25/12/15

Jorge Luis Borges: Caedmon







Caedmon debe su fama, que será perdurable, a razones ajenas al goce estético. La gesta de Beowulf es anónima; Caedmon, en cambio, es el primer poeta anglosajón, por consiguiente inglés, cuyo nombre se ha conservado. En el Éxodo y en las Suertes de los apóstoles, la nomenclatura es cristiana, pero el sentimiento es gentil; Caedmon es el primer poeta sajón de espíritu cristiano. A estas razones hay que agregar la curiosa historia de Caedmon, tal como la refiere Beda el Venerable en el cuarto libro de su Historia eclesiástica:

«En el monasterio de esta abadesa (la abadesa Hild de Streoneshalh) hubo un hermano honrado por la gracia divina, porque solía hacer canciones que inclinaban a la piedad y a la religión. Todo lo que aprendía de hombres versados en las sagradas escrituras lo vertía en lenguaje poético con la mayor dulzura y fervor. Muchos, en Inglaterra, lo imitaron en la composición de cantos religiosos. El ejercicio del canto no le había sido enseñado por los hombres o por medios humanos; había recibido ayuda divina y su facultad de cantar procedía directamente de Dios. Por eso no compuso jamás canciones engañosas y ociosas. Este hombre había vivido en el mundo hasta alcanzar una avanzada edad y nada había sabido de versos. Solía concurrir a fiestas donde se había dispuesto, para fomentar la alegría, que todos cantaran por turno acompañándose con el arpa, y cuantas veces el arpa se le acercaba, Caedmon se levantaba con vergüenza y se encaminaba a su casa. Una de esas veces dejó la casa del festín y fue a los establos, porque le habían encomendado esa noche el cuidado de los caballos. Durmió y en el sueño vio un hombre que le ordenó: "Caedmon, cántame alguna cosa." Caedmon contestó y dijo: "No sé cantar y por eso he dejado el festín y he venido a acostarme." El que le habló le dijo: "Cantarás." Entonces dijo Caedmon: "¿Qué puedo yo cantar?" La respuesta fue: "Cántame el origen de todas las cosas." Y Caedmon cantó versos y palabras que no había oído nunca, en este orden: "Alabemos ahora al guardián del reino celestial, el poder del Creador y el consejo de su mente, las obras del glorioso Padre; cómo Él, Dios eterno, originó cada maravilla. Hizo primero el cielo como techo para los hijos de la tierra; después hizo, todopoderoso, la tierra para dar un suelo a los hombres." Al despertar, guardaba en la memoria todo lo cantado en el sueño. A estas palabras agregó muchas otras, en el mismo estilo, dignas de Dios.»

Beda refiere que la abadesa dispuso que los religiosos examinaran la nueva capacidad de Caedmon, y, una vez demostrado que el don poético le había sido conferido por Dios, lo instó a entrar en la comunidad. «Cantó la creación del mundo, el origen del hombre, toda la historia de Israel, el éxodo de Egipto y la entrada en la tierra prometida, la encarnación, pasión y resurrección de Cristo, su ascensión al cielo, la llegada del Espíritu Santo y la enseñanza de los apóstoles. También cantó el terror del juicio final, los horrores del infierno y las bienaventuranzas del cielo.» El historiador agrega que Caedmon, años después, profetizó la hora en que iba a morir y la esperó durmiendo. Dios, o un ángel de Dios, le había enseñado a cantar; nada podía temer Caedmon.

La inspiración onírica de Caedmon ha sido puesta en duda; recordemos, sin embargo, el caso de Stevenson, que recibió, en un sueño febril, después de una hemorragia, el argumento de Jekyll y Hyde. Stevenson quería escribir un cuento sobre un hombre que fuera dos, sobre una división de la personalidad; un sueño le dio la forma que buscaba. Más extraño aún es el caso del poeta Samuel Coleridge. Este compuso en sueños el famoso poema Kubla Khan (1816), inspirado por la descripción de un palacio que hizo construir aquel emperador chino que hospedó a Marco Polo. Resultó después que el plano del palacio le había sido revelado en un sueño al emperador. Esta última noticia está registrada en una historia universal redactada en Persia a principios del siglo XIV y no vertida a idioma alguno occidental, sino después de la muerte de Coleridge.



En Literaturas germánicas medievales (1966)
En colaboración con María Esther Vázquez
Foto tomada por Adolfo Bioy Casares de Borges y María Esther Vázquez en Villa Silvina (Mar del Plata, 1965) 


24/12/15

Jorge Luis Borges: Para la noche del 24 de diciembre de 1940, en Inglaterra









Que la antigua tiniebla se agrande de campañas,
que de la porcelana cóncava mane el ponche,
que los bélicos "crackers" retumben hasta el alba,
que el incendio de un leño haga ilustre la noche.

Que el tempestuoso fuego, que agredió las ciudades
sea esta noche una límpida fiesta para los hombres,
que debajo del muérdago esté el beso. Que esté
la esperanza de tus espléndidos corazones.

Inglaterra, que el tiempo de Dios te restituya
la no sangrienta nieve, pura como el olvido,
la gran sombra de Dickens, la dicha que retumba.

Porque no hace dos mil años que murió Cristo,
porque los infortunios más largos son efímeros,
porque los años pasan, pero el tiempo perdura.




En Textos Recobrados 1931-1955 (2001)
Primera publicación en Saber Vivir, Revista Mensual Ilustrada
Buenos Aires, Nro. 4/5, noviembre/diciembre de 1940
Texto dedicado a Inglaterra que se hallaba bajo la guerra en Navidad 
Foto de Martín Ferrari Hardoy
Borges en la terraza de su departamento de la calle Maipú
En Borges, Develaciones, de Félix della Paolera
Fundación E. Constantini, Buenos Aires, 1999


23/12/15

Jorge Luis Borges: Stories, essays and poems, de Hilaire Belloq [R]







23 de diciembre de 1938

Joseph Hilaire Pierre Belloc goza (¿o adolece?) de la fama de ser el mejor prosista y el más diestro versificador del idioma inglés. Unos dirán que es lícita esa fama, otros que es absurda; nadie, sin embargo, me negará que es poco estimulante. A ningún escritor puede convenirle una fama de ese orden. (Puede consolarlo, quizá, lo que es muy distinto.) El concepto de perfección es negativo: la omisión de errores explícitos lo define, no la presencia de virtudes. En la página 320 de este volumen, el mismo Belloc dice que no hay prosa mejor que la del libro Los arrianos del siglo IV de Newman. “A mí no me aburre (explica Belloc), por el simple azar de que ese momento histórico me interesa, pero sé que muchos lectores se aburrirían ferozmente con él. Su prosa, sin embargo, es perfecta. Newman, puesto a narrar un determinado número de sucesos y a expresar un determinado número de conceptos, lo hace con la mejor elección de palabras, en el mejor orden, y eso es la perfección”.
Ignoro si la definición anterior, hecha de dos brumosos superlativos (“la mejor elección de palabras…, el mejor orden”) tiene algún valor, pero sé que hay prosas encantadoras, aunque nos sea del todo indiferente la materia que tratan. (Ejemplos: la prosa de Andrew Lang, de George Moore, de Alfonso Reyes.) ¿Pertenece la prosa de Belloc a esa misteriosa familia? No lo aseguro. Belloc ensayista es insignificante o imperceptible; Belloc novelista pasa de lo mediocre a lo intolerable; Belloc juez literario prefiere aseverar a persuadir; Belloc historiador me parece admirabilísimo.
En su labor histórica, los árboles no tapan la selva ni la selva los árboles: la luminosa interpretación general y la narración de pormenores individuales se adunan felizmente. Ha escrito biografías de Juana de Arco, de Carlos I, de Cromwell, de Richelieu, de Wolsey, de Napoleón, de Robespierre, de María Antonieta, de Cranmer, de Guillermo el Conquistador; ha discutido memorablemente con Wells.
A continuación traslado una página (reproducida en este volumen) de su biografía de Napoleón:


AUSTERLITZ

A una o dos millas de Boulogne, sobre la carretera de París, hay en Pont-de-Briques, a mano derecha, una encantadora casita, modesta, clásica, retirada. Ahí descansaba el Emperador durante aquellos días de verano de 1805, mientras al cabo de una larga paz europea se formaba la coalición que una vez más desafiaría a la Revolución y a su capitán.
Era de noche aún, poco después de las cuatro de la mañana del 13 de agosto, cuando las noticias llegaron: la armada francesa que se esperaba en el Canal de la Mancha comandada por Villeneuve, había regresado al Ferrol. Del doble plan de Napoleón, de sus alternativas, la invasión de Inglaterra era más dudosa que nunca: Villeneuve no había comprendido que el Tiempo era el factor esencial. Ese descalabro detenía al Emperador. La coalición formada en el lado opuesto, tierra adentro, se robustecía y lo amenazaba por el este: Austria y Rusia se le venían encima.
Mandó buscar a Darn, que lo encontró encendido de ira, el sombrero encajado hasta las sienes, los ojos relampagueantes y los labios, mientras se paseaba iracundo, profiriendo imprecaciones contra Villeneuve… Cuando las agotó, dijo, bruscamente: “Siéntese y escriba”.
Darn se sentó, pluma en mano, ante un escritorio cargado de notas y de papeles, y tomó entonces, bajo el alba, un dictado asombroso: nada menos que todo el plan de la marcha sobre Austria, el avance que culminó en la victoria de Austerlitz. Cada etapa de la empresa vastísima, los diversos caminos, los altos, las fechas de las llegadas llovieron por horas, sin un apunte para guiar la memoria, hasta que la campaña íntegra quedó sobre el papel, ya resuelta. Después, cuando ese laberinto en la cabeza de un hombre, cuando esa idea pasó a la realidad y fue un hecho, Darn no cesaba de maravillarse de que sus partes fueran eslabonándose, previstas y puntuales como una profecía que se cumple.


ART IN ENGLAND, de R. S. Lambertr [R]

Un examen estadístico de Art in England nos acerca a lo milagroso. Veintiún pintores, escultores, arquitectos, pedagogos y críticos (todos civilizados y razonables, hasta los pedagogos) colaboran en este libro: treinta y dos fotograbados lo ilustran; ciento cincuenta páginas lo componen y seis peniques bastan para comprarlo. En tales circunstancias es una ingratitud formular censuras. No me decido, sin embargo, a ocultar que esta admirable enciclopedia lacónica del arte inglés es a veces injusta. Injustamente alaba a meros epígonos del expresionismo alemán o del suprarrealismo de París como Edward Wadsworth y John Armstrong; injustamente olvida (o insulta) a Blake, a Morris, a Burne-Jones, a Rossetti y a Watts. El motivo, por lo demás, es claro. Este libro está destinado a lectores británicos, ya suficiente o excesivamente informados de las glorias pretéritas del país y a quienes les importa, ante todo, estar à la page. Nuestro caso es distinto. Si queremos conocer la pintura de hoy, estudiaremos a los maestros —a Klee, a Picasso, a Braque, a Max Ernst, a De Chirico—, no a los plagiarios londinenses de Unit One, por fidedignos y puntuales que sean. En cambio, puede (y debe) importarnos conocer la gran pintura inglesa de Turner, de Constable y de Gainsborough. El primero, que muchos han juzgado no inferior a cualquier otro artista de cualquier nación y de cualquier siglo, es del todo ignorado en este país.
De los muchos artículos de este libro, el más impresionante es acaso el del escultor Henry Moore. Éste declara que la virtud cardinal de los escultores es la capacidad de concebir un complejo volumen desde todos los lados a un tiempo y asimismo de adentro para afuera: facultad sin duda admirable y acaso imaginaria y que me parece lindar con la famosa cuarta dimensión… También declara que un agujero puede plásticamente ser tan significativo como una masa, y encara la posible ejecución de “estatuas de aire” o sea de esculturas cóncavas, ahuecadas, que limiten y contengan las formas que se quiere manifestar.


L’OEUF AUX MIRAGES, de Jacques Violetter [R]

Con este curioso volumen, Jacques Violette deja la crítica pictórica y ensaya la novela semifantástica. El héroe, Lucien Finet, hombre morigerado, sedentario y un poco tímido, es director de banco. Vive dos vidas, como los personajes de Julián Green. Para que la segunda vida, la imaginaria, no entre en la cotidiana y la trastorne, la va dictando a su mecanógrafa. El relato de dos de sus vidas ficticias compone esta novela cuyos variados escenarios son un convento de París, el fondo del mar y el Acrópolis, y en cuyas páginas circulan y se aniquilan un huevo pasado por agua, un hidrocéfalo, una monja, un buzo, una vegetariana y un cardumen de peces voladores. Al cabo de esas extravagancias y a la espera de otras, Finet recae en la realidad. Un argumento se superpone a otro en este volumen: realista el uno, alucinatorios los otros y todos con un fondo de nihilismo.


DE LA VIDA LITERARIAq

Los gatos y Rainer Maria Rilke

Maurice Betz, el más reciente de los biógrafos de Rainer Maria Rilke, refiere que a éste le agradaban los gatos, porque nunca dejaron de parecerle más o menos irreales. “Nunca se pudo convencer (dice Betz) de que verdaderamente existieran. Admiraba su modo repentino de aparecer en nuestro mundo para volcar un tintero o para enmarañar un ovillo y de evadirse luego, de un salto, como si apenas fuéramos una proyección de su espíritu, una sombra que sus pupilas no ven. Esa autonomía de los gatos era una virtud para él, pues le permitía acomodarse a su presencia, de hecho imaginaria y que no pesa más que la de un fantasma.”
Los perros, en cambio, le parecían el doloroso producto de una suerte de pacto entre el hombre y el animal. “Ni hombre ni bestia: mestizo lamentable y conmovedor”, dijo de los perros.


H. G. Wells contra Mahoma

Es conocida la veneración que el Islam profesa por su libro sagrado. Los teólogos musulmanes afirman que el Corán es eterno, que los ciento catorce capítulos que lo forman son anteriores a la tierra y al cielo y sobrevivirán a su fin, y que el texto original —la madre del libro— está en el paraíso, donde lo veneran los ángeles. Otros doctores, no contentos con esas prerrogativas, han divulgado que el Corán puede tomar la forma de un hombre o la de un animal y contribuir a la ejecución de los impenetrables propósitos del Señor. Este mismo (en el capítulo diecisiete de su obra) dice que aunque los hombres colaboraran con los demonios para confeccionar otro Corán, no lo conseguirían… H. G. Wells (en el capítulo cuarenta y tres de su Breve historia del mundo) se felicita de esa incapacidad humano-demoníaca, y deplora que doscientos millones de musulmanes acaten ese libro confuso.
Indignados, los mahometanos que residen en Londres han procedido en su mezquita a una ceremonia expiatoria. Ante una silenciosa congregación, el doctor Abdul Yakub Khan, barbudo y ortodoxo, ha arrojado a las llamas un ejemplar de la Breve historia del mundo.




Publicado el 23.12.1938 en El Hogar 1935-1958 (compilación 1986) 
Incluido luego en Textos cautivos (compilación 2000)
© 1995, 2011 María Kodama
© 2011 Random House Mondadori S.A., Barcelona
Foto: Hilaire Belloc, portrait by Emil Otto Hoppé, vintage bromide print, 1915
National Portrait Gallery

22/12/15

Jorge Luis Borges: Entrevista en Radio Nacional de España [25 de abril de 1973]









«El laberinto es el símbolo evidente del asombro, el estupor, la perplejidad. Cuando yo era chico, recuerdo un grabado de un laberinto que me impresionó mucho. Se trataba del laberinto de Creta, y si no me engaño, pensaba que con el filo de una lupa, en una de las rendijas de aquel laberinto que era como una gran plaza de toros, yo podría ver el Minotauro». (La entrevistadora le interroga acerca del hilo para escapar del laberinto que es la vida). «Sí, finalmente el morir. Entonces ya salimos de ese laberinto con toda plenitud».

(La siguiente pregunta cuestiona la frontera entre lo real y lo fantástico). «No sé si hay una distinción entre ambas categorías. Si alguien sueña, evidentemente ese sueño es ese sueño y no otro. Plantear una diferencia esencial es muy difícil. Vamos a suponer que si un elemento fantástico existe, por ejemplo los espectros, entonces ya forma parte de la realidad».
(A continuación, su interlocutora alude a esa etiqueta de Borges como escéptico que pretende abolir el universo). «Cultivo el escepticismo sí, pero un escepticismo lleno de curiosidad. Por ejemplo, yo no soy religioso, pero he leído muchos libros de teología, no sólo cristiana, sino de otras creencias. Claro que todo eso lo he leído como se lee una novela fantástica. Además, en cuanto a lo de concluir con el universo, al menos en lo que a mí se refiere, va a concluir cuando yo me muera. (...) Con todo, aún no encontré lo que quería y espero no encontrarlo. Buscar es lindo, sobre todo cuando se sabe que no se va a encontrar. Entonces uno está más cómodo, porque se busca sin impaciencia».
(La entrevistadora le pregunta por qué habla de sus lecturas en mayor medida que de su propia obra). «Desde luego, porque lo que escribo no me interesa. Mejor dicho, me interesaba en el momento en que lo escribí, pero después yo escribo un libro para librarme de él. Escribo un libro para olvidarme de ese libro. Además, he leído muy poco de lo escrito sobre mí, porque el tema me interesa poco. En cambio, los otros autores me interesan. Yo estoy un poco harto de mí mismo, pero es natural, porque al cabo de setenta y tres años de convivencia con Borges uno acaba tan harto de Borges como cualquier lector. Más todavía, porque ha sido un Borges incesante, intolerable. (...) No siento plenitud. Al contrario, siento que estoy llegando a mis límites, aunque trato de engañarme. Al escribir un poema, ocurre muchas veces que me siento contento, y luego compruebo que es la cuarta o quinta vez que lo escribo, con ligeras variaciones que no siempre son enmiendas».
«Mi destino es la lengua castellana, y eso implica la literatura castellana. Pero, naturalmente, uno tiene ciertas preferencias que van cambiando. Por ejemplo, yo creí alguna vez que Francisco de Quevedo era superior a Luis de Góngora, y ahora me parece ridículo decir eso. Yo creí que Góngora era superior a Fray Luis de León, y ahora Fray Luis de León me parece infinitamente superior».
(Se sugiere en este punto el horacianismo de Fray Luis). «Yo diría que la personalidad de Horacio no es muy simpática. En cambio, la de Fray Luis es muy querible. Y como finalmente lo substancial no es cada página de un autor, y menos cada línea, sino la imagen suya que él deja, Fray Luis me parece superior a Horacio. Por otro lado, es fácil ver sus divergencias poéticas. Por ejemplo, lea esta línea de Horacio: “Beatus ille qui procul negotiis”. Y a continuación, tome el conocido verso “¡Qué descansada vida / la del que huye el mundanal ruido / y sigue la escondida / senda, por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido”. Al compararlos, advertirá que la entonación es distinta. Y la entonación es lo más importante en poesía».
«Acerca de la esperanza le diré que en este momento, conversando con usted, la tengo. Pero en general, muchas veces no he encontrado mi esperanza, lo cual significa que también la he perdido muchas veces. Quizá convenga perder la esperanza. Decía George Bernard Shaw que la inscripción imaginada por Dante sobre la puerta el Infierno –“Dinanzi a me non fuor cose create / se non etterne, e io etterna duro. / Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate”– había sido puesta por Dios para tranquilizar a los réprobos. Era un modo de decir: “Bueno, ya están en el Infierno, de modo que no tienen nada que temer. Estén tranquilos. Les aguarda una eternidad infernal”».


Entrevista a Jorge Luis Borges,
Madrid, 25 de abril de 1973
Entrevistador no identificado
Archivo Sonoro de Radio Nacional de España
Transcripción de audio: Paz Ramos

Retrato de Borges por Oscar Burriel



21/12/15

Jorge Luis Borges: Elegía de los portones






A Francisco Luis Bernárdez
Barrio Villa Alvear: entre las calles Nicaragua, Arroyo Maldonado, Canning y Rivera. Muchos terrenos baldíos existen aún y su importancia es reducida.
Manuel Bilbao: Buenos Aires, 1902


Ésta es una elegía
de los rectos portones que alargaban su sombra
en la plaza de tierra.
Ésta es una elegía
que se acuerda de un largo resplandor agachado
que los atardeceres daban a los baldíos.
(En los pasajes mismos había cielo bastante
para toda una dicha
y las tapias tenían el color de las tardes.)
Ésta es una elegía
de un Palermo trazado con vaivén de recuerdo
y que se va en la muerte chica de los olvidos.
Muchachas comentadas por un vals de organito
o por los mayorales de corneta insolente
de los 64,
sabían en las puertas de la gracia de su espera.
Había huecos de tunas
y la ribera hostil del Maldonado
—menos agua que barro en la sequía—
y zafadas veredas en que flameaba el corte
y una frontera de silbatos de hierro.
Hubo cosas felices,
cosas que sólo fueron para alegrar las almas:
el arriate del patio
y el andar hamacado del compadre.
Palermo del principio, vos tenías
unas cuantas milongas para hacerte valiente
y una baraja criolla para tapar la vida
y unas albas eternas para saber la muerte.
El día era más largo en tus veredas
que en las calles del centro,
porque en los huecos hondos se aquerenciaba el cielo.
Los carros de costado sentencioso
cruzaban tu mañana
y eran en las esquinas tiernos los almacenes
como esperando un ángel.
Desde mi calle de altos (es cosa de una legua)
voy a buscar recuerdos a tus calles nocheras.
Mi silbido de pobre penetrará en los sueños
de los hombres que duermen.
Esa higuera que asoma sobre una parecita
se lleva bien con mi alma
y es más grato el rosado firme de tus esquinas
que el de las nubes blandas.




En Cuaderno San Martín (1929)
Image: Très rare envoi autographe signé de l'auteur à son ami le peintre Jorge Larco. 
Rédigée par sa mère, Leonor Acevedo, la dédicace est signée par Jorge Luis Borges. Vía


20/12/15

Jorge Luis Borges: Correr o ser









¿Fluye en el cielo el Rhin? ¿Hay una forma
universal del Rhin, un arquetipo,
que invulnerable a ese otro Rhin, el tiempo,
dura y perdura en un eterno Ahora
y es raíz de aquel Rhin, que en Alemania
sigue su curso mientras dicto el verso?
Así lo conjeturan los platónicos;
así no lo aprobó Guillermo de Occam.
Dijo que Rhin (cuya etimología
es rinan o correr) no es otra cosa
que un arbitrario apodo que los hombres
dan a la fuga secular del agua
desde los hielos a la arena última.
Bien puede ser. Que lo decidan otros.
¿Seré apenas, repito aquella serie
de blancos días y de negras noches
que amaron, que cantaron, que leyeron
y padecieron miedo y esperanza
o también habrá otro, el yo secreto
cuya ilusoria imagen, hoy borrada
he interrogado en el ansioso espejo?
Quizá del otro lado de la muerte
sabré si he sido una palabra o alguien.



En La cifra (1981)
Foto: Borges y el editor Franco Ricci
Italia, 1977, rocaille.it

19/12/15

Jorge Luis Borges: Sherlock Holmes






No salió de una madre ni supo de mayores.
Idéntico es el caso de Adán y de Quijano.
Está hecho de azar. Inmediato o cercano
lo rigen los vaivenes de variables lectores.

No es un error pensar que nace en el momento
en que lo ve aquel otro que narrará su historia
y que muere en cada eclipse de la memoria
de quienes lo soñamos. Es más hueco que el viento.

Es casto. Nada sabe del amor. No ha querido.
Ese hombre tan viril ha renunciado al arte
de amar. En Baker Street vive solo y aparte.
Le es ajeno también ese otro arte, el olvido.

Lo soñó un irlandés, que no lo quiso nunca
y que trató, nos dicen, de matarlo. Fue en vano.
El hombre solitario prosigue, lupa en mano,
su rara suerte discontinua de cosa trunca.

No tiene relaciones, pero no lo abandona
la devoción del otro, que fue su evangelista
y que de sus milagros ha dejado la lista.
Vive de un modo cómodo: en tercera persona.

No va jamá al baño. Tampoco visitaba
ese retiro Hamlet, que muere en Dinamarca
que no sabe casi nada de esa comarca
de la espada y del mar, del arco y de la aljaba.

(Omnia sunt plena Jovis. De análoga manera
diremos de aquel justo que da nombre a los versos
que su inconstante sombra recorre los diversos
dominios en que ha sido parcelada la esfera.)

Atiza en el hogar las encendidas ramas
o da muerte en los páramos a un perro del infierno.
Ese alto caballero no sabe que es eterno.
Resuelve naderías y repite epigramas.

Nos llega desde un Londres de gas y de neblina
un Londres que se sabe capital de un imperio
que le interesa poco, de un Londres de misterio
tranquilo, que no quiere sentir que ya declina.

No nos maravillemos. Después de la agonía,
el hado o el azar (que son la misma cosa)
depara a cada cual esa suerte curiosa
de ser ecos o formas que mueren cada día.

Que mueren hasta un día final en que el olvido,
que es la meta común, nos olvide del todo.
Antes que nos alcance juguemos con el lodo
de ser durante un tiempo, de ser y de haber sido.

Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una
de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte
y la siesta son otras. También es nuestra suerte
convalecer en un jardín o mirar la luna.



En Los conjurados (1985)
Foto: Borges con José Edmundo Clemente 
En Encuesta a la literatura contemporánea 
Buenos Aires, CEAL, 1982


18/12/15

Jorge Luis Borges: Singladura









El mar es una espada innumerable y una plenitud de pobreza.
La llamarada es traducible en ira, el manantial en tiempo, y la
cisterna en clara aceptación.
El mar es solitario como un ciego.
El mar es un antiguo lenguaje que yo no alcanzo a descifrar.
En su hondura, el alba es una humilde tapia encalada.
De su confín surge el claror, igual que una humareda.
Impenetrable como de piedra labrada
persiste el mar ante los muchos días.
Cada tarde es un puerto.
Nuestra mirada flagelada de mar camina por su cielo:
última playa blanda, celeste arcilla de las tardes.
¡Qué dulce intimidad la del ocaso en el huraño mar!
Claras como una feria brillan las nubes.
La luna nueva se ha enredado a un mástil.
La misma luna que dejamos bajo un arco de piedra y cuya luz
agraciaría los sauzales.
En la cubierta, quietamente, yo comparto la tarde con mi
hermana, como un trozo de pan.







En Luna de enfrente (1925)

Tomado de la edición corregida de 1969
en Obra poética 1923-1985
© María Kodama & Emecé (Buenos Aires, 1989)
Foto: Borges junto a su hermana Norah en Puerto Madryn en 1922 Via
Al pie: Primera versión del poema, aparecida en el número 8 de la revista Ultra (Madrid, 20 de abril de 1921)


17/12/15

Jorge Luis Borges: Las cosas








El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,

un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde

una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,

ciegas y extrañamente sigilosas!
durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.




En Elogio de la sombra (1969)
Caricatura: Borges por Gabo Vía



16/12/15

Jorge Luis Borges: Adán es tu ceniza









La espada morirá como el racimo.
El cristal no es más frágil que la roca.
Las cosas son su porvenir de polvo.
El hierro es el orín. La voz, el eco.
Adán, el joven padre, es tu ceniza.
El último jardín será el primero.
El ruiseñor y Píndaro son voces.
La aurora es el reflejo del ocaso.
El micenio, la máscara de oro.
El alto muro, la ultrajada ruina.
Urquiza, lo que dejan los puñales.
El rostro que se mira en el espejo
no es el de ayer. La noche lo ha gastado.
El delicado tiempo nos modela.

Qué dicha ser el agua invulnerable
que corre en la parábola de Heráclito
o el intrincado fuego, pero ahora,
en este largo día que no pasa,
me siento duradero y desvalido.



En Historia de la noche (1976)

Foto:  Retrato de Borges, CeDoc Diario Perfil 

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