21/8/18

Yonah Kranz: Donde se osará interpretar y amplificar a Borges






Parafraseando (plagiando) a Jorge Luis Borges, “empezaré con unas consideraciones que corren el albur de parecer digresivas, pero que, sin embargo, nos llevarán al tema esencial” – sus apreciaciones acerca de cómo se reconocen en la obra de Shmuel Yosef Agnón, Premio Nobel de Literatura 1966, los elementos constituyentes del concepto de nación (la nación judía, en este caso particular), y de cómo Israel es, a su juicio, el paradigma de ese concepto.

Pero antes de entrar en materia me es preciso apartar del camino una roca bastante grande con la que uno tropieza ya en los prolegómenos de la conferencia que sobre Agnón dio Borges en el Instituto Cultural Argentino Israelí de Buenos Aires, en 1967.

Se trata de un error descomunal que aparece en la transcripción de la grabación de la conferencia, y que quiero atribuir principalmente a quien realizó esa transcripción. En sus palabras iniciales acerca de la obra de Agnón, Borges confía a la audiencia: “poco he alcanzado de esa obra, ya que mi ignorancia del hebreo ignorancia que deploro, pero es un poco tarde para corregirla me ha obligado a juzgarlo a través de una versión inglesa de aquel libro suyo que recuerdo 'Los fastos de Ovidio', ese libro sobre el año litúrgico de los judíos…” (el énfasis es mío). Pues bien, lo cierto es que el libro de marras se llama Los fastos, no lo escribió Agnón (1888-1970 EC) sino el poeta romano clásico Publio Ovidio Nasón (43 AEC a 17 o 18 EC) y no trata en absoluto del año litúrgico de los judíos sino del de los romanos… Es perfectamente comprensible que quien realizó la transcripción haya creído oír que Borges decía “Los fastos de Ovidio”, cuando en realidad él estaba diciendo “ Los fastos ”, de Ovidio. Menos (nada…) comprensible para mí es la mención misma del libro de Ovidio en el contexto de que se trata, y todo lo demás que Borges supuestamente dijera al respecto.

Dejémoslo aquí y vayamos al grano.

Es trivial decir que Borges era oceánico, como lo es hablar de lo inmenso de la envergadura de alas de su erudición y su pensamiento. Si ahora cambiáramos el nombre y en lugar de Borges dijéramos Agnón, el aserto sería igualmente válido y correcto. En la obra de ambos están presentes ubicuas reminiscencias de otros textos, niveles múltiples de percepción de lo real y cotidiano que comunican con lo fantástico y esotérico. Puede decirse, en cierto modo, que salvando las brechas del lenguaje y las referencias culturales, ambos hablan esencialmente el mismo idioma conceptual. 

No sorprende, entonces, que habiendo leído sólo una recopilación de relatos de Agnón –y eso en traducción al francés–, Borges haya sabido captar tan cabalmente la esencia de la obra, percibiendo allí los múltiples y a veces tenues hilos que unen a los integrantes de una comunidad y la convierten en nación. 

En efecto, dice Borges en su disertación: 

¿Y entonces cómo podríamos definir “una nación”? Creo que no hay un ejemplo más claro de “nación” que el de Israel, cuyos orígenes casi se confunden con los del mundo y que llega, a través de la desdicha, del exilio, de la diáspora, a nuestros días.
¿Qué es, entonces esa nación? Es la memoria de las sucesivas generaciones. Esa memoria puede estudiarse de dos modos; como lo estudian los historiadores, reducidos a una árida serie de fechas y de nombres geográficos, o como una suerte de museo de curiosidades, como una colección.
Pero hay otra tradición, que no se limita a las fechas del historiador, ni a las curiosidades del folklore. Es algo más profundo, que no se repite, sino que florece de un modo vivo y eso es, precisamente, lo que encontramos en la obra de Agnón.
Me parece relevante considerar aquí el aporte teórico de dos investigadores que dedicaron gran parte de sus trabajos al tema de la nación y el nacionalismo. Uno es el historiador y teorizador de las ciencias sociales Benedict Anderson, inglés, quien en su magnum opusComunidades imaginadas” (1993) postula que las naciones y el nacionalismo son productos de la modernidad y han sido creados como medios para fines políticos y económicos. Según Anderson tendemos a hipostasiar o reificar la existencia del nacionalismo (prueba de ello sería que muchos tienden a escribir dicho término con mayúscula) al considerarlo como una ideología. Sería mejor, sugiere, entenderlo como una relación social o antropológica, al nivel de las relaciones familiares o religiosas, y no como una ideología, ya que no tiene la consistencia de teorías políticas como, por ejemplo, el “liberalismo” o, incluso, el “fascismo”. Anderson propondrá un enfoque de corte antropológico que tome como punto de partida la siguiente definición: una nación es una comunidad política (a) que se imagina (b) como inherentemente limitada (c) y como soberana (d). La nación es una comunidad política imaginada porque aunque los miembros de las naciones no se conocen entre ellos, aun así tienen en sus mentes una cierta imagen de su comunión. Cuando el filósofo y antropólogo social Ernest Gellner afirma que el nacionalismo “inventa naciones donde no existen” está suponiendo la existencia de “comunidades verdaderas”, como la clase social, por ejemplo, frente a “comunidades falsas”, como la nación, cuando lo cierto, dirá Anderson, es que todas las comunidades lo suficientemente grandes como para que no sea posible el contacto cara a cara –e incluso éstas– son imaginadas. De modo que no debemos distinguir las comunidades en función de su verdad o falsedad sino por el modo en cómo se las imagina. Las comunidades imaginadas pueden ser vistas como una forma de construccionismo social
 

Distinta es la opinión de otro inglés, el sociólogo Anthony D. Smith, quien en numerosos trabajos (como sus libros The Ethnic Origin of Nations, 1986, y National and Other Communities, 1998), afirma que incluso cuando las naciones son el producto de la modernidad, es posible encontrar elementos étnicos que sobreviven en las naciones modernas, comunidades étnicas a los que él denomina etnias. Las etnias difieren de las naciones, ya que estas últimas son el resultado de una triple revolución que comienza con el desarrollo del capitalismo y lleva a la centralización burocrática y cultural, junto a la pérdida de poder de la Iglesia católica; sin embargo, Smith sostiene que existen muchos casos de naciones que poseen elementos premodernos, es decir elementos étnicos anteriores al proceso de modernización. Es así como la construcción de una nación depende de la preexistencia de una comunidad. El fundamento de la etnia, propone Smith, no está supeditado a la existencia entre sus integrantes de un vínculo biológico-orgánico, racial o territorial, sino a la de una tradición cultural común que se apoya en mitos ancestrales y memoria colectiva comunes, elementos de cultura e historia compartidos, y cierto grado de solidaridad, al menos entre las élites.

Volviendo a Borges, he aquí que él entreteje alusiones a sus propios textos con los de Agnón, poniendo sobre la mesa el mito de la imploración al cielo de un individuo disidente, que reza “contra la corriente” (en uno de los relatos de Agnón que cita Borges), el de los 36 Justos que salvan al mundo, el de la creación a partir de la palabra (el Gólem de Praga) –todos los cuales forman parte del acervo cultural colectivo y reúnen los elementos que según Smith constituyen los ladrillos y la argamasa con que se forma una nación. “La memoria de Israel está en Agnón” exclama Borges, y ésa “no es una memoria erudita; es una memoria viva”. Porque con el resurgimiento de Israel como nación, la memoria de una “civilización fósil”, al decir de Arnold Toynbee, volvió a ser una memoria viva.

Creo que eso es lo que quiso decir Borges cuando afirma que “[Agnón] sabía que era, de algún modo, la memoria viviente de ese pueblo admirable al cual todos pertenecemos más allá de las vicisitudes de la sangre. He hablado de Israel. Es todo”.





Photos:


Facing microphones at his first American press conference, Shmuel Yosef Agnon, co-winner of the 1966 Nobel Prize for Literature, answers a newsman's question. Agnon, 78, spoke in Hebrew (Getty-Images)


Véase también Borges: Agnon [Conferencia en el Instituto Cultural Argentino-Israelí de Buenos Aires, 1967]


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