1/9/20

Jorge Luis Borges: Entrevista con Mario Vargas Llosa [Buenos Aires, junio de 1981]

 





Si tuviera que nombrar a un escritor de lengua española de nuestro tiempo cuya obra vaya a perdurar, a dejar una huella profunda en la literatura, citaría a ese poeta, cuentista y ensayista argentino que le prestó su apellido a Graciela Borges, a Jorge Luis Borges.

El puñado de libros que ha escrito, libros siempre breves, perfectos como un anillo, donde uno tiene la impresión que nada falta ni sobra, han tenido y tienen una enorme influencia en quienes escriben en español. Sus historias fantásticas, que suceden en la Pampa, en Buenos Aires, en China, en Londres, en cualquier lugar de la realidad o la irrealidad, muestran la misma imaginación poderosa y la misma formidable cultura que sus ensayos sobre el tiempo, el idioma de los vikingos... Pero la erudición no es nunca en Borges algo denso, académico, es siempre algo insólito, brillante, entretenido, una aventura del espíritu de la que los lectores salimos siempre sorprendidos y enriquecidos.

La entrevista que Borges nos concedió tuvo lugar en el modesto departamento del centro de Buenos Aires donde vive, acompañado de una empleada que le sirve también de lazarillo, pues Borges perdió la vista hace años, y de un gato de angora al que ha bautizado con el nombre de Beppo porque, nos dijo, así se llamaba el gato de un poeta inglés que admira: Lord Byron.

MARIO VARGAS LLOSA. Me ha impresionado mucho al ver su biblioteca no encontrar libros suyos, no hay ni uno solo. ¿Por qué no tiene libros suyos en su biblioteca?

JORGE LUIS BORGES. Cuido mucho mi biblioteca. Quién soy yo para nombrarme con Schopenhauer...

MVLL. Y tampoco libros sobre usted, veo que tampoco hay ninguno de los muchos libros que se han escrito sobre usted.

JLB. Yo leí el primero que se publicó durante la dictadura, en Mendoza.

MVLL. ¿Cuál dictadura, Borges? Porque desgraciadamente ha habido tantas...

JLB. La de aquel..., de cuyo nombre no quiero acordarme.

MVLL. Ni mencionarlo.

JLB. No, tampoco, no. Algunas palabras es bueno evitarlas. Bueno, pues se publicó el libro Borges, enigma y clave, escrito por Ruiz Díaz, un profesor mendocino, y por un boliviano, Tamayo. Y yo leí ese libro a ver si encontraba la clave ya que el enigma lo conocía. Después no he leído ningún otro. Alicia Jurado escribió un libro sobre mí. Yo le agradecí, le dije: “Sé que es bueno, pero el tema no me interesa o quizás me interesa demasiado, conque no voy a leerlo."

MVLL. Y tampoco ha leído entonces esa voluminosa biografía que ha publicado Rodríguez Monegal sobre usted.

JLB. ¿Y qué me dices, que es muy buena?

MVLL. Por lo menos muy documentada y hecha realmente con una gran reverencia, un gran afecto por usted y un gran conocimiento, creo, de su obra.

JLB. Sí, somos amigos. Él es de Melo, ¿no?, de la República Oriental.

MVLL. Sí, y además aparece en uno de sus cuentos como personaje.

JLB. De Melo yo recuerdo unos versos muy lindos de Emilio Oribe, que empiezan de un modo trivial y luego se exaltan, se ensanchan: “Yo nací en Melo, ciudad de coloniales casas”... Bueno, eso no está muy..., «coloniales casas”, “casas coloniales” ligeramente diversas... “Yo nací en Melo, ciudad de coloniales casas, en medio de la pánica llanura interminable”, y ahora se agranda, “en medio de la pánica llanura interminable y cerca del Brasil”. Cómo va creciendo el verso, ¿eh? Cómo va ampliándose.

MVLL. Sobre todo como lo dice usted.

JLB. No, pero... “Yo nací en Melo, ciudad de coloniales casas” no es nada; “en medio de la pánica llanura interminable y cerca del Brasil”, y ya ves un imperio al final del verso. Es lindísima. Emilio Oribe.

MVLL. Es muy bonito. Dígame, Borges, hay una cosa que hace muchos años que quiero preguntarle. Yo escribo novelas, y siempre me he sentido dolido por una frase suya muy linda pero muy ofensiva para un novelista, una frase que es más o menos la siguiente: “Desvarío empobrecedor el de querer escribir novelas, el de querer explayar en quinientas páginas algo que se puede formular en una sola frase”.

JLB. Sí, pero es un error, un error inventado por mí. La haraganería, ¿no? O la incompetencia.

MVLL. Pero usted ha sido un gran lector de novelas y un maravilloso traductor de novelas.

JLB. No, no. Yo he leído muy pocas novelas.

MVLL. Sin embargo, las novelas aparecen en su obra, son mencionadas o incluso inventadas.

JLB. Sí, pero yo he sido derrotado por Thackeray. En cambio, Dickens me gusta mucho.

MVLL. Vanity Fair (La feria de las vanidades) le resultó muy aburrida.

JLB. Pendennis lo pude leer, haciendo un esfuerzo, con Vanity Fair no, no pude.

MVLL. Conrad, por ejemplo, que es un autor al que usted admira, ¿no le importaban las novelas de Conrad?

JLB. Pero claro que sí, por eso le digo que con escasas excepciones. Por ejemplo, el caso de Henry James, que era un gran cuentista y un novelista, digamos, de otro calibre.

MVLL. Pero, entre los autores más importantes para usted, ¿no hay ningún novelista?

JLB. ...

MVLL. ¿Mencionaría algún novelista entre los autores que considera más importantes o son sobre todo poetas y ensayistas?

JLB. Y cuentistas.

MVLL. Y cuentistas.

JLB. Porque no creo que Las mil y una noches sea una novela, ¿no? Una infinita antología.

MVLL. La ventaja de la novela es que todo puede ser novela. Creo que es un género caníbal, que se traga todos los géneros.

JLB. A propósito de “caníbal”, ¿usted conoce el origen de la palabra?

MVLL. No, no lo conozco, ¿cuál es?

JLB. Muy linda. Caribe, que dio caríbal, y caníbal.

MVLL. O sea que es una palabra de origen latinoamericano.

JLB. Bueno, sin “latino”. Eran una tribu de indios, los caribes, una palabra indígena, y de ahí surgió caníbal y Calibán, de Shakespeare.

MVLL. Curioso aporte de América al vocabulario universal.

JLB. Hay tantos. Chocolate, que era xocoatl, creo, ¿no? Se perdió la tl, desgraciadamente. Papa, también.

MVLL. ¿Cuál diría usted que ha sido el mejor aporte en el campo de la literatura de América? De toda América: América hispana, portuguesa... ¿Algún autor, algún libro, algún tema?

JLB. Yo diría más bien el modernismo en general. Era obra de la literatura en lengua castellana, y eso surge de este lado, según lo hace notar Max Henríquez Ureña. Hablé con Juan Ramón Jiménez y él me dijo de la emoción con la cual había recibido un ejemplar de Las montañas del oro, año 1897. Y su influjo en grandes poetas en España. Pero eso surge de este lado. Y curiosamente, estamos aquí —no geográficamente— mucho más cerca de Francia que los españoles. Yo me di cuenta en España que podía alabar a Inglaterra, alabar a Italia, alabar a Alemania, alabar incluso a Norteamérica, pero que si hablaba de Francia ya se sentían incómodos.

MVLL. El nacionalismo es algo muy difícil de erradicar en cualquier parte.

JLB. Uno de los grandes males de nuestra época.

MVLL. Quisiera hablar un poco de eso, Borges, porque... Le puedo hablar con toda franqueza, supongo.

JLB. Sí, y además quiero decirle que es un mal que corresponde a las derechas y a las izquierdas.

MVL. Algunas declaraciones políticas suyas a mí me provocan desconcierto, pero hay un aspecto en el que cuando usted habla merece toda mi admiración y todo mi respeto, y es el asunto del nacionalismo. Creo que usted siempre ha hablado con gran lucidez sobre ese tema o, mejor dicho, contra el nacionalismo.

JLB. Y sin embargo yo he incurrido en él.

MVLL. Pero ahora, en estos últimos...

JLB. El hecho de haber hablado de las orillas de Buenos Aires, el hecho de haber conocido payadores, de haber conocido cuchilleros, de haberlos usado en mi literatura. Yo he escrito milongas... Todo es digno de la literatura, ¿por qué no también los temas vernáculos?

MVLL. Yo me refería al nacionalismo político.

JLB. Eso es un error, porque si uno quiere una cosa contra otra es que no la quiere realmente. Por ejemplo, si yo quiero Inglaterra contra Francia es un error, tengo que querer ambos países, dentro de mis posibilidades.

MVLL. Usted ha hecho muchas declaraciones en contra de toda posible ruptura de hostilidades entre Argentina y Chile.

JLB. Más aún. Yo actualmente, a pesar de ser nieto y bisnieto de militares y más lejanamente de conquistadores, que no me interesan, soy pacifista. Creo que toda guerra es un crimen. Además, si se admiten guerras justas, que sin duda las hubo —la guerra de los Seis Días, por ejemplo—, si admitimos una guerra justa, una sola, eso ya abre la puerta a cualquier guerra y nunca faltarán las razones para justificarla, sobre todo si se las inventan y encarcelan como traidores a quienes piensan de otro modo. De antemano, yo no me había dado cuenta de que Bertrand Russell y Gandhi y Alberdi y Romain Rolland tenían razón al oponerse a la guerra, y quizás se precise más valor ahora para oponerse a la guerra que para defenderla o participar en ella, incluso.

MVLL. Ahí yo estoy de acuerdo con usted. Creo que es muy exacto eso que dice. ¿Cuál es el régimen político ideal para usted, Borges? ¿Qué le gustaría para su país y para América Latina? ¿Qué régimen le parecería el más adecuado para nosotros?

JLB. Yo soy un viejo anarquista spenceriano y creo que el Estado es un mal, pero por el momento es un mal necesario. Si yo fuera dictador renunciaría a mi cargo y volvería a mi modestísima literatura, porque no tengo ninguna solución que ofrecer. Yo soy una persona desconcertada, descorazonada, como todos mis paisanos.

MVLL. Pero usted se considera un anarquista, básicamente un hombre que defiende la soberanía individual en contra del Estado.

JLB. Sí, sin embargo, no sé si somos dignos. En todo caso, no creo que este país sea digno de la democracia o de la anarquía. Quizás en otros países pueda hacerse, en Japón o en los países escandinavos. Aquí evidentemente las elecciones serían maléficas, nos traerían otro Frondizi u otros..., etcétera.

MVLL. Ese escepticismo no está reñido con algunas declaraciones suyas optimistas que hace sobre la paz, justamente en contra de la guerra, últimamente en contra de las torturas y de toda forma de represión.

JLB. Sí, ya sé. Pero no sé si eso puede ser útil. He hecho esas declaraciones por motivos éticos pero no creo que sean serviciales, no creo que puedan ayudar a nadie. Pueden ayudarme a tranquilizar mi conciencia, nada más. Pero si yo fuera gobierno, no sé qué haría, estamos en un callejón sin salida.

MVLL. Yo le hice una entrevista hace casi un cuarto de siglo en París y una de las cosas que le pregunté...

JLB. Cuarto de siglo... Pará. Qué triste si vamos a hablar de cuarto de siglo...

MVLL. ...una cosa que le pregunté fue qué opina de la política, ¿y usted sabe qué me respondió? “Es una de las formas del tedio”.

JLB. Ah, bueno, está bien.

MVLL. Es una bonita respuesta y no sé si la repetiría ahora: ¿sigue pensando que es una de las formas del tedio?

JLB. Bueno, yo diría que la palabra tedio es un poco mansa. En todo caso fastidio, digamos. Tedio es demasiado... Es un understatement...

MVLL. ¿Hay algún político contemporáneo que usted admire, que respete?

JLB. Yo no sé si uno puede admirar a políticos, personas que se dedican a estar de acuerdo, a sobornar, a sonreír, a hacerse retratar y, discúlpenme ustedes, a ser populares...

MVLL. ¿Qué tipos humanos admira usted, Borges? Aventureros...

JLB. Sí, los he admirado mucho pero ahora no sé. Tienen que ser aventureros individuales.

MVLL. ¿Cuál, por ejemplo? ¿Recuerda algún aventurero que le hubiera gustado ser?

JLB. No, a mí no me gustaría ser otra persona.

MVLL. Usted está contento con el destino de Borges.

JLB. No, no estoy contento, pero sé que con otro destino sería otra persona. Y como dice Spinoza, «cada cosa quiere la soledad de su ser». Yo insisto en ser Borges, no sé por qué.

MVLL. Recuerdo una frase suya: «Muchas cosas he leído y pocas he vivido», que por una parte es muy bonita y por otra parece nostálgica...

JLB. Muy triste.

MVLL. Parece que usted lo deplorara.

JLB. Yo escribí eso cuando tenía treinta años y no me daba cuenta de que leer es una forma de vivir también.

MVLL. Pero ¿no hay una nostalgia en usted de cosas no hechas por haber dedicado tanto tiempo a la vida puramente intelectual?

JLB. Creo que no. Creo que a la larga uno vive esencialmente todas las cosas y lo importante no son las experiencias, sino lo que uno hace con ellas.

MVLL. Supongo que eso le ha dado un gran desprendimiento por las cosas materiales. Uno lo descubre al llegar a su casa. Vive usted prácticamente como un monje, su casa es de una enorme austeridad, su dormitorio parece la celda de un trapense, realmente es de una sobriedad extraordinaria.

JLB. El lujo me parece una vulgaridad.

MVLL. ¿Qué ha significado el dinero para usted en la vida, Borges?

JLB. La posibilidad de libros y de viajes y de desarrollarlos.

MVLL. Pero ¿nunca le ha interesado el dinero?, ¿nunca ha trabajado usted para ganar dinero?

JLB. Bueno, si lo he hecho parece que no lo he conseguido. Desde luego es mejor la prosperidad, superior a la indigencia, sobre todo en una zona pobre, donde estás obligado a pensar en dinero todo el tiempo. Una persona rica puede pensar en otra cosa. Yo es que nunca he sido rico. Mis mayores lo fueron, hemos tenido estancias y las hemos perdido, han sido confiscadas, pero bueno, no creo que tenga mayor importancia eso.

MVLL. Usted sabe que buena parte de los países de esta tierra hoy día viven en función del dinero, la prosperidad material es su estímulo.

JLB. Natural que sea así sobre todo si hay esta pobreza. En qué otra cosa puede pensar un mendigo sino en el dinero o en comida. Si usted es muy pobre tiene que pensar en dinero. Una persona rica puede pensar en otra cosa, pero un pobre, no. De igual modo que un enfermo sólo puede pensar en la salud. Uno piensa en lo que le falta, no en lo que tiene. Cuando yo tenía vista no pensaba que eso fuera un privilegio, en cambio daría cualquier cosa por recobrar mi vista y no saldría de esta casa.

MVLL. Borges, una cosa que me ha sorprendido en la modesta casa en la que usted vive, sobre todo en el austerísimo dormitorio que es el suyo, es ver que uno de los pocos objetos que hay en su dormitorio es la condecoración de la Orden del Sol que le dio el gobierno peruano.

JLB. Esa condecoración volvió a la familia al cabo de cuatro generaciones.

MVLL. ¿Y cómo así, Borges?

JLB. La obtuvo mi bisabuelo, el coronel Suárez, que aunó una carga de caballería peruana en Junín. Obtuvo esa Orden y fue ascendido de capitán a coronel por Bolívar. Luego esa Orden se perdió en la guerra civil. Aunque mi familia era unitaria yo soy lejanamente pariente de Rosas —bueno, todos somos parientes en este país casi deshabitado—. Al cabo de cuatro generaciones volvió, por razones literarias, y yo fui con mi madre a Lima y ella lloró porque recordaba haber visto esa condecoración en los retratos de mi bisabuelo y ahora la tenía en las manos y era para su hijo. Estaba muy, muy emocionada.

MVLL. O sea, que la relación de usted con el Perú se remonta a muchas generaciones.

JLB. Sí, a cuatro generaciones. No, es anterior, le voy a decir, yo estuve... Ah, no, no, espere... Sí, yo estuve en el Cuzco y vi una casa con un escudo con cabeza de cabra, y de ahí salió Jerónimo Luis de Cabrera hace cuatrocientos años para fundar una ciudad que se llama Ica, que no sé dónde está, y la ciudad de Córdoba, en la República Argentina. Es decir, es una vieja relación.

MVLL. Así que usted, de alguna manera, es también peruano.

JLB. Sí, desde luego que sí.

MVLL. ¿Qué idea se hacía del Perú antes de ir a Lima?

JLB. Una idea muy vaga que creo que estaba basada sobre todo en Prescott.

MVLL. En la Historia de la conquista del Perú de Prescott. ¿Cuándo leyó esa historia?

JLB. Debo haber tenido siete u ocho años, tal vez. El primer libro de historia que yo leí en mi vida. Después leí Historia de la República Argentina de Vicente Fidel López, y luego las historias romanas y griegas. Pero el primer libro que yo leí, throughout, es decir, del principio hasta el fin, fue ese.

MVLL. Y qué idea tenía del Perú, ¿la de un país tal vez mítico?

JLB. Un poco mítico, sí. Y luego yo fui muy amigo de un escritor sin duda olvidado entre ustedes, el peruano Alberto Hidalgo, de Arequipa.

MVLL. Que vivió mucho tiempo en la Argentina, ¿no es verdad?

JLB. Sí, y él me reveló un poeta del que yo sabía muchas composiciones de memoria.

MVLL. ¿Qué poeta, Borges?

JLB. Eguren.

MVLL. José María Eguren.

JLB. Sí, exactamente. ¿El libro se llamaba “La niña de la lámpara azul”, o no?

MVLL. Es un poema, uno de los poemas más conocidos de Eguren.

JLB. Sí. Y había otro... Tengo una vaga imagen de un barco y de un capitán muerto que recorre el barco. No recuerdo los versos.

MVLL. Es un poeta simbolista de una gran ingenuidad y delicadeza.

JLB. Una gran delicadeza. No sé si ingenuidad. Yo creo que era deliberadamente ingenuo.

MVLL. Digo ingenuidad no en el sentido peyorativo.

JLB. No, no. La ingenuidad es un mérito, claro.

MVLL. No salió nunca del Perú y creo que nunca de Lima y escribió buena parte de su obra sobre un mundo nórdico, de hadas escandinavas y temas especialmente exóticos para él.

JLB. Es que la nostalgia es muy importante.

MVLL. Quizá eso establece alguna afinidad entre ustedes dos, entre Eguren y usted.

JLB. Sí. Es cierto que yo estoy pensando en países que no conozco o que he conocido mucho después. Me gustaría tanto conocer la China o la India..., aunque conozco literariamente mucho ya.

MVLL. ¿Qué país lo conmovió más conocer, Borges?

JLB. Yo no sé, yo diría el Japón, Inglaterra y...

MVLL. ¿Islandia, por ejemplo?

JLB. Islandia, desde luego, porque yo estoy estudiando el idioma nórdico, que es la lengua madre del sueco, del noruego, del danés y parcialmente del inglés también.

MVLL. Es un idioma que se dejó de hablar ¿hace cuántos siglos?

JLB. No, no, se habla contemporáneamente en Islandia. Yo tengo ediciones de los clásicos, obras del siglo XIII, y esas ediciones, que me fue-ron regaladas o compré en Reikiavik, no tienen glosario, ni prólogo ni notas.

MVLL. O sea que es un idioma que no ha evolucionado, que sigue siendo el mismo a lo largo de ocho siglos.

JLB. Es que yo sospecho que la pronunciación ha cambiado. Ellos pueden leer a sus clásicos como si un inglés pudiera leer por ejemplo a Dunbar, a Chaucer, o como si nosotros pudiéramos leer, no sé, el Cantar de Mio Cid o los franceses La chanson de Roland.

MVLL. O los griegos a Homero.

JLB. Sí, exactamente. Ellos pueden leer a sus clásicos en ediciones sin notas, sin glosarios, pronunciándolos sin duda de un modo distinto. Pero, por ejemplo, la pronunciación inglesa también ha cambiado mucho. Nosotros decimos To be or not to be y parece que Shakespeare, en el siglo XVII decía aún, conservando las vocales abiertas sajonas: “Tou be or nat tou be”. Esto es mucho más sonoro, completamente distinto, y resulta casi cómico ahora.

MVLL. Borges, esta curiosidad o, más que curiosidad, esta fascinación suya por las literaturas exóticas...

JLB. Es que no sé si exóticas...

MVLL. Me refiero a su interés por la literatura nórdica o anglosajona.

JLB. Bueno, la anglosajona es la antigua literatura inglesa.

MVLL. ...usted cree que tiene algo que ver con...

JLB. ¿Con la nostalgia?

MVLL. Con Argentina, con el hecho de que Argentina sea un país totalmente moderno, casi sin pasado.

JLB. Yo creo que sí, y que quizás una de nuestras riquezas es la nostalgia. La nostalgia de Europa, sobre todo, que un europeo no puede sentir porque un europeo no se siente europeo sino, digamos, inglés, francés, alemán, español, italiano, ruso...

Buenos Aires, junio de 1981





Entrevista emitida el 7 de junio de 1981 en el programa peruano La torre de Babel
conducido por el escritor Mario Vargas Llosa
Publicada luego en La Nación, El Mercurio y otros periódicos hispanoamericanos
Y en Vargas Llosa, Mario; Medio Siglo con Borges, Alfaguara, 2020
En imagen: ejemplar de La Nación, 23 de agosto de 1981 con publicación original de la entrevista
(la edición incluida en el libro de reciente edición ha sufrido modificaciones introducidas por el escritor peruano)
Y portada del libro de Vargas Llosa editado por Alfaguara



25/8/20

Jorge Luis Borges: Las parodias de Mario Sapag y la censura del COMFER






El 2 de julio de 1981, el recién creado Comité Federal de Radiodifusión (COMFER) prohibió que el popular humorista Mario Sapag volviera a realizar las imitaciones de Jorge Luis Borges que rompían todos los ratings cada semana a la hora del esperado Operación Ja-Ja de Canal 13. 

Ante la censura impuesta por el organismo de control de contenidos de la dictadura gobernante, el cómico Sapag debió abandonar su parodia de Borges, pese a que este último no había mostrado ninguna objeción ni reclamo. ¿Y por qué entonces la repentina censura de algo que entretenía a todas las familias argentinas y no molestaba ni siquiera al imitado?

El fundamento oficial comunicado por el Gral. Rodolfo Emilio Feroglio a cargo del organismo fue que se trataba de un atentado a la cultura argentina y al prestigio del escritor. La palabra atentado tenía resonancias suficientemente atemorizantes por esos tiempos y nadie acusado de semejante conducta se atrevía a desafiar el poder dictatorial sin temer por su seguridad. Pero, ¿realmente se podía enrostrar al humorista un atentado a la cultura y al prestigio de Borges? ¿No era un disparate dentro de los límites de la propia represión, rayano a lo hilarante?

Las repercusiones del levantamiento de las imitaciones de Borges llegaron a todos los medios. Era insólito, aún en plena dictadura, que la censura alcanzara a lo más trivial y familiar. Ni de Borges ni de Sapag se podían sospechar ideologías izquierdistas, ni siquiera progresistas y mucho menos justicialistas o sindicales en el caso del escritor, reconocido conservador. Además, los sketchs cuestionados eran harto inocentes y de guion elemental. Pero el COMFER acababa de ser creado y el militar a su cargo deseaba mostrarse como el Gran Censor.

En el Nro. 521 de la revista Somos, aparecido el 10 de julio de 1981, encontramos las entrevistas hechas por el periodista Raúl García Luna a imitador e imitado, previa reseña del escándalo del momento.

“El 2 de julio, como todos los jueves a las 21, los seguidores de Operación Ja-Ja sintonizaron Canal 9. Pensaban reírse durante una hora y media con Los chetos, la Pequeña galería de tipos molestos, la peluquería de Porcel y los reportajes de Minguito y El Preso. Y también esperaban las imitaciones de Mario Sapag: José Gómez Fuentes, Narciso Ibáñez Menta, Guillermo Nimo, Sergio Villarruel y Jorge Luis Borges, plato fuerte del sketch. Cada personaje tuvo su carcajada (o no), pero el del escritor faltó a la cita. ¿Qué había pasado? La noticia corrió por los pasillos del canal y salió a la calle: el COMFER (Comité Federal de Radiodifusión) prohibió la imitación de Borges porque resulta 'un atentado al patrimonio cultural de la Argentina'. Palabras del general Roberto Emilio Feroglio, titular del COMFER, que agregó: 'Borges ha sido y es un dignísimo embajador de nuestra cultura en todas partes del mundo, y la función de este organismo es respetar a la audiencia, pero también hacer respetar a la audiencia, pero también hacer respetar a las personalidades que honran al país'. Poco después, Mario Sapag y el autor de El Aleph dieron su opinión a Somos, que también entrevistó a varias personalidades del ámbito cultural para ilustrar el caso. En cambio, ese contacto no fue posible con el titular del COMFER, quien aclaró al cronista que estaba dispuesto a hablar sobre otros temas, pero no sobre esta medida en especial.

Borges dixit

-¿Conocía la imitación de Sapag antes de la prohibición?
-Sí. Mis amigos, que ven televisión, me contaron que existía y que era bastante buena. Que no había nada malicioso en ella, esas cosas...
-¿Quiere decir que no le molestaba?
-De ninguna manera, vea. Si ese buen señor se empeñaba en parecerse a mí una vez por semana, si ése era su trabajo, ¿por qué me iba a molestar? En todo caso tendría que sentirme halagado: no se hacen imitaciones a cualquier Juan de los Palotes. En fin, tampoco quiero decir que uno sea tan importante como para que lo imiten. Para mí es un honor.
-¿Qué opina de la medida del COMFER?
-Una pavada. Este ya parece el país de los funcionarios públicos, un país donde la burocracia decide sobre cualquier cosa en lugar del ciudadano. Me parece una medida absurda.
-¿Está en contra todo tipo de censura?
-Si se usa contra la pornografía y el mal gusto, no. Pero éste no es el caso. El Estado no puede andar metiéndose en todo y con todos. Hay cosas más importantes y urgentes de qué ocuparse, pienso. Pero parece que me equivoco, porque los funcionarios argentinos andan enredados en la intimidad ajena. Lamento haberle ocasionado esta molestia a Sapag. Ni él ni yo tenemos la culpa de toda esta banalidad.

Sapag dixit

-¿Qué opina sobre la actitud del COMFER?
-Nada. Es una disposición de las autoridades y listo. Yo soy solamente un trabajador y por lo tanto mi obligación es acatarla. Eso es todo.
-¿Y las declaraciones que hizo ante algunos medios gráficos?
-Yo no hice ningún tipo de declaraciones ni las quiero hacer.
-En esas declaraciones usted habría dicho que encaró su imitación de Borges con mucho respeto y que no imitaba a nadie sin admirarlo...
-Le vuelvo a repetir: no hice ningún tipo de declaraciones...
-...hasta este momento. Otra cosa: ¿No perjudica a su carrera la prohibición de un personaje que ya había alcanzado repercusión pública?
-Mire, si no hago más este personaje, ya haré otro. Mi fuerte son las imitaciones, y en ese campo hay suficiente tela para cortar.
-Anteriormente hubo problemas con el Menotti-triste. ¿Se quejó algún otro de sus imitados: Villarruel o Ibáñez Menta, por ejemplo?
-No, no, ninguno se quejó nunca. Y no quiero hablar más del asunto.”


Las respuestas de Sapag evidenciaron que estaba verdaderamente atemorizado y que su respetuosa voluntad de no opinar excedía al correcto acatamiento de una medida.  No se supo entonces, al menos públicamente, si ese miedo había sido reforzado de algún otro modo. Lo cierto es que Mario Sapag calló tanto como su parodiado Borges.

Recién tras el regreso a la democracia Sapag pudo volver a poner en escena sus parodias de Borges, que llegaron al año 1985. Los absurdos motivos de la inicial censura y el temor infundido entonces en el imitador no terminaron nunca de disiparse. Tampoco se explica que el organismo censor haya persistido en funciones por más de veintiocho años, hasta que en en diciembre de 2009 se derogara la ley de de la dictadura que lo había creado. Pero esa es otra historia.


Entrevistas a Borges y Sapag  
En revista Somos, Nro. 521
10 de julio de 1981
Fotografías periodísticas de Borges y su parodia

25/3/20

Jorge Luis Borges: Ragnarök







En los sueños (escribe Coleridge) las imágenes figuran las impresiones que pensamos que causan; no sentimos horror porque nos oprime una esfinge, soñamos una esfinge para explicar el horror que sentimos. Si esto es así ¿cómo podría una mera crónica de sus formas transmitir el estupor, la exaltación, las alarmas, la amenaza y el júbilo que tejieron el sueño de esa noche? Ensayaré esa crónica, sin embargo; acaso el hecho de que una sola escena integró aquel sueño borre o mitigue la dificultad esencial.

El lugar era la Facultad de Filosofía y Letras; la hora, el atardecer. Todo (como suele ocurrir en los sueños) era un poco distinto; una ligera magnificación alteraba las cosas. Elegíamos autoridades; yo hablaba con Pedro Henríquez Ureña, que en la vigilia ha muerto hace muchos años. Bruscamente nos aturdió un clamor de manifestación o de murga. Alaridos humanos y animales llegaban desde el Bajo. Una voz gritó: ¡Ahí vienen! y después ¡Los Dioses! ¡Los Dioses! Cuatro a cinco sujetos salieron de la turba y ocuparon la tarima del Aula Magna. Todos aplaudimos, llorando; eran los Dioses que volvían al cabo de un destierro de siglos. Agrandados por la tarima, la cabeza echada hacia atrás y el pecho hacia adelante, recibieron con soberbia nuestro homenaje. Uno sostenía una rama, que se conformaba, sin duda, a la sencilla botánica de los sueños; otro, en amplio ademán, extendía una mano que era una garra; una de las caras de Jano miraba con recelo el encorvado pico de Thoth. Tal vez excitado por nuestros aplausos, uno, ya no sé cual, prorrumpió en un cloqueo victorioso, increíblemente agrio, con algo de gárgara y de silbido. Las cosas, desde aquel momento, cambiaron.

Todo empezó por la sospecha (tal vez exagerada) de que los Dioses no sabían hablar. Siglos de vida fugitiva y feral habían atrofiado en ellos lo humano; la luna del Islam y la cruz de Roma habían sido implacables con esos prófugos. Frentes muy bajas, dentaduras amarillas, bigotes ralos de mulato o de chino y belfos bestiales publicaban la degeneración de la estirpe olímpica. Sus prendas no correspondían a una pobreza decorosa y decente sino al lujo malevo de los garitos y de los lupanares del Bajo. En un ojal sangraba un clavel; en un saco ajustado se adivinaba el bulto de una daga: Bruscamente sentimos que jugaban su última carta, que eran taimados, ignorantes y crueles como viejos animales de presa y que, si nos dejábamos ganar por el miedo o la lástima, acabarían por destruirnos.

Sacamos los pesados revólveres (de pronto hubo revólveres en el sueño) y alegremente dimos muerte a los Dioses.




Publicado en El hacedor (1960)
Luego en Libro de sueños (1976)

Retrato de Jorge Luis Borges
Incluido en las Obras Completas 
Buenos Aires, Emecé Editores, 1974, 1ª ed.




3/3/20

Jorge Luis Borges: Para una versión del «I King»







El porvenir es tan irrevocable
como el rígido ayer. No hay una cosa
que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable

cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
es la senda futura y recorrida.
El rigor ha tejido la madeja.

No te arredres. La ergástula es oscura,
la firme trama es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro

puede haber un descuido, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha
pero en las grietas está Dios, que acecha.




Soneto con el cual Borges prologa I Ching. Libro de las mutaciones (1975),
edición de Richard Wilhelm (Edhasa) 

Luego, con variaciones en La moneda de hierro y siguientes ediciones.

Foto sin atribución: Jorge Luis Borges, Madrid 1980 - EFE archivo


4/2/20

Jorge Luis Borges: El Burak

 



El primer versículo del capítulo diecisiete del Alcorán consta de estas palabras: "Alabado sea El que hizo viajar, durante la noche, a su siervo desde el templo sagrado hasta el templo que está más lejos, cuyo recinto hemos bendecido, para hacerle ver nuestros signos". Los comentadores declaran que el alabado es Dios, que el siervo es Mahoma, que el templo sagrado es el de La Meca, que el templo distante es el de Jerusalén y que, desde Jerusalén, el Profeta fue transportado al séptimo cielo. En las versiones más antiguas de la leyenda, Mahoma es guiado por un hombre o un ángel; en las de fecha posterior, se recurre a una cabalgadura celeste, mayor que un asno y menor que una mula. Esta cabalgadura es Burak, cuyo nombre quiere decir "resplandeciente". Según Burton, los musulmanes de la India suelen representarlo con cara de hombre, orejas de asno, cuerpo de caballo y alas y cola de pavo real.

Una de las tradiciones islámicas refiere que Burak, al dejar la tierra, volcó una jarra llena de agua. El Profeta fue arrebatado hasta el séptimo cielo y conversó en cada uno con los patriarcas y ángeles que lo habitaban y atravesó la Unidad y sintió un frío que le heló el corazón cuando la mano del Señor le dio una palmada en el hombro. El tiempo de los hombres no es conmensurable con el de Dios; a su regreso, el Profeta levantó la jarra de la que aún no se había derramado una sola gota.

Miguel Asín Palacios habla de un místico murciano del siglo XIII, que en una alegoría que se titula Libro del nocturno viaje hacia la Majestad del más Generoso ha simbolizado en Burak el amor divino. En otro texto se refiere al "Burak de la pureza de la intención".



En Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero
Manual de Zoología Fantástica (1957)
Luego, en El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Y en Obras Completas en Colaboración 
©María Kodama (1995) y ediciones posteriores
Retrato de Jorge Luis Borges ©Gordon Press

8/1/20

Luisa Valenzuela: La risa de Borges








Hay unos versos de Borges que muchos suelen repetir como si lo pintaran de cuerpo entero, como si no hubiese sido, como todo, el reflejo de un sentimiento que habría de diluirse con los años:


"He cometido el peor de los pecados/ que un hombre puede cometer. No he sido/

feliz". (…) para concluir “Me legaron valor. No fui valiente./ No me abandona. Siempre está a mi lado/ La sombra de haber sido un desdichado”.


Soneto éste, El Remordimiento, que me temo inspiró aquél burdo poema apócrifo que en distintas versiones tantos lectores tomaron por cierto, quizá porque el genio se lamentaba de no haber hecho lo que hacemos los simples mortales sin talento. Comer más dulce de leche, por ejemplo, frase que me recuerda cierta pequeña reunión cuando, hablando de los placeres del paladar, Borges preguntó si realmente el dulce de leche era rico, “pero rico rico, como el arroz blanco” y todos reímos, y él también.


Como reían ellos dos, Lisa y Georgie, al regresar de unos paseos estrambóticos y nocturnos por los puentes de Constitución, lugar que le fascinaba a aquel Borges aún medianamente vidente y siempre muy sensible a su entorno. Y volvían, ellos dos, no describiendo los sórdidos lugares que habían recorrido, sino riendo por las cuartetas idiotas que se les habían ido ocurriendo en el camino. 


A este texto que estoy ahora escribiendo, rememorando, me habría gustado ponerle de título "Borges y Yo", pero me temo que la ironía podría pasarse por alto.


Son sin embargo estampas personales.


¡Tantísimos años transcurridos, tantas memorias

La imagen que conservo de aquél a quien solíamos llamar Georgie es la del pícaro que se divierte con sus dichos, no siempre del todo inofensivos pero siempre brillantes y queribles.



La impresión me viene de lejos, puedo hoy contarla sin fatuidad y sin censuras. Porque el tal Georgie frecuentaba mi casa de infancia cuando sus colegas más elocuentes creían que él nunca sería reconocido por el público en general, que era un escritor para escritores. Se sentían privilegiados de apreciar su genio, los colegas, y lo acompañaban a sus escasas conferencias y temblaban –fui testigocuando Borges caía en un largo silencio. Ellos temían que, en su pánico de hablar en público, el amigo había quedado con la mente en blanco cuando en realidad estaba buscando la palabra exacta, la misma que al ser por fin pronunciada deslumbraba a todos.


Testigo de tanta cosas, fui. Y a veces víctima. Más de una vez mi madre, Luisa Mercedes Levinson, que todos conocían ya por Lisa, me reprochó que Borges opinaba que yo era capaz de matar a mi madre por un juego de palabras. Borges no lo habría dicho de envidia, todo lo contrario, porque nunca fueron juegos de palabras lo que le faltaron, aunque eso de meterse con la madre…


En fin, especulaciones actuales al correr del teclado. Eso sí, reíamos mucho.


Como reían ellos dos, Lisa y Georgie, al regresar de unos paseos estrambóticos y nocturnos por los puentes de Constitución, lugar que le fascinaba a aquel Borges aún medianamente vidente y siempre muy sensible a su entorno. Y volvían, ellos dos, no describiendo los sórdidos lugares que habían recorrido, sino riendo por las cuartetas idiotas que se les habían ido ocurriendo en el camino:




O bien:


“En el medio de la plaza/ del pueblo de Pehuajó/ hay un letrero que dice/ la puta que te parió.”


La preadolescente que era yo en aquel entonces se sentía abochornada por tamaño infantilismo. Mi propia madre y el admirable escritor de escritores, ¡por favor!


Georgie y Lisa emprendieron la aventura de escribir un cuento en colaboración. Esas tardes se aislaban en el comedor de nuestra casa en Belgrano y yo sólo podía oír las carcajadas. Cuando emergían, muy circunspectos, consultaban a la adolescente sabihonda que andaba rondando por ahí cuando podía. ¿Los apellidos Zunino y Zungri te parecen lo suficientemente ridículos?, me preguntaban. 


Pasaron años antes de que yo pudiera retrucar con una cuarteta a la altura, nada apreciado por el escritor:

“En el barrio de San Telmo/ Biblioteca Nacional/ hay un letrero que dice/ hacete un lavaje anal”.


Es cierto que admiraba la biblioteca, pero no me resultaba fácil rimar con Nacional. Vicente Varela y otros colegas me felicitaron, sin embargo, y yo me sentía en la gloria.


Las cosas eran así y de otra maneras, por fortuna.


Alrededor de 1952 Georgie y Lisa emprendieron la aventura de escribir un cuento en colaboración. Esas tardes se aislaban en el comedor de nuestra casa en Belgrano y yo sólo podía oír las carcajadas. Cuando emergían, muy circunspectos, consultaban a la adolescente sabihonda que andaba rondando por ahí cuando podía. ¿Los apellidos Zunino y Zungri te parecen lo suficientemente ridículos?, me preguntaban. Y yo no sabía qué decir, Zunino y Zungri eran los dueños de la destapadora de cloacas a la que estábamos abonados –ésas eran las épocas benemérita empresa que tenía el poético nombre de La Flor de la Primavera.


Peor era cuando me consultaban, por ejemplo, si no resultaba demasiado exagerado que el pretencioso arquitecto protagonista del cuento, para hacerlo gastar, le propusiese a su cliente “un jardín con bustos ecuestres”. Ante tamaños disparates, que los ahogaban de risa, yo no podía menos que recalcar lo ridículo de la idea. Cedieron, no ante mi crítica sino ante un dejo de razón, y por fin optaron por poner “cabezas yacentes de emperadores”.


La temprana adolescente de entonces solía ser muy puntillosa. Pero igual me llenaba de orgullo cuando Borges me hablaba de igual a igual, y me decía muy orondo que ese día habían trabajado mucho: habían completado toda una línea.


El cuento, titulado La hermana de Eloísa, apareció por fin en 1955 publicado por la Editorial ENE, en un delgado volumen con otros dos cuentos de cada uno de los autores.


De mi anécdota favorita de aquella época ya no quedan rastros, por suerte, sólo el recuerdo que tiene del asunto María Esther Vázquez. Porque a los pocos años de haber sido nombrado, en 1955, director de la Biblioteca Nacional, quien casi ya no era Georgie, apelativo cariñoso que iría cayendo en desuso hasta para los íntimos, ideó un estupendo y memorable ciclo de conferencias los sábados, invitando a escritores y escritoras de la época a hablar sobre el tema siempre vigente, “Por qué y cómo escribo”.

Hoy corresponde reconocer que Borges fue un precursor en el uso de la Biblioteca Nacional como espacio para la difusión de la cultura.


Los periodistas de entonces eran asiduos a esas manifestaciones, la gente de letras eran considerados referentes importantes del quehacer nacional. No así los propios periodistas, al menos a los ojos de Borges, razón por la cual me contrató a mí ad honorem, claro— para que entrevistara a los/las conferenciantes antes de entrar. Durante la exposición, con cuatro dedos y muchos carbónicos, debía tipear el resumen de las conferencias, cosa de entregárselo a los nobles representares de la prensa, que según Borges sospechaba acudían a los bellos salones de la calle México a echarse un sueñito. Y los diarios de la época, me temo, publicaban mi resumen y no quiero ni saber qué habría resumido yo allí, a mis escasos 17 años.


Pero una se va formando a los golpes. Y con todo descaro.


Así pasaron años y años y más años, encuentros y desencuentros con el Maestro. Indignaciones de mi parte al enterarme de que había comentado por ahí que mi primera novela era una novela pornográfica, años de tragar saliva hasta que me despabilé y supe que una de las definiciones de pornografía es “lo que atañe a la vida de las prostitutas” y entonces sí, Hay que sonreír que este año cumple temibles 50, es una novela pornográfica, si bien expresamente cándida.


Años también de alegrías festejando los retruécanos que el maestro repartía a troche y moche, siempre dejando traslucir su faz lúdica, su a veces punzante sentido del humor.


Y años más sólo frecuentando a Borges en la reiterada y siempre reveladora lectura de su obra, hasta cierto mediodía de primavera neoyorquina de 1985. Las marcas de ese día, imborrables para mí, se resumen en una imagen y una frase.


La imagen: dos figuras vestidas de blanco marfilino, nimbadas por la luz del sol.


La frase: “Isn’t it a pity?”.


Fue en un restaurante italiano del West Village neoyorquino, una especie de bodegón cuya único atractivo era un jardín al fondo más allá de las cocinas, con lindas mesas bajo los árboles. Estábamos allí almorzando con un amigo cuando contra la puerta de las cocinas se dibujaron esas dos figuras más que fantasmales, feéricas. ¡Borges y María Kodama!, me sorprendí. No puede ser. Pero eran. Y los invitamos a nuestra mesa y Borges contó que María tenía un olfato especial para los lugares y los temas más insólitos y maravillosos, que acababan de llegar, dichosos, de su viaje en globo sobre el valle de Napa en California, que se iban al día siguiente de regreso a Buenos Aires, y isn’t it a pity?. Así, en inglés en medio de la charla en nuestro idioma. Isn’t it a pity?, reiteró más de una vez, esto de tener que dejar New York… tras o cual corrí al teléfono, llamé al Instituto de Humanidades al que yo pertenecía, volví con una invitación para ambos el semestre siguiente. Lo que Borges quisiera. Por supuesto. Ya no era más, en absoluto, un escritor sólo para escritores. Era el escritor de todos.


Y volvió, Borges acompañado por María Kodama. Y yo tuve que pagar mi arranque siendo la interlocutora en su presentación multitudinaria en NYU, la Universidad de Nueva York, la misma que había tenido la osadía de contratarme como profesora.

No era nada sencillo sostener lo que Borges proponía en esos tiempos: armar la presentación con forma de entrevista, ya que se negaba a dar una conferencia de corrido. Hacerle preguntas públicas a Borges era casi suicida, bien lo sabía yo que había asistido a muchos sufrimientos ajenos. Imposible salir airosa ante esa mente lucidísima, de un brillo casi ultraterreno. Irónica por demás. Porque si una le hacía una pregunta tonta o sencilla, quedaba al descubierto. Y si la pregunta era compleja, o molesta, él le contestaría como me respondió a mí en aquella conferencia sobre La Metáfora. Ya un poco cansada del juego pero haciendo todo tipo de circunloquios a manera de disculpa, improvisando le pregunté si tenía en cuenta la simbología freudiana del falo cuando escribía sobre cuchillos y cuchilleros.


“Usted es una joven escritora moderna”, me contestó sin contestar, “y yo soy un pobre viejo ciego”.


Y ahí me dejó. Boqueando en el vacío.


Hasta la mañana siguiente, cuando desde el Village atravesábamos todo Manhattan en el coche del poeta Daniel Halpern para llegar a la Universidad de Columbia donde seguirán sus charlas y mis preguntas, pero sólo para estudiantes, menos mal.


Esa mañana Borges se giró levemente la cabeza y me enfrentó:


“ Usted anoche mencionó el falo…”


“ Sí, Borges, pero hablando de los cuchillos, como metáfora”, intenté disculparme. “Conozco una metáfora mejor”, me contestó; “El dedo de Dios”.


“¿No le parece un tanto pretenciosa?”, me asombré.


“Y sí”, reconoció Borges muy a su pesar. “Creo que es de Victor Hugo”.


En aquel memorable último viaje a Nueva York de Borges y María Kodama pasamos toda la semana juntos con él, y a lo largo de esos días y después de los encuentros matinales en la Universidad de Columbia, el supuestamente frágil Escritor de escritores pedía más: una vuelta por Central Park en mateo, escuchar jazz en algún sitio emblemático del Village. Todo mientras iba desgranando sus hilarantes aventura de viaje con María, al punto que propuse hacerle una nota al respecto para la revista Vogue norteamericana, que apareció en el número de marzo de 1986, poco antes de su fallecimiento en Suiza.


Dicha nota es un canto a la felicidad de esa pareja tan despareja y a la vez tan absolutamente solidaria y armoniosa que formaban María Kodama y Jorge Luis Borges.


“Estoy cerca de él desde hace más de veinte años. Si me piden que defina nuestra relación”, aclaró ella, aún no se habían casado, “diré que somos como compañeros de colegio, cómplices” .


Y Borges: “María no pudo hacerme mejor regalo que este gusto por los viajes. Hasta estamos pensando en ir a vivir al Japón. ¿No está mal, no, para un hombre que abordó su primer avión a los 50 años? Pero había un recién nacido que lloró todo el tiempo y le quitó la dimensión épica al vuelo”.


Acababa de aparecer Atlas, el libro de Borges con fotos de María, pero muchas anécdotas compartidas habían quedado en el tintero. Como la de la dama que le cantó a Borges sus milongas al oído:


“Qué raro”, contó él que le había comentado a María, “mientras ella cantaba yo sentía telarañas en la cara…” “Es que la señora era muy elegante”, rió María, “¡lo que usted sintió eran las largas plumas aigrettes de su sombrero!”


Y fue así como, dispuesta a hacerles la entrevista, compré un pequeño grabador y me dirigí al hotel Uptown donde estaban hospedados. Nos reunimos en la gran habitación del maestro, y mi imagen favorita es la de nosotros tres, Borges, María y yo, cómodamente instalados en la gigantesca cama mientras ellos desgraban sus insólitas historias de viajes y reíamos a carcajadas. Carcajadas discretas, sí, pero no menos felices. Pero esa es otra historia, para citar a uno de los autores favoritos del Maestro.



En revista Haroldo, 24 de julio de 2016

Foto: Jorge Luis Borgs y Luisa Valenzuela en New York, 1969
Publicada en el sitio personal de Luisa Valenzuela





20/12/19

Jorge Luis Borges: El aplanador

 




Entre los años de 1840 y de 1864, el Padre de la Luz (que también se llama la Palabra Interior) deparó al músico y pedagogo Jakob Lorber una serie de prolijas revelaciones sobre la humanidad, la fauna y la flora de los cuerpos celestes que constituyen el sistema solar. Uno de los animales domésticos cuyo conocimiento debemos a esa revelación es el Aplanador o Apisonador (Bodendrucker) que presta incalculables servicios en el planeta Mirón, que el editor actual de la obra de Lorber identifica con Neptuno.

El Aplanador tiene diez veces el tamaño del elefante, al que se parece muchísimo. Está provisto de una trompa algo corta y de colmillos largos y rectos; la piel es de un color verde pálido. Las patas son cónicas y muy anchas; las puntas de los conos parecen encajarse en el cuerpo. Este plantígrado va aplanando la tierra y precede a los albañiles y constructores. Lo llevan a un terreno quebrado y lo nivela con las patas, con la trompa y con los colmillos.

Se alimenta de hierbas y de raíces y no tiene enemigos, fuera de algunas variedades de insectos.


En Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero
Manual de Zoología Fantástica (1957)
Luego, en El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Y en Obras Completas en Colaboración 
©María Kodama (1995) y ediciones posteriores
Retrato de Jorge Luis Borges ©AP




13/7/19

Escritores desaparecidos en Argentina. Borges se interesa ante el general Videla








A la ya larga lista de secuestros y asesinatos políticos cometidos en la Argentina se suma ahora la desaparición de dos conocidos escritores, Haroldo Conti y Daniel Moyano, secuestrados hace varias semanas. A estos dos secuestros hay que añadir los recientes asesinatos contra la persona del editor Burnichon y su hijo, dedicados ambos a la publicación y venta de libros de poesía. Haroldo Conti nació en 1925, en Chacabuco, Argentina. En 1962 recibió el Premio Fabril por su novela Sudeste. En 1966, el Universidad de Veracruz, por Alrededor de la sombra. Era Premio Barral de Novela, en 1971, por En vida.
Daniel Moyano, nacido en 1930, es una de las mayores figuras de su generación. Autor de varios libros de cuentos, pasa por ser uno de los mejores especialistas en el género y una de las mayores figuras de su generación. La lombriz (1964), El fuego interrumpido (1967) y Una luz muy lejana (novela, 1966) algunos de sus títulos. Por El oscuro, mereció el Premio Primera Plana, 1967.
Tanto uno como otro estaban empeñados en la construcción de la llamada nueva narrativa, y, aunque no se adscribían a tendencias realistas o sociologistas, no por ello renunciaban a la indagación de la realidad argentina.
Una comisión de escritores, presidida por Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato, se han entrevistado recientemente con el presidente argentino, general Jorge Videla, para interesarse por su suerte. Videla les aseguró el respeto sagrado de su gobierno por la cultura, y prometió una investigación a fondo. Hasta el momento, sin embargo, se desconoce la suerte de los dos desaparecidos.
Por otra parte, un nutrido grupo de escritores españoles, encabezados por el editor y poeta Carlos Barral ha enviado un telegrama al presidente argentino, reclamando una urgente investigación del caso.

En El País, Madrid, sábado 12 de junio de 1976
Jorge Luis Borges en México, Foto 
©Rogelio Cuéllar

2/5/19

Jorge Luis Borges: Edgar Wallace







El inglés conoce la agitación de dos incompatibles pasiones: el extraño apetito de aventuras y el extraño apetito de legalidad. Escribo extraño, porque para un criollo lo son. Martín Fierro, el santo desertor del ejército, y el aparcero Cruz, el santo desertor de la policía, profesarían un asombro no exento de malas palabras y de sonrisas ante la doctrina británica de que la ley tiene razón, infaliblemente, pero también les petrificaría el pensar que su desmadrada vida de cuchilleros fugitivos era emocionante o deseable. Matar, para el criollo, era desgraciarse: nada más opuesto a la idea de El asesinato considerado como una de las bellas artes del mórbidamente virtuoso De Quincey, o de la Teoría del asesinato moderado, del sedentario Chesterton.

Ambas pasiones –la de las aventuras singulares, la de la inmaculada legalidad– hallan satisfacción en la narración policial. Edgar Wallace, tengo entendido, era uno de los más conocidos artífices de ese género literario. No he leído su obra. Lamento esa omisión y tengo el propósito de corregirla, porque no soy de los que misteriosamente desdeñan las tramas misteriosas. Creo, por el contrario, que la organización y la aclaración, siquiera mediocre, de un suculento asesinato o de un doble robo, exigen un trabajo intelectual que es muy superior a la fétida emanación de sonetos sentimentales o de diálogos entre personajes de nombre griego o de poesías en forma de Carlos Marx o de ensayos siniestros sobre el centenario de Goethe o de meritorios estudios sobre el problema de la mujer, Oriente y Occidente, la ética sexual, el alma del tango, y otras inclinaciones de la ignominia.

Espero que nuestra literatura argentina merecerá tener, algún improbable día, su Edgar Wallace.






En: Textos Recobrados 1931-1955 (2001)
Primera publicación en: Edgar Wallace (autobiografía con reseñas críticas de diversos escritores), Buenos Aires
Colección Misterio de J. C. Rovira Editor distribuida por Editorial TOR, Número 75, 1932.*
Luego en: Diario La Capital, Rosario, 19 de diciembre de 1989.
Y en: Radar Libros, diario Página 12, 20 de agosto de 2012.
Retrato de Jorge Luis Borges en revista Gente, década de 1970, Editorial Atlántida.
Al pie, portadas de la Colección Misterio que integró este volumen. 



*Este texto está construido con los párrafos primero y último de Leyes de la narración policial.
Según comenta Alberto C. Vila Ortiz en Borges en Pichincha y otras memorias de un oficio perdido, Rosario, Homo Sapiens Ediciones, 1994, "la Colección Misterio, que aparecía todos los martes, era publicada por J. C. Rovira Editor. El tomo 75, en que se publica la autobiografía de Edgar Wallace, apareció poco después de la muerte del autor. Wallace murió en la madrugada del 10 de febrero de 1932 en Hollywood. [...] En este tomo se incluye un apéndice en el cual se nos dice que 'dos escritores argentinos de la nueva generación literaria expresan su autorizada opinión sobre la obra de Edgar Wallace: Jorge Luis Borges y Alberto Pinetta".
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