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20/2/14

Harold Bloom: Jorge Luis Borges









El cuento moderno, en tanto permanece en la órbita de Chéjov, es impresionista; esto es tan cierto respecto del James Joyce de Dublineses como de Hemingway o Flannery O'Connor. Percepción y sensación, centros de la estética de Walter Pater, lo son también del cuento impresionista, incluidas en este rubro las mejores piezas cortas de Thomas Mann y de Henry James. Algo muy diferente ingresó en el arte moderno del relato con las fantasmagorías de Franz Kafka, precursor principal de Jorge Luis Borges, de quien puede decirse que reemplazó a Chéjov como influencia mayor en la cuentística de la segunda mitad del siglo veinte. Hoy los cuentos tienden a ser chejovianos o borgianos; sólo en raras ocasiones son ambas cosas.
Al contrario que las miradas impresionistas de Chéjov a las verdades de la existencia, las obras de ficción de Borges siempre insisten en un consciente carácter de artificios. Convendrá que, cuando vaya al encuentro de Borges y sus muchos seguidores, los lectores sepan albergar expectativas muy distintas a las que tienen frente a Chéjov y su vasta escuela. Ya no se oirá la voz solitaria de un elemento sumergido en la población, sino una voz habitada por una plétora de voces literarias precedentes. La gran proclama con que Borges profesa su alejandrinismo es que no hay para un Dios gloria mayor que ser absuelto del mundo. Si en los cuentos de Chéjov hay un Dios, no puede ser absuelto del mundo, como tampoco podemos serlo nosotros. Pero para Borges el mundo es una ilusión especulativa, o un laberinto, o un espejo que refleja otros espejos.
Necesariamente, entender cómo debe leerse a Borges es más una lección en la forma de leer a sus precursores que un ejercicio de autocomprensión. No quiero decir que Borges sea menos entretenido o iluminador que Chéjov, sino que es muy diferente. Para Borges, Shakespeare es todo el mundo y a la vez nadie: es el laberinto vivo de la literatura misma. Para Chéjov, Shakespeare es obsesivamente el autor de Hamlet, y el príncipe Hamlet se convierte en el barco en el cual Chéjov navega (del modo más literal en "En el mar", el primer cuento que publicó bajo su propio nombre). El relativismo de Borges es un absoluto; el de Chéjov es condicional. Cautivado por Chéjov y sus discípulos, el lector puede gozar de una relación personal con cada cuento, pero Borges lo cautiva en el campo de las fuerzas impersonales, donde la memoria de Shakespeare es un vasto abismo en donde uno puede tambalearse y perder los restos de individualidad que le queden.
Cada lector confeccionará una lista selecta de las ficciones de Borges; la mía consta de "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", "Pierre Menard, autor del Quijote", "La muerte y la brújula", «El Sur", "El Inmortal" y "El Aleph". De esta media docena, aquí me concentraré sólo en la primera, y con cierto detalle, para ayudar a culminar esta sección sobre cómo leer cuentos y por qué necesitamos seguir leyendo los mejores ejemplos que encontremos.
"Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" empieza con una frase desarmante: "Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar." Esto es puro Borges: añádase a la enciclopedia y el espejo un laberinto y se tendrá su mundo. De todas las ficciones de Borges, ésta es la más sublimemente exorbitante. No obstante, el lector sucumbe a la seducción y busca encontrar creíble lo increíble, porque Borges tiene la habilidad de emplear personas y lugares reales (sus amigos mejores y más literarios, por un lado, y por otro una vieja mansión de campo, la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, un hotel familiar). Uno le concede la misma realidad natural al ficticio Herbert Ashe que al real Bioy Casares, mientras que Uqbar y Tlön, aunque fantasmagorías, resultan poco más maravillosas que la Biblioteca. Una enciclopedia que trata enteramente de un mundo inventado es algo muy distinto que la verificación de un mundo porque figura en una enciclopedia, obra a la cual solemos dar autoridad.
De hecho esto es desconcertante, pero de una manera sesgada. A medida que los objetos y conceptos tlönianos se propagan por las naciones, la realidad "cede". En ningún momento la seca ironía de Borges es más imponente:

Lo cierto es que anhelaba ceder. Hace diez años bastaba cualquier simetría con apariencia de orden —el materialismo dialéctico, el antisemitismo, el nazismo— para embelesar a los hombres.

Borges, firme oponente tanto del marxismo como del fascismo argentino, incrimina lo que llamamos "realidad", pero no esa fantasía que es Tlön, parte del laberinto vivo de la literatura imaginativa.

Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido por los hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres.

En otras palabras, Tlön es un laberinto benigno, en cuyo final no hay Minotauro que espere para devorarnos. La literatura canónica no es una simetría ni un sistema, sino una enciclopedia vastamente proliferante del deseo humano, un deseo por ser más imaginativo en lugar de hacer daño a otra individualidad. Aunque no se trata de que Tlön nos hechice o nos hipnotice, no se nos da información suficiente para descifrarlo. Precisamente, Tlön queda como una vasta cifra a ser resuelta sólo por todo el universo literario de la fantasía.
El cuento de Borges comienza cuando él y su amigo más íntimo (y en ocasiones colaborador), el novelista argentino Bioy Casares, después de cenar en una quinta que han alquilado, sienten que los "acecha" la presencia de un espejo al fondo de un corredor. Entonces Bioy recuerda que "uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres." No se nos revela nunca el nombre de ese asceta gnóstico, que indefectiblemente es el mismo Borges, pero Bioy cree haber leído la frase en un artículo sobre Uqbar incluido en lo que se presenta como reedición (con otro título) de la Encyclopaedia Britannica de 1902. El artículo no aparece en los volúmenes que hay en la casa alquilada. Al día siguiente Bioy lleva su propio y relevante volumen, que contiene cuatro páginas sobre Uqbar. La geografía y la historia de Uqbar son igualmente vagas; la localización del país parece ser transcaucásica, mientras que su literatura es totalmente fantástica y se refiere a territorios imaginarios, entre ellos Tlön.
En este punto el cuento, que apenas empieza, se acabaría de no ser por Herbert Ashe, un reticente ingeniero inglés con quien, a lo largo de dieciocho años, Borges dice haber mantenido desganadas conversaciones en un hotel que ambos frecuentaban. Tras la muerte de Ashe, Borges encuentra un volumen que el ingeniero ha dejado en el bar del hotel: A First Encyclopaedia of Tlön. Vol. XI. Hlaer to Jangr. El libro no lleva fecha ni lugar de publicación y consta de 1001 páginas, en clara alusión a Las mil y una noches. Absorto en esas páginas míticas, Borges descubre buena parte de la naturaleza (por así llamarla) del cosmos que es Tlön, en donde la ley primordial de la existencia es el idealismo feroz del obispo Berkeley, con su convicción de que nada puede ser como una idea salvo otra idea. En ese cosmos no hay causas ni efectos; predominan la psicología y la metafísica de la fantasía absoluta.
Hasta aquí el "artículo" titulado "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" que, dice Borges, incluyó en su Antología de la literatura fantástica publicada en 1940. Una "posdata" de 1947 expande la fantasmagoría. Se explica Tlön como una benigna conspiración de hermetistas y cabalistas a lo largo de tres siglos, que en 1824 cobró un giro decisivo cuando "el ascético millonario" Ezra Buckley propuso convertir un país imaginario en un universo inventado. Borges sitúa la propuesta en Memphis, Tennessee, haciendo así de lo que hoy conocemos como Elvislandia un lugar tan misterioso como la Menfis del antiguo Egipto. Los cuarenta volúmenes de la First Encyclopaedia of Tlön se completan en 1914, año en que estalla la Primera Guerra Mundial. En 1942, en medio de la Segunda Guerra, empiezan a aparecer los primeros objetos de ese universo: una brújula cuyas letras corresponden a uno de los alfabetos de Tlön, un cono metálico de peso insoportable, un juego completo de la Encyclopaedia. Otros objetos, hechos de materiales no terrestres, inundan luego las naciones. La realidad cede y con el tiempo el mundo será Tlön. Escasamente alterado, Borges permanece en su hotel revisando lentamente una "indecisa traducción quevediana" del Urn Burial de Sir Thomas Browne, del que mi frase favorita sigue siendo: "La vida es pura llama, y vivimos de un Sol invisible que está en nosotros."
Borges, visionario escéptico, nos encanta aun cuando hayamos aceptado su advertencia: la realidad cede con demasiada facilidad. Puede que las fantasías de cada uno de nosotros no sean tan complejas ni abstractas como Tlön; pero Borges ha esbozado una tendencia universal y cumplido un anhelo fundamental en relación con las razones por los cuales leemos.



En Cómo leer y por qué (2000)
Traducción de Marcelo Cohen 
Retrato de Jorge Luis Borges
En portada de Borges, una biografía total
de Marcos-Ricardo Barnatan

3/6/17

Jorge Luis Borges: El laberinto







Este es el laberinto de Creta. Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro. Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro que Dante imaginó como un toro con cabeza de hombre y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones. Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro que Dante imaginó como un toro con cabeza de hombre y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones como María Kodama y yo nos perdimos. Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro que Dante imaginó como un toro con cabeza de hombre y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones como María Kodama y yo nos perdimos en aquella mañana y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto.





Atlas (1984)
Con María Kodama
©1984, Borges, Jorge Luis
©1984, Edhasa


Foto arriba: Borges y M. Kodama en Palermo (Sicilia) 1984 
© Ferdinando Scianna-Magnum Photos

Abajo: Foto incluida junto al texto en Atlas
Colección propiedad de María Kodama
Fundación Internacional Jorge Luis Borges


23/5/17

Jorge Luis Borges: Entrevista con Herbert Simon [Buenos Aires, diciembre de 1970]







Transitar los corredores y los anaqueles de la Biblioteca Nacional es, de algún modo, descubrir una verdad obvia: las ficciones de Jorge Luis Borges habitan ese edificio barroco. O son habitadas por él.
Al llegar al ascensor, que lleva al despacho de Borges, se prueba la sensación de que copia la imagen de una puerta, un punto de partida a un extraño laberinto.
Hace no muchos días, por allí se aventuró Herbert A. Simon, un científico norteamericano experto en problemas del pensamiento humano aplicados al diseño de modelos de computación. En una carta enviada al escritor, él mismo se definía: "Mi profesión es la de un científico social y busco comprender el comportamiento humano a través de modelos matemáticos (o, más recientemente, con modelos de simulación programados por computadoras)". Lo que es más, el experto norteamericano goza de un nombre de prestigio y es considerado uno de los pilares del conductismo. Esta disciplina, también conocida como behaviorismo, estudia las situaciones de elección que se le plantean a un individuo en cualquier circunstancia y pretende, a la vez, conocer los procesos psicológicos que llevan a elegir determinada alternativa frente a un problema (el caso de experimento típico es el de colocar una rata en un laberinto y observar su conducta frente a ramificaciones del mismo).
Simon llegaba a la Argentina, invitado por la Sociedad Argentina de Organización Industrial (SADOI), para dictar un ciclo de conferencias sobre "La dirección de empresas en una era tecnológica". Aparentemente, la distancia entre el escritor y el científico era enorme. Sin embargo, el estadounidense creía haber encontrado un notorio paralelo entre los laberintos borgianos y su propia línea de pensamiento. Para constatar ese paralelismo, esa convergencia o esa identidad, solicitó una audiencia al Director de la Biblioteca Nacional.
A su llegada supo que la iniciativa había sido entusiastamente acogida. No era para menos. Basta repasar algunas líneas de la carta de Simon a Borges. "En 1956 dice publiqué un artículo que describe a la vida como una búsqueda por los pasadizos de un laberinto muy ramificado y poblado por una gran cantidad de metas a alcanzar . Unos pocos años más tarde tropecé con Ficciones, en particular con el cuento La Biblioteca de Babel, para descubrir que usted también concibe a la vida como una búsqueda a través del laberinto".
El remate no puede ser más inquietante: "Me pregunto si alguna vez habrá ocurrido una transmigración comparable, desde el cuerpo inerte de un modelo matemático a la carne viva de la literatura".
En el encuentro entre Borges y Simon, Gabriel Zadunaisky testigo callado de Primera Plana optó por un silencio meditativo. Casi todo era dicho. El diálogo de los dos hombres era un continuo descubrimiento del otro, una continua autodefinición por el otro. Al final emergieron, efectivamente, laberintos paralelos.


JORGE LUIS BORGES: Me encuentra en plenos preparativos para un próximo viaje. Voy a Estados Unidos y luego a Escocia, Irlanda e Inglaterra. Pero lo que puede resultar más extraño de este viaje es una escala que voy a hacer entre el primero y el segundo de los lugares que mencioné. La escala es Islandia. Lo que ocurre es que hace quince años que me dedico al estudio de lenguas germánicas antiguas y medievales.

HERBERT SIMON: ¿Le interesa el medio social, digamos, conocer la carne viva de esas lenguas?

BORGES: No, en realidad voy invitado por la sociedad de escritores islandeses. Basado en mis estudios yo he escrito un manual de literatura en lenguas germanas medievales. Además, me interesa también el normando antiguo. Es un idioma con una estructura muy particular. Las palabras son, en realidad, las mismas que en el inglés antiguo. Lo que difiere es el orden de esas palabras. Por ejemplo, si en inglés se dice La saga de Erico el Rojo, en normando se diría De Erico saga del Rojo. (The saga of Eric the Red / Eric's saga the Red's). Bueno, pero quisiera saber cuál es su interés en esta entrevista.

SIMON: Me gustaría saber cómo fue que el laberinto entró en su campo de visión, en sus conceptos, hasta que lo adoptó en sus cuentos.

BORGES: Recuerdo haber visto un grabado del laberinto en un libro francés; ocurrió cuando yo era un niño. Era un edificio circular sin puertas pero con muchas ventanas. Solía mirar ese grabado y pensaba que si le acercaba una lupa podría descubrir el minotauro.

SIMON: ¿Lo encontró?

BORGES: En realidad mi vista nunca fue demasiado buena. Luego descubrí algo de la complejidad de la vida, como si fuera un juego. No me refiero al ajedrez en este caso. Quizá lo pueda decir con un poema:

Me he vuelto demasiado viejo para el amor
mi amor
me he puesto viejo
pero nunca estaré tan viejo
como para no ver
la inmensa noche que nos envuelve (...)
Algo oculto en el amor
y las pasiones aún me sorprende.

[Aquí hay un juego de palabras. En inglés la palabra para laberinto es maze y para sorpresa, amazement. También hay una clara connotación semántica.]*

Esta es la forma en que percibo la vida. Una continua sorpresa. Una continua bifurcación del laberinto.

SIMON: ¿Cuál es el vínculo entre el laberinto del minotauro y su laberinto, el que exige continuas decisiones? ¿La analogía va más allá del concepto general?

BORGES: Cuando escribo no pienso en términos de enseñar. Pienso que mis historias, de algún modo, me son dadas y mi tarea es narrarlas. Tampoco busco connotaciones implícitas ni parto de ideas abstractas, no soy un cazador de símbolos. Pero si hay alguna explicación trascendental de mis historias no me corresponde encontrarla, eso le corresponde a los críticos y a los lectores. Escribo por la narración misma, simplemente por interés en el personaje y pienso que quizá también le pueda interesar a otros. Los críticos y los estudiosos me han atribuido todo tipo de intenciones, de que tal o cual historia quiere evidenciar determinada ideología política o religiosa o, inclusive, metafísica. Quizás esa intención esté en mi subconsciente y no en un plano consciente; tampoco pretendo llevarla a ese plano. Supongo que esto puede decepcionarlo, pero yo creo que este tipo de cosas le corresponde dilucidarlas al pensador y yo no soy un pensador, excepto en la medida que lo son todos los hombres.

SIMON: Sin embargo se pueden encontrar claras diferencias de concepto entre los distintos laberintos que aparecen en sus obras. En el de La Biblioteca de Babel usted, claramente, parte de una abstracción.

BORGES: No es así. Le puedo contar cómo surgió esa historia. Yo trabajaba en una pequeña biblioteca pública en la zona oeste de Buenos Aires. Trabajé nueve años en esa biblioteca con un sueldo miserable y la gente que trabajaba allí era muy desagradable. Era gente muy tonta, estúpida realmente. Y eso me traía pesadillas. Un día me dije que mi vida entera estaba encerrada en esa biblioteca. ¿Y por qué no inventar un universo representado por una biblioteca interminable? Una biblioteca donde pudieran encontrarse todos los libros escritos. Al mismo tiempo leía algo acerca de permutaciones v combinaciones matemáticas y veía en esta biblioteca las posibilidades poco menos que infinitas. Y este es un ejemplo de historia en el que conocía el origen de esa temática. El concepto de esta biblioteca respondía a mi forma más intrínseca de alegría. Me sentía realmente feliz escribiendo. Y no era una felicidad meramente intelectual, uno siente ese tipo de felicidad.

SIMON: ¿Y por qué lo atrae tanto la idea del Minotauro?

BORGES: Es curioso. No me atrae tanto la idea sino otro nombre atribuido a ese ser mitológico. Encontré el nombre de Asterión en un diccionario. Tiene connotaciones de astro o estrellas. Es una imagen que pensé siempre que le podía gustar a los lectores.

SIMON: En definitiva, yo encuentro que el concepto de laberinto tiene una unidad, justamente conceptual, en sus escritos, pese á algunas diferencias que le dan matices particulares muy interesantes para cada cuento o narración.

BORGES: En realidad, creo que esa unidad se debe a que todos los cuentos míos que hablan del laberinto responden a un particular estado de ánimo en mí que me lleva precisamente a esa temática.

SIMON: En cuanto a sus ideas sobre análisis combinatorio, ¿cuáles fueron sus fuentes?

BORGES: Leí un libro muy interesante que es la Introducción a la Filosofía de las Matemáticas de Bertrand Russell. Luego me interesó mucho un libro llamado El Mundo del Individuo, que da un ejemplo muy extraño sobre el tema. Presentaba el caso de un mapa de Inglaterra a ser trazado en la escala del terreno mismo de la isla. Y por supuesto que el mapa tenía que estar dentro del mapa general. Y dentro del primero, el mapa del mapa y así en más. Lo que da una idea de infinito. De mi padre heredé el gusto por estas formas de razonamiento. Él solía llevarme aparte para hablar o hacerme preguntas sobre mis creencias. Una vez tomó una naranja y me dijo: ¿A tu juicio, el gusto está en la naranja? Yo le dije que sí. Entonces él me preguntó: ¿Bueno, entonces vos pensás que la naranja está continuamente saboreándose a sí misma?

SIMON: Se supone que la resolución de esos interrogantes lo llevaría a uno a profundizar en el campo de los solipsismos.

BORGES: En realidad mi padre no me refería a las fuentes filosóficas. Sólo me presentaba los problemas concretos. Luego de mucho tiempo me mostró una historia de la filosofía donde encontré el origen de todas esas preguntas. De la misma manera mi padre me enseñó a jugar al ajedrez... Aunque en realidad yo siempre he sido un pésimo jugador y él era muy bueno. También mi padre me transmitió el gusto por la poesía. Sus estantes estaban colmados de autores como Keats, Shelley y otros poetas. También los recitaba de memoria. Y aún ahora cuando repito versos de Fitzgerald, Omar Khayyam o algún otro, mi madre dice que le parece estar escuchando a mi padre.

SIMON: Alguna vez me dijeron que usted había leído en inglés por primera vez el Quijote.

BORGES: Sí, es cierto.

SIMON: Es curioso porque yo lo leí en castellano la primera vez. Luego encontré que en inglés el humor del Quijote perdía toda delicadeza.

BORGES: También es cierto, la experiencia con traducciones suele ser ésa. Me ocurrió algo interesante con Walt Whitman. Fue alrededor del año 1917. Yo estudiaba alemán. Entonces me tropecé con la traducción de algunos de sus versos a ese idioma. Luego leí los mismos versos en inglés y descubrí que Whiltman es fácilmente traducible al alemán, que sus poemas mantienen su valor. En cambio, la traducción al castellano se hace mucho más difícil.

SIMON: Es un problema de la facilidad con que es posible formar palabras compuestas en inglés y alemán y lo difícil que es hacerlo en castellano.

BORGES: Sí, eso es cierto. Pero ahora me gustaría que usted me explique algo sobre el llamado conductismo (behaviorismo). ¿Cuál es el fundamento? Es decir, ¿se habla de libre albedrío o más bien de predestinación?

SIMON: Bueno, yo siempre tengo que hablar de computadoras. Estoy enamorado de las computadoras. Lo podríamos plantear de la siguiente manera. Frente a determinado problema la computadora se comporta, también, de determinada manera. Y nos preguntamos si tuvo libre albedrío en ese comportamiento. Decimos que tuvo libre albedrío en el siguiente sentido. Si se le hubiera colocado otro programa hubiera actuado en distinta forma, hubiera tenido otro comportamiento.

BORGES: ¿Qué quiere decir con comportamiento? Porque éste sería un proceso mecánico, me refiero por supuesto al de la computadora.

SIMON: Sí, es un proceso mecánico. Pero yo pienso, al igual que muchos otros en mi especialidad, que el ser humano tiene también un comportamiento de tipo mecánico, similar al de la computadora.

BORGES: Es decir que actuamos así por fuerza de la costumbre.

SIMON: Más bien yo diría por fuerza de los programas que tenemos almacenados en nuestro cerebro. Y tenemos libre albedrío en el sentido de que el comportamiento resultante surge en función de nosotros mismos tanto como en función de la situación que enfrentamos. No todos se comportan de la misma manera frente a determinada situación.

BORGES: ¿Usted piensa, entonces, que frente a una disyuntiva, digamos, de dos comportamientos posibles frente a determinada situación, yo puedo elegir uno de esos comportamientos?

SIMON: Su programa elige. Sí, se puede elegir. Pero eso no es una causa incausada, uno no es una causa incausada.

BORGES: ¿Esto implicaría que si algún ser poderoso, algún dios, conociera todo mi pasado, mi infancia, inclusive antes de mi infancia, diría mis antepasados, esto implica que ese dios podría predecir mi comportamiento frente a cualquier situación?

SIMON: Mis creencias científicas me dicen que es así. Teniendo todos esos conocimientos sobre un individuo se puede predecir su comportamiento frente a determinada situación.

BORGES: Entonces lo que yo estoy diciendo en este preciso instante es...

SIMON: ...es una función de todo su pasado...

BORGES:  Es inevitable.

SIMON: Inevitable, sí, pero esa inevitabilidad no le quita a usted su identidad, su individualidad. Usted es la encarnación de su propio pasado.

BORGES: Comprendo. O por lo menos me plazco en pensar que entiendo. Ahora, ¿esto da cuenta de todas nuestras acciones? Es decir, si mi mano derecha está apoyada sobre mi mano izquierda, ¿es porque tenía que ser así? Yo pienso que hay muchas cosas que hacemos de una forma, diría, impensada.

SIMON: Cosas que ocurren en el subconsciente. Sí, es cierto, Si no fuera así no podríamos ni siquiera atarnos los cordones de los zapatos. La mayoría de las cosas ocurren así. Pero eso se debe a que tenemos muchas cosas programadas.

BORGES: Pero, ¿las cosas son inevitables en ese sentido también?

SIMON: Podrían ser distintas pero siempre en función de sus programas. Podría haber algún determinante que haga que su programa le indique otra acción a tomar. Y si hablamos del azar, el científico piensa siempre en última instancia que en esto no existe el azar. En algún momento quizá tenga que decir que no puede explicar determinado fenómeno pero igual trabaja con el supuesto de que hay causas que determinan una acción. Y por lo tanto, cuando estudiamos el comportamiento de una persona que está resolviendo un problema, partimos del supuesto de que cada ¡hmmm! o ¡ah!, de que cada exclamación, tiene su causa. No siempre podemos descubrir esa causa.

BORGES: Bueno, claro. Cuando estudian el comportamiento tienen que remontarse al pasado entero de esa persona. Inclusive al pasado, a los comienzos de la humanidad, inclusive del cosmos.

SIMON: No, no es así. Porque el pasado influye su comportamiento presente en la medida en que ese pasado ya está contenido en su persona. Por lo que siempre podemos encontrar un punto de partida. Y eso es como trabaja, por ejemplo, el físico. Si quiere estudiar la luna, no necesita conocer todo su pasado. Sólo necesita conocer su posición y velocidad actuales en relación con los demás planetas. Puede tomar eso como punto de partida. Necesita conocer las determinantes pasadas de unas pocas cosas. Y es sorprendente lo poco del pasado que influye en una acción determinada, ocurrida en un breve lapso de tiempo, es decir, una acción tomada por un hombre. Por ejemplo; si yo juego al ajedrez con un hombre, digamos, cinco meses, sin parar y sin tener otra actividad con ese hombre, es sorprendente lo poco que voy a saber o conocer de los contenidos de su mente. Lo poco que voy a conocer sobre los determinantes que actuarían en él, frente a otras situaciones.

BORGES: Es decir que hay lugar para el libre albedrío.

SIMON: Sí, ésta es la forma en que yo concibo el libre albedrío, en que yo soy el que actúa cuando tomo determinada acción. Y el hecho de que algo haya causado ese comportamiento de ninguna manera me hace sentir encerrado. Así que cuando llegamos a una bifurcación del camino o, digamos, del laberinto, "algo" elige cuál es la rama a tomar. Y la razón de mis investigaciones y también la razón por la que sus laberintos me han fascinado de tal forma, ha sido, justamente, observar individuos que se encuentran con bifurcaciones y tratar de entender por qué tornan el camino de la derecha o el de la izquierda.

BORGES: Me parece que ese tipo de cosas suceden continuamente en mis historias. Tendría que pedirle disculpas por haberlo enfrentado a nuevos interrogantes...

SIMON: Al contrario...

BORGES: Pero, es que si no escribiera esas historias en particular, todo sería artificial. Quiero decir, si escribo estas historias es porque tengo que hacerlo, o porque las necesito. Porque si no, podría inventar otras historias y esas historias no tendrían ningún significado para mí y quizá tampoco para el lector. Porque el lector sentiría que son ejercicios literarios artificiales.

SIMON: Yo pienso que estas historias son muy de nuestro siglo o de nuestros tiempos y por eso me interesó mucho lo que usted dijo sobre Bertrand Russell. La idea del laberinto ramificado. La idea de la combinatoria en grandes espacios como el de sus bibliotecas, estas ideas son extremadamente centrales para muchos de los avances de la lógica moderna y en la investigación operativa o ciencia de la computación.

BORGES: Es cierto que he sacado muchas de mis ideas de los libros de lógica y de matemática que he leído pero, en verdad, cada vez que me propuse la lectura de estos libros, ellos me han derrotado, no he logrado interpretarlos a fondo. Ahora, la mayoría de estas ideas yo las he sacado de la anotaciones de mi padre. Yo no he leído mucho, lo que sí he hecho es releer mucho. Porque siempre me ha parecido que se saca más releyendo un libro viejo que intentando la lectura de uno nuevo.

SIMON: Hay otro problema con los libros nuevos. Y eso es que hay que evaluarlos primero. Pero para evaluarlos hay que arriesgarse a perder tiempo leyéndolos. Y esto parece señalar una importante diferencia, diría, generacional. Es muy evidente que la gente que actualmente tiene alrededor de cincuenta años, pongamos por promedio, ha educado sus gustos literarios en los clásicos en tanto que los que están por debajo de esa edad han perdido el gusto inclusive, hablemos de mi país, por la Biblia o por las obras de Shakespeare.

BORGES: Sí, yo lo he notado en nuestro país también.

SIMON: No tengo en claro todas las razones por las que esto ocurre pero en mi experiencia he descubierto algunos datos. Estando en París, en algún momento me deprimió la idea de la cantidad de monumentos con los que conviven los franceses. Se me ocurrió que, de algún modo, habría que ordenar las cosas de forma que los monumentos no se eternicen sino que, en algún momento, fueran reemplazados para poder permitir un continuo flujo de nuevos símbolos, controlado en cierta medida. Y por supuesto que las mejores cosas serían las que permanecerían por más tiempo. Es decir, habría que darle a las nuevas generaciones la posibilidad de amalgamar cosas nuevas con las más antiguas. Claro que esto significa que muchas cosas, simplemente, tendrían que desaparecer.

BORGES: Volviendo a la literatura. Yo noto que muchos escritores argentinos leen uno o dos clásicos españoles y otro tanto de franceses, o en inglés, y después se dedican a leer autores argentinos. Es una lástima que se olviden otros clásicos tan importantes como Cervantes o los clásicos franceses. 


SIMON: Quizás ocurre que por las necesidades del momento los escritores argentinos han tenido que volcarse a la literatura de este país y por lo tanto descartan a la fuerza los clásicos. 


*Nota del editor, en original, ya que parte de la entrevista fue hablada en inglés y traducida por la revista para su publicación.

En revista Primera Plana, Buenos Aires
Año IX, Número 414, 5 de enero de 1971
Digitalización ©Mágicas Ruinas

20/4/14

Jorge Luis Borges: El hilo de la fábula






El hilo que la mano de Ariadne dejó en la mano de Teseo (en la otra estaba la espada) para que éste se ahondara en el laberinto y descubriera el centro, el hombre con cabeza de toro o, como quiere Dante, el toro con cabeza de hombre, y le diera muerte y pudiera, ya ejecutada la proeza, destejer las redes de piedra y volver a ella, a su amor.

Las cosas ocurrieron así. Teseo no podía saber que del otro lado del laberinto estaba el otro laberinto, el de tiempo, y que en algún lugar prefijado estaba Medea.

El hilo se ha perdido; el laberinto se ha perdido también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad.

Cnossos, 1984


Los conjurados (1985)
Foto: Borges en el Palacio de Minos, Creta, 1984
Archivo María Kodama - Fundación J. L. Borges


22/12/15

Jorge Luis Borges: Entrevista en Radio Nacional de España [25 de abril de 1973]









«El laberinto es el símbolo evidente del asombro, el estupor, la perplejidad. Cuando yo era chico, recuerdo un grabado de un laberinto que me impresionó mucho. Se trataba del laberinto de Creta, y si no me engaño, pensaba que con el filo de una lupa, en una de las rendijas de aquel laberinto que era como una gran plaza de toros, yo podría ver el Minotauro». (La entrevistadora le interroga acerca del hilo para escapar del laberinto que es la vida). «Sí, finalmente el morir. Entonces ya salimos de ese laberinto con toda plenitud».

(La siguiente pregunta cuestiona la frontera entre lo real y lo fantástico). «No sé si hay una distinción entre ambas categorías. Si alguien sueña, evidentemente ese sueño es ese sueño y no otro. Plantear una diferencia esencial es muy difícil. Vamos a suponer que si un elemento fantástico existe, por ejemplo los espectros, entonces ya forma parte de la realidad».
(A continuación, su interlocutora alude a esa etiqueta de Borges como escéptico que pretende abolir el universo). «Cultivo el escepticismo sí, pero un escepticismo lleno de curiosidad. Por ejemplo, yo no soy religioso, pero he leído muchos libros de teología, no sólo cristiana, sino de otras creencias. Claro que todo eso lo he leído como se lee una novela fantástica. Además, en cuanto a lo de concluir con el universo, al menos en lo que a mí se refiere, va a concluir cuando yo me muera. (...) Con todo, aún no encontré lo que quería y espero no encontrarlo. Buscar es lindo, sobre todo cuando se sabe que no se va a encontrar. Entonces uno está más cómodo, porque se busca sin impaciencia».
(La entrevistadora le pregunta por qué habla de sus lecturas en mayor medida que de su propia obra). «Desde luego, porque lo que escribo no me interesa. Mejor dicho, me interesaba en el momento en que lo escribí, pero después yo escribo un libro para librarme de él. Escribo un libro para olvidarme de ese libro. Además, he leído muy poco de lo escrito sobre mí, porque el tema me interesa poco. En cambio, los otros autores me interesan. Yo estoy un poco harto de mí mismo, pero es natural, porque al cabo de setenta y tres años de convivencia con Borges uno acaba tan harto de Borges como cualquier lector. Más todavía, porque ha sido un Borges incesante, intolerable. (...) No siento plenitud. Al contrario, siento que estoy llegando a mis límites, aunque trato de engañarme. Al escribir un poema, ocurre muchas veces que me siento contento, y luego compruebo que es la cuarta o quinta vez que lo escribo, con ligeras variaciones que no siempre son enmiendas».
«Mi destino es la lengua castellana, y eso implica la literatura castellana. Pero, naturalmente, uno tiene ciertas preferencias que van cambiando. Por ejemplo, yo creí alguna vez que Francisco de Quevedo era superior a Luis de Góngora, y ahora me parece ridículo decir eso. Yo creí que Góngora era superior a Fray Luis de León, y ahora Fray Luis de León me parece infinitamente superior».
(Se sugiere en este punto el horacianismo de Fray Luis). «Yo diría que la personalidad de Horacio no es muy simpática. En cambio, la de Fray Luis es muy querible. Y como finalmente lo substancial no es cada página de un autor, y menos cada línea, sino la imagen suya que él deja, Fray Luis me parece superior a Horacio. Por otro lado, es fácil ver sus divergencias poéticas. Por ejemplo, lea esta línea de Horacio: “Beatus ille qui procul negotiis”. Y a continuación, tome el conocido verso “¡Qué descansada vida / la del que huye el mundanal ruido / y sigue la escondida / senda, por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido”. Al compararlos, advertirá que la entonación es distinta. Y la entonación es lo más importante en poesía».
«Acerca de la esperanza le diré que en este momento, conversando con usted, la tengo. Pero en general, muchas veces no he encontrado mi esperanza, lo cual significa que también la he perdido muchas veces. Quizá convenga perder la esperanza. Decía George Bernard Shaw que la inscripción imaginada por Dante sobre la puerta el Infierno –“Dinanzi a me non fuor cose create / se non etterne, e io etterna duro. / Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate”– había sido puesta por Dios para tranquilizar a los réprobos. Era un modo de decir: “Bueno, ya están en el Infierno, de modo que no tienen nada que temer. Estén tranquilos. Les aguarda una eternidad infernal”».


Entrevista a Jorge Luis Borges,
Madrid, 25 de abril de 1973
Entrevistador no identificado
Archivo Sonoro de Radio Nacional de España
Transcripción de audio: Paz Ramos

Retrato de Borges por Oscar Burriel



3/8/15

Jorge Luis Borges: El hilo de la fábula








El hilo que la mano de Ariadne dejó en la mano de Teseo (en la otra estaba la espada) para que éste se ahondara en el laberinto y descubriera el centro, el hombre con cabeza de toro o, como quiere Dante, el toro con cabeza de hombre, y le diera muerte y pudiera, ya ejecutada la proeza, destejer las redes de piedra y volver a ella, a su amor.
Las cosas ocurrieron así. Teseo no podía saber que del otro lado del laberinto estaba el otro laberinto, el de tiempo, y que en algún lugar prefijado estaba Medea.
El hilo se ha perdido; el laberinto se ha perdido también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad.

Cnossos, 1984

En Los conjurados (1985)
Foto original color: Borges por Graziano Arici (detalle)
Buenos Aires 1983 Sitio oficial



22/10/16

Horacio Castillo: Borges y Grecia







El interés de Borges por Grecia comienza en su infancia. A los siete u ocho años, según ha comentado, leía mitología griega; inclusive escribió en inglés -lengua que balbuceó casi antes que el castellano- un trabajo sobre el tema. Le impresionaron especialmente los doce trabajos de Hércules, el viaje de los Argonautas y el mito del laberinto, que -dirá- lo «poseyó para siempre». También otros temas que, con el progreso de sus conocimientos, se fueron fijando en su imaginación: Ulises, Elena, Endimión, Proteo, las Sirenas, Edipo. A este último le dedica un poema en El otro, el mismo y a Proteo dos en El oro de los tigres (O. C., pp. 1108 y 1109). Ulises, además de ser aludido en numerosos textos, le inspira una de las estrofas de «Arte poética» (O. C., p. 843):

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.

Su interés por la poesía griega queda demostrado por las citas de Hesíodo, Esquilo, Píndaro, Teócrito o Apolonio de Rodas y, en particular, por su aproximación a Homero. Esta aproximación, dado su «oportuno desconocimiento del griego», se produjo a través de las versiones inglesas, a las que dedica un escolio en Discusión. Si bien dicho análisis se refiere al problema de la traducción, Borges incursiona en la cuestión del epíteto formulario con certera intuición: «El rapsoda -escribe- sabía que lo correcto era adjetivar divino Patroclo. En caso alguno había un propósito estético» (O. C., p. 240). En Historia de la eternidad, al estudiar los kenningar, vuelve sobre el asunto y señala que tales metáforas no valen por su significado -que es nulo- sino por «el heterogéneo contacto de sus palabras» (O. C., p. 368).
Sin perjuicio de este interés, el entusiasmo de Borges se orientó, también desde la infancia, hacia la filosofía griega. Su padre, profesor de psicología, le reveló a edad temprana la aporía de Aquiles y la tortuga: «Me impresionó profundamente esa singularidad, me pareció una pesadilla: que la competencia continuaba, que Aquiles no podía alcanzar a la tortuga, que la tortuga estaba siempre delante de Aquiles y que así seguía eternamente». Su atención se concentró no solo en Zenón sino en Heráclito, el pitagorismo y Platón, de quien cita varios diálogos: Timeo, Ion, Parménides, República, Político, Fedro, Cratilo. Asimismo se interesó en Demócrito y Plotino y hasta en Apolodoro, de cuya Biblioteca toma el epígrafe de «La casa de Asterión». Todo ello enriquecido por obras de las que ha dado expresa cuenta, como Die Philosophie der Griechen, de Paul Deussen; La philosophie de Platon, de Alfred Fouille; Passages Illustrating Neoplatonism, de E. R. Doods, entre otras (O. C., p. 367).
Borges no presumió del saber académico. Escribe:

No habré sido un filólogo,
no habré inquirido las declinaciones, los modos, 
la laboriosa mutación de las letras,
la de que se endurece en te,
la equivalencia de la ge y de la ka,
pero a lo largo de mis años he profesado
la pasión del lenguaje.
                                  (en Un lectorO. C., p. 1016)

No obstante esa limitación, sus muchas lecturas y su gran intuición le bastaron para conformar un mundo de ideas que lo acompañaría siempre y, lo que es más, fundó su literatura y hasta su estilo. Ese mundo de ideas, de filiación griega, puede reducirse a tres cuestiones: todo fluye, todo vuelve, todo es ilusorio. La primera de ellas, el panta rei heraclíteo, aparece en su libro inicial, Fervor de Buenos Aires, concretamente en el poema «Final de año». Después lo veremos reaparecer, una y otra vez, a lo largo de toda su obra, ya como argumento, ya como imagen, así en «El reloj de arena», «Arte poética» y «Heráclito» (O. C., p. 979):

¿Qué trama es ésta
del será, del es y del fue?
¿Qué río es éste por el cual corre el Ganges?

En «Nueva refutación del tiempo» (O. C., p. 763) y en otro poema titulado «Heráclito» cita, con mayor o menor fidelidad, el Fragmento 91: «No se puede entrar dos veces en el mismo río». Poeta al fin, Borges se detiene en la primera parte del texto de Heráclito que, como sabemos, continúa así: «...ni tocar dos veces una sustancia mortal en el mismo estado, sino que por la vivacidad y rapidez de su cambio se dispersa y recoge de nuevo (o, mejor, ni de nuevo, ni sucesivamente, sino al mismo tiempo se compone y se disuelve), se acerca y se aleja». Si hubiera avanzado en esa otra dirección -lo que añoramos- podría haber iluminado desde otra perspectiva las alturas de Hegel.

La segunda vertiente griega de Borges es el pitagorismo y la idea del eterno retorno. Se insinúa, también tempranamente, en el poema «El truco» de Fervor de Buenos Aires (O. C., p. 22) y en el capítulo del mismo nombre [*] de Evaristo Carriego (O. C., p. 145). Más tarde, en Historia de la eternidad, le dedica los capítulos «La doctrina de los ciclos» y «El tiempo circular» (O. C., pp. 385 y 393). En el primero, con apoyo en Rutherford y Cantor y fundándose en las leyes de la termodinámica, expresa: «Basta proyectar una luz sobre una superficie negra para que se convierta en calor. El calor, en cambio, ya no volverá a la forma de luz. Esa comprobación, de aspecto inofensivo e insípido, anula el "laberinto circular" del Eterno Retorno» (O. C., p. 391). Esta réplica entra en contradicción con su lírica, pues en «La noche cíclica» profesa la «rotación pitagórica», la doctrina de los «arduos alumnos de Pitágoras» sobre el regreso cíclico de astros, hombres y átomos (O. C., p. 864):

Vuelve la noche cóncava que descifró Anaxágoras;
vuelve a mi carne humana la eternidad constante
y el recuerdo ¿el proyecto? de un poema incesante:
«lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras...»

Su tercera obsesión, también de fuente griega, es Zenón de Elea. Como dijimos, fue su padre quien, a edad temprana, le reveló la paradoja de Aquiles y la tortuga. Tanto es su fervor, que «la tortuga de Zenón» aparece entre los enunciados del «Otro poema de los dones» (O. C., p. 937). Le apasiona ese «pedacito de tiniebla griega» porque -dice en «La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga»- atenta contra la realidad del espacio y del tiempo y, salvo que confesemos la idealidad de estos, es a su juicio incontestable. «Aceptemos el idealismo, aceptemos el crecimiento concreto de lo percibido, y eludiremos la pululación de los abismos de la paradoja» (O. C., p. 248). Sin embargo, tras esta condescendencia idealista, no tarda en aparecer la contradicción , y en términos dramáticos:

Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal: es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.
                                                                                                                   (O. C., p. 771)

Estas tres líneas de pensamiento, de origen griego, convergen en otra idea genuinamente griega: el laberinto. Si todo -en esa pasmosa cosmogonía- fluye pero permanece inmutable; si para superar la contradicción hay que admitir que no existen el espacio ni el tiempo ni la materia; si, para colmo, esa anulación del mundo es puro «consuelo» porque lo real es real, porque yo soy real, entonces el Ser es efectivamente un laberinto. Esta es la idea central de su obra. Se insinúa en su glosa sobre el truco, que equipara a un laberinto de cartón pintado, y la vemos, impregnada de pathos, en el despertar del sueño que cierra «La duración del infierno»: «Pensé con miedo ¿dónde estoy? y comprendí que no lo sabía. Pensé ¿quién soy? y no me pude reconocer» (O. C., p. 238). Después será un motivo recurrente en sus especulaciones sobre el tiempo o sobre Dios; en su cuentística: «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», «El jardín de senderos que se bifurcan», «La casa de Asterión», «Los dos reyes y los dos laberintos»; en poemas como «Laberinto» y «El laberinto», entre otros. Según esa metáfora, el mundo es una infinita multiplicación de elementos aparentes, donde el hombre está solo, o más bien es único, y espera como Asterión la redención de la muerte. Pero, pese a esa índole inexorable, el laberinto abre una esperanza, porque entonces -dice- existe un objetivo: un proyecto escondido o secreto, en medio del caos aparente. «La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo orden (que, repetido, sería un orden; el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza» (O. C., p. 471).
Desde otro punto de vista -el de Grecia moderna- se han señalado semejanzas entre Borges y Constantino Kavafis. Según Nasos Vagenás, Borges reconoció haberlo «leído» tardíamente, cuando ya había perdido la vista, pues -dice- las traducciones del alejandrino tardaron en aparecer en castellano. Se trata, más que de influencia, de ciertas afinidades con respecto al modernismo, la ironía, la historia, el intelectualismo, la «frialdad» y, sobre todo, la forma de hacer poesía con medios no poéticos, o mejor dicho, con los medios poéticos conocidos. Escribe Vagenás: «Y por poesía entiendo principalmente sus cuentos -los textos de Borges que se consideran cuentos- y especialmente aquellos que componen sus libros Ficciones y El Aleph, porque creo que éstos constituyen las más altas conquistas de su arte». Agrega: «Estos textos no son un nuevo modo de relato, como generalmente se cree, sino un nuevo modo de poesía. Kavafis hace poesía con los medios de la prosa. Borges hace poesía con los medios del ensayo». Vagenás dice algo más todavía: «Los textos de Borges no provienen tanto de la vida como de pensamientos que los hombres han registrado de la vida. Es decir, provienen sobre todo de la vida del espíritu. Con la misma disposición que Kavafis se vuelve hacia la historia, Borges extrae sus relatos de la filosofía y la teología, y ésa es una de las razones por las cuales los poemas de Kavafis se parecen a la prosa y los poemas de Borges al ensayo»
Hay, además, otro tipo de equivalencias que no dejan de llamar la atención, por ejemplo ciertos títulos:

Kavafis                                                  Borges
«En Alejandría, 31 A. C.»      «Alejandría, 641 A. D.»
                                              «Brunanburh, 937 A. D.»
«Días de l903»                       «1964»
«Días de 1896»                      «1971»
«Días de 1901»                      «1891»
«En un viejo libro»                  «Composición escrita en
                                                  un ejemplar de la Gesta 
                                                  de Beowulf»
«Ante la tumba de 
Endimión»                              «Endimión en Latmos»
«Mar en la mañana»               «El mar»
«En la tarde»                          «La tarde»
«Un viejo»                              «A quien ya no es joven»

Pueden encontrarse otras correspondencias, como la preocupación por rescatar personajes y circunstancias históricas, reminiscencias literarias, ficciones arqueológicas o la «asombrosa semejanza estructural y temática» entre el cuento «Tema del traidor y del héroe», de Borges y el poema «Demarato»[**], de Kavafis. Pero sería temerario ir más allá de la mera coincidencia, a lo sumo de fuentes comunes -la historia, la literatura, la Antología Palatina, los escritores ingleses del siglo XIX- y de un método también común: «Borges y Kavafis utilizan la mente -de una manera especial- para formular con mayor evidencia sus sentimientos».
Borges percibió la Grecia real. Escribió sobre Atenas, fechó en Cnossos «El hilo de la fábula» y hasta experimentó la revelación dionisíaca: «Una valerosa y venturosa música griega nos acaba de revelar que la muerte es más inverosímil que la vida y que, por consiguiente, el alma perdura cuando su cuerpo es caos». Los mismos griegos lo consideraron muy cerca de ellos, más cerca que ningún otro creador, y también: un Homero, un Dédalo de nuestra época vagando por las calles de Atenas, como lo pinta Vagenás en su poema «Jorge Luis Borges en la calle Panepistimíu»:

Sobreviviente de tu muerte
tanteando un sofocante sol ático
remontas lentamente la calle Panepistimíu con tu fino
y polvoriento bastón de Chesterton.

Ciego Borges.
Famoso.
Tu voz me refresca los huesos.
En el fondo eres griego.
La luz se ha posado sobre tus hombros.

       Detrás
de tus oscuras membranas distingues
la embriagadora sombra de Solomós.
Homero te sigue en un taxi negro.
Desvelado.
Sin peinar.
Apagando un cigarrillo tras otro.
Recoge la moneda
que cae cada tanto
de tus dientes brillantes.

El helenismo de Borges no es el exultante de Lugones, ni el de Hölderlin, ni el de Nietzsche; tampoco el decorativo de Darío o José María de Heredia. Borges fue fundamentalmente un sofista. Un sofista no en el sentido hostil que acuñó Sócrates, ni en el peyorativo de Platón y Aristóteles: sofista por la importancia atribuida a la retórica, el placer dialéctico, la sutileza, el culto de la paradoja y la pretensión de ejercer sobre todas las cosas un espíritu de revisión y de crítica. Como los metafísicos de Tlön, Borges no buscó la verdad, ni siquiera la verosimilitud: buscó el asombro, y hasta su estilo que participa de esas connotaciones, es en última instancia un sofisma.
En 1984, al recibir el título de doctor honoris causa en la Universidad de Creta, dijo que regresaba a Grecia veinticinco siglos después de aquel momento en que todo empezó allí: el pensamiento, la dialéctica, la poesía, la filosofía. Agregó: «Pueden considerarme como un griego exiliado en Sud América, que regresa a su patria o como si yo estuviese siempre en Grecia -quiero decir espiritualmente, no materialmente». Y, sofista al fin, concluyó: «Pueden, pues, elegir. Sin embargo quisiera que ustedes entendieran -sé que lo entienden, o mejor que lo sienten (uno siente mejor de lo que entiende)- que es aquí donde me siento feliz; muy feliz de encontrarme en Grecia y de que me encontraré siempre aquí, aun cuando mi cuerpo esté ausente».


En Homenaje a Jorge Luis Borges
Academia Argentina de Letras, 1999
y en CVC Biblioteca Virtual Cervantes

Foto sin atribución y poemas de Horacio Castillo 


[*] No pertenece a Evaristo Carriego, sino 
a El idioma de los argentinos (1928)
[**] Kavafis: Poesía completa, pág. 116


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