2/1/18

Jorge Luis Borges: Entrevista con Tomás Abraham, Alejandro Rússovich y Enrique Marí en la Facultad de Psicología [12 de septiembre de 1984]







Alejandro Rússovich: aquí estamos, estudiantes de psicología; el decano, Hugo Vezetti; los profesores Enrique Marí y Tomás Abraham, y estoy yo, que hablo en este momento. Estamos en el comienzo, ¿qué podríamos decir acerca del…?
Borges: del comienzo, breshit bará elohim, ¿no?
Rússovich: breshit bará elohim et hashamayin ve et haáretz, en el principio creó Dios los cielos y la tierra.
Borges: No, creó Dioses.
Rússovich: ah, “dioses”; elohim es plural, entonces. Borges sabe más (risas).
Tomás Abraham: Ustedes recuerdan que nos hemos interrogado por las razones que hicieron que la psicología invitara a la filosofía a expresar su palabra. Hoy devolvemos con creces esta invitación, pero no nos hemos de interrogar acerca de ella, ya que hoy la filosofía invita a la poesía a expresar su palabra. Tenemos un poeta…
Borges: Supongamos.
Abraham: Entonces, un supuesto poeta al que podríamos preguntarle qué relaciones encuentra entre la filosofía y la poesía.
Borges: He dicho alguna vez que la filosofía es una rama fantástica. Pero eso no lo he dicho contra la filosofía, al contrario, podría haber dicho por ejemplo —que era exactamente lo mismo conservando la sintaxis desde dos lugares distintos— que la filosofía depara un placer de orden estético. Si se ve a la teología o a la filosofía como literatura fantástica, se verá que son mucho más ambiciosas que los poetas. Por ejemplo, ¿qué son las obras de la poesía comparadas con algo tan asombroso como el dios de Spinoza: una sustancia infinita dotada de infinitos atributos?
Cada filosofía crea un mundo con sus leyes especiales, y esos modelos pueden o no ser fantásticos, pero eso no importa. Yo he entrado a la poesía, y también a la fábula, es decir, yo no soy un novelista. Yo he leído muy pocas novelas en mi vida; para mí el principal novelista es Joseph Conrad. No he intentado jamás la novela, pero he tratado de escribir fábulas. He dedicado mi vida a la lectura sobre todo, y he encontrado que la lectura de los textos filosóficos no es menos grata que la lectura de los textos literarios, y quizás no haya diferencia esencial entre ambas.
Mi padre me mostró su biblioteca, que me pareció infinita, y me dijo que leyera lo que quisiera, pero que si algo me aburría lo dejara inmediatamente, es decir, lo contrario de las lecturas obligatorias. La lectura tiene que ser una felicidad, y la filosofía nos da una felicidad, que es la de considerar el problema. De Quincey dijo que descubrir el problema no es menos importante que descubrir una solución, y no sé si se han descubierto soluciones, pero se han descubierto muchos problemas. Todavía es más enigmático el mundo, más interesante, más encantador.
Yo he dicho hace un momento que he dedicado mi vida a la lectura y a la escritura. Para mí son dos actividades igualmente gratas. Cuando hay escritores que hablan de la tortura de escribir, yo no entiendo esto, para mí escribir es una necesidad. Si yo fuera Robinson Crusoe escribiría en mi isla desierta. Cuando yo era joven pensaba en la vida que yo consideraba épica de mis mayores militares, que había sido rica, y la mía…, una vida de lector, y a veces imprudentemente, me parecía una vida pobre. Ahora creo que no, que una vida de lector puede ser tan rica como cualquier otra vida. Supongamos que Alonso Quijano no hubiera salido de su biblioteca, o librería, como la llamaba Cervantes, creo que su vida hubiera sido tan rica leyendo como cuando concibió el proyecto de convertirse en el Quijote. Para él esa vida es la más real, para mí su lectura ha sido una de las experiencias más vividas.
Y ahora que he cometido la imprudencia de cumplir 85 años, compruebo sin melancolía que mi memoria está llena de versos y llena de libros, yo no puedo ver desde el año 1955, perdí mi vista de lector, pero si pienso en mi vida pasada, pienso desde luego en amistades, en amores también, pero pienso sobre todo en libros. Mi memoria está llena de citas en muchos idiomas, y creo que, volviendo a la filosofía, no nos enriquece por sus soluciones, ya que estas soluciones son dudosas, son arbitrarias, y sí nos enriquece mostrándonos que el mundo es mucho más misterioso de lo que pensábamos. Es decir, lo que la filosofía nos ofrece no es un sistema, no es como alguien dijo un conocimiento claro y concreto, es una serie de dudas, y el estudio de esas dudas es un agrado. El estudio de la filosofía puede ser muy grato. Yo he estudiado la filosofía de paso, pero sin embargo con alguna pasión, ya que en el año 1917 yo había leído Die Welt als Wille und Vorstellung de Schopenhauer. Yo la había leído en inglés, y quería leerla en su idioma original, y yo me enseñé alemán para leer a Schopenhauer, y cuando pienso en el alemán, siento ese agrado. Otros idiomas, por ejemplo el castellano y el inglés, me fueron dados por la sangre, el francés por el hecho de haberme educado en Ginebra. El latín me lo enseñaron obligado, un poco, lo cual es una lástima. El alemán no, es una lengua que decidí aprender, y lo hice del modo más grato. Adquirí un ejemplar del Lirische Intermezzo de Heine y un diccionario alemán-inglés. Empecé a leer; al principio tenía que consultar el diccionario, sobre todo para cada adjetivo, verbo, sustantivo. Pero al cabo de unos meses lloré porque había leído una estrofa sin necesidad de recurrir al diccionario, y puedo recordarla ahora: “Das … mich aus Deutsch, ich spreche Deutsch, man glaubt es kaum, wie is klang, Das wort ich liebe dich es war ein Tram“. Yo lloré, estaba expresando en alemán y entendiendo aquellos versos, y después descubrí tantos poetas…
Ahora vuelvo a decir lo que dije hace un momento, uno debe buscar de todas las cosas una forma de felicidad, y la literatura y la filosofía nos ofrecen formas accesibles de felicidad. En el caso de Schopenhauer hay un agrado literario en su lectura; en el caso de Spinoza no, desgraciadamente escribió de more geométrico, es decir en forma de axiomas y definiciones. Pero yo he visto un libro, me llamó la atención el título, estaba en inglés: Spinoza of God, "Spinoza sobre Dios", y luego adquirí ese libro, y comprobé que todo el libro había sido escrito sobre el texto de Spinoza, pero habían quitado todo ese andamiaje tan pesado e incómodo de definiciones, corolarios, axiomas; estaba el texto que podía leerse sin las dificultades, es delicioso.
Para mí Schopenhauer sería el filósofo, como lo fue también para Doyzen, que escribió una admirable historia universal de la filosofía, que curiosamente no empieza con los pensadores de la Magna Grecia, él dedica tres volúmenes a la filosofía de la India, y yo he leído buena parte de esos volúmenes, y llego a la conclusión de que todo ha sido pensado en la India, y luego llego a pensar lo mismo leyendo la historia de la filosofía china, que todo ha sido pensado en la China, pero de un modo muy distinto que lo hace muy difícil para nosotros.
Me parece difícil que se piense algo que no haya sido ya pensado hace muchísimo tiempo, en la China, en la India, pero todo eso corresponde a hábitos mentales muy distintos, y es mejor pensar occidentalmente, y lo oriental tenerlo en cuenta.
Entonces, resumiendo las digresiones mías preliminares, diría que no creo que haya una diferencia esencial entre la filosofía y la poesía. Ahora, otras preguntas, y espero poder contestar con menos digresiones, más concreto, pero claro, estoy un poco nervioso, soy muy tímido, soy un veterano de la timidez, yo era tímido cuando era joven, imagínense ahora que tengo 85 años, estoy aterrado realmente (risas).
Rússovich: antes de venir aquí me preguntó por teléfono si no le íbamos a tomar examen.
Borges: Cuando yo tenía que dar una conferencia estaba un poco asustado y soñaba que me tomaban examen, me aplazaban. En exámenes de historia argentina no sabía absolutamente nada, y no sé nada tampoco, la historia es misteriosa, en este país sobre todo (risas). Entonces, yo soñaba con el examen, me aplazaban con toda justicia, me despertaba y pensaba: no, tengo que dar una conferencia. El examen es una versión onírica e infernal de la conferencia.
Enrique Marí: Borges, usted mencionó una cosa muy interesante acerca de la filosofía, que es su carácter enigmático. Entre los grandes enigmas de la filosofía, a pesar de que hay muchos, hay uno…
Borges: Yo diría que no hay otra cosa…
Enrique Marí: entre esos enigmas importantes uno es el enigma de la verdad, otro es el enigma de la muerte, con respecto a este último punto…
Borges: Para mí la muerte es una esperanza, la certidumbre irracional de ser abolido, borrado y olvidado. Cuando estoy triste pienso: ¿qué importa lo que le pasó a un escritor sudamericano del siglo XX; qué tengo que ver yo con todo eso? Uno piensa qué importa lo que me pasa ahora si mañana habré desaparecido y espero ser olvidado totalmente, yo creo que la muerte es eso. Pero quizás me equivoque y prosiga otra vida no menos interesante que ésta en otro plano, con distintas condiciones, y lo aceptaré también como he aceptado esta. Pero preferiría no acordarme de esta en la otra, ser más joven (risas).
Marí: Su respuesta me parece tremendamente interesante, se anticipa a lo que yo quería preguntarle…
Borges: disculpe si me he anticipado.
Marí: Es propio de todo filósofo y de todo poeta el anticiparse. Al contestar así, usted da una respuesta que se presenta tremendamente diferenciada del modelo de la muerte que tenemos en nuestra época. Usted sabe que hay muchos modelos de la muerte.
Borges: La aniquilación, el cero.
Marí: El modelo romántico de la muerte, de las hermanas Brontë, de Tolstoi. Pero nuestra época en cambio tiene un modelo de la muerte que es negar la muerte. En cambio, usted, en lugar de negar la muerte…
Borges: Es una hermosa esperanza.
Marí: Lo que me interesa de su respuesta a mi pregunta es que usted se aparta del modelo actual de la muerte.
Borges: Yo no sé cuál es el modelo actual de la muerte. Yo soy un hombre viejo, soy un victoriano del siglo XIX, no un contemporáneo.
Marí: El modelo actual de la muerte es su negación. Han desaparecido todas las ceremonias relacionadas con la muerte. El hombre moderno trata de recluirla, de dejarla de lado. Usted asume una posición inversa, habla desde considerar la vida que es una ficción, y que para que esa ficción sea completa y producir la felicidad, hay que darle un fin.
Borges: Eso no depende de mí, depende del azar, o de Dios, o de algo indudablemente misterioso. Yo no dirijo mi vida, más bien acepto, me resigno a esto, a estas circunstancias.
Mi padre cuando estaba muriéndose me dijo que él esperaba morir enteramente, cuerpo y alma. Ahora, no sé si lo logró. En el curso de una larga vida, una demasiado larga vida, yo he asistido a varias agonías, y siempre el que moría estaba muy impaciente por morirse. Siempre he observado eso, y recuerdo el caso de una de mis abuelas que estaba muriéndose, y dos o tres días antes de morir nos dio sus últimas palabras, que fueron: “Lo que pasa aquí es algo muy común, una mujer vieja que está muriéndose muy despacio. No hay ninguna razón para que toda la casa esté alborotada. Es muy trivial esto”. Nos miró y dijo eso, y luego… Voy a recordar la muerte de mi otra abuela. Ella era hija del coronel Suárez, estaba muriéndose, y con un hilo de voz —todos la mirábamos compungidos— dijo “¡déjenme morir tranquila, carajo!”
Y creo que las dos, la criolla y la inglesa, en el momento no es que fueran muy valientes, eran personas, es así como una mujer muy vieja estaba muriéndose muy despacio, y la otra con esa leve impaciencia. Fue la primera vez en mi vida que oí esa palabra, ni siquiera sabía que no la conociera. Llegó al punto culminar un poco cansada, tuvo que morirse para dejar el trabajo también.
Alumno: Yo le quería preguntar: ¿Cómo ve a la psicología?
Borges: Mi padre fue profesor de psicología. Usaba como texto la obra de William James, y daba clases dos días por semana en “Lenguas Vivas”. Tenía que dar las clases en inglés, y a fin de mes le pagaban lo que entonces era dinero, cien pesos, y él era escéptico de la psicología, decía “La psicología es una ciencia futura. Yo voy a enseñar lo que se llama psicología hasta ahora, pero no creo en ella”. He estado muy interesado en la psicología, pero la he visto así, como una serie de problemas no resueltos.
Alumno: Usted dice que recibe y se resigna a lo que le dé la vida, pero, ¿no es usted el que está construyendo una vida a través de sus actos?
Borges: Yo descreo del libre albedrío. En ese caso, no estoy construyendo. Hay una frase de Carlyle que es terrible, él dice: “la historia universal es un libro que estamos escribiendo y leyendo continuamente”, y escribiendo algo que se llama la cábala, y en el cual también nos escriben, es decir, somos no sólo directores y actores, sino también signos, letras, esa bibliografía divina en la cual también nos escriben. Es terrible esa idea. Yo leí eso y sentí un leve temblor.
Ahora, si usted cree en el libre albedrío, el libre albedrío es una ilusión necesaria. Pero en lo que se refiere a mi pasado, yo puedo aceptar que todo lo que he hecho ha sido condicionado por toda la historia universal, por todo el proceso cósmico anterior. Pero si me dicen que en este momento yo no soy libre, me rebelo. Aquí están mis dos manos, y yo digo: puedo elegir cuál voy a dejar caer sobre la mesa, y en ese momento estoy seguro, pero, ahora que he dejado caer la izquierda, ¿puedo aceptar que eso era fatal y que haber dejado caer la derecha haya sido tan imposible?
Pero en lo que se refiere al pasado, al contrario, uno puede pensar, si ha obrado mal, que no tiene por qué arrepentirse, ya que estaba determinado, y las ideas de castigo y de premio también serían falsas, ya que todo ha sido prefijado; que el libre albedrío no existe, que todo ha sido condicionado. Pero eso depende del temperamento de cada uno. Quizás ustedes que son jóvenes sientan más fácilmente el libre albedrío. En cuanto a mí, me resulta muy difícil creer en él.
Alumna: ¿por qué dijo al principio que “dioses” creó el mundo?
Borges: Me han dicho, yo no sé hebreo, a lo mejor son mentiras, que en el texto bíblico dice “En el principio dioses creó los cielos y la tierra”. Ahora, claro, eso podía ser la trinidad, que sería el plural, o podría ser el resto de una creencia en dioses, ustedes saben esto mejor que yo, ¿elohim es plural, no?
Rússovich: Elohim es plural.
Borges: En el principio Dioses creó, el sujeto plural y el verbo singular. Podría ser la Trinidad, o un dios tan complejo…
Rússovich: Pareciera que hay una superposición. Se podría traducir “El los dioses”, una mezcla de lo uno y lo triple o lo múltiple.
Alumno: ¿No podrían ser esos dioses inferiores, decrépitos y jubilados?
Borges: Los gnósticos suponen en principio la idea de un dios absoluto, del cual no puede predicarse nada, y luego de él emana otra divinidad. Esa divinidad crea un mundo, de ese mundo emana otra divinidad, y así según Ireneo habría 355 divinidades, y la de más abajo tiene, digamos, una partícula ínfima de divinidad, y ésa es la que crea este mundo, y por eso hay enfermedades, hay males, y yo estoy ciego, naturalmente me ha hecho un dios incapaz, y es natural que uno envejezca, y en fin…
En cambio, Leibnitz pensaba que este mundo era el mejor de los mundos. Mejor es Voltaire, que negaba eso y decía: “decididamente, el señor Leibnitz es un optimista”, inventó una moral optimista de la cual luego el reverso de la moneda salió “pesimista”. Esa palabra que usamos todos los días es un regalo de Voltaire; aunque nos ha hecho tantos regalos… Es un bienhechor de todos nosotros.
Alumna: Más que un dios imperfecto, ¿no puede ser un castigo debido a un pecado original? Quizás estemos pagando algo.
Borges: Es la idea del karma, ¿no?, que uno ha pecado en una vida anterior. Recuerdo a un autor que dijo que fundar un hospital es un error. Ante todo, es un acto de vanidad, y luego demora simplemente que el enfermo pague su culpa. Se entiende que si usted es pobre, que si usted está enfermo, que si usted ha nacido en una casta inferior en la India, todo es consecuencia de una vida anterior, usted está pagando esas culpas. Ahora, si cada vida es consecuencia de una vida anterior, es algo muy difícil o imposible de concebir, pues el número de vidas anteriores tiene que ser infinito, ya que si hay una primera vida, no se sabe por qué esa primera vida es auspiciosa, es feliz o es desdichada; siempre tiene que haber una vida anterior. Si uno piensa en el tiempo, ocurre lo mismo. Si uno piensa en un primer instante del tiempo, sin querer piensa en un instante anterior, y luego en otro anterior, y así infinitamente. La transmigración no es imposible. Es tan raro el mundo que todo es posible. Mi padre me dijo: es tan raro el mundo que todo es posible, hasta la Santísima Trinidad.
Alumno: Usted dijo que la lectura y la escritura eran un placer, y otras veces usted manifestó que cometió un pecado muy grande, que es el no haber sido feliz.
Borges: Sí, pero yo dije eso a la semana de la muerte de mi madre. Yo pensé que uno tiene el deber de ser feliz, no por uno sino por las personas que lo quieren a uno. Uno debe ser o simular ser feliz para no apenar a quienes lo quieren. Yo estaba siguiendo un tratamiento para la vista. Mi madre, que estaba muriéndose, había cumplido ya 99 años y tenía terror de llegar a los cien, me decía: “Ahora ves un poco mejor”. Y yo, con toda crueldad, con toda pedantería, le dije: “No, sigo no viendo”. Nada me hubiera costado mentirle, decirle: “Sí, estoy viendo un poco más, ahora percibo tal color…” ¿Por qué no lo hice? Es imposible que haya obrado de un modo tan terrible, pero me acuerdo de haberlo hecho delante de todos ustedes. Entonces yo pensé, claro, he cometido el peor de los pecados, no ser feliz. No por uno; si hay otros que lo quieren a uno, uno tiene por lo menos que fingir, simular la felicidad (aplausos).
Alumna: ¿Alguna vez se preguntó por qué nos crearon carentes de libertad pero conscientes de ello?
Borges: Quiere decir que es un dios bastante inteligente, que ha presentado todo bastante bien, una relativa seguridad, porque no sé si nos ha creado un proceso fatal. Yo tiendo a pensar la vida como un sueño, pero como un largo sueño impersonal como cuando un dice “llueve” y no hay sujeto. El universo vendría a ser un verbo, una serie de acciones y designios, pero sin un soñador, de sueños que se sueñan a sí mismos. Yo creo que eso debe ser una forma del idealismo, ver la vida como un sueño, pero no soñado por una divinidad sino como un sueño que va soñándose en el tiempo. Y ese soñarse en el tiempo sería lo que llamamos el universo, o lo que llamamos Dios, o la realidad, como quieran ustedes. Me parece verosímil ver todo el proceso cósmico como sucesivo, verlo en el tiempo pero sin un actor, sin que haya nadie que dirija todo eso, como un sueño fatal e involuntario que en este momento está soñándonos a nosotros o a cada uno de nosotros.
Alumno: Quiero preguntarle por un verbo en infinitivo que supuestamente se sostiene sin sujeto: el verbo amar.
Borges: Yo tuve una discusión con Macedonio Fernández, ya que Macedonio negaba el yo, él ponía el amor como supremo, y yo le decía: “bueno, ¿entonces quién se enamora de quién si no existe el yo?”. El decía “el yo no existe” (sic), es lo que pensaba Hume, es lo que pensaba Schopenhauer, es lo que pensaba el budismo, que el yo no existe. Pero entonces, ¿por qué tanta importancia al amor? Macedonio pensaba que la pasión es hermosa, más allá de que existan personas. No he entendido bien eso, no sé si Macedonio lo entendía.
No creo que resolvamos esa pregunta esta noche. Necesitamos varias vidas para contestar esa pregunta, una larga transmigración.
Alumna: Si fuéramos inmortales, ¿el amor no existiría?
Borges: No, ¿por qué? Yo creo que sí. Yo siempre estuve enamorado, claro que de distintas personas, pero eso no importa. Supongamos una vida infinita, inmortal, y un número infinito e inmortal de personas, cada una se enamora de todos los demás sucesivamente.
Alumno: Pero hay algo que transcurre.
Borges: Sí, cambia, digamos, el tema del amor, pero la pasión del amor es la misma. Uno siempre comienza enamorado de una mujer única que cambia continuamente, pero eso no importa, siempre es la única, siempre hay una. Pero dura muy poco, veinte, treinta años, que ya es bastante.
Alumno: Recuerdo que usted escribió que el tema del tiempo es uno de los más importantes. ¿Me podría decir por qué lo considera?
Borges: Yo lo encuentro esencial. Por ejemplo, uno puede concebir un universo sin espacio ya que el espacio es una creación que se debe al tacto y a la vista. Pero vamos a suprimir el tacto y la vista, y vamos a suponer simplemente una conciencia. Esa conciencia o esas conciencias -podrían ser infinitas-, deben comunicarse mediante palabras de nuestro sonido o mediante música, sería más hermoso todavía. Entonces tendríamos un universo puramente temporal, sin espacio. Pero un universo sin tiempo es para mí inconcebible.
Alumno: ¿La inmortalidad no sería sin tiempo?
Borges: La inmortalidad significa seguir viviendo, yo creo. Ahora que he dicho seguir viviendo, recuerdo un diálogo que tuve hace dos años con un teólogo mormón. El me dijo que El libro mormón es tan confuso que permite cualquier teología. Entonces él había ideado ésta, que no es heterodoxa: “Muere un hombre justo, llega al cielo. El cielo no es un lugar de ocio, ni de alabanzas de Dios, es un lugar en el que uno sigue trabajando, y eso prosigue por mucho tiempo, y si el que muere sigue siendo justo en el cielo, al cabo de millones de años, digamos, recibe este premio: llega a ser un dios, y siendo un dios le está permitido crear un mundo, crear su cielo y su tierra, y eso él puede determinarlo y elegir, por ejemplo, la mineralogía, la botánica, la zoología, la humanidad; aumentar el número de sexos, puede hacer todo”. Lo felicito, le dije, me parece realmente apetecible y no tedioso, parece una actividad creadora continua y circular.
Alumno: ¿Qué nos puede decir del amor al saber?
Borges: Si mi griego no me engaña, filosofía quiere decir amor al saber. Querer saber me parece algo natural. Qué raro, ahora viajo continuamente, no puedo ver nada, me describen las cosas, me las imagino de un modo sin duda falso, sin embargo, sé que siento los lugares. Por ejemplo, yo ayer estuve en San Juan, no se parece en nada a sentirse en Buenos Aires, y menos a sentirse en Alejandría, en Kyoto, en Texas, en fin, cada lugar tiene un modo peculiar, que llega más allá de los sentidos.
Ahora, yo creo que la transmisión de pensamiento es un fenómeno continuo, que uno está permanentemente recibiendo y dando. Creo que, por ejemplo, uno siente la amistad, la indiferencia, el malquerer, el odio. No tiene que ver con lo que pensaban Condillac o Locke, que decían que todo nos llega a través de los sentidos. Uno puede darse cuenta de que el otro es inteligente, aunque el otro no diga nada. Uno está recibiendo continuamente algo, hasta los sufrimientos, hasta los sacrificios, hasta los maleficios, todo tiene algún fin. En el caso del poeta, todo lo que le pasa es una especie de arcilla que tiene que transformar, que moldear en belleza, y así todas las cosas se justifican, y los males también. Las ideologías también, la ceguera también. Yo debo agradecer esos dones, aunque a veces sean o parezcan terribles.
Alumno: Recién usted se maravilló de las atribuciones que Spinoza le confiere a su dios.
Borges: Sí, porque son infinitas en el tiempo y en el espacio.
Alumno: ¿Y cuáles son las atribuciones que usted le confiere a su dios?
Borges: Esa pregunta es una falacia, porque yo no tengo ningún dios, no le doy ninguna atribución. Sería presuponer que yo tuviera un dios, eso no existe.
Alumno: ¿Cuál es su búsqueda, y cuál su camino?
Borges: Ante todo no es una búsqueda, es una busca, porque búsqueda es una palabra que me desagrada. Mi busca, mi camino, van a ser la misma cosa desde luego, pero yo sé que mi único destino posible es literario. Es decir que yo tengo el deber de cambiar todo lo que recibo, todo eso tiene que ser transmutado en belleza, y en una belleza bastante limitada como es la belleza verbal, ya que no tengo oído para la música, no tengo otras capacidades. Me gustaría ser músico, escultor, arquitecto, pero no puedo. Tengo que limitarme a las posibilidades del lenguaje cuyos límites y arbitrariedades conozco más que nadie. Pero ese es el único medio posible para mí. Para ustedes hay muchos otros caminos, desde luego, y por qué no el mío también, el de escritor, aunque hay destinos más ricos. El resignarse a un idioma es hacer algo con ese idioma, que es tan terco, tan obstinado a veces. Sin embargo, uno tiene el deber de modelarlo, de usarlo, y de respetarlo también.
Alumno: Si usted fuera un crítico de su obra, ¿cómo explicaría ciertos símbolos, como los laberintos, los espejos?
Borges: La respuesta es fácil en el caso del laberinto: es el símbolo más evidente de perplejidad. Yo me siento completamente perdido, y el laberinto es un símbolo evidente de estar perdido. Ahora, el espejo no. Es la idea del yo, por ejemplo de que uno ha sido, y luego uno será en tercera persona, es un lado del espejo.
Yo no he elegido esos temas, esos temas me han elegido a mí. Yo no creo que ningún escritor deba buscar temas o elegirlos, conviene que los temas lo busquen y lo encuentren.
Yo descreo de la estética. Cuando era joven yo creía que debía prescindirse de la rima, luego pensé que la rima era esencial, pensé que la metáfora era esencial. Lugones me enseñó que la metáfora era una de las figuras retóricas, pero creo que cada tema impone su estética. Es decir, uno vislumbra algo, y luego ese algo nos dice si quiere que lo planteemos en prosa, en verso, si el verso debe ser clásico, si debe ser verso libre; si debe ser tratado en tercera persona, o en primera. Luego, uno debe averiguar qué edad conviene, por ejemplo si se trata de una fábula, de un cuento, hay que averiguar qué fecha, qué país le conviene. Todo eso es un entretenimiento, yo paso buena parte de mi tiempo solo y trato de pensar en los proyectos literarios, ya que no puedo hacer otra cosa. Descreo de una especificidad absoluta, creo que cada tema dicta su estética, y que hay temas que exigen, por ejemplo, la brevedad. En mi caso particular, yo creo que debo intervenir lo menos posible en lo que escribo, sobre todo trato de que mis opiniones no intervengan.
En el caso de un cuento siempre me son revelados el principio y el fin, pero no lo que sucede entre el punto de partida y la meta. Hay escritores que dicen que ellos no obran así, que a ellos les basta con el principio, luego buscan el mejor fin, la mejor solución. Yo sé el principio y el fin, y tengo que averiguar qué sucede entre los dos por cuenta propia, y puedo equivocarme. Entonces, tengo que empezar otra vez cuando me doy cuenta de eso.
Hay que ver qué hay de cierto en todo ese proceso, si no, sería muy tedioso. A mi edad, uno no tiene contemporáneos. Se han muerto, yo paso buena parte de mi tiempo solo, pero no me quejo de ello. Estoy poblándolo de planes para el futuro, futuro que puede concluir en cualquier momento, desde luego. Tengo muchos amigos jóvenes pero no pueden darme todo su tiempo, es natural.
Alumno: Carlos Fuentes dijo que a Buenos Aires sería lindo que la verbalizaran, y dijo que Borges lo había hecho. ¿Se considera usted un escritor de Buenos Aires?
Borges: Primero, no sé si es justo, pero se lo agradezco. Desde luego, soy de Buenos Aires. Yo nací en el centro, es algo que conozco bien, pero era otra cosa entonces. Yo nací en Tucumán, entre Esmeralda y Suipacha. Toda la manzana era de casas bajas, con puerta de calle, con llamador; no había timbres, el zaguán, una puerta cancel, patio, aljibe, cielorrasos muy altos. Era muy distinto Buenos Aires. Actualmente hay muchas partes que no conozco. Por ejemplo, hace un año fui por primera vez en mi vida al teatro Colón; no he estado nunca en Villa del Parque, en La Boca del Riachuelo, son lugares que no conozco; salvo Barracas, el Sur, el Centro, Palermo no conozco, pero el Palermo que yo imagino es algo que ha desaparecido ya, el de Evaristo Carriego.
Alumno: ¿Alguna vez se preguntó qué es el hombre y se pudo responder?
Borges: Sería muy raro que yo hubiera podido hacer lo que no ha podido hacer toda la filosofía hasta ahora, ¿no? (risas). No he llegado a saberlo, me he pasado toda la vida preguntándolo.
Alumno: A propósito de la libertad, quisiera saber si es verdad que usted declaró a La Razón el 23 de septiembre de 1976: “hablé con Pinochet acerca del hecho de que aquí, como en mi patria y en Uruguay se están salvando la libertad y el orden, sobre todo en un continente anarquizado. Expresé mi satisfacción como argentino de que tuviéramos aquí al lado un país de paz y de orden que no es anárquico y no está comunizado”.
Borges: Cuando dije eso, lo dije con toda sinceridad. Yo soy un hombre fácilmente engañable.
Alumno: Usted dijo que Así hablaba Zaratustra no era el mejor libro de Nietzsche, sino el peor. Luego se rectificó en parte, diciendo “bueno, quizás no sea el peor”. ¿Qué piensa de ese texto?
Borges: ¡Cómo va a ser el mejor!, es un falso evangelio, digamos. Ante todo, es misterioso. Otros libros de Nietzsche no lo son, es un falso idioma sagrado.
Alumno: ¿Para librarse de Dios procede así, escribiendo un nuevo evangelio?
Borges: Sin duda, yo creo que estaba loco cuando escribió ese libro. En todo caso, es un libro ilegible, muy tedioso, muy confuso. Es horrible. Otros libros de él, breves, están llenos de pensamientos, hay ironías, hay frases muy ingeniosas. Zaratustra no, simplemente sentencias dictadas para siempre, y malas, yo creo. Ya el título es horrible.
Alumno: Usted había mencionado en la declaración recién leída que se encontraba con que América estaba anarquizada…
Borges: Quiero decir simplemente que yo querría un mundo de hombres éticos que pudieran prescindir del estado, de la policía, de las enfermedades, de otros males, decía eso simplemente. Los viejos anarquistas enseñaban que el individuo y el estado se oponían, pero ahora el estado prima. Fuimos a Europa en el año 1914 y llegamos sin pasaporte. A lo mejor cambiaron después de la desconfianza en la primera guerra mundial, en la revolución rusa. Ahora usted no puede dar un paso sin cédulas, impresiones digitales. Vivimos en un mundo de burócratas, de oficinas, empleados públicos. Quizás llegue el momento en que todos sean hombres éticos y no sean necesarias estas cosas. En el Japón usted puede dormir con la puerta abierta, es natural por el clima que hay allí, supongo yo. Para que los hombres sean espontáneamente éticos y no necesiten ser castigados, ser vigilados ni amenazados, habrá que esperar algún tiempo, algunos años nada más. Quizás quinientos años.
Alumna: ¿Qué lugar le da en su vida a la contradicción?
Borges: Posiblemente yo viva contradiciéndome, yo no entiendo mi vida, Lo que pienso es que mi vida no he podido explicarla ni a mí mismo, pero luego leí que Walt Withman comentaba que él sabía poco y nada de sí mismo, y que para averiguarlo ha escrito sus versos; y Hugo lo ha dicho también de una manera distinta: “Soy un hombre velado para mí mismo, sólo Dios sabe mi verdadero nombre”, es decir lo ha dicho más sencillamente.
Alumna: Usted había dicho que no creía en Dios.
Borges: No creo, pero he citado a Víctor Hugo. Nos quedamos con un dios entre comillas, ¿qué le parece?
Alumna: Bárbaro.
Borges: Una pequeña precaución pragmática.
Alumno: ¿Qué fuerza sintió que lo guiaba en su juventud?
Borges: Supongo que hay una fuerza vital que todos sentimos que nos impulsa a seguir viviendo más allá de lo que pensamos. He tenido tantas explicaciones y las he cambiado después. Yo no creo que un joven sea especialmente sabio tampoco.
Es que yo no he llegado a soluciones, yo he llegado a problemas, a dificultades, y esas dificultades son encantadoras también. Yo no puedo dar soluciones, ya que no las tengo, si yo no entiendo la realidad. Si usted viene a mi casa, verá que no hay un solo libro mío en casa, salvo uno que está en japonés, y no lo entiendo. Libros sobre mí, dejé de leerlos a los treinta años, y yo le pregunté una vez a Alfonso Reyes por qué publicaba; él me dijo: “Yo me he hecho la misma pregunta y he llegado a la solución”; “¿cuál es?”, dije yo; “publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores”. Publico un libro, que sea un fracaso no importa, yo publico un libro, mis amigos saben que no tienen que hablarme de él, y yo no sé si ese libro se ha vendido o no, eso corre por cuenta de terceros o editores, no de escritores. Como decía Kipling, “El éxito y el fracaso son dos impostores”, nadie fracasa tanto como cree, ni tiene tanto éxito. Y ya el hecho de trabajar es una felicidad. Yo escribo una página mediocre, pero ya el hecho de escribir me justifica del algún modo, es decir yo cumplo con esa misteriosa tarea de escritor, con ese deber, que no sé quién me ha impuesto, o que yo mismo me he impuesto, y me siento justificado por lo menos mientras escribo, después me siento injustificado o un poco asombrado de lo escrito.
Alumna: ¿Qué opina de la felicidad; es un concepto, algo que sentimos de a ratos, o ese intento que tenemos para justificarnos?
Borges: Yo creo que al cabo de un día, ese podría ser un concepto de Joyce en el Ulises, hemos estado alguna vez en el cielo, alguna vez en el infierno, alguna vez en el purgatorio, por lo menos han pasado algunas cosas.
A veces yo he recibido una racha de felicidad, y entonces no me pregunto por qué, porque no encuentro demasiadas razones para no ser feliz, pero cuando uno recibe esa felicidad, esa felicidad que es irracional, esa felicidad que es un don inexplicable, deja de serlo, y eso sucede fácilmente. Quizás corresponda a un buen estado de salud física, pero no importa, la felicidad es felicidad, y no es tan difícil, es bastante frecuente.
De igual modo yo creo que la belleza es muy frecuente, la versión literaria, por ejemplo. Yo he conocido poetas muy mediocres, pero es raro que no hayan escrito un buen verso alguna vez. Creo que a todos nos está dado escribir un buen verso, sobre todo en el curso de una larga vida es posible que yo haya escrito algunas páginas, no sé si algún poema, algún verso suelto sí, por qué no.
Alumno: Señor Borges, ¿qué es para usted la ironía?
Borges: Es algo que admiro en los demás, pero carezco totalmente de ella (risas).
Alumna: Hablando de clásicos universales, cada autor tiene una determinada obra cumbre, ¿cuál es la suya?
Borges: Yo creo que es un error eso, cualquier obra es una obra cumbre, cualquier obra puede serlo.
Alumno: ¿usted cree que depende de la creatividad del escritor?
Borges: No, yo creo que depende del modo en que es leído un autor. Si usted lee algo en un diario, lo lee para el olvido, si lo lee de un libro, lo lee para la memoria. Si el autor es famoso va con más respeto, pero el texto puede ser el mismo, puede ser igualmente valioso o igualmente falible. Yo no creo que existan ya libros definitivos. Además quizás hay que ver que cada generación reescribe esos grandes libros antiguos, con su dialecto y a su horma.
Vamos a suponer que haya diez o doce argumentos para un cuento, cada cual tiene que contarlo a su modo, con ligeras variaciones que son, desde luego, preciosas. Suponer que ya todo ha sido dicho es un error. Además esos libros han sido enriquecidos por generaciones de lectores. Sin duda que Alonso Quijano es más complejo ahora que cuando Cervantes lo imaginó, porque Alonso Quijano ha sido enriquecido, digamos, por Unamuno. Sin duda que el Hamlet es más complejo ahora que cuando Shakespeare lo originó; ha sido enriquecido por Colleridge, por Bradley, por Goethe, por tanta gente. Es decir, los libros llevan una vida póstuma. Cada vez que alguien los lee, el texto cambia, siquiera ligeramente, y el hecho de ser leído con respeto hace que veamos riquezas en ellos ignoradas por el autor. Quizá un buen libro no corresponde nunca del todo a lo que el autor se propuso. Cervantes quería burlarse de los libros de caballería, y actualmente, si alguien se acuerda de Palmarín de Inglaterra, de Amadís de Gaula, de Tirante Blanco, es porque Cervantes se rió de ellos. Hernández escribió el Martín Fierro para protestar contra la leva, para oponerse a la conquista del desierto, y actualmente esos temas nos tienen sin cuidado, y ahí está Martín Fierro como un hombre que vive, que sufre, que sigue viviendo y sufriendo más allá de lo que Hernández pensaba de él. Tengo casi la convicción de que todo buen libro ha sido modificado, ha sido enriquecido por la historia de las culturas.
Alumna: ¿Qué siente que ha quedado como legado, escrito en sus libros?
Borges: Yo no puedo hablar de mis libros, los he escrito y he tratado de olvidarlos. Yo he escrito una vez, y los lectores me han leído muchas, ¿no? Yo trato de pensar en lo que escribiré, es muy enfermizo pensar en el pasado, el caso de la elegía es muy triste, tanto como el caso de la queja.
Alumna: ¿No es ésta un actitud melancólica?
Borges: No en este momento. Ahora que soy un viejo trato de lograr la serenidad, y la logro muchas veces. En cambio, cuando era joven yo trataba de ser desdichado, yo quería ser un personaje de Dostoievsky, o quería ser el príncipe Hamlet, pero ahora no, ahora me doy cuenta de que no soy el príncipe Hamlet. No cultivo la desdicha.
Alumno: Borges, ¿cómo podría definir un progreso en su vida?
Borges: A medida que he ido viviendo, he ido descubriendo mis límites. Un joven es ilimitado, un joven piensa que depende de su arbitrio ser Alejandro de Macedonia o Walt Withman, o cualquier otro. En cambio, pasan los años y uno sabe sobre todo no lo que puede hacer, sino lo que no puede hacer, y lo que no debe intentar. Esos límites dan cierta serenidad. Yo, por ejemplo, sé que no debo intentar la novela, sé que no debo intentar el teatro, pero sé que a veces no me está vedado escribir un cuento o un poema. Eso ya es una tranquilidad, y sé además qué lugares, qué personas me gusta tratar, voy conociéndome, conociendo mis límites. En cambio, un joven no sabe muy bien quién es.
Alumna: ¿Qué opina de Freud?
Borges: He fracasado en su lectura. En cambio, Jung me pareció un autor muy rico, lleno de sugestiones, que pueden ser ciertas o no, pero, en fin, yo prefiero a Jung y no a Freud. Freud me parece un viejo chismoso.
Alumno: Usted dice que los temas lo eligen; ¿por qué cree que lo eligió el malevaje?
Borges: Nosotros vivimos mucho tiempo en Europa, y entre los libros argentinos estaba Las misas herejes, que Carriego le dedicó a mi padre. Era vecino nuestro, su arrabal era Honduras y Coronel Díaz, y el nuestro un poco más cerca de Maldonado, Guatemala y Serrano. Llevamos ese libro entre tantos otros. Ahí estaba el Facundo de Sarmiento, los tres tomos de Ascasubi, el Martín Fierro, libros de Gutiérrez. Entre esos temas de Carriego estaba el del guapo, y yo siempre sentía nostalgia de Buenos Aires, y siempre me la imaginaba a través de esos libros. Luego decidí escribir la vida de Carriego, conocí al caudillo Paredes, y él me contó muchas anécdotas de cuchilleros, y elegí esos temas.
En cuanto a la milonga es raro, yo no pensaba jamás escribir milongas, y me encontré, me crucé un día con Guastavino en Alvear y Florida. El me dijo: “Si usted escribe algún tipo de milonga, yo le pongo la música”. Y yo le dije: “No sé, nunca he escrito una milonga en mi vida, no sé si podré hacerlo”. Yo iba y recorría galerías, bibliotecas, y de pronto sentí que algo iba a ocurrir, y recuerdo algo que me han contado hace mucho tiempo en la plaza del Once sobre un hombre de lindísimo nombre, Jacinto Chiclana, que murió peleando con muchos. Pensé en eso y enseguida la milonga se escribió sola. La milonga es un género muy raro porque uno no puede trabajarlo, o se escribe, o no se escribe.
Es que todo lo que yo escribo presupone un número indefinido de borradores, y las milongas que he escrito no, se han escrito solas. Quizás sean mis mayores los que las escriben a través de mí.
Alumna: Usted dijo que en su vida agradecía la felicidad, así como agradecía el dolor y justificaba incluso la ceguera; ¿por qué agradecer el dolor y la ceguera?
Borges: Porque para un artista, y yo trato de serlo, todo lo que sucede son materiales para su obra; a veces muy difíciles. La felicidad no requiere nada más, es un fin en sí mismo. La desdicha tiene que ser transformada en otra cosa, tiene que ser elevada a belleza. Para un artista todo lo que sucede tiene que ser arcilla para su obra, y debe tratar de sentir así las cosas, aunque esos dones puedan ser atroces.
Alumna: Me gustaría que contara alguna imagen literaria producida a partir de un sueño.
Borges: Yo estaba en una ciudad de Michigan, y emergí de un sueño muy confuso. Pero de ese sueño logré salvar una frase, en la que un personaje decía en inglés: “Te vendo la memoria de Shakespeare”. No sé a quién se la dijo, ni qué quería decir eso, pero yo le conté ese sueño a María Kodama y le llamó la atención la idea de vender la memoria de un muerto, y de un muerto ilustre como Shakespeare. Yo me quedé pensando en esa frase y me decía: “Vender no; demasiado comercial para mí, pero, ¿por qué no te doy la memoria de Shakespeare?”. Entonces de ahí yo pensé: “vamos a suponer alguien a quien le sea dada la memoria personal de Shakespeare, digamos la que él tuvo pocos días antes de su muerte”. Entonces imaginé un erudito alemán que le habría dedicado toda su vida a Shakespeare y pensaría escribir una biografía sobre él, y luego de un modo mágico que no explicaré él recibe la memoria personal de Shakespeare. Al principio esa memoria le llega en los sueños; empieza a soñar y ve caras conocidas, esas caras son las de Marlowe, de Chassman, y de otros contemporáneos de Shakespeare. Y luego va recordando memorias de ciudades que él no conoce, de árboles, y luego el momento en el cual tiene toda la memoria personal de Shakespeare, y dice: “Ahora puedo escribir un libro, el libro que he soñado toda mi vida, toda la biografía de Shakespeare, ya que tengo todo el material, tengo la memoria personal de Shakespeare”. Y luego él comprende que todas las cosas que va a escribir ya han sido dichas en las tragedias, en las comedias, en los dramas históricos, en los sonetos de Shakespeare, y él no es Shakespeare. Además, se siente abrumado por esa memoria infinita, tiene miedo de perder su propia identidad, entonces una de las condiciones del cuento es que la memoria puede ser ofrecida, pero también debe ser aceptada por otro. Entonces él, abrumado por esa infinita memoria, que no le sirve para nada, toma el teléfono, y le contestan infinitas voces, y al final, a una voz que le parece la de una persona culta, le dice: “Le ofrezco la memoria de Shakespeare, ¿la acepta usted?”, y el otro le dice: “No estoy muy seguro de lo que usted dice, pero sí, la acepto”. Entonces, él cuelga el teléfono y siente un ligero alivio, y luego va olvidándose poco a poco de toda la memoria de Shakespeare, y vuelve a ser un erudito simplemente que sólo sabe la fecha de la vida de Shakespeare, y se siente aliviado porque ya ese peso de la memoria no lo tiene más. Ese es el argumento que yo recuerdo dado por su sueño. Muchísimas gracias.



Conferencia de Jorge Luis Borges en el Aula Magna de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires
Entrevistadores: Profesores Tomás Abraham,  Alejandro Rússovich y Enrique Marí, 12 de septiembre de 1984
Desgrabación de Alfredo Siedl
Foto: Jorge Luis Borges en entrevista con Orlando Jiménez Leal

1/1/18

Jorge Luis Borges-Osvaldo Ferrari: Las letras en peligro ("En diálogo", III, 114)




Osvaldo Ferrari: He leído en un diario de Buenos Aires, una carta suya, Borges, cuyo título es «La cultura en peligro».
Jorge Luis Borges: Sí, pero yo quería cambiar ese título, porque «La cultura en peligro» no suena bien. Yo había pensado poner «Las letras en peligro», para evitar la sinalefa, pero, quizá a la gente le interese más la cultura, siquiera nominalmente, que las letras; que son un tema, bueno, especial: las letras están incluidas en la cultura, y no viceversa. De modo que mantengámonos en ese título, un tanto cacofónico: «La cultura en peligro» —ya sé que la palabra cultura es una palabra antipática, pero es la única, ¿no?—; y es la palabra justa, más allá de sus connotaciones gratas o ingratas.
Si a usted le parece, yo leería su carta, para que pueda explicar de qué se trata.
—Pero cómo no.
Dice lo siguiente: «Es raro que alguien quiera haber sido objeto de una broma; tal es, inverosímilmente, mi caso. Ha llegado a mis manos un manuscrito cuya materia es la reforma —llamémosla así— de los estudios de la Facultad de Letras de la Universidad de Buenos Aires. Soy doctor emérito de esa casa»
—Bueno, yo querría explicar un poco mis actividades: yo enseñé durante unos veinte años —elijamos las cifras redondas— no la literatura inglesa o la norteamericana, que son infinitas, pero sí el amor de esas literaturas; o, más concretamente, el amor de algunos escritores: basta con el hecho de que un estudiante se enamore de un autor y busque sus libros, para que yo me sienta justificado. No sé si le dije que hace un tiempo, me detuvo alguien en la calle San Martín, me detuvo un desconocido y me dijo: «Borges, quiero agradecerle algo». Y yo le dije: «¿Qué quiere agradecerme, señor?», y él me dijo: «Usted me ha hecho conocer a Robert Louis Stevenson». En tal caso, le dije yo, me siento justificado. Me sentí muy feliz, porque haber hecho que alguien conozca a Stevenson es haberle dado… es haber agregado una felicidad a su vida. De modo que yo he enseñado el amor, no de todas esas literaturas, ya que he fracasado con muchos libros de esas ilustres literaturas, pero sí el amor de algunos libros y de algunos autores, o, por qué no, de un autor. Ya con eso basta para mi tarea; lo demás, bueno, es propio de enciclopedias, de historias de la literatura: nombres, fechas, todo eso es secundario.
Usted agrega, entonces: «En esta ocasión, como en otras, no he sido consultado»…
—Claro, voy a decirle por qué puse eso: nos nombraron a José Luis Romero y a mí, profesores eméritos. Entonces, yo le pregunté a Romero «qué significa eso de emérito». Y me dijo: «Realmente no sé, supongo que querrá decir consultivo». Pero, no he sido consultado nunca, de suerte que esa explicación de él no era acertada. Quizá se tratara de un mero sonido halagüeño, simplemente un halago verbal: me regalaron esa palabra esdrújula «emérito», ¿no? Y por qué no agradecer las esdrújulas, una de las virtudes del castellano que otros idiomas no tienen. Bueno, muy bien, soy un profesor emérito aunque no sé muy bien qué significa eso; yo pensé que quería decir retirado, pero parece que no, parece que además tiene una suerte de connotación halagüeña, ¿no?, porque «jubilado», «retirado», se parecen un poco a «arrumbado», pero «emérito» parece…
Más loable.
—Sí, más loable, es menos melancólico, ¿no? A ver, sigamos.
Entonces, usted dice: «No he sido consultado, pero me creo con derecho a opinar», y transcribe el texto que le han dicho a usted que está en circulación.
—Sí, ahora, me dijeron después que ese texto es un texto exacto, y que por extraordinario que parezca, este tema va a ser discutido en la misma Universidad.
El texto es el siguiente: «Todas las literaturas extranjeras podrán ser optativas»
—Bueno, optativas quiere decir que podrán dejarse de lado, ¿no?; la palabra «optativo» significa eso, sí.
—«Y pueden sustituirse, por ejemplo, por Literatura media y popular»…
—Bueno, ahí confieso mi ignorancia; sobre todo ¿qué es literatura media?; después digo que puede ser «mediocre», pero me han dicho que no, que se trata de best sellers; es decir, algo que no suele parecerse a la literatura. En todo caso, excluye todo lo que pueda haber de pedantesco en la palabra literatura, ya que las palabras «literatura media» la hacen más accesible, menos alarmante que «la literatura», que podría ser muy solemne.
Continúo leyendo: «pueden sustituirse por Medios de comunicación»…
—Cuando yo leo eso, pienso inmediatamente en ómnibus, diligencias, tranvías, ferrocarriles. Me explicaron que no; que se trataba de periódicos, de revistas —que vienen a ser pequeñas antologías—, o de la radio, incluso de la radiotelefonía. Ahora, parece muy raro que la literatura sea remplazada por la radio, pero parece que todo es asombroso.
Luego dice: «pueden sustituirse por Folklore literario»…
—Creo que opino sobre eso a continuación, pero ¿qué puede ser el folklore sino una serie de supersticiones?, y ¿por qué fomentarlas? Claro que eso se hace porque se piensa en el folklore regional, y, desde luego, todo lo regional y todo lo nacional, tiene un prestigio en esta curiosa época; parece que es muy importante tal región o tal otra. Para mí no lo es, yo trato de ser digno de esa antigua ambición de los estoicos: ser un ciudadano del mundo. Y no insisto particularmente en haber nacido en la Parroquia de San Nicolás, de la ciudad de Buenos Aires.
Sigue diciendo: «pueden sustituirse por Sociología de la literatura»…
—Realmente yo no sé qué pueda ser la sociología de la literatura. Si fuera una ciencia, podría predecir las cosas, pero, curiosamente, esa sociología se aplica a la literatura que ya ha ocurrido o que se quiere que ocurra. Y esto me recuerda una broma de Heine, que dijo: «El historiador, el profeta retrospectivo»; y eso fue, quizá, mejorado, curiosamente, por Valera, por Juan Valera, que dijo que «la historia es el arte de profetizar el pasado». Lo cual es cierto. Además, no sé si esa sociología de la literatura nos dará los nombres, y por qué no las fechas y los títulos de los grandes libros del siglo XXI. Más bien nos dirá que lo que ha ocurrido era inevitable, pero yo no sé hasta qué punto el hecho estético es inevitable: yo creo que nadie pudo predecir que en el año 1855, un periodista de Brooklyn, Walt Whitman, publicaría Leaves of grass (Hojas de hierba), y que eso modificaría toda la literatura subsiguiente. O que años antes, Edgar Allan Poe, por virtud de esos cinco cuentos que escribió, que todos recordamos: «Los crímenes de la calle Morgue», «La carta robada», «El escarabajo de oro», y los otros; nadie pudo predecir, por sociólogo que fuera, que eso iba a crear un género literario: el género policial. Y que ese género iba a tener cultores tan ilustres, bueno, como Dickens, como Wilkie Collins, como Chesterton, como Eden Phillpotts, y como tantos otros; la lista sería casi interminable, Nicolas Blake… bueno, muchísimos en todas partes del mundo; yo mismo, con Bioy Casares, he ensayado ese género en los Seis problemas para don Isidro Parodi. Todo eso no hubiera ocurrido si Poe no hubiera escrito esos cinco cuentos, que vienen a ser ejemplares perfectos del género, y trataban de determinar las leyes que se fijarían después; es decir, el hecho de rehuir toda violencia, de hacer que un crimen fuera resuelto por la meditación y por la observación, y no como suele proceder la policía, por recibir denuncias.
Llegamos entonces, a las dos últimas posibilidades…
—¿Cuáles son?
Pueden sustituirse por Sociolingüística, Psicolinguística.
—Bueno, yo no puedo decir nada de esas cosas, ya que para mí son meros neologismos, y no sé si corresponden a disciplinas. En todo caso, serían disciplinas tan recientes que para muchos son hipotéticas. Por qué preferir al goce estético el estudio de esas disciplinas, cuyo mismo nombre es árido.
Su carta termina diciendo que, según es fama, los argentinos somos ingenuos…
—Eso quiere decir que posiblemente mucha gente crea que esa lista es auténtica, y que alguien va a creer que ese peligro es serio; es decir, que se va a remplazar la literatura, el goce de la literatura, por disciplinas sobre la literatura. Pero eso no es imposible; yo he sido profesor durante unos veinte años; muchos estudiantes me pedían, entonces, bibliografía. Y yo les decía que no, que no les daría ninguna, ya que la bibliografía es posterior a la obra de un escritor; no creo que Shakespeare hubiera leído, bueno, las vastas bibliotecas que se han escrito sobre él. Es decir, lo primero es la obra, pero ahora se escribe tanto sobre la obra, sobre los libros, y se escribe sobre lo que se escribe; y se escribe sobre lo que se escribe sobre lo que se escribe… que, la gente, por lo general, no llega al texto nunca, porque hay ese estorbo de la bibliografía. Y eso, bueno, eso continuará; ya Samuel Butler dijo que, con el tiempo, los catálogos del museo británico no cabrían en el mundo (ríen ambos). Ni siquiera se refirió a los libros, ya que los catálogos serían demasiados. Es decir, estamos obstruidos por la erudición, que es uno de los peligros de nuestro tiempo, aunque haya tantos ignorantes; porque los eruditos suelen ser ignorantes, o sólo suelen conocer aquel punto que estudian. Lo general ya no; es demasiado vago eso para ellos.
En ese caso, se trataría de la erudición clausurando la creatividad.
—Sí, quizá una de las ventajas para estudiar, por ejemplo, los orígenes de la literatura, es que se han perdido todos esos chismes: los nombres de los autores, las fechas; algo tan importante para los críticos actuales como los cambios de domicilio… yo he leído un libro sobre Poe, de Harvey Alien, creo, que casi no era otra cosa que los cambios de domicilio de Poe. Casi no había otra cosa, y, sin embargo, lo menos importante son los cambios de domicilio: todo el mundo cambia de domicilio; pero lo importante es lo que un escritor ha soñado, y el libro que nos ha dejado. Todo eso se sustituye por cambios de domicilio, o —en el caso de los psicoanalistas— se sustituye por chismes, indiscreciones sobre la vida sexual… además, se entiende que todo escritor debe odiar a su padre y querer a su madre, u odiar a su madre y querer a su padre. Todo eso está remplazando a la literatura, al goce estético, que es casi desconocido ahora. Bueno, yo no sé si realmente corremos el peligro de que he hablado, espero que no, espero haber sido engañado personalmente; espero una declaración de una persona cualquiera vinculada a la Universidad, diciendo que —yo uso después una frase que creo necesaria—, que ese estrafalario catálogo no existe, y no podrá tomarse en serio. Sería muy triste, además, que la Universidad —claro que suele exagerarse la importancia de las universidades— se dedicara a reemplazar la literatura por la mera sociología. Pero, todo es de temerse en esta época.
Creo que el contenido de su carta, Borges, ha quedado completamente explicado.
—Bueno, pero convendría, yo creo, que aparecieran otras cartas, de otros escritores, porque quizá este peligro no sea imaginario; quizá sea real. Y entonces convendría que los escritores protestaran. No quiero mencionar nombres propios; pero con que una persona vinculada a la Universidad lo desmintiera, bastaría. Pero, si hay otros escritores que quieran expresar su alarma ante este inverosímil, pero no imposible peligro, mejor. Además, Boileau dijo: «Lo cierto puede, a veces, no ser verosímil». Y, en este caso, puede tratarse de un hecho cierto, y tan inverosímil como yo he pensado, o como yo trato de pensar.
O al revés.
—Sí, todo es posible.





Título original: En diálogo (edición definitiva 1998)
Jorge Luis Borges & Osvaldo Ferrari, 1985
Prefacio: Jaime Labastida
Prólogos: Jorge Luis Borges (1985) & Osvaldo Ferrari (1998)

Desde el cap. 92 hasta el final 118 el material fue publicado 
anteriormente bajo el título Reencuentro. Diálogos inéditos
Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1999.
Incluido luego como parte III en En diálogo

Imagen: Ejemplares de Robert Louis Stevenson propiedad de JLB
Museo de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges
Toma de Fernando Albarracín, diciembre 2017 


31/12/17

Alberto Manguel: Borges en la víspera del Año Nuevo de 1967







La víspera del Año Nuevo de 1967, en una sofocante y ruidosa Buenos Aires, me encuentro cerca del departamento de Borges y decido visitarlo. Está en su hogar. Ha bebido un vaso de sidra en casa de Bioy y Silvina y ahora, de regreso, se ha puesto a trabajar. No le presta atención alguna a los silbatos y petardos («la gente celebra obedientemente, como si una vez más el fin del mundo se avecinase») porque está escribiendo un poema. Su amigo Xul Solar le dijo, muchos años atrás, que lo que uno hace en Año Nuevo refleja y marca la actividad de los meses por venir, y Borges ha seguido fielmente esta admonición. Cada víspera de Año Nuevo, supersticiosamente, comienza un texto para que el año que se inicia le conceda más escritura. «A ver, ¿me puede anotar unas frases?», pregunta. Como en muchos de sus textos, las palabras componen un catálogo porque, dice, «hacer listas es una de las más viejas actividades del poeta»: «El bastón, las monedas, el llavero...». Ya no recuerdo los otros objetos que, amorosamente evocados, llevaban a la frase final: «No sabrán nunca que nos hemos ido».



En Manguel, Alberto; Con BorgesMadrid, Alianza Editorial, 2004 
Photo Illustration: Bryan Gee/ The Globe and Mail 
Images: Getty Images/ Horacio Paone for The Globe and Mail

30/12/17

Jorge Luis Borges: Una versión de Borges








Marcelino Menéndez y Pelayo —cuyo estilo, pese a la casi imposibilidad de pensar y al abuso de las hipérboles españolas, fue ciertamente superior al de Unamuno y al de Ortega y Gasset, pero no al que Groussac y Alfonso Reyes nos han legado— solía decir que de todas sus obras, la única de la que estaba medianamente satisfecho era su biblioteca: parejamente, yo soy menos un autor que un lector y ahora un lector de páginas que mis ojos ya no ven. Mi memoria es un archivo heterogéneo y sin duda inexacto de fragmentos en diversos idiomas, incluso en latín, en inglés antiguo y, muy pronto, lo espero, en nórdico antiguo. Alguna vez pensé que mi destino de mero lector era pobre; ahora, a los setenta años, he dado en sospechar que haber leído, y releído, la balada de Maldon es quizá una experiencia no menos vívida y valiosa que la de haber batallado en Maldon. “Están verdes las uvas” observaría Esopo, sonriendo.
El azar (tal es el nombre que nuestra inevitable ignorancia da al tejido infinito e incalculable de efectos y de causas) ha sido muy generoso conmigo. Dice que soy un gran escritor; agradezco esa curiosa opinión, pero no la comparto. El día de mañana, algunos lúcidos la refutarán fácilmente y me tildarán de impostor o de chapucero o de ambas cosas a la vez. Quiero dejar escrito que no he cultivado mi fama, que será efímera, y que no la he buscado ni alentado. Acaso una que otra pieza —“El Golem”, “Página para recordar al coronel Suárez”, “Poema de los dones”, “Una rosa y Milton”, “La intrusa”, “El Aleph”— perdure en las indulgentes antologías.
No soy un pensador. Me creo un hombre bueno y tal vez un santo, lo cual es prueba suficiente de que en realidad no lo soy. Fuera de Juan Manuel de Rosas, mi pariente lejano, y de otros dictadores cuyo nombre no quiero recordar, me cuesta comprender qué es el odio. He recorrido buena parte del mundo. Amo con amor personal a muchas ciudades: Montevideo, Ginebra, Palma de Mallorca, Austin, San Francisco de California, Cambridge, New York, Londres, Edimburgo, Estocolmo… En cuanto a Buenos Aires, la quiero mucho pero bien puede tratarse de un viejo hábito.




En Sara Facio y Alicia D’Amico, Retratos y autorretratos, Buenos Aires, Ediciones Crisis, 1973

Luego, en Textos recobrados 1956-1986 (1987)
© 2003 María Kodama
© 2003 Editorial Emecé


Imagen arriba: Plazoleta del lector en Mar del Plata o Plazoleta Jorge Luis Borges
Esquina de La Rioja y San Martín (Mural de Miguel REP) Vía



29/12/17

Jorge Luis Borges: Entrevista con Ramón Chao e Ignacio Ramonet [París, abril de 1978]






Buenos días, señor Borges, le agradezco que me reciba.

Llámeme Borges no más. Tengo casi ochenta años. Todos mis amigos han desaparecido. Cuando pienso en ellos pienso en fantasmas. Todos somos fantasmas, ¿no? En 1955 perdí la vista y ya no leo los periódicos. No tengo a menudo la ocasión de hablar con la gente. Por eso, cuando tengo una entrevista agradezco a mi interlocutor. Pero siempre lo prevengo: soy muy categórico, a veces hasta desagradable. Es tal vez una reacción contra mi timidez, pues nunca estoy seguro de lo que digo. Cuando afirmo algo, no hago sino avanzar una posibilidad. Propongo entonces, antes de comenzar, que emitamos algunas locuciones de duda, como “tal vez”, “probablemente”, “no es imposible que…”, etcétera. El lector los pondrá cuando lo considere oportuno.

¿Puede poner un rostro sobre una voz?

No, no tengo necesidad de hacerlo. Un pensador inglés decía que todas las ideas, todos los sentimientos podían ser expresados por la palabra. Habría preferido conservar la vista, pero la voz es tan personal que el hecho de no verlo no tiene mucha importancia. Hay una afinidad entre las personas difícil de explicar. Mis relaciones con los objetos son más problemáticas, pues los objetos no hablan. Sólo puedo tocarlos. Hubiera debido ser escultor. Por supuesto, preferiría verlo, pero debo buscar argumentos para soportar mi ceguera, ¿no es cierto? De otra manera, me daría lástima a mí mismo, lo cual es detestable. Bernard Shaw decía que la piedad degrada tanto al que se apiada como al que recibe la piedad.

¿Este estoicismo es debido a su situación personal o a la herencia de sus ancestros? Usted desciende de una familia de militares. Muy valerosos, por supuesto.

Mi abuelo, el general Borges, murió en 1874, en una batalla contra los indios. Su vanguardia acabada, se quedó solo sobre su caballo blanco. Avanzó a galope hacia el enemigo que lo perforó a balas. Esto dicho, no hay razón para suponer que un militar es valiente. Un individuo que pasa su vida de cuartel en cuartel para obtener su promoción y que estudia la estrategia no tiene necesidad de ser valiente. Y, por supuesto, no está preparado para gobernar. La idea de mandar y de ser obedecido es lo propio de una mentalidad infantil. Eso explica que los dictadores sean gente inmadura.

Es curioso, con su genealogía de guerra y de violencia, usted es alguien pacífico, detesta la violencia y pone todas sus frases en condicional. ¿Es por eso que se desfoga en sus obras hechas de crímenes, duelos y traiciones?

Nunca lo había pensado. Es posible que yo sea, de alguna manera, la memoria de mis antepasados. Es posible que a través de mí ellos intenten sus vidas de guerra y violencia.

¿Cuándo pensó en convertirse en escritor?

Desde siempre. Tenía dos o tres años cuando comencé a escribir. Mi padre, psicólogo anarquista, me reveló el valor de la poesía. El hecho de que las palabras no son simplemente medios de comunicación, sino sonidos musicales, mágicos y complejos. Ya tenía veinticuatro años y él me aconsejaba continuar leyendo, y no escribir sino hasta cuando tuviera verdaderamente necesidad. Y,
sobre todo, no apresurarme a publicar. Él mismo escribió una novela que nunca editó. En el fondo, me volví escritor porque era su vocación y él no la había realizado. Seguí todos sus consejos. Lo digo con cierta nostalgia, pues, desde 1955, mi ceguera me impide leer. Ese año se produjeron dos cosas capitales en mi vida: me nombraron director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires y, casi simultáneamente, me volví ciego. Doscientos mil volúmenes al alcance de mi mano… sin poder leerlos.

Usted realizó la vocación de su padre, pero no completamente. Su padre se equivocaba. Usted mismo lo reconoce cuando, en el prefacio de Ficcionesescribe que es vano querer desarrollar en quinientas páginas lo que puede ser resumido en veinte o treinta.

De hecho, no he leído muchas novelas. He leído a Conrad, Dickens, Dostoyevski, Melville… y Don Quijote, como todo el mundo. Sería ilógico que no siendo un lector de novelas yo intente escribirlas. 

La vida está llena de paradojas. Le dieron el Premio Cervantes siendo que usted no ama su lengua, el español.

¡Nunca he dicho eso! He podido decir que el francés es una lengua muy bella, con giros que no tienen las otras, como las “y” en “j’y suis” o “j’y reste” o los “en” de “nous en reparlerons”. Pero tenemos, en español, los verbos “ser” y “estar”, que no existen en ninguna otra lengua y que separan lo metafísico de lo contingente. Tenemos también una movilidad envidiable de los adjetivos y una construcción más flexible de la frase. Los españoles tienen por qué estar orgullosos de su lengua. Pero no saben hablarla. La pronuncian como si se tratara de una lengua extranjera.

¿Entonces de dónde viene esa opinión tan divulgada de que usted no está a sus anchas en español?

Me gustaría que se me juzgue por lo que escribo y no por lo que he podido decir. O por lo que me han hecho decir, pues, por timidez, a veces no me atrevo a contradecir a mi interlocutor. Por el contrario, cuando uno escribe, uno corrige hasta el infinito. De hecho, esa opinión fue sacada de una conversación con Pablo Neruda, la única vez que nos encontramos. Durante dos horas jugamos a asombrarnos. Él me dijo: “No se puede escribir en español”. Yo le respondí: “Tiene razón, es por eso que nadie nunca ha escrito en esa lengua”. Entonces él sugirió: “¿Por qué no escribir en inglés o en francés? Pero… ¿Estamos seguros que merecemos escribir en esas lenguas?”. Entonces decidimos que tocaba resignarse a seguir escribiendo en español.

Curiosa conversación entre dos personas que no se entendían.

Él había escrito un poema contra los tiranos de América Latina dedicando algunas estrofas a los Estados Unidos, pero ni una sola a Perón. Suponíamos que él estaba lleno de una noble indignación; de hecho, estaba pensando en un juicio que le estaban haciendo en Argentina y no quería indisponer al gobierno de mi país. Estaba casado con una mujer argentina y sabía muy bien qué era lo que pasaría, ¿no? Pero no quería que su poema lo perjudicara. Cuando fui a Chile, él se eclipsó para no verme, y menos mal. La gente quería oponernos. Él era un poeta comunista chileno y yo un poeta conservador argentino, yo estaba contra los comunistas.

¿Qué les reprocha a los comunistas?

No puedo estar de acuerdo con una teoría que predica la dominación del Estado sobre el individuo. Pero todo lo que acabo de contar no tiene nada que ver con la calidad de la poesía de Neruda. Cuando en 1967, el Premio Nobel fue dado a Miguel Ángel Asturias, dije de inmediato que era Neruda quien lo merecía. Y terminó por recibirlo en 1971. No me parece justo que se juzgue a un escritor por sus ideas políticas. Pues, si es verdad que Rudyard Kipling defendió el Imperio Británico, hay que reconocer que fue un gran escritor.

Durante cierto tiempo usted también ignoró los crímenes de los militares en su propio país.

A riesgo de decir lo mismo, la explicación debería ser fácil. Cuando, como yo, se comete la imprudencia de aproximarse a los ochenta años, uno se queda bastante solo. Como lo sabe, no leo los periódicos y conozco a muy poca gente. No obstante, había oído hablar de “desapariciones”. Mis amigos me aseguraron, sinceramente, creo, que se trataba de turistas que simplemente cambiaban de lugar, pero que no había “desapariciones”. Les creí hasta que las Madres y las Abuelas de la Plaza de Mayo vinieron a verme. Entre ellas, se encontraba la prima de los propietarios de uno de los periódicos más importantes de Argentina. Rápidamente comprendí que esa mujer no era una actriz. Me dijo que su hija estaba “desaparecida” desde hacía años. Quería que le dijeran la verdad, incluso si su hija estaba muerta. Se dirigió a los ministros, al jefe de la policía, al Vaticano, y siempre la misma respuesta: “Usted la tendrá en casa dentro de seis meses”. Nunca la volvió a ver. Los militares argentinos están completamente locos.

Como el término de “desaparecido” [en el original, "disparu"]

La realidad es mucho más terrible: esos “desaparecidos” fueron secuestrados, torturados y asesinados. Es una película que termina mal.

Antes de su ceguera, usted era crítico de cine. ¿Extraña ese tiempo?

No mucho, pues el cine dejó de ser mudo.

¿Era mejor?

¡Por supuesto! Después apareció el cine en tecnicolor. Otra calamidad.

¿De qué película se acuerda?

Una película dirigida por Josef von Sternberg, sobre los gangsters de Chicago. Era una película épica. Pocos días después, Carlos Gardel iba a cantar en la misma sala de cine y no quise ir a oírlo por miedo de perder la impresión que me había hecho esa película. Así me perdí de ver a Carlos Gardel.

¿Es que según usted Carlos Gardel encarna eso que pomposamente se llama el alma argentina?

El alma argentina ha sido varias veces pervertida y corrompida. Sobre todo por la abominable dictadura del general Perón. Nunca fui peronista. El país ha cambiado mucho. En este momento, vivimos años considerados, sin duda, como ridículos por el resto del mundo, pero que para nosotros son espantosos e infernales.

De todas formas, Gardel continúa siendo un símbolo de Argentina. ¿No dice usted que cada vez canta mejor?

Cuando era niño, los hombres bailaban el tango entre ellos. No las mujeres, pues las palabras eran escabrosas. Cantaban en voz baja, de una manera deliberadamente inexpresiva. Sobre todo cuando se trataba de crímenes y de sangre. Tenían esa timidez propia de los argentinos. Hasta que apareció el argentino Carlos Gardel. Su gran descubrimiento, además del encanto de su voz, fue dramatizar el tango. Me acuerdo que estaba con mi madre en los Estados Unidos y escuchamos un tango. El tango no nos gustaba. Y no obstante, algunos instantes después, llorábamos de emoción. Si hubiera sido sordo no hubiera podido apreciar el tango ni la milonga. Me hubiera gustado ser músico, pero no soy más que un hombre de letras. Quizá mi frustración es debida a mi sordera musical. No entiendo nada de música, excepto la guitarra, que me gusta. En general, los gauchos no tocan bien la guitarra, pero pueden pasar horas afinándola, lo que produce ya una suerte de música elemental.

Por el contrario, entre sus pasiones figura la genealogía, ¿no es cierto?

Es para mí un género de literatura. Los ingleses disponen de un bello aforismo: “Sabio el niño que sabe quién es su padre”. Mucho más sabio el que conoce el origen de sus bisabuelos, ¿no?

Ya me habló de su padre. ¿Y su madre?

Era inglesa y yo hablaba inglés con ella. Muy joven, me llevaron a Suiza y hablaba francés con la maestra, y aprendía latín con un profesor. Con mi papá hablaba y escribía en español. Entonces creí en un tiempo que cada persona tenía su propia lengua. Curioso: cientos de millones de lenguas. Pero tal vez es cierto, por eso no nos comprendemos.

¿Escribía como su padre o su padre como usted?

Yo tenía un estilo muy barroco, como él. Cuando uno comienza a escribir, uno imita a sus maestros, por modestia o por ambición. Creo que el escritor encuentra su estilo propio después de años. Cuando era joven, entonces copiaba a mi padre, buscaba palabras arcaicas, inesperadas. Ahora evito las metáforas, las palabras raras, todo lo que puede llevar a consultar un diccionario. Espero alcanzar el fondo común de la lengua, más allá de las limitaciones temporales o geográficas.

¿Piensa que ha llegado a ser Borges ahora que tiene una “obra”?

Lo que dice es muy emocionante, pero le ruego poner obra entre comillas. No tengo una “obra”, sino fragmentos. Ignoro por qué soy célebre. Al principio pensaba que no publicaría nunca; después, que yo era una superstición argentina, pero ahora debo resignarme y pensar que no soy un impostor: he recibido la Legión de Honor en Francia, me han hecho doctor honoris causa de varias universidades… Pero lo que Borges preferiría es que se le celebre mucho más por lo que no ha escrito que por lo que ha escrito. Es decir, por lo que él borró y que se encuentra entre líneas. Eso se puede hacer gracias a Cervantes y a las literaturas francesa e inglesa, pues, en general, el español es muy grandilocuente. Siempre tengo en mente la frase de Boileau: “Aprendí de Molière el arte de hacer versos simples con dificultad”. Según creo, pocos escritores han alcanzado la perfección, salvo quizá Kipling en sus cuentos. No tienen una palabra de más. Intento aprender de él, con toda modestia. Ser a la vez simple y complejo. Por supuesto, algunos temas exigen la novela, como la invasión de Rusia por Napoleón. Pero no pienso escribir novelas. 

Y, sobre todo, no se va a poner a leer a Tolstoi.

Había comenzado a leer La guerra y la paz, pero la abandoné cuando los personajes se volvieron inconsistentes. Georges Moore dice que Tolstoi había hecho una transcripción tan minuciosa de un jurado que, en el cuarto miembro, ya no se acordaba de las características del primero. Como desde hace un cuarto de siglo ya no veo, me hacen la lectura, y prefiero las relecturas. Para escribir, me contento con dictar. Llegando a mis ochenta años tengo muchos proyectos.

La última vez que vine a verlo, en compañía de Ignacio Ramonet, su pasión era la etimología.

Y continúo. El origen de las palabras va más lejos que el de las generaciones. Observe la palabra sajona bleig, que significa “incoloro”. Ha evolucionado en dos sentidos opuestos. En español hacia “blanco” y en inglés hacia “negro”, black. ¿Y sabe de dónde viene la palabra jazz? Del inglés creol de la Nouvelle Orleáns, en donde to jazz significaba hacer el amor, pero de una manera rápida, espasmódica, como lo sugiere esa onomatopeya. Acabo de enterarme de que la palabra “cosmético” viene del griego: “ordenar el mundo”. Embellecer el rostro, como si se tratara del universo. Curioso, ¿no? 

El profesor Pascual acaba de enseñarme que “Canarias” no quiere decir que había muchos patos en esas islas. Éstas fueron bautizadas en el primer siglo por un rey de Mauritania porque había visto allí perros (canes) enormes. 

¡Qué desilusión! Pero me enseñó algo. El otro día, su amigo Ramonet me explicó la etimología de “Gabón”, que vendría del portugués “gabão”, abrigo. 

¡Qué memoria tiene! Casi como la de Funes, el héroe de uno de sus cuentos.

¡Nada de eso! Funes murió aplastado por su memoria. Ese cuento es una metáfora del insomnio. 

Por eso nos angustia tanto.

Sí, la falta de sueño es terrible. Sufrí de eso durante un año en Buenos Aires. Era el verano, largas noches con zumbidos de moscos… como si un enemigo diabólico me hubiera condenado.

¿No Dios? Bien se ve que usted es agnóstico, por no decir dualista. ¿Ahí está todavía la influencia de su padre o tuvo una educación religiosa?

Una educación religiosa, como todo el mundo. Pero no mucho tiempo. Rápido me di cuenta, leyendo a los griegos, de que había muchos dioses. ¿Para qué uno solo? ¿Y por qué éste debía ser el correcto? Nunca hubiera podido perdonarle ser el responsable de mi vida. ¿Y qué religión es ésa, el Vaticano, con sus bancos, su policía y sus servicios secretos? Cristo dijo: “Mi reino no es de este mundo”. Mi padre decía que en este mundo todo es posible, incluso la Trinidad. ¿Cómo creer en ese monstruo teológico? La teología es más extraña que la literatura fantástica: tres seres, entre ellos una paloma, en un solo dios… Estamos más allá de las pesadillas de Wells o Kafka. Por el contrario, admiro la Biblia. ¡Esa idea de reunir en un solo libro cuatro textos de autores diferentes y atribuirlos al Santo Espíritu! En suma, yo hubiera podido ser… metodista, por ejemplo, como algunos de mis ancestros, pero no católico. Los católicos de mi país pertenecen a un género que me es desagradable. Piensan que Argentina es un país esencial, siendo que todos sabemos que se trata de un país tardío del que no podemos comprender la historia sin referirnos a España.

¿Se interesa todavía en las disputas teológicas? Desde los padres de la Iglesia no hay gran cosa de nuevo.

Ahora la teología está muy abandonada, pero es inagotable ¡como las novelas policiales! Y qué sacrilegio: se está en búsqueda de Dios como si se tratara de un vulgar asesino. Se nos dice que Dios es un personaje todo poderoso y lleno de bondad, pero basta un simple ruido de mosquito para dudarlo. La gente no habla sino de política y deporte. Dos cosas frívolas que crean un sentimiento nacionalista. El gobierno argentino quiere organizar ahora un torneo de fútbol. Increíble, ¿no?, de la parte de un gobierno. ¿Puede uno imaginarse al jefe de estado levantarse y gritar “goool”? ¿Cómo se puede ser tan ridículo? Los periódicos, la gente, gritando: “¡vencimos a tal país!”. Si bastaran con que once muchachos argentinos en pantaloneta ganen un partido contra once muchachos de otro país para vencer a una nación…

Usted ha viajado mucho últimamente.

Cuando era joven, no me gustaba mucho viajar. Ahora que soy viejo y ciego no paro de hacerlo. Me gustaría conocer el Oriente, que para mí se reduce a Egipto y Andalucía. Y también la India, que conozco gracias a Kipling. Tengo una invitación para ir al Japón, y me urge ir. Usted me dirá que siendo ciego no voy a apreciarlo; no lo creo. El hecho mismo de pensar “Estoy en Japón” representa ya una riqueza. No quiero ver los países, sino percibirlos a través de no sé qué signos. No es extraordinario; sucede todos los días. En este momento, percibo su amistad, no porque usted me lo dice. Es algo intraducible. ¿Por qué una persona está enamorada? No por lo que ella ve o escucha, sino a causa de algunos signos ocultos que emanan del otro. Bueno, cuando hablamos con alguien sentimos si esa persona nos ama o si le somos indiferentes. Se siente al margen de las palabras, que de ordinario son banales.

¿Es capaz también de sentir un paisaje? ¿Lo percibe igualmente a través de la vibración de las voces?

Lo que imagino puede ser completamente anacrónico. Es posible que me refiera a impresiones que me quedan del tiempo en que disfrutaba de la vista. Ahora, cerrando un ojo, soy capaz de adivinar ciertos colores, sobre todo el verde y el azul. El amarillo nunca me ha dejado. Por el contrario, he perdido el negro. La oscuridad me hace falta. Curioso, ¿no? Un ciego privado de oscuridad. Incluso cuando duermo, me encuentro en una nebulosa verdosa o azulosa. 

Con tantos viajes, la idea del cosmopolitismo que se tiene de usted se confirma.

Esa idea de fronteras y de naciones me parece absurda. La única cosa que puede salvarnos es ser ciudadanos del mundo. Voy a contarle una anécdota personal. Cuando era pequeño, fui con mi padre a Montevideo. Debía tener nueve años. Mi padre me dijo: “Mira bien las banderas, las aduanas, los militares, los curas, porque todo eso va a desaparecer”. Es todo lo contrario. Hoy hay más fronteras, más banderas que nunca. 

Menos curas, con todo. 

¿Qué sabemos? Ahora están disfrazados. Y como mi padre era vegetariano, me mostró una carnicería para que yo pudiera decir más tarde: “Incluso vi una tienda donde vendían carne”. Tal vez mi padre tenía razón; fue sin duda una profecía prematura que necesitará algunos siglos para realizarse.

¿Demasiado tarde? Las Escrituras aconsejan retirarse de la vida a los setenta años.

Soy demasiado viejo, ¿no?

No quería decir eso, Borges.

Espero el momento de la muerte con impaciencia, pero en mi familia la muerte siempre ha sido terrible. Mi madre murió de noventa y nueve años, desesperada. No es a la muerte a lo que le temo, sino a la decrepitud. Conmigo desaparece un linaje, lo que es muy doloroso para un enamorado de la genealogía como yo.

No se inquiete demasiado. No deja epígonos.

Me tranquiliza. ¿Entonces puedo esperar calmadamente la muerte?

Falta por ver. Usted escribió: “La eternidad me acecha”.

La inmortalidad personal es increíble, como la muerte personal, por lo demás. Pienso que yo hice una paráfrasis del verso de Verlaine “Et tout le reste n’est que littérature”. Cuidado, no soy responsable de lo que he podido decir ni de lo que digo en este momento. Las cosas cambian sin cesar y nosotros también. No le voy a citar le célebre frase de Heráclito sobre el río que cambia, sino un verso de Boileau: “El momento en el que le hablo ya está lejos de mí”.

No obstante, le sucede ironizar sobre la muerte o sobre la longevidad, “…un mal hábito difícil de extirpar”.

No soy yo quien lo dice sino la vox populi. “No hay nada como la muerte/ para volver a la gente mejor./ Morir es un hábito/ común a todo el mundo”.

¡Parece de Borges! ¿Ese Borges tiene miedo de la muerte?

No. Como mi padre, tengo la esperanza de morir completamente, de alma y carne. Muchos creyentes que conozco están aterrados. Unos esperan ir al paraíso, otros temen el infierno. Por el contrario, un agnóstico como yo, que no cree en todas esas historias, no se cree digno ni de recompensa ni de castigo. No me queda sino esperar.

Puedo darle la dirección de la Asociación por el derecho a morir con dignidad, de la que yo hago parte.

¿Suicidarme? Como lo dice Lugones: “Amo de mi vida, quiero serlo también de mi muerte”. Y se suicidó. Lo pensé varias veces, cuando estaba más infeliz que de costumbre. Y también para saber lo que pasa cuando uno pierde la vida después de haber perdido la vista, ¿no? Luego me dije que tener la idea de suicidarse, bastaba. Ahora que soy viejo, me digo que es demasiado tarde. La muerte puede venir en todo momento. Pero todavía tengo pesadillas y proyectos que necesitan dos o tres años.






Versión castellana de Juan Moreno Blanco
En Cuadernos de Literatura, Bogotá, vol. 14, nro. 26, julio-diciembre de 2009
Entrevista original en francés, París, abril de 1978
Realizada por Ramón Chao e Ignacio Ramonet
En el Hotel de la calle Beaux Arts, Paris, posando Borges en el lecho de muerte de Oscar Wilde
Original en francés publicado en Le Monde Diplomatique, agosto de 2001
Propiedad intelectual de imágenes y texto ©Ramón Chao, 2012




Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...