10/2/17

Jorge Luis Borges: Biografía sintética y poemas de Carl Sandburg








16 de octubre de 1936

Carl Sandburg —acaso el primer poeta de Norteamérica y sin duda el más norteamericano— nació en Galesburg, estado de Illinois, el 6 de enero de 1878. Su padre era un herrero sueco, August Jonsson, empleado en los talleres del Ferrocarril de Chicago. Como los Jonsson, Johnson, Jensen, Johnston, Johnstone, Jason, Janssen y Jansen abundaban en el taller, su padre se mudó a otro apellido más inequívoco y optó por el de Sandburg.

Sin recurrir a la transmigración, Carl Sandburg —como Walt Whitman, como Mark Twain, como su compañero Sherwood Anderson— ha cursado muchos destinos, algunos de lo más laboriosos. De los trece a los diecinueve años fue sucesivamente portero en una barbería, carrero, tramoyista, peón en un horno de ladrillos, carpintero, lavaplatos en hoteles de Kansas City, Omaha y Denver, peón de chacra, atorrante, pintor de estufas y pintor de paredes. En el 98 se alistó como voluntario en el seis de infantería de Illinois, y sirvió casi un año en Puerto Rico, contra los españoles. Un compañero de armas lo instó a educarse. A su vuelta ingresó en el Colegio de Galesburg. De esa fecha (1899-1902) datan sus primeros escritos: algunos ejercicios en prosa y verso que no se parecen a él. En aquel tiempo, Sandburg creía que le interesaba más el basketball que las letras. Su primer libro —que es de 1904— ya contiene algunos renglones que un discípulo suyo no rehusaría. El Sandburg esencial tarda diez años más en aparecer, en el poema «Chicago». Casi inmediatamente, América lo reconoce, lo aplaude, lo aprende de memoria, y también lo insulta. Como su poesía no tiene rimas, los opositores resuelven que no es poesía. Los partidarios contraatacan, invocando los nombres y los ejemplos de Enrique Heine, del rey David y de Walt Whitman. Inútil repetir la discusión, todavía corriente en Buenos Aires, aunque ya del todo arrumbada en los otros países del mundo...

En 1908, Sandburg (entonces periodista en Milwaukee) se casó. En 1917 entró en el Daily News; en 1918 hizo un piadoso viaje a Suecia y Noruega, tierras de sus mayores. Un par de años después publicó Smoke and Steel (Humo y Acero). La dedicatoria es así: «Al coronel Eduardo J. Steichen, pintor de nocturnos y rostros, grabador de vislumbres y de momentos, oyente de vientos azules de la tarde y frescas rosas amarillas, soñador y hallador, jinete de grandes mañanas en jardines, valles, batallas».

Sandburg ha recorrido los diversos estados de la Unión, dando conferencias, leyendo con lenta intensidad sus poemas, recogiendo y cantando viejos cantares. Hay discos de fonógrafo que registran la seria voz y la guitarra de Sandburg. Las poesías de Sandburg están compuestas en un inglés que se parece a su voz y a su modo de hablar: un inglés oral, conversado, con palabras que no están en los diccionarios y que están en las calles americanas, un inglés criollo en suma. En sus poemas hay un juego incesante de falsas torpezas, de habilidades que quieren pasar por descuidos.

Hay en Carl Sandburg una fatigada tristeza, una tristeza de atardecer en la llanura, de ríos barrosos, de recuerdos inútiles y precisos, de hombre que siente día y noche el desgaste del tiempo. Whitman, en un Nueva York de tres o cuatro pisos, celebró las ciudades verticales que se tiran al cielo; Sandburg, en la vertiginosa Chicago, suele prever el tiempo remoto en que la soledad, las ratas y la llanura se repartirán los escombros de su ciudad.

Sandburg ha publicado seis libros de poemas. Uno de los últimos se titula Buenos días, América. Es autor, asimismo, de tres libros de cuentos para niños y de una minuciosa biografía de los años mozos de Lincoln, otro hombre de Illinois. En septiembre de este año ha publicado un largo poema épico: El pueblo, sí.

Un poema de Sandburg: Calles demasiado viejas

Caminé por las calles de una vieja ciudad, y eran flacas las calles como gargantas de pescados duros del mar, salados y guardados en barriles por muchos años.

¡Qué viejas, qué viejas, qué viejas somos! —seguían diciendo las paredes, arrimadas unas a otras como mujeres viejas del pueblo, como viejas comadres que están cansadas y que hacen lo indispensable.

Lo más grande que la ciudad podía ofrecerme a mí, un forastero, eran estatuas de los reyes, en cada esquina bronces de reyes, viejos reyes barbudos que escribían libros y hablaban del amor de Dios para todos los pueblos, y reyes jóvenes que atravesaron con ejércitos las fronteras, rompiendo la cabeza de los contrarios y agrandando sus reinos.

Lo más extraño de todo para mí, un extraño en esta vieja ciudad, era el ruido del viento que serpeaba en las axilas y en los dedos de los reyes de bronce: ¿No hay evasión? ¿Esto durará para siempre?

Temprano, en una racha de nieve, uno de los reyes gritó: «Échenme abajo, donde no me puedan mirar las comadres cansadas; tiren el bronce mío a un fuego feroz, y fúndanme en collares para niños que bailan».

16 de octubre de 1936

Poemas del norteamericano Carl Sandburg*

Sombreros

¿A quiénes pertenecen, sombreros?
¿Quién está debajo de ustedes?
Desde el borde de la frente de un rascacielos
Miré y vi: sombreros: cincuenta mil,
hormigueando con un rumor de abejas y de rebaños, de hacienda y de cascadas,
parándose con un silencio de musgo marino, un silencio de trigo en la llanura.
Sombreros: contadme vuestras grandes esperanzas.



Plegaria después de la guerra mundial

Errante soñadora de ultramar,
que buscas y estás ronca, ¡oh, hija y madre!,
¡Oh, hija de cenizas y madre de sangre!
Niña del pelo suelto y las lágrimas,
Niña de la cruz en el Sur
y de la estrella en el Norte,
Guardiana del Egipto y de Rusia y de Francia,
Guardiana de Inglaterra y de Polonia y de España,
te pedimos un canto para mañana,
un nuevo sueño para nosotros que olvidamos,
que de la tormenta salga una estrella.
Luchen, ¡oh, yunques!, y ayúdenla.
Tejan con su lana ¡oh, vientos y cielos!
Que tu hierro y tu cobre colaboren,
¡oh, cieno de la vieja tierra obscura!
Errante soñadora de ultramar,
que cantas cenizas y sangre,
niña de las cicatrices de fuego,
los que olvidamos te pedimos un sueño,
que de la tormenta salga una estrella.

6 de enero de 1939


En Textos cautivos (1986)
© 1995 María Kodama

© 2016 Penguin House Mondadori
* En esta sección no se incluyen los poemas Sombrero
y Plegaria después de la guerra mundial

También en Borges en El Hogar (2000)
Publicación original en revista El Hogar 
16 de octubre de 1936 y 6 de febrero de 1939

Imagen: Carl Sandburg y Marilyn Monroe 
fotografiados por Arnold Newman en 1962 Vía



8/2/17

Jorge Luis Borges: Blind pew







     Lejos del mar y de la hermosa guerra,
     que así el amor lo que ha perdido alaba,
     el bucanero ciego fatigaba
     los terrosos caminos de Inglaterra.
     Ladrado por los perros de las granjas,
     pifia de los muchachos del poblado,
     dormía un achacoso y agrietado
     sueño en el negro polvo de las zanjas.
     Sabía que en remotas playas de oro
     era suyo un recóndito tesoro
     y esto aliviaba su contraria suerte;
     a ti también, en otras playas de oro,
     te aguarda incorruptible tu tesoro:
     la vasta y vaga y necesaria muerte.


      En El hacedor (1960)
          Foto: Borges en su casa, Diario La Tercera

6/2/17

Jorge Luis Borges: Historia






Profesores de olvido anhelaba Butler para que no se convirtiera el planeta en un interminable museo, sin otra perspectiva que un porvenir dedicado a conservar el pasado (…). Lo innegable es que todas las disciplinas están contaminadas de historia. Básteme citar dos: la literatura y la metafísica. Quienes estudian metafísica se ven forzados a encarar la repulsiva tesis platónica de las formas universales, cuando ignoran aún el límpido sistema de Berkeley, que (lógica, no cronológicamente) la precede; quienes ensayan con alguna esperanza las letras tienen que digerir fragmentos salvajes (pero no pintorescos) del remoto Cantar de Mio Cid o boberías de Valera o Miguel Cané… Quizá una enciclopedia sin nombres propios, dedicada a exponer y a discutir, sea el instrumento que requerimos. Sugiero ese proyecto (cuya ejecución es difícil pero no costosa) a las editoriales de Buenos Aires.
  «H. G. Wells, Travels…», 1940


  La historia no es un frígido museo; es la trampa secreta de la que estamos hechos, el tiempo. En el hoy están los ayeres. ¿Quién podrá sentir esa eternidad mejor que un poeta?
    «Prólogo» a G. García Saraví; Del amor y los otros desconsuelos, 1968






En Borges A/Z
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Foto: Jorge Luis Borges Borges en Adrogué
29 de noviembre de 1980, ©Julie Méndez Ezcurra 
Portada del libro Borges A/Z
Colección La Biblioteca de Babel

4/2/17

Jorge Luis Borges: Eduardo Gutiérrez, escritor realista








Descartada la guerra con España, cabe afirmar que las dos tareas capitales de Buenos Aires fueron la guerra sin cuartel con el gaucho y la apoteosis literaria del gaucho. Setenta despiadados años duró esa guerra. La encendieron, en los campos quebrados del Uruguay, los hombres de Artigas. All the sad variety of Hell, toda la triste variedad del infierno, cabe en su evolución. Laprida es ultimado en el Pilar y su muerte es oscura; Mariano Acha es decapitado en Angaco; la cabeza de Rauch pende del arzón de un caballo en las pampas del sur; Estomba, enloquecido por el desierto, teje y desteje con sus tropas hambrientas un insensato laberinto de marchas; Lavalle, hastiado, muere en el patio de una casa en Jujuy. Buenos Aires les concede un bronce, una calle, y los olvida. Buenos Aires prefiere pensar en un mito cuyo nombre es el gaucho. La vigilia y los sueños de Buenos Aires producen lentamente el doble mito de la pampa y el gaucho. 
¿Qué aporte peculiar el de Gutiérrez en la formación de ese culto? El primer tomo de la Literatura argentina de Rojas casi no le reconoce otro mérito que el de ser "la personalidad que eslabona el ciclo épico de Hernández, o sea la tradición de los gauchescos en verso, con el nuevo ciclo de los gauchos en la novela y el teatro". 
Luego denuncia "la superficialidad del modelado, la pobreza del color, la vulgaridad del movimiento y, sobre todo, la trivialidad del lenguaje" y deplora, en el mismo dialecto pictórico y pintoresco, "que la cercanía del modelo, y un exceso de realismo en la perspectiva, unido a la ligereza de la forma, le impidiesen dejarnos en sus vigorosas crónicas rurales verdaderas novelas, dignas de ese nombre por el argumento y por la forma". Además, pondera la simpatía de Gutiérrez "por el noble hijo del desierto", saluda de paso a su hermano Carlos, "un bello espíritu, nutrido y gentil" y anota que "la influencia del Martín Fierro sobre sus argumentos gauchescos es evidente en el paralelismo de ambas creaciones".
El último rasgo es, tal vez, injusto. El favor alcanzado por Martín Fierro había indicado la oportunidad de otros gauchos no menos acosados y cuchilleros. Gutiérrez se encargó de suministrarlos. Sus novelas, ahora, pueden parecer un infinito juego de variaciones sobre los dos temas de Hernández "pelea de Martín Fierro con la partida" y "pelea de Martín Fierro y de un negro". Cuando se publicaron, sin embargo, nadie imaginó que esos temas fueran privativos de Hernández; todos conocían la pública realidad que los abastecía a los dos. Además, ciertas peleas de Gutiérrez son admirables. Recuerdo una, creo que la de Juan Moreira y Leguizamón. Las palabras de Gutiérrez se me han borrado; queda la escena. A puñaladas pelean dos paisanos en una esquina de una calle en Navarro. Ante los hachazos del otro, uno de los dos retrocede. Paso a paso, callados, aborreciéndose, pelean toda la cuadra. En la otra esquina, el primero hace espalda en la pared rosada del almacén. Ahí el otro, lo mata. Un sargento de la policía provincial ha visto ese duelo. El paisano, desde el caballo, le ruega que le alcance el facón que se le ha olvidado. El sargento, humilde, tiene que forcejear para arrancarlo del vientre muerto... Descontada la bravata final, que es como una rúbrica inútil, ¿no es memorable esa invención de una pelea caminada y callada? ¿No parece imaginada para el cinematógrafo? 
Moreira, sin embargo, no es la novela de Gutiérrez que yo suelo recomendar o prestar. Prefiero una que es casi desconocida y que debió de desconcertar vagamente a su honesta clientela de compadritos, tan veneradores del gaucho. Hablo de la sincera biografía de Guillermo Hoyo, cuchillero que fue de San Nicolás, alias Hormiga Negra. Quienes no se dejen desalentar por la incivilidad del estilo (que harto merece todas las reprobaciones de Rojas) percibirán en esa novela el satisfactorio, el no usado, el casi escandaloso sabor de la veracidad. Es verosímil que le dé valor el contraste con la pompa sentimental de todas las ulteriores novelas gauchas, sin excluir a las otras de Gutiérrez y al Don Segundo Sombra. 
Lo cierto es que de todos los gauchos malos en que nuestras letras abundan, ninguno me parece tan real como el hosco muchacho atravesado Guillermo Hoyo, que vistea por broma con su padre y acaba por marcarle una puñalada, que es el orgullo de éste. Moreira, en las páginas de Gutiérrez, es un lujoso personaje de Byron que dispensa con pareja solemnidad la muerte y la lágrima; Hormiga Negra es el muchachuelo perverso que empieza por golpear a una vieja y que la amenaza de muerte "la primera vez que usté se limpie las manos o el arreador en el cuerpo de su hija, que es cosa mía". Luego se va enviciando en el crimen, en el gratuito goce físico de matar. En su enconada historia hay capítulos que no olvidaré: por ejemplo, su pelea con el guapo santafecino Filemón Albornoz, pelea que los dos casi rehúyen y a la que los empuja su fama. 
Sarmiento, en el Facundo, compone una acusación; Hernández, en el Martín Fierro, un alegato: Güiraldes, en el Don Segundo Sombra, un acto de fe... 
A Gutiérrez le basta mostrar un hombre, le basta "darnos la certidumbre de un hombre", para decirlo con las palabras duraderas de Hamlet. No sé si el "verdadero" Guillermo Hoyo fue el hombre de viaraza y de puñalada que describe Gutiérrez; sé que el Guillermo Hoyo de Gutiérrez es verdadero. He interrogado: ¿Qué aporte peculiar el de Gutiérrez en el mito del gaucho? Acaso puedo contestar: Refutarlo. Eduardo Gutiérrez (cuya mano escribió treinta y un libros) ha muerto, quizá definitivamente. Ya las obras "del renombrado autor argentino" ralean en los quioscos de la calle Brasil o de Leandro Alem. Ya no le quedan otros simulacros de vida que alguna tesis de doctorado o que un artículo como este que escribo: también, modos de muerte. 
Inútil pretender que perdura en el corazón de su pueblo. Acaso su epitafio más firme sea esta nota marginal de Lugones, que es del año 1911: "...aquel ingenioso Eduardo Gutiérrez, especie de Ponson du Terrail de nuestro folletín, mordiente como una chaira para sacar filo de epigrama a lo ridículo, a crédito ilimitado con la jovialidad, musa, entonces, de las gacetas porteñas; y, en medio de todo, el único novelista nato que haya producido el país, si bien malgastado por nuestra eterna dilapidación de talento". 
Eduardo Gutiérrez, autor de folletines lacrimosos y ensangrentados, dedicó buena parte de sus años a novelar el gaucho según las exigencias románticas de los compadritos porteños. Un día, fatigado de esas ficciones, compuso un libro real, el Hormiga Negra. Es, desde luego, una obra ingrata. Su prosa es de una incomparable trivialidad. La salva un solo hecho, un hecho que la inmortalidad suele preferir: se parece a la vida.


En Textos Cautivos (1986)
En Miscelánea (1995, 2011)
Primera publicación en El Hogar
9 de abril de 1937, Año 33, Número 1434
Borges en el Ateneo Esteban Echeverría de San Fernando, 24 de octubre de 1975
Foto Cortesía de Esteban Gilardoni



3/2/17

Jorge Luis Borges: "La balada de la cárcel de Reading"





En su final declinación, la primavera suele ostentar jornadas dulcísimas que no son menos asombrosas y bienquistadas de todos que las que en su comienzo atendieron y cuyo agrado consabido se enriquece de todas las memorias que las bonanzas de septiembre legaron. Jornadas hay que abrevian en su don último la plenitud de una estación. También en los descensos y diciembres de las épocas literarias hay escritores que resumen la entereza de gracia que hubo en su siglo y en cuya voz se clarifica esa gracia. No de otra suerte Heine (letzter Fabelkónig der Romantik, último soberano legendario del imperio romántico, según reza su dicho) reinó sobre los altos ruiseñores y las rosas pesadas y las lunas innumerables que fueron insignias de su época. 

En la labor de Wilde confluyen asimismo dos fuertes ríos, el prerrafaelismo y el simbolismo, ríos que informaron corrientes de una más indudable manantialidad que la suya y de una voz más entrañal en el canto. Básteme citar, entre los ingleses, los magistrales nombres de Swinburne, de Rossetti y hasta del propio Tennyson. Los tres lo aventajaron fácilmente en intensidad y además el primero en la invención de altivas metáforas, el segundo en tecniquería y el último en halago sonoro. Al recordar estas notorias verdades, no es mi intención contradecir la agradabilidad peculiar que hay en los escritos de Wilde, sino ubicarlo con justicia en su tiempo. Wilde no fue un gran poeta ni un cuidadoso de la prosa, pero sí un irlandés vivísimo que encerró en epigramas un credo estético que otros anteriormente diluyeron en largas páginas. Fue un agitador de ideas ambientes. Su actividad fue comparable a la que hoy ejerce Cocteau, si bien su gesto luce más suelto y travieso que el del citado francesito. Obra de pura travesura la suya, suscitó siempre el ajeno asombro sin incurrir jamás en el solemnismo ni en las grandiosas vaguedades que tan comunes son en los artistas que sólo quieren asustar y de las que hay sobrados ejemplos en Almafuerte y en Hugo. Esa teatralidad wildeana que nunca se embaucó a sí misma y que jamás degenero en sermón, es cosa plausible y más aún si recordamos la petulante vanidad que hubo en él. Es sabido que Wilde pudo haberse zafado de la condena que el pleito Queensberry le infligió y que no lo hizo por creer que su nombradía bastaba a defenderlo de la ejecución de ese fallo. Una vez condenado, estaba satisfecha la justicia y no había interés alguno en que la sentencia se realizase. Le dejaron pues una noche para que huyese a Francia y Wilde no quiso aprovechar el pasadizo largo de esa noche y se dejó arrestar en la mañana siguiente. Muchas motivaciones pueden explicar su actitud: la egolatría, el fatalismo o acaso una curiosidad de apurar la vida en todas sus formas o hasta una urgencia de leyenda para su fama venidera. 

Todo es posible en tratándose de él y en el aclaramiento de ese gesto está la solución del otro enigma psicológico que resalta en su vida: el de la conversión de Wilde. Hay quien ha puesto en duda la veracidad de esa conversión; yo estoy casi seguro de ella. Un hecho para mí es indubitable: la transformación total de su estilo, su abandono de frases ornamentales, su dicción simple, casi familiar y vernácula. En la conmovedora "Ballad of Reading Gaol" abundan los pormenores realistas y hay una involuntaria y áspera dejadez de expresión. We banged the tins and bawled the hymns (Golpeamos las latas y aullamos los rezos) dice en el tercer canto, frase tan imposible en el autor de Salomé como pudiera serlo un chiste en las composiciones de Oyuela. 

Erraría sin embargo quien arbitrase que el único interés de la famosa "Balada" está en el tono autobiográfico y en las inducciones que sobre el Wilde final podemos sacar de ella. Nada más lejos de mi pensar; la "Balada" es poesía de veras y éste es dictamen que la emoción de todo lector confiesa y repite. Su austeridad es notabilísima; casi nada sabemos del personaje central y casi lo primero que sabemos es que va a ser ajusticiado, que es una inexistencia. Sin embargo, su muerte nos conmueve. Poder inexistir con eficacia a un personaje que apenas se ha hecho existir, es hazaña de gran valía. Wilde ha cumplido esa proeza.





En El tamaño de mi esperanza (1926)
Foto:Jorge Luis Borges en conferencia en el Ateneo Esteban Echeverría de San Fernando 27 de octubre 1971
Cortesía de Esteban Gilardoni
Al pie: primera edición de "The Ballad of Reading Gaol" (1898), 
publicada bajo el seudónimo C. 3. 3. 

2/2/17

Jorge Luis Borges: On his blindness






Indigno de los astros y del ave
que surca el hondo azul, ahora secreto,
de esas líneas que son el alfabeto
que ordenan otros y del mármol grave
cuyo dintel mis ya gastados ojos
pierden en su penumbra, de las rosas
invisibles y de las silenciosas
multitudes de oros y de rojos
soy, pero no de las Mil Noches y Una
que abren mares y auroras en mi sombra
ni de Walt Whitman, ese Adán que nombra
las criaturas que son bajo la luna,
ni de los blancos dones del olvido
ni del amor que espero y que no pido.


En El oro de los tigres (1972)
Imagen: Jorge Luis Borges por ©Hugo

31/1/17

Jorge Luis Borges: Arte, arte puro, arte propaganda... ¿El arte debe estar al servicio del problema social?






Es una insípida y notoria verdad que el arte no debe estar al servicio de la política. Hablar de arte social es como hablar de geometría vegetariana o de artillería liberal o de repostería endecasílaba.
Tampoco el Arte por el Arte es la solución. Para eludir las fauces de ese aforismo, conviene distinguir los fines del arte de las excitaciones que lo producen. Hay excitaciones formales, id est artísticas. Es muy sabido que la palabra azul en punta de verso produce al rato la palabra abedul y que ésta engendra la palabra Estambul que luego exige las reverberaciones de tul. Hay otros menos evidentes estímulos. Parece fabuloso, pero la política es uno de ellos. Hay constructores de odas que beben su mejor inspiración en el Impuesto Único, y acreditados sonetistas que no segregan ni un primer hemistiquio sin el Voto Secreto y Obligatorio. Todos ya saben que éste es un misterioso universo, pero muy pocos de esos todos lo sienten.


En: Contra, la revista de los franco-tiradores, Buenos Aires, Año 1, № 3, Julio de 1933*.
Y en: La Rosa Blindada, Buenos Aires, Año I, № 2, noviembre de 1964.
Luego en: Textos Recobrados 1931-1955 (2007)
Caricatura de Borges en Revista Sudestada, Nro. 9, Edición Especial 

*En este número responden la encuesta Nydia Lamarque y Luis Waismann.

29/1/17

Jorge Luis Borges: Coronel Suárez





Alta en el alba se alza la severa
faz de metal y de melancolía.
Un perro se desliza por la acera.
Ya no es de noche y no es aún de día.
Suárez mira su pueblo y la llanura
ulterior, las estancias, los potreros,
los rumbos que fatigan los reseros,
el paciente planeta que perdura.
Detrás del simulacro te adivino,
oh joven capitán que fuiste el dueño
de esa batalla que torció el destino:
Junín, resplandeciente como un sueño.
En un confín del vasto Sur persiste
esa alta cosa, vagamente triste


En La moneda de hierro (1976)
Jorge Luis Borges y Alicia Jurado en visita a la ciudad y monumento de Coronel Suárez 
Foto Estilo Dégele


28/1/17

Borges profesor. Clase 20: Dante Gabriel Rossetti







Vida de Dante Gabriel Rossetti
Valoración de Rossetti como poeta y como pintor
El tema del doble («fetch»). Libro de poemas exhumado
Poemas de Rossetti. La historia repetida cíclicamente



Hablaremos hoy de un poeta muy diverso de Robert Browning, aunque ambos fueron contemporáneos, y aunque al principio Browning ejerció alguna influencia sobre Dante Gabriel Rossetti, de quien hablaré hoy. Las fechas de Rossetti son de fácil recordación, ya que tenemos 1828 para su nacimiento y 1882, las dos fechas finales invertidas, para su muerte. Además, hay un vínculo entre los dos y es el profundo amor que ambos sintieron por Italia. En general, es típico de las naciones del norte el sentir amor por las naciones del Mediterráneo. Un amor no siempre correspondido, desde luego. En el caso de Rossetti había además la circunstancia de que toda su sangre, con la excepción de una abuela inglesa, era italiana.
Rossetti nació en Londres. Su padre era un refugiado italiano, un liberal, un hombre que se había dado —con justificada razón, como tantos otros italianos— al estudio de la Divina Comedia.375 Yo tengo en casa unas once o doce ediciones comerciales comentadas de la Comedia, desde las más antiguas hasta las más modernas, digamos. Pero no pude conseguir la edición de la Divina Comedia hecha por el padre de Rossetti.376 Dante [Alighieri], en una carta al Can Grande de la Scala, dice que su poema puede leerse de cuatro modos. Por ejemplo, podemos leerlo como un relato fantástico de un viaje por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Pero también, como sugirió un hijo de Dante,377 podemos leerlo como una descripción de la vida del pecador, simbolizada por el Infierno, de la vida del penitente, simbolizada por el Purgatorio, y de la vida del justo, significada por los bienaventurados del Paraíso. Y ya que dije esto, voy a recordar que un gran místico y panteísta irlandés, Juan Escoto Erígena, dijo que la Sagrada Escritura era capaz de un número infinito de interpretaciones, como el tornasolado plumaje de los pavos reales. Y creo que algún rabino ha escrito que la Sagrada Escritura ha sido destinada especialmente, predestinada, para cada uno de sus lectores. Es decir, tiene un sentido distinto según la lea alguno de ustedes o la lea yo, o la lean los hombres del porvenir o del pasado.
La interpretación que el padre de Dante Gabriel Rossetti hizo era una interpretación mística. Los biógrafos de Rossetti dicen que cuando el padre de Rossetti decía que ese libro era «sommamente mistico», éste era el mayor elogio que podía hacer. La madre de Rossetti era pariente del médico de Byron, médico italiano cuyo apellido he olvidado ahora.378 La casa de Rossetti constituía un ambiente intelectual y político, ya que todos los refugiados italianos que iban a Londres visitaban a los Rossetti. De modo que Rossetti creció en un ambiente literario y fue desde la niñez bilingüe. Es decir, el inglés de Londres y el italiano de sus mayores le eran igualmente familiares. Rossetti desde niño se educó en el culto de Dante y de poetas como Cavalcanti379 y otros, pero además lo atrajo el estudio del dibujo y de la pintura. Como dibujante, es uno de los más delicados del arte inglés. Como pintor, confieso que he hecho todo lo posible —y hay, creo, amigos míos que han compartido esa experiencia— para admirar —creo que en la Tate Gallery— los cuadros de Rossetti, y realmente he fracasado siempre. Se ha dicho en un chiste demasiado evidente que como pintor era un gran poeta, y como poeta era un gran pintor. O, según lo expresa Chesterton, era demasiado buen pintor para ser del todo un gran poeta, y demasiado buen poeta para ser del todo un gran pintor. En cuanto a mí, entiendo muy poco de pintura, pero creo entender algo de poesía. Y tengo la convicción —una convicción que no sé si la moda actual literaria comparte— de que Rossetti es uno de los grandes poetas de Inglaterra, es decir, uno de los grandes poetas del mundo.
Rossetti empezó por dedicarse al dibujo. En dibujo fue singularmente delicado: hay esa vibración en cada uno, ese principio del movimiento que parece típico de los grandes dibujantes. En cuanto a sus cuadros, las figuras son torpes, los colores me parecen demasiado burdos y demasiado vívidos. Y además deben ser ilustraciones, ilustraciones a veces de sus propios poemas. Un trabajo curioso es el tomar un poema sumamente pictórico —muchos de Rossetti lo son, como «The Blessed Damozel», «La doncella bienaventurada»— y comparar la felicísima versión hecha en cuadro al óleo. Rossetti, en el Museo Británico, conoció de un modo parcial —no existían entonces las reproducciones que existen ahora— la obra de los pintores anteriores a Rafael. Y llegó a la conclusión —escandalosa entonces y ahora no aceptada por todos— de que Rafael representaba, no el apogeo de la pintura, como todos afirmaban entonces, sino el principio de la declinación de ese arte. Él creyó que los pintores italianos y flamencos anteriores a Rafael eran superiores a él. Y con un grupo de amigos, William Holman Hunt,380 Burne-Jones,381 a los cuales se agregaron después algunos poetas ilustres, William Morris y Swinburne en primer término, fundó una sociedad llamada The Pre-Raphaelite Brotherhood, «la Hermandad Prerrafaelista». Pero a ellos les importó menos imitar a los prerrafaelistas que pintar con la probidad, con la sencillez, con la honda emoción que veían en esos hombres, «early men», del comienzo, digamos. Y fundaron una revista con un título desdichado: The Germ, «El germen», para difundir su doctrina y la de la nueva pintura, y su poesía. He dicho que los movimientos estéticos son raros en Inglaterra. No quiero decir que no se produzcan. Lo que quiero decir es que los poetas o pintores no tienden, como en Francia, a formar cenáculos y a publicar manifiestos. Esto parece corresponder al individualismo inglés, y además a cierta modestia, a cierta timidez. Me recuerda el caso de Thackeray, a quien fueron a verlo de una revista para escribir un artículo sobre él. Él era famoso como novelista, era el rival de Dickens, y le contestó al periodista: «I’m a private gentleman», «Soy un caballero que valora la privacidad», y no permitió que escribieran sobre él ni que lo retrataran. Pensaba que la obra de un escritor debe ser pública, pero la vida del autor no debe serlo.
Ahora, en cuanto a poesía, las teorías de la Pre-Raphaelite Brotherhood no difieren mucho de las de Wordsworth, aunque su aplicación, como suele ocurrir en esos casos, fue totalmente distinta ya que no hay mayor parecido entre un poema de Wordsworth y un poema de Swinburne, Rossetti o Morris. Además, Rossetti empezó, como Coleridge, usando un lenguaje deliberado y artificialmente medieval, como los temas de sus cuadros. En este curso no hemos tenido tiempo de hablar de un ciclo de leyendas de origen celta que se formó en Inglaterra, y que luego fue llevado a Bretaña por los britanos que huían de las invasiones de los sajones y de los anglos. Esas leyendas ustedes las conocen, son el núcleo de la biblioteca del Quijote, son las historias del Rey Artus,382 de la Tabla Redonda, de los culpables amores de la reina con Lancelote, de la busca del Santo Grial, etc. Y estos temas, que luego se concretan en Inglaterra en un libro llamado La morte d’Arthur,383 fueron al principio los temas predilectos dé los prerrafaelistas, aunque muchos también pintaron temas contemporáneos. Y uno de ellos, alguno, ante el estupor de los espectadores, pintó cuadros en que figuraban obreros, ferrocarriles, un diario tirado en el suelo. Todo esto era nuevo entonces. Lo mismo que se había creído antes, que la poesía debía buscar temas nobles, se creía en la pintura: también debía buscarlos. Y lo noble era naturalmente lo que tenía la pátina, el prestigio del pasado.
Pero volvamos ahora a la biografía de Dante Gabriel Rossetti. A Dante Rossetti lo han llamado, siguiendo el título de un poema de Browning, «the Italian in England», «el italiano en Inglaterra». Es curioso que él no quiso nunca visitar Italia. Acaso pensaba que esa visita era innecesaria, ya que Italia estaba en sus lecturas y en su sangre. El hecho es que Rossetti emprendió algún «viaje al continente», como dicen en Inglaterra, pero no pasó de Francia y de los Países Bajos. No fue nunca a Italia, aunque en Italia no se hubieran dado cuenta de que era inglés. Y ya que había nacido en Londres, le gustaba afectar en su conversación —esto parece típico de los hombres de letras— el dialecto de la ciudad, el «cockney». Esto, digamos, es como si habiendo nacido en Buenos Aires se creyera obligado a usar el «arrabalero», el lunfardo. Rossetti era un hombre de pasiones fuertes, de carácter violento también, como Browning lo fue. A Browning, dicho sea de paso, nunca le gustaron los poemas de Rossetti, pensó que estaban, dice, «perfumados artificialmente». Es decir que además de la pasión natural que surge de un tema, la que buscó y encontró Wordsworth en sus mejores páginas, a Rossetti le gustaba agregar adornos, a veces extraños al tema mismo. Además, Rossetti estudió mucho a Shakespeare, y el lenguaje, no por artificial menos apasionado de Shakespeare, se advierte en muchas composiciones suyas. Por ejemplo, hay un poema que habla del insomnio, y dice que el sueño lo ve desde lejos despierto «with cold commemorative eyes», «con fríos ojos conmemorativos».384 Ustedes ven, es quizá la primera vez que se une este sustantivo, «ojos», con «conmemorativo», que puede desde luego justificarse etimológicamente, ya que son ojos que recuerdan, que conmemoran el pasado. Rossetti frecuentó academias de dibujo, academias de pintura, y conoció a una muchacha llamada Siddal,385 que fue la modelo de casi todos sus cuadros. Y creó así un tipo, el tipo Rossetti, como otros pintores lo han hecho después. Esta muchacha era una muchacha alta, de pelo rojo, de largo cuello —como aquella Edith Cuello de Cisne de quien hablamos al referirnos a la muerte del último rey sajón de Inglaterra, Harold— y de labios llenos, de labios muy sensuales, que creo que están de moda ahora otra vez. Pero ese tipo era un tipo nuevo entonces, y así la señorita Siddal fue por ejemplo la Reina Negra, o María Magdalena, o cualquier otro personaje griego o medieval. Se enamoraron. Rossetti se casó muy joven y luego comprobó lo que él ya sabría: que ella era una mujer de constitución enfermiza. Y Rossetti fue profesor de dibujo en una escuela nocturna para obreros fundada por el gran crítico y escritor Ruskin,386 que protegió a la Fraternidad Prerrafaelista. Ahora, Rossetti tuvo otras modelos. Una modelo que empleó pocas veces pero de la cual se enamoró, se enamoró físicamente, según se supone. Era una mujer grandota, de pelo rojo también —el pelo rojo siempre ejerció una fascinación sobre Rossetti—, y tan grande que él la llamaba en broma «the elephant», «el elefante». Pero podía hacerlo impunemente, que ella no se ofendía por eso.
Y ahora llegamos al hecho trágico, a uno de los hechos trágicos de la vida de Rossetti. Este hecho no figura en todas las biografías: sólo ha sido revelado ahora. Porque hasta principios de este siglo se entendía en Inglaterra que no había que hablar de estas cosas. Pero la última biografía de Rossetti habla de un modo del todo franco de este episodio, y creo poder referirlo sin faltar al decoro.
Una noche, el poeta Swinburne fue a comer a casa de los Rossetti. Comieron juntos. Después de la cena, Rossetti dijo que él tenía que ir a dictar su clase en el colegio para obreros fundado por Ruskin, y lo invitó a Swinburne a acompañarlo. Swinburne y Rossetti se despidieron de la señora de Rossetti y, una vez doblada la esquina, Rossetti le dijo a Swinburne que él no tenía clase esa noche, que él iba a visitar al «elefante». Y Swinburne comprendió perfectamente, y los dos hombres se despidieron. Swinburne, por lo demás, ya conocía eso de Rossetti y no se asombró mayormente. Rossetti se quedó hasta muy tarde en casa del «elefante», digamos —he olvidado su nombre. Y cuando volvió, encontró que su casa estaba a oscuras, que su mujer había muerto. Había muerto porque había ingerido una dosis excesiva de cloral,387 que ella solía tomar contra el insomnio. Rossetti comprendió inmediatamente que ella sabía toda la historia y se había suicidado.
Me olvidé de decir que la luna de miel la había pasado Rossetti en París, con su mujer, y que ahí pintó un cuadro muy extraño, dado lo que ocurriría después, y dado el carácter supersticioso de Rossetti. La tela, que no tiene —me parece— mayores méritos pictóricos, y que está en la Tate Gallery o en el British Museum, no recuerdo, se titula: «How they met themselves», «Cómo se encontraron consigo mismos». No sé si ustedes saben que hay una superstición que se ha dado en muchos países del mundo, la superstición del doble. En alemán, el doble se llama Doppelgänger, viene a ser el doble que camina a nuestro lado.388 Pero en Escocia, donde la superstición perdura todavía, se llama al doble «fetch»,389 porque fetch en inglés es «buscar», y se entiende que si un hombre se encuentra consigo mismo, eso es el indicio de su próxima muerte. Es decir, esa aparición del doble viene a buscarlo. Y hay una balada de Stevenson, que ya veremos más adelante, que se llama «Ticonderoga»,390 cuyo tema es el fetch. Ahora, en este cuadro de Rossetti se trata, no de un individuo que se encuentra consigo mismo, sino de una pareja de amantes que se encuentran consigo mismos en el crepúsculo de un bosque, y uno de los amantes es Rossetti y el otro es su mujer. Ahora, nunca sabremos por qué Rossetti pintó este cuadro. Puede haber pensado que pintándolo él alejaba la posibilidad de que le ocurriera, y también podemos conjeturar —aunque no haya ninguna carta de Rossetti que lo certifique— que realmente Rossetti y su mujer se encontraron consigo mismos, digamos, en Fontaineblau, o en cualquier otro lugar de Francia. Los hebreos tienen también esa superstición, la de encontrarse con un doble. Pero para ellos, el hecho de que un hombre se haya encontrado consigo mismo no significa su próxima muerte, significa que ha llegado al estado profético. Hay una leyenda talmúdica de tres hombres que salieron en busca de Dios. Uno se volvió loco, el otro murió y el tercero se encontró consigo mismo. Pero volvamos a Rossetti.
Rossetti vuelve a su casa, se encuentra [con su mujer] envenenada, y sospecha o comprende lo que ha ocurrido. Luego se comprueba que ella ha muerto por obra de un exceso de cloral, se supone que se le ha ido la mano y Rossetti acepta esto —Rossetti lo acepta, pero se siente íntimamente culpable—. La entierran al día siguiente, y Rossetti aprovecha un momento de descuido de sus amigos para dejar sobre el pecho de la muerta un cuaderno manuscrito, el cuaderno de los sonetos que se reunirían después bajo el título de The House of Life, «La casa de la vida». Sin duda, Rossetti pensó cometer así un acto de expiación. Rossetti pensó que ya que él era en cierto modo el culpable de su muerte, el asesino de su mujer, él no podía hacer otra cosa mejor que sacrificarle su obra. Rossetti había publicado antes un libro, un libro que ustedes encontrarán en la misma edición de poemas y traducciones de Rossetti de Everyman’s Library,391 una traducción de la Vita Nuova de Dante. Una traducción literal, salvo que está escrita en un inglés ya arcaico. Además, como ustedes saben, la Vita Nuova de Dante incluye muchos sonetos, y estos sonetos fueron admirablemente traducidos al inglés por Rossetti junto con poemas de Cavalcanti y de otros poetas contemporáneos. Rossetti había publicado en la revista The Germ algunas versiones —que corrigió mucho después— de los poemas que lo harían famoso, por ejemplo «The Blessed Damozel», «I Have Been Here Before»,392 y creo que la extraña balada «Troy Town», es decir «La ciudad de Troya», y otros. Al hablar de Coleridge, he dicho que éste en su primera versión del «Ancient Mariner» recurrió a un inglés deliberada y puramente arcaico, y que en las versiones que podemos estudiar ahora él modernizó el idioma, lo hizo más accesible y más llano. Y lo mismo sucede con la balada «The Blessed Damozel».
Rossetti, después de la muerte de su mujer, rompió su liaison con «the elephant» y vivió solo. Compró una especie de quinta en los alrededores de Londres y ahí se dedicó a la poesía, y sobre todo a la pintura. Veía a muy pocas personas. Él, a quien le había gustado tanto la conversación, sobre todo la conversación en los pubs, las tabernas de Londres. Y ahí él vivió retirado, solo, hasta el año de su muerte en 1882. Y veía a muy poca gente. Entre ellos, a un agente suyo que se encargaba de la venta de sus cuadros, por los cuales Rossetti solía pedir un precio muy alto, no tanto por codicia sino por una especie de desdén, digamos, como diciendo: «Si a la gente le interesan los cuadros, que los pague muy bien o si no que no los compre, a mí no me importa». Él había tenido antes una polémica con un crítico escocés, Buchanan,393 que se había escandalizado ante la franqueza, digamos, de ciertos poemas de Rossetti.
A los tres o cuatro años de la muerte de su mujer, sus amigos se reunieron para conversar con Rossetti: le dijeron que él había ejecutado un sacrificio inútil, que a su propia mujer no podía agradarle el hecho de que él hubiera renunciado deliberadamente a la fama, quizás a la gloria que le traería la publicación de ese manuscrito. Entonces Rossetti, que no conservaba copia de sus versos, cedió. Y después de algunos trámites no muy agradables, logró permiso para exhumar el manuscrito que él había puesto sobre el pecho de su mujer. Naturalmente, Rossetti no asistió a esa escena digna de Poe. Rossetti se quedó solo en una taberna, emborrachándose. Y mientras tanto los amigos exhumaron el cadáver y lograron —no era fácil porque las manos estaban rígidas y cruzadas—, pero lograron salvar el manuscrito. Y el manuscrito tenía manchas blancas de la putrefacción del cuerpo, de la muerte, y ese manuscrito se publicó y determinó la gloria de Rossetti. Por eso ahora en Sudamérica se incluye a Rossetti en un programa de literatura inglesa, y por eso estamos estudiándolo.
En cuanto a la polémica que él tuvo con Buchanan, éste publicó un artículo anónimo titulado «The Fleshly School of Poetry», «La escuela carnal de la poesía». A lo cual Rossetti contestó con un folleto titulado «The Stealthy School of Criticism», «La escuela furtiva de la crítica», a lo que el otro no pudo contestar.
Los sonetos eróticos de Rossetti se cuentan entre los más hermosos de la literatura inglesa. Y ahora no nos parecen demasiado eróticos, como pudieron parecer en la época victoriana. Yo tengo una edición de Rossetti publicada en el año 1903, y ahí he buscado en vano uno de los sonetos más admirables de Rossetti, titulado «Nuptial Dream»,394 «Sueño nupcial», que se refiere al sueño de una noche de bodas. Ya volveremos a él.
Rossetti muere en 1872, en esa quinta en cuyo fondo había un pequeño jardín zoológico con canguros y otros animales raros. Era un «zoo» pequeño, con todos los animales pequeños. Y luego Rossetti muere bruscamente. Rossetti se había hecho aficionado al doral, y muere también por haber tomado una dosis excesiva de cloral. Y según todas las probabilidades, se repitió en él el suicidio de su mujer. Es decir, la muerte de los dos viene a justificar la tela «How they met themselves», pintada en París muchos años antes, porque Elizabeth Siddal murió joven. De modo que estamos ante un destino trágico. Algunos han atribuido ese destino a su sangre italiana, pero a mí me parece absurdo que la sangre italiana lleve necesariamente a una vida trágica, o que un italiano sea necesariamente más apasionado que un inglés.
Y ahora vamos a leer algo de la obra de Rossetti. Vamos a empezar por este soneto del cual les hablé, «Nuptial Sleep». No puedo recordar todos los pormenores, pero sí el argumento.395 Empieza diciendo: «Al fin su largo beso se separó, los dos se apartaron». Y entonces él compara a los dos amantes con las ramas de una rama que se bifurca, y dice: «Their lips» se apartaron después del acto del amor, pero sus labios estaban todavía muy cerca. Y después dice que así como después de la lluvia caen de los tejados las últimas gotas de agua —aquí se alude a otra cosa, desde luego—, así fueron latiendo separadamente cada uno de los corazones. Los dos amantes fatigados se quedan dormidos, pero Rossetti, con una hermosa metáfora, dice: «Sleep sank them lower than the tide of dreams», «El sueño los hundió más abajo de la marea de los sueños». Pasa la noche, y luego el alba los despierta, y entonces despiertan sus almas, que están debajo del sueño. Y del sueño emergen lentamente como si el sueño fuera un agua. Pero él se refiere, no al alma de la mujer, sino al alma del hombre. Y entonces dice que entre ahogadas reliquias del día —ve algunas maravillas de nuevas selvas y de corrientes— él despertó. Es decir, él había tenido un sueño maravilloso, él había soñado con un país desconocido, espléndido, porque su alma estaba llena del esplendor del amor. «El se despertó y se maravilló aún más, porque ahí estaba ella.» Es decir, el hecho de despertarse, de volver de un mundo fantástico, de volver a una realidad y ver que en esa realidad estaba ella, la mujer que él había querido y reverenciado durante tanto tiempo, y verla dormida a su lado, en sus brazos, era más maravilloso que el sueño. «He woke, and wondered more: for there she lay.» Ustedes ven que en estos versos de un poeta de origen italiano, todas las palabras son germánicas y sencillas. No creo que Rossetti buscara este efecto, porque si lo hubiera buscado nos parecería artificial. Sin embargo, no ocurre eso.
Y ahora quiero recordar el principio de otro soneto de Rossetti, ya que hoy no tendré tiempo de hablar de sus grandes poemas. Es un poema en el que hay algo de cinematográfico, de juego de visión cinematográfica, aunque se escribió hacia 1850, época en que no se sospechaba el cinematógrafo. Y dice así: «¿Qué hombre se ha inclinado sobre el rostro de su hijo, para pensar cómo esa cara, ese rostro / se inclinará sobre él cuando esté muerto?» «What man has bent to his son’s face and brood, / How that face shall watch his when cold it lies?».396 Y aquí tenemos, como he dicho, un juego de imágenes que podríamos llamar cinematográfico. Tenemos primero el rostro del padre que se inclina ansiosamente sobre el rostro del hijo, y luego las dos imágenes se invierten porque se piensa en un porvenir seguro, y su cara será la cara yacente, acostada, muerta, y será la cara de su hijo la que se incline sobre él. Hay como una transposición de las dos caras. «O pensó cuando su propia madre le besaba los ojos, / lo que habrá sido su beso cuando su padre la cortejaba.» Es decir, pasamos de la imagen del sueño y de la muerte a esa otra imagen no menos profunda del amor. Y tenemos esa extraña rima, esa rima tan dulce: «brood» y «wooed».
Éste es otro de los grandes sonetos de Rossetti, el principio. Y hay un poema suyo cuyo título ha sido elegido por Priestley397 para una de sus comedias de tiempo, esas comedias en que Priestley juega con el tiempo, por ejemplo Llega un inspector y El tiempo y los Conways y ésta es la frase elegida por Priestley, «I have been here before», «yo ya estuve aquí». Y dice: «pero cuándo y dónde no puedo decirlo. Conozco el pasto más allá de la puerta, conozco la brusca y dulce fragancia». Luego hay una cosa que olvido, y luego, hablando con una mujer: «You have been mine before», «Tú ya fuiste mía». Y luego dice que esto ha ocurrido miles de veces y que volverá a ocurrir, que ellos se separarán, morirán y luego renacerán en otra vida, «pero no romperemos nunca esta cadena». Según ustedes saben, es la doctrina de los estoicos, de los pitagóricos, de Nietzsche, la idea de que la historia universal se repite cíclicamente. Y en La ciudad de Dios, San Agustín la atribuye erróneamente a Platón, que no la enseñó, [y también] la atribuye a Pitágoras. Dice que Pitágoras la enseñaba a sus alumnos y les decía que esta doctrina —que luego se llamaría del eterno retorno, del eterno regreso— «[esta doctrina] que yo les enseño nos enseña que esto ya ha ocurrido muchas veces, yo mismo con esta vara en la mano les he explicado esto a ustedes, y ustedes me han oído un número infinito de veces, y volverán a oírlo un número infinito de veces de mis labios». Querría tener tiempo para recordar que el filósofo escocés David Hume398 fue en el siglo XVIII el primero que justificó esa teoría, que parece fantástica. Y él dice que si el mundo, todo el Universo, está hecho de un número limitado de elementos —ahora diríamos de átomos—, este número, aunque incalculable, no es infinito. Y entonces, cada momento depende del momento anterior. Basta que un momento se repita para que se repitan los siguientes. Tenemos que tomar una imagen bastante sencilla. Vamos a tomar la imagen de un mazo de cartas, y vamos a suponer una persona inmortal que las baraja. Entonces las irá sacando en diversos órdenes. Pero si el tiempo es infinito, llegará un momento en que sacará el as de oros, el dos de oros, el tres de oros, etc., etc. Esto, desde luego, es bastante sencillo porque se trata de cuarenta elementos. Pero en el Universo podemos encontrar o suponer cuarenta billones de billones de elementos elevados al cuadrado o al cubo o a lo que nosotros queramos. Pero siempre es un número finito. Es decir, llegará un momento en que las combinaciones se repetirán, y entonces cada uno de nosotros volverá a nacer y repetirá cada una de las circunstancias de su vida. Y yo tomaré este reloj, advertiré que son las siete y concluiremos inexorablemente con nuestra clase.
Ahora, dice Dickens que él tuvo esa experiencia de haber vivido ya un momento. Según los psicólogos, esta experiencia corresponde simplemente a un momento de cansancio: percibimos el presente, pero si no estamos cansados, lo olvidamos. Luego, cuando lo percibimos del todo, no hay un abismo de miles de siglos entre una experiencia y otra, hay un abismo de nuestra distracción. Podríamos decirles a Pitágoras y a Rossetti que si nosotros, en un momento de nuestra vida, tenemos la sensación de haber vivido ya ese momento, ese momento no es exactamente igual al momento de la vida anterior. Es decir, el hecho de recordar la vida pasada es un argumento contra esa teoría. Pero eso no importa. Lo importante es que Rossetti ha escrito un admirable poema titulado «I have been here before» y que Priestley escribiría una comedia casi tan admirable con el mismo tema de que cada una de nuestras biografías es una serie de circunstancias mínimas que ya han ocurrido miles de veces y que volverán a ocurrir.
En la próxima clase tomaremos dos poemas extensos de Rossetti, «La doncella bienaventurada», «Troy Town» y acaso «Edén Bower», que se refiere a los primeros amores de Adán, no con Eva, sino con Lilith, demonio o serpiente.

Lunes 5 de diciembre de 1966



Notas


375 Gabrielle Giuseppe Rossetti (1783-1854), poeta y erudito italiano.
376 La edición de la Divina Comedia de Gabriele Giuseppe Rossetti fue publicada en dos volúmenes. El primero apareció en 1826 y el segundo en 1827.
378 La madre de Rossetti, Francés Mary Lavinia Polidori, era hermana del Dr. John William Polidori (1795-1821), quien fue médico de Lord Byron al comienzo de su exilio en 1816. A fines del verano de ese año, Byron y Polidori terminaron enemistándose. Tres años más tarde, en 1819, apareció en la revista New Monthly un cuento titulado «The Vampyre». Este cuento fue atribuido en un principio a Lord Byron, pero al mes siguiente Polidori escribió a la revista una carta en la que confesaba su autoría y afirmaba además haberlo escrito basándose en otro relato creado originariamente por Lord Byron. Byron, enfurecido, negó toda relación con el cuento y afirmó: «Los vampiros me disgustan especialmente, y el poco trato que he tenido con ellos no me induce en absoluto a divulgar sus secretos». Muchos críticos señalan que el personaje principal del cuento, el vampiro Lord Ruthven, parece estar inspirado en el mismo Lord Byron y en la antipatía que Polidori sentía por quien antes había sido su amigo y paciente.
379 Guido Cavalcanti, poeta italiano amigo de Dante Alighieri (¿1225?-1300).
380 William Holman Hunt, pintor británico (1827-1910).
381 Sir Edward Coley Burne-Jones, pintor y diseñador nacido en Birmingham, Inglaterra (1833-1898).
382 Se trata de una variante antigua del nombre del Rey Arturo.
383 La morte d’ Arthur, cuyo título original era The Book of King Arthur and His Knights of the Round Table, fue escrito por Sir Thomas Malory entre 1469 y 1470, y publicado por William Caxton en 1485.
384 La línea citada pertenece al último verso del poema titulado «A Superscription», que en su versión íntegra dice: «Look in my face; my name is Might-havebeen; / I am also called No-more, Too-late, Farewell; / Unto thine ear I hold the dead-sea shell / Cast up thy Life’s foam-fretted feet between; / Unto thine eyes the glass where that is seen / Which had Life’s form and Love’s, but by my spell / Is now a shaken shadow intolerable, / Of ultimate things unuttered the frail screen. // Mark me, how still I am! But should there dart / One moment through thy soul the soft surprise / Of that winged Peace which lulls the breath of sights / Then shalt thou see me smile, and turn apart / Thy visage to mine ambush at thy heart / Sleepless with cold commemorative eyes», Rossetti escribió un poema sobre el insomnia que se titula, precisamente, «lnsomnia».
385 Elizabeth Eleanor Siddal (1829-1862). Rossetti conoció a Elizabeth en 1850, pero no se casaron sino hasta 1860. Elizabeth fue modelo para muchas pinturas de Rossetti y de otros pintores prerrafaelistas.
386 John Ruskin, crítico de arte, sociólogo y escritor inglés (1819-1900).
387 El cloral es el más antiguo de los somníferos conocidos por el hombre. Debido a su sabor desagradable solía tomarse diluido en jugo de naranja o jengibre. Debemos señalar sin embargo que las demás fuentes consultadas coinciden en afirmar que la sustancia ingerida por Elizabeth Siddal no era doral sino láudano, un compuesto farmacéutico basado en el opio.
388 Existe un famoso poema de Heinrich Heine, «Der Doppelgánger», musicalizado por Franz Schubert en 1828 como parte de su ciclo de Lieder póstumo Schwanengesang D.957. El poema dice así: «Still ist die Nacht, es ruhen die Gassen, / In diesem Hause wohnte mein Schatz; / Sie hat schon längst die Stadt verlassen, / Doch steht noch die Haus auf demselben Platz. // Da stehtauch ein Mensch und starrt in die Höhe, / Und ringt die Hände vor Schmerzensgewalt; / Mir graust es, wenn ich sein Antlitz sehe — / Der Mond zeigt mir meine eigne Gestalt. // Du Doppelgänger, du bleicher Geselle!/ Was äffst du nach mein Liebesleid, / Das mich gequält auf dieser Stelle / So manche Nacht, in alter Zeit?» («En calma está la noche, las calles descansan, / en aquella casa vivió mi tesoro. / Ella abandonó el pueblo hace mucho, / la casa, sin embargo, en pie, no se ha movido. // Allí está también un hombre, mirando fíjo hacia arriba / retorciendo sus manos, presa del dolor. / Me horrorizo a1 contemplar su rostro, / la luna me muestra mi propia estampa. // ¡Tú, mi doble!, ¡Tú, pálido compañero! / ¿Por qué imitas mi pesar de amor, / que me ha torturado en este lugar / por tantas noches, hace tanto tiempo?»). (Traducción de M.A.)
389 Borges menciona al fetch en la página que dedica a analizar el tema del doble en su Libro de los seres imaginarios, OCC 616.
390 Largo poema perteneciente al libro de Robert Louis Stevenson Ballads (1890). Borges no vuelve a referirse a este poema en ninguna de las clases que dedica a Stevenson.
391 Rossetti’s Poems and Translations, con introducción de E. G. Gardner, volumen 627 de la Everyman’s Library.
392 El título del poema es «Sudden Light». Borges cita su primer verso. El poema completo dice: «I have been here before, / But when or howl cannot tell, / I know theg rass beyond the door, / The Sweet keen smell, / The sighting sound, the lights around the shore. // You have been mine before, / How long ago I may not know; / But just when at that swallow’s soar / Your neck turned so, / Some veil did fall, —I knew it all of yore. // Has this been thus before? / And shall not thus times eddying flight / Still with our lives our love restore / In death’s despite, / And day and night yield one delight once more
393 La crítica de Buchanan apareció en The Contemporary Review en octubre de 1871.
394 El título original del soneto es «Nuptial Sleep» (Borges cita luego el título correctamente), incluido en el libro Poems, de 1870.
395 El texto del soneto es el siguiente: «At length their kiss severed, with sweet smart; / And as the last slow sudden drops are shed / From sparkling leaves when all the storm has fled, / So singly flagged the pulses of each heart. / Their bosoms sundered, with the opening start / Of married flowers to either side outspread / From the knit stem; yet still their mouths, burnt red / Fawned on each other where they lay apart. // Sleep sank them lower than the tide of dreams, / And their dreams watched them sink, and slid away. / Slowly their souls swam up again, through gleams / Of watered light and dull drowned waifs of day, / Till from some wonder of new woods and streams / He woke, and wondered more: for there she lay».
396 El poema se titula «Inclusiveness» y dice así: «The changing guests, each in a different mood, / Sit at the roadside table and arise: / And every life among them in likewise /Is a soul’s board set daily with new food. / What man has bent o’er his son’s sleep, to brood / How that face shall watch his when cold it lies? / Or thought, as his own mother kissed his eyes, / Of what her kiss was when his father wooed? // May not this ancient room thou sit’st in dwell / In separate living souls for join or pain? / Nay, all its corners may be painted plain / Where Heaven shows pictures of some life spent well / And may be stamped, a memory all in vain, / Upon the sight of lidless eyes in Hell».
397 John Boynton Priestley, novelista y dramaturgo inglés (1894-1984). Las obras mencionadas por Borges son I Have Been Here Before (1937), Time and the Conways (1937) y An Inspector Calls (1946).
398 David Hume, filósofo e historiador nacido en Edimburgo, Escocia (1711-1776).


En Borges profesor 
Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires 
Edición, investigación y notas: Martín Arias & Martín Hadis 
Buenos Aires © María Kodama, 2000


Imagen: DGR: Autorretrato, 1847, National Portrait Gallery, Londres



27/1/17

Jorge Luis Borges: A quien ya no es joven






Ya puedes ver el trágico escenario
y cada cosa en el lugar debido;
la espada y la ceniza para Dido
y la moneda para Belisario.

¿A qué sigues buscando en el brumoso
bronce de los hexámetros la guerra
si están aquí los siete pies de tierra,
la brusca sangre y el abierto foso?

Aquí te acecha el insondable espejo
que soñará y olvidará el reflejo
de tus postrimerías y agonías.

Ya te cerca lo último. Es la casa
donde tu lenta y breve tarde pasa
y la calle que ves todos los días.




En El otro, el mismo (1964)
Imagen y audio: W. S. Merwin and Borges backstage at 92Y on April 29, 1976
Photo by Thomas Victor 


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