3/4/18

Borges profesor: Anexo anglosajón (I): Fragmento final de la Gesta de Beowulf






Traducciones del inglés antiguo por Martín Hadis
  

La mayoría de los textos anglosajones a los que Borges hace referencia durante este curso han sido traducidos por él mismo al castellano (esto se indica en cada caso a pie de página ante la primera mención de cada poema).
Varios de los poemas que el profesor menciona no se encuentran, sin embargo, en ninguno de sus libros. Este anexo intenta complementar las clases con traducciones de aquellos textos anglosajones que no han sido traducidos por Borges y que son de hecho muy difíciles —si no imposibles— de encontrar en castellano.
Estos textos son:

• Fragmento final de la Gesta de Beowulf
• La «Oda de Brunanburh» (junto con la traducción de Tennyson, «The Battle of Brunanburh»)
• La «Batalla de Maldon»
• La «Elegía del Hombre Errante»
• «La Visión de la Cruz»
• Tres conjuros anglosajones.

Siguiendo el ejemplo de Borges, estas traducciones intentan ser literales; el uso de la prosa tiene la ventaja de preservar, además del sentido, la sencillez y la fuerza del verso original.

M.H.


En Borges profesor
Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires
Edición, investigación y notas: Martín Arias & Martín Hadis
Buenos Aires © María Kodama, 2000



Primer anexo: Fragmento final de la Gesta de Beowulf

La Gesta de Beowulf comienza con el funeral de Scyld Scefing y termina con el del protagonista. Tras su combate con el dragón, y ya herido de muerte, Beowulf pide que sus hombres erijan «en un cabo del océano un montículo brillante después del fuego funerario. Será un recuerdo para mi gente, irguiéndose alto sobre Hronesness, de manera que los navegantes, aquellos que conducen sus naves desde lejos sobre las aguas oscurecidas, lo llamarán el túmulo de Beowulf». Sus deseos son obedecidos. Siguiendo antiguas tradiciones, los geatas creman sus restos mortales. Erigen luego sobre ellos una bóveda «alta y ancha» que puede verse desde lejos en el mar.

Los geatas prepararon entonces para Beowulf una espléndida pira sobre el suelo, cubierta de yelmos, escudos y brillantes cotas de malla, tal como él lo había pedido. Los dolientes héroes hicieron yacer luego en su medio al famoso príncipe, a su querido señor. Encendieron luego sobre la colina el más grande fuego funerario. El humo ascendió, negro, sobre la conflagración, el crepitar de las llamas entretejido con los llantos —el viento se calmó— hasta que el fuego rompió la casa de los huesos539 e hizo arder su corazón.
Apesadumbrados, los guerreros lamentaban su pena y la muerte de su señor. Así también una mujer geata de cabellos trenzados cantó, angustiada, una canción de tristeza en honor de Beowulf, y dijo una y otra vez que temía los días de daño que vendrían: matanzas en gran número, terror de tropas, humillación y cautiverio. El cielo se tragó al humo.
Las gentes de Wederas540 erigieron entonces un túmulo sobre un promontorio; era alto y ancho, claramente visible para los navegantes de las olas. Construyeron en diez días el monumento del héroe, los restos del fuego541 rodeados por un muro, tan dignamente como pudieron diseñarlo los hombres más sabios. Pusieron en el túmulo anillos y collares, todas aquellas joyas que habían obtenido antaño como botín. Entregaron al suelo el tesoro de los guerreros; dejaron el oro en la tierra, donde aún permanece, tan inútil para los hombres como antes lo era.
Cabalgaron luego alrededor del túmulo doce guerreros, todos hijos de nobles. Querían decir su pesar, lamentar a su rey, recitar su elegía y hacer su alabanza. Exaltaron su hidalguía y sus hazañas y elogiaron su virtud, como corresponde que un hombre alabe con palabras y aprecie en sentimiento a su señor, cuando a éste le llega el turno de ser conducido más allá de su cuerpo.
Así lamentaron los geatas la caída de su señor. Dijeron que era entre los reyes del mundo el más suave de los hombres y el más gentil, el más amable con su pueblo y el más ansioso de alabanza.


Notas a esta primera parte del Anexo anglosajón:

539 «La casa de los huesos» es un kenning para «el cuerpo».
540 Los geatas.
541 «Los restos del fuego»: se trata obviamente de las cenizas de Beowulf.


Imagen: Borges (sin atribución de autor y fecha)
en Revista Ñ n° 21 del año 2006. Archivo Clarín



2/4/18

Adolfo Bioy Casares: "Borges" (Martes, 4 de octubre de 1966)








Martes, 4 de octubre. Come en casa Borges. El productor que iba, o quizá va, a hacer Los orilleros, después de conocerme se declaró satisfecho, me ponderó y se despidió del posible director, Ricardo Luna, con estas palabras: «Esta noche lo llamo». Desde ese instante inició un prolongado, diríamos generalizado, mutis. A la noche no llamó a Luna. Cuando éste, desconcertado, inició averiguaciones, llegó a saber que al productor ya no se lo veía en los lugares que habitualmente frecuentaba. Por fin reapareció: en una lista de integrantes del Grupo Cóndor, que intentó la conquista de las Malvinas.

Refiero esto a Borges. Pregunta si es comparable el desembarco de los Cóndores en las Malvinas con otros hechos similares de la Historia: el desembarco en Normandía, el de los Treinta y Tres Orientales. Los Cóndores no se apartaron del avión, tuvieron frío, requirieron auxilio médico para uno de ellos, amenazado de neumonía, y se rindieron a un eclesiástico. Todos volvieron ilesos. BORGES: «Muchachos decididos, un poco locos, pero friolentos. ¿Por qué no tiraron a la suerte y uno de ellos, uno siquiera, se hizo matar? ¿Qué pasa con este país? Como dice el poema de Kipling:

There's somethin 'gone small with the lot.1»


1 [Algo se ha empequeñecido en esta gente] «Chant-pagan» [In: Collected Verse (1912)].









En Bioy Casares, Adolfo: Borges
Edición al cuidado de Daniel Martino
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006
Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo en el bosque de Ostende (Archivo Familia Casares)
Al pie: Comando Los Cóndores que secuestró avión de línea para arribar a Islas  Malvinas, 28 de septiembre de 1966
Perteneciente al Movimiento Nueva Argentina, organización peronista nacionalista

1/4/18

Jorge Luis Borges: Sobre pronunciación argentina [*]








Señor don Tobías Bonesatti

Señor colega: Con un placer en que hay gratitud, acabo de conocer sus observaciones de lector en la revista Nosotros y deseo responder a las que me atañen. Mi propósito es de conversación y amistad, no de controversia.

Son tres las observaciones que le merezco. Doy por justa la primera de ellas, la inconstancia en mi apocopación de las des finales, aunque entiendo que estamos todavía en la indecisión de ambas formas: vale decir que unas veces pronunciamos esa de final y otras no y que la eufonía general de la frase es la que decide. La segunda observación de usted, es esta que copio:

En la página 16 Borges escribe: "estendido"; en la 38, "esplicable". Y luego, en otras "examen", "excelencia". ¿Por qué no esamen”, “eselencia”?

En "transcrita" hace síncopa y escribe: "trascrita". Luego, ¿por qué no en "observaciones"?
La solución es de casi escandalosa facilidad: escribo estendido y esplicable por pronunciarlo así, y examen y excelencia por esa misma todojustificadora razón.

No hay argentino culto que pronuncie la equis de explicación o que la silencie en examen. Tampoco «oservo» en mí la menor tendencia (esta vez le estoy haciendo el gusto a usted, señor Bonesatti) a escamotear la be de observar, y sí la costumbre de ignorar la ene de transcribir.

Ya estamos en la tercera objeción. Me interroga así: Y puesto a hacer concesiones al habla común, ¿por qué el señor Borges no escribe —respetando en un todo nuestra fonación— «crioyedá» en vez de «criolledá»? Respondo que no disponiendo el alfabeto de un signo preciso para el sonido en que traducimos con imparcialidad la elle y la i griega, tanto da el empleo de una de esas dos letras aproximativas o de la otra. Los escritores gauchistas —señaladamente los orientales—, prefieren yorar a llorar: diablura de motivación misteriosa.

Sin otra conversación por ahora, lo saluda muy cordialmente su lector y leído

Jorge Luis Borges
Buenos Aires, abril del nuevecentos veintiocho



[*] Bajo este título, la revista Nosotros publica esta carta de Borges en respuesta a una crítica firmada por el señor Tobías Bonesatti aparecida en la misma revista. El comentario de Bonesatti dice así:

«Jorge Luis Borges, en su primer libro de prosa, Inquisiciones, insinúa con el ejemplo la supresión de letras al final de algunas palabras agudas —apócope—; en el medio —síncopa— y el cambio de la x, tan pedante, por la suave s. En su último libro, El tamaño de mi esperanza, también predica con el ejemplo, en el sentido indicado. Pero, ya sea en el primer libro, como en el segundo, la contradicción aparece frecuentemente. / En la página 10, de El tamaño de mi esperanza, escribe: "verdá". En la página 16, "verdad". Y en esta última forma vemos, esa palabra, muchas veces a lo largo del libro, aunque alternando, de vez en cuando, con la apocopada. / En la página 36, línea 14, Borges escribe: "amistad". Tres líneas más abajo aparece: "seguridá". / En la página 101, línea 17, tenemos "santidad". Cuatro líneas más abajo, "unicidá". / En la página 16, línea 17, "ubicuidad". Cinco líneas más abajo, "hermandá". / Escribe: "justedad", "cualidad", "realidad", "eternidad", "ciudad", "diversidad". / Escribe: "incredulidá", "espaciosidá", "cotidianidá", "faculta", "bondá". / Si nuestra fonación criolla es igual para todas las palabras terminadas en "dad", ¿por qué esa contradicción formal? / En la página 16, Borges escribe: "estendido"; en la 38, "esplicable". Y luego, en otras, "examen", "excelencia". ¿Por qué no "esamen", "eselencia"? / En "transcrita" hace síncopa y escribe: "trascrita". Luego, ¿por qué no en "observaciones"? / Y puesto a hacer concesiones al habla común, ¿por qué el señor Borges no escribe —respetando en un todo nuestra fonación—, "crioyedá", en vez de "criolledá"? / En "criolledá" es usted, señor Borges, mitad criollo y mitad español. En "crioyedá" lo sería usted todo de una pieza. / En las variantes "criollez", "criollismo", "criollera", "criollona", tan expresivas y sonoras algunas, cumpliría lo señalado en el párrafo anterior." 
(Nosotros, Buenos Aires, N° 225/226, febrero-marzo 1928).




En Nosotros, Buenos Aires, Año 22, Vol. 60, n° 227, abril de 1928

Luego incluido en Textos recobrados 1919/1929

© 1997, 2007 María Kodama
© 2011 Buenos Aires, Editorial Sudamericana

Imagen: Caricatura de Borges por Sócrates
Buenos Aires, La Nación, 14 de mayo de 1985



31/3/18

Jorge Luis Borges: «The road to Hell», de Hilda Roderick Ellis [Cambridge University Press, 1945]







De los paraísos que ha proyectado la imaginación de los hombres, ninguno más singular, ninguno menos duplicable, diremos, que el paraíso militar que ha descrito, a principios del siglo XIII, el polígrafo islandés Snorri Sturluson. Es una casa bajo tierra (Valhala, Valhöll); espadas y no lámparas la iluminan; tiene quinientas puertas y por cada puerta saldrán, el último día, ochocientos hombres; van a dar ahí los guerreros que murieron en la batalla; cada mañana se arman, combaten, se dan muerte y resurgen; luego se embriagan de aguamiel y comen la carne de un jabalí inmortal. Hay paraísos contemplativos, paraísos voluptuosos, paraísos que tienen la forma del cuerpo humano (Swedenborg), paraísos de aniquilación y de caos, pero no hay otro paraíso guerrero, no hay otro paraíso cuya delicia esté en el combate. Mil y un doctores alemanes lo han invocado para demostrar el temple viril de las viejas tribus germánicas. Fuera de algunas líneas de César y de Cornelio Tácito, los alemanes han perdido toda memoria de su mitología; nadie ignora que se han acogido a la de los vikings.

Miss Roderick Ellis investiga, en este volumen, la escatología escandinava. Mantiene que Snorri simplificó, en gracia del rigor y de la coherencia, la doctrina de las fuentes originales, que datan del siglo VIII o del siglo IX. Ha comprobado que muy pocos textos mencionan la hoy famosa Valhala. Sólo cuatro veces la nombra la Edda Mayor; la Historia Danica de Saxo Gramático habla de un hombre a quien una mujer misteriosa conduce bajo tierra; ve ahí una batalla; la mujer dice que los combatientes son hombres que perecieron en las guerras del mundo y que su conflicto es eterno. En la Saga de Thorsteinn, Uxafótr, el héroe penetra en un túmulo; adentro hay bancos laterales; a la derecha hay doce hombres bizarros, de traje rojo; a la izquierda, doce hombres abominables, de traje negro; se miran con visible hostilidad; luego pelean y se infieren crueles heridas, pero no logran darse muerte… Dicho sea con otras palabras: el paraíso militar no fue nunca, ni siquiera entre vikings, una esperanza general de los hombres. Fue una cambiante y nebulosa leyenda, quizá más infernal que paradisíaca. Friedrich Panzer la juzga de origen celta.*

Sea lo que fuere, el concepto de que el infierno (o el paraíso) consta de la infinita repetición de un acto esencial es, innegablemente, asombroso. El undécimo libro de la Odisea lo prefigura; también lo publica el terrible cuento Where Their Fire is not QuenchedDonde su fuego nunca se apaga— de May Sinclair. (Cabe sospechar, sin embargo, que el impulso que llevó a los poetas a representar a Judas en el infierno, vendiendo eternamente a Jesús, es el mismo que los lleva a representarlo con una barba roja o con la bolsa de los treinta dineros; corresponde a la necesidad de caracterizarlo de una manera vívida.)

Otros capítulos estudian los ritos funerarios del Norte, el culto de los muertos, la necromancia y el concepto del alma.


*La séptima narración de los Mabinogion habla de dos guerreros que, año tras año, se batirán por una princesa, el primer día de mayo, hasta que los separe el Juicio Final. Por lo demás, todo aniversario comporta una idea parecida. ¿No se repite que Jesús muere el viernes santo y resucita el sábado de gloria?


1 [N. del E.] En Jorge Luis Borges, Antiguas literaturas germánicas, México, Fondo de Cultura Económica, 1951, puede encontrarse este fragmento que comienza aquí y llega hasta la nota de Borges inclusive. Véase también Jorge Luis Borges, Literaturas germánicas medievales, “La Edda Mayor”, páginas 150-152, Buenos Aires, Emecé Editores, 1978 y 1996.
 En: Los Anales de Buenos Aires, Buenos Aires, Año I, Nº 3, marzo de 1946.
Luego en: Textos recobrados 1931-1955 (2001)
Retrato de Jorge Luis Borges por el artista plástico Hermenegildo Sabat


30/3/18

Borges profesor. Epílogo*






«Creo que la frase “lectura obligatoria” es un contrasentido; la lectura no debe ser obligatoria. ¿Debemos hablar de placer obligatorio? ¿Por qué? El placer no es obligatorio, el placer es algo buscado. ¡Felicidad obligatoria! La felicidad también la buscamos. Yo he sido profesor de literatura inglesa durante veinte años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y siempre les aconsejé a mis estudiantes: si un libro les aburre, déjenlo; no lo lean porque es famoso, no lean un libro porque es moderno, no lean un libro porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo; aunque ese libro sea el Paraíso Perdido —para mí no es tedioso— o el Quijote —que para mí tampoco es tedioso—. Pero si hay un libro tedioso para ustedes, no lo lean; ese libro no ha sido escrito para ustedes. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad, de modo que yo aconsejaría a esos posibles lectores de mi testamento —que no pienso escribir—, yo les aconsejaría que leyeran mucho, que no se dejaran asustar por la reputación de los autores, que sigan buscando una felicidad personal, un goce personal. Es el único modo de leer.»






* En Borges para millones. Entrevista realizada en la Biblioteca Nacional en 1979
Director: Ricardo Wullicher
Writers: Vlady Kociancich, Ricardo Monti
Stars: Margarita Bali, Jorge Luis Borges, Vlady Kociancich


Luego en Borges profesor 
Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires 
Edición, investigación y notas: Martín Arias 
& Martín Hadis 
Buenos Aires © María Kodama, 2000


Imágenes:
Arriba: Captura de Borges en "La mandrágora" (1999)
Abajo tapa de la edición mencionada


§§§


En próximas publicaciones agregaremos el Anexo anglosajón, traducciones del inglés antiguo por Martín Hadis, incluidas en el final de Borges profesor.

"La mayoría de los textos anglosajones a los que Borges hace referencia durante este curso han sido traducidos por él mismo al castellano (esto se indica en cada caso a pie de página ante la primera mención de cada poema). 

Varios de los poemas que el profesor menciona no se encuentran, sin embargo, en ninguno de sus libros. Este anexo intenta complementar las clases con traducciones de aquellos textos anglosajones que no han sido traducidos por Borges y que son de hecho muy difíciles —si no imposibles— de encontrar en castellano.

Estos textos son:

• Fragmento final de la Gesta de Beowulf
• La «Balada de Maldon»
• La «Oda de Brunanburh» (junto con la traducción de Tennyson, «The Battle of Brunanburh»)
• La «Elegía del Hombre Errante»
• «La Visión de la Cruz»
• Tres conjuros anglosajones

Siguiendo el ejemplo de Borges, estas traducciones intentan ser literales; el uso de la prosa tiene la ventaja de preservar, además del sentido, la sencillez y la fuerza del verso original."




29/3/18

Adolfo Bioy Casares: "Borges" (Jueves, 9 de julio de 1959)







Jueves, 9 de julio. Come en casa Borges. Recuerda: «Pensé alguna vez escribir un cuento sobre Judas. Decir que no se suicidó después: siguió viviendo entre los discípulos, que lo querían mucho. Obró como obró, de puro infeliz. Todos sabían que era un infeliz y lo querían. Sobrevivió a todos y hubo una época en que la gente lo miraba con veneración, porque era el discípulo, el único que quedaba».


En Bioy Casares, Adolfo: Borges
Edición al cuidado de Daniel Martino
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006
Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares por ©Huadi para La Nación

28/3/18

Langston Hughes en versión de Borges: El negro habla de ríos (bilingüe)








He conocido ríos...
He conocido ríos antiguos como el mundo y más antiguos que la
fluencia de sangre humana por las venas humanas.
Mi espíritu se ha ahondado como los ríos.

Me he bañado en el Eufrates cuando las albas eran jóvenes,
he armado mi cabaña cerca del Congo y me ha arrullado el sueño,
he tendido la vista sobre el Nilo y he levantado pirámides en lo alto.

He escuchado el cantar del Mississippi cuando Lincoln bajó a New Orleans,
y he visto su barroso pecho dorarse todo con la puesta del sol.

He conocido ríos:
ríos envejecidos, morenos.
Mi espíritu se ha ahondado como los ríos.


The Negro Speaks of Rivers

I've known rivers...
I've known rivers ancient as the world and older than the flow
of human blood in human veins.
My soul has grown deep like the rivers.

I bathed in the Euphrates when dawns were young.
I built my hut near the Congo and it lulled me to sleep.
I looked upon the Nile and raised the pyramids above it.

I heard the singing of the Mississippi when
Abe Lincoln went down to New Orleans,
And I've seen its muddy bosom turn all golden in the sunset.

I've known rivers:
Ancient, dusky rivers.
My soul has grown deep like the rivers.




Revista Sur, Buenos Aires, Año I,  N° 2, otoño de 1931

Véase también Borges: "Biografía sintética de James Langston Hughes"

Incluido en Borges en Sur (1931-1980)
© 1999 María Kodama
© 2011 para la edición en castellano para España y América Latina, Penguin House Mondadori
© 2011 y © 2016 Buenos Aires, Sudamericana

Vía Corbis Images



27/3/18

Antonio Tabucchi: Sobre Jorge Luis Borges [Entrevista con Hinde Pomeraniec, junio de 1996]







Hinde Pomeraniec: ¿Qué es Borges para usted?

Antonio Tabucchi: Borges ha devuelto a la literatura su función de ficción, liberándola de los pesados cometidos que le eran ajenos y que habían terminado por empobrecerla.


¿Qué significa Borges para la literatura?



Borges es una fe soberana en la literatura y, al mismo tiempo, paradojalmente, su radical negación: una solemne lección de escepticismo. Borges adhirió solamente a su inteligencia.


¿Cuándo lo leyó por primera vez?

Lo leí en francés, a comienzos de la década del sesenta, cuando fue publicado por Roger Caillois. Yo estaba en París en aquellos años, como estudiante de francés en la universidad. El primer cuento que leí fue "El Aleph", y me causó una gran impresión. Años más tarde, cuando aprendí el español, lo leí en la lengua original.


¿Y cómo comenzó a leer a Borges? ¿En qué momento de la vida se encontraba usted?

Empecé a leer a Borges de muchacho, cuando lo descubrieron los franceses en los años sesenta. Entonces yo no leía en español ni conocía la lengua. Y como sabe, cuando los franceses descubren algo, logran imponerlo al mundo. En ese momento, yo estaba en París y se hablaba mucho de Borges. Me gustan mucho sus poesías. Lo considero un gran poeta, pero prefiero su prosa, sus cuentos. Todos.


¿Sería muy aventurado hablar de una especie de linaje integrado por Borges, Ítalo Calvino y Antonio Tabucchi?

¿Y por qué no? Los linajes, como le gustaban a Borges, existen en la literatura. Es más, yo diría que toda la literatura está formada por linajes. Ahora bien, yo puedo considerarme discípulo de Borges del mismo modo que puedo considerarme discípulo de un escritor latino de los primeros años después de Cristo. Es lo mismo. Como decía Borges, la literatura no tiene cronología.


Se lo preguntaba justamente por aquella idea de Borges de que leyendo a determinado autor, uno puede leer también a todos los autores que este autor leyó a su vez.

Le puedo decir algo. Curiosamente, sin conocerlo, cuando leí a Borges me di cuenta de que los autores que le gustaban eran los mismos que me habían gustado a mí desde mi niñez. Me refiero a Kipling, Stevenson, Conrad y Melville. Por lo tanto, pertenecemos a la misma familia.



En su artículo, usted hablaba de los textos de Borges que están cerca de la crónica. ¿Podría precisarlo un poquito más?

Como usted sabe, Borges escribió mucho en base a la crónica. Y a partir de allí tomó muchas impresiones para sus cuentos. Y curiosamente me parecen los escritos más contundentes, más interesantes, más profundos porque son más humanos. ¡A veces Borges es muy abstracto! Pero estos cuentos que recuerdo, por ejemplo, "Emma Zunz" o "El hombre de la esquina rosada", son cuentos que Borges extrajo de la crónica argentina, de los periódicos, de cuando él era periodista y considero que de esa manera produjo los cuentos que más me gustan.


Tal vez porque allí se ponen más en evidencia todos sus juegos, ¿verdad?

Sí, claro. Porque está directamente implicado con la realidad que, después él transforma en una realidad fantástica.


Usted dice que se puede utilizar a Borges porque él mismo lo autoriza, como si fuera una especie de derecho que lega a los lectores.

Borges es una lectura abierta. No es cerrada, no está concluida. Y por eso precisamente me gusta. Porque queda librada a la imaginación del lector: él deja el espacio para el lector. Me gustan especialmente los escritores que dejan ese espacio.


¿Me está diciendo que cuando escribe usted también piensa en eso?

Bueno, a mí también me gusta tener un cómplice, como decía Baudelaire. Y mi cómplice es ese lector que puede colmar los vacíos que yo dejé en mis escritos y que él puede llenar en su imaginación.


Según su opinión, entre los autores actuales, ¿hay alguno que participe de esos rasgos?

Mire, continuar con la lección de Borges es muy difícil. Tal vez sea preciso tomarlo al revés. Digo al revés en un sentido no sólo literal sino también metafórico. Quiero decir, tomar sus metáforas como un revés de nuestros sueños, de los hijos del fin del milenio, y volver a empezar, tal vez de una manera borgeana pero, tal vez, de una manera completamente nueva.


Usted dice "borgeana". No es frecuente que el apellido de un escritor pueda generar un adjetivo, ¿no?

Ah, claro. Existe un adjetivo "borgeano", un adjetivo "kafkiano", uno "joyceano". Borges pertenece a los grandes escritores del siglo XX. No hay duda.


Texto e imagen en diario Clarín, 13 de junio de 1996
Entrevista telefónica a Antonio Tabucchi, por Hinde Pomeraniec

26/3/18

Jorge Luis Borges-Osvaldo Ferrari: Borges y el público ("En diálogo", I, 5)






Osvaldo Ferrari: Una de las sorpresas que yo creo usted tuvo en cuanto a su destino, Borges, fue cuando en la década del cuarenta alguien le profetizó que usted iba a hablar como conferenciante; que iba a dar conferencias.
Jorge Luis Borges: No, no fue así; Adela Grondona me llevó a un club de señoras, de señoritas inglesas, y allí había una señora que leía las borras del té. Y entonces, ella me dijo que yo iba a viajar mucho, y que iba a ganar dinero hablando. A mí me pareció una extravagancia, y cuando volví a casa se lo conté a mi madre. Yo jamás había hablado en público en mi vida, era muy tímido, y la idea de que iba a ganar dinero viajando y hablando me parecía más que inverosímil, imposible. Bueno, sin embargo, yo tenía un pequeño cargo de auxiliar primero —antes había sido auxiliar segundo— en una biblioteca de Almagro sur. Llegó el que sabemos al gobierno, me hicieron una broma: me nombraron inspector para la venta de aves de corral y de huevos en los mercados —era un modo de insinuarme que renunciara—. Entonces, yo desde luego renuncié, ya que no sé absolutamente nada de aves de corral y de huevos.
Ese nombramiento se convirtió en un error histórico.
—Sí, bueno, me hizo gracia la broma, desde luego. Y recuerdo el alivio cuando a las dos de la tarde, por ejemplo, salí a caminar por la plaza San Martín, y pensé: no estoy en esa biblioteca —no demasiado querible— del barrio de Almagro. Y me pregunté ¿y qué va a pasar ahora? Bueno, pues bien, me llamaron del Colegio Libre de Estudios Superiores y me propusieron que diera conferencias. Yo no había hablado nunca en público, pero acepté porque dijeron que tenía que ser el año siguiente, y tenía dos meses de respiro; que resultaron dos meses de pánico. Yo recuerdo que estaba en Montevideo, en el hotel Cervantes, y a veces me despertaba a las tres de la mañana, y pensaba: dentro de treinta y tantos días —yo iba llevando la cuenta— voy a tener que hablar en público. Y entonces ya no dormía, veía amanecer en la ventana; en fin, no podía dormir, yo estaba aterrado.
Su timidez lo acompañaba.
—Sí, me acompañaba, sí (ríen ambos). Todo eso ocurrió hasta la víspera de la primera conferencia. Yo vivía en Adrogué entonces, estaba en uno de los andenes de Constitución y pensé: bueno, mañana a esta hora ya habrá pasado todo, lo más probable es que yo me quede mudo, que no pueda pronunciar una sola palabra; también puede ocurrir que hable en voz tan baja y tan confusa que no se oiga nada —lo cual es una ventaja— (ya que yo llevaba escrita la conferencia). Claro, yo creía que iba a ser incapaz de decir nada. Bueno, ese día llegó, fui a almorzar a la casa de una amiga —Sara D. de Moreno Hueyo— y le pregunté a ella si me notaba muy nervioso. Dijo: no, más o menos como siempre. Yo no le dije nada de la conferencia. Esa tarde di la primera conferencia en el Colegio Libre de Estudios Superiores, en la calle Santa Fe. Esas conferencias versaron sobre lo que se llamó «Literatura clásica americana»; eran conferencias sobre Hawthorne, sobre Melville, sobre Poe, sobre Emerson, sobre Thoreau, y creo que sobre Emily Dickinson. Y luego siguieron otras conferencias sobre los místicos.
En ese mismo lugar.
—Sí, y una conferencia sobre el budismo. Luego me pidieron otras conferencias sobre el budismo, y con las notas que yo tomé para esas conferencias compusimos un libro Alicia Jurado y yo. Ese libro sobre el budismo ha sido imprevisiblemente, asombrosamente, vertido al japonés, donde conocen el tema mucho mejor que yo —una de las dos religiones oficiales en el Japón es el budismo, la otra es el shinto—. Ya el hecho de que haya dos religiones oficiales, bueno, es un testimonio de la tolerancia de ese país ¿no? Después conocí el interior de nuestro país, que no conocía; di varias conferencias en Montevideo también; y más adelante fui recorriendo el continente y los continentes dando conferencias. Y ahora he llegado distraídamente a los ochenta y cinco años, en cualquier momento cumplo ochenta y seis; bueno, me he dado cuenta de que todo el mundo ha sentido lo que yo he sentido antes: el hecho de que yo no sé dar conferencias; entonces prefiero el diálogo, que resulta más entretenido para mí, no sé si para los otros también. Sí, porque la gente puede participar: hace poco hubo dos actos: uno duró una hora y veintiún minutos, y el otro más de dos horas de preguntas y respuestas. Es decir, he comprendido que el interrogatorio, que el catecismo es la mejor forma. Y además, es como un juego, porque al principio se empieza con solemnidad y con timidez, y luego todo el mundo va entrando en el juego y lo difícil es concluir. Entonces, siempre recurro al mismo truco, que es el de proponer tres preguntas finales; luego tres resultan pocas, y como me enseñaron en el Japón que el cuatro es de mal agüero, generalmente son cinco —cinco últimas preguntas y cinco últimas contestaciones—. Hacia el final todo se hace entre bromas; es decir, lo que empezó siendo algo un poco forzado y solemne, al final es un juego de gente apresurada, y bueno, y yo me siento bastante feliz, hago bromas; he comprendido aquello que decía George Moore: «Better a bad joke than no joke»: más vale una broma mala que ninguna broma, ¿no? Siempre contesto en broma, y como la gente es muy indulgente conmigo, la gente es indulgente, bueno, con un anciano ciego (ríe); y les hacen gracia esas bromas, que son realmente debilísimas. Pero, quizá en una broma no importan tanto las palabras sino el ánimo con que se las dice; como mi cara es una cara sonriente… las bromas son bien aceptadas. De modo que yo he hablado en muchas partes del mundo, y… en Francia he llegado a hacerlo en francés —un francés incorrecto, pero fluido—. Y en los Estados Unidos, cuatro cuatrimestres sobre literatura argentina en la Universidad de Texas, en la de Harvard, en la de Michigan, y en la de Bloomington, Indiana; y otras sueltas por aquí y por allá. Y lo he hecho en inglés, con incorrección y con soltura.
Usted nunca pensó, yo creo, que la conferencia, iba a ser un género para usted, y que además la convertiría en un diálogo múltiple, diferente de la conferencia; y tampoco pensó en el humor como en un género personal.
—No, jamás, jamás he pensado en eso, he sido una persona muy seria siempre. Pero no sé, el destino es algo que le sucede a uno ¿no?, no tiene nada que ver con la forma que uno ha querido prefijarle.
Son géneros que han venido a buscarlo.
—Es cierto, sí. Ahora recuerdo aquella frase de Whistler, cuando se hablaba, bueno, sobre el medio ambiente, sobre la influencia ideológica, sobre el estado de la sociedad; y Whistler dijo: «Art happens»: el arte sucede. El arte es algo imprevisible.
Sí, y también es paradojal que el mayor de los tímidos terminara hablando con cientos de personas en distintos lugares, como ocurrió últimamente.
—Sí, hace unos meses hablé ante… me dijeron que eran mil, pero posiblemente fueran novecientas noventa y nueve personas, ¿no? (ríen ambos), o novecientas simplemente, ya que en todo caso, la cifra mil impresiona. Pero no, ya que mil personas de buena voluntad no tienen por qué ser temibles. Además yo, para darme valor inventé una suerte de argumento metafísico, y es éste: la muchedumbre es una entidad ficticia, lo que realmente existe es cada individuo.
Claro.
—El hecho de sumarlos, bueno, uno puede sumarlos —uno también podría sumar personas que se suceden, que no son contemporáneas—, entonces yo pienso: no estoy hablando ante trescientas personas, estoy hablando a cada una de esas trescientas personas. Es decir, realmente somos dos; ya que lo demás es ficticio. Ahora, no sé si lógicamente eso está bien, pero me ayudó y sigue ayudándome en cada conferencia o en cada diálogo con muchos. De manera que yo pienso: lo que yo digo es oído por una sola persona, el hecho de que esa única persona no sea la misma, y que haya, digamos, trescientas personas o treinta personas que me oyen a un tiempo no importa; yo hablo con cada una de ellas, no con la suma. Y por otra parte, si hablara con la suma sería más fácil —hay un libro sobre la psicología de las multitudes, y parece que las multitudes son más sencillas que los individuos—. Eso yo lo he comprobado en el cinematógrafo o en el teatro: una broma que uno no se aventuraría a hacer a un interlocutor, es aceptada por una sala, y hace gracia.
Es cierto.
—Sí, de modo que las multitudes son más sencillas. Y eso lo saben muy bien los políticos, que se aprovechan del hecho de que no están hablando ante un individuo sino ante una multitud de individuos, bueno, simplificados, digamos; y del hecho de que basta usar los resortes más elementales o más torpes porque funcionan.
De manera que a la oratoria de los romanos usted prefirió el diálogo de los griegos.
—Exactamente, sí.
Ésa ha sido la transición de la conferencia al diálogo.
—El diálogo de los griegos, sí. Claro que los griegos eran también oradores.
Naturalmente.
—Demóstenes, en fin. Pero me parece mejor, y ahora me he acostumbrado… sobre todo para mí es un juego. Y si alguien piensa que algo es un juego, entonces aquello de hecho es un juego, y los demás lo sienten como un juego también. Además que yo al principio les advierto: bueno, esto va a ser un juego, espero que sea un juego tan divertido para ustedes como para mí; empecemos a jugar, no tiene la menor importancia. Y así sale bien también en las clases: yo trato de ser lo menos pedagógico posible, lo menos doctoral posible cuando doy una clase. Por eso las mejores clases son los seminarios. El ideal sería cinco o seis estudiantes y un par de horas. Yo durante un año di un curso de literatura inglesa en la Universidad Católica. Bueno, la gente tenía la mejor voluntad, pero yo no podía hacer nada con noventa personas y cuarenta minutos. Es imposible; mientras llegan y mientras se van han pasado los cuarenta minutos. Aquello duró un par de cuatrimestres, y luego dejé porque me convencí de que esa tarea era inútil.
Lo particular sería que en esto que usted denomina juego…
—Bueno, yo espero que ese juego que yo he inaugurado, digamos, ya que no lo he inventado…
Fue precedido en más de dos mil años.
—Sí, y además precedido, bueno, por los interrogatorios; por la inquisición, en fin, hay recuerdos bastante tristes. Pero yo trato de que todo sea una broma; el único modo de ver las cosas en serio, ¿no?
Claro.
—Desde luego.
Pero este juego del diálogo a lo mejor puede aproximarnos a la verdad.
—Puede aproximarnos a la verdad, y espero que sea imitado también. Porque una de las razones por las cuales yo he insinuado y finalmente impuesto ese juego es mi timidez, debido a que es muy fácil contestar a una pregunta ya que cada pregunta es un estímulo. Ahora, lo difícil es lograr que sean preguntas, porque las personas, sabiendo que va a haber respuesta, preparan más bien discursos que pueden durar hasta diez minutos, y a los cuales no hay nada que contestar.
Claro, porque hay en ellos muchas ideas juntas.
—Sí, muchas ideas o…
O ninguna idea.
—Sí, de modo que yo pido preguntas concretas y prometo contestaciones concretas. Pero es muy difícil, de hecho, conseguir que la gente pregunte algo; porque más bien prefieren lucirse, o, en fin, aburrir a los demás —lo cual viene a ser lo mismo— con largos discursos preparados.
En lugar de favorecer el diálogo.
—Claro.
Bueno, Borges, nosotros seguiremos jugando, seguiremos dialogando, siempre en busca de la posible verdad, en todo caso.
—Pero por supuesto.



Título original: En diálogo (edición definitiva 1998)
Jorge Luis Borges & Osvaldo Ferrari, 1985
Prefacio: Jaime Labastida
Prólogos: Jorge Luis Borges (1985) & Osvaldo Ferrari (1998)


Imagen: Borges sin atribución de autor (Archivo EFE)



25/3/18

Jorge Luis Borges: «La espada dormida», de Manuel Peyrou







Sur, Buenos Aires, 1944

Acerca de esta Espada dormida, se pronunciará inevitablemente el nombre de Chesterton. La cuidadosa irrealidad, los pulcros misterios, la economía y el ingenio del diálogo, justifican esa aproximación y quizá la exigen, pero los cuentos policiales de Chesterton suelen adolecer de un propósito apologético y éstos de Manuel Peyrou son felices como aquellas New Arabian Nights en que el joven Stevenson propuso una versión del futuro Eduardo Séptimo de Inglaterra, bajo la cariñosa especie del Príncipe Florizel de Bohemia. Tan hábilmente disimulan estas ficciones los arduos y tenaces borradores que sin duda los precedieron, que corren el albur de parecer meros favores del azar y la negligencia, meras felicidades fortuitas. Tal no es la verdad, por supuesto; el malhadado azar puede suministrar a sus clientes las opera omnia de Vicente Huidobro o un verso de Ezra Pound, pero no un solo párrafo de Johnson o el más tenue diálogo de este libro. Todo en él ha sido premeditado, todo parece una improvisación venturosa, un don accidental de las divinidades secretas.

Una superstición de nuestro tiempo juzga que un libro que debate un problema es, de antemano, superior a otro libro que únicamente quiere encantar. Sin embargo, las irresponsables 1001 Noches han sobrevivido a infinitos poemas alegóricos, densos de erudición alcoránica; La hora de todos de Quevedo a su Política de Dios y gobierno de Cristo; Huckleberry Finn a los laboriosos productos de Norris y de Dreiser. La espada dormida es, ante todo, un libro agradable. ¿Necesitaré agregar que ese epíteto no encierra el menor matiz de condescendencia y que un libro que propone (y que logra) la felicidad del lector es, en cualquier época de la historia, en cualquier país del planeta, algo agradecible e impar?

En estos cuentos ejemplares, Manuel Peyrou demuestra comprender lo que no han comprendido los individuos del erróneo y funesto Detection Club: el cuento policial nada tiene que ver con la investigación policial, con las minucias de la toxicología o de la balística. Puede perjudicarlo todo exceso de verosimilitud, de realismo; trátase de un género artificial, como la pastoral o la fábula. Por eso es conveniente que su acción esté ubicada en otro país. Así lo entendió Poe, su inventor, con su Rué Morgue y con su Faubourg Saint-Germain; así Chesterton, que prefiere un Londres fantasmagórico. Tales artificios impiden que para juzgar la ficción (en la que priman el rigor y el asombro) se recurra a la mera realidad (en la que priman la rutina y la delación, el imprevisible azar y el vano detalle). Quienes reprochan a Peyrou la elección de escenarios extraños, olvidan que en un cuento policial escrito en Buenos Aires, Buenos Aires no debe figurar, o sólo puede figurar deformado, como en las páginas de Bustos Domecq.

Toda improbable antología futura que no incluya La espada dormida o La playa mágica me parecerá, bien lo sé, un libro inexplicable y algo monstruoso.






En: revista Sur, Buenos Aires, Año XIV, N° 127, mayo de 1945, p. 124
Luego publicado en Borges en Sur (1999)
Al pie: Manuel Peyrou en clase de esgrima - Foto Acervo Familia Peyrou
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