«El laberinto es el símbolo evidente del asombro, el estupor, la perplejidad. Cuando yo era chico, recuerdo un grabado de un laberinto que me impresionó mucho. Se trataba del laberinto de Creta, y si no me engaño, pensaba que con el filo de una lupa, en una de las rendijas de aquel laberinto que era como una gran plaza de toros, yo podría ver el Minotauro». (La entrevistadora le interroga acerca del hilo para escapar del laberinto que es la vida). «Sí, finalmente el morir. Entonces ya salimos de ese laberinto con toda plenitud».
(La siguiente pregunta cuestiona la frontera entre lo real y lo fantástico). «No sé si hay una distinción entre ambas categorías. Si alguien sueña, evidentemente ese sueño es ese sueño y no otro. Plantear una diferencia esencial es muy difícil. Vamos a suponer que si un elemento fantástico existe, por ejemplo los espectros, entonces ya forma parte de la realidad».
(A continuación, su interlocutora alude a esa etiqueta de Borges como escéptico que pretende abolir el universo). «Cultivo el escepticismo sí, pero un escepticismo lleno de curiosidad. Por ejemplo, yo no soy religioso, pero he leído muchos libros de teología, no sólo cristiana, sino de otras creencias. Claro que todo eso lo he leído como se lee una novela fantástica. Además, en cuanto a lo de concluir con el universo, al menos en lo que a mí se refiere, va a concluir cuando yo me muera. (...) Con todo, aún no encontré lo que quería y espero no encontrarlo. Buscar es lindo, sobre todo cuando se sabe que no se va a encontrar. Entonces uno está más cómodo, porque se busca sin impaciencia».
(La entrevistadora le pregunta por qué habla de sus lecturas en mayor medida que de su propia obra). «Desde luego, porque lo que escribo no me interesa. Mejor dicho, me interesaba en el momento en que lo escribí, pero después yo escribo un libro para librarme de él. Escribo un libro para olvidarme de ese libro. Además, he leído muy poco de lo escrito sobre mí, porque el tema me interesa poco. En cambio, los otros autores me interesan. Yo estoy un poco harto de mí mismo, pero es natural, porque al cabo de setenta y tres años de convivencia con Borges uno acaba tan harto de Borges como cualquier lector. Más todavía, porque ha sido un Borges incesante, intolerable. (...) No siento plenitud. Al contrario, siento que estoy llegando a mis límites, aunque trato de engañarme. Al escribir un poema, ocurre muchas veces que me siento contento, y luego compruebo que es la cuarta o quinta vez que lo escribo, con ligeras variaciones que no siempre son enmiendas».
«Mi destino es la lengua castellana, y eso implica la literatura castellana. Pero, naturalmente, uno tiene ciertas preferencias que van cambiando. Por ejemplo, yo creí alguna vez que Francisco de Quevedo era superior a Luis de Góngora, y ahora me parece ridículo decir eso. Yo creí que Góngora era superior a Fray Luis de León, y ahora Fray Luis de León me parece infinitamente superior».
(Se sugiere en este punto el horacianismo de Fray Luis). «Yo diría que la personalidad de Horacio no es muy simpática. En cambio, la de Fray Luis es muy querible. Y como finalmente lo substancial no es cada página de un autor, y menos cada línea, sino la imagen suya que él deja, Fray Luis me parece superior a Horacio. Por otro lado, es fácil ver sus divergencias poéticas. Por ejemplo, lea esta línea de Horacio: “Beatus ille qui procul negotiis”. Y a continuación, tome el conocido verso “¡Qué descansada vida / la del que huye el mundanal ruido / y sigue la escondida / senda, por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido”. Al compararlos, advertirá que la entonación es distinta. Y la entonación es lo más importante en poesía».
«Acerca de la esperanza le diré que en este momento, conversando con usted, la tengo. Pero en general, muchas veces no he encontrado mi esperanza, lo cual significa que también la he perdido muchas veces. Quizá convenga perder la esperanza. Decía George Bernard Shaw que la inscripción imaginada por Dante sobre la puerta el Infierno –“Dinanzi a me non fuor cose create / se non etterne, e io etterna duro. / Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate”– había sido puesta por Dios para tranquilizar a los réprobos. Era un modo de decir: “Bueno, ya están en el Infierno, de modo que no tienen nada que temer. Estén tranquilos. Les aguarda una eternidad infernal”».
Entrevista a Jorge Luis Borges,
Madrid, 25 de abril de 1973
Entrevistador no identificado
Archivo Sonoro de Radio Nacional de España
Transcripción de audio: Paz Ramos