27/7/17

Jorge Luis Borges reseña tres novelas de William Faulkner








Absalom, Absalom!

Sé de dos tipos de escritor: el hombre cuya central ansiedad son los procedimientos verbales; el hombre cuya central ansiedad son las pasiones y trabajos del hombre. Al primero lo suelen denigrar con el mote de "bizantino" y exaltar con el nombre de "artista puro". El otro, más feliz, conoce los epítetos laudatorios "profundo", "humano", "profundamente humano" y el halagüeño vituperio de "bárbaro". El primero es Swinburne o Mallarmé; el segundo, Céline o Theodore Dreiser. Otros, excepcionales, ejercen las virtudes y los goces de ambas categorías. Víctor Hugo anota que Shakespeare contiene a Góngora: podemos observar que también contiene a Dostoievski... Entre los grandes novelistas, Joseph Conrad fue acaso el último a quien le interesaron por igual los procedimientos de la novela, y el destino y el carácter de las personas. El último, hasta la aparición tremenda de Faulkner.

Faulkner gusta de exponer la novela a través de los personajes. El método no es absolutamente original —El anillo y el libro de Robert Browning (1868) detalla el mismo crimen diez veces, a través de diez bocas y de diez almas—, pero Faulkner le infunde una intensidad que es casi intolerable. Una infinita descomposición, una infinita y negra carnalidad hay en este libro de Faulkner. El teatro es el estado de Mississippi: los héroes, hombres desintegrados por la envidia, por el alcohol, por la soledad, por las erosiones del odio. 

¡Absalón, Absalón! es equiparable a El sonido y la furia. No sé de un elogio mayor.

Enero 1927


The Unvanquished

Es norma general que los novelistas no presenten una realidad, sino su recuerdo. Escriben hechos verdaderos o verosímiles, pero ya revisados y ordenados por la memoria. (Ese proceso, claro está, nada tiene que ver con los tiempos de verbo que se utilicen.) Faulkner, en cambio, quiere a veces recrear el presente puro, no simplificado aún por el tiempo ni siquiera desbastado por la atención. El "presente puro" no pasa de ser un ideal psicológico; de ahí que ciertas descomposiciones de Faulkner resulten más confusas —y ricas— que los hechos originarios.

Faulkner, en obras anteriores, ha jugado poderosamente con el tiempo, deliberadamente ha barajado el orden cronológico, deliberadamente multiplicó los laberintos y los equívocos. Tanto lo hizo que no faltó quien asegurara que derivaba toda su virtud de esas involuciones. Esta novela —directa, irresistible, straightforward— viene a desbaratar esa sospecha. Faulkner no trata de explicar a sus personajes. Nos muestra lo que sienten, lo que obran. Los hechos son extraordinarios, pero su narración es tan vívida que no podemos concebirlos de otra manera. Le vrai peut quelquefois n'étre pas vraisemblable, ha dicho Boileau. (Lo verdadero puede no parecer verosímil.) Faulkner prodiga las inverosimilitudes para parecer verdadero, y lo consigue. Mejor dicho: el mundo que imagina es tan real, que también abarca lo inverosímil.

William Faulkner ha sido comparado con Dostoievski. La aproximación no es injusta, pero el mundo de Faulkner es tan físico, tan carnal, que junto al coronel Bayard Sartoris o a Temple Drake el homicida explicativo Raskolnikov es tenue como un príncipe de Racine... Ríos de agua morena, quintas desordenadas, negros esclavos, guerras ecuestres, haraganas y crueles: el mundo peculiar de The Unvanquished es consanguíneo de esta América y de su historia, es criollo también.

Hay libros que nos tocan físicamente, como la cercanía del mar o de la mañana. Éste —para mí— es uno de ellos.

Junio 1938


The Wild Palms

Que yo sepa, nadie ha ensayado todavía una historia de las formas de la novela, una morfología de la novela. Esa historia hipotética y justiciera destacaría el nombre de Wilkie Collins, que inauguró el curioso procedimiento de encomendar la narración de la obra a los personajes; de Robert Browning, cuyo vasto poema narrativo La sortija y el libro (1888) detalla el mismo crimen diez veces, a través de diez bocas y de diez almas; de Joseph Conrad, que alguna vez mostró dos interlocutores que iban adivinando y reconstruyendo la historia de un tercero. También —con evidente justicia— de William Faulkner. Éste, con Jules Romains, es de los pocos novelistas a quienes interesan por igual los procedimientos de la novela y el destino y carácter de las personas.

En las obras capitales de Faulkner —en Luz de agosto, en El sonido y la furia, en Santuario— las novedades técnicas parecen necesarias, inevitables. En The Wild Palms son menos atractivas que incómodas, menos justificables que exasperantes. El libro consta de dos libros, de dos historias paralelas (y antagónicas) que se alternan. La primera —Wild Palms— es la de un hombre aniquilado por la carnalidad; la segunda —Old Man—, la de un muchacho de ojos descoloridos que trata de asaltar un tren, y a quien, después de muchos y borrosos años de cárcel, el Mississippi desbordado confiere una libertad inútil y atroz. Esta segunda historia, admirable a veces, corta y vuelve a cortar el penoso curso de la primera, en largas interpolaciones.

Es verosímil la afirmación de que William Faulkner es el primer novelista de nuestro tiempo. Para trabar conocimiento con él, la menos apta de sus obras me parece The Wild Palms, pero incluye (como todos los libros de Faulkner) páginas de una intensidad que notoriamente excede las posibilidades de cualquier otro autor.

Mayo 1939



Jorge Luis Borges: Textos cautivos (1986)
Edición de Enrique Sacerio-Garí y Emir Rodríguez Monegal 
© María Kodama, 1995
© Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2016

Foto: William Faulkner, New York, 1954, por Robert Capa




26/7/17

Adolfo Bioy Casares: "Borges" (Martes, 2 de noviembre de 1971)







Martes, 2 de noviembre. Me entero de que Palazzi, editor italiano, publicó (o va a publicar) Seis problemas. Llamo a la Sudamericana; me dicen que Sur intervino en el contrato. Llamo a Fryda, que me tutea y me pregunta por Silvina y por Marta. El contrato se firmó este año, estando yo en el país. En ningún momento se creyó necesario consultarme o avisarme. Cuando protesto: «Yo había firmado un contrato con Bompiani», responde: «Pero antes habías firmado un contrato con nosotros. Somos tus editores, tus administradores». Acaso sea irrelevante, pero le hago notar que lo esencial de estos contratos es lo económico; con Sur hemos firmado el contrato de Seis problemas y el del Libro del cielo y del infierno; por Seis problemas, Sur nunca nos pagó nada. Es decir: Sur no observó su obligación —impuesta por el contrato que firmó— de pasar liquidaciones semestrales y de pagar: ¿por qué yo me consideraré atado si Sur no se considera atada en lo esencial del contrato? Aquí me dice que la culpa es mía, que nunca voy a Sur, que no reclamo el pago. Le contesto que existe el correo y que por ser la editorial de una cuñada no me parece delicado presentarme a exigir el pago; si no me pagan, me aguanto, pero no considero a Sur mi editor ni mi administrador. En el 68, el editor Ditmar pagó el adelanto por la edición holandesa de Seis problemas y Sur no nos pagó a nosotros, ni siquiera nos informó del hecho; hay un segundo pago holandés, igualmente sin rastros para nosotros; Denöel pagó a Sur el adelanto de Six problèmes, con el mismo resultado para nosotros; sospecho de la existencia de una edición checa, tramitada por Sur, y ahora está la italiana, de cuya existencia me entero en esta conversación. Digo a Fryda que no quiero que tramiten nada sobre nuestros libros y que ante cualquier ofrecimiento lo primero que deben hacer será informarme. Por enojoso que sea, pienso después, debo aclarar las cosas, para que el hecho no se repita (por ejemplo, con el Libro del cielo y del infierno). O de nuevo con Seis problemas, que Hanser me pide. No nos engañemos: habrá que ser Daniel y enfrentar a los leones, a pride of lions, en la persona de Victoria.

Por la noche, come en casa Borges. Planeamos un nuevo cuento. BORGES: «Podríamos escribir el cuento de un hombre que se enamora de una mujer horrible, muy cursi, con gatos de porcelana y Betties Boop de celuloide». BIOY: «Quién sabe si podremos. Resultará el cuento de dos autores d'un goût très surque se mofan de la gente cursi: una miseria. Mejor sería que el Baulito Pérez, para dar celos y dominar del todo a una chica que lo quiere, trate de enamorar a una mujer fea, vieja, pobre, mersa, avara, egoísta, estúpida, mala; no lo consigue, se empecina, se enamora y se suicida».1 A Borges primero le parece muy complicado; después bien, pero insiste, yo creo que por instintivo puritanismo, en que sea seria: «Si tiene a otro, hay un motivo. Tiene que desairarlo porque sí, porque no le gusta». Acepto su criterio, pero me digo: «Ya veremos». Más gracioso sería que fuera como la puestera de Pardo: «Puta pero no suya».2 Es decir, además de todo: puta, es decir fácil. BORGES: «El Baulito tendría que obtener un triunfo, que le diera seguridad, y no le sirviera para nada en su conquista». BIOY: «Podría aspirar a la presidencia de la Asociación Argentina de Box». BORGES: «Fracasar y recibir, como consuelo, el puesto de Gancedo...». BIOY: «...la subsecretaría de Cultura». BORGES: «Ahí está medio perdido, porque no pesca nada, pero como conoce a un poeta...». BIOY: «No, a un coronel». BORGES: «Es claro: al coronel Godel, que vive en la calle Coronel Díaz». Después convenimos en que hay que buscar otro nombre, para no herir a Godel. BORGES: «Conoce a la mujer fea en una reunión en casa de una tía de la joven. La joven se llama Tejedor y la tía, inexplicablemente, Tejerina».

Hablamos de la candidatura de Peyrou a la Academia. BORGES: «Le pregunté a Peyrou si quería que lo propusiera. Asombrosamente, me contestó que sí». BIOY: «Hay un riesgo en que lo rechacen». BORGES: «Bueno. Qué le importa: no pierde nada. No le dan lo que no tiene». BIOY: «SÍ, pero para un deprimido y perseguido como Peyrou, el rechazo podría ser un desastre». Por un momento trata de contestarme con sofismas; después se preocupa mucho. BORGES: «En la Academia soy bastante impopular. Me aguantan, pero no me quieren. I'm rather disliked. El criterio para elegir nuevos miembros para la Academia es que sean clubable,id est: la Academia es inútil, reunamos personas con las que no sea desagradable pasar el rato; evitar, asimismo, peronistas y comunistas, que mañana propongan un homenaje a Rosas y Perón y lo manden a uno a la cárcel porque no participó».


1. «La salvación por las obras» (1977).
2. «Don Leandro Álvarez tenía el campo cerca del canal. [... ] Mi abuelo lo embromaba recordándole la vez que doña Francisca Fredes lo corrió, revoleando una argolla. Álvarez la había llamado "puta". Doña Francisca le contestó: "Puta, pero no suya". Álvarez decía que doña Francisca había tenido razón» [BC (1997)]. Cf. BIOY, ADOLFO (1958): 46-50.
3. [apto para formar parte de un club] Alusión a la expresión de Johnson: «Boswell is a very clubable man» [BOSWELL, Life of Johnson, «4 de diciembre de 1783»].


En Bioy Casares, Adolfo: Borges
Edición al cuidado de Daniel Martino
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006
Retrato de Jorge Luis Borges en su despacho de la Biblioteca Nacional durante una entrevista en 1971

25/7/17

Jorge Luis Borges: Atardeceres






La clara muchedumbre de un poniente
ha exaltado la calle,
la calle abierta como un ancho sueño
hacia cualquier azar.
La límpida arboleda
pierde el último pájaro, el oro último.
La mano jironada de un mendigo
agrava la tristeza de la tarde.
El silencio que habita los espejos
ha forzado su cárcel.
La oscuridá es la sangre
de las cosas heridas.
En el incierto ocaso
la tarde mutilada
fue unos pobres colores.




En Fervor de Buenos Aires (1923)
Imagen: Borges por Zdravko Dučmelić, 1986 [+]
Sobre Zdravko Dučmelić véase



24/7/17

Jorge Luis Borges: El Perú






De la suma de cosas del orbe ilimitado
vislumbramos apenas una que otra. El olvido
y el azar nos despojan. Para el niño que he sido,
el Perú fue la historia que Prescott ha salvado.
Fue también esa clara palangana de plata
que pendió del arzón de una silla y el mate
de plata con serpientes arqueadas y el embate
de las lanzas que tejen la batalla escarlata.
Fue después una playa que el crepúsculo empaña
y un sigilo de patio, de enrejado y de fuente,
y unas líneas de Eguren que pasan levemente
y una vasta reliquia de piedra en la montaña.
Vivo, soy una sombra que la Sombra amenaza;
moriré y no habré visto mi interminable casa.



En La moneda de hierro (1976)
Fotografía:  Jorge Luis Borges y María Kodama recibidos en Lima a la salida del aeropuerto Jorge Chávez 
junto a estudiantes de las Universidades San Marcos y La Católica, c. 1980


23/7/17

Jorge Luis Borges - Adolfo Bioy Casares: La sombra de las jugadas (dos textos)







En uno de los cuentos que integran la serie de los Mabinogion, dos reyes enemigos juegan ajedrez, mientras en un valle cercano sus ejércitos luchan y se destrozan. Llegan mensajeros con noticias de la batalla; los reyes no parecen oírlos e, inclinados sobre el tablero de plata, mueven las piezas de oro. Gradualmente se aclara que las vicisitudes del combate siguen las vicisitudes del juego. Hacia el atardecer, uno de los reyes derriba el tablero, porque le han dado jaque mate y poco después un jinete ensangrentado le anuncia: 

—Tu ejército huye, has perdido el reino.
Edwin Morgan
The Week-End Companion to Wales and Cornwall
Chester, 1929


Cuando los franceses sitiaban la capital de Madagascar, en 1893, los sacerdotes participaron en la defensa jugando alfanorona*, y la reina y el pueblo seguían con mayor ansiedad ese partido que se jugaba, según los ritos, para asegurar la victoria, que los esfuerzos de sus tropas.


Celestino Palomeque, Cabotaje en Mozambique (Porto Alegre, s. f.).





* Suerte de ajedrez

Nota PD: Tanto Edwin Morgan como Celestino Palomeque serían apócrifos
Cfr.: Manuel Ferrer, Borges y la nada, London, Tamesis Book Limited, 1971



En J. L. Borges y A. Bioy Casares: Cuentos breves y extraordinarios (1953)

Imagen: Cover primera edición
Buenos Aires, Editorial Raigal, 1955
Colección Panorama dirigida por Ernesto Sabato


21/7/17

Jorge Luis Borges: A una espada en York Minster







En su hierro perdura el hombre fuerte,
hoy polvo de planeta, que en las guerras
de ásperos mares y arrasadas tierras
lo esgrimió, vano al fin, contra la muerte.
Vana también la muerte. Aquí está el hombre
blanco y feral que de Noruega vino,
urgido por el épico destino;
su espada es hoy su símbolo y su nombre.
Pese a la larga muerte y su destierro,
la mano atroz sigue oprimiendo el hierro
y soy sombra en la sombra ante el guerrero
cuya sombra está aquí. Soy un instante
y el instante ceniza, no diamante,
y sólo lo pasado es verdadero.




En El otro, el Mismo (1964)
Foto: Captura del documental Los paseos con Borges (1976/77)


20/7/17

Jorge Luis Borges: Amistad






La amistad no es menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras faces de esta confusión que es la vida.
El informe de Brodie, 1970

Creo que la amistad es la mejor pasión argentina.
Arias, 1971

La amistad pervive. Sí, aunque los amigos no se vean seguido. Yo soy muy amigo de Mastronardi y nos vemos escasamente. El amor, en cambio, requiere milagros, pruebas y confirmaciones permanentes.
Borges & Sábato, 1976






En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Autorretrato de Vasco Szinetar junto a Jorge Luis Borges 
Foto ©Vasco Szinetar, Caracas, 1982
Portada del libro Borges A/Z  
Colección La Biblioteca de Babel


19/7/17

Jorge Luis Borges: Sobre Chesterton






Because He does not take away
The terror from the tree…
Chesterton: A Second Childhood
Edgar Allan Poe escribió cuentos de puro horror fantástico o de pura bizarrerie; Edgar Allan Poe fue inventor del cuento policial. Ello no es menos indudable que el hecho de que no combinó los dos géneros. No impuso al caballero Auguste Dupin la tarea de fijar el antiguo crimen del Hombre de las Multitudes o de explicar el simulacro que fulminó, en la cámara negra y escarlata, al enmascarado príncipe Próspero. En cambio, Chesterton prodigó con pasión y felicidad esos tours de force. Cada una de las piezas de la Saga del Padre Brown presenta un misterio, propone explicaciones de tipo demoníaco o mágico y las reemplaza, al fin, con otras que son de este mundo. La maestría no agota la virtud de esas breves ficciones; en ellas creo percibir una cifra de la historia de Chesterton, un símbolo o espejo de Chesterton. La repetición de su esquema a través de los años y de los libros (The Man Who Knew Too Much, The Poet and the Lunatics, The Paradoxes of Mr. Pond) parece confirmar que se trata de una forma esencial, no de un artificio retórico. Estos apuntes quieren interpretar esa forma.
Antes, conviene reconsiderar unos hechos de excesiva notoriedad. Chesterton fue católico, Chesterton creyó en la Edad Media de los prerrafaelistas (Of London, small and white, and clean), Chesterton pensó, como Whitman, que el mero hecho de ser es tan prodigioso que ninguna desventura debe eximirnos de una suerte de cósmica gratitud. Tales creencias pueden ser justas, pero el interés que promueven es limitado; suponer que agotan a Chesterton es olvidar que un credo es el último término de una serie de procesos mentales y emocionales y que un hombre es toda la serie. En este país, los católicos exaltan a Chesterton, los librepensadores lo niegan. Como todo escritor que profesa un credo, Chesterton es juzgado por él, es reprobado o aclamado por él. Su caso es parecido al de Kipling a quien siempre lo juzgan en función del Imperio Británico.
Poe y Baudelaire se propusieron, como el atormentado Urizen de Blake, la creación de un mundo de espanto; es natural que su obra sea pródiga de formas del horror. Chesterton, me parece, no hubiera tolerado la imputación de ser un tejedor de pesadillas, un monstrorum artifex (Plinio, XXVIII, 2), pero invenciblemente suele incurrir en atisbos atroces. Pregunta si acaso un hombre tiene tres ojos, o un pájaro tres alas; habla, contra los panteístas, de un muerta que descubre en el paraíso; que los espíritus de los coros angélicos tienen sin fin su misma cara[22]; habla de una cárcel de espejos; habla de un laberinto sin centro; habla de un hombre devorado por autómatas de metal; habla de un árbol que devora a los pájaros y que en lugar de hojas da plumas; imagina (The Man Who Was Thursday, VI) que en los confines orientales del mundo acaso existe un árbol que ya es más, y menos, que un árbol, y en los occidentales, algo, una torre, cuya sola arquitectura es malvada. Define lo cercano por lo lejano, y aun por lo atroz; si habla de sus ojos, los llama con palabras de Ezequiel (1:22) un terrible cristal, si de la noche, perfecciona un antiguo horror (Apocalipsis, 4:6) y la llama un monstruo hecho de ojos. No menos ilustrativa es la narración "How I found the Superman". Chesterton habla con los padres del Superhombre; interrogados sobre la hermosura del hijo, que no sale de un cuarto oscuro, estos le recuerdan que el Superhombre crea su propio canon y debe ser medido por él («En ese plano es más bello que Apolo. Desde nuestro plano inferior, por supuesto…»); después admiten que no es fácil estrecharle la mano («Usted comprende; la estructura es muy otra»); después, son incapaces de precisar si tiene pelo o plumas. Una corriente de aire lo mata y unos hombres retiran un ataúd que no es de forma humana. Chesterton refiere en tono de burla esa fantasía teratológica.
Tales ejemplos, que sería fácil multiplicar, prueban que Chesterton se defendió de ser Edgar Allan Poe o Franz Kafka, pero que algo en el barro de su yo propendía a la pesadilla, algo secreto, y ciego y central. No en vano dedicó su primeras obras a la justificación de dos grandes artífices góticos, Browning y Dickens: no en vano repitió que el mejor libro salido de Alemania era el de los cuentos de Grimm. Denigró a Ibsen y defendió (acaso indefendiblemente) —a Rostand, pero los Trolls y el Fundidor de Peer Gynt eran de la madera de sus sueños, the stuff his dreams were made of. Esa discordia, esa precaria sujeción de una voluntad demoníaca, definen la naturaleza de Chesterton. Emblemas de esa guerra son para mí las aventuras del Padre Brown, cada una de las cuales quiere explicar, mediante la sola razón, un hecho inexplicable[23]. Por eso dije, en el párrafo inicial de esta nota, que esas ficciones eran cifras de la historia de Chesterton, símbolos y espejos de Chesterton. Eso es todo, salvo que la «razón» a la que Chesterton supeditó sus imaginaciones no era precisamente la razón sino la fe católica o sea un conjunto de imaginaciones hebreas supeditadas a Platón y a Aristóteles.
Recuerdo dos parábolas que se oponen. La primera consta en el primer tomo de las obras de Kafka. Es la historia del hombre que pide ser admitido a la ley. El guardián de la primera puerta le dice, que adentro hay muchas otras[24] y que no hay sala que no esté custodiada por un guardián, cada uno más fuerte que el anterior. El hombre se sienta a esperar. Pasan los días y los años, y el hombre muere. En la agonía pregunta: «¿Será posible que en los años que espero nadie haya querido entrar sino yo?». El guardián le responde: «Nadie ha querido entrar porque a ti sólo estaba destinada esta puerta. Ahora voy a cerrarla.» (Kafka comenta esta parábola, complicándola aún más, en el noveno capítulo de El proceso.) La otra parábola está en el Pilgrim's Progress de Bunyan. La gente mira codiciosa un castillo que custodian muchos guerreros; en la puerta hay un guardián con un libro para escribir el nombre de aquel que sea digno de entrar. Un hombre intrépido se allega a ese guardián y le dice: «Anote mi nombre, señor.» Luego saca la espada y se arroja sobre los guerreros y recibe y devuelve heridas sangrientas, hasta abrirse camino entre el fragor y entrar en el castillo.
Chesterton dedicó su vida a escribir la segunda de las parábolas, pero algo en él propendió siempre a escribir la primera.



Notas

[22] Amplificando un pensamiento de Attar («En todas partes sólo vemos Tu cara»), Jalal-uddin Rumi compuso unos versos que ha traducido Rückert (Werke, IV, 222), donde se dice que en los cielos, en el mar y en los sueños hay Uno Solo y donde se alaba a ese único por haber reducido a unidad los cuatro briosos animales que tiran del carro de los mundos: la tierra, el fuego, el aire y el agua. 

[23] No la explicación de lo inexplicable sino de lo confuso es la tarea que se imponen, por lo común, los novelistas policiales. 

[24] La noción de puertas detrás de puertas, que se interponen entre el pecador y la gloria, está en el Zohar. Véase Glatzer: In Time and Eternity. O, también Martin Buber: Tales of the Hasidim, 92. 


En Otras inquisiciones (1952)
Tomado de Obras completas (Tomo II 1952-1972)
© María Kodama, 1996
© Emecé Editores, 1996
Barcelona, Emecé Editores, 2000
© National Portrait Gallery, London



18/7/17

Jorge Luis Borges: La salvación por los judíos, La sangre del pobre y En las tinieblas [Léon Bloy]








Como Hugo, a quien malquería por notorias razones, Léon Bloy suscita en el lector una deslumbrante admiración o un total rechazo. Desdichadamente para su suerte y venturosamente para el arte de la retórica, se hizo un especialista de la injuria. Escribió que Inglaterra era la isla infame, que Italia se distingue por la perfidia, que conoció al barón de Rothschild y tuvo que estrechar "lo que se ha convenido en llamar su mano", que el genio está severamente prohibido a todo prusiano, que Emile Zola era el cretino de los Pirineos, que Francia era el pueblo elegido y que las demás naciones del orbe debían contentarse con las migajas que caen de su plato. Cito al azar de la memoria esas inapelables sentencias. Deliberadamente inolvidables y trabajadas con esmero, borran al profeta y al visionario que se llamó Léon Bloy. Como los cabalistas y como Swedenborg, pensaba que el mundo es un libro y que cada criatura es un signo de la criptografía divina. Nadie sabe quién es. Bloy escribía en 1894: "El zar es el jefe y el padre espiritual de ciento cincuenta millones de hombres. Atroz responsabilidad que sólo es aparente. Quizá no es responsable ante Dios, sino de unos pocos seres humanos. Si los pobres de su imperio están oprimidos durante su reinado, si de ese reinado resultan catástrofes inmensas, ¿quién sabe si el sirviente encargado de lustrarle las botas no es el verdadero y solo culpable? En las disposiciones misteriosas de la Profundidad, ¿quién es de veras zar, quién es rey, quién puede jactarse de ser un mero sirviente?". Pensaba que el espacio astronómico no es otra cosa que un espejo de los abismos de las almas. Negaba imparcialmente la ciencia y el régimen democrático. 
Abordó muchos géneros. Nos ha dejado dos novelas de índole autobiográfica y de estilo barroco. El desesperado (1886) y La mujer pobre (1897). Hizo una apología mística de Bonaparte, El alma de Napoleón. La salvación por los judíos data de 1892.




En Biblioteca Personal (1987)
Ilustración de Borges por Spinetto
Al pie: portada del libro prologado 



17/7/17

Jorge Luis Borges: Las islas del Tigre








Ninguna otra ciudad, que yo sepa, linda con un secreto archipiélago de verdes islas que se alejan y pierden en las dudosas aguas de un río tan lento que la literatura ha podido llamarlo inmóvil. En una de ellas, que no he visto, se mató Leopoldo Lugones, que habrá sentido, acaso por primera vez en su vida, que estaba libre, al fin, del misterioso deber de buscar metáforas, adjetivos y verbos para todas las cosas del mundo.

Hace muchos años, el Tigre me dio imágenes, quizá erróneas, para las escenas malayas o africanas de los libros de Conrad. Esas imágenes me servirán para erigir un monumento, sin duda menos perdurable que el bronce de ciertos infinitos domingos. He recordado a Horacio, que sigue siendo para mí el más misterioso de los poetas, ya que sus estrofas cesan y no terminan y asimismo son inconexas. No es imposible que su mente clásica se abstuviera deliberadamente del énfasis. Releo lo anterior y compruebo con una suerte de agridulce melancolía que todas las cosas del mundo me llevan a una cita o a un libro.



En Atlas, con María Kodama
©1984, Borges, Jorge Luis
©1984, Edhasa
 

Foto: Borges y Kodama en Sicilia 1984
© Ferdinando Scianna/Magnum Photos


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