3/8/17

Jorge Luis Borges: La poesía gauchesca*







    En las literaturas de América, el género gauchesco constituye un fenómeno singular. Quienes han intentado una explicación se han limitado a señalar al protagonista de esta poesía; han estudiado al gaucho; han indagado su vida y sus costumbres. Todo ello, útil y necesario sin duda, no agota el problema; la vida pastoril ha sido típica de muchas regiones de América, desde Montana y Oregón hasta Chile; esas regiones, sin embargo, no han producido un género análogo al género gauchesco. ¿Qué circunstancias determinaron, en las repúblicas del Plata, el origen de esta poesía?
Es notorio que los “gauchescos” —así los denomina Ricardo Rojas— no fueron gauchos; fueron hombres de ciudad, compenetrados, por los trabajos rurales o por el azar de las guerras, con la vida del gaucho. Fue necesaria, pues, para el génesis de la literatura gauchesca, la conjunción de dos estilos vitales: el urbano y el pastoril; no menos necesaria fue la homogeneidad de la población criolla de estas provincias; los jornaleros de las ciudades —el aguatero, el carrero, el cuarteador, el matarife— no diferían esencialmente del gaucho. Tampoco había notables diferencias lingüísticas; la entonación y el vocabulario del gaucho eran fácilmente accesibles al hombre urbano. Éste hallaba en el campo un espectáculo que era lo bastante curioso para ser memorable y lo bastante afín para ser íntimo. El campo, con sus grandes distancias, con su bárbara ganadería, con sus elementales peligros, con su sabor homérico, sería en la memoria una experiencia de libertad y de plenitud.
Movido por el propósito de exaltar la obra de José Hernández, Lugones ha negado a los otros escritores gauchescos el conocimiento del gaucho. Este juicio importa un anacronismo; a mediados del siglo XIX el gaucho no era en estas repúblicas un personaje exótico; lo difícil, acaso lo imposible, era no conocerlo. Hernández parece más versado que sus predecesores en las tareas de la estancia; no en la intuición del gaucho, común a todos ellos.
Dos personajes esenciales hay en la literatura que nos ocupa: el gaucho y el indio. El primero, según el diccionario de la Academia, es “el hombre natural de las pampas del Río de la Plata en la Argentina, Uruguay y Río Grande do Sul”. La nota agrega que los gauchos “son por lo común mestizos de español e indio, grandes jinetes dedicados a la ganadería o a la vida errante”. La ganadería, en efecto, es fundamental para la determinación del tipo gaucho; éste propende a desaparecer de aquellas regiones en que predomina la agricultura. Cabría simplemente añadir, citando a Martínez Estrada, que el gaucho no es un tipo étnico sino social.
Vemos al indio en la literatura gauchesca a través de los ojos del que era su natural enemigo. La imagen es hostil, y en el Martín Fierro, atroz. El mundo de los gauchos, según lo describe el poema, es áspero y elemental; el de los indios es diabólico. Los escritores que han estudiado al indio de la pampa corroboran esa visión.
En su Historia de la literatura argentina, Ricardo Rojas quiere derivar el género gauchesco de la poesía popular de los payadores; entiendo que esa genealogía es errónea: el rústico, en trance de versificar, procura no emplear voces rústicas. Tampoco busca temas cotidianos ni cultiva el color local. Ensaya temas nobles y abstractos; un certero ejemplo de esta poesía nos ofrece Hernández en la payada de Martín Fierro con el Moreno, que trata del cielo, de la tierra, del mar, de la noche, del amor, de la ley, del tiempo, de la medida, del peso y de la cantidad. De esos abstractos y ambiciosos ejercicios no hubiera procedido jamás el género gauchesco, tan rico en realidades.
Salvo excepciones, limitadas, por lo común a la obra de Ascasubi, la poesía gauchesca se ha expresado en versos octosílabos, metro tan popular que he conocido algún payador que tomaba los endecasílabos de Carriego por octosílabos mal medidos y comentaba con resignación y piedad: “No se ha esmerado el mozo”. En el suburbio de Buenos Aires, en el siglo XX, ese payador era idealmente contemporáneo de aquellos literatos españoles que, al decir de Lugones, “No aceptaron el verso endecasílabo cuando fue introducido de Italia, declarando no percibir su armonía”.
Ya que, por una convención del género, la poesía gauchesca se presenta como pensada y dicha por gauchos, omítese en ella determinadas explicaciones y descripciones, que serían inverosímiles, por demasiado artificiosas y literarias, o superfluas, porque se dan por sabidas. Cabe afirmar que, en general, la poesía gauchesca no describe la vida de la llanura, sino que la presupone. Habla de pampa, de baguales, de estancias, para personas que tienen imágenes claras de esas palabras. Ni Facundo de Sarmiento ni Don Segundo Sombra de Güiraldes postulan tal conocimiento de parte del lector; por eso, y no sólo por razones de vocabulario, son acaso, más accesibles a un extranjero.
Los cielitos de Bartolomé Hidalgo inauguran hacia 1811 la poesía gauchesca. Roxlo, declara que Hidalgo no ha sido superado aún “por ninguno de los que han descollado imitándolo”. Es lícito disentir; Hidalgo ha sido superado y en ello estriba su paradójica fortuna. En él se cumple el doble destino de los precursores; prefigura a quienes lo siguen y es creado por los hombres ulteriores a quienes prefigura. Ascasubi, Del Campo, Lussich y Hernández son inconcebibles sin él, pero, también, lo definen y lo mejoran. Sin esa ilustre descendencia, la obra de Hidalgo sería una mera curiosidad y acaso no podríamos percibir sus rasgos diferenciales.
La entonación de la poesía gauchesca se da, íntegramente, en Hidalgo. Tiene este poeta una voz mesurada y viril, una voz honesta y antigua, que no volveremos a oír hasta el Martín Fierro. Asimismo, le corresponde a Hidalgo el hallazgo de algunos motivos esenciales: el diálogo entre paisanos, el ambiente sugerido por alusiones, las perplejidades del gaucho en la ciudad.
El segundo poeta gauchesco, Hilario Ascasubi, fácil y a veces afortunado improvisador, está como perdido en la magnitud de su obra populosa y ocasional. Los Trovos de Paulino Lucero, que luego subtituló hermosamente O los gauchos del Río de la Plata cantando y combatiendo contra los tiranos de las Repúblicas Argentina y Oriental del Uruguay, fueron escritos a lo largo de las vicisitudes de la historia, entre el grito de los capitanes y la algazara; las muchas referencias contemporáneas, en su hora comprensibles e inevitables, hoy los oscurecen y abruman. Determinados pasajes, sin embargo, nos revelan a un poeta no inferior a ninguno de los “gauchescos” y, por cierto, singularísimo. Lo épico y un vívido sentido de lo visual distinguen a Ascasubi.
Estanislao del Campo, el tercer poeta gauchesco, se considera continuador de Ascasubi (Aniceto el Gallo) y firma, filialmente, Anastasio el Pollo. Hereda, de Ascasubi, la tradición que éste heredó de Bartolomé Hidalgo: el diálogo gauchesco en que uno de los interlocutores refiere a otro sus andanzas por la ciudad. Posee, como Ascasubi, notable sensibilidad visual y una frecuente propensión al humorismo. Nunca este humorismo es agresivo o amargo; su manantial es la felicidad.
En 1872, José Hernández publica la obra maestra del género: El Gaucho Martín Fierro. Más que otros textos de la literatura gauchesca, el Martín Fierro ha sido imaginado, por así decirlo, de adentro para afuera. Basta, para evidenciar este aserto, comparar la primera estrofa del poema de Hernández con la primera estrofa del Fausto. En ésta, el gaucho es un espectáculo que el autor nos presenta; el lenguaje, deliberadamente recargado de voces y de giros vernáculos, tiene un cariz casi paródico. En aquélla, el hombre está dado, inmediatamente, en la voz. Martín Fierro nos relata su vida, y aún más importante que los hechos es la manera de relatarlos. Así, en el canto VII de la primera parte, cuenta que en un baile campestre ha provocado y matado a un negro y después nos dice:
Limpié el facón en los pastos,
desaté mi redomón,
monté despacio y salí
al tranco pa el cañadón.
La indiferencia, la amargura, la resignación del matador, y hasta una suerte de insolencia tranquila, están en esas pocas palabras.
Martín Fierro fue quizá concebido por Hernández como personaje genérico, pero afortunadamente, priman en él los rasgos individuales. Su historia no es acaso la historia de todos los gauchos; sin embargo, cuando la leemos, nos parece verosímil, necesaria y, aun, inevitable. Aceptamos los hechos que la integran como aceptamos los hechos que integran la realidad y, como ante éstos, no nos preguntamos si son ingeniosos o extraños; nos persuaden con su mero ocurrir. Somos, al leerlo, Martín Fierro; en esta identificación hay como una secreta maestría, ya que el autor la logra sin recurrir a lentos análisis de estados de conciencia.
Pese a la estructura métrica y a algunos toques épicos o elegíacos —la valerosa muerte de Cruz, el combate de Fierro con el indio, la nostálgica descripción de los tiempos que fueron—, la obra de Hernández deja un sabor final de novela.



[*] Versión abreviada del prólogo de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, Poesía gauchesca, México, Fondo de Cultura Económica, 1955. El prólogo está recogido en Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Museo, Textos inéditos, Buenos Aires, Emecé, 2002, págs. 119-137. (N. del E.)


En Ars, Revista de Arte, Buenos Aires, Año XX, Nº 89, 1960. Número de Adhesión al 
Sesquicentenario de la Revolución de Mayo, dedicado a la cultura en la Argentina, en el 
vigésimo aniversario de la revista. 

Luego, en Textos Recobrados 1956-1986 (2007)
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi 
© 2003 María Kodama 
© Emecé editores Buenos Aires 2003

Foto: Jaime Rest y Jorge Luis Borges durante una conferencia 
Auditorio Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, ca. 1954
Acervo Jaime Rest


2/8/17

«Y esto ocurrió en Buenos Aires en 1946»












Jorge Luis Borges, escritor que enorgullece a la Argentina,
fue enviado a inspeccionar gallinas



Bajo estos mismos títulos dice un diario porteño:

«Ha sido comentado en los más diversos tonos en los ambientes artísticos, la medida adoptada por las autoridades edilicias contra el escritor Jorge Luis Borges, quien desde hace dieciocho años desempeña un puesto importante en una biblioteca del municipio. No es necesario abundar acá en consideraciones acerca de los sólidos méritos del prestigioso escritor a quien de cierta manera puede considerárselo como jefe de una escuela: "el borgismo ", que de ciencia cierta existe, pero que algún día será analizada ampliamente. La producción, la obra y la acción de Borges son, asimismo, tan vastamente conocidas dentro y fuera del país, que no es necesario que nos detengamos a analizarlas en estos momentos. Pero el escritor es quien va a hablar.

—¡Hola, don Jorge Luis! ¿Cómo le va?

—Ya lo ve, vivito y coleando.

—¿ Y qué le pasó en la Municipalidad que se cuentan las cosas más dispares acerca de su traslado, cesantía o lo que fuere?

—Nada; una cosa muy sencilla. Yo toda la vida he tenido dos "hobbyes" por no decir dos debilidades: los libros y firmar. Cuando chico firmaba en las paredes. ¿Se acuerdan ustedes de aquellos poemas murales? Me ha gustado siempre firmar lo que escribo y a veces, cuando algo de un amigo me gusta mucho, también lo firmaría.

—Sí, bueno, está bien; pero eso ¿qué tiene que ver con el asunto de la Municipalidad?

—A eso iba. Como a mí me da por firmar todo lo firmable, resulta que firmé cuanto manifiesto me trajeron los amigos*. Esos manifiestos ingenuos en que se afirma que la verdad debe triunfar y que la libertad es libre, como dice el paisano.

—Bueno, pero ¿qué pasó, entonces?

—Un momento; en los poemas no hay que pegar saltos. Hace pocos días me mandaron llamar para comunicarme que había sido trasladado de mi puesto de bibliotecario al de inspector de aves —léase gallináceas— a un mercado de la calle Córdoba. Aduje yo que sabía mucho menos de gallinas que de libros y que si bien me deleitaba leyendo "La serpiente emplumada", de Lawrence, de ello no debe sacarse la conclusión que sepa de otras plumas o diferenciar la gallina de los huevos de oro de un gallo de riña. Se me respondió que no se trataba de idoneidad sino de una sanción por andarme haciendo el democrático ostentando mi firma en toda cuanta declaración salía por ahí. Comprendí, entonces, que se trataba de molestarme o de humillarme simplemente. Naturalmente que si, como ustedes dicen, me hubieran trasladado a las funciones de agente de tránsito, a lo mejor me da por calzarme el uniforme, y ya me hubieran visto allá arriba en la garita armando un verdadero despatarro.

— Y usted, ¿qué actitud adoptó?

—Ninguna; me fui a casa. Tenía un libro de Eluard y otro de Vercors para los cuales no encontraba manera de roer tiempo a otras cosas y leerlos. Y me puse a leer y me olvidé del mundo. Pero al día siguiente, la realidad me dio un vuelco; de la Municipalidad me comunicaban que hacía veinticuatro horas que estaban esperando mi renuncia y que estaba ya en mora. Estaban, pues, plenamente convencidos de que no iba a aceptar la situación y que iba a renunciar. Me conocían, ¿verdad?

—Indudablemente.

—Eso es todo; la verdad, nada más que la verdad, sólo la verdad.»


Diario El Plata, Montevideo, 25 de julio de 1946**


Notas

* Uno de muchos ejemplos es el Manifiesto de escritores y artistas (En Antinazi. Por una Argentina Libre y Democrática, Buenos Aires, Año 1, N° 5, jueves 22 de marzo de 1945). En breve será incluido en este blog.

** El 15 de agosto de 1946, la revista Argentina Libre publica el discurso pronunciado por Leónidas Barletta, en la comida de desagravio que la Sociedad Argentina de Escritores (S.A.D.E.) ofrece a Borges, a raíz de su destitución del cargo de bibliotecario.  En ese mismo número, se publica también "Dele-Dele", palabras de agradecimiento de Borges, recogidas simultáneamente con otro título en la revista Sur. 
Véase también Borges en Sur, Buenos Aires, Emecé Editores, 1999, págs. 303-304.


Incluido en Textos recobrados 1931-1955
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi 
© María Kodama 2001
© Emecé Editores 2001



31/7/17

Jorge Luis Borges: La clepsidra







No de agua, de miel, será la última
gota de la clepsidra. La veremos
resplandecer y hundirse en la tiniebla,
pero en ella estarán las beatitudes
que al rojo Adán otorgó Alguien o Algo:
el recíproco amor y tu fragancia,
el acto de entender el universo,
siquiera falazmente, aquel instante
en que Virgilio da con el hexámetro,
el agua de la sed y el pan del hambre,
en el aire la delicada nieve,
el tacto del volumen que buscamos
en la desidia de los anaqueles,
el goce de la espada en la batalla,
el mar que libre roturó Inglaterra,
el alivio de oír tras el silencio
el esperado acorde, una memoria
preciosa y olvidada, la fatiga,
el instante en que el sueño nos disgrega.


En La moneda de hierro (1976)

30/7/17

Jorge Luis Borges: Elegía de la patria






De hierro, no de oro, fue la aurora.
La forjaron un puerto y un desierto,
unos cuantos señores y el abierto
ámbito elemental de ayer y ahora.
Vino después la guerra con el godo.
Siempre el valor y siempre la victoria.
El Brasil y el tirano. Aquella historia
desenfrenada. El todo por el todo.
Cifras rojas de los aniversarios,
pompas del mármol, arduos monumentos,
pompas de la palabra, parlamentos,
centenarios y sesquicentenarios,
son la ceniza apenas, la soflama
de los vestigios de esa antigua llama.


En La moneda de hierro (1976)
Retrato de Jorge Luis Borges
Fundación Internacional Jorge Luis Borges


29/7/17

Borges y Joyce, 50 años después* [Entrevista de O. Nayarláez, 1981]




Borges no puede disimular cierta emoción y algo de molestia cuando le decimos el motivo de la entrevista.
—¿Joyce? ¿Así que usted me quiere hacer hablar de James Joyce? ¿Y de lo que queda en mí de Joyce? ¡No! Eso no tiene importancia, lo importante es la personalidad de Joyce. La relación que yo pueda tener con él es insignificante.
[¿Cuándo leyó a Joyce?]
—No recuerdo bien, pero debe de haber sido el 27 o el 28, un año antes de la muerte de Güiraldes. Cuando me lo presentaron a Ricardo, en el hotel Phoenix, en Córdoba y San Martín, me preguntó si yo sabía inglés. En aquel tiempo pocos lo sabían, era un idioma un poco secreto. Todo el mundo sabía francés. Y cuando Güiraldes se enteró de que yo sabía inglés, dijo: “¡Qué suertudo!” “Creo que sí”, le dije, “pero, ¿por qué me dice eso?” “Porque puede leer a Kipling en el original.” A él le gustaba mucho Kipling pero lo había leído en francés. Tiempo después Güiraldes me entregaba un grueso volumen, era la edición inglesa del Ulises. Ante ese libro realmente sentí lo que es el vértigo; me encontré como perdido.
Después escribí un artículo muy inadecuado. Güiraldes me pidió que tradujera la última página del Ulises y lo hice muy mal. Eso se publicó en Proa, la revista fundada por Brandán Caraffa.
Borges trata de cuidar las palabras, y a cada rato insiste en que no quiere hablar mal de Joyce… Por fin se decide:
—Yo creo que Joyce cometió un error capital, creer que su estilo, su talento, eran los de un novelista. Él era, en realidad, un escritor esencialmente verbal. La novela es desde luego verbal en el sentido en que tiene que valerse de palabras pero no un arte verbal en el sentido que lo es la poesía.
El talento de Joyce era esencialmente verbal. No sé si poético es la palabra. Es lo que Shaw llamaba word music. Joyce es música verbal e invención de palabras. Una novela se hace más bien imaginando personajes, penetrando en ellos. Eso no sucede con Joyce. Si se lee o se trata de leer el Ulises, al final no se conoce a los personajes. En el Ulises se conocen miles de situaciones pero no se conocen los personajes como pueden conocerse los de Conrad, Dostoievski y otros. Joyce cometió ese error. Aunque creo que fue uno de los máximos artífices verbales, eso nada tiene que ver con la novela. En una novela hay que pensar en los personajes, en los caracteres, en lo que sucede, más que en las palabras empleadas.
El arte de Joyce es pues, ante todo, verbal. Espléndido, desde luego, pero creo que si hubiera elegido ser poeta, si se hubiera limitado a ser poeta, aunque ser poeta no tiene nada de limitado, hubiera sido mejor… En todo caso más legible. Porque el Ulises es bastante ininteligible y el Finnegan's Wake es ilegible.
Ya dije que cuando leí el Ulises por primera vez me encontré perdido… Yo no sabía nada de la teoría de Joyce. Después leí el libro de Stuart Gilbert, de mucho más fácil lectura que la obra de Joyce, y otro libro titulado Una ganzúa para Finnegans Wake. Me gustaron mucho, pero cuando trataba de leer el Ulises y el Finnegans Wake me resultaba imposible. En cambio sé de memoria muchos versos, muchas poesías de Joyce y creo que El retrato del artista adolescente es un libro admirable y también algunos cuentos, no todos, porque la imaginación de Joyce es totalmente verbal. Si yo pienso en Finnegan's Wake, recuerdo frases de igual modo que recuerdo versos de un poema. Es una obra fragmentaria, sí. Esto no lo digo contra Joyce. Yo lo admiro pero hubiera querido de él una obra aún más admirable que la que ha producido.
Se ha entendido que hay un paralelismo entre la Odisea y el Ulises. Yo no sé si ese paralelismo es benéfico. Yo diría que no; no tiene nada que ver. Además, en el libro de Stuart Gilbert, que fue secretario de Joyce, se lee por ejemplo que en tal capítulo del Ulises casi todas las metáforas están tomadas de la respiración, de los pulmones; en otro se habla de lo sexual; en otro, del cerebro, de la inteligencia. O bien, que en un capítulo predomina el color rojo, en otro, el amarillo, en otro, el negro, etc. Pero yo no sé si ésas son virtudes. No hacen a la obra, y no hacen sobre todo al goce de la obra. Posiblemente Joyce pensó que eso podía facilitar su labor o le gustaba la idea, pero no quisiera decir una palabra contra Joyce.
Indudablemente Joyce fue un gran poeta. Chamber Music, por ejemplo, es gran poesía, poesía verbal como la de Quevedo y Lugones. Un ejemplo de poesía verbal, de Quevedo: “Su tumba son de Flandes las campañas / Y su epitafio la sangrienta Luna”. “Su epitafio la sangrienta Luna” es un verso espléndido, es poesía verbal. Si tuviera que traducirlo con otras palabras desaparecería la poesía. Poesía verbal, poesía de este tipo es la que hizo Joyce, quizá mejor que nadie, en cualquier época, y en cualquier idioma. Pero es una lástima que todo eso esté perdido en dos vastas obras ilegibles. La traducción de esa música verbal, la de Joyce, me parece imposible. Es como traducir la música en palabras. El caso más sencillo: ¿Cómo traducir la música del tango El choclo? El tango El choclo es simplemente eso.
Joyce mismo colaboró en la traducción francesa del Ulises, dirigida por Valéry Larbaud, que es muy mala, y no por culpa de Joyce o de Larbaud. Es mala, entre otras cosas, por la facultad de Joyce de acuñar palabras compuestas, que pueden usarse en griego, en inglés, y en alemán, pero no en francés y en castellano, idiomas éstos en las que resultan pesadísimas y artificiales. El mismo Joyce tiene que haberse dado cuenta de esto.
[¿Tradujo usted el Ulises?]
—No, no es cierto, yo no he traducido el Ulises. Puede ser sí que me hayan ofrecido la traducción al castellano. Al cabo de ochenta años a uno pueden haberle ocurrido todas las cosas. Pero yo me di cuenta de que la obra era intraducible.
Mi memoria está llena de pasajes de Joyce, pero no pienso en sus personajes…
¿Qué importancia tiene que el Ulises no sea una novela? Las grandes obras se escriben muchas veces a pesar de sus autores.
—Sí, pero él se propuso hacer una novela…
Pero si no es una novela, ¿no tenía derecho a hacer el Ulises?
—Tenía derecho, pero hubiera sido mejor para sus lectores si hubiera intentado otra cosa. Yo soy uno de sus lectores.
¿Y qué problema hay además en que se trate de una obra fragmentaria, una especie de homenaje al “lector salteado” de Macedonio Fernández que ya previó la lectura de a ratos, de restos, de fragmentos?
—Joyce quiso hacer una novela y cometió un error, porque podría haber escrito poemas de una o dos páginas. Como creo que fue un error de Góngora escribir las Soledades, pues no tenía talento para lo narrativo. Góngora tenía talento para frases como Joyce. Es un pequeño Joyce, ¿no?
En cuanto a la lectura fragmentaria [Borges] agrega:
—Es la única lectura posible. Es lo que ocurre ya. El futuro es ilimitado, uno puede decir cualquier cosa y se cumplirá, pero quizá lo que quede de los escritores es lo que está en las antologías. Lo demás es historia de la literatura, es erudición, es una pequeña pedantería. Las obras completas son un error. Yo no quiero pecar de vanidoso, pero si cuando yo muera quedan un par de cuentos y un poema puedo darme por satisfecho. Mi Antología personal** incluso ha tenido que admitir cosas que no me gustan porque el editor me ha dicho que… No nos podemos librar de la Historia, todo se hace en función de ella, pero en los países orientales eso no existe. Y toda la poesía, toda la escritura se consideran contemporáneas. En cambio a nosotros nos interesa mucho la Historia, la sucesión cronológica, la idea de maestros y discípulos… Y todo eso es ajeno a lo estético…
¿Y para terminar?
—Yo sé que en algunas de sus inextricables páginas está Joyce esperándome en pasajes que me han acompañado toda la vida.



[*] Borges publicó en la revista Proa “El Ulises de Joyce” y “La última hoja del Ulises”, recogidos respectivamente en Inquisiciones, 1925, en Inquisiciones. Otras Inquisiciones, 2011, y en Textos recobrados 1919-1929, Barcelona, Debolsillo, 2011. Publicó también en la revista Sur, “Joyce y los neologismos”, 1939, y “Fragmento sobre Joyce”, 1941, recogidos en Borges en Sur y en Miscelánea(N. del E.)
[**]  Borges se refiere a una Antología en preparación que no llegaría a realizar. (N. del E.)

En revista Referente
Buenos Aires, Año I, N° 1, invierno de 1981
Entrevista de O. Nayarález

Luego en Textos recobrados 1956-1985 ("La Argentina y Buenos Aires")
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi 
© 2003 María Kodama 
© Emecé editores Buenos Aires 2003

Foto: Hands of James Joyce, Paris 1938, by Gisèle Freund, 1938




28/7/17

Jorge Luis Borges: Fervor de Buenos Aires [Prólogo, 1969]







No he reescrito el libro. He mitigado sus excesos barrocos, he limado asperezas, he tachado sensiblerías y vaguedades y, en el decurso de esta labor a veces grata y otras veces incómoda, he sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente ¿qué significa esencialmente? el señor que ahora se resigna o corrige. Somos el mismo; los dos descreemos del fracaso y del éxito, de las escuelas literarias y de sus dogmas; los dos somos devotos de Schopenhauer, de Stevenson y de Whitman. Para mí, Fervor de Buenos Aires prefigura todo lo que haría después. Por lo que dejaba entrever, por lo que prometía de algún modo, lo aprobaron generosamente Enrique Díez-Canedo y Alfonso Reyes.
Como los de 1969, los jóvenes de 1923 eran tímidos. Temerosos de una íntima pobreza, trataban como ahora, de escamotearla bajo inocentes novedades ruidosas. Yo, por ejemplo, me propuse demasiados fines: remedar ciertas fealdades (que me gustaban) de Miguel de Unamuno, ser un escritor español del siglo diecisiete, ser Macedonio Fernández, descubrir las metáforas que Lugones ya había descubierto, cantar un Buenos Aires de casas bajas y, hacia el poniente o hacia el Sur, de quintas con verjas.
En aquel tiempo, buscaba los atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas, el centro y la serenidad.

J. L. B.
Buenos Aires, 18 de agosto de 1969

A quien leyere

Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor. 

[Prólogo edición 1923]



En Fervor de Buenos Aires (1923)
Ilustración de Pablo Racioppi para 'Fervor de Buenos Aires'
Edición especial a 90 años de su primera publicación

27/7/17

Jorge Luis Borges reseña tres novelas de William Faulkner








Absalom, Absalom!

Sé de dos tipos de escritor: el hombre cuya central ansiedad son los procedimientos verbales; el hombre cuya central ansiedad son las pasiones y trabajos del hombre. Al primero lo suelen denigrar con el mote de "bizantino" y exaltar con el nombre de "artista puro". El otro, más feliz, conoce los epítetos laudatorios "profundo", "humano", "profundamente humano" y el halagüeño vituperio de "bárbaro". El primero es Swinburne o Mallarmé; el segundo, Céline o Theodore Dreiser. Otros, excepcionales, ejercen las virtudes y los goces de ambas categorías. Víctor Hugo anota que Shakespeare contiene a Góngora: podemos observar que también contiene a Dostoievski... Entre los grandes novelistas, Joseph Conrad fue acaso el último a quien le interesaron por igual los procedimientos de la novela, y el destino y el carácter de las personas. El último, hasta la aparición tremenda de Faulkner.

Faulkner gusta de exponer la novela a través de los personajes. El método no es absolutamente original —El anillo y el libro de Robert Browning (1868) detalla el mismo crimen diez veces, a través de diez bocas y de diez almas—, pero Faulkner le infunde una intensidad que es casi intolerable. Una infinita descomposición, una infinita y negra carnalidad hay en este libro de Faulkner. El teatro es el estado de Mississippi: los héroes, hombres desintegrados por la envidia, por el alcohol, por la soledad, por las erosiones del odio. 

¡Absalón, Absalón! es equiparable a El sonido y la furia. No sé de un elogio mayor.

Enero 1927


The Unvanquished

Es norma general que los novelistas no presenten una realidad, sino su recuerdo. Escriben hechos verdaderos o verosímiles, pero ya revisados y ordenados por la memoria. (Ese proceso, claro está, nada tiene que ver con los tiempos de verbo que se utilicen.) Faulkner, en cambio, quiere a veces recrear el presente puro, no simplificado aún por el tiempo ni siquiera desbastado por la atención. El "presente puro" no pasa de ser un ideal psicológico; de ahí que ciertas descomposiciones de Faulkner resulten más confusas —y ricas— que los hechos originarios.

Faulkner, en obras anteriores, ha jugado poderosamente con el tiempo, deliberadamente ha barajado el orden cronológico, deliberadamente multiplicó los laberintos y los equívocos. Tanto lo hizo que no faltó quien asegurara que derivaba toda su virtud de esas involuciones. Esta novela —directa, irresistible, straightforward— viene a desbaratar esa sospecha. Faulkner no trata de explicar a sus personajes. Nos muestra lo que sienten, lo que obran. Los hechos son extraordinarios, pero su narración es tan vívida que no podemos concebirlos de otra manera. Le vrai peut quelquefois n'étre pas vraisemblable, ha dicho Boileau. (Lo verdadero puede no parecer verosímil.) Faulkner prodiga las inverosimilitudes para parecer verdadero, y lo consigue. Mejor dicho: el mundo que imagina es tan real, que también abarca lo inverosímil.

William Faulkner ha sido comparado con Dostoievski. La aproximación no es injusta, pero el mundo de Faulkner es tan físico, tan carnal, que junto al coronel Bayard Sartoris o a Temple Drake el homicida explicativo Raskolnikov es tenue como un príncipe de Racine... Ríos de agua morena, quintas desordenadas, negros esclavos, guerras ecuestres, haraganas y crueles: el mundo peculiar de The Unvanquished es consanguíneo de esta América y de su historia, es criollo también.

Hay libros que nos tocan físicamente, como la cercanía del mar o de la mañana. Éste —para mí— es uno de ellos.

Junio 1938


The Wild Palms

Que yo sepa, nadie ha ensayado todavía una historia de las formas de la novela, una morfología de la novela. Esa historia hipotética y justiciera destacaría el nombre de Wilkie Collins, que inauguró el curioso procedimiento de encomendar la narración de la obra a los personajes; de Robert Browning, cuyo vasto poema narrativo La sortija y el libro (1888) detalla el mismo crimen diez veces, a través de diez bocas y de diez almas; de Joseph Conrad, que alguna vez mostró dos interlocutores que iban adivinando y reconstruyendo la historia de un tercero. También —con evidente justicia— de William Faulkner. Éste, con Jules Romains, es de los pocos novelistas a quienes interesan por igual los procedimientos de la novela y el destino y carácter de las personas.

En las obras capitales de Faulkner —en Luz de agosto, en El sonido y la furia, en Santuario— las novedades técnicas parecen necesarias, inevitables. En The Wild Palms son menos atractivas que incómodas, menos justificables que exasperantes. El libro consta de dos libros, de dos historias paralelas (y antagónicas) que se alternan. La primera —Wild Palms— es la de un hombre aniquilado por la carnalidad; la segunda —Old Man—, la de un muchacho de ojos descoloridos que trata de asaltar un tren, y a quien, después de muchos y borrosos años de cárcel, el Mississippi desbordado confiere una libertad inútil y atroz. Esta segunda historia, admirable a veces, corta y vuelve a cortar el penoso curso de la primera, en largas interpolaciones.

Es verosímil la afirmación de que William Faulkner es el primer novelista de nuestro tiempo. Para trabar conocimiento con él, la menos apta de sus obras me parece The Wild Palms, pero incluye (como todos los libros de Faulkner) páginas de una intensidad que notoriamente excede las posibilidades de cualquier otro autor.

Mayo 1939



Jorge Luis Borges: Textos cautivos (1986)
Edición de Enrique Sacerio-Garí y Emir Rodríguez Monegal 
© María Kodama, 1995
© Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2016

Foto: William Faulkner, New York, 1954, por Robert Capa




26/7/17

Adolfo Bioy Casares: "Borges" (Martes, 2 de noviembre de 1971)







Martes, 2 de noviembre. Me entero de que Palazzi, editor italiano, publicó (o va a publicar) Seis problemas. Llamo a la Sudamericana; me dicen que Sur intervino en el contrato. Llamo a Fryda, que me tutea y me pregunta por Silvina y por Marta. El contrato se firmó este año, estando yo en el país. En ningún momento se creyó necesario consultarme o avisarme. Cuando protesto: «Yo había firmado un contrato con Bompiani», responde: «Pero antes habías firmado un contrato con nosotros. Somos tus editores, tus administradores». Acaso sea irrelevante, pero le hago notar que lo esencial de estos contratos es lo económico; con Sur hemos firmado el contrato de Seis problemas y el del Libro del cielo y del infierno; por Seis problemas, Sur nunca nos pagó nada. Es decir: Sur no observó su obligación —impuesta por el contrato que firmó— de pasar liquidaciones semestrales y de pagar: ¿por qué yo me consideraré atado si Sur no se considera atada en lo esencial del contrato? Aquí me dice que la culpa es mía, que nunca voy a Sur, que no reclamo el pago. Le contesto que existe el correo y que por ser la editorial de una cuñada no me parece delicado presentarme a exigir el pago; si no me pagan, me aguanto, pero no considero a Sur mi editor ni mi administrador. En el 68, el editor Ditmar pagó el adelanto por la edición holandesa de Seis problemas y Sur no nos pagó a nosotros, ni siquiera nos informó del hecho; hay un segundo pago holandés, igualmente sin rastros para nosotros; Denöel pagó a Sur el adelanto de Six problèmes, con el mismo resultado para nosotros; sospecho de la existencia de una edición checa, tramitada por Sur, y ahora está la italiana, de cuya existencia me entero en esta conversación. Digo a Fryda que no quiero que tramiten nada sobre nuestros libros y que ante cualquier ofrecimiento lo primero que deben hacer será informarme. Por enojoso que sea, pienso después, debo aclarar las cosas, para que el hecho no se repita (por ejemplo, con el Libro del cielo y del infierno). O de nuevo con Seis problemas, que Hanser me pide. No nos engañemos: habrá que ser Daniel y enfrentar a los leones, a pride of lions, en la persona de Victoria.

Por la noche, come en casa Borges. Planeamos un nuevo cuento. BORGES: «Podríamos escribir el cuento de un hombre que se enamora de una mujer horrible, muy cursi, con gatos de porcelana y Betties Boop de celuloide». BIOY: «Quién sabe si podremos. Resultará el cuento de dos autores d'un goût très surque se mofan de la gente cursi: una miseria. Mejor sería que el Baulito Pérez, para dar celos y dominar del todo a una chica que lo quiere, trate de enamorar a una mujer fea, vieja, pobre, mersa, avara, egoísta, estúpida, mala; no lo consigue, se empecina, se enamora y se suicida».1 A Borges primero le parece muy complicado; después bien, pero insiste, yo creo que por instintivo puritanismo, en que sea seria: «Si tiene a otro, hay un motivo. Tiene que desairarlo porque sí, porque no le gusta». Acepto su criterio, pero me digo: «Ya veremos». Más gracioso sería que fuera como la puestera de Pardo: «Puta pero no suya».2 Es decir, además de todo: puta, es decir fácil. BORGES: «El Baulito tendría que obtener un triunfo, que le diera seguridad, y no le sirviera para nada en su conquista». BIOY: «Podría aspirar a la presidencia de la Asociación Argentina de Box». BORGES: «Fracasar y recibir, como consuelo, el puesto de Gancedo...». BIOY: «...la subsecretaría de Cultura». BORGES: «Ahí está medio perdido, porque no pesca nada, pero como conoce a un poeta...». BIOY: «No, a un coronel». BORGES: «Es claro: al coronel Godel, que vive en la calle Coronel Díaz». Después convenimos en que hay que buscar otro nombre, para no herir a Godel. BORGES: «Conoce a la mujer fea en una reunión en casa de una tía de la joven. La joven se llama Tejedor y la tía, inexplicablemente, Tejerina».

Hablamos de la candidatura de Peyrou a la Academia. BORGES: «Le pregunté a Peyrou si quería que lo propusiera. Asombrosamente, me contestó que sí». BIOY: «Hay un riesgo en que lo rechacen». BORGES: «Bueno. Qué le importa: no pierde nada. No le dan lo que no tiene». BIOY: «SÍ, pero para un deprimido y perseguido como Peyrou, el rechazo podría ser un desastre». Por un momento trata de contestarme con sofismas; después se preocupa mucho. BORGES: «En la Academia soy bastante impopular. Me aguantan, pero no me quieren. I'm rather disliked. El criterio para elegir nuevos miembros para la Academia es que sean clubable,id est: la Academia es inútil, reunamos personas con las que no sea desagradable pasar el rato; evitar, asimismo, peronistas y comunistas, que mañana propongan un homenaje a Rosas y Perón y lo manden a uno a la cárcel porque no participó».


1. «La salvación por las obras» (1977).
2. «Don Leandro Álvarez tenía el campo cerca del canal. [... ] Mi abuelo lo embromaba recordándole la vez que doña Francisca Fredes lo corrió, revoleando una argolla. Álvarez la había llamado "puta". Doña Francisca le contestó: "Puta, pero no suya". Álvarez decía que doña Francisca había tenido razón» [BC (1997)]. Cf. BIOY, ADOLFO (1958): 46-50.
3. [apto para formar parte de un club] Alusión a la expresión de Johnson: «Boswell is a very clubable man» [BOSWELL, Life of Johnson, «4 de diciembre de 1783»].


En Bioy Casares, Adolfo: Borges
Edición al cuidado de Daniel Martino
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006
Retrato de Jorge Luis Borges en su despacho de la Biblioteca Nacional durante una entrevista en 1971

25/7/17

Jorge Luis Borges: Atardeceres






La clara muchedumbre de un poniente
ha exaltado la calle,
la calle abierta como un ancho sueño
hacia cualquier azar.
La límpida arboleda
pierde el último pájaro, el oro último.
La mano jironada de un mendigo
agrava la tristeza de la tarde.
El silencio que habita los espejos
ha forzado su cárcel.
La oscuridá es la sangre
de las cosas heridas.
En el incierto ocaso
la tarde mutilada
fue unos pobres colores.




En Fervor de Buenos Aires (1923)
Imagen: Borges por Zdravko Dučmelić, 1986 [+]
Sobre Zdravko Dučmelić véase



24/7/17

Jorge Luis Borges: El Perú






De la suma de cosas del orbe ilimitado
vislumbramos apenas una que otra. El olvido
y el azar nos despojan. Para el niño que he sido,
el Perú fue la historia que Prescott ha salvado.
Fue también esa clara palangana de plata
que pendió del arzón de una silla y el mate
de plata con serpientes arqueadas y el embate
de las lanzas que tejen la batalla escarlata.
Fue después una playa que el crepúsculo empaña
y un sigilo de patio, de enrejado y de fuente,
y unas líneas de Eguren que pasan levemente
y una vasta reliquia de piedra en la montaña.
Vivo, soy una sombra que la Sombra amenaza;
moriré y no habré visto mi interminable casa.



En La moneda de hierro (1976)
Fotografía:  Jorge Luis Borges y María Kodama recibidos en Lima a la salida del aeropuerto Jorge Chávez 
junto a estudiantes de las Universidades San Marcos y La Católica, c. 1980


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