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11/12/18

Herbert E. Craig: La novela de Proust / Ts’ui Pên, según Borges







La oposición de Jorge Luis Borges a la novela como género fue explícita, además de implícita. En su Ensayo autobiográfico, Borges explicó: “En el decurso de una vida dedicada principalmente a los libros he leído pocas novelas, y en muchos casos sólo un sentido del deber me ha permitido llegar a la última página. A la vez, siempre he sido un lector y un relector de cuentos” (75).

En años recientes más de un crítico ha intentado mostrar que Borges escribió por lo menos una novela con un pseudónimo o que tuvo alguna vez el propósito de escribir un texto narrativo de proporciones largas. Juan-Jacobo Bajarlía sostuvo en un artículo de La Nación, “La enigmática novela de Borges”, que Borges fue autor de una novela policial, El enigma de la calle Arcos, la cual se publicó en el diario Crítica (12 de agosto de1933 – 6 de octubre de 1934), pero Fernando Sorrentino refutó de una manera rotunda esta idea en otro artículo de La Nación, “La novela que Borges jamás escribió”. Negó que hubiera semejanza entre el estilo de la novela policial y la de Borges, y puso en duda las distintas explicaciones de Bajarlía. Aunque en su biografía Borges: A Life (2004) Edwin Williamson no se refirió a esta polémica, intentó probar que Borges había pensado escribir una novela que iba a llamar “El congreso”, pero por fin decidió publicar sólo como cuento largo un texto del mismo título (El libro de arena, 1975).

También puedo añadir ya, después del congreso de Iowa City “The Place of Letters: The World of Borges”, que uno de los ponentes, Alberto del Pozo, trató de probar que es posible considerar como novela el libro de Borges Historia universal de la infamia (1935). Aunque la argumentación de la ponencia fue muy interesante, todo depende de cómo se definía el género de la novela en el siglo XX. En mi opinión, al libro de Borges le falta el sentido de la unidad en los personajes, los ámbitos, los temas y la estructura que encontramos en una novela tan amplia y heterodoxa para su tiempo como la de Marcel Proust. Además, en su juicio de tales obras, Borges rara vez perdonaba lo que le parecía una falta de rigor en la estructura y juzgaría una obra suya de la misma manera. En fin, tales ideas sobre Borges como novelista han sido más bien especulaciones y no se ha hallado ninguna prueba de que Borges haya terminado una novela. Recordemos lo que él dijo a Sorrentino: “Nunca pensé en escribir novelas. Yo creo que, si yo empezara a escribir una novela, yo me daría cuenta de que se trata de una tontería y que no la llevaría hasta el fin” (Siete conversaciones 112. Ver Nota 2).

Otros críticos y estudiosos, como el español Luis Veres, han examinado la relación entre Borges y el género de la novela. Aunque les parece evidente que la forma breve del poema o del cuento se ajustaba mucho mejor a la inteligencia sintética y aguda de Borges, no podían negar su interés por la obra novelística de Miguel de Cervantes, Virginia Woolf, Franz Kafka y hasta James Joyce.

Tal vez entre los textos que Borges escribió entre 1936 y 1939 para la revista El Hogar sea posible hallar más comentarios suyos sobre algunas novelas en particular porque en su sección “Libros y autores extranjeros” no podía evitar un género tan importante como la novela. Aunque Enrique Sacerio-Garí y Emir Rodríguez Monegal no incluyeron en su edición Textos cautivos (1986) todos los ensayos y reseñas de Borges de El Hogar, se encuentra allí su biografía sintética de Woolf, Joyce, Kafka y algunos novelistas menores, además de reseñas de varias novelas de William Faulkner y H. G. Wells [búsqueda en blog].

Lo más curioso de los ensayos y reseñas que Borges escribió para El Hogar —los cuales Rodríguez Monegal recomendó en su biografía para conocer los gustos y la forma de pensar del autor argentino (288)— puede ser la casi total ausencia de alusiones a Marcel Proust. Aunque al final de los años treinta À la recherche du temps perdu no gozaba en Europa de la misma fama que había tenido una década antes ni de la que tendría una década después, se estimaba mucho en Argentina, sobre todo en el grupo Sur, en el que participaba Borges. Fue precisamente en 1936 cuando la revista de Victoria Ocampo publicó en cuatro de sus números la traducción de un libro entero sobre Proust, el de Arnaud Dandieu: Marcel Proust: Su revelación psicológica.

Textos cautivos sólo incluye una alusión muy breve a Proust. En su ensayo “Kipling y su autobiografía” (26 de marzo de 1937), Borges observó: “Rudyard Kipling, igual que Marcel Proust, recupera el tiempo perdido, no quiere elaborarlo, entenderlo. Se complace en el antiguo sabor” (109). Este comentario no parece desfavorable, pero en el único otro sobre Proust que he podido encontrar en El Hogar, el cual se incluyó en una antología más reciente, Borges en El Hogar, el escritor argentino citó una opinión muy negativa acerca de Proust. Leemos en la sección “De la vida literaria” del 13 de mayo de 1938: “En el segundo volumen de su Autobiografía, H. G. Wells declara que Marcel Proust tiene menos valor documental y es menos divertido que un diario viejo y que éste ofrece la ventaja de ser más fidedigno y de no imponer su interpretación” (106).

Es muy evidente el contraste entre esta cita y lo que Borges escribió él mismo en El Hogar sobre las otras grandes figuras del modernismo europeo: Joyce, Kafka y Woolf. Aunque Borges señaló la apariencia caótica de Ulises, concedió que “la delicada música de su prosa es incomparable” (Textos cautivos 84). Llamó la obra de Kafka “extraordinaria” (182) y dijo que Woolf era “una de las inteligencias e imaginaciones más delicadas que ahora ensayan felices experimentos con la novela inglesa” (38).

Necesito reconocer que Borges tardó mucho tiempo en citar a Proust, pero esto no quiere decir que no conociera la Recherche. Cuando lo visité en su departamento de Buenos Aires en noviembre de 1976 (después de haberle conocido en Wisconsin), me confesó que había comenzado a leer a Proust en Ginebra, es decir antes de la partida de su familia en junio de 1918 o durante una de sus breves visitas en 1919, 1920 o 1923. En nuestra conversación pude observar que entre los siete tomos proustianos Borges conocía mejor el segundo À l’ombre des jeunes filles en fleurs y que sabía una buena cantidad del ultimo, Le temps retrouvé. Como he sugerido en dos ponencias y en mi libro Marcel Proust and Spanish America (84-85), Borges mostró su conocimiento de Proust y su oposición implícita a la Recherche en dos textos de los años veinte: “La nadería de la personalidad” (1922) y “Sentirse en muerte” (1928).

El nombre de Proust aparece en su ensayo “La poesía gauchesca”, donde dice con aparente desdén, “hay escritores de indudable valor —Marcel Proust, D. H. Lawrence, Virginia Woolf— que suelen agradar a las mujeres más que a los hombres”. Aunque es posible leer hoy este ensayo y cita en su libro Discusión, no estaban en la primera edición de 1932 sino en la de 1957 (1: 186). No obstante, Borges sí mencionó a Proust en una reseña que escribió sobre una novela de Norah Lange (45 días y 30 marineros) para Revista Multicolor de los Sábados. Así hallamos en este suplemento semanal del diario Crítica del 9 de diciembre de 1933: “Toda novela (para el escritor y para el Ángel de su Guarda) es autobiográfica; la de Stevenson no es menos que la de Proust” (Borges en Revista Multicolor 206).

Curiosamente en "Historia de la eternidad” (1936) Borges citó un ensayo de Jorge Santayana sobre el autor de la Recherche (“Proust on Essences”) para probar su idea acerca de la eternidad, pero evitó decir que “el español emersonizado” estaba citando en realidad a Proust: “Vivir es perder tiempo: nada podemos recobrar o guardar sino bajo forma de eternidad” (1: 364). En la traducción al español por Julio Irazusta del mismo fragmento, el cual apareció en un artículo de éste publicado en Sur (“Una opinión de Santayana sobre el testimonio filosófico de Proust”), se nombra específicamente a Proust: “La vida, a medida que fluye, es tiempo perdido, y que de ella no puede jamás recuperarse, o poseerse verdaderamente nada sino bajo la forma de la eternidad que es también, como Proust nos lo dice, la forma del arte” (123).

Con la excepción de las breves alusiones en Revista Multicolor y en El Hogar, la primera referencia explícita de Borges a Proust parece ser la de su prólogo a La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. Como todos sabemos, para destacar la obra de imaginación razonada de su amigo y discípulo, Borges quiso poner en duda la novela psicológica que José Ortega y Gasset había defendido en “Ideas sobre la novela” (1925). Según Borges, la novela psicológica era “informe” por su ausencia de argumento y en algunos casos era pseudo-realista. Fue justamente en este contexto que citó la Recherche como ejemplo de tales defectos: “Hay páginas, hay capítulos de Marcel Proust que son inaceptables como invenciones: a los que, sin saberlo, nos resignamos como a lo insípido y ocioso de cada día” (12). Tal comentario, que nos recuerda el de Wells por su ceguera de la penetración psicológica de Proust, sugiere que para Borges el mundo de sensaciones cotidianas que el novelista francés captó mejor que nadie era una cosa baladí y aburrida, y había fracasado en términos de invención literaria.

Sin embargo, no podemos concluir que Borges era incapaz de percibir ninguno de los valores de Proust y que siempre hablaba mal de su obra. Un examen de sus otras referencias al novelista francés —algunas de las cuales he podido hallar con la ayuda de The Literary Universe of Jorge Luis Borges (1986), de Daniel Balderston— muestra que Borges, sobre todo en los libros que escribió con otras personas, sí pudo reconocer ciertos aspectos buenos de la Recherche. Leemos por ejemplo en Introducción a la literatura inglesa (1965), cuyo texto redactó con María Esther Vázquez, que Proust, al igual que Henry James, había influido en los “curiosos experimentos” de Virginia Woolf (Obras completas en colaboración 853), los que Borges alabó en El Hogar.

Asimismo, en una conversación que Borges tuvo con Adolfo Bioy Casares en julio de 1955 —la cual se publicó primero en Clarín (24 de noviembre de 2001) y luego en el libro Borges de Bioy—ambos reconocieron la perspicacia de Proust en su descripción de grupos sociales, además de su actitud mayormente optimista. Borges admitió: “En Proust siempre hay sol, hay luz, hay matices, hay sentido estético, hay alegría de vivir” (Borges 133-34) [Martes, 14 de junio de 1955]. También puedo agregar, después de haber hojeado estos recién publicados diarios de Bioy, que allí la mayoría de las diez referencias a Proust son favorables. Sin duda, algunas reflejan la admiración que Bioy sentía por Proust, pero otras indican que Borges también apreciaba ciertos aspectos de la Recherche.

Aunque he mostrado en unas ponencias y en mi libro (86-91) la oposición de Borges a Proust y traté de probar que “Funes el memorioso” era una parodia del “Hommage à Marcel Proust” de La Nouvelle Revue Française, he escogido para esta ocasión otro cuento de Borges, “El jardín de senderos que se bifurcan”, porque aquí el autor argentino refleja una actitud más ambivalente hacia el novelista Marcel Proust y hacia la novela misma.

Ya desde mi primera lectura de este cuento hace muchos años, las circunstancias de la vida del novelista chino Ts’ui Pên, de las cuales hablan los personajes Stephen Albert y Yu Tsun, me hicieron pensar en las de Marcel Proust. Tanto éste como Ts’ui Pên abandonaron un mundo de placeres y de banquetes y se enclaustraron por una docena de años para escribir una novela. Asimismo al morir dejaron un manuscrito inconcluso que parecía caótico. Sin duda, hay ciertas diferencias biográficas entre el autor francés que escribía desde su cama en una habitación forrada de corcho y Ts’ui Pên, que había sido gobernador de una provincia de la China. Pero varias semejanzas entre los textos sugieren que Borges se inspiró en Proust y su novela para crear, por lo menos en parte, a Ts’ui Pên y su obra.

Primero, hay que observar que la sintaxis y la estructura muy originales de Proust desorientaron a sus primeros lectores en Francia y en otros países. Se perdían en sus oraciones muy largas y laberínticas. Además, no sabían adónde el narrador los llevaba. Para expresar su desconcierto, al igual que su fascinación, uno de los primeros críticos españoles de la Recherche, Corpus Barga, presentó a Proust con el título “Un letrado chino”. De igual modo, en su reseña de la traducción de Pedro Salinas del primer tomo, el crítico español Cipriano Rivas Cherif expresó su desdén por la Recherche, que consideró inferior a su traducción, llamándola “chinerías literarias”. Puesto que Borges pasó tiempo en España precisamente en los años de estos textos, es posible que haya leído tales comentarios sobre la compleja novela francesa.

Antes de su muerte en noviembre de 1922, Proust llegó a publicar los cuatro tomos iniciales de su obra, pero los tres restantes aparecieron póstumamente. Debido a su método de insertar episodios y comentarios en su texto ya escrito, su mala memoria y la imposiblidad de hacer una revisión final de los últimos tomos, los primeros lectores encontraron en éstos unos cuantos detalles irregulares. Tres de sus personajes—Bergotte, la Berma y Madame de Villeparisis— mueren y luego aparecen vivos en el texto, se atribuye a más de un personaje la misma acción, y se habla de un mismo asunto desde distintas perspectivas. Para otro miembro del grupo Sur, Enrique Anderson Imbert, quien escribió el ensayo “El taller de Proust” (Sur, 1957), tales irregularidades eran de mucho interés porque hacían ver el método de composición del novelista francés. En contraste, para un escritor minucioso como Borges, sugerían la falta de arte o el caos, pero este rasgo a su vez podía indicar otra cosa: un laberinto. Como su personaje Albert explica, “la confusión de la novela china” —en que el héroe muere en el tercer capítulo y está vivo en el cuarto— le sugirió que esta obra misma “era el laberinto” que Ts’ui Pên había prometido crear, al igual que una novela (1: 477).

Aquí podemos intuir el sentido del humor de Borges, además del proceso suyo de creación. Pone en boca de un personaje su crítica personal de la novela. Dirigiéndose a su huésped chino Yu Tsun, Albert dice “En su país, la novela es un género subalterno; en aquel tiempo era un género despreciable” (1: 478). El aparente caos de la novela de Ts’ui Pên (como la de Proust) era aún más extremo que la estructura “informe” de la novela psicológica de que habló Borges en su prólogo a La invención de Morel, pero él pudo mejorar el caos al convertirlo en un laberinto.

Evidentemente, no puedo negar la conexión por lo menos parcial entre la novela de Ts’ui Pên y la verdadera novela china. En el cuento Borges cita uno de sus más conocidos ejemplos, Hung Lu Meng [El sueño del aposento rojo], el cual reseñó en El Hogar (19 de noviembre de 1937). No obstante, según sus comentarios en Textos cautivos o en el libro mismo, es posible observar que a primera vista esta novela de Tsao Hsue Kin parece tener aun menos continuidad de personajes y de acción que la novela de Ts’ui Pên. De Hung Lu Meng Borges escribió: “los personajes secundarios pululan y no sabemos bien cuál es cual. Estamos como perdidos en una casa de muchos patios” (188). En contraste, un personaje de la novela ficticia de Ts’ui Pên, Fang, y unos soldados aparecen en capítulos contiguos aunque en situaciones opuestas. Sin duda, algunos críticos han señalado un sentido de unidad en Hung Lu Meng, y otros, como Haiqing Sun (21-22), han hecho hincapié en la representación de todo el universo en el texto, pero tal desarrollo de lazos unificadores depende tanto de unas ideas espirituales o religiosas chinas como de su estructura misma.

Por otra parte, las semejanzas entre la novela de Ts’ui Pên y la de Proust atañen a otros aspectos. Aunque parezca exagerado decir que “Ts’ui Pên” es un anagrama imperfecto de “Proust”, no me parece una mera coincidencia que cuatro de las seis letras del nombre de Proust (p, u, s, t) se hallen repetidas entre las siete letras del nombre de Ts’ui Pên. Además, hay una semejanza gráfica entre las otras consonantes (r, n) y dos de las vocales restantes tienen el mismo nivel articulatorio (son vocales medias: o, e).

Primero observamos cómo el sinólogo Albert utilizó una carta para descubrir la verdadera intención del autor. La afirmación escrita por Ts’ui Pên, “Dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan” (1: 477), le ofreció a Albert la clave sobre la enigmática relación entre la novela y el laberinto. De modo muy similar varios críticos de Proust utilizaron las cartas de él para explicar sus intenciones. Por ejemplo, cuando, antes de la publicación póstuma del último tomo de Proust, algunos críticos e incluso el mismo Ortega y Gasset negaron que la Recherche tuviera una estructura bien pensada, el crítico francés Benjamin Crémieux recurrió a una carta de Proust para probar lo contrario. Allí éste confesó que había escrito la parte final de su enorme texto justamente después de la primera y que había subordinado todos los detalles a su estructura, que él llamó “rigurosa” (80).

Como han de saber, el gran tema de Proust, el tiempo, coincide, por lo menos en términos generales, con el de la novela de Ts’ui Pên. Sin duda, el concepto del tiempo es muy diferente en los dos casos. Para Proust, el tiempo es el que transcurre y que por el olvido se pierde, pero uno puede recuperarlo a través de la memoria involuntaria. En contraste, como Albert descubrió, el tiempo, para Ts’ui Pên, se parece al mismo jardín de senderos que se bifurcan. En cada circunstancia de la vida uno encuentra diversas alternativas pero tiene que optar por una. Lo original de Ts’ui Pên fue observar que existen en potencia “infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos” (1: 479).

No niego estas diferencias, sino que defiendo el concepto también original de Proust porque sus ideas sobre el tiempo y la memoria y su empleo de ellas en su estructura afectaron mucho la novela del siglo XX. Además, veo dos elementos que confirman la relación entre Borges y Proust. Por una parte, hay dos senderos que desempeñan un papel fundamental en la Recherche: el camino de Swann y el de los Guermantes. En “Combray” durante sus vacaciones la familia del protagonista solía dar paseos por un lado o por el otro. Estos dos mundos, que parecían muy diferentes y separados, se desarrollaron en dos tomos distintos de la serie: Du côté de chez Swann y Le côté de Guermantes. Luego en el último tomo Le temps retrouvé llegaron a converger por un matrimonio entre la hija de Swann y un sobrino de los Guermantes. De este modo, y con la ayuda de sus temas entrelazados, Proust cerró la vasta estructura de su obra.

Por otra parte, la palabra “tiempo” se utiliza de una manera significativamente contrastiva en las dos obras. En el primer tomo de Proust el equivalente en francés de tiempo, “temps”, forma parte de la primera palabra “Longtemps” [largo tiempo] y resulta ser la última palabra del séptimo y último tomo de la Recherche. Asimismo para recordar al lector el tema principal de su obra, Proust aludía constantemente al tiempo. En contraste, para cumplir con el mismo propósito de llamar la atención sobre el tema del tiempo, Ts’ui Pên evitó de forma sistemática esta palabra. Como dice Albert, “Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas ineptas y a perífrasis evidentes, es quizás el modo más enfático de indicarla” (1: 479).

De nuevo, podemos observar una oposición entre Borges y Proust, pero también la presencia de éste en un cuento de aquél, pues el novelista francés parece haber inspirado de muchas maneras la creación de “El jardín de senderos que se bifurcan”. Aquí Borges es menos combativo y no es como el boxeador adversario de Proust que Tim Conley sugiere en su artículo “Borges versus Proust”. Tampoco parece Borges en este cuento explícitamente opuesto a Proust en su modo de escribir sobre las experiencias de la vida, como alega John Arthos en “Rhetoric of the Ineffable". Así, cuando el personaje Albert encuentra valores en la novela de Ts’ui Pên y en su vida, Borges hace lo mismo con relación a la Recherche y su autor. Por eso me atrevo a insertar el nombre de Proust en la siguiente cita del cuento: “Ts’ui Pên / Proust fue un novelista genial, pero también fue un hombre de letras que sin duda no se consideró un mero novelista. El testimonio de sus contemporáneos proclama —y harto lo confirma su vida— sus aficiones metafísicas, místicas. La controversia filosófica usurpa buena parte de la novela” (1: 479).

Aquí Borges parece reconciliarse hasta cierto punto con Proust, al igual que con la novela. No podía negar que en las digresiones de la Recherche había mucha filosofía, metafísica e incluso mística. Además de los temas del tiempo y de la memoria, Proust examinó la percepción y la identidad, las que claramente le interesaban también a Borges. Sin duda, el análisis psicológico proustiano del amor y de la sociedad le gustaba menos, pero el escritor francés, aun más que el argentino, creía en la salvación casi mística por el arte. A fin de cuentas, Borges nunca reconoció su admiración relativa y su deuda hacia Proust, pero en las semejanzas y diferencias entre la novela de Ts’ui Pên y la de Proust podemos intuir una confesión velada y parcial. En realidad, Borges compartía muchas cosas con Proust: su amor por la literatura y las ideas, ciertos temas literarios y diversos aspectos de su vida personal (una relación especial con su madre, el insomnio, etc.). Pero, para ser un escritor original, Borges se esforzó mucho por diferenciarse de Proust. Así, escogió otro sendero o camino, no el de la novela sino el del cuento.

Herbert E. Craig
University of Nebraska at Kearney



Obras Citadas


Anderson Imbert, Enrique. “El taller de Proust.” Sur 246 (1957): 13-20.
Arthos, John. “Rhetoric of the Ineffable: The (Post-)Modern Audience’s Equipment for Living (Proust y Borges)”. Journal of Narrative Technique 25.3 (1995): 258-84.
Bajarlía, Juan-Jacobo. “La enigmática novela de Borges.” La Nación 13 de julio de 1997. Suplemento “Cultura”: 6.
Balderston, Daniel. The Literary Universe of Jorge Luis Borges: An Index to References and Allusions to Persons, Titles and Places in His Writings. New York: Greenwood Press, 1986.
Barga, Corpus (Andrés García de la Barga). “Un letrado chino: Marcel Proust y sus novelas.” El Sol 28 de marzo de 1920: 6.
Bioy Casares, Adolfo. Borges. Barcelona: Ediciones Destino, 2006.
Borges, Jorge Luis. Borges en "El Hogar" (1930-1958). Buenos Aires: Emecé, 2000.
— Borges en Revista Multicolor: Obras, reseñas y traducciones inéditas de Jorge Luis Borges. Buenos Aires: Editorial Atlántida, 1995.
— Un ensayo autobiográfico. Barcelona: Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores/ Emecé, 1999.
— Obras completas. T. 1 (1923-1949). Buenos Aires: Emecé, 1989.
— Obras completas en colaboración. Buenos Aires: Emecé, 1979.
— “Prólogo” La invención de Morel. Por Adolfo Bioy Casares. Buenos Aires: Emecé, 1953.
— Textos cautivos: Ensayos y reseñas en “El Hogar” (1936-1939). Ed. Enrique Sacerio-Garí y Emir Rodríguez Monegal. Barcelona: Tusquets,1990.
Conley, Tim. “Borges versus Proust: Toward a Combative Literature.” Comparative Literature 55.1 (2003): 42-56.
Craig, Herbert E., Marcel Proust and Spanish America: From Critical Response to Narrative Dialogue. Lewisburg: Bucknell University Press: 2002.
Crémieux, Benjamin. “Un débat avec M. Louis de Robert sur la composition chez Proust.” Du côté de chez Proust. París: Lemarget, 1929. 65-94.
Dandieu, Arnaud. “Marcel Proust: Su revelación psicológica.” Sur 24 (1936): 40-79, 25 (1936): 25-49, 26 (1936): 74-108, 27 (1936): 88-104.
Irazusta, Julio. “Una opinión de Santayana sobre el testimonio filosófico de Proust.” Sur 26 (1936): 121-124.
Ortega y Gasset, José. “Ideas sobre la novela.” La deshumanización del arte. Madrid: Revista de Occidente, 1925. 83-149.
Proust, Marcel. À la recherche du temps perdu. 4 tomos. Ed. de Jean-Yves Tadié. París: Pléiade, 1987-1989.
Rivas Cherif, Cipriano. “Por el camino de Swann.” La Pluma 2.16 (1921): 187.
Rodríguez Monegal, Emir. Jorge Luis Borges: A Literary Biography. Nueva York: E. P. Dutton, 1978.
Santayana, George. “Proust on Essences.” Life & Letters 2.13 (1929): 455-459.
Sorrentino, Fernando. “La novela que Borges jamás escribió.” La Nación 17 de agosto de 1997. Suplemento “Cultura”: 4.
— Siete conversaciones con Jorge Luis Borges. Buenos Aires: Casa Pardo, 1973.
Sun, Haiqing. “Hong Lou Meng in Jorge Luis Borges’s Narrative.” Variaciones Borges 22 (2006): 15-33.
Veres, Luis. “Borges y el género de la novela.” Espéculo 25 (2003). 
Williamson, Edwin. Borges: A Life. New York: Viking, 2004.



En Variaciones Borges 26 (2008)




Agradecemos el aporte de Yonah Kranz [+] que me acercó el texto para este blog.



3/5/18

Fernando Sorrentino: El vuelo del águila






En El Trujamán titulado «El ilimitado don Francisco Soto y Calvo» escribí:

Sin que ahora logre determinar dónde ni cuándo, recuerdo que en cierta entrevista Jorge Luis Borges se refirió, de una manera por donde parecía correr una sonrisa irónica, a don Francisco Soto y Calvo.

«Debo a la conjunción» de mi memoria y el azar el hallazgo del texto en cuestión. Se encuentra en el libro de Roberto Alifano El humor de Borges (Buenos Aires, Proa, 2000). Habla —no escribe— Borges y, por supuesto, vale la pena escucharlo con atención:

[Francisco Soto y Calvo] era un hombre solemne, sin ningún sentido del humor. Él era estanciero, poeta, traductor y también editor. Soto y Calvo consagró toda su vida a las traducciones y a la poesía: un amor no correspondido, por supuesto, ya que era un poeta mínimo. Ahora, siguiendo aquello que dijo Bernard Shaw, yo no puedo referirme a este amigo mío en otro tono que no sea el del humor. Involuntariamente, su obra de traductor está llena de disparates y no se la puede ver en otra forma que no sea la del humor. Era el único traductor que traducía del idioma inglés sin conocer inglés, conociendo solamente el idioma castellano. Un caso curioso, ¿no? Soto y Calvo partía de la teoría de que había que traducir palabras, en el mismo orden y con el mismo número de sílabas. Yo le señalé, alguna vez, que esto era imposible. Por lo pronto, las mismas palabras, en el mismo orden, ya presupone una sintaxis similar en los idiomas. En inglés, en alemán o en francés se debe anteponer el sujeto al verbo: en cambio, en castellano no. Por ejemplo, si yo digo «llegó un jinete», «un jinete llegó», es lo mismo; pero en otro idioma no se puede empezar por el verbo. Esto, obviamente, no le importaba para nada a Soto y Calvo. Él sostenía, convencido, que con su sistema se podía traducir correctamente.
[…]
Una vez me leyó una traducción que había hecho de Al Aaraaf, ese poema largo de Edgar Allan Poe, donde por primera vez se fusionan la técnica y la poesía. Recuerdo que un verso decía así: The eternal voice of God is passing by, / And the red winds are withering in the sky! («¡Pasa la voz eterna de Dios, / y los rojos vientos se marchitan en el cielo!») Soto y Calvo me leyó su traducción, realizada con las mismas palabras, con el mismo orden y con el mismo número de sílabas, y decía: «Ya no brama en la esfera el hórrido aquilón». Yo, entonces, observé tímidamente que me parecía que no eran las mismas palabras, en el mismo orden y con el mismo número de sílabas. Y Soto y Calvo me contestó: «Yo esperaba algo mejor de usted, Borges; el águila vuela muy alto». Esto lo dijo con cierta indulgencia hacia mí; el águila era él, por supuesto.
Desde luego, si yo fuera juez, consideraría con reservas este testimonio de Borges: son más que evidentes la alegría de crear ficción y de improvisar oralmente una anécdota graciosa, y también el placer humorístico de la hipérbole y del embuste.


Y está muy bien que sea así, pues siempre he sido de la idea de que la literatura debe ser más bella que la verdad.





Imagen s-a: Fernando Sorrentino en septiembre 2013 Vía 
Abajo: Francisco Soto y Calvo (s-a) vía



17/1/18

Diego Tomasi: Cortázar y Borges. Algunos testimonios







El año 1942 es el de la lectura profunda y apasionada de la obra de Borges. Cortázar lee El jardín de senderos que se bifurcan, publicado por editorial Sur ese mismo año. También compra la Antología poética argentina, que Borges hizo junto con Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares para la colección Laberinto de Editorial Sudamericana. En el libro Revelaciones de un cronopio, de Ernesto González Bermejo, Cortázar reflexiona: «El choque que me produjo a mí la escritura de Borges fue sin duda el más grande que yo había recibido hasta ese momento. Porque había tenido muchos choques pero eran siempre con escritores extranjeros, franceses, ingleses, que no tenían por qué repercutir en mi idioma. (…) Encontrar en la Argentina, en un momento en que se escribía bastante tupido, a la manera peninsular, a un hombre que ha pulido, que ha limado el lenguaje reduciéndolo casi al nivel de aforismo, de apotegmas, (…) era una experiencia que un joven escritor sensible tenía no solamente que recibir sino que aceptar y seguir».

  A Omar Prego Gadea le dice, para su libro La fascinación de las palabras: «Mis lecturas de los cuentos y de los ensayos de Borges, en la época en que publicó El jardín de senderos que se bifurcan, me mostraron un lenguaje del que yo no tenía idea. (…) Lo primero que me sorprendió fue una impresión de sequedad. Yo me preguntaba: ¿Qué pasa aquí? Esto está admirablemente dicho, pero parecería que más que una adición de cosas se trata de una continua sustracción. Y, efectivamente, me di cuenta de que Borges, si podía no poner ningún adjetivo y al mismo tiempo calificar lo que quería, lo iba a hacer. O, en todo caso, iba a poner un adjetivo, el único, pero no iba a caer en ese tipo de enumeración que lleva fácilmente al floripondio».

[...]

En diciembre de 1946, la revista Los Anales de Buenos Aires, que dirigía Jorge Luis Borges (otra vez Borges) publicó un cuento de Julio Cortázar que sería leído y mencionado millones de veces en los ámbitos literarios y académicos. Y en todas partes. Con ilustraciones de Norah Borges, hermana de Jorge, en el número 11 de Los Anales de Buenos Aires se conoció la breve y a la vez infinita perfección de «Casa tomada».

  En Revelaciones de un cronopio, de Ernesto González Bermejo, Cortázar ubica el nacimiento y la concreción de «Casa tomada» en Buenos Aires, después de una pesadilla: «Es curioso cómo lo recuerdo; era pleno verano en mi casa de Villa del Parque, en Buenos Aires; me desperté bañado en sudor, desesperado ya, frente a esa cosa abominable, y me fui directamente a la máquina y en tres horas el cuento estuvo escrito. Es el paso directo del sueño a la escritura».

  En un pasaje del libro Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, de Fernando Sorrentino, el entonces director de Los Anales de Buenos Aires recordó cómo llegó a publicarse «Casa tomada». En esa entrevista, Borges dijo: «Yo me encontré con Cortázar en París, en casa de Néstor Ibarra. Él me dijo: “¿Usted se acuerda de lo que nos pasó aquella tarde en la diagonal Norte?” “No”, le dije yo. Entonces él me dijo: “Yo le llevé a usted un manuscrito. Usted me dijo que volviera al cabo de una semana, y que usted me diría lo que pensaba del manuscrito”. (…) Al cabo de una semana volvió. Me pidió mi opinión, y yo le dije: “En lugar de darle mi opinión, voy a decirle dos cosas: una, que el cuento está en la imprenta, y dentro de unos días tendremos las pruebas; y otra, que ya le he encargado las ilustraciones a mi hermana Norah”».

[...]

El año 1947 fue de mucha producción para Cortázar. Además del trabajo en su ensayo, y en algunos nuevos cuentos, se propuso encontrar maneras de difusión de su obra ya escrita. Envió una carta a Borges para mencionarle su admiración por el relato «La casa de Asterión», que sería incluido en el libro El Aleph, de 1949. El texto compartía su eje temático con Los reyes, que Cortázar mandó a Borges en el mismo paquete. La búsqueda dio resultados. Los reyes se publicó, dividido en tres partes, en los números 20, 21 y 22 de la revista Los Anales de Buenos Aires (correspondientes respectivamente a octubre, noviembre y diciembre de 1947).

[...]

Después, la conversación se paseó por Buenos Aires, por sus calles, por sus esquinas. Y Cortázar contó una anécdota que lo vinculaba, como en muchas otras ocasiones, con Jorge Luis Borges. Lo relató así: «Muchos saben que tengo la convicción de que, además de las leyes que conocemos, hay otras que ciertas antenas captan. (…) Me pasó el otro día, y por cierto me inquietó mucho. (…) A las 10 de la noche salí a comer. En la esquina estaba parado Borges. A la mañana siguiente salí temprano a caminar y me encuentro parada, en la otra esquina, a Victoria Ocampo. De golpe, esos dos encuentros me proyectaron treinta años hacia atrás. Cuando Borges, Victoria y yo coincidíamos en esa línea que se podría resumir en la revista Sur. ¿No te parece curioso que en una ciudad con más de ocho millones de habitantes, con una diferencia de doce horas, me encuentre a Borges en una esquina y a Victoria Ocampo en la otra? La gente se acerca como se aleja por razones que no son siempre fáciles de comprender…»

[...]

El testimonio del periodista argentino Jorge Camarasa revela, también, un encuentro que pudo haber sido y que no fue. En ese diciembre de 1983, existió la posibilidad de que se reunieran, para una entrevista, Julio Cortázar y Jorge Luis Borges. Cuenta Camarasa: «Yo tenía la idea de juntarlo con Borges. La propuesta se la hice llegar a Cortázar a través de un intermediario, porque no hablé con él antes del día de la entrevista. Con Borges sí hablé yo mismo por teléfono, y enseguida se mostró dispuesto. Pero Borges no podía en el horario que Cortázar tenía disponible, que también había aceptado la reunión». Así, los escritores no se encontraron. Esta vez, Cortázar no lo vio a Borges parado en una esquina, como había pasado diez años antes.




En Diego Tomasi: Cortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar
Buenos Aires, Seix Barral, 2013 (Cover: imagen abajo)

Imagen arriba: Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, vistos por Eulogia Merle [TWVía

22/8/17

Fernando Sorrentino: Borges acusado y absuelto








El número 17 de la tercera época de la revista Proa (Buenos Aires, mayo-junio, 1995) registra un breve texto inédito de Julio Cortázar titulado «Translate, traduire, tradurre: traducir».

En él, entre otros temas, compara el placer de traducir con el trabajo de traducir:
"Trujamán silencioso, en mi juventud viví tiempos de delicia mientras traducía libros como Mémoires d’Adrien, de Marguerite Yourcenar, o L’immoraliste, de André Gide, y años después los pagué con jornadas de horror o de letargo frente a los informes de algunos expertos de las Naciones Unidas en las esferas (ellos lo escriben así) de la sociología / alfabetización / regadío / medios masivos de comunicación (sic) / biblioteconomía / reactores atómicos de agua pesada, etcétera, que en general merecían su denominación de informes pero en segunda acepción."

Hay también algunas bromas sobre errores o disparates variados que se deslizan en traducciones y no falta —en su estilo de artificiosa oralidad— la simpática autotomadura de pelo:
"He palidecido al releer fragmentos de mis viejas versiones literarias, como en el caso del célebre pero olvidado estudio del abate Brémond sobre plegaria y poesía, donde me equivoqué sobre el esprit en el sentido de ingenio o agudeza y lo traduje derecho viejo como ‘espíritu’, estropeándole el pasaje al buen abate."

Pero enseguida agrega:
"Claro que peor le ocurrió a Borges que en un poema creo que de Francis Ponge tradujo sol por ‘sol’ en vez de ‘suelo’, pero ya se sabe que esas cosas pasan en las mejores familias, vide San Jerónimo."

Muy bien. Ocurre que, en toda su vida, Borges tradujo, del francés, tres poemas (o, mejor dicho, un poema y una suerte de prosa poemática):

  1. El poema es «Paysage cruel» (constituido por cuatro partes tituladas «Trame», «Moments», «Animale», «Le temps de l’insecte»); esta obra pertenece a Édith Boissonnas (1904-1980).
  2. Las prosas poemáticas pertenecen, en efecto, a Francis Ponge (1899-1988) y se titulan «De l’eau» y «Bords de mer».*
La revista Sur, en su entrega dedicada a la literatura de Francia (Buenos Aires, año 16, núm. 147-148-149, enero-febrero-marzo, 1947), incluye todos estos textos en versión bilingüe con páginas enfrentadas: en las pares se halla el original francés; en las impares, la versión española de Borges.

Por exceso de escrúpulo (Cortázar escribió «creo que de Francis Ponge») revisé también el texto de Edith Boissonnas: allí no aparecen los vocablos sol ni soleil

Tampoco se encuentran en «Bords de mer». Pero sí en «De l’eau», según este detalle:

El vocablo sol figura cinco veces (a = Ponge; b = Borges):

a. Comme le sol, comme une partie du sol, comme une modification du sol.
b. Como el suelo, como una parte del suelo, como una modificación del suelo.
a. (…) se couche à plat ventre sur le sol (…).
b. (…) se acuesta boca abajo en el suelo (…).
a. (…) dans son désir d’adhérer au sol (…).
b. (…) en su deseo de adherirse al suelo (…).

En cambio, soleil sólo se halla dos veces:

a. Cependant le soleil et la lune sont jaloux de cette influence exclusive(…).
b. Sin embargo el sol y la luna le envidian esta influencia exclusiva (…).
a. Le soleil alors prélève un plus grand tribut.
b. El sol le arranca entonces mayor tributo.

Como vemos —y no podía esperarse otra cosa—, no hay ningún error en la traducción de Borges. Queda, por lo tanto, absuelto de culpa y cargo de la acusación de haber cometido tan grosero dislate.

En cuanto a la información suministrada por Cortázar, puede considerarse un ejercicio de literatura fantástica, a la que tan afecto era el imaginativo y cosmopolita narrador.


(*) Transcurrido más de medio siglo, adviértase la abismal diferencia de magnitud literaria que 
existe hoy entre los encumbrados creadores francófonos y el humilde traductor al español de entonces.




Cortesía de El Trujamán correspondiente al 9 de octubre de 2002
Foto (s-a) Fernando Sorrentino Vía

Abajo: Cover Proa n° 17 (Buenos Aires, mayo-junio, 1995)
Sitio oficial Fernando Sorrentino


4/6/17

María Kodama: Juan Goytisolo nos presenta...







   Juan Goytisolo nos presenta una lúcida división, sin establecer una escala de valores, entre los que se aproximan a una literatura, a un mundo, en este caso el islámico, desde lo meramente teórico o científico y el otro constituido por escritores, aventureros, para los cuales el Islam es como el “Aleph” de Borges, punto convergente de imágenes, disparador de mecanismos de sueño, de evasión de peligro como las cambiantes arenas del desierto; en esta categoría están Burton, Lawrence o Isabelle Eberhardt, y agrego un reciente descubrimiento, para mí, Gertrude Bell.

  Nadie como Goytisolo logró decantar la esencia de España, como el perfumista que logra, mezclando en exacta proporción maderas, almizcle y flores ofreciendo la más exquisita esencia, así nos muestra Goytisolo de qué modo el entrelazado del Islam, lo judío y lo español decantado, dará obras inigualables de la literatura, por ejemplo El libro del buen amor y el Quijote por citar los más emblemáticos de Toledo, centro fundacional de lo más maravilloso que tiene el ser humano, su necesidad de comprender al otro, a su mundo a través del conocimiento de su lengua.

  Todo esto fue absorbido inconscientemente por Juan Goytisolo desde esa difícil infancia que le tocó vivir donde en esa terrible guerra civil, que encierra el horror de hoguera y el de fratricidio, muere su madre. Desde su asentamiento en París en 1956, y pese a su temprana lectura de autores como Gide, Sartre, Camus, siempre permanecerá fiel a su raíz española. Goytisolo se rebela contra la falta de libertad política y cultural de su país y paradójicamente es en Francia donde a comienzos de los años sesenta siente esa atracción que será luego en ese vasto mapa que es para un escritor el mundo otra “de sus patrias”, Marraquesh. Esta aproximación, como lo dice en Contracorrientes “fue ante todo humana” ante la guerra de Argelia y la persecución de la que era testigo.

  Goytisolo, con una honda preocupación social, con un instinto de solidaridad extraordinaria con los perseguidos con los que se sentía identificado, va a adentrarse en ese mundo que le otorgará la “baraka”, la gracia, sólo posible para quien no traiciona su esencia.

  Como de una maravillosa cantera Juan Goytisolo excava, va hallando en la profundidad del subconsciente de España sacando a luz trazos de lo árabe. Ya los críticos han visto el entronque entre El libro del buen amor y Makbara. Ambas obras ofrecen la peligrosa movilidad de las arenas del desierto, cambio de identidades, de sexo, de edad, con esto el cambio de personas gramatical.

  Dice Juan Goytisolo que existe un oído musical. Esto también lo sentía Borges cuando al leerle un texto decía que el autor no tenía oído, que jamás podría escribir una prosa sin tener oído para escuchar la cadencia del párrafo. En el comienzo la literatura fue oral o fue hecha para ser escuchada. La Ilíada, la Odisea, con el maravilloso hexámetro dactílico, o las tragedias griegas donde a cada acción corresponde un pie que imprimirá la música de la palabra y llevará al paroxismo la fuerza de la tragedia.

  Por supuesto, Goytisolo siente que una experiencia maravillosa sería una lectura en voz alta de Makbara en la plaza de Marrakesh, Jemaa el-Fna. Sólo así esa música que palpita encerrada en los trazos de la escritura sobre la página en blanco, cobraría vida y voz en un magnífico concierto donde podrían hallarse todos los registros.

  Goytisolo dice identificarse con el mítico conde Don Julián, el traidor que permitió a los árabes entrar en España. Para Juan Goytisolo esto no es una traición sino una hazaña, ya que permitió justamente el mestizaje enriquecedor que se detendrá por la crisis de España en el siglo XVI y XVII.

  Cervantes va a convertirse en el faro que será la luz, el centro de la literatura española, el vivo arquetipo en cuya admiración se unirán Juan Goytisolo en España y Jorge Luis Borges en la Argentina. Ambos encuentran en el Quijote la libertad que implica la aceptación de lo diferente y el enriquecimiento que esa diferencia trae.

  Juan Goytisolo guarda con España una relación difícil pero en ningún momento negativa, él está contra todo lo que sea violencia, represión, imposibilidad de ver más allá de las fronteras y que lleva a una literatura sin alma, acartonada.

  Borges guarda también con su país, la Argentina, una relación tensa, a contrapelo, si bien al comienzo de su carrera literaria él quería “ser argentino” y hasta compró un diccionario de argentinismos para poder escribir en “argentino”, pronto se dio cuenta, como decía, de que él mismo no reconocía las palabras que extraía de ese diccionario , pronto comprendió que todo nacionalismo termina por encerrar y asfixiar y que la posibilidad de trascender está dada por la amplitud de nuestra mente y de nuestro espíritu.

  Borges, a través de su abuela inglesa, tiene acceso desde su nacimiento a otra lengua, a otra literatura que comienzan a mostrarle la diversidad del mundo, se nutrirá de la Biblia que le acerca el mundo oriental y entrará en la magia del mundo árabe por Las mil y una noches. En Siete conversaciones con Jorge Luis Borges* de Fernando Sorrentino, Borges dice:

  El hecho de desconocer el griego y el árabe me permitía leer, digamos, la Odisea y Las mil y una noches en muchas versiones distintas, de suerte que esa pobreza me llevaba también a una suerte de riqueza.

  Borges siempre trató de conseguir las mejores versiones entre las disponibles. Esto hizo que sus citas y referencias a obras clásicas de la literatura islámica o árabe sean exactas.

  El interés que despertaba en Borges el mundo islámico, lo llevó a entretejerlo —en su obra— a través de nombres, lugares e historias que van jalonando su obra, por ejemplo en Historia universal de la infamia (1935), encontramos El tintorero enmascarado Hákim de Merv, historia de un falso profeta de Jorasán; luego en 1954 agrega cuentos breves, tres de los cuales están relacionados con la cultura islámica: Historia de dos que soñaron, que proviene de Las mil y una noches, El espejo de tinta y Un doble de Mahoma.

  En El milagro secreto tiene un epígrafe que es una cita del Corán, segunda azora, aleya 261: “Y Dios lo hizo morir durante cien años y luego lo animó y le dijo: ‘¿Cuánto tiempo has estado aquí?’ ‘Un día o parte de un día’, respondió”**. Así, hasta Los Conjurados (1985), donde también encontramos referencias al Islam en poemas como Ronda*** o De la diversa Andalucía.

  Andalucía… recuerdo la emoción y el entusiasmo con el que Borges volvió a visitar la Alhambra, comparable sólo a su descubrimiento en Marrakesh de la plaza Jemaa el-Fna  que, como su Aleph, es magia de infinitas combinaciones que eternizan en un cosmos el alma y la inteligencia del hombre. Pero, si reflexionamos un poco para hacer un homenaje a este mágico lugar tan querido por Goytisolo y Borges, no basta ceñirnos a lo intelectual, Jemaa el-Fna es un lugar de lugares donde los sentidos quedan por un instante detenidos para arrastrarnos a ese vértigo en el que nuestro cuerpo queda a merced de esa maravilla de color, sonido, fragancias ásperas y penetrantes.

  Nunca olvidaré a Borges, ávido por escuchar la descripción del lugar; Borges sentado en un escabel en el piso que era todavía de tierra, para que le leyeran la suerte; Borges escuchando a uno de los confabulatores nocturni, siguiendo con el movimiento de su cabeza la cadencia de las palabras dichas en una lengua que le era ajena, pero cuyo ritmo estaba ya en su alma desde su infancia.

  Nunca olvidaré el homenaje que con imaginativa generosidad organizó Goytisolo para el centenario de Borges; un laberinto de escritura árabe en el Museo de Marrakesh, conferencias sobre su obra y al caer la tarde en la plaza Jemaa el-Fna, vi de pie al más célebre contador de cuentos vestido de blanco, los ojos oscuros con una mirada profunda que parecía poder ver el alma del otro, a su alrededor la halka, sentados en el suelo, el círculo de oyentes que entrarían en la magia del relato. Pensé cómo podría comprender cerrar la narración si no entendía la lengua, los miré y de pronto me di cuenta de que la comprensión se daría de otro modo, mi lectura consistiría en observar la tensión en los cuerpos, las bocas entreabiertas por el asombro o por la risa, las miradas ávidas por conocer el desenlace… cada tanto yo oí el nombre de Borges. Al finalizar el relato les pregunté qué quería decir Borges en árabe, rieron mucho y me explicaron que lo que había relatado el contador de cuentos era La busca de Averroes y que lo que yo oía era el nombre de Borges porque el contador de cuentos lo había incorporado en el relato diciendo cómo un escritor que vivía del otro lado del mundo paseaba en busca, quizá, de la perdida Atlántida.

  No tuvo límites mi emoción al imaginar lo que Borges hubiera sentido al entrar a formar parte como personaje en boca de uno de los confabulatores nocturni de la plaza Jemaa el-Fna.

  Quiero agradecer especialmente a Goytisolo por su obra, por la mágica promesa de una bandada de pájaros que faltaron a la cita en la terraza de un café frente a una mezquita en Marrakesh, por una noche de fiesta con los músicos Gnawa, que tocaron sin cesar como una incantación que marcaba quizá esa preocupación de Juan Goytisolo por encontrar un camino de purificación en esa busca por la trascendencia del alma. Esta trascendencia que le será dada quizá, por la relación profunda entre Eros y la aventura espiritual, unificando así en un solo haz luminoso el motor de la creación.


*Buenos Aires, Casa Pardo, 1974, p. 71
** Ficciones (1944), en Obras completas 1, op. cit., p. 807
***La cifra (1981), en Obras completas 3, op. cit., p. 319


En Homenaje a Borges (2016)

16/4/17

Fernando Sorrentino: ¿Huevo de cristal o ramito de romero? El Aleph antes del Aleph*








En “El Zahir” y “El Aleph” creo notar algún influjo 
del cuento “The Crystal Egg” (1899) de Wells.
Borges, “Epílogo”, El Aleph (1949)


1. En el otoño sudamericano del año 2011


En el otoño sudamericano del año 2011 comencé la muy agradable tarea de compilar un conjunto de cuentos argentinos[1] de, digamos, “anteayer”. El relato más antiguo es —como no podía ser de otra manera— “El matadero”, de Esteban Echeverría (1805-1851), que se supone compuesto entre 1838 y 1840, y publicado por vez primera en 1871 en la Revista del Río de la Plata (Buenos Aires, I, 4); el más moderno, “El resorte secreto”, de Roberto Arlt (1900-1942), que apareció en el número de la revista El Hogar (Buenos Aires) correspondiente al 3 de septiembre de 1937. Año más o menos, podemos decir que, entre el trabajo de  Echeverría y el de Arlt, corrió un siglo.

Esta labor compartió más las características del anticuario que las del crítico, pues, si bien algunos autores (por ejemplo, Horacio Quiroga o Leopoldo Lugones) eran fácilmente hallables en ediciones del circuito comercial, otros (por ejemplo, Carlos Monsalve o Santiago Estrada) resultaban prácticamente inconseguibles.

Entre los narradores en esta última situación figuraba también Eduarda Mansilla de García,[2] cuya existencia me era más conocida que sus obras. El hecho es que, con la absoluta convicción de estar cumpliendo un acto de justicia exhumatoria, incluí en el volumen su cuento “El ramito de romero”. Mentiría si afirmase que el relato me produjo la única sensación que busco en la literatura: el placer. Más bien me pareció desordenado, evanescente, ramificado, abstracto, impreciso…

Pero, llevado de la escrupulosidad exigible a un editor de textos ajenos, lo cuidé, según mi costumbre, con obsesivo afán. En un momento dado, un extenso pasaje provocó en mí un sobresalto que iba más allá de las meras cuestiones semánticas y/u ortotipográficas.

Escribió Eduarda:

Cambió la escena. Comencé a ver desarrollarse, poco a poco, algo como una inmensa tela transparente, que no acababa nunca, cubierta, según me pareció al principio, de jeroglíficos extraños, de colores vistosos los unos y sombríos los otros. A medida que la tela se extendía, cubriendo una superficie que mi vista, en su estado natural, no hubiera podido jamás abarcar, iba comprendiendo el significado misterioso de aquellos dibujos informes, torcidos, en caprichoso laberinto. Así como aprendemos la geografía del globo terrestre en mapas que nos enseñan a medir y darnos cuenta de la forma exacta del espacio de tierra y agua que contiene el mundo conocido, comprendí que tenía delante de mis ojos una carta pragmatográfica de los hechos en el tiempo y que, gracias al estado de permeabilidad en que me hallaba, me revelaba la existencia de los acontecimientos en el tiempo, que existen sin que nadie lo sospeche, tales cuales en el espacio, los continentes y los mares antes de ser conocidos por aquellos que ignoran la geografía.Desde la marcha de los imperios más poderosos hasta la del más oscuro individuo, todo estaba allí indicado sin pasado ni presente, diferencias puramente humanas.

“¡Diablo”, no pude no decirme, “¿dónde he leído, y muchas veces, algo muy parecido?”. Y, para que no me quedaran dudas, los siguientes párrafos de la autora decían lo siguiente:

Como en los atlas de Lesage, veíase allí de un modo sincrónico el camino de la humanidad en espirales ascendentes, obedeciendo a leyes tan inmutables, como lo son las de atracción y gravitación en el mundo físico, retrocediendo en apariencia durante siglos, pero avanzando siempre. Vi la ley del progreso humano, reducida a ecuación algebraica. Vi el surco que dejaron tras de sí los pueblos esclavos, desde el origen del mundo conocido, marchando cual rebaño de ovejas al matadero sin murmurar ni esperar. Vi el despotismo, triunfante un día, convertirse luego, bajo otra forma, en otro despotismo. Vi las santas aspiraciones de los creyentes naufragar en mares de sangre y lágrimas. Vi aparecer la era de la fraternidad y la igualdad; pero vi también esa fraternidad, esa igualdad, combatidas, sofocadas por aquellos mismos a quienes incumbía la misión de redimir. Vi a los enviados de paz y humildad pactar con los soberbios poderosos, para oprimir al desvalido y quitarle hasta la esperanza, invocando una doctrina santa. Vi la incredulidad y el ateísmo triunfantes olvidarlo todo, para no acariciar otra idea, otra esperanza, que el amor al dinero. Vi la destrucción de la familia, tal cual hoy la conocemos. Vi surgir nuevas leyes, nuevos derechos, y, como el tiempo no existía para mí, vi la llegada triunfante de la humanidad a una zona luminosa y armónica, y la visión cambió.Una llama atornasolada, seguida de muchas otras que, como fuegos fatuos, subían y se agitaban en una atmósfera cargada de electricidad, me hizo fijar la vista en un punto lejano y vago, que parecía alejarse a medida que las llamas se multiplicaban. Poco a poco creció aquel punto, tornándose luminoso y esférico, hasta convertirse en un globo colosal y transparente, del cual filtraba una luz semejante a la del sol que alumbra nuestro planeta. Las llamas se encendían y se apagaban alternativamente, y a veces crecían hasta tocar el globo luminoso, que, oscilante, se mecía airoso en el éter, pintándose, en sus paredes tersas y transparentes como las de una gigantesca farola chinesca, imágenes varias de sobrehumana belleza.

Entonces cumplí con lo que me ordenaban los evidentes indicios. Redacté la siguiente “Apostilla”, cuyo texto es el siguiente:

Vi la ley del progreso humano. La extensa enumeración que aquí empieza tiene curiosa similitud con la que, muchos años más tarde, Borges comenzaría de este modo: “Vi el populoso mar” (“El Aleph”).[3]

Y, en efecto, veamos completo el texto de Borges:

En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.


2. En febrero del año 2013


En febrero del año 2013 me disponía a escribir este mismo artículo con la intención de señalar la coincidencia existente entre la enumeración de “El ramito de romero” y la de “El Aleph”.

En busca de mayor información sobre la autora del primero, recurrí a la rápida búsqueda que suele facilitar Internet. La conjunción de tino y azar me condujo a visitar un libro cuya edición moderna yo ignoraba:

Mansilla de García, Eduarda, Pablo o la vida en las pampas, Buenos Aires,  Colihue / Biblioteca Nacional, 2007, 306 págs.

El “Estudio preliminar” pertenece a María Gabriela Mizraje. La lectura de ese trabajo me obliga a confesar que mi “hallazgo” del año 2012 ya lo había obtenido, unos cuantos años antes, María Gabriela Mizraje. Por la índole de mi tarea de antólogo (Eduarda Mansilla era una autora más entre treinta y tres), sólo advertí y consigné la similitud con el texto de Borges expuesta en la “Apostilla”.

Pero María Gabriela señaló, con perspicacia, otros puntos de contacto entre ambos textos. Y, como el mérito es de ella, y no mío, paso a reproducir los pasajes pertinentes.

Ella dice que “El Aleph”

parece dialogar, dentro de la tradición argentina, con “El ramito de romero” de Eduarda Mansilla.

Y, a continuación, aporta las semejanzas:

Una historia de amor entre primos en Buenos Aires, la otra en París, la influencia de Hamlet y Leviathan en “El Aleph”, la de Dante en el relato de Eduarda, pero los italianos en “El Aleph” y los normandos en “El ramito”; la plaza Constitución en lugar del café Procope, mientras lo que se marca es que la calle sigue su flujo a pesar de la vicisitud del narrador. Abril y vísperas de Semana Santa (más exacta­mente un 30 de abril y un Domingo de Ramos), con los que las fechas quieren puntualizarse. Un Carlos, en “El ramito de romero”, a quien se dirige Raimundo, enamorado de su prima; otro Carlos, en “El Aleph”, primo de Beatriz —Dante mediante— a cuyo encuentro se dirige el narrador, ambos enamorados de esa mujer. En “El ramito” el cuadro se completa con la madre de ella, en “El Aleph, con el padre.[4] En los dos relatos lo primero que va a destacarse de la mujer, además de su belleza y su fragilidad,[5] son sus manos.[6]
Una prima que ya no vive y una prima viva, un cuento con final feliz y otro en el que se constata la desdicha. La ciudad, afuera con su vida; adentro, una casa y una Escuela de Medicina. Dentro de la casa, un sótano, dentro de la escuela, una sala de profesores, ambos espacios compartidos con otro hombre, ambos a oscuras. La oscuridad opera como soporte necesario de la visión extraña. Y ambos, vinculados a una mujer muerta, primero idealizada, mas tarde percibida como impura.
En un caso, penetrar al lugar de la revelación se precede por consumo de tabaco; en el otro, por consumo de alcohol (el cognac de “El Aleph”); hay preparación y hay riesgo, exasperación de los sentidos y fronteras lindantes con el sueño o la pérdida de conocimiento.

Hasta aquí María Gabriela Mizraje. Considero certera e incontrovertible su entera exposición.

Su conclusión también puede ser la mía:

Toda la idea del relato dedicado a Estela Canto [“El Aleph”] ya está allí condensada. La maestría de Borges, quien sin duda alguna leyó este relato de Eduarda (aunque acaso lo olvidó), la despliega.

En el “Epílogo” de El Aleph Borges declara: “En ‘El Zahir’ y ‘El Aleph’ creo notar algún influjo del cuento ‘The Crystal Egg’ (1899) de Wells”. Pero nada dice de “El ramito de romero”.

Ahora bien, en muchísimas ocasiones leí y releí “El Aleph”, acompañado siempre de la sensación de perplejidad que me producen las que me atrevo a llamar obras maestras de la literatura. Una sola vez (y por motivos, digamos, “profesionales”, y con cierta indulgencia culpable) leí “El ramito de romero”, sin sospechar que la ficción que el prodigioso Borges redactó hacia 1945 algo tenía de espejo de cierta imaginación de una autora muy menor del siglo XIX.






* Este artículo fue publicado en la Revista de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. lean®anle, Nueva York, vol. 2, n.º 4, julio-diciembre 2013, págs. 362-367.








Notas

[1] Ficcionario argentino (1840-1940). Cien años de narrativa: de Esteban Echeverría a Roberto Arlt, Buenos Aires, Losada, 2012, 408 págs.
[2] Eduarda nació en Buenos Aires el 11 de diciembre de 1834 (aunque también se barajan otras fechas: 1832, 1835, 1838) y falleció en la misma ciudad el 20 de diciembre de 1892. Casada con el diplomático y abogado Manuel Rafael García Aguirre, se la conoció como Eduarda Mansilla de García.
Sus obras tuvieron muchísimo menos difusión que las su hermano Lucio Victorio (1831-1913). El médico de San Luis y Lucía Miranda (novelas, 1860) fueron sus primeros libros. Debido a la actividad diplomática de su marido, residió varios años en Estados Unidos y en Europa. En París publicó una novela en francés: Pablo ou la vie dans les pampas (1869), que más tarde se tradujo al español. Hay acuerdo en que fue la primera autora argentina de relatos para niños: Cuentos (1880). Escribió, asimismo, algunas obras teatrales: La marquesa de Altamira, El testamento. El libro Creaciones (1883) contiene siete piezas: una comedia, “Similia similibus” (“Proverbio en un acto”) y seis relatos: “El ramito de romero”, “Dos cuerpos para un alma, “La loca”, “Kate”, Sombras” y “Beppa”.
[3] Ficcionario, pág. 89.
[4] Borges: “Consideré que el treinta de abril era su cumpleaños [el de Beatriz Viterbo]; visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre […]”. Según se desprende del texto, la primera visita de “Borges” tuvo lugar el 30 de abril de 1929. Y, desde entonces, ya no se menciona al padre de Beatriz y la acción se centra en “las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri”, cuya culminación se produce en el núcleo del relato, que ocurre nada menos que doce años más tarde: el 30 de abril de 1941.
[5] Mansilla: “[…] di en pensar en mi prima Luisa, a quien había visto esa misma tarde. Tú no conoces a mi prima; imagina un cuerpo diminuto, con movimientos inquietos, que recuerdan los de la ardilla; pon sobre un cuello blanco, muy blanco y que creo suavísimo, una cabecita coronada de rizos rubios; evoca una fisonomía en la cual campean alternativamente la dulzura y la malicia […]”. Borges: “Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar (si el oxímoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis”.
[6] Mansilla: “una manecita preciosa, que siempre despierta en mí el antojo de chuparla como alfeñique”. Borges: “[Carlos Argentino] Tiene (como Beatriz) grandes y afiladas manos hermosas”.






Fernando Sorrentino (Buenos Aires, 1942). Escritor argentino, autor de una vasta y variada obra publicada: la más reciente: Siete conversaciones con Jorge Luis Borges (1972), reedición Buenos Aires, Editorial Losada, 2007; La venganza del muerto (cuento para niños, 2011); Paraguas, supersticiones y cocodrilos (Verídicas historias improbables) (cuento, 2013); Sanitarios centenarios (novela, 2000-2008); El forajido sentimental. Incursiones por los escritos de Jorge Luis Borges (ensayo, 2011); Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares (entrevista, 1992-2007); y Ficcionario argentino (1840-1940). Cien años de narrativa: de Esteban Echeverría a Roberto Arlt (antología, 2012). Es profesor de Lengua y Literatura.



Direction: David Wheatley (1983) [+][+]




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