13/8/18

Jorge Luis Borges-Roberto Alifano: El laberinto y el tigre





A.: Borges, me gustaría que habláramos de dos temas que parecen obsesionarle y que se repiten a lo largo de su obra. Me refiero a los laberintos y a la figura del tigre. Le propongo que empecemos por el primero. ¿Cómo aparecen los laberintos en su literatura, qué atracción ejercen sobre usted?
Hasta la hora del ocaso amarillo
cuántas veces habré mirado
al poderoso tigre de Bengala
ir y venir por el predestinado camino
detrás de los barrotes de hierro
sin sospechar que eran su cárcel.
Después vendrían otros tigres,
el tigre de fuego de Blake;
después vendrían otros oros,
el metal amoroso que era Zeus,
el anillo que cada nueve noches
engendra nueve anillos y estos, nueve,
y no hay un fin.
Con los años fueron dejándome
los otros hermosos colores
y ahora sólo me quedan
la vaga luz, la inextricable sombra
y el oro del principio.
Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores
del mito y de la épica,
oh un oro más precioso, tu cabello
que ansían estas manos.
A.: ¡Qué magnífico poema, Borges! Yo creo que a través de él usted explica, de un modo liviano, alado y sagrado, perdón por usar las palabras de Platón, su preferencia por el tigre y por el color amarillo.
B.: Yo cito también ahí las puestas de sol, otro tema muy frecuente en mis textos, que son amarillas; en todo caso a mí me parecen amarillas. Por esa razón yo usé también durante muchos años corbatas amarillas que asombraban a mis amigos. Algunos las veían chillonas, pero para mí no eran tan chillonas, sino apenas visibles. Me acuerdo ahora de aquella broma de Oscar Wilde, que le dijo a un amigo suyo —valga la metáfora—: «Mirá, sólo un sordo puede usar impunemente una corbata tan chillona». Y lo que es más raro aún es que yo le conté esta anécdota a una señora, y ella me contestó: «Y claro, porque no oye lo que la gente dice de ese corbata», con lo cual se mostró mucho más extravagante que Wilde, ¿no?



En Roberto Alifano: Conversaciones con Borges [26]
Buenos Aires, Editorial Atlántida, 1984

Foto: Roberto Alifano y Jorge Luis Borges (sin atribución ni fecha -quizás en Mexico-) Vía

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11/8/18

Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes: Estornudos literarios (cartas)







Jorge Luis Borges me escribe desde Buenos Aires*:

"Releo en la página 40 del Calendario: 'Un solo estornudo sublime conozco en la literatura: el de Zaratustra'. —¿Puedo proponerle otro? Es uno de los tormentosos presagios de la Odisea y está en el libro XVII, al final. La reina, fastidiada, hace votos por la terrible vuelta del héroe, y entonces (sigo la versión de Andrew Lang): 'Telemaco estornudó con vigor y en torno el techo resonó maravillosamente'.

"El ominoso carácter de la efusión es reconocido en seguida, y Penélope exclama: 'Eumeo ¿No adviertes que mi hijo ha estornudado una bendición sobre mis palabras? Ya sé de cierto que ningún destino a medio forjar caerá sobre los pretendientes y que ninguno de ellos conseguirá eludir la muerte y los hados'.

"Sería entretenido rastrear los escamoteos y las deformaciones de ese estornudo a través de los púdicos traductores. ¿Lo estornudó Mme. Dacier o lo falsificó? Chapman, en su versión de 1614, no lo silencia:

...in echoes round 
Her son's strange neesings made a horrid sound


"(Neesing, me informa el Diccionario, es una antigua forma de sneezing) — P.D. También, en una revista americana, este epíteto homérico: 'The not to be sneezed at sum of two thousand dollars'. — El estornudo, ahí, es despectivo".
J. L. B.


Amigo Jorge Luis:

No tengo a la mano a Mme. Dacier, ni tampoco la Ulixea, de Pérez, el padre del célebre secretario de Felipe II, libros ambos que se me han quedado en mi tierra. Ud. puede consultar allá a D. Leopoldo Lugones, experto en materia de Odisea. — En la traducción castellana de Segalá y Estalella, la página 453 se abre con el alegre estornudo. También lo encuentro en la versión de Bérard, III, página 45.
AR

* Carta de Jorge Luis Borges a Alfonso Reyes

Monterrey, Correo literario de Alfonso Reyes, Río de Janeiro, N° 8, marzo de 1932

Y en diario Clarín, Buenos Aires, 29 de marzo de 1990

Luego incluido en Textos recobrados 1931-1955
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio e Zocchi
Buenos Aires, Emecé Editores, 2001
© María Kodama 2001


Imagen: Alfonso Reyes. Escultura de Augusto Escobado (Mexico)
Jardín de los Poetas - Palermo, Buenos Aires
Foto Patricia Damiano FB TW



9/8/18

Borges profesor: Anexo anglosajón (III): La batalla de Maldon






Este poema describe la batalla que tuvo lugar el 10 u 11 de Agosto del año 991. Los vikingos llegan a la costa de Wessex y solicitan permiso para subir a combatir a tierra firme. Byrhtnoth, alcalde de Essex, les concede el pasaje. El poema ha sido interpretado diversamente como una disculpa, una justificación o una crítica de este acto de arrojo, que los sajones terminan pagando con sus vidas. Encontramos en Maldon un claro ejemplo del código heroico germánico: la narración establece un fuerte contraste entre el proceder de Godric y sus hermanos, que escapan cobardemente, con la noble actitud de los demás guerreros que, perdida toda esperanza, desdeñan de todos modos la huida y combaten por su honor hasta morir.

... fue roto. Pidió entonces a cada guerrero que dejara su caballo y lo alejara, que avanzara poniendo atención a sus manos y al noble coraje.
Cuando el pariente de Offa se dio cuenta de que el alcalde no iba a tolerar cobardías dejó que el querido halcón volara de su mano al bosque, y entró en la batalla. Quien lo hubiera visto empuñar las armas hubiera comprendido enseguida que el joven no iba a flaquear en la lucha.
También Eadric seguiría al líder, su señor, en la batalla. Comenzó a avanzar, llevando su lanza al combate. No le faltaría coraje mientras pudiere sostener con sus manos espada y escudo, cumpliría su promesa de luchar ante el Earl.
Byrhtnoth comenzó entonces a arengar a sus tropas. Desde su caballo instruyó a sus hombres; les dijo cómo pararse y mantener su posición; les pidió que aferraran bien sus escudos, con sus manos firmes, y que no temieran. Una vez que sus guerreros estuvieron bien formados, Byrhtnoth se apeó entre sus hombres, donde más le gustaba estar: allí donde él sabía más fiel a su séquito.
Fue entonces que el mensajero vikingo gritó ásperamente, habló con palabras. Arrojó hacia el Earl, parado en la otra costa, el amenazante mensaje de los hombres del mar:
«Me envían a ti valientes navegantes. Me han ordenado que te diga que puedes enviar anillos como rescate. Y es preferible para vosotros evitar este torrente de lanzas550pagando un tributo, a que libremos tan dura batalla. No hay razón para que nos destruyamos mutuamente si sois lo suficientemente ricos. Os daremos tregua a cambio del oro. Si tú, que eres aquí el más poderoso, decides pagar rescate por tu gente, dar a los hombres del mar las riquezas que exijan y aceptar nuestra tregua, nos iremos con el tributo a nuestras naves, nos alejaremos sobre las aguas y os dejaremos en paz».
Byrhtnoth habló, levantó su escudo. Agitó su esbelta lanza de fresno; habló con palabras. Enojado y resuelto, les dio respuesta:
«¿Escuchas, oh navegante, lo que te dice esta gente? Como todo tributo os darán puntas de lanza envenenadas y antiguas espadas; aparejos que en la batalla os servirán de poco. Mensajero de vikingos, respóndeles así, lleva a tus gentes el siguiente mensaje, mucho más odioso que el que ellos esperan:
«Aquí está, firme entre sus huestes, el no menos respetable de los earls, que defenderá este reino, el país de Aethelred, la tierra y la gente de mi señor. ¡En la batalla caerán los paganos! Creo que sería una vergüenza si os fuerais con nuestro pago a vuestras naves, sin ser enfrentados, ahora que os habéis adentrado tanto en nuestra tierra. Nuestras riquezas no irán tan fácilmente hacia vuestro lado. Antes de que os entreguemos tributo deberán arbitrar entre nosotros la punta de la lanza y el filo de la espada, el feroz juego de la guerra».
Byrhtnoth ordenó entonces a sus guerreros que avanzaran con sus escudos hasta que todos llegaron a la margen del río. Allí, debido al agua, ninguno de los dos bandos podía alcanzar al otro. A la marea baja sucedió la creciente: las aguas se encontraron. Demasiado larga les pareció la espera hasta que pudieron entrechocar sus lanzas.
Así permanecieron, formados en márgenes opuestas del río Pant, la vanguardia de los sajones del oeste y las huestes de las naves de fresno. Debido al agua que se interponía, ninguno de ellos podía herir a los otros, excepto aquellos que fueran muertos por el vuelo de la flecha.
La marea bajó. Los navegantes se erguían listos, las huestes vikingas ansiando el combate. El señor de héroes ordenó entonces defender el puente a un duro guerrero —su nombre era Wulfstan, valiente entre los suyos. Fue él, el hijo de Ceola, quien derribó al primer hombre con su lanza cuando éste subió, audaz, al puente.
Acompañaban a Wulfstan intrépidos guerreros: Aelfere y Maccus, dos valientes que nunca abandonarían el vado, sino que lo defenderían con firmeza contra los atacantes mientras pudieran empuñar las armas. Así, cuando los odiados forasteros cayeron en la cuenta de cuán enconados eran los defensores del puente (cuando comprendieron y vieron claramente que se enfrentaban en el puente a feroces guardianes), pidieron con engaños que se les diera pasaje a tierra firme, que se les permitiera cruzar, guiar a sus hombres a través del vado.
Entonces Byrhtnoth, arrastrado por su temeridad, cedió a esa odiada gente demasiada tierra. Sus hombres escucharon cuando el hijo de Byrhthelm551 gritó a través de las frías aguas: «El camino está abierto para ustedes. Venid rápido a nosotros, hombres al combate. Sólo Dios sabe quién dominará el campo de batalla».
Los lobos de la matanza552 avanzaron sin prestar atención al agua. Las tropas vikingas cruzaron a través del Pant, hacia el oeste, en alto los escudos sobre las brillantes aguas, los hombres de las naves hacia la tierra.
Haciendo frente a estos feroces hombres aguardaban listos Byrhtnothy sus guerreros. Byrhtnoth ordenó armar el vallado de escudos y pidió a sus huestes que se mantuvieran firmes contra el enemigo. El combate estaba cerca, la gloria en la batalla. Había llegado el momento en que caerían aquellos hombres destinados a morir. Se elevó un clamor; los cuervos volaban en círculo, también el águila ansiosa de carroña.
Hubo un tumulto en la tierra. Las agudas lanzas y afilados dardos volaron de los puños. Los arcos dispararon, los escudos recibieron a las puntas de las lanzas. La batalla era encarnizada: de ambos lados caían los hombres y morían jóvenes guerreros.
Wulfmaer cayó herido, el pariente de Byrhtnoth eligió su reposo en el campo de batalla. El hijo de su hermana cayó derribado, destruido por las espadas. Pero esto fue luego retribuido a los vikingos: me han contado que Eadward atacó a uno sin escatimar fuerzas en la estocada, con tanta violencia que el aciago guerrero cayó allí mismo, muerto a sus pies. Byrhtnoth le agradeció luego esta hazaña apenas tuvo ocasión.
Así se mantuvieron, resueltos, los jóvenes guerreros en la lucha, observando ansiosos quién podría ser el primero en arrancar con su lanza una vida entre los hombres destinados a morir, los guerreros con sus armas. Los muertos cayeron al suelo, los demás se mantuvieron firmes.
Byrhtnoth exhortó a sus hombres, ordenó a cada uno de los guerreros que quisiera lograr la gloria sobre los daneses que se concentrara en la batalla.
Avanzó entonces un vikingo endurecido por la guerra, levantó su arma y su escudo en defensa, y se dirigió hacia el guerrero. Byrhtnoth avanzó resueltamente contra el campesino; cada uno albergaba maldad hacia el otro. El hombre del mar arrojó su lanza sureña, y ésta hirió al señor de guerreros. Byrhtnoth la golpeó con su escudo, partiendo la lanza y empujando la punta, que saltó fuera de la herida. El guerrero, enfurecido, clavó entonces su lanza en el soberbio vikingo que lo había atacado; hizo que su arma atravesara la garganta del joven guerrero,553 guio su mano hasta que ésta alcanzó la vida del repentino atacante. Se lanzó enseguida sobre otro, partió al enemigo su cota de malla, y éste quedó herido en el pecho a través de su coraza, la punta mortal clavada en su corazón. Byrhtnoth se alegró, rió el valiente hombre, dio al Creador gracias por los trabajos de ese día que el Señor le había otorgado.
Entonces uno de los vikingos dejó salir una lanza de su mano, volar desde su puño, y ésta se clavó profundamente en el noble vasallo de Aethelred.554 A su lado estaba un joven guerrero, Wulfmaer, hijo de Wulfstan, un mozo en el campo de batalla, que arrancó de Byrhtnoth la sangrienta lanza y la arrojó de vuelta con todas sus fuerzas; su punta se clavó e hizo caer a tierra a aquel que acababa de herir tan gravemente a su señor.
Avanzó entonces otro hombre hacia el guerrero. Quería quitarle a Byrhtnoth sus riquezas: su armadura, anillos y adornada espada. Byrhtnoth sacó de su funda la hoja, ancha y de brillante filo, y trató de clavársela en su cota de malla. Pero otro de los hombres del mar lo impidió tan bruscamente que mutiló el brazo del caballero.555 Cayó entonces al suelo la espada de dorada empuñadura: ya no pudo Byrhtnoth sostener su duro sable, esgrimir el arma. Tuvo aún una palabra el canoso guerrero, arengó a sus hombres, pidió que avanzaran a sus nobles compañeros.
No pudo luego sostenerse en pie por mucho tiempo más; miró hacia los cielos:
«Te doy las gracias, Señor de las gentes, por todas las alegrías que he tenido en este mundo. Ahora tengo, piadoso Creador, la más grande necesidad de que otorgues bendición a mi espíritu: que mi alma pueda viajar hacia ti, hacia tus dominios, señor de los ángeles, partir en paz. Te suplico que no permitas que la humillen los enemigos infernales».
Allí lo mataron los hombres paganos y también a los dos guerreros que estaban a su lado: Aelfnoth y Wulfmaer. Ambos entregaron su vida y yacieron junto a su señor.
Fue entonces que escaparon de la batalla los que no querían estar allí.
Fueron los hijos de Odda los primeros en huir: Godric escapó del combate y dejó atrás al generoso Byrhtnoth, que le había regalado a menudo más de un corcel; montó el caballo que había pertenecido a su señor, sobre esa montura a la que no tenía derecho, y sus dos hermanos con él, ambos escaparon, Godwine y Godwig.
No pensaron en la batalla, sino que escaparon de la lucha y buscaron el bosque, huyeron a ese refugio y salvaron sus vidas, y también muchos más hombres [escaparon] que lo que hubiera sido apropiado, si todos ellos hubieran recordado los favores que Byrhtnoth les había concedido para beneficiarlos. Así había advertido Offa a Byrhtnoth ese mismo día, en el lugar de la asamblea, en el que había invocado a una reunión: que muchos de los que allí habían hablado con valor no resistirían luego ante el peligro.
El líder de las tropas, el guerrero de Aethelred, yacía allí derribado: todo su séquito pudo ver que su señor yacía muerto. Los orgullosos guerreros, los hombres intrépidos, regresaron entonces a la lucha. Se apuraron anhelantes, pues querían una de estas dos cosas: dejar allí la vida o vengar a su querido señor.
Así habló Aelfwine, hijo de Aelfric, un guerrero joven en inviernos, los arengó con palabras, habló con valor: «Recuerdo los discursos que a menudo pronunciábamos sobre el hidromiel, las promesas hechas sobre el banco por los héroes en la sala, acerca de la dura batalla. Ahora sabremos quién es en verdad valiente. Quiero hacer saber a todos mi alta ascendencia: Que yo era en Mercia de gran linaje; mi abuelo era Ealhelm, un noble sabio y próspero. No tendrán que reclamarme los guerreros de esta tierra que yo haya querido abandonar este ejército para buscar mi suelo, ahora que mi señor yace derribado en la batalla. Mi pena es la más grande: él era a la vez mi pariente y mi señor».
Entonces avanzó, la furia volvió a él y alcanzó a uno con la punta de su lanza, al navegante entre su gente, lo derribó con su arma; comenzó luego a arengar a amigos, camaradas y compañeros para que avanzaran.
Después habló Offa, agitó su lanza de madera de fresno: «Bien por ti Aelfwine, que has hecho recordar lo desesperado de la situación a cada guerrero. Ahora que nuestro señor ha caído, el guerrero sobre la tierra, necesitamos que cada uno exhorte al otro a la batalla, mientras pueda blandir y sostener su arma, dura hoja, lanza y buena espada. A todos nos ha traicionado el cobarde hijo de Odda. Pensaron de ello muchos hombres, cuando él cabalgó sobre el caballo, sobre ese soberbio corcel, que se trataba de nuestro señor, y por ello quedamos dispersos por el campo de batalla, y el muro de escudos se hizo añicos. ¡Maldito sea su proceder, que hizo huir a tantos hombres!»
Leofsunu habló y levantó su escudo, respondió al guerrero: «Esto yo prometo: que desde aquí no retrocederé ni un paso, sino que seguiré avanzando, vengaré a mi señor en la lucha. No deberán reclamarme con palabras los firmes héroes de Sturmere, que haya partido yo a mi hogar, huido de la batalla —ahora que mi señor ha muerto— sino que me tomarán las armas, la lanza o el hierro». Avanzó resuelto, desdeñó la huida.
Entonces habló Dunnere, agitó su lanza, un simple hombre libre, exclamó sobre todos, pidió que cada guerrero vengara a Byrhtnoth: «No puede retroceder aquel que quiera vengar al señor de las gentes, ni preocuparse por su propia vida».
Comenzaron entonces las mesnadas a pelear duramente, feroces portadores de las lanzas, y pidieron a Dios lograr la venganza de su señor, poder causar gran daño a sus enemigos.
El rehén los ayudó animoso. Su nombre era Aescferth, el hijo de Ecglaf, y era en Nortumbria de bravo linaje. No retrocedió nunca en el juego de la guerra sino que lanzó flechas con frecuencia, alcanzando a veces un escudo, lacerando a veces a un hombre, e hiriendo guerreros una y otra vez, mientras pudo sostener su arma.
Eadward el largo estaba entonces todavía en la vanguardia. Listo y ansioso, alardeó que no cedería ni un pie de tierra, que no retrocedería en absoluto ahora que su señor yacía muerto. Rompió el muro de escudos y luchó contra los guerreros, infligió a los hombres del mar una venganza digna de su señor, hasta que yació entre los caídos.
Así también hizo Aetheric, noble compañero, embravecido y ansioso de avanzar: luchó con denuedo. El hermano de Sibyrht, y muchos otros más partieron los cóncavos escudos, combatieron con coraje: el borde del escudo se hizo añicos, el arnés cantó una de sus horrendas canciones.
Entonces Offa mató en combate al hombre del mar, lo derribó y éste cayó al suelo. Pero luego el pariente de Gadda556 buscó también la tierra: cayó bruscamente, derribado en la lucha. Ya había llevado a cabo, sin embargo, aquello que le había ordenado su señor. Así había prometido él a su dador de anillos: que ambos regresarían juntos al pueblo, ilesos a su hogar, o caerían luchando, morirían por las heridas en el campo de batalla. Yació entonces noblemente, al lado de su señor.
Hubo entonces estallido de escudos: los hombres del mar avanzaban enardecidos por el combate, las lanzas atravesaban a menudo la casa de la vida557 de aquellos destinados a morir. Wistan avanzó, el hijo de Wurstan peleó contra los guerreros, fue entre la multitud el matador de tres vikingos, antes de yacer, el hijo de Wigelin, entre los caídos.
Hubo allí grave asamblea.558 Los guerreros se mantuvieron firmes en el combate. Algunos perecieron agobiados por las heridas; los muertos caían a tierra. Todo este tiempo Eadwold y Oswold, ambos hermanos, arengaron a los hombres, pidieron con palabras a sus compañeros que resistieran ante el peligro, que usaran sus armas con valentía.
Entonces habló Bryhtwold, el anciano guerrero levantó su escudo, blandió su lanza de fresno, instó con fervor a los demás guerreros: «Más firme será nuestro propósito, más animoso el corazón, más grande el coraje, cuanto menor sea nuestra fuerza. Aquí yace nuestro señor, hecho pedazos, el que más valía, en el polvo. Aquel que piense en huir de este juego guerrero lo lamentará para siempre. Mi vida ha sido larga; no me iré de aquí. Yaceré tendido al lado de mi señor, de ese hombre tan querido».
Así también arengó a todos Godric, el hijo de Aethelgar. Arrojó a los vikingos lanzas y dardos de muerte y avanzó el primero entre esas tropas, matando e hiriendo, hasta que él mismo cayó en la batalla.
Éste no era el Godric que huyó...


Notas


550 «garraes», un kenning para la batalla.
551 El hijo de Bryhthelm: se refiere a Byrhtnoth.
552 Los vikingos.
553 El joven guerrero: el vikingo que había atacado a Byrhtnoth.
554 El vasallo de Aethelred: Byrhtnoth.
555 Se refiere a Byrhtnoth.
556 Se refiere probablemente al mismo Offa.
557 Casa de la vida: «el cuerpo».
558 Grave asamblea: «combate».

Traducciones del inglés antiguo por Martín Hadis

La mayoría de los textos anglosajones a los que Borges hace referencia durante este curso han sido traducidos por él mismo al castellano (esto se indica en cada caso a pie de página ante la primera mención de cada poema).


Varios de los poemas que el profesor menciona no se encuentran, sin embargo, en ninguno de sus libros. Este anexo intenta complementar las clases con traducciones de aquellos textos anglosajones que no han sido traducidos por Borges y que son de hecho muy difíciles —si no imposibles— de encontrar en castellano. Estos textos son:


• Fragmento final de la Gesta de Beowulf : La batalla de Brunanburh (con la traducción de Tennyson, «The Battle of Brunanburh»)
• La «Batalla de Maldon»
• La «Elegía del Hombre Errante»
• «La Visión de la Cruz»
• Tres conjuros anglosajones.

Siguiendo el ejemplo de Borges, estas traducciones intentan ser literales; el uso de la prosa tiene la ventaja de preservar, además del sentido, la sencillez y la fuerza del verso original.


M.H.


En Borges profesor
Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires
Edición, investigación y notas: Martín Arias & Martín Hadis
Buenos Aires © María Kodama, 2000




Imagen arriba: Borges (sin atribución) Foto archivo El Universal


7/8/18

Jorge Luis Borges: Schopenhauer







Es aventurado pensar que una coordinación de palabras (otra cosa no son las filosofías) pueda parecerse mucho al Universo. También es aventurado pensar que de esas coordinaciones ilustres, alguna —siquiera de modo infinitesimal— no se parezca un poco más que otras. He examinado las que gozan de cierto crédito; me atrevo a asegurar que sólo en la que formuló Schopenhauer he reconocido algún rasgo del Universo. Según esa doctrina, el mundo es una fábrica de la voluntad.

JLB, "Discusión", 1932

Yo leí muchos libros de filosofía, y creo que si tuviera que atenerme a un libro ese libro sería El mundo como voluntad y como representación. Desde luego, el Universo sigue siendo misterioso, pero me parece que de todas las doctrinas filosóficas, la de Schopenhauer es la que más se parece a una solución. Desde luego que no hay solución. Y si la hay, lo más probable es que no pueda ser dicha con palabras humanas. El Universo es tan complejo que no hay ninguna razón para que pueda ser expresado, sobre todo por algo tan casual como el lenguaje.

Giménez Zapiola, 1974

Para mí Schopenhauer es el filósofo. Yo creo que él realmente llegó a una solución. Si es que puede llegarse a una solución con palabras humanas.

Carrizo, 1983



En Borges A/Z
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges (1988)
Colección La Biblioteca de Babel

Foto: Schopenhauer's grave in winter by S. Ruehlow



5/8/18

Jorge Luis Borges: Lewis Carroll (Prólogo «Obras completas»)





En el capítulo segundo de su Symbolic Logic (1892), C. L. Dodgson, cuyo nombre perdurable es Lewis Carroll, escribió que el universo consta de cosas que pueden ordenarse por clases y que una de éstas es la clase de cosas imposibles. Dio como ejemplo la clase de las cosas que pesan más de una tonelada y que un niño es capaz de levantar. Si no existieran, si no fueran parte de nuestra felicidad, diríamos que los libros de Alicia corresponden a esta categoría. En efecto, ¿cómo concebir una obra que no es menos deleitable y hospitalaria que Las mil y una noches y que es asimismo una trama de paradojas de orden lógico y metafísico? Alicia sueña con el Rey Rojo, que está soñándola, y alguien le advierte que si el Rey se despierta, ella se apagará como una vela, porque no es más que un sueño del Rey que ella está soñando. A propósito de este sueño recíproco que bien puede no tener fin, Martín Gardner recuerda cierta obesa, que pinta a una pintora flaca, que pinta a una pintora obesa que pinta a una pintora flaca, y así hasta lo infinito.

La literatura inglesa y los sueños guardan una antigua amistad; Beda el Venerable refiere que el primer poeta de Inglaterra cuyo nombre alcanzamos, Caedmon, compuso su primer poema en un sueño; un triple sueño de palabras, de arquitectura y de música, dictó a Coleridge el admirable fragmento de "Kubla Khan"; Stevenson declara que soñó la transformación de Jekyll en Hyde y la escena central de Olalla. En los ejemplos que he citado el sueño es inventor de poesía; son innumerables los casos del sueño como tema y entre los más ilustres están los libros que nos ha dejado Lewis Carroll. Continuamente los dos sueños de Alicia bordean la pesadilla. Las ilustraciones de Tenniel (que ahora son inherentes a la obra y que no le gustaban a Carroll) acentúan la siempre sugerida amenaza. A primera vista o en el recuerdo, las aventuras parecen arbitrarias y casi irresponsables; luego comprobamos que encierran el secreto rigor del ajedrez y de la baraja, que asimismo son aventuras de la imaginación. Dodgson, según se sabe, fue profesor de matemáticas en la Universidad de Oxford; las paradojas lógico-matemáticas que la obra nos propone no impiden que ésta sea una magia para los niños. En el trasfondo de los sueños acecha una resignada y sonriente melancolía; la soledad de Alicia entre sus monstruos refleja la del célibe que tejió la inolvidable fábula. La soledad del hombre que no se atrevió nunca al amor y que no tuvo otros amigos que algunas niñas que el tiempo fue robándole, ni otro placer que la fotografía, menospreciada entonces. A ello debemos agregar, por supuesto, las especulaciones abstractas y la invención y ejecución de una mitología personal, que ahora venturosamente es de todos. Queda otra zona, que mi incapacidad no entrevé y que los entendidos desdeñan: la de los pillow problems que urdió para poblar las noches del insomnio y para alejar, nos confiesa, los malos pensamientos. El pobre Caballero Blanco, artífice de cosas inservibles, es un autorretrato deliberado y una proyección, quizá involuntaria, de aquel otro señor provinciano, que trató de ser Don Quijote.

El genio algo perverso de William Faulkner ha enseñado a los escritores actuales a jugar con el tiempo. Básteme hacer mención de las ingeniosas piezas dramáticas de Priestley. Ya Carroll había escrito que el Unicornio reveló a Alicia el modus operandi correcto para servir el budín de pasas a los convidados: primero se reparte y luego se corta. La Reina Blanca da un grito brusco porque sabe que va a pincharse un dedo, que sangrará antes del pinchazo. Asimismo recuerda con precisión los hechos de la semana que viene. El Mensajero está en la cárcel antes de ser juzgado por el delito que cometerá después de la sentencia del juez. Al tiempo reversible se agrega el tiempo detenido. En casa del Sombrerero Loco siempre son las cinco de la tarde; es la hora del té y se agotan y se colman las tazas.

Antes los escritores buscaban en primer término el interés o la emoción del lector; ahora, por influjo de las historias de la literatura, ensayan experimentos que fijen la perduración, o siquiera la inclusión fugaz, de sus nombres. El primer experimento de Carroll, los dos libros de Alicia, fue tan afortunado que nadie lo juzgó experimental y muchos lo juzgaron muy fácil. Del último, Sylvie and Bruno (1889-93) sólo cabe honestamente afirmar que fue un experimento. Carroll había observado que la mayoría, o la totalidad, de los libros nace de un argumento previo cuyos diversos pormenores el escritor inserta después; resolvió invertir el procedimiento y anotar circunstancias que los días y los sueños le depararan y ordenarlas después. Diez lentos años consagró a plasmar esas formas heterogéneas que le dieron, escribe, una clara y abrumadora noción de la palabra caos. Apenas quiso intervenir en su obra con una que otra línea que sirviera de nexo necesario. Llenar un número determinado de páginas con un argumento y sus ripios le parecía una esclavitud a la que no tenía que someterse, ya que la fama y el dinero no le importaban.

A la singular teoría que he resumido, agrego otra: presuponer la existencia de hadas, su condición ocasional de seres tangibles ya en la vigilia, ya en el sueño, y el comercio recíproco del orbe cotidiano y del fantástico.

Nadie, ni siquiera el injustamente olvidado Fritz Mauthner, desconfió tanto del lenguaje. El retruécano es, por lo general, un mero alarde bobo de ingenio ("el alígero Dante", "el culto pero no oculto Góngora" de Baltasar Gracián); en Carroll descubren la ambigüedad que acecha en las locuciones comunes. Por ejemplo, el que acecha en el verbo to see:

He thought he saw an argument 
Thatproved he was the íbpe: 
He looked again, andfound tí was 
A Bar o/Mottkd Soap. 
"Afad so dread", hefaintly said, 
"Extinguishes all hope!" 

Ahí se juega con el doble sentido. De la voz to see; descubrir un razonamiento no es lo mismo que percibir un objeto físico.

Quien escribe para los niños corre peligro de quedar contaminado de puerilidad; el autor se confunde con los oyentes. Tal es el caso de Jean de La Fontaine, de Stevenson y de Kipling. Se olvida que Stevenson escribió A Child's Garden of Verses, pero también The Master of Ballantrae; se olvida que Kipling nos ha dejado las Just so Stories y los relatos más complejos y trágicos de nuestro siglo. En lo que a Carroll se refiere, ya dije que los libros de Alicia pueden ser leídos y releídos, según la locución hoy habitual, en muy diversos planos.

De todos los episodios, el más inolvidable es el adiós del Caballero Blanco. Acaso el Caballero está conmovido, porque no ignora que es un sueño de Alicia, como Alicia fue un sueño del Rey Rojo, y que está a punto de esfumarse. El Caballero es asimismo Lewis Carroll, que se despide de los sueños queridos que poblaron su soledad. Es lícito recordar la melancolía de Miguel de Cervantes, cuando se despidió para siempre de su amigo y de nuestro amigo, Alonso Quijano, "el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió". 



Lewis Carroll: Obras completas. Prólogo de J. L. B., Buenos Aires, Corregidor, 1976

Antologado en Prólogos con un prólogo de prólogos (1975)
© 1995 María Kodama
© 2016 Buenos Aires, Penguin House Mondadori


Imagen: Chapter 12: Alice's evidence. MS Eng 718.6 (12) 
Tenniel, John, Sir, 1820–1914. Studies for illustrations to 
Alice's Adventures in Wonderland: drawings, tracings, 
ca. 1864 from Houghton Library, Harvard University


4/8/18

Isidoro Blaisten: Borges y el humor







Pensé que, antes de referirme al humor de Borges, sería oportuno definir qué es el humor. En este sentido, me resultó interesante citarme a mí mismo. Mi humilde definición del humor figura en mi libro Cuando éramos felices, bajo el título "Humor, poesía y estupidez". El libro se publicó en 1992, pero creo que este título, "Humor, poesía y estupidez", tiene algo de premonitorio al menos para estas reflexiones, porque mi teoría consiste en afirmar que el humor de Borges estuvo regido por la poesía y en constante lucha contra la estupidez.

En esa época, yo había escrito: "Creo que el humor, como la poesía, da lugar a la metáfora. El humor es siempre una metáfora, la intuición que establece el nexo entre dos imposibles. Enlaza dos ideas imposibles y las torna visibles. El humor es un dictamen de belleza que encierra en su mecanismo poético el júbilo del descubrimiento.

La poesía descorre el velo de la belleza, el humor desgarra el velo de la estupidez."

En ese mismo libro, agregaba esta cita de otro libro, curiosamente también mío, llamado Anticonferencias: "Ante el estupor que provoca la incorregible estupidez humana, el humor impone su desmesura. Entonces el humor es una infracción, pero de alguna manera nos está ofreciendo un ordenamiento del caos, quizá la única forma de ordenamiento y la única forma de salvación: la del absurdo. Decía Lugones: ´Yo sé que cinco más cinco son diez, pero me da una rabia...´".

Definido el humor, se trata de descubrir su mecanismo. Demostrar cómo en Borges el mecanismo del humor es el mismo, tanto en su literatura como en su vida. Trataré de comparar ciertos artificios de su literatura con ciertas respuestas, anécdotas y sucedidos, algunos de ellos muy conocidos.

Voy a rescatar estas tres respuestas de Borges, porque considero que su notable síntesis confirma mi teoría de que el humor de Borges estuvo regido por la poesía y en constante lucha contra la estupidez.

Cuando Borges era presidente de la SADE, un miembro angustiado le preguntó:

Borges, ¿qué podemos hacer por los jóvenes poetas?

Disuadirlos contestó Borges.

Otro desmesurado, en cierta ocasión, le estrechó la mano y, pleno de emoción, le dijo:

¿Usted sabe, Borges? Yo escribo.

Yo también.

Hubo una señora que lo paró en la calle y le preguntó:

¿Usted es Borges, verdad?

Momentáneamente.

Contar anécdotas de Borges y alardear de su amistad se ha convertido este año en un deporte nacional, en una extraña competencia, porque, por más sociable que sea una persona, ¿cuántos amigos puede tener? Una vez Horacio Salas me dijo: "Solamente con saludar a tantos presuntos amigos, a Borges se le hubiera ido la vida y no hubiera escrito una sola línea".


Haikus y cadetes

Creo que para comprender el humor de Borges no debemos dejar de lado algo que muchas veces se deja de lado. El hecho de que Borges era un hombre ciego y solo, ansioso de recibir a alguien en su casa, alguien con quien hablar, alguien a quien dictarle un poema ("Me apunta un poema", solía decir). Por ejemplo, cuando venía el cadete de la tintorería a traer un traje, hacía pasar al japonesito y lo sentaba y le hablaba del teatro No, del Kabuki-za, de haikus y de tankas. El pobre muchacho, azorado, no veía el momento de irse.

Borges habla de una soledad central. Esa soledad central es, a mi entender, la base de su humor.

Yo creo que en Borges el humor era un sistema de salvación. Borges traslada las imposibilidades de su vida: el amor que nunca tuvo, el deseo de un hijo el hijo que nunca tuvo, el no haber peleado en los campos de batalla como sus mayores, toda esa serie de imposibilidades, ese corpus de imposibilidades, lo sublima, como se dice ahora, y lo convierte en una figura retórica, da vuelta la red, la seda de los párpados, pacta secretamente en las raíces y desmorona la realidad cotidiana.

Creo que eso tiene el humor de Borges: la capacidad de desmoronar la realidad cotidiana, pero no sólo la realidad, sino también la seguridad. Esa seguridad cotidiana que nos da la aceptación de las convenciones. Borges solía hablar (mal) de cosas sagradas. Cosas tan sagradas como el fútbol, el tango, Gardel.

Del fútbol dijo: "El fútbol es popular porque la estupidez es popular".

Del tango: "Esa danza de burdel inventada en 1880 y que no tiene nada que ver con la historia argentina: nadie quería el tango hasta que vieron que se bailaba en París".

De Gardel: "Dudo de la virilidad de ese compadrito francés, Carlos Gardel: ¿acaso no se empolvaba la cara?".

Pero, si admitimos que glorificar a Borges se ha convertido en una moda nacional, debemos admitir también que las modas nacionales son cíclicas. Porque hubo un tiempo en que estaba de moda denostarlo. Quizá sea algo generacional, porque también mi primer acercamiento a Borges data de la época en que leerlo no era bien visto, mejor dicho, era mal visto; mejor dicho, podía llegar a ser un estigma.

En esa época, para muchos Borges no sólo era un "reaccionario" y un "extranjerizante". Para algunos, directamente era un "agente inglés" y para otros, un literal traductor del inglés. Al respecto hay una curiosa anécdota: un periodista le había preguntado si él primero escribía en inglés y después lo traducía al castellano. "Efectivamente", le contestó Borges, "es como usted dice. Y le diré más, le diré que una de las cosas que más me costó traducir del inglés fue:

Negro el chambergo y la ropa 
negro el charol del zapato. 
Un balazo lo tumbó 
en Thames y Triunvirato. 
Se mudó a un barrio vecino. 
El de la Quinta del Ñato."

La dirección de El Aleph

Sucede que muchas veces Borges era tomado en su literalidad. Esa literalidad peligrosa que a veces conducía a la estupidez. Hubo un periodista español que se sintió muy ofendido porque Borges no le dio la dirección exacta de la calle Garay donde estaba El Aleph. Borges dijo que no, que no había tal dirección, que era una fantasía. "Hmm, algo de eso me sospechaba yo", dijo el periodista y se fue enojado.

Es que con Borges uno tendía a volverse estúpido. Era muy difícil superar, por ejemplo, una estúpida tentación que nos acechaba a todos: querer estar a la altura de Borges. Había como una obligación idiota de decir cosas inteligentes y el resultado era patético.

Es común decir que Borges es inimitable. Es cierto. Y sospecho que su escritura es y será intransferible. Creo que hay escritores que dejan algún lugar para el plagio, alguna fisura para la sustitución. Borges es único, no deja discípulos. Todo intento de apropiación termina y terminará en parodia. No obstante, hubo periodistas que cuando tenían que entrevistar a un jugador de fútbol eran normales y escribían con naturalidad, pero, en cuanto tenían que entrevistar a Borges, escribían, si era de mañana: "Entrevistamos a Borges una fervorosa mañana"; si era de tarde, escribían: "En la vaga tarde", y si era de noche, ponían: "La noche lateral de la entrevista".

Tratemos ahora de buscar el personaje más estúpido de toda la obra de Borges. Yo creo que quizá sea Carlos Argentino Daneri y veamos cómo lo describe Borges en el cuento El Aleph: "Carlos Argentino es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. [...] Es autoritario, pero también es ineficaz".

Uno piensa que esa conjunción adversativa, ese pero, va a introducir un epíteto distinto, algo que rescate la figura de Carlos Argentino, pero no. Borges dice: "pero también es ineficaz".

Y aquí reside la eficacia del humor de Borges. De la misma forma más adelante dice, refiriéndose a las ideas del mismo personaje: "Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su exposición, que las relacioné inmediatamente con la literatura". Y agrega: "Su actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante".

Este procedimiento hecho de transgresión y sustitución es muy usual en la obra de Borges, y el mismo Borges se encarga de explicarlo. En su ensayo El arte de injuriar, transcribe la célebre parodia de insulto que improvisó el doctor Johnson: "Su esposa, caballero, con el pretexto de que trabaja en un lupanar, vende géneros de contrabando".

Esto se suma a lo sorpresivo. La interrupción del orden del pensamiento lógico que se aprecia nítidamente en la descripción de Carlos Argentino Daneri.

En el humor de Borges, una sola palabra da vuelta todo el sentido de las convenciones. La sola enumeración, por ejemplo, de los títulos que componen Historia universal de la infamia da cuenta de esa negación de la tranquilidad que da la costumbre. Veamos, por ejemplo, El atroz redentor Lazarus Morell. ¿Cómo un redentor puede ser atroz? Veamos, por ejemplo, El proveedor de iniquidades Monk Eastman. ¿Cómo alguien puede ser proveedor de iniquidades?; en general, un proveedor nos da cosas buenas: la leche, las frutas y hortalizas, la factura para el mate, las masas para el té. Veamos también El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké. ¿Cómo un maestro de ceremonias puede ser incivil?

Tomar precauciones

En el libro Borges, sus días y su tiempo , María Esther Vázquez cuenta que cuando Borges "era todavía profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, una mañana irrumpió un muchacho en su aula y lo interpeló:

Profesor, tiene que interrumpir la clase.

¿Por qué? preguntó Borges.

Porque una asamblea estudiantil ha decidido que no se dicten más clases hoy para rendir homenaje a Fulano de Tal.

Ríndanle homenaje después de la clase agregó Borges.

No. Tiene que ser ahora y usted se va.

Yo no me voy, y si usted es tan guapo, venga a sacarme del escritorio.

Vamos a cortar la luz prosiguió el otro.

Yo he tomado la precaución de ser ciego. Corte la luz, nomás.

Borges se quedó, habló a oscuras, fue el único profesor que dictó su clase hasta el final, y sus alumnos, impresionados, no se movieron del aula."

Observemos ahora esta respuesta: "Yo he tomado la precaución de ser ciego". Observemos el mecanismo de su construcción, y veremos que es el mismo de frases como "proveedor de iniquidades". Uno toma la precaución de cerrar la puerta, de abrigarse, de cerrar el gas cuando se va de vacaciones, de depositar el dinero en el banco para que el cheque no sea devuelto por falta de fondos. Pero Borges toma la precaución de ser ciego, y para mí su construcción, su mecanismo es el mismo que va a dar lugar a verbos sorprendentes: "fatigar las redacciones", o "esa noche nos ilustró la verdadera condición del Rosendo".

Esta forma de distorsionar las convenciones del pensamiento se mantiene a lo largo de toda su obra y en todos los géneros que abordó. En el libro de ensayos Siete noches , en la conferencia titulada La poesía, Borges dice: "Sentimos la poesía como sentimos la proximidad de una mujer", y agrega: "Hay gente que siente escasamente la poesía; generalmente se dedica a enseñarla".

Ese fulgor de lo inesperado, ese "generalmente se dedican a enseñarla", no gustó. Muchos profesores no se rieron, pero Borges nunca se preocupó por las consecuencias de sus dichos. Borges utiliza el humor en todos los géneros que transita y, como es un gran poeta, utiliza el humor también en la poesía. En aquel famoso poema "Fundación mítica de Buenos Aires" ese poema tan lindo, cuyos dos versos finales todos recuerdan: "A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:/ La juzgo tan eterna como el agua y el aire", en ese poema, que escribió cuando aún no tenía 30 años, se perciben las diabluras del humor y se desliza la picardía criolla.

"Pensando bien la cosa, supondremos que el río/ era azulejo entonces como oriundo del cielo/ con su estrellita roja para marcar el sitio/ en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron."

Estos versos de arte mayor, alejandrinos, hechos más para la solemnidad que para la broma, son manejados por Borges con tal maestría que el humor se filtra con total naturalidad. El último verso del cuarteto, "en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron", significa exactamente: "los indios se comieron a Juan Díaz de Solís". La omisión del apellido Solís ejecuta con gracia una especie de humor por sustracción.


No va jamás al baño

Otro ejemplo curioso se encuentra en el poema que Borges, poco antes de morir, dedica a Sherlock Holmes. Borges amaba a Sherlock Holmes y morirá con el recuerdo del detective. Es un recuerdo ingenuo, melancólico, de las lecturas de su infancia. En el poema, le llaman la atención dos cosas: que Sherlock Holmes nunca tuviese relaciones sexuales, que Sherlock Holmes a lo largo de tantas historias nunca fuera al baño: "No va jamás al baño. Tampoco visitaba/ ese retiro Hamlet, que muere en Dinamarca/ y que no sabe casi nada de esa comarca/ de la espada y del mar, del arco y de la aljaba."

Vemos entonces cómo, en un poema del principio de su vida y en otro poema del final de su vida, el humor está ahí, permanente, claro y luminoso como la esperanza.

Por eso, no es casual que Borges, en el segundo prólogo de Historia universal de la infamia , escriba: "Bernard Shaw ha dicho que toda labor intelectual es humorística". Ni que hacia el final, refiriéndose a su propio libro, diga en tercera persona: "El hombre que lo ejecutó era asaz desdichado, pero se entretuvo escribiéndolo; ojalá algún reflejo de aquel placer alcance a los lectores".

Vamos a ver ahora cómo un hombre asaz desdichado busca la salvación utilizando el hecho poético que entraña el humor y que es, a mi entender, la quintaesencia de toda literatura.

Borges era un hombre ciego y sin amor, y Bioy Casares me dijo una vez que eso era como una doble soledad: la soledad del ciego y la soledad del solo. Quizá por eso, para Borges, el humor, como la poesía, se convierte en una manera de vivir.

En Anticonferencias, escribí que hay gente que no tiene sentido del humor y hay gente que no tiene sentido. Borges tenía un gran sentido del humor, pero además tenía buen humor. Hay quienes tienen sentido del humor, pero lucen avinagrados, como descontentos. Borges se reía a carcajadas como un adolescente y, como diría Neruda, reía "con risa de arroz huracanado".

Una noche, fuimos a comer con Borges y varios escritores a un restorán. El lugar estaba extrañamente vacío. "Por algo será", pensamos unos cuantos. Hicimos el pedido. Como siempre, Borges pidió papa natural. Pero pasó más de media hora y el pedido no venía y no venía. Ya habíamos agotado varias paneras y varias botellas de agua mineral, ya habíamos pellizcado todo lo que se podía pellizcar y la comida no venía.

De pronto, en mitad del silencio, se oyó la voz de Borges decir:

Caramba, ¡qué bien se ayuna en este restorán!


La plaza de Pehuajó

Hace diez años, en 1989, en Londres, le hice un reportaje al escritor Guillermo Cabrera Infante, que salió publicado ese mismo año en La Nación. Allí, Cabrera Infante cuenta que la primera vez que Borges fue a Inglaterra había dado una serie de charlas en Westminster Hall, y dice:

"Y en este lugar, desde que vino Mark Twain, en 1905, no había habido tanta gente para oír a un escritor extranjero [...] Ahí dio dos o tres charlas. Alcancé a ir a una. Fue memorable. Por aquel entonces había habido aquella polémica entre Nabokov y él. Nabokov habló muy bien de Borges al principio, pero después dijo que Borges era una casa que no tenía nada más que la fachada. Borges sabía eso. En la conferencia, le pasaban papelitos con preguntas. Y le pasaron un papelito que decía: '¿Qué opina, Borges, de Nabokov?´. Y dijo él: ´Nabo..., Nabo qué?´."

Esto contó Cabrera Infante, y yo pienso que encontrarle la etimología de nabo a Nabokov únicamente se le podía ocurrir a Borges.

Borges atendía a la literalidad, al sonido y al sentido de las palabras. Y siempre las palabras eran, para él, como una música. Una vez me dijo: "Suena bien, está bien".

Y ese sonido, esa música, es la música de la poesía. Y es también la síntesis de la poesía, que Borges descubría en el hecho más baladí, en el acto más cotidiano. Gran bebedor de tés digestivos, Borges decía que el tecito Cachamai era "una antología de hierbas".

Solo y ciego, Borges hizo de su soledad y su ceguera una literatura única e incomparable. Tengo para mí que el gran vehículo de esta literatura es el humor, la poesía del humor. Sería ocioso y tedioso enumerar los textos de Borges donde el humor cumple su función poética y redentora: un esplendor verbal que va de El Aleph a El Zahir, de La fiesta del Fénix a Pierre Menard autor del Quijote, de La Cábala a La Poesía, de las biografías a las reseñas, de El arte de injuriar a Las alarmas del doctor Américo Castro.

El humor en Borges nunca es circunstancial, es intenso y profundo. Manifiesto, latente o aposentado, atraviesa y sostiene toda su obra como una delicada nervadura.

Es también una forma cotidiana de la poesía, su ejercitación permanente. Hay un hecho que ocurrió en Pehuajó y que figura en Borges, sus días y su tiempo. María Esther Vázquez le recuerda a Borges la vez que estuvo en Pehuajó y un estúpido lo volvió loco recitándole coplas camperas. Pregunta María Esther:

"Y aquella de Pehuajó que inventaste, ¿cómo era?

Un poco escandalosa. Había una persona de Pehuajó que me tenía harto. Entonces yo le pregunté si él conocía aquella famosa copla de Pehuajó y se la recité mientras la inventaba

En el medio de la plaza 
del pueblo de Pehuajó...

(observá, María Esther, la aliteración: plaza, pueblo, Pehuajó, que se repite en el último verso)

En el medio de la plaza 
del pueblo de Pehuajó 
hay un letrero que dice: 
la puta que te parió.

¿Y sabés qué me contestó el hombre en cuestión? 
´Sí, Borges, ya la conocía...´."

Creo que aquí llegamos a uno de los momentos estelares de la estupidez y su reducción al absurdo por la gracia poética del humor insuperable de Borges. Creo, también, que se impone la despedida. Borges dijo una vez que "las despedidas y el suicidio pierden su dignidad si los menudean". Yo creo que, muchas veces, a Borges la dignidad del humor lo salvó del suicidio.




En diario La Nación, Suplemento de Cultura
1° de diciembre de 1999
Borges en el Ateneo Esteban Echeverría de San Fernando, 1975 
Foto Cortesía de Esteban Gilardoni

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