1/9/17

Jorge Zavaleta Balarezo: Borges. Del cine a la literatura o viceversa: la obsesión “visual”







[...] En otro nivel de análisis, ubicamos a un Borges que, entre lo visual del cine y lo visual de la narración literaria, encuentra su propia y original expresión creativa. David Oubiña se refiere críticamente a esta relación al señalar que, para Borges, el cine es “una otredad sorprendente aunque no exenta de vulgaridad, un modelo envidiado y una influencia endemoniada contra la cual la literatura debe recortar y redefinir su especificidad” (133-34). Pero si sólo pensáramos en una “rivalidad” entre el cine y la literatura—una idea que, creemos, no estuvo presente nunca en Borges— el diálogo entre estas artes quedaría recortado, se volvería obtuso.

Al contrario, en cuentos como El inmortal, Borges demuestra una especificidad, sí, pero acompañada de una delectación por narrar, por contar una historia, por hacernos partícipes de sus causas y consecuencias. Al igual que el cine, la literatura opera para Borges como un artefacto cultural que llama al discernimiento y al raciocinio, pero al mismo tiempo constituye un producto anclado en una tradición clásica. Una tradición que se genera tanto en Occidente (con la influencia de los filósofos griegos y pasa por Carlyle, De Quincey, Stevenson, Chesterton y muchos otros) como en Oriente (un ejemplo es su preferencia casi obsesiva por Las mil y una noches).

Oubiña cree que Borges aprovecha los recursos del cine, y se sirve de este arte: “el vínculo se sostiene sobre un gran malentendido, porque Borges no ve en el cine otra cosa que un avatar de la literatura. Reinvierte lo que ve en la pantalla (esas “chirolas” de las imágenes) en la cuenta de los textos” (138). Pero el entusiasmo mostrado en la descripción y narración de las reseñas demuestra otra intención.

Borges está “en” el cine, disfrutándolo, apasionándose con él, actuando como uno de esos tempranos espectadores atentos a los nuevos hallazgos del cinematógrafo, a un arte que con la incorporación del sonido ha ampliado sus posibilidades expresivas. Borges sabe que el cine puede avanzar más rápido pero nunca más allá que la literatura. El cine aún es muy joven y apenas está ensayando o incorporando algunas intenciones, quizá ciertas excentricidades. Oubiña dice que Borges tiene un estrecho marco de intereses, todos sujetos o dependientes de la literatura y “ve los films sub especie literaria” (138).

En los tiempos de globalización y posneoliberalismo que nos ha tocado afrontar, y en los cuales el capitalismo tardío —según el concepto de Fredric Jameson— ha alcanzado su etapa más elaborada, cabría preguntarse si el cine, ahora mismo, no está cumpliendo la función que la literatura tenía durante el siglo XIX, las primeras décadas del siglo veinte o, por ejemplo, durante el esplendor del boom. La última narrativa latinoamericana, sus éxitos, sus crisis y desencuentros, como parte de un sistema más abarcador y global (pero no a la manera exclusivista, homogeneizadora y europea que plantea Pascale Casanova en The World Republic of Letters) ha desembocado, como otras literaturas nacionales y continentales, en un producto más específico pero no necesariamente masivo ni mayoritario, que crea desde una elite, un “gusto”, no necesariamente “popular”. El rol de los medios masivos de comunicación, encuentra su raíz en el desarrollo de la imprenta, a la cual un pensador como Benedict Anderson atribuye un papel determinante en la formación de identidades nacionales o “comunidades imaginadas”, y con el transcurso de los años se amplía y expresa en la radio, la televisión y, para el caso que nos interesa, en el cine, que vislumbra —según creo— un amplio espectro de receptores y consumidores pero al mismo tiempo limita el espacio, con todo más breve y a veces más valioso, de la literatura. Una pregunta válida es si el cine al final, como una técnica que depende de la ilusión audiovisual, no es sino otra forma, más avanzada y posmoderna de literatura.

Otro aspecto de esta permanente retroalimentación, a la que también podríamos llamar un “pacto” —la relación que se genera entre el espectador fiel y el cine incluso como un fetiche— es la forma en que Borges adecua, cada vez más a su propia manera de entender sus aproximaciones narrativas, la forma en que el cine cuenta historias. Cozarinsky fue el primero en advertir cómo Borges asumía el hecho cinematográfico en la construcción de sus narraciones a partir del prólogo que el narrador argentino escribe para la primera edición de Historia universal de la infamia. En éste señala:
Los ejercicios de prosa narrativa que integran este libro fueron ejecutados de 1933 a 1934. Derivan, creo, de mis relecturas de Stevenson, Chesterton y aun de los primeros films de von Sternberg y tal vez de cierta biografía de Evaristo Carriego. Abusan de algunos procedimientos: las enumeraciones dispares, la brusca solución de continuidad, la reducción de la vida entera de un hombre a dos o tres escenas. (Borges, Historia 7)

En la especificidad del procedimiento encontramos la clave de la organización narrativa de las ficciones de este libro. Como en el cine, que conoce muy bien y que ve con el detalle de un analista, Borges captura el poder de síntesis. El diseño de las “escenas” es un punto básico. Apenas la mención de un elemento, un adjetivo, una breve descripción. Elegir una situación supone adaptarla. Borges, ahora con la influencia admitida del cine, se preocupa —se esmera— por narrarnos episodios concretos, casi matemáticos.

En “El espantoso redentor Lazarus Morell”, cuyas fuentes son un relato de Mark Twain y una biografía sobre este autor norteamericano, Borges va paso a paso, definiendo las “escenas”, a las que titula, sucesivamente: “la causa remota”, “el lugar”, “los hombres”, “el método”, “la libertad final” y “la catástrofe”. Como puede advertirse, todos los elementos de la historia —su disposición exacta—, están concebidos a la manera de un argumento cinematográfico. Este argumento entonces, debe mostrarse, visualizarse. El procedimiento se apoya, unas veces, en la enumeración, como en el primer párrafo, del cual citamos un extracto y que le va a dar sentido al resto del relato: “A esa curiosa variación de un filántropo debemos infinitos hechos: los blues de Handy, el éxito logrado en París por el pintor oriental D. Pedro Figari, la buena prosa cimarrona del también oriental D. Vicente Rossi, el tamaño mitológico de Abraham Lincoln...” (Borges, “El espantoso redentor” 17-18).

Cada elemento enumerado va a suponer una imagen que conduce a otra historia, siempre conectada pero a veces lejana. La enumeración llama a las imágenes, y estas constituyen una evocación permanente. Borges traza y teje así las redes de otro mundo, paralelo e infinito, de enorme potencia cinética, en el cual la memoria y el sentido de lo lúdico juegan un rol expresamente estético pero también filosófico. En este cuento las descripciones del Mississippi, de sus límites —esos límites reales y artificiales que los hombres cruzan— así como la presencia de Morell son dignas, ellas también, de un argumento fílmico. Es más, siempre en relación con la imagen, el narrador nos dice: “Los daguerrotipos de Morell que suelen publicar las revistas americanas no son auténticos” (Borges, “El espantoso redentor” 21).

Borges está, también en la literatura, o desde la literatura, hablando de la fidelidad de la imagen. Si ésta es fiel a sí misma en los filmes que comenta, quizá en otros contextos —el de la “realidad” de este cuento, por ejemplo— quizá no lo sea. El momento previo al final del relato que lleva el subtítulo de “la catástrofe”, sugiere asimismo una dirección bastante gráfica. El narrador opera a la manera del objetivo de una cámara, buscando realismo, veracidad, fijándose en los detalles, asegurando la posteridad desde el registro exacto del instante, “Morell estuvo escondido ese tiempo en una casa antigua, de patios con enredaderas y estatuas, de la calle Toulouse. Parece que se alimentaba muy poco y que solía recorrer descalzo las grandes habitaciones oscuras, fumando pensativos cigarros” (Borges, “El espantoso redentor” 27).

El regocijo por el detalle en la descripción, a la manera de una película compuesta, una y otra vez, de planos específicos de un elemento, asegura la solidez del relato, busca respaldar una requerida verosimilitud. Borges trabaja las “imágenes” como si él mismo fuera el director de fotografía de una película: los patios, como se comprueba, tienen “enredaderas y estatuas”, el hombre recorre “descalzo” las “grandes habitaciones oscuras”.

Cada palabra remite a una toma, a un detalle de la cámara, a un esfuerzo por fijarse en lo más mínimo, a hacer de la palabra —de la verbalización y la descripción— un hecho que viene y “va” hacia otro lenguaje, el del cine. La trama, así, se convierte, en esta sucesión de detalles, como en von Sternberg, en una pequeña “novela realista”. Borges descubre e impone un estilo. El lenguaje cinematográfico, del cual también participan esos experimentos con el montaje a la manera de un Eiseinstein, halla en Borges a un aplicado precursor, que se sirve de la imagen en tanto propósito descriptivo y también discursivo. Los momentos previos al final del cuento son, asimismo, deudores de esa naciente tradición cinematográfica que Borges no duda en admirar. Si en 1941 va a llamar a Citizen Kane un filme “abrumador”, en “El espantoso redentor Lazarus Morell” certificamos que todo el cine que Borges conoce y consume es para él de alguna forma igualmente abrumador, un espectáculo que le resulta insólito y enajenante desde su extrañeza, donde halla cada vez con más frecuencia los recursos necesarios para su propia expresión.

Si el cine representa para Borges un aporte múltiple e indispensable, la literatura ha jugado en su obra un rol aún más determinante. Incluso en el terreno de lo visual, la influencia proviene sí, del cine, pero también —y antes— de la literatura, como lo ha demostrado Daniel Balderston al recordar la relación entre Stevenson y Borges, quien consideraba a aquel su autor favorito: “Borges se refiere especialmente al uso de imágenes visuales para fijar episodios clave en la memoria del lector” (Balderston 45). Imagen, visión, memoria, recuerdo, todos son elementos de un mismo sistema.

David Oubiña recuerda una cita en el diario de Bioy Casares en lo que para el crítico significa un hecho decisivo en más de un sentido: “Borges fue al cinematógrafo y casi no vio nada” (Bioy 112). Para Oubiña esta información no tiene que ver sólo con las consecuencias del desprendimiento de retina que había sufrido el autor poco tiempo atrás sino con el cine que no verá en el futuro.

Lo que Borges se “perderá” del cine representa una ausencia que lo limitaría como crítico: esto es el neorrealismo italiano, la Nueva Ola francesa, ya no digamos el cine independiente norteamericano que comienza a gestarse en la década de 1960, en protesta por la guerra de Vietnam y en medio de la contracultura hippie. Pero ese no es un hecho decisivo, como no lo es tampoco (y en el que sin embargo Oubiña insiste en un afán de “evaluar” el poco conocimiento de un cine “refinado” en Borges) el hecho de haber trabajado con Ulises Petit de Murat quien fuera, en los años 30 y 40
probablemente el más reconocido adaptador del cine argentino, lo cual —para Bioy— significa: un divulgador encargado de convertir clásicos literarios como Martín Fierro, El santo de la espada o La guerra gaucha en éxitos populares, un mediador que acerca la literatura a las masas pero cuyo prestigio de segunda mano está destinado al medio pelo. (Oubiña 143)

La pregunta, válida y necesaria, es si este “acercar la literatura a las masas” tiene un modelo ideal, o, dicho de otro modo, si todo acercamiento, toda adaptación-interpretación literaria a la pantalla no es por lo general una “traición al texto” en la medida que significa traducir de un lenguaje a otro. A Borges no se le puede juzgar sólo por su asociación con Petit de Murat, sino a partir de sus propias convicciones cinéfilas. Lo demás, son hechos circunstanciales.

Balderston revela, por otra parte, que ya antes de Historia universal de la infamia, Borges escribe un ensayo sobre el uso de imágenes visuales, durante su periodo ultraísta. Parte de este texto dice:
Nuestra memoria es, principalmente, visual y secundariamente auditiva. De la serie de estados que eslabonan lo que denominamos conciencia, sólo perduran los que son traducibles en términos de visualización o de audición... Ni lo muscular ni lo olfatorio ni lo gustable, hallan cabida en el recuerdo, y el pasado se reduce, pues, a un montón de visiones barajadas y a una pluralidad de voces. Entre éstas tienen más persistencia las primeras, y si queremos retrotraernos a los momentos iniciales de nuestra infancia, constataremos que únicamente recuperamos unos cuantos recuerdos de índole visual...(citado en Balderston 56)

A propósito del quehacer ficcional borgiano, Balderston señala que “la palabra escrita seduce al lector con imágenes visuales que, aunque enteramente imaginarias, son irresistibles” (57). Asimismo, al referirse a pasajes de “La muerte y la brújula” y “El Sur”, el propio Balderston anota:
En estas y otras descripciones similares, las series de verbos en pretérito perfecto hacen que las visiones sean nítidas pero consecutivas: momentos relampagueantes que parecen casi simultáneos por yuxtaposición pero que son consecutivos debido al tiempo del verbo. La obvia analogía es con el montaje cinematográfico rápido de Eisenstein y Sternberg. Esta analogía está confirmada por la insistencia en que el observador se parece al “ojo de una cámara”: es estático, receptivo, no parpadea. (60)

Habría que añadir, sobre este punto, el uso del “flashback” en distintas “escenas” de la obra de Borges. Estas son narradas en pretérito y, a partir de allí, remiten a lo que podríamos llamar un “pasado dentro del pasado”. El “salto hacia atrás” intenta ubicar instantes precisos y quizá definitivos en el relato, reactualizando permanentemente la acción a través del “relampagueante” y fugaz recuerdo de un personaje. Estamos hablando de un procedimiento eminentemente cinematográfico, que, bien utilizado, cautiva y sorprende. Por ejemplo, contada en retrospectiva, la visión de El Aleph, provoca en Borges un éxtasis visual incomparable, inédito:
Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa de Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré. . . (Borges, “El Aleph” 170)

La acumulación y superposición de elementos, y por lo tanto de conceptos, llama a una mirada panorámica que, al mismo tiempo, busca la especificidad, el mínimo detalle. Como el objetivo de la cámara que registra acaso fríamente los hechos de la “realidad”, la visión de Borges en “El Aleph” connota una seducción cinética, que tiene de ilusión y onirismo, pero que es asimismo una contemplación extática similar a la de una gran película, sólo que esta vez la película significa, contiene y es el infinito.

Refiriéndose a Stevenson y a Borges, a la influencia de uno sobre otro, y a su gusto por lo visual, Balderston recuerda que “en vez de describir lenta y cuidadosamente una escena, ambos escritores prefieren ponerla en movimiento prestando atención al contraste, iluminando detalles visuales brillantes (y fácilmente imaginables por el hecho de ser escasos) y gestos melodramáticos” (61).

“Movimiento”, “contraste” e “iluminación” resultan así elementos básicamente cinematográficos. A propósito de la crítica a Citizen Kane hablamos de la idea de desplazamiento que cautiva a Borges en el sentido de progreso de la acción (narrativa) como del avance o deterioro moral de una vida. El movimiento plantea el ser de la acción en sí mismo. “Contraste” no sólo es poner en contradicción dos elementos, dos personajes, o dos situaciones, es llenar el encuadre de color, o de blanco y negro, y calcular sus grados, sus niveles de intensidad, de saturación. La iluminación apunta a “esclarecer” los aspectos más recónditos. La terminología usada por Balderston contribuye a estrechar el vínculo de las narraciones borgianas con su sentido cinematográfico.

Si pensamos en cineastas marcadamente “visuales” como Dreyer, Bresson, Visconti, Godard o más recientemente Scorsese e incluso Tarantino, comprobaremos cómo la energía de una obra artística se manifiesta en toda su dimensión, a partir de una imaginería muy concentrada y pensada en la delectación del espectador, una noción vinculada a otros elementos del sistema de gestación y producción artística e industrial del cine: el guión, los personajes, la música incidental... el público a quien, específicamente, se dirige esta película. Como ya hemos advertido en segmentos de “El espantoso redentor Lazarus Morell”, en un pasaje de “El milagro secreto”, de acuerdo a la misma interpretación, Borges acude a “iluminar” los detalles:
El sargento miró el reloj: eran las ocho y cuarenta y cuatro minutos. Había que esperar que dieran las nueve. Hladík, más insignificante que desdichado, se sentó en un montón de leña. Advirtió que los ojos de los soldados rehuían los suyos. Para aliviar la espera, el sargento le entregó un cigarrillo. Hladík no fumaba; lo aceptó por cortesía o por humildad. Al encenderlo, vio que le temblaban las manos. El día se nubló; los soldados hablaban en voz baja como si él ya estuviera muerto. Vanamente, procuró recordar a la mujer cuyo símbolo era Julia de Weidenau... (Borges, “El milagro secreto” 145)

La escena está colmada de cualidades cinematográficas. Nuevamente se pone en marcha el operativo de una perfecta secuencialidad y la presencia de la mirada se vuelve central, dinamizando la acción: los hechos que transcurren, incesantes; el sargento que “mira” el reloj, el cual incluso podemos ver “en detalle”, marcando una hora exacta. A su vez Hladík “ve” los ojos de los soldados. Cuando enciende el cigarro “ve” que le tiemblan las manos. Finalmente acude a su propia memoria, que es otra forma de visualizar, para recordar a la mujer. Borges es consciente de este arduo y complejo proceso de composición que, nuevamente, poniéndolo en paralelo y en diálogo con el lenguaje cinematográfico, adquiere un carácter de ritual. Una cámara que se acerca, inquietante y curiosa, a los rostros de los personajes, tratando de descubrir en su mirada, o en sus gestos a veces inciertos, lo que están pensando.

La cámara —la pluma y la mente creativa de Borges— no sólo trata de fijar sino busca eternizar, dejar huella. El proceso se consolida y se hace aún más complejo cuando se extiende en otras direcciones. Con los detalles, por ejemplo, que reflejan movimientos aun mínimos, como el hecho de que el sargento le ofrezca a Hladík un cigarrillo y que este lo encienda: esos actos nos dan incluso una idea de color y olor, de una íntima, casi secreta sensibilidad, y luego ese retorno a las miradas, y al final ese extravío en la conciencia íntima que es el recuerdo.

Y si, como hemos sostenido hasta aquí, la febril actividad literaria de Borges es indesligable de una marcada influencia del cine, el diario de Adolfo Bioy Casares registra algunos momentos concretos de esta relación. Por ejemplo, la primera alusión al cine, está fechada del viernes 10 al sábado 25 de febrero de 1950: “Hasta el domingo trabajamos en el resumen del argumento para un film, El paraíso de los creyentes (que habíamos comenzado en Buenos Aires, uno o dos años antes) (Bioy 47). El trabajo en el “argumento”, ya mencionado al principio de este ensayo, revela, de nuevo, que Borges sí está comprometido con el cine. Más allá de ser el espectador activo, que vuelca sus opiniones en puntuales reseñas, busca adentrarse en un sistema de producción, en involucrarse en el “misterio” de las películas. Para ello, la mejor fórmula que encuentra es escribir una historia propia, en colaboración con su mejor amigo.

El 18 de junio de 1958 Bioy anota una observación de Borges que nos muestra al escritor hablando de las posibilidades de una “puesta en escena”, para usar el término acuñado por el crítico André Bazin, donde problematiza las limitaciones estéticas de un filme, cuyo argumento lo molesta:
Hablamos de un film. De los Apeninos a los Andes, que hacen italianos y argentinos, en el que trabaja Laura Saniez. Trata de un chico, que viene de Italia buscando a su madre. Laura refiere que la busca lleva al chico hasta las cataratas del Iguazú; hasta una procesión, en Jujuy, de la Virgen de Tilcara; hasta una cacería del cóndor en los Andes. Borges observa después: “Ese director debe de ser un bruto. Si aprovecha la busca del chico para mostrar lugares atrayentes para el turismo, el argumento se va al demonio. . . Ya no importa el chico, ni hay ansiedad porque encuentre a su madre. Además, ¿por qué la cacería del cóndor va a ser estéticamente interesante? (Bioy 456)

Como último ejemplo, y como anticipo a lo que diremos en las siguientes líneas, tomamos otra anotación registrada por Bioy en la que Borges discute la calidad de un filme de suspenso y ensaya explicaciones:
Me cuenta que anoche vieron con Mariana Grondona un thriller francés. BORGES: “A uno lo dejan engañarse solo. Nadie dice mentiras. Tomás las cosas for granted y al final recibís una gran sorpresa. Es verdad que Mariana me dijo que ella sospechó desde el principio. Es claro que dijo esto ex post facto. La gente no quiere ser engañada. Sin embargo no van a ver un thriller con otro propósito”. (Bioy 1132)

En esta cita advertimos varios temas: el permanente escepticismo de Borges, su discusión del cine ya no como mera ilusión y entretenimiento sino como un trucaje. Y el hecho, omnipresente, de que el cine atraiga a la gente, de cualquier modo.


Obras citadas 

Anderson, Benedict. Imagined communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. London & New York: Verso, 1991.
Balderston, Daniel. El precursor velado: R. L. Stevenson en la obra de Borges. Eduardo Paz Leston, trad. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1985. Véase Introducción.
Bioy Casares, Adolfo. Borges. Daniel Martino, ed. Barcelona: Destino, 2006.
Borges, Jorge Luis. “Prólogo a la primera edición”. Historia universal de la infamia. 7-8.
———. “El espantoso redentor Lazarus Morell”. Historia universal de la infamia. 17-29.
———. “El inmortal”. El Aleph. 7-28.
———. “El Aleph”. El Aleph. 155-74.
———. “El milagro secreto”. Ficciones. 139-47.
———. “El jardín de senderos que se bifurcan”. Ficciones. 84-97.
———. El Aleph.1949. Buenos Aires & Madrid: Emecé & Alianza Editorial, 1985.
———. Ficciones.1944. Bogotá: La Oveja Negra, 1984.
———. Historia universal de la infamia. 1954. Buenos Aires & Madrid: Emecé & Alianza Editorial, 1991.
Casanova, Pascale. The World Republic of Letters. Cambridge: Harvard UP, 2004.
Cozarinsky, Edgardo. Borges y el cine. Buenos Aires: Sur, 1974.
Jameson, Fredric. Postmodernism, or, The Cultural Logic of Late Capitalism. Durham: Duke UP, 1991.
Oubiña, David. “El espectador corto de vista: Borges y el cine”. Variaciones Borges 24 (2007): 133-52.


Véase del mismo autor y obra: «El jardín de senderos que se bifurcan». Modelo para un filme

En Borges y el cine: imaginería visual y estrategia creativa
Zavaleta Balarezo, Jorge, University of Pittsburgh, 2010
Fuente

Dibujo: Borges por Alma Rosa Pacheco Marcos Vía


31/8/17

Adolfo Bioy Casares: "Borges" (Jueves, 15 de diciembre de 1955)






Jueves, 15 de diciembre. Comen en casa los Mallea, Gustavo Casares, Alicia Jurado, Borges. Gustavo pondera a España: «Qué lujo. Y qué miseria. En la iglesia de no sé qué pueblito, había que ver la plata del altar y las diademas de la Virgen y uno salía ¡y qué miseria! La gente no había cambiado: era la misma del tiempo del Greco. Había un cura flaco, vestido de negro, y seguido de otro cura, de colorado, y de no sé cuántos monaguillos. Y estaban —están por todas partes, en España— los enanos y las meninas de Velázquez: los quasimodos más horrorosos. El dominio de la Iglesia es impresionante: tienen a la gente en un puño, se meten en todo y embuchan el dinero». BORGES: «Enumera horrores como si fueran ventajas y virtudes». 
HELENITA MALLEA: «A María Elena Walsh la corrieron porque bajó de pantalones. Qué maravilla un pueblo que conserva así la manera de ser». BORGES: «Entre los esquimales encontrará aún más prejuicios ». HELENITA: «No me hable de esquimales: viven en lugares fríos y a mí el frío —brrrrr— me horroriza». Hablaron de lugares en donde uno viviría; yo menciono Inglaterra, Francia, Italia, Suiza, España; Borges está de acuerdo: Inglaterra, Suiza, España le gustan para vivir, pero «¿quién puede vivir fuera de Buenos Aires?», agrega. Helenita y Gustavo consideran que vivir en Inglaterra no sería posible. HELENITA: «Los ingleses no son hombres; ni muertos, son muertos». Se habla de fantasmas. Todos quisieran creer. Se habla del almirante Martínez, que se suicidó. GUSTAVO: «Le iban a hacer un tribunal de honor». HELENITA: «¿Qué es un tribunal de honor?». GUSTAVO: «Es la degradación, que le hicieron a Toranzo Calderón, antes, y ahora a Perón y a Teisaire. Yo no sé por qué se la iban a hacer a Martínez. Él se apenó mucho por lo de Teisaire. Era amigo de Teisaire y de Remorino. No se metía mucho en política. Lo que él quería era ser lo que ahora es Rojas: jefe de la flota. Fue eso: jefe de la flota. Era un hombre modesto. Le dieron la dirección de la [fábrica de cerveza] Quilmes, con veinticinco mil pesos mensuales». MALLEA: «No era tan modesto entonces». GUSTAVO: «Sí. Siguió en el mismo departamento». BORGES: «Además de peronista y de voraz, avaro». GUSTAVO: «Yo siempre digo: se puede ser peronista, allá ellos, pero lo que no es posible es ser peronista y estar en sociedad».



Texto y foto de Bioy Casares y Borges en Librería de la Ciudad en 1979
En Bioy Casares, Adolfo; Borges
Edición al cuidado de Daniel Martino
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006


30/8/17

Jorges Luis Borges: La Recoleta









Convencidos de caducidad
por tantas nobles certidumbres del polvo,
nos demoramos y bajamos la voz
entre las lentas filas de panteones,
cuya retórica de sombra y de mármol
promete o prefigura la deseable
dignidad de haber muerto.
Bellos son los sepulcros,
el desnudo latín y las trabadas fechas fatales,
la conjunción del mármol y de la flor
y las plazuelas con frescura de patio
y los muchos ayeres de la historia
hoy detenida y única.
Equivocamos esa paz con la muerte
y creemos anhelar nuestro fin
y anhelamos el sueño y la indiferencia.
Vibrante en las espadas y en la pasión
y dormida en la hiedra,
sólo la vida existe.
El espacio y el tiempo son formas suyas,
son instrumentos mágicos del alma,
y cuando ésta se apague,
se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte,
como al cesar la luz
caduca el simulacro de los espejos
que ya la tarde fue apagando.
Sombra benigna de los árboles,
viento con pájaros que sobre las ramas ondea,
alma que se dispersa en otras almas,
fuera un milagro que alguna vez dejaran de ser,
milagro incomprensible,
aunque su imaginaria repetición
infame con horror nuestros días.
Estas cosas pensé en la Recoleta,
en el lugar de mi ceniza.



En Fervor de Buenos Aires (1923)

Foto: Isaías Garde: Cementerio de La Recoleta, 2012 
Fuente: Visto en Baires


29/8/17

Jorge Luis Borges: Ante la ley [Traducción de «Vor dem Gesetz» de Franz Kafka]






Hay un guardián ante la Ley. A ese guardián llega un hombre de la campaña que pide ser admitido a la Ley. El guardián le responde que ese día no puede permitirle la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si luego podrá entrar. ‘Es posible’, dice el guardián, ‘pero no ahora’. Como la puerta de la Ley sigue abierta y el guardián está a un lado, el hombre se agacha para espiar. El guardián se ríe, y le dice: ‘Fíjate bien: soy muy fuerte. Y soy el más subalterno de los guardianes. Adentro no hay una sala que no esté custodiada por su guardián, cada uno más fuerte que el anterior. Ya el tercero tiene un aspecto que yo mismo no puedo soportar’. El hombre no ha previsto esas trabas. Piensa que la Ley debe ser accesible en todo momento a todos los hombres, pero al fijarse en el guardián con su capa de piel, su gran nariz aguda y su larga y deshilachada barba de tártaro, resuelve que más vale esperar. El guardián le da un banco y lo deja sentarse junto a la puerta. Ahí, pasa los días y los años. Intenta muchas veces ser admitido y fatiga al guardián con sus peticiones. El guardián entabla con él diálogos limitados y lo interroga acerca de su hogar y de otros asuntos, pero de una manera impersonal, como de señor poderoso, y siempre acaba repitiendo que no puede pasar todavía. El hombre, que se había equipado de muchas cosas para su viaje, se va despojando de todas ellas para sobornar al guardián. Éste no las rehusa, pero declara: ‘Acepto para que no te figures que has omitido algún empeño.’ En los muchos años el hombre no le quita los ojos de encima al guardián. Se olvida de los otros y piensa que éste es la única traba que lo separa de la Ley. En los primeros años maldice a gritos su destino perverso; con la vejez, la maldición decae en rezongo. El hombre se vuelve infantil, y como en su vigilia de años ha llegado a reconocer las pulgas en la capa de piel, acaba por pedirles que lo socorran y que intercedan con el guardián. Al cabo se le nublan los ojos y no sabe si éstos lo engañan o si se ha obscurecido el mundo. Apenas si percibe en la sombra una claridad que fluye inmortalmente de la puerta de la Ley. Ya no le queda mucho que vivir. En su agonía los recuerdos forman una sola pregunta, que no ha propuesto aún al guardián. Como no puede incorporarse, tiene que llamarlo por señas. El guardián se agacha profundamente, pues la disparidad de las estaturas ha aumentado muchísimo. ‘¿Qué pretendes ahora?’, dice el guardián; ‘eres insaciable’, ‘Todos se esfuerzan por la Ley’, dice el hombre. ‘¿Será posible que en los años que espero nadie ha querido entrar sino yo?’ El guardián entiende que el hombre se está acabando, y tiene que gritarle para que le oiga: ‘Nadie ha querido entrar por aquí, porque a ti solo estaba destinada esta puerta. Ahora voy a cerrarla’.



En El Hogar, 27 de mayo de 1938.
Luego en  Antología de la literatura fantástica, en col. con A.Bioy Casares y S. Ocampo (1977)
Versión castellana de Kafka, Franz; «Vor dem Gesetz», Berlín, junio de 1914
Mural Borges Kafka, por Leonardo Polesello, II Bienal Borges - Kafka, Buenos Aires, mayo de 2010

28/8/17

Jorge Luis Borges encuestado. «¿Cree usted en Dios?»





¿Cree usted en Dios?
—Si por Dios se entiende una personalidad unitaria o trinitaria, una especie de hombre sobrenatural, un juez de nuestros actos y pensamientos, no creo en ese ser. En cambio, si por Dios entendemos un propósito moral o mental en el universo, creo ciertamente en Él. En cuanto al problema de la inmortalidad personal que Unamuno y otros escritores han vinculado a la noción de Dios, no creo, ni deseo ser personalmente inmortal.
Que hay un orden en el universo, un sistema de periodicidades y una evolución general, me parece evidente. No menos innegable es para mí la existencia de una ley moral, de un sentimiento íntimo de haber obrado bien o mal en cada ocasión.
¿Quiere decir entonces que en esencia todo eso probaría la existencia de Dios, o que Él haya sido el creador, el principio y el fin de las cosas?
—No sé si Dios está en el principio del proceso cósmico, pero posiblemente está en el fin. Dios es tal vez algo hacia lo cual tiende el universo.
¿Y por qué cree usted de esta manera en Dios?
—Creo por intuición y además porque sería desesperante no creer. Si suponemos que hay un ser perfecto y omnipotente que está al principio de la historia universal, y suponemos que creó el mundo, entonces no comprendemos por qué existe el dolor o la maldad; en cambio si suponemos un Dios que está creándose a través del proceso cósmico o de nuestros destinos personales, en esa única forma podemos creer en Él, es decir, como canalización evolutiva hacia la perfectibilidad.
¿Y cómo aplica su creencia a la vida práctica cotidiana?
—Trato de aplicarla. Dentro de la vida para la cual estoy condicionado hago lo más que puedo. Además no exijo a la finitud de mi ambición más de lo que el proceso natural de mi propia evolución podrá darme. Trato de ser un hombre justo, pero no siempre lo consigo.


* En Mundo Argentino, Buenos Aires, Año XLVI, Nº 2.369, 11 de julio de 1956

[*] Responden esta encuesta: Fidel Alsina Fuertes (científico), Francisco Petrone (actor), Risieri Frondizi (filósofo), Irineo Leguisamo (jockey), Carlos Kristof (obrero anarquista).
Unos años después, Borges responde a una encuesta organizada por el diario Clarín, 18 de diciembre de 1969, titulada “El escritor y la fe”.


Luego en Textos recobrados 1956-1985
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi 
© 2003 María Kodama 
© Emecé editores Buenos Aires, 2003

Imagen: Retrato de Borges por Kostas Koutsoukos (1999)



27/8/17

Jorge Luis Borges: Entrevista con Fietta Jarque [Madrid, junio de 1985]






Jorge Luis Borges firmó 333 ejemplares de su libro Los conjurados, durante su última visita a la Feria del Libro de Madrid, los primeros días de junio del año pasado. Borges concedió un entrevista a este periódico, de la que no se publicó un fragmento en el que el escritor argentino comenta los versos de uno de sus poemas más extraños, Cristo en la cruz. Para esta entrevista, Borges esperaba sentado en un sillón solitario de un salón en el Hotel Palace. Apoyado en su bastón como si bajo él mantuviera pisado al mundo, Jorge Luis Borges se inclinaba peligrosamente al hablar. Era capaz de someterse a varias entrevistas seguidas, una tras otra, sin demostrar cansancio o aburrimiento. Hablar era para él la manera de mantener al día su pasado, de no perder imágenes en su memoria, de revivir, de seguir viviendo.
-El orden en el que se presentan los poemas de Los conjurados sugiere una presencia constante del tema de la muerte. Hay quien comentó que este libro es su testamento literario.
-Bueno, esperemos que no -dijo, riendo, Borges. Salvo que cada libro es un testamento.
-El primer poema que incluye en este libro toca un tema poco frecuente en su literatura, se titula Cristo en la cruz.
-Sí, aunque no lo he vuelto a escuchar desde que lo escribí, ¿podría usted leérmelo?
-Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra. Los tres maderos son de igual altura. Cristo no está en el medio. Es el tercero. La negra barba pende sobre el pecho. El rostro no es el rostro de las láminas.
-Sería muy raro que fuera.
-Es áspero y judío. No lo veo y seguiré buscándolo hasta el día último de mis pasos sobre la tierra.
-Cierto, creo que todos tenemos ese deseo ¿no? Cristo fue para mí el personaje más vívido de la historia. Como hombre, el hombre más extraordinario de la historia. El destino más raro. Qué raro que todo eso lo sepamos a través de unos oyentes suyos. Se me ocurrió en estos días que la tarea de un escritor podría ser, aunque sea imposible, escribir un quinto testamento sin repetir los anteriores y que, sin embargo, no fuera del todo indigno de ellos. Claro que es una tarea tan ambiciosa que yo jamás emprenderé. Un quinto testamento que puede tomar una parábola, uno que otro dicho, pero cambiando los textos. Yo pensé que tenía que empezar este libro con un poema un poco extenso, y que llamara un poco la atención ¿no? Un poema con un tema extraordinario, por lo menos en mí. ¿Y cómo sigue?
-El hombre quebrantado sufre y calla. La corona de espinas lo lastima. No lo alcanza la befa de la plebe que ha visto su agonía tantas veces. La suya o la del otro. Da lo mismo. Cristo en la cruz. Desordenadamente piensa en el reino que tal vez lo espera, piensa en una mujer que no fue suya. No le está dado ver la teología, la indescifrable Divinidad, los gnósticos, las catedrales, la navaja de Occam, la púrpura, la mitra, la liturgia,
-¿Córno ha podido el papado, el Vaticano acusar de esa manera?
-...la conversión de Guthrum por la espada, la Inquisición, la sangre de los mártires, las atroces Cruzadas, Juana de Arco, el Vaticano que bendice ejércitos. Sabe que no es un dios y que es un hombre que muere con el día. No le importa. Le importa el duro hierro de los clavos. No es un romano. No es un griego. Gime.
-Claro, yo creo que no era estoico, ¿eh?. Los judíos no son estoicos.
-Nos ha dejado espléndidas metáforas y una doctrina del perdón que puede anular el pasado (Esa sentencia la escribió un irlandés en una cárcel).
-Claro, Oscar Wilde dijo: "El perdón anula el pasado". Es verdad, si uno perdona algo ni siquiera existe.
-El alma busca el fin, apresurada. Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto. Anda una mosca por la carne quieta.
-Bueno, eso yo lo he visto en una nieta natural de un abuelo mío que estaba muriéndose. Yo fui a verla al hospital, estaba conversando con ella, me distraje un poco, luego vi la mosca y supe que había muerto. Es una experiencia personal mía y la usé porque tengo derecho a hacerlo ¿no? Es terrible.
-¿De qué puede servirme que aquel hombre haya sufrido, si yo sufro ahora?
-Claro, ¿cómo la muerte de Cristo puede salvarnos?, es absurdo. Cada uno tiene que salvarse, eso me lo enseñó mi padre.
-El poema está fechado en 1984, en Kyoto.
-¿Kyoto? Eso hace más raro el poema, ¿no? Queda adornado con un vago paisaje japonés, que yo no vi jamás.
En El País, Madrid, 15 de junio de 1986
Retrato de Jorge Luis Borges ©PICTURE-ALLIANCE / DPA

26/8/17

Jorge Luis Borges: Utopía





Yo espero llegar a una edad sin aniversarios, sin colecciones, sin museos.

Tengo un cuento que se titula Utopía de un hombre que está cansadoen el que se supone que todo hombre se dedica a la música, que todo hombre es su propio Brahms; que todo hombre se dedica a la literatura, que todo hombre es su propio Shakespeare. Y luego, cuando muere, se destruye toda su obra, porque todo hombre es capaz de producirla. Y no hay clásicos, y no hay memoria, y no hay bibliotecas, desde luego. Porque todo hombre puede producir una biblioteca, o puede producir una galería, o puede elevar una estatua o construir una casa. Que el arte sea una preocupación, sea una ocupación de todo individuo. Y entonces ya se borrarán esas molestias: las historias de la literatura, las bibliotecas, los museos, colecciones (…). 

Yo pensaba, se me ocurrió esta mañana, que quizá el ideal sería (…) un mundo del todo anónimo. Que no hubiera nombres de países, por ejemplo, que sólo sirven de pretexto para guerras. Que no hubiera… que ningún individuo tuviera nombre. Que todo libro que se publicara fuera anónimo. Que no hubiera ni éxito ni fracaso. Y, sería mejor, que no existiera ni la pobreza ni la fortuna.


Antonio Carrizo, 1982




En Borges A/Z
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988

La Biblioteca de Babel - 33

Foto:  Jorge Luis Borges, 1975 (Bettmann/Corbis) Detalle



25/8/17

Jorge Luis Borges: El Borametz






El cordero vegetal de Tartaria, también llamado Borametz y Polypodium Borametz, y “polipodio chino”, es una planta cuya forma es la de un cordero, cubierta de pelusa dorada. Se eleva sobre cuatro o cinco raíces; las plantas mueren a su alrededor y ella se mantiene lozana; cuando la cortan sale un jugo sangriento.

Los lobos se deleitan en devorarla. Sir Thomas Browne la describe en el tercer libro de la obra Pseudodoxia Epidemica (Londres, 1646). En otros monstruos se combinan especies o géneros animales; en el Borametz, el reino vegetal y el reino animal.

Recordemos a este propósito la mandrágora, que grita como un hombre cuando la arrancan, y la triste selva de los suicidas, en uno de los círculos del Infierno, de cuyos troncos lastimados brotan a un tiempo sangre y palabras, y aquel árbol soñado por Chesterton, que devoró los pájaros que habían anidado en sus ramas y que, en la primavera, dio plumas en lugar de hojas.





En El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Con la colaboración de Margarita Guerrero
Retrato de Jorge Luis Borges, Propiedad María Kodama
Al pie: Imágenes del Borametz en Museum of Garden History

24/8/17

Antonio Carrizo - Jorge Luis Borges: «Yo nací en el año 1899 en esa casa»







Borges. Bueno, claro.. La primera es una alusión* a la doctrina platónica de los arquetipos: hemos visto la luna en el mundo de las arquetipos y luego vemos como una especie de remedo de la luna, aquí en la tierra. Y la otra se refiere de un modo muy concreto a un patio, que ya no existe —bueno, puede decirse de casi todas las cosas de Buenos Aires que no existen— al patio de la casa en que yo nací, en la calle Tucumán, entre Suipacha y Esmeralda. Y ahí estaba la higuera, en el segundo patio, y el aljibe. . . en el primer patio, sí.

Carrizo. En el mismo poema.

Borges. Y yo recuerdo... Puedo decir esto, que es raro: yo nací en el año 1899 en esa casa, en el centro de Buenos Aires, en la Parroquia de San Nicolás. Esa casa, como le digo, estaba a dos cuadras de Florida, y toda la manzana, fuera del almacén de “La Figura”, que estaba en la esquina, era de casas bajas. Es decir, lo que se llama ahora San Telmo, antes abarcaba toda la ciudad, toda la ciudad era San Telmo. Pero San Telmo se ha conservado un poco más y hasta se falsifica un poco más, también.

Carrizo. Claro.

Borges. Pero yo recuerdo esa cuadra, la recuerdo muy bien, toda de casas bajas: todas con azotea —porque no había tejas por ese lado— todas con azoteas, con ventanas con barrotes de hierro, zaguanes y patios.

Carrizo. No nos vayamos de la luna...*

Borges. No nos vayamos...

(...)


[*] Aluden a su poema La luna
En El Hacedor (1960)
Luego en JLB, Obra poética 1923/1985
© María Kodama y © Emecé Editores
Buenos Aires, 1989

En Borges el memorioso. Conversaciones de Jorge Luis Borges con Antonio Carrizo 
(Tercera mañana), págs. 68-69
Mexico-Buenos Aires, FCE, 1982
Nota: En los meses de julio y agosto de 1979, Jorge Luis Borges —que cumplía 80 años— grabó estas entrevistas para el programa “La vida y el canto”. Se emitieron durante el mes de agosto. El plan de trabajo y la edición de las grabaciones fueron realizados por Antonio Carrizo, productor y locutor de dicho programa. 





Agradecemos los audios a Santiago Navarro 
y a Eduardo Mercado que nos los acercara.

Lectura y descarga del libro completo en la sección Archivos 
de nuestro grupo homólogo en FB

Imágenes:
Arriba: A. Carrizo y Borges en entrevista televisiva de 1979 (capt.)
Abajo: Cover edición 1983




23/8/17

Jorge Luis Borges: Postal a Leonor Acevedo desde Punta del Este





Señora Leonor Acevedo de Borges
Pueyrredon 2190 - V° Piso
Buenos Aires

Querida Madre:
                        Le he pedido a Márquez Miranda que oficie de cartero. En una semana estoy de vuelta. Por ahora el mediodía entrega las mejores posibilidades de un pensamiento que no se deja traducir. By the way, he llegado a la claridad de una ventana sólo para conversar con usted.

                               Georgie.


Postal de Borges a su madre s/d probablemente años treinta
© Archivo José María Lafuente
Transcripción Florencia Giani

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