23/9/17

Jorge Luis Borges: La adjetivación (1926)






La invariabilidad de los adjetivos homéricos ha sido lamentada por muchos. Es cansador que a la tierra la declaren siempre sustentadora y que no se olvide nunca Patroclo de ser divino y que toda sangre sea negra. Alejandro Pope (que tradujo a lo plateresco la litada) opina que esos tesoneros epítetos aplicados por Homero a dioses y semidioses eran de carácter litúrgico y que hubiera parecido impío el variarlos. No puedo ni justificar ni refutar esa afirmación, pero es manifiestamente incompleta, puesto que sólo se aplica a los personajes, nunca a las cosas. Remy de Gourmont, en su discurso sobre el estilo, escribe que los adjetivos homéricos fueron encantadores tal vez, pero que ya dejaron de serlo. Ninguna de esas ilustres conjeturas me satisface. Prefiero sospechar que los epítetos de ese anteayer eran lo que todavía son las preposiciones personales e insignificantes partículas que la costumbre pone en ciertas palabras y sobre las que no es dable ejercer originalidad. Sabemos que debe decirse andar a pie y no por pie. Los griegos sabían que debía adjetivarse onda amarga. En ningún caso hay una intención de belleza.
Esa opacidad de los adjetivos debemos suponerla también en los más de los versos castellanos, hasta en los que edificó el Siglo de Oro. Fray Luis de León muestra desalentadores ejemplos de ella en las dos traslaciones que hizo de Job: la una en romance judaizante, en prosa, sin reparos gramaticales y atravesada de segura poesía; la otra en tercetos al itálico modo, en que Dios parece discípulo de Boscán. Copio dos versos. Son del capítulo cuarenta y aluden al elefante, bestia fuera de programa y monstruosa, de cuya invención hace alarde Dios. Dice la versión literal: Debajo de sombrío pace, en escondrijo de caña, en pantanos húmedos. Sombríos su sombra, le cercarán sauces del arroyo.
Dicen los tercetos:
Mora debajo de la sombra fría
de árboles y cañas. En el cieno
y en el pantano hondo es su alegría.

El bosque espeso y de ramas lleno
le cubre con su sombra, y la sauceda
que baña el agua es su descanso ameno.
Sombra fría. Pantano hondo. Bosque espeso. Descanso ameno. Hay cuatro nombres adjetivos aquí, que virtualmente ya están en los nombres sustantivos que califican. ¿Quiere esto decir que era avezadísimo en ripios Fray Luis de León? Pienso que no: bástenos maliciar que algunas reglas del juego de la literatura han cambiado en trescientos años. Los poetas actuales hacen del adjetivo un enriquecimiento, una variación; los antiguos, un descanso, una clase de énfasis.
Quevedo y el escritor sin nombre de la Epístola moral administraron con cuidadosa felicidad los epítetos. Copio unas líneas del segundo:
¡Cuán callada que pasa las montañas
el aura, respirando mansamente!
¡Qué gárrula y sonante por las cañas!
¡Qué muda la virtud por el prudente!
¡Qué redundante y llena de ruido
por el vano, ambicioso y aparente!
Hay conmovida gravedad en la estrofa y los adjetivos gárrula y aparente son las dos alas que la ensalzan.
El solo nombre de Quevedo es argumento convincente de perfección y nadie como él ha sabido ubicar epítetos tan clavados, tan importantes, tan inmortales de antemano, tan pensativos. Abrevió en ellos la entereza de una metáfora (ojos hambrientos de sueño, humilde soledad, caliente mancebía, viento mudo y tullido, boca saqueada, almas vendibles, dignidad meretricia, sangrienta luna); los inventó chacotones (pecaviejero, desengongorado, ensuegrado) y hasta tradujo sustantivos en ellos, dándoles por oficio el adjetivar (quijadas bisabuelas, ruego mercader, palabras murciélagas y razonamientos lechuzas, guedeja réquiem, mulato: hombre crepúsculo). No diré que fue un precursor, pues don Francisco era todo un hombre y no una corazonada de otros venideros ni un proyecto para después.
Gustavo Spiller (The Mind of Man, 1902, página 378) contradice la perspicacia que es incansable tradición de su obra, al entusiasmarse perdidamente con la adjetivación a veces rumbosa de Shakespeare. Registra algunos casos adorables que justifican su idolatría (por ejemplo: world-without-endhour, hora mundi infinita, hora infinita como el mundo), pero no se le desalienta el fervor ante riquezas pobres como éstas: tiempo devorador, tiempo gastador, tiempo infatigable, tiempo de pies ligeros. Tomar esa retahíla baratísima de sinónimos por arte literario es suponer que alguien es un gran matemático, porque primero escribió 3 y en seguida tres y al rato III y, finalmente, raíz cuadrada de nueve. La representación no ha cambiado, cambian los signos.
Diestro adjetivador fue Milton. En el primer libro de su obra capital he registrado estos ejemplos: odio inmortal, remolinos de fuego tempestuoso, fuego penal, noche antigua, oscuridad visible, ciudades lujuriosas, derecho y puro corazón.
Hay una fechoría literaria que no ha sido escudriñada por los retóricos y es la de simular adjetivos. Los parques abandonados, de Julio Herrera y Reissig, y Los crepúsculos del jardín incluyen demasiadas muestras de este jaez. No hablo, aquí de percances inocentones como el de escribir frío invierno; hablo de un sistema premeditado, de epítetos balbucientes y adjetivos tahúres. Examine la imparcialidad del lector la misteriosa adjetivación de esta estrofa y verá que es cierto lo que asevero. Se trata del cuarteto inicial de la composición «El suspiro» (Los peregrinos de piedra, edición de París, página 153).
Quimérico a mi vera concertaba
tu busto albar su delgadez de ondina
con mística quietud de ave marina
en una acuñación escandinava.
Tú, que no puedes, llévame a cuestas. Herrera y Reissig, para definir a su novia (más valdría poner: para indefinirla), ha recurrido a los atributos de la quimera, trinidad de león, de sierpe y de cabra, a los de las ondinas, al misticismo de las gaviotas y los albatros, y, finalmente, a las acuñaciones escandinavas, que no se sabe lo que serán.
Vaya otro ejemplo de adjetivación embustera; esta vez, de Lugones. Es el principio de uno de sus sonetos más celebrados:
La tarde, con ligera pincelada
que iluminó la paz de nuestro asilo,
apuntó en su matiz crisoberilo
una sutil decoración morada.
Estos epítetos demandan un esfuerzo de figuración, cansador. Primero, Lugones nos estimula a imaginar un atardecer en un cielo cuya coloración sea precisamente la de los crisoberilos (yo no soy joyero y me voy), y después, una vez agenciado ese difícil cielo crisoberilo, tendremos que pasarle una pincelada (y no de cualquier modo, sino una pincelada ligera y sin apoyar) para añadirle una decoración morada, una de las que son sutiles, no de las otras. Así no juego, como dicen los chiquilines. ¡Cuánto trabajo! Yo ni lo realizaré, ni creeré nunca que Lugones lo realizó.
Hasta aquí no he hecho sino vehementizar el concepto tradicional de los adjetivos: el de no dejarlos haraganear, el de la incongruencia o congruencia lógica que hay entre ellos y el nombre calificado, el de la variación que le imponen. Sin embargo, hay circunstancias de adjetivación para las que mi criterio es inhábil. Enrique Longfellow, en alguna de sus poesías, habla de la seca chicharra, y es evidente que ese felicísimo epíteto no es alusivo al insecto mismo, ni siquiera al ruido machacón que causan sus élitros, sino al verano y a la siesta que lo rodean. Hay también esa agradabilísima interjección final o epifonema de Estanislao del Campo:
¡Ah, Cristo! ¡Quién lo tuviera!
¡Lindo el overo rosao!
Aquí, un gramático vería dos adjetivos, lindo y rosao, y juzgaría tal vez que el primero adolece de indecisión. Yo no veo más que uno (pues overo rosao es realmente una sola palabra), y en cuanto a lindo, no hemos de reparar si el overo está bien definido por esa palabrita desdibujada, sino en el énfasis que la forma exclamativa le da. Del Campo empieza inventándonos un caballo, y para persuadirnos del todo, se entusiasma con él y hasta lo codicia. ¿No es esto una delicadeza?
Cualquier adjetivo, aunque sea pleonástico o mentiroso, ejerce una facultad: la de obligar a la atención del lector a detenerse en el sustantivo a que se refiere, virtud que se acuerda bien con las descripciones, no con las narraciones.
No me arriesgaré vanamente a formular una doctrina absoluta de los epítetos. Eliminarlos puede fortalecer una frase, rebuscar alguno es honrarla, rebuscar muchos es acreditarla de absurda.




En El tamaño de mi esperanza (1926)
©1995 María Kodama
©2016 Buenos Aires, Penguin Random House

Imagen: 
Borges en Paris 01 mayo 1980 
Foto Francoise Lochon/Getty Images


22/9/17

Jorge Luis Borges: Entrevistas y recepción del premio Ollin Yolitzli en México, 1981







Borges en México: dio entrevistas, firmó autógrafos, dijo “sí” a todo el mundo

En el rostro sereno sobresalen los expresivos ojos claros. Sus movimientos lentos, su voz cansada por los años suplica: “Estoy muy cansado, déjenme”. Jorge Luis Borges acababa de salir del avión que lo condujo desde Buenos Aires, Argentina, a la ciudad de México, donde recibió de manos del presidente José López Portillo el premio Internacional Ollin Yoliztli.

Desde su llegada la pregunta se le repitió constantemente: “¿Qué significa ganar el Ollín Yoliztli?” A sus 82 años de edad la respuesta siempre fue la misma: “Yo no merezco premios. Es una generosa injusticia”.

El escritor y poeta argentino, nacido en 1899, era esperado desde el día 17 de agosto para participar en el Primer Festival Internacional de Poesía, que se celebró en la ciudad de Morelia, Michoacán. Llegó a la clausura. Así, desde el primer día las actividades se sucedieron una a otra. Cansado por los años y los compromisos dio entrevistas, saludó a admiradores, firmó autógrafos.

Del festival de Morelia dice: “Me parece excelente, aunque hay el peligro de que los poetas digan sus versos. Hay ese peligro pero puede decirse que es excelente. Me parece muy bien la idea de que se piense en la poesía, en la cultura y de que no se piense en guerras”.

El lunes 24 participó en la “Noche Internacional de Poesía”, junto con el alemán Günter Grass, el estadunidense Allen Ginsberg, el yugoslavo Vasko Popa, el brasileño Joao Cabral de Melo Neto, el mexicano Octavio Paz, el ruso Andrei Voznesenski y el organizador del Festival en Morelia, Homero Aridjis. Este encuentro se repitió al siguiente día.

Al salir de la sala Ollín Yoliztli un joven le pidió su autógrafo. Borges solicitó papel y lápiz. Sobre el programa dibujó unas líneas “Maestro, por lo menos que diga Jorge Luis”, dijo el solicitante. El poeta hizo notar: “Usted olvida que estoy ciego”.


Desde 1955 cuando Borges perdió la vista, en sus viajes se hace acompañar de una persona de confianza que, además, en Buenos Aires, se encarga de su correspondencia, de sus dictados, de leerle.


Primero fue su madre, quien murió en 1975; según la narración que se hace en la primera parte de la película Los paseos con Borges estrenada el jueves 27 en la Sala Carlos Chávez de la UNAM, “ella siempre era compañera. Ciego yo, siempre estuvo dispuesta al perdón”. Era su secretaria. Ella fue la que en cierta forma promovió su carrera literaria. Pero su padre también “le decía que leyera mucho, que escribiera mucho, que rompiera y no se apresurara a publicar”, narra la película.


Ahora es María Kodama quien lo conduce. Le dice lo que sucede a su alrededor. Le toma dictado y le ayuda a preparar un libro sobre literatura escandinava, “además estoy escribiendo un prólogo a la antología de Quevedo, otra al poeta argentino Leopoldo Lugones; además escribo cuentos fantásticos, poemas”.


Vestido con un traje azul, mientras desayuna hojuelas de maíz —"Me gustan mucho; también el pan me gusta mucho”—, y después de haberle solicitado la entrevista por teléfono, de haberlo despertado de su siesta —”No, no se preocupe, siempre es bello despertar”—.

En el restaurante del hotel donde se hospedó dice a Proceso:
“Los cuentistas dicen que soy poeta, los poetas dicen que soy cuentista. Quizá no sea ninguna de las dos cosas. A mí me gustan mis versos, a mucha gente no. Otros dicen que mis cuentos son mejores, pero no creo que haya una diferencia esencial porque no soy tan variado, aunque soy capaz de hacer cosas distintas”.

Después de establecer que se le hicieran sólo cinco preguntas e ir contándolas, al entrar a ésta dice: “Le tengo una mala noticia: tienen que ser siete, me encantan los impares”. Juega con la numeración: “El cuatro es de mal agüero”. ¿El cinco? “No sé qué significado tiene. Tenemos cinco dedos, no sé si es una ventaja; el pentagrama; el ponche está hecho con cinco ingredientes”.

María le ofrece el café. La conoce desde que ella tenía 12 años ¿Qué piensa de ella? "Esta es mi mejor opinión: No sé cómo aguanta. Es muy joven, muy inteligente y aguanta a un anciano ciego, maniático, deprimente, me sobrelleva, sí”.

Sin embargo, en el rostro de María se refleja el cariño hacia el poeta, pero se niega a contestar preguntas. El mismo Borges le insiste: “Sí, sí, pregúntele a ella. También siete preguntas”. María sonríe tímidamente. Se niega. Borges refuerza: “Entonces pregúntele siete por cuatro, insista ciento una veces, aunque sólo le conteste una”. María se niega.

—¿Desde cuándo la conoce?
—Yo la conozco desde que era chica.
—¿Recuerda alguna anécdota con ella?
—Eso lo tiene que contestar ella.
—¿Usted?
—No recuerdo anécdotas, invento fábulas, ficciones. Quizá bromas.

Durante la ceremonia de entrega del premio Ollín Yoliztli —un millón 750,000 pesos—, Emir Rodríguez Monegal, catedrático de la Universidad de Yale, Estados Unidos, y miembro del Jurado que otorgó el premio a Borges, recordó que en alguna ocasión el poeta hizo la reseña bibliográfica de The Approach to Al’Mutásim, de Bombay por Mir Bahadur Alí.

“Yo pensé en un argumento muy lindo para un libro. Ese libro tenía que ser muy largo. Yo soy muy haragán. Entonces pensé que ese libro había sido escrito, que había sido traducido al inglés y yo comentaba esa traducción. Comentaba y lo criticaba también. Pero ese libro no existió nunca. Fue una broma, digamos, más o menos amistosa”.

El autor de Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente, Historia Universal de la infamia El Aleph, vino a México en 1973 para recibir el premio Alfonso Reyes en la ciudad de México. De Reyes dijo después de recibir el premio: “Me invitaba todos los domingos a comer con él. Estaban él, su mujer, estaba su hijo, estaba yo y quizá nadie más, y hablábamos de literatura, de las literaturas. Y quiero repetir algo que he dicho aquí, en España, en Estados Unidos, en muchos países: Creo que Reyes nos ha dejado la mejor prosa castellana, la que se ha escrito de uno o de otro lado del Atlántico y en cualquier época. De modo que yo sigo siendo discípulo de Reyes, que publicó un libro mío en su colección Cuadernos de Plata”.

Pero además de la obra de Reyes, a Borges le gusta de México el café, el chocolate —”mi padre me dijo que se había pronunciado “chocotatl” y que en España le decían barro de México”, dijo en Los Pinos—, el pan.


Caminar por las calles 

Después de la muerte de su madre era lo único que deseaba. Así, se aceleró la filmación de la película Los paseos con Borges, de Adolfo G. Videla, en la que la lectura de textos y versos la hace el poeta mexicano Eduardo Lizalde.

El viernes 28, Jorge Luis Borges viajó a Yucatán. De ahí se trasladaría a Estados Unidos.
Platicar es una bella palabra que ya no existe en mi país”. ¿Por qué? “No sé, se ha perdido”.
María Kodama: "Es cierto, es una lástima".
Borges reflexiona: “Es una linda palabra porque conversar es muy serio, charlar suena demasiado banal, o frívolo hablar. `Ya hablaremos’, suena muy agresivo, muy negativo. En cambio platicar, es algo sereno”.

Por Sonia Morales
En Proceso, México D.F., 26 de agosto de 1981
Retrato de Borges en su hotel en México DF, el 22 de agosto de 1981
en vísperas de la recepción del premio Ollin Yolitzli el 25 de agosto de ese año 
Foto AFP /Sabetta Bettmann/Getty Images


21/9/17

Jorge Luis Borges: Prólogo a Norah Lange, «La calle de la tarde»







Las noches y los días de Norah Lange son remansados y lucientes en una quinta que no demarcaré con mentirosa precisión topográfica y de la que me basta señalar que está en la hondura de la tarde, junto a esas calles grandes con las cuales es piadoso el último sol y en que el apagado ladrillo de las altas aceras es un trasunto del poniente cuya luz es como una fiesta pobre para los terrenos finales. En esos aledaños conocí a Norah, preclara por el doble resplandor de sus crenchas y de su altiva juventud, leve sobre la tierra. Leve y altiva y fervorosa como bandera que se cumple en el viento, era también su alma. En ese tibio ayer, que tres años prolijos no han empañado, amanecía el ultraísmo en tierras de América y su voluntad de renuevo que fue traviesa y novelera en Sevilla, resonó fiel y apasionada en nosotros. Aquélla fue la época de Prisma, la hoja mural que dio a las ciegas paredes y a las hornacinas baldías una videncia transitoria y cuya claridad sobre las casas era ventana abierta frente a la resignada costumbre, y de Proa, cuyas tres hojas se dejaban abrir como ese triple espejo que hace movediza y variada la inmóvil gracia del rostro que refleja. Para nuestro sentir los versos contemporáneos eran inútiles como incantaciones gastadas y nos urgía la ambición de una lírica nueva. Hartos estábamos de la insolencia de palabras y de la musical imprecisión que los poetas del 900 amaron y solicitamos un arte impar y eficaz en que la hermosura fuese innegable como la alacridad que el mes de octubre insta en la carne y en la tierra. Ejercimos la imagen, la sentencia, el epíteto, rápidamente compendiosos. Y en esa iniciación advino a nuestra fraternidad Norah Lange y escuchamos sus versos, conmovedores como latidos, y vimos que su voz era semejante a un arco que lograba siempre la pieza y que la pieza era una estrella. ¡Cuánta limpia eficacia en esos versos de chica de quince años! En ellos resplandecen dos distinciones: cronológica y propia de nuestro tiempo la una y misteriosamente individual la segunda. La primera es la noble prodigalidad de metáforas que ilustra las estancias y cuyo encuentro de afinidades imprevisibles justifica la evocación de las grandes fiestas de imágenes que hay en la prosa de Cansinos Assens y la de los escaldas medievales —¿no es Norah, acaso, de raigambre noruega?— que apodaban a los navíos potros del mar y a la sangre, agua de la espada. La segunda es la parvedad de cada poesía, parvedad justa y esencial cuya estirpe más fácil está en las coplas que han brotado a la vera de la guitarra antigua y resurgen hoy junto al pozo, también oscuro y fresco y dolorido, de la guitarra patria.
El tema es el amor: la expectativa ahondada del sentir que hace de nuestras almas cosas desgarradas y ansiosas, como los dardos en el aire, ávidos de su herida. Ese anhelo inicial informa en ella las visiones del mundo y le hace traducir el horizonte en grito alargado y la noche en plegaria y la sucesión de días claros en un rosario lento. Tropos que he sopesado en mi soledad, por caminatas y sosiego, y que me parecen verídicos.
Con enhiesta esperanza, con generosidad de lejanías, con arcilla frágil de ocasos, ha modelado Norah este libro. Quiero que mis palabras encareciéndola sean como las hogueras de cedro que alegraban en una fiesta bíblica las atentas colinas y que presagiaban a los hombres la luna nueva.


Norah Lange: La calle de la tarde. Prólogo de J. L. B. Buenos Aires, Ediciones J. Samet, 1925
Incluido en Inquisiciones (1925) Luego en Prólogo, con un prólogo de prólogos (1975)
Luego antologado en Miscelánea

Barcelona, Random-House Mondadori -DeBolsillo-, 2011


Imagen: Foto de Norah Lange (s/f) dedicada a JLB Vía


19/9/17

Jorge Luis Borges: Sobre la descripción literaria







Lessing, De Quincey, Ruskin, Remy de Gourmont, Unamuno, han preocupado y dilucidado el problema que voy a comentar. No me propongo refutar ni corroborar lo que han dicho; más bien indicaré, con acopio de ejemplos ilustrativos, las fallas habituales del género. La primera es de tipo metafísico; en los ejemplos desiguales que siguen el curioso lector la percibirá fácilmente.

Las torres de las iglesias y las chimeneas de las fábricas yerguen sus pirámides agudas y sus tallos rígidos... (Groussac)

La luna conducía su albo bajel por la extensión serena... (Oyuela)

¡Oh luna que diriges como sportswoman sabia por zodíacos y eclípticas tu lindo cabriolé... (Lugones)

Al variar mínimamente la acomodación ocular, vemos la alberca habitada por todo un paisaje. El huerto se baña en ella: las manzanas nadan reflejadas en el líquido y la luna de prima noche pasea por el fondo su inspectora faz de buzo. (Ortega y Gasset)

El puente viejo tiende su arco sobre el río, uniendo las quintas al campo tranquilo. (Güiraldes)

Si no me engaño, los ilustres fragmentos que he congregado, sufren de una leve incomodidad. A una indivisa imagen sustituyen un sujeto, un verbo y un complemento directo. Para mayor enredo, ese complemento directo resulta ser el mismo sujeto, ligeramente enmascarado. El bajel conducido por la luna es la misma luna; las chimeneas y torres yerguen pirámides agudas y tallos rígidos que son las mismas torres y chimeneas; la luna de prima noche pasea por el fondo de la pileta una inspectora faz, que no difiere de la luna de prima noche. Güiraldes muy superfluamente distingue el arco sobre el río y el puente viejo y deja que dos verbos activos —tender y unir— agiten una sola imagen inmóvil. En el jocoso apóstrofe de Lugones, la luna es una sportswoman que dirige "por zodíacos y eclípticas un lindo cabriolé" —que es la misma luna. Los defensores de ese desdoblamiento verbal pueden argumentar que el acto de percibir una cosa —la frecuentada luna, digamos— no es menos complicado que sus metáforas, pues la memoria y la sugestión intervienen; yo les replicaría con el principio taxativo de Occam: No hay que multiplicar en vano las entidades.

Otro método censurable es la enumeración y definición de las partes de un todo. Me limitaré a un solo ejemplo:

Ofrecía sus pies en sandalias de gamuza morada, ceñidas con una escarcha de gemas... sus brazos y su garganta desnudos, sin una luz de joyas; sus pechos firmes, alzados; su vientre, hundido, sin regazo, huyendo de la opulencia nacida en la cintura; las mejillas, doradas; los ojos, de un resplandor enjuto, agrandados por el antimonio: la boca, con el jugoso encendimiento de algunas flores; la frente, interrumpida por una senda de amatistas que se extraviaba en su cabellera de brillos de acero, repartida sobre los hombros en trenzas de una íntima ondulación. (Miró)

Trece o catorce términos integran la caótica serie; el autor nos invita a concebir esos disjecta membra y a coordinarlos en una sola imagen coherente. Esa operación mental es impracticable: nadie se aviene a imaginar pies del tipo X y añadirles una garganta del tipo Y y mejillas del tipo Z... —Herbert Spencer (The philosophy of style, 1852) ha discutido ya este problema.

Lo anterior no quiere vedar toda enumeración. Las de los Salmos, las de Whitman y las de Blake tienen valor interjectivo; otras existen verbalmente, aunque son irrepresentables. Por ejemplo, ésta:

Salió al punto de en medio de la baraja de corchetes y reos un diablo padre, vejancón y potroso, descarriado de piernas, mellado de vista, cavernoso de carrillos, y con la herramienta de arañar tan larga como la de un escribano. Pareció éste tirando por el ramal de una difunta dromedario, con una jornada de cuerpo, tan pesada, terca y perezosa, que conduciéndola al teatro, le faltó poco para reventar el demonio añejo. (Torres Villarroel)

He denunciado en esta página los dos errores habituales del género. En otras (verbigracia, en Discusión, 1932, págs. 109-114) he razonado el único procedimiento que me parece válido. El procedimiento indirecto, el que maneja con esplendor William Shakespeare en la escena primera del acto quinto del Merchant of Venice.



Sur, Buenos Aires, Año XII, N° 97, octubre de 1942

Y también en Páginas de Jorge Luis Borges seleccionadas por el autor
Buenos Aires, Editorial Celtia, 1982

Incluido luego en Borges en Sur (1931-1980)
© 1999, María Kodama
Buenos Aires, Penguin House Grupo Editorial, 2016

Imagen: Jorge Luis Borges at the Lincei Academy for the presentation 
of the Balzan Prize on March 1981 in Rome, Italy
Foto: Stefano Montesi, Corbis/Getty Images


18/9/17

Adolfo Bioy Casares: "Borges" (Jueves, 15 de octubre de 1959)






Jueves, 15 de octubre. Come en casa Borges. Cita unos versos de Lugones: Ya está pronta la heroica escarapela que premia los gallardos episodios.* BORGES: «¿Por qué heroica escarapela? Y los gallardos episodios ya no significan nada; son un simple ruido». MI PADRE: «Lugones a veces tenía mucho de payador ripioso». Cuenta mi padre que cuando él estaba en el colegio había un Romagosa, ingeniero, profesor de Física, que explicaba la materia dibujando con tiza en el pizarrón. Una vez dibujó una balanza, iba a ponerse a explicarla; dijo: «Bueno, la balanza no tiene explicación, se explica sola», la borró y empezó a tomar lecciones. Después murió y por los diarios los muchachos se informaron que había sido un genio.** Yo recuerdo la definición de elasticidad en la Física de Rouquette: «Hay cuerpos elásticos». Borges, citando a Bulwer Lytton, comenta que el talento hace lo que puede, el genio lo que debe.*** Afirma que al ir conociendo a profesores uno va descubriendo lo ignorantes que son: «Los grandes especialistas son un mito. Lo que hay es una sociedad internacional de socorros mutuos, una conspiración amistosa de profesores que se cartean, se mandan libros y se invitan». BORGES: «Los personajes de las novelas de antes, de Dickens o de Balzac, serían de dos dimensiones, porque están hechos de una pieza, según una pasión predominante; los personajes para ser reales deben de tener contradicciones, pero deben ser siempre reconocibles. Como Cristo: es imprevisible siempre, y reconocible siempre. Los novelistas estarán entregados a poner por aquí y por allá pequeñas contradicciones...» Cuenta después la broma de Dickens, que duró dos semanas, cuando fingió estar enamorado de la reina Victoria. Habla de un libro de Trilling**** que ha causado estragos entre los alumnos, con toda clase de ideas falsas. BORGES: «Huckleberry Finn es un esclavista; Huckleberry Finn es realista, Tom Sawyer es idealista; el río es un dios (a brown god, Eliot)».***** Sobre La guerra y la paz, observa que es un error empezar una novela con una gran fiesta, con muchos personajes, que el lector deberá individualizar: «¿Por qué Tolstoi somete al lector a tanto esfuerzo, obligándolo a identificar a cada uno? ¿Por qué, si había un sistema tan admirable como el de Una vez había un hombre, se lo dejó caer?» Dice que Susana Bombal no reconoce ningún tango ni los distingue de las milongas. Recordamos que Kirstein, especialista en ballets, oyendo tango creía que estaba oyendo jazz. En la Academia, Capdevila leyó un discurso en honor de un poeta Romagosa, autor de Vibraciones fugaces. BORGES: «Ya Vibraciones, de Silvina Bullrich, parecía ridículo: ¿te das cuenta, Vibraciones fugaces?» 


* «Salmos del combate» [Las montañas del oro (1897)]. 
**  Cf. Bioy, Adolfo (1958): 278-9. 
***  «Talent does what it can; genius does what it must». Son las últimas palabras de Bulwer Lytton. 
**** The Liberal Imagination; Essays on Literature and Society (1950). Borges se refiere al ensayo «Huckleberry Finn», contenido en el libro.
***** «[...] the river/ Is a strong brown god [...] [El río es un fuerte dios moreno (...).B]» [ELIOT, T. S., «The Dry Savages», I. In Four Quartets (1944)]. Eliot alude al Mississippi.

En Bioy Casares, Adolfo: Borges
Edición al cuidado de Daniel Martino
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006
Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en la década del cuarenta 
Foto propiedad familia Casares, en Clarín, 12 de junio de 2015


17/9/17

Jorge Luis Borges: El Dr. Jekyll y Edward Hyde transformados








Hollywood, por tercera vez, ha difamado a Robert Louis Stevenson. Esta difamación se titula El hombre y la bestia: la ha perpetrado Victor Fleming, que repite con aciaga fidelidad, los errores estéticos y morales de la versión (de la perversión) de Mamoulian. Empiezo por los últimos, los morales. En la novela de 1888, el doctor Jekyll es moralmente dual, como lo son todos los hombres, en tanto que su hipóstasis —Edward Hyde— es malvada sin tregua y sin aleación; en el film de 1941, el doctor Jekyll es un joven patólogo que ejerce la castidad, en tanto que su hipóstasis —Hyde— es un calavera, con rasgos de sadista y de acróbata. El Bien, para los pensadores de Hollywood, es el noviazgo con la pudorosa y pudiente Miss Lana Turner; el Mal (que de tal modo preocupó a David Hume y a los heresiarcas de Alejandría), la cohabitación ilegal con Fröken Ingrid Bergman o Miriam Hopkins. Inútil advertir que Stevenson es del todo inocente de esa limitación o deformación del problema. En el capítulo final de la obra, declara los defectos de Jekyll: la sensualidad y la hipocresía; en uno de los Ethical Studies —año de 1888— quiere enumerar “todas las manifestaciones de lo verdaderamente diabólico” y propone esta lista: “la envidia, la malignidad, la mentira, el silencio mezquino, la verdad calumniosa, el difamador, el pequeño tirano, el quejoso envenenador de la vida doméstica.” (Yo afirmaría que la ética no abarca los hechos sexuales, si no los contaminan la traición, la codicia, o la vanidad).
La estructura del film es aun más rudimental que su teología. En el libro, la identidad de Jekyll y de Hyde es una sorpresa: el autor la reserva para el final del noveno capítulo. El relato alegórico finge ser un cuento policial: no hay lector que adivine que Hyde y Jekyll son la misma persona; el propio título nos hace postular que son dos. Nada tan fácil como trasladar al cinematógrafo ese procedimiento. Imaginemos cualquier problema policial: dos actores que el público reconoce figuran en la trama (George Raft y Spencer Tracy, digamos); pueden usar palabras análogas, pueden mencionar hechos que presuponen un pasado común; cuando el problema es indescifrable, uno de ellos absorbe la droga mágica y se cambia en el otro. (Por supuesto, la buena ejecución de este plan comportaría dos o tres reajustes fonéticos: la modificación de los nombres de los protagonistas). Más civilizado que yo, Victor Fleming elude todo asombro y todo misterio: en las escenas iniciales del film, Spencer Tracy apura sin miedo el versátil brebaje y se transforma en Spencer Tracy con distinta peluca y rasgos negroides.
Más allá de la parábola dualista de Stevenson y cerca de la Asamblea de los pájaros que compuso (en el siglo XII de nuestra era) Farid ud-din Attar, podemos concebir un film panteísta cuyos cuantiosos personajes, al fin, se resuelven en Uno, que es perdurable.





En Discusión (1932) [in fine, "Notas"]

En Obras Completas (1939-1941) Tomo 1
Buenos Aires, Sudamericana 2016
© María Kodama 1995, 1996

Imágenes: 
Arriba Dibujo de Borges por Alma Rosa Pacheco Marcos Vía
Póster Dr. Jekyll and Mr. Hyde (original title) de Rouben Mamoulian
Póster El hombre y la bestia, Dr. Jekyll and Mr. Hyde (original title), de Victor Fleming


16/9/17

Jorge Luis Borges: El Uroboros







Ahora el océano es un mar o un sistema de mares; para los griegos era un río circular que rodeaba la tierra. Todas las aguas fluían de él y no tenía ni desembocadura ni fuentes. Era también un dios o un titán, quizás el más antiguo, porque el Sueño, en el libro decimocuarto de la Ilíada, lo llama origen de los dioses; en la Teogonía de Hesíodo, es el padre de todos los ríos del mundo, que son tres mil, y que encabezan el Alfeo y el Nilo. Un anciano de barba caudalosa era su personificación habitual; la humanidad, al cabo de siglos, dio con un símbolo mejor.

Heráclito había dicho que en la circunferencia el principio y el fin son un solo punto. Un amuleto griego del siglo III, conservado en el Museo Británico, nos da la imagen que mejor puede ilustrar esta infinitud: la serpiente que se muerde la cola o, como bellamente dirá Martínez Estrada, "que empieza al fin de su cola". Uroboros (el que se devora la cola) es el nombre técnico de este monstruo, que luego prodigaron los alquimistas.

Su más famosa aparición está en la cosmogonía escandinava. En la Edda Prosaica o Edda Menor, consta que Loki engendró un lobo y una serpiente. Un oráculo advirtió a los dioses que estas criaturas serían la perdición de la tierra. Al lobo, Fenrir, lo sujetaron con una cadena forjada con seis cosas imaginarias: "el ruido de la pisada del gato, la barba de la mujer, la raíz de la roca, los tendones del oso, el aliento del pez y la saliva del pájaro". A la serpiente, Jórmungandr, "la tiraron al mar que rodea la tierra y en el mar ha crecido de tal manera que ahora también rodea la tierra y se muerde la cola".

En Jótunheim, que es la tierra de los gigantes, Utgarda-Loki desafía al dios Thor a levantar un gato; el dios, empleando toda su fuerza, apenas logra que una de las patas no toque el suelo; el gato es la serpiente. Thor ha sido engañado por artes mágicas.

Cuando llegue el Crepúsculo de los Dioses, la serpiente devorará la tierra, y el lobo, el sol.




En El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Con la colaboración de Margarita Guerrero
Retrato de Jorge Luis Borges, Silvio Correa/Agência O Globo, 13-08-1984
Al pie: Amuleto referido en el texo
Ouroboros Magic Gem, 3rd Century, British Museum

15/9/17

Jorge Luis Borges: Dos libros








El último libro de Wells —Guide to the New World. A Handbook of Constructive World Revolution— corre el albur de parecer, a primera vista, una mera enciclopedia de injurias. Sus muy legibles páginas denuncian al Führer, «que chilla como un conejo estrujado»; a Goering, «aniquilador de ciudades que, al día siguiente, barren los vidrios rotos y retoman las tareas de la víspera»; a Edén, «el inconsolable viudo quintaesencial de la Liga de las Naciones»; a José Stalin, que en un dialecto irreal sigue vindicando la dictadura del proletariado, «aunque nadie sabe qué es el proletariado, ni cómo y dónde dicta»; al «absurdo Ironside»; a los generales del ejército francés, «derrotados por la conciencia de la ineptitud, por tanques fabricados en Checoslovaquia, por voces y rumores radiotelefónicos y por algunos mandaderos en bicicleta»; a la «evidente voluntad de derrota» (will for defeat) de la aristocracia británica; al «rencoroso conventillo» Irlanda del sur; al Ministerio de Relaciones Exteriores inglés, «que parece no ahorrar el menor esfuerzo para que Alemania gane la guerra que ya ha perdido»; a sir Samuel Hoare, «mental y moralmente tonto»; a los norteamericanos e ingleses «que traicionaron la causa liberal en España»; a los que opinan que esta guerra «es una guerra de ideologías» y no una fórmula criminal «del desorden presente»; a los ingenuos que suponen que basta exorcizar o destruir a los demonios Goering y Hitler para que el mundo sea paradisíaco.
He congregado algunas invectivas de Wells: no son literariamente memorables; algunas me parecen injustas, pero demuestran la imparcialidad de sus odios o de su indignación. Demuestran asimismo la libertad de que gozan los escritores en Inglaterra, en las horas centrales de una batalla. Más importante que esos malhumores epigramáticos (de los que apenas he citado unos pocos y que sería muy fácil triplicar o cuadruplicar) es la doctrina de este manual revolucionario. Esa doctrina es resumible en esta disyuntiva precisa: o Inglaterra identifica su causa con la de una revolución general (con la de un mundo federado), o la victoria es inaccesible e inútil. El capítulo XII (págs. 48-54) fija los fundamentos del mundo nuevo. Los tres capítulos finales discuten algunos problemas menores.
Wells, increíblemente, no es nazi. Increíblemente, pues casi todos mis contemporáneos lo son, aunque lo nieguen o lo ignoren. Desde 1925, no hay publicista que no opine que el hecho inevitable y trivial de haber nacido en un determinado país y de pertenecer a tal raza (o a tal buena mixtura de razas) no sea un privilegio singular y un talismán suficiente. Vindicadores de la democracia, que se creen muy diversos de Goebbels, instan a sus lectores, en el dialecto mismo del enemigo, a escuchar los latidos de un corazón que recoge los íntimos mandatos de la sangre y de la tierra. Recuerdo, durante la guerra civil española, ciertas discusiones indescifrables. Unos se declaraban republicanos; otros, nacionalistas; otros, marxistas; todos, con un léxico de Gauleiter, hablaban de la Raza y del Pueblo. Hasta los hombres de la hoz y el martillo resultaban racistas… También recuerdo con algún estupor cierta asamblea que se convocó para confundir el antisemitismo. Varias razones hay para que yo no sea un antisemita; la principal es ésta: la diferencia entre judíos y no judíos me parece, en general, insignificante; a veces, ilusoria o imperceptible. Nadie, aquel día, quiso compartir mi opinión; todos juraron que un judío alemán difiere vastamente de un alemán. Vanamente les recordé que no otra cosa dice Adolfo Hitler; vanamente insinué que una asamblea contra el racismo no debe tolerar la doctrina de una Raza Elegida; vanamente alegué la sabia declaración de Mark Twain: «Yo no pregunto de qué raza es un hombre; basta que sea un ser humano; nadie puede ser nada peor» (The Man that Corrupted Hadleyburg, pág. 204).
En este libro, como en otros —The Fate of Homo Sapiens, 1939; The Common Sense of War and Peace, 1940—, Wells nos exhorta a recordar nuestra humanidad esencial y a refrenar nuestros miserables rasgos diferenciales, por patéticos o pintorescos que sean. En verdad, esa reprensión no es exorbitante: se limita a exigir de los Estados, para su mejor convivencia, lo que una cortesía elemental exige de los individuos. «Nadie en su recto juicio —declara Wells— piensa que los hombres de Gran Bretaña son un pueblo elegido, una más noble especie de nazis, que disputan la hegemonía del mundo a los alemanes. Son el frente de batalla de la humanidad. Si no son ese frente, no son nada. Ese deber es un privilegio.»
Let the Peopk Think es el título de una selección de los ensayos de Bertrand Russell. Wells, en la obra cuyo comentario he esbozado, nos insta a repensar la historia del mundo sin preferencia de carácter geográfico, económico o étnico; Russell también dispensa consejos de universalidad. En el tercer artículo —"Free thought and official propaganda"— propone que las escuelas primarias enseñen el arte de leer con incredulidad los periódicos. Entiendo que esa disciplina socrática no sería inútil. De las personas que conozco, muy pocas la deletrean siquiera. Se dejan embaucar por artificios tipográficos o sintácticos; piensan que un hecho ha acontecido porque está impreso en grandes letras negras; confunden la verdad con el cuerpo doce; no quieren entender que la afirmación: Todas las tentativas del agresor para avanzar más allá de B han fracasado de manera sangrienta es un mero eufemismo para admitir la pérdida de B. Peor aún: ejercen una especie de magia, piensan que formular un temor es colaborar con el enemigo… Russell propone que el Estado trate de inmunizar a los hombres contra esas agüerías, y esos sofismas. Por ejemplo sugiere que los alumnos estudien las últimas derrotas de Napoleón, a través de los boletines del Moniteur, ostensiblemente triunfales. Planea deberes como éste: una vez estudiada en textos ingleses la historia de la guerra con Francia, reescribir esa historia, desde el punto de vista francés. Nuestros «nacionalistas» ya ejercen ese método paradójico: enseñan la historia argentina desde un punto de vista español, cuando no quichua o querandí.
De los otros artículos, no es el menos certero el que se titula "Genealogía del fascismo". El autor empieza por observar que los hechos políticos proceden de especulaciones muy anteriores y que suele mediar mucho tiempo entre la divulgación de una doctrina y su aplicación. Así es: la «actualidad candente», que nos exaspera o exalta y que con alguna frecuencia nos aniquila, no es otra cosa que una reverberación imperfecta de viejas discusiones. Hitler, horrendo en públicos ejércitos y en secretos espías, es un pleonasmo de Carlyle (1795-1881) y aun de J. G. Fichte (1762-1814); Lenin, una transcripción de Karl Marx. De allí que el verdadero intelectual rehuya los debates contemporáneos: la realidad es siempre anacrónica.
Russell imputa la teoría del fascismo a Fichte y a Carlyle. El primero, en la cuarta y quinta de las famosas Reden an die deutsche Nation, funda la superioridad de los alemanes en la no interrumpida posesión de un idioma puro. Esa razón es casi inagotablemente falaz; podemos conjeturar que no hay en la tierra un idioma puro (aunque lo fueran las palabras, no lo son las representaciones; aunque los puristas digan deporte, se representan sport); podemos recordar que el alemán es menos «puro» que el vascuence o el hotentote; podemos interrogar por qué es preferible un idioma sin mezcla… Más compleja y más elocuente es la contribución de Carlyle. Éste, en 1843, escribió que la democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan. En 1870 aclamó la victoria de la «paciente, noble, profunda, sólida y piadosa Alemania» sobre la «fanfarrona, vanagloriosa, gesticulante, pendenciera, intranquila, hipersensible Francia» (Miscellanies, tomo séptimo, pág. 251). Alabó la Edad Media, condenó las bolsas de viento parlamentarias, vindicó la memoria del dios Thor, de Guillermo el Bastardo, de Knox, de Cromwell, de Federico II, del taciturno doctor Francia y de Napoleón, anheló un mundo que no fuera «el caos provisto de urnas electorales», abominó de la abolición de la esclavitud, propuso la conversión de las estatuas —«horrendos solecismos de bronce»— en útiles bañaderas de bronce, ponderó la pena de muerte, se alegró de que en toda población hubiera un cuartel, aduló, e inventó, la Raza Teutónica. Quienes anhelen otras imprecaciones o apoteosis, pueden interrogar Past and Present (1843) y los Latterday Pamphlets, que son de 1850.
Bertrand Russell concluye: «En cierto modo, es lícito afirmar que el ambiente de principios del siglo XVIII era racional y el de nuestro tiempo, antirracional». Yo eliminaría el tímido adverbio que encabeza la frase.



En Otras inquisiciones (1952)
Imagen: Borges soñado por Miguel Ruibal 
en Terrassa (Barcelona)  Sep. 2017 [+] [+]



14/9/17

Jorge Luis Borges: Tuve la precaución de ser ciego







"Se han equivocado, porque tuve la precaución de ser ciego" afirmó Jorge Luis Borges en París, hace algunos años, ante un grupo de estudiantes que intentaban boicotear un acto en el que participaba, provocando un apagón. La anécdota fue recordada ayer por el ex ministro de Cultura francés Jack Lang, al aludir a la muerte del escritor argentino, que ha causado consternación en Europa. Las reacciones al fallecimiento de Borges coinciden en subrayar la importancia y la altura literaria del escritor, cuya fama, como se puede apreciar en el poema que se publica en esta página, le sorprendía a él mismo.

La muerte de Jorge Luis Borges ha sido acogida en Francia como si se tratara de la desaparición de una gran gloria nacional: el diario Libération le dedicó ayer seis páginas; Le Figaro y Le Matin, dos, y las radios y cadenas de televisión abrieron el domingo sus noticiarios con la información de su muerte y breves reportajes biográficos, informa Soledad Gallego-Díaz desde París. Borges era el escritor de lengua castellana más conocido en Francia y el más traducido: 22 libros desde 1957 hasta hoy. La editorial Gallimard decidió recientemente publicar sus obras completas en la prestigiosa colección La Pléiade."No sabemos aún cuándo podremos publicar el volumen dedicado a Borges", explicó un portavoz de Gallimard, "porque no hemos reunido todavía los manuscritos ni las nuevas traducciones que hemos encargado. Sin embargo, el compromiso es firme, y el propio Borges estuvo de acuerdo". Borges había recibido todo tipo de homenajes oficiales en Francia, incluida la Legión de Honor, que le fue impuesta por el presidente François Mitterrand.

El ex ministro de Cultura francés Jack Lang, que le invitó oficialmente a París en 1982, señaló ayer que la obra de Borges merecía el Premio Nobel. El escritor Michel Tournier le rindió también homenaje como escritor y como hombre: no se puede hablar de él sin evocar su ceguera, sin pensar en Montherlant, que se suicidó cuando tuvo la certeza de que se volvía ciego, o en Jean-Paul Sartre, que se negó a continuar su obra. Jorge Luis Borges reaccionó de forma distinta. Todavía recuerdo que cuando los estudiantes parisienses intentaron boicotear un acto académico al que asistía provocando un apagón, les respondió riendo: "Se han equivocado, porque tuve la precaución de ser ciego".

Por su parte, el actual ministro de Cultura, François Leotard, rindió homenaje al escritor argentino y le calificó como "una de las grandes figuras de la literatura contemporánea". Para Leotard, "la extrema originalidad de su escritura surgía de mezclar constantemente verdad y ficción, razón y fulgor lírico, humor y metafísica", informa EFE.


"Era la literatura"

Los escritores italianos se sienten como huérfanos sin Borges. Era un autor que habían conocido tarde, pero al que se habían aficionado como si no debiese morir. "Más que un literato, era la literatura; más que los libros, y habiendo leído todo Borges, era también el lector", ha afirmado Guido Cerenotti. Alberto Moravia recordaba ayer que cada encuentro con Borges le dejaba en su espíritu siempre "el poso de una gran emoción", informa desde Roma Juan Arias. En Italia, donde se le sigue dando gran relieve a la obra literaria dejada por el que ha sido considerado el "mayor genio de la lengua castellana de los últimos tiempos", se insiste en que Borges era más que un escritor: "Es como si se hubiese ya desencarnado en vida para convertirse en voz del misterio", se afirma. 

Uno de los mayores escritores actuales, verdadero genio de la lengua de Dante, Giorgio Manganelli, ha escrito en Il Messagero que si "el nada que decir" es el destino de la literatura, la grandeza de Borges consistió "en el uso de la ironía para prohibirse entrar en profundidad".

Borges aseguraba "tener Portugal en la sangre y en la memoria". En la visita que realizó a este país, en octubre de 1984, el escritor recordó el cariño que sentía "hacia la tierra de sus mayores" y que le llevó a editar las obras de Eça de Querioz y apreciar la poesía portuguesa en general y de Fernando Pessoa en particular, informa Nicole Guardiola desde Lisboa. 

El comité que concede los Nobel de literatura fue acusado ayer, en un artículo que publica The Washington Post, de padecer "absoluta ceguera", por haberse olvidado del literato argentino, informa Efe. La Prensa de Estados Unidos destaca el fallecimiento de Borges en primera página. 

Asimismo, la prensa diaria de Alemania Occidental dedicó amplio espacio en sus páginas de cultura a evocar la figura de Jorge Luis Borges, según informa Hermann Tertsch desde Bonn. En el Frankfurter Aligemeine Zeitung, Hans Peter Borde publicó un artículo en el que califica a Borges como el autor que más que ningún otro representa la idea de la literatura mundial. 

Los medios periodísticos más importantes del Reino Unido se han hecho eco de la muerte de Borges, sin escatimar elogios, informa desde Londres Conxa Rodríguez. Para The Observer, el hijo único de un abogado culto y de una profesora que le hablaba en inglés" se convirtió en el mejor escritor de América Latina. Para The Sunday Times, "Borges era un experto en las cosas más inesperadas, no sólo en el menospreciado tango, sobre el que escribió con perspicaz conocimiento, y explicó sus inicios en la sociedad no en los salones de té sino en los prostíbulos de Buenos Aires".

Haber visto crecer a Buenos Aires, crecer y declinar.Recordar el patio de tierra y la parra, el zaguán y el aljibe.
Haber heredado el inglés, haber interrogado el sajón.
Profesar el amor del alemán y la nostalgia del latín.
Haber conversado en Palermo con un viejo asesino.
Agradecer el ajedrez y el jazmín, los tigres y el hexámetro.
Leer a Macedonio Fernández con la voz que fue suya.
Conocer las ilustres incertidumbres que son la metafísica.
Haber honrado espadas y razonablemente querer la paz.
No ser codicioso de islas.
No haber salido de mi biblioteca.
Ser Alonso Quijano y no atreverme a ser don Quijote.
Haber enseñado lo que no sé a quienes sabrán más que yo.
Agradecer los dones de la luna y de Paul Verlaine.
Haber urdido algún endecasílabo.
Haber vuelto a contar antiguas historias.
Haber ordenado en el dialecto de nuestro tiempo las cinco o seis metáforas.
Haber eludido sobornos.
Ser ciudadano de Ginebra, de Montevideo, de Austin y (como todos los hombres) de Roma.
Ser devoto de Conrad.
Ser esa cosa que nadie puede definir: argentino.
Ser ciego.
Ninguna de esas cosas es rara y su conjunto me depara una fama que no acabo de comprender.

(Publicado en La cifra, 1981)

En El País, Madrid, 17 de junio de 1986
Gigantografía homenaje a Jorge Luis Borges
Plaza Vaticano, Buenos Aires, Foto Florencia Giani


13/9/17

Jorge Luis Borges: El destino de Ulfilas






Ulfilas, obispo de los godos y padre de las literaturas germánicas, figurará hasta el fin de esta nota, pero tal vez no será su protagonista. En el siglo III, las hordas blancas que asolaban las fronteras de Roma traían de la guerra largos arreos de cautivos cristianos; una fuente griega del siglo V dice que los mayores de Ulfilas, oriundos del Asia Menor, fueron arrebatados y conducidos al Norte del Danubio. Ulfilas (Wulfila, Lobezno) nació en 311; es verosímil suponer que en sus venas confluyeron sangre siria y sangre germánica. Enviado en rehenes a Constantinopla, profesó el arrianismo, doctrina (o herejía) cristiana que enseña que el Padre es anterior al Hijo, "pues el que engendra es anterior a lo engendrado", si bien admite que la misteriosa generación ocurrió antes del tiempo y fuera del tiempo... Ejerció, durante unos años, el cargo de lector de las Escrituras; en 341, Eusebio de Nicomedia (negador de que el Hijo fuera consustancial con el Padre) lo elevó directamente al episcopado y le encomendó la dura misión de evangelizar a los godos. Ulfilas, en su patria, pudo formar y dirigir una creciente comunidad de conversos. El éxito de su labor misionera despertó la ira del rey; un carro, con el tosco ídolo de Thunor o de Woden, recorrió el país y quienes le negaron su adoración fueron entregados al fuego. El rigor continuó; hacia el año 348, Ulfilas atravesó el Danubio con su pueblo, sus rebaños y sus majadas, y los condujo a una retirada región. Lejos del tumulto guerrero de sus hermanos, los conversos emprendieron en esa tierra (que yace al pie de la cordillera de los Balkanes) una vida pacífica y pastoril. Dos siglos después, el historiador Jordanes escribiría: "Otros godos hubo también llamados menores, nación inmensa, cuyo obispo y jefe fue Vúlfilas, que, según es fama, los instruyó en el arte de la escritura; son los que habitan ahora en Eucópolis, en la región de Mesia. Pobres e imbeles, se establecieron al pie de una montaña, sin otro caudal que el ganado, los campos y los bosques. Sus tierras, abundantes en frutos de toda especie, dan poco trigo, y en lo que se refiere a las viñas, muchos no saben que hay tal cosa en el mundo; sólo se alimentan de leche" (De rebus Geticis, LI). Ulfilas, guiando a su pueblo de pastores a una tierra de promisión, recuerda fatalmente a Moisés; es razonable imaginar que éste fue su arquetipo y que en la travesía del Danubio se reflejó la travesía del Mar Rojo.

Ulfilas redactó tratados polémicos en griego y en latín; de los primeros ni una línea perdura, y de los latinos sólo la breve confesión en que reiteró, en la hora de la muerte, su fe: Ego Ulfilas semper sic credidi... Su obra capital fue la traducción gótica de la Biblia. Para escribirla, tuvo que crear un alfabeto, porque los godos carecían de escritura cursiva y el alfabeto rúnico empleado para la escritura epigráfica en alhajas de metal, en discos, en armas, en piedras sepulcrales y en remos, evocaba las viejas hechicerías y las viejas divinidades. Runa, en los idiomas germánicos, significaba letra y misterio; el dios Odín, en la Edda Mayor, dice que para alcanzar esas letras mágicas, pendió durante nueve noches de un árbol cuya raíz no han visto los hombres, "herido de lanza, ofrecido a Odín, yo mismo a mí mismo"... Cinco letras rúnicas tomó Ulfilas, dieciocho griegas, una cuyo origen se ignora y una latina, y con ellas fabricó la escritura que se llamó ulfilana y también mesogótica.

Es sabido que en griego la palabra Biblia es plural; quiere decir libros y designa el heterogéneo conjunto de los sesenta y tantos libros canónicos de Roma y de Israel. Trasladar esa larga literatura, a veces compleja y abstrusa, a un dialecto de guerreros y de pastores, es un trabajo que parecería, a priori, imposible. Doce siglos después, Lutero confesó que Job se mostraba tan reacio a la traducción como a los consuelos de Elifaz y Bildad y que exigir que los profetas hebreos hablaran alemán era como exigir que el ruiseñor imitara al tordo; si esto se dijo de una lengua ya trabajada por los trovadores y por los místicos, ¡cómo habrá luchado el antecesor con ese otro alemán visigótico de los aduares del Mar Negro! Razones prudenciales, nos dicen, le aconsejaron omitir los Libros de los Reyes, que corrían el albur de estimular el instinto bélico de la raza; todo lo demás lo tradujo. Prodigó, como es natural, barbarismos y neologismos: tuvo que civilizar el idioma. Habló de Aiwwa, de Iudaland y de Paitrus (Eva, Judea, Pedro). Escribió aikklesjo, aiwaggeljo, anathaima, diabaulus, diakaunus y praufetes (iglesia, evangelio, anatema, diablo, diácono y profeta). Sonreír de estas deformaciones es fácil y acaso inevitable, pero mejor es recordar que no hay lengua (salvo la que habló Adán en el Paraíso) que no sea una torpe deformación de otras coetáneas o anteriores. Los idiomas germánicos permiten palabras compuestas; Ulfilas forja o emplea gud-hus (casa de Dios) por templo, y figgra-gulth (oro del dedo) por anillo. Fuego de la mano lo llamarán, seis siglos después, los poetas cortesanos de Islandia... En el Evangelio de Marcos (8: 36) está escrito: "¿Qué aprovechará al hombre si granjeare todo el mundo y pierde su alma?"; Ulfilas traduce mundo (cosmos, orden, en el original) por fair-hvus (fair house, bella habitación). En la Epístola de San Pablo a los Gálatas recurre [a] la palabra gentiles, que se opone a cristianos; Ulfilas, fiel al rigor etimológico, la traduce por thiudos, plural de thiudisks (popular) que dará, al cabo de unos siglos, teutsch y tudesco*. Ker deplora la servil literalidad del trabajo de Ulfilas; olvida el embarazo que tiene que infundir en el traductor un texto sagrado.

Más de treinta años gobernó a los godos Ulfilas, como jefe temporal y como prelado. En 381, el concilio de Constantinopla afirmó (contra los macedonios y los arrianos) que el Hijo y el Espíritu Santo son consustanciales con el Padre; se atribuye a esta controversia y a la condenación de su fe la última enfermedad y la muerte del venerable traductor. Esta ocurrió en la primavera de 382, en Constantinopla. En la misma ciudad (y maravillado por ella hasta el servilismo) murió en esos días el rey que había hecho quemar a quienes no adoraban al ídolo.

Cuando la Biblia visigótica se escribió, no había otro libro germánico. Palabras sueltas grabadas en un hierro de lanza o en un collar, ásperos cantos para entrar en batalla o para suplicar a los dioses, ensalmos para componer huesos dislocados o para mitigar un dolor reumático, agotaban la pobre "literatura" de las tribus del Norte. Más de tres siglos pasarían antes que surgiera en Nortumbria la Gesta de Beowulf, y ya los visigodos tenían la Biblia, los visigodos que saquearon a Roma y fundaron la monarquía de España.

A principios de la era cristiana, los dialectos teutónicos se habían dividido en tres grupos: el oriental, el occidental y el septentrional. El septentrional dio la donsk tunga (lengua danesa) de los vikings, que llegó a las costas de América y a las ciudades de Constantinopla y de Kiev; el occidental, las lenguas de Alemania y de Inglaterra, que hoy abarcan el mundo; el oriental, que Ulfilas adiestró para un complejo porvenir literario, ha perecido enteramente.


* Ovidio y Juvenal usaron paganus como sinónimo de rústico; después el nombre se aplicó a los aldeanos (a los hombres del pagus, del pago) que permanecían fieles al culto de los antiguos los dioses. Gibbon ha sugerido que el cristianismo no opuso paganus a urbanus sino a miles; el cristiano era soldado de Cristo; el idólatra, un mero paisano o civil. En España guarda los dos sentidos de rústico y de no militar.

Buenos Aires Literaria
Buenos Aires, Año I, N° 5, febrero de 1953


Existe otro texto anterior titulado "Ulfilas", publicado en el libro Antiguas literaturas germánicas, México, Fondo de Cultura Económica, 1951. Véase También Jorge Luis Borges, Literaturas germánicas medievales, 1978, en Obras completas en colaboración
Esta versión ha sido ampliada por el autor.

Incluido en Textos recobrados 1931-1955
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi 
© María Kodama 2001 
© Emecé Editores 2001


Arriba: Fotos de Jorge Luis Borges en librería Alberto Casares
Suipacha 541, septiembre 2012
Fuente Visto en Baires 

Abajo Caracteres ulfilanos en la primera página Códice Argenteus






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