdaeg, y que ahora tiene el nombre escandinavo de Thor, en gracia de la brevedad. Pero volvamos a los vikings.
Los vikings eran aventureros individuales. Ésta es una de las causas por las cuales no hubo un imperio escandinavo. Los escandinavos no tenían conciencia de raza. Cada uno debía lealtad a su tribu y a su jefe. Hubo un momento en la historia de Inglaterra en que pudo haber habido un imperio escandinavo. Aquel momento en que Canuto, Knut, fue rey de Inglaterra, de Dinamarca y de Noruega. Pero él no tenía conciencia de raza. Eligió imparcialmente como gobernadores y como ministros a sajones o a daneses. La verdad que la idea de imperio era una idea romana, una idea del todo ajena a la mente germánica. Pero veamos ahora lo que hicieron los vikings. Fundaron reinos en Inglaterra; en Francia, el condado de Norman-día, es decir, de hombres del norte. Saquearon a Londres y a París. Hubieran podido quedarse en esas ciudades, pero prefirieron cobrar un tributo y retirarse. Fundaron un reino danés en Irlanda. Se cree que la ciudad de Dublín fue fundada por ellos. Descubrieron América, descubrieron Groenlandia y se establecieron en la costa oriental de América.63 Eso de llamarlo «Groenlandia» es casi un artificio de rematadores, porque Groenlandia quiere decir «tierra verde» y es una tierra de témpanos. Pero le pusieron «tierra verde» para atraer a los colonos. Luego abandonaron América. Hubieran podido ser los conquistadores de América, pero lógicamente una tierra pobre, una tierra habitada por esquimales y por pieles rojas, una tierra sin metales preciosos —no llegaron a México—, no tenía por qué interesarles. Luego, hacia el sur, saquearon ciudades de Francia, de Portugal, de España, de Italia y llegaron hasta Constantinopla. El emperador de Bizancio, de Constantinopla, tenía una guardia de guerreros escandinavos.64 Estos habían venido desde Suecia, habían atravesado toda Rusia. Se ha dicho que el primer reino en Rusia fue fundado por un escandinavo llamado Rurik, que habría dado su nombre a todo el país. Se han encontrado tumbas de vikings a orillas del Mar Negro. Ellos conquistaron también esas pequeñas islas que hay al norte de las Islas Británicas, las Shetland, las Oreadas.65 Los habitantes ahora hablan un dialecto en que hay muchas palabras escandinavas. Y existe un tal Jarl, del que se habla, que es conde de Oreadas... «viajero a Jerusalén», así lo llamaban.66 Y tenemos noticias también de otro viking que saqueó una ciudad en Italia y creyó erróneamente que era Roma, y entonces le prendió fuego para tener el honor de ser el primer escandinavo que incendiaba Roma.67 Después resultó que se trataba de un pequeño puerto sin importancia, pero él tuvo su momento de gloria, felicidad militar. Y además saquearon ciudades en el norte de África. Hay en el idioma escandinavo la palabra «Serkland», «tierra de sarracenos», y esa palabra se refiere indistintamente —ya que los moros estaban establecidos ahí— a Portugal, a Marruecos, a Argelia. Todo eso era tierra de sarracenos. Y más abajo está lo que los historiadores escandinavos llamaban Bláland, «tierra azul», «tierra de hombres azules», es decir «negros», porque confundían un poco los colores. Fuera de una palabra, sölr, que significa «amarillento» y que se aplica a la tierra sin labrar y al mar, no hay colores. Se habla de la nieve hartas veces, pero no se dice nunca que la nieve es blanca. Se habla de la sangre, y no se dice nunca que es roja. Se habla de las praderas, y no se dice nunca que son verdes. Además, no sabemos si esto correspondía a una especie de daltonismo, o si se trata simplemente de una convención poética. También los griegos homéricos hablaban del color vino. Es verdad que tampoco sabemos de qué color sería el vino entre los griegos, pero no hablan de colores. En cambio, en la poesía celta contemporánea y algo anterior a la poesía germánica, los colores abundan enormemente: está llena de colores. Ahí, cada vez que se habla de una mujer, se habla de su cuerpo blanco, de su pelo de oro o color fuego, de sus labios rojos. Se habla también de las verdes praderas, se detallan los colores de las frutas, etc. Es decir, los celtas vivían en un mundo visual; los escandinavos no.
Y ahora, ya que estamos en el tema de la poesía épica, vamos a ver otras composiciones épicas muy posteriores, ya que corresponden al siglo IX. Y vamos a ver, en primer término, la «Oda de Brunanburh», compuesta a principios del siglo X. Figura en la Crónica anglosajona.68 Hay varias versiones de ella, y aquellos de ustedes que sepan inglés pueden ver una traducción realmente espléndida que figura en las obras de Tennyson. O sea, es muy fácilmente accesible. Tennyson no conocía el anglosajón, pero un hijo suyo había estudiado esa forma primitiva del inglés y publicó en una revista especializada una traducción en prosa de la obra. Esa traducción interesó a su padre, a quien le explicaría sin duda las reglas de la métrica anglosajona. Le dijo que estaba basada en la aliteración y no en la rima, que el número de sílabas en cada verso era irregular, y entonces Tennyson, poeta muy adicto a Virgilio, intentó por una sola vez en su vida, y con un éxito indudable, ese experimento no ensayado hasta entonces en idioma alguno, que fue el hecho de escribir en inglés moderno un poema que correspondiera a una traducción casi literal de un poema anglosajón, y escrito en la métrica anglosajona.69 Es verdad que Tennyson exagera un poco las leyes de esa métrica. Por ejemplo, hay más aliteraciones y una aliteración más justa en la versión de Tennyson que en el poema original. Pero la versión merece, desde luego, ser leída. Ustedes encontrarán en cualquier edición de los poemas de Tennyson la «Oda de Brunanburh».70 Y antes de hablar de esta oda, habría que hablar de esta batalla, que según el poema fue una de las más sangrientas y largas que se libraron en Inglaterra durante toda la Edad Media, ya que empezó al amanecer y duró todo el día hasta el ocaso, lo cual es muy largo para una batalla de la Edad Media.71 Pensemos en nuestra famosa batalla de Junín,72 que duró tres cuartos de hora. No se disparó un solo tiro en ella,73 y toda la batalla fue a fuerza de sable y de lanza. Y veremos que un día para una batalla de la Edad Media representa una duración muy larga, análoga a la larga duración de las batallas en la guerra civil de los Estados Unidos, las más sangrientas de siglo XIX, y a las largas batallas de la Primera y Segunda Guerras Mundiales.
Las circunstancias de la batalla son curiosas. Tenemos una alianza, que hubiera parecido invencible al principio, entre Constantino, rey de Escocia —Escocia era un reino independiente entonces— y su yerno Olaf —en el poema se llama Anlaf—, rey danés de Dublín. Y luego combate contra los sajones de Wessex. Wessex significa «tierra de los sajones occidentales». Combaten también cinco reyes britanos, es decir, celtas. Tenemos, pues, esta coalición de escoceses, escandinavos de Irlanda y reyes britanos contra el rey sajón Aethelstan, que quiere decir «piedra noble», y un hermano suyo. Hay un hecho que no ha sido explicado. Según todas las crónicas, el rey danés de Dublín sale de Dublín para invadir Inglaterra. Lo natural que se espera es que hubiera atravesado el canal de Irlanda y hubiera desembarcado en Inglaterra. En cambio, por razones que desconocemos —fue buscando una sorpresa, quizá—, dio con sus naves —que eran quinientas y que llevaban unos cien guerreros cada una— toda la vuelta al norte de Escocia y desembarcó en un lugar que no ha sido bien identificado, en el este de Inglaterra, no en el oeste como esperaríamos. Allí sus fuerzas se unieron a las escocesas de Constantino y con los últimos reyes britanos, que venían de Gales. Y formaron así un ejército formidable. Luego el rey Aethelstan y su hermano Eadmund avanzan desde el sur para encontrarse con ellos. Los dos ejércitos se encuentran, se enfrentan, y resuelven esperar hasta el día siguiente para iniciar la batalla —las batallas entonces tenían algo de torneo—. Al rey Anlaf se le ocurre una estratagema para conocer la disposición del campamento sajón. Se disfraza de juglar, toma el arpa —sin duda sabía tañer el arpa y cantar— y se presenta en la corte del rey sajón. Los dos idiomas, como he dicho, se parecían. Además, según he dicho ya, en aquel tiempo las guerras no se veían como la guerra entre un pueblo y otro, sino entre un rey y otro, de modo que la aparición de un juglar danés no tenía por qué alarmar ni sorprender a nadie. Al juglar lo llevan hasta el rey Aethelstan, canta en danés, sin duda, el rey lo oye con placer y luego le da, posiblemente le arroja, unas monedas. Y el juglar, que ha observado la disposición del campamento sajón, se va. Y aquí ocurre algo que no está comentado en la crónica, pero que no es difícil de adivinar. El rey Anlaf ha recibido monedas. Esas monedas le han sido dadas por el rey sajón, a quien él piensa matar, o en todo caso derrotar, al día siguiente. Y él puede pensar muchas cosas. Puede pensar —y esto es lo más verosímil— que estas monedas le traerán mala suerte en la batalla que se librará al día siguiente. Pero ha de pensar también que no está bien que acepte dinero del hombre con el cual piensa combatir. Ahora, si él tira las monedas, las monedas pueden ser encontradas y puede descubrirse el ardid. Entonces él resuelve enterrarlas. Pero entre los hombres del rey sajón había uno que había combatido antes a los mandatos de Anlaf, y que sospecha la identidad del falso juglar, lo sigue, lo ve enterrar las monedas y sus sospechas quedan confirmadas. Y entonces él vuelve y le dice a su rey, el sajón: «Ese juglar que estuvo cantando aquí es realmente Anlaf,74 rey de Dublín». Y el rey le dice: «¿Por qué no me lo dijiste antes?». Y el soldado, evidentemente una persona noble, le dice: «Rey, te he Jurado lealtad. ¿Qué pensarías de mi lealtad si yo traicionara a un hombre a quien antes juré lealtad? Pero mi consejo es que cambies tu campamento». Entonces el rey reconoce al soldado, cambia toda la exposición de su campamento, y en el lugar que él ocupaba —esto es un poco pérfido por parte del rey sajón— deja a un obispo que había llegado con su gente. Antes del alba, los escoceses, los daneses, los britanos, intentan un ataque sorpresivo, matan debidamente al obispo y al día siguiente se libra la batalla, que dura todo el día y que es cantada en la «Oda de Brunanburh». Ahora, esta batalla fue cantada por el gran poeta islandés también, el viking y poeta Egil Skallagrímsson, que guerreó de parte de los sajones contra sus hermanos escandinavos. Y en la batalla murió combatiendo a su lado un hermano de Egil, que después celebró la victoria sajona en un poema famoso en la historia de la literatura escandinava.75 Y ese poema, ese panegírico del rey, encierra una elegía a la muerte de su hermano. Es un extraño poema, un panegírico, un canto a la victoria que encierra una elegía, un canto de tristeza por la muerte de su hermano caído a su lado en la batalla.
Pero volvamos al poema. No sabemos quién lo ha escrito. Probablemente lo escribió un monje. Este hombre, aunque escribía a principios del siglo X, tenía la mente llena de toda la poesía épica sajona anterior. Encontraremos una frase del Beowulf incrustada en su poema. Habla, por ejemplo, de cinco reyes jóvenes puestos a dormir por la espada. Es uno de los pocos rasgos de ternura que hay en el poema, el hablar de esos reyes jóvenes. Ahora, uno esperaría, en un poema compuesto en la Edad Media, algo así como un agradecimiento a Dios. Le agradecería a Dios el haber deparado la victoria a los sajones y no a los enemigos. Pero el poeta no dice nada de esto: el poeta celebra la gloria que el rey y su hermano han alcanzado, «la larga gloria», «el largo Marte», dice literalmente el poema: «ealdorlangne tyr». La palabra «tyr», que equivaldría al dios clásico Marte, significa «gloria» también. «Ganaron con el filo de las espadas cerca de Brunanburh» —sweorda ecgum, «filo de las espadas», «by the edge of the sword»—. Y luego el poeta dice que combatieron durante todo el día, «Desde que el sol...» —maere tungol, «esa famosa estrella» lo llama— «... se deslizó sobre los campos hasta que la gloriosa criatura se hundió en Occidente». Después describe la batalla, y el poeta siente una evidente felicidad ante la derrota de los enemigos. Habla del astuto, traicionero escocés Constantino, que tuvo que volver a su tierra en el norte y que no tuvo ninguna causa para jactarse de su encuentro de lanzas, del crujido de los estandartes... Usa muchas metáforas para referirse a la batalla. Y antes habla de Anlaf. Dice que Anlaf tuvo que huir a sus naves y buscar refugio en Dublín, acompañado de unos pocos, que apenas pudo salvar su vida. Y dice que ellos fueron persiguiendo todo el día a los enemigos que odiaban. Hay una mención de Dios en el poema, una sola mención de Dios, y es cuando llama al sol «brillante candela de Dios», «godes condel beorht». Es el único recuerdo de la divinidad. El poema, aunque evidentemente escrito por un cristiano —estamos a principios del siglo X—, es un poema que corresponde al antiguo espíritu heroico de los germanos. Después de haber descripto la batalla, se detiene con evidente júbilo en el cuervo, de pico «duro como el cuerno», que come, devora los cadáveres de los hombres. Y habla también de «esa bestia gris habitante del bosque», habla de los lobos, que comen a los cadáveres. Todo esto con una especie de júbilo. Pero cuando habla de los daneses que vuelven a Dublín, dice que vuelven avergonzados, porque la derrota era considerada como un bochorno, sobre todo si iba acompañada de la huida. Anlaf y Constantino, según la ética germánica, hubieran debido hacerse matar en la batalla que habían perdido. Era bochornoso que se salvaran, que salieran con vida. Y después de esto, el poeta nos habla del rey y del príncipe. Dice que ellos volvieron cabalgando a Wessex, «cada uno en su gloria». Y después de este canto de exaltación, ocurre algo que también es singular en la Edad Media, porque debemos pensar que la gente en aquella época, como los indios pampas aquí, por ejemplo, no tendrían mucha conciencia histórica. Y, sin embargo, este poeta, que era evidentemente un hombre culto puesto que conocía al dedillo todas las antiguas metáforas, todas las leyes de las versificación germánica, dice que nunca se había librado en esta isla, en Inglaterra, una batalla mayor, desde que los sajones y los anglos, «duros herreros de la guerra» —dice esto como si la guerra fuera un instrumento, un instrumento de hierro— llegaron a estas islas, movidos —y Tennyson traduce «by the hunger of glory»— «por el hambre de la gloria». Y nos dice que «sobre el ancho mar buscaron a los britanos y se apoderaron de la tierra».
Es decir que este poeta del siglo X, a principios de éste, recuerda la conquista germánica de Inglaterra, que ocurrió en el siglo V, y une la memoria de esta victoria presente, que tiene que haber sido emocionante para los sajones —ya que era común que los escandinavos los derrotaran, era raro que fueran ellos los vencedores—, y la vincula a las glorias muchas veces seculares de los primeros germanos que llegaron a Inglaterra.
En la próxima clase veremos otra pieza épica anglosajona, una pieza que conmemora una victoria, no una derrota, de los noruegos sobre los anglosajones, y luego hablaremos de la poesía propiamente cristiana, es decir, la poesía basada en la Biblia y en el sentimiento cristiano.

Lunes 24 de octubre de 1966


Notas


54 El juglar de Hrothgar recita esta historia en el poema de Beowulf, líneas 1063- 1159.
55 Guðwudu es una palabra compuesta formada por giid, «guerra, batalla», y wudu, «madera, árbol».
56 Burgraves, pieza compuesta por Víctor Hugo alrededor del año 1843.
57 La Völsungasaga es una de las fornaldarsögur o «sagas de tiempos antiguos». Borges hace un resumen del contenido de esta saga en la clase 24, al analizar The Story of Sigurd the Volsung, de William Morris.
58 Veáse la nota 1 al comienzo de esta misma clase.
59 Se refiere a Olaf Tryggvason (C.964-C.1000), rey de Noruega desde c.995 hasta su muerte. En la saga que lleva su nombre, perteneciente a la Heimskríngla, leemos que «El Rey Olaf era más experto en todo ejercicio que cualquier otro hombre de Noruega cuya memoria se preserve en las sagas; y era más fuerte y más ágil que la mayoría de los hombres y hay muchas historias escritas sobre ello. (...) El Rey Olaf podía correr saltando de un remo a otro fuera de la nave mientras sus hombres remaban. Podía jugar con tres dagas, de manera que una de ellas estaba siempre en el aire y agarraba siempre por el mango a aquella que caía. El Rey Olaf era un hombre muy alegre y travieso, festivo y sociable; era muy violento en todos los aspectos; era muy generoso; era muy cuidadoso en su vestir, pero en la batalla sobrepasaba a todos en valentía. Se distinguía por su crueldad cuando estaba enfurecido y torturó a muchos de sus enemigos. A algunos los quemó vivos; hizo destrozar a otros por perros enloquecidos; a otros los mutiló, o los arrojó desde altos precipicios. Por estas razones sus amigos le tenían mucho afecto y sus enemigos le temían sobremanera; y así logró grandes progresos en todas sus empresas, ya que algunos obedecían su voluntad por su gran amistad y otros por temor y espanto» Heimskringla, Saga de Olaf Tryggvason, cap. 92.
60 En inglés antiguo había, como en el moderno, tres pronombres personales de tercera persona singular: he (masculino, se escribe igual en inglés moderno), hit (neutro, en inglés moderno it), heo (femenino, en inglés moderno: shé). El pronombre plural era hi o hie para los tres géneros. Tanto éste como sus inflexiones fueron reemplazados: they, theirs y them son de origen escandinavo.
61 Borges relata otras anécdotas de este viaje en su Autobiografía, op. cit.
62 Sir Herbert Read, poeta y crítico de arte inglés (1893-1968).
63 Los viajes de los vikingos a tierras que parecen corresponder a la costa este de Norteamérica se describen en la Saga de los Groenlandeses y la Saga de Eírik el Rojo. A comienzos de los años 6o, el explorador noruego Helge Ingstad descubrió un asentamiento vikingo en L’Anse aux Meadows, en la punta norte de Terranova, Canadá. En las palabras de Antón y Pedro Casariego Córdoba, allí aparecieron «ocho casas, una de ellas de gran tamaño (...) varias agujas mohosas, un fragmento de aguja de hueso de tipo nórdico, una lámpara de piedra del mismo tipo que las de Islandia medieval y, en una pequeña herrería, un yunque de piedra, un horno para extraer hierro del mineral, escoria, trozos de hierro fundido y un pedazo de cobre». Tanto las pruebas de datación arqueológica como la presencia de fundición del hierro y la similitud en la arquitectura con otros yacimientos de origen escandinavo, ponen fuera de toda duda la llegada de los vikingos a América alrededor del año 1000, aproximadamente cinco siglos antes del arribo de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo.
64 Borges se refiere a la llamada Guardia Varangia, organizada a fines del siglo X por Basilio II, emperador de Bizancio. Reconocidos por su temeridad, por su ferocidad en combate y su lealtad al emperador, los varangios o vaeringjar eran los soldados mejor pagados del imperio; servir en esta guardia era un honor que otorgaba de por vida gran prestigio y riqueza.
65 Archipiélagos al norte de Escocia. Los navegantes escandinavos alcanzaron y ocuparon estas islas durante los siglos VIII y IX.
66 Borges está evocando las expediciones vikingas a Tierra Santa. El «peregrino a Jerusalén» es Sigurd Magnusson Jórsalafari (c.1089-1130), hijo del Rey Magnus de Noruega. Jórsalir era el nombre que los vikingos daban a Jerusalén; la palabra escandinava fari significa «viajero»; «Jórsalafari» significa entonces «peregrino o viajero a Jerusalén». Según se cuenta en la Heimskringla, Sigurd Magnusson partió con sesenta naves desde Noruega hacia España en el año 1107. Pasó por Lisboa, Gibraltar y Sicilia y arribó a Palestina en el 1110. Para más información pueden consultarse la Saga de Sigurd el Peregrino, que se incluye en la Heimskringla o Crónica de los Reyes de Noruega, de Snorri Sturluson, y la Saga de los condes de Orcadas, de autor anónimo.
67 Borges se refiere seguramente a la aventura incendiaria de un vikingo llamado Hastein o Hasting, registrada por Benoít de St. Maur y por el cronista Dudo de Saint Quentin en su obra De moribus et actis primorum Normanniae ducum. Se trata de un relato de carácter legendario y veracidad sumamente improbable.
68 La Crónica anglosajona es un registro escrito en forma de anales sucesivos que reflejan eventos ocurridos en la Inglaterra medieval. Se cree que la crónica original fue compilada durante el reino de Alfredo el Grande (871-899). A partir de entonces comenzaron a circular distintas copias, que continuaron independientemente su desarrollo en distintas ubicaciones geográficas. Así, los manuscritos divergen entre sí y comienzan a incorporar material de interés local. Hasta nuestros días han llegado seis de estos manuscritos, que se designan con las letras del alfabeto. La relación entre ellos es tan compleja que varios autores afirman que en lugar de citar una única Crónica anglosajona, más valdría hablar, utilizando el plural, de «crónicas anglosajonas». El poema de Brunanburh aparece en el anal del año 937. El último anal, que corresponde al año 1154, aparece en la llamada crónica de Peterborough (crónica E) y registra la muerte del rey Stephen.
69 Lord Alfred Tennyson compuso su versión del poema de Brunanburh a fines de 1876, basándose en la traducción en prosa de su hijo Hallam, aparecida en la publicación Contemporary Review en noviembre de ese mismo año.
70 El Anexo Anglosajón incluye la traducción de Tennyson de la «Oda de Brunanburh».
71 La batalla de Brunanburh tuvo lugar en el año 937.
72 En la batalla de Junín, que tuvo lugar el 6 de Agosto de 1824, participó el bisabuelo de Borges, Coronel Isidoro Suárez, al frente de una famosa carga de caballería peruana y colombiana que decidió el resultado del combate.
73 Se refiere a la batalla de Junín.
74 A lo largo de la clase, Borges se refiere en forma alternada al personaje como Anlaf y como Olaf. A fin de simplificar la comprensión del texto, aquí y en otros pasajes se emplea siempre Anlaf, nombre con el que Borges se refiere al personaje en la reseña de este poema que se encuentra en Literaturas germánicas medievales (OCC págs. 885-886).
75 La Saga de Egil Skallagrímsson incluye el relato de la batalla de Vínheid (cap. 54), en la que Egil y su hermano Thórolf combaten bajo el mando del rey sajón Aethelstan. Algunos autores suponen que la batalla de Vínheid corresponde a la de Brunanburh, pero existen muchas dudas al respecto. La Saga de Egil Skallagrímsson figura como el volumen 72 de la colección Biblioteca personal de Hyspamérica, aparecida a principios de 1986, y que con prólogos de Borges reunía libros favoritos del escritor.



En Borges profesor
Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires
Edición, investigación y notas: Arias, Martín & Hadis, Martín
© María Kodama, 2000
© 2012, Emecé Editores
Foto: Joel Robine (AFP) Staff Getty Images [detail] 


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