7/7/17

Jorge Luis Borges: Manuel Mujica Láinez, «Los ídolos»






Escéptico de casi todas las cosas, Mujica Láinez no lo fue nunca de la belleza ni —¿por qué no resignarnos a un rasgo puramente local?— de la buena causa unitaria. Había escrito las biografías de Hilario Ascasubi y de Estanislao del Campo y se negó a escribir la de Hernández, que era rosista.

Es difícil imaginar dos hombres más distintos, pero fuimos excelentes amigos. Descubrimos un vago antepasado común, don Juan de Garay, que era realmente, creo, Juan de Garay. Nuestra amistad prescindió de la frecuentación y de la confidencia. Soy ciego y, de algún modo, siempre lo fui; para Mujica Láinez, como para Théophile Gautier, existía el mundo visible. También el teatro y la ópera, que parcialmente me están vedados. Sentía, quizá trágicamente, la vacuidad de las ceremonias, de las reuniones, de las academias, de los aniversarios y de los ritos, pero esas máscaras lo divertían. Sabía aceptar y sonreír. Fue, ante todo, un hombre valiente. No condescendió nunca a lo demagógico.

En toda vasta obra suele haber rincones secretos. He elegido Los ídolos. En otros libros justamente famosos, Manuel Mujica Láinez suele ser the man of the crowd, el hombre de la turba. En éste, el menos populoso, los personajes de la fábula, que se inicia a orillas del Avon, son de algún modo formas de Shakespeare y de Milton. Cada escritor siente el horror y la belleza del mundo en ciertas facetas del mundo. Manuel Mujica Láinez los sintió con singular intensidad en la declinación de grandes familias antaño poderosas.



Antologado en Biblioteca personal (1987)
Véase Prólogo a Biblioteca personal 
Foto: Manuel Mujica Láinez por Alicia D'Amico 
Fuente Vía


6/7/17

Jorge Luis Borges: Veinte preguntas notables [Revista Siete Días, 1976, Borges responde a Pinky, Raúl Lavié, Tato Bores, Vinicius de Moraes, Jorge Schussheim, Edmundo Rivero, Antonio Carrizo y otros]








PINKY

—Las respuestas chocantes que a veces suele dar usted a los periodistas ¿reflejan lo que realmente piensa o dice esas cosas por simple divertimento?

—Debo admitir que siempre actúo ingenuamente y los resultados suelen escandalizar. Precisamente, en los Estados Unidos tuve varias entrevistas y en todas noté que había una reverencia por los negros. Entonces les expresé mi asombro porque no descubría los motivos de tal actitud. Les dije que todo el mundo sabe que los diálogos de Platón, que la Biblia, que Shakespeare, que la obra de Víctor Hugo han sido escritas por los negros y, por lo tanto, para qué insistir, cuando los negros han reducido a la esclavitud a los blancos durante mucho tiempo. Era preciso, pues, reconocer su superioridad.



VICENTE FORTE

—¿Por qué en sus obras los imagineros no son figuras argentinas?

—No creo haber empleado nunca la palabra imaginero. Hay viejas mitologías de origen germano, por ejemplo, que me son muy queridas, por eso usé muchos de sus elementos en mis obras. Por otra parte, cuando yo, muchos años atrás, insistía en los compadritos y las esquinas rosadas, no hacia más que pintoresquismo; en cambio, en cuentos más recientes como La muerte y la brújula, donde no me esforcé por lograr ningún sabor local, la presencia de Buenos Aires, aunque encubierta, no se puede obviar.

—De todos los pintores que conoció en su vida, cuál es el que más recuerda?

—He conocido muchas personas en mi larga vida y sólo ante tres he sentido le presencia del genio: el español Rafael Cansinos Assens que podía saludar al sol en veinte idiomas y que ha realizado la mejor traducción que existe de Las mil y una noches, Macedonio Fernández y el pintor Xul Solar, un hombre algo extravagante y un genio múltiple.



RAÚL LAVIÉ

—¿Cuál era la deshabitada calle del Once en que se encontró con Macedonio Fernández?

—En realidad, yo lo encontré en la confitería La Perla del Once, en Jujuy y Rivadavia. Era un hombre de genio, Macedonio. Yo creo que no conocí a ninguna persona que me haya impresionado tanto como Macedonio Fernández, pero no me refiero a sus escritos. Macedonio no le daba importancia a lo que escribía. Jamás corrigió pruebas, a mi me dijo que él escribía para ayudarle a pensar.

—¿Por qué no lo quiere a Piazzolla?

—Porque yo he trabajado con él y me he dado cuenta de que no tiene oído. En él se conjugan su sordera musical y poética.



TATO BORES

—¿Qué va a decir el día en que finalmente le den el Premio Nobel?

—Ya hay una tradición de que no lo gane. Yo nací el 24 de agosto de 1899 y, desde entonces, no me han dado el Premio Nobel. Durante estos 77 años la tradición se ha mantenido firme. Inclusive en este momento, en que respondo, no lo estoy recibiendo. ¿Por qué causa va a quebrarse eso? ¿Por la ley de gravedad? Los factores que determinan la elección son extraños. Fíjese si no en el caso del poeta bengalí Rabindanath Tagore: sospecho que es más lindo, que es más sorprendente elegir a una persona con turbante, vestido de celeste y con una larga barba blanca. Es un éxito de lo pintoresco, de lo inesperado, creo que el mismo elegido debió estar muy escandalizado: sabía muy bien que lo que escribió no era para tanto.



VINICIUS DE MORAES

—¿Su obra refleja su vida o es toda ficción?

—Yo diría que es todo autobiográfico. No puedo crear personajes como lo hace Dickens. El único personaje soy yo. En todo caso, me imagino situaciones de otros. Diría que la mía, es una obra muy íntima: estoy convencido de que sólo lo íntimo tiene fuerza estética. Y aún cuando escriba ficciones, mas allá de la geografía, más allá de la historia, en la medida en que es posible alejarse de ambas, soy un narrador íntimo.




JORGE MONTES

—¿Es cierto que usted declaró que no le gusta Gardel porque tenía la cara parecida a la de Perón?

—No recuerdo haber visto retratos de Gardel, pero lo conocí. Fue en un cinematógrafo donde daban La ley del hampa de von Stemberg, tras la función, actuaba Gardel pero como a Pepe Mastronardi y a mí nos había gustado mucho la cinta, nos fuimos de la sala. A mí, personalmente, no me gustaba ese cantante y tengo entendido que al propio Gardel no le gustaba el tango, pero sus amigos lo llevaron a eso. El decía que no podía cantar algo que no sintiera, pero sin embargo, allí estaba la fama esperándolo.


—¿Cómo justifica usted que en un cuento suyo aparecido en una revista femenina, un lumpen no pronuncie una sola palabra en lunfardo?


—Lo injustificable es que lo haya publicado. Pero debo advertirle que los malevos no usan lunfardo, esa es una característica del sainete. Yo me he criado en Villa Luro entre malevos y no he tenido tiempo de estudiar lunfardo.



BROCCOLI

—¿Vería con agrado que así como ocurrió en el cine, sus cuentos fueran adaptados para la televisión?

—Lamentablemente, algún cuento mío fue llevado al cine. Pero lo hizo una persona que se llamaba Torre... Torre Nilsson, pero no le salió muy bien. También algunos se sorprenden cuando les digo que en la película Invasión no tuve nada que ver. Yo le permití a Hugo Santiago que pusiera mi nombre porque el joven no quería aparecer como guionista y director a la vez, pero le anticipé a Santiago que yo no podía creer en su argumento. Otra experiencia nefasta fue con El muerto, que está basado en un cuento mío, pero yo no tengo nada que ver con el texto del guión, ni siquiera lo vi. Sé que incurrieron en una sarta de disparates: la historia se desarrolla en una estancia cimarrona, en el norte de la República Oriental sobre la frontera con Brasil y ahí aparecen gauchos jugando al billar. Yo, que conozco esas estancias porque pasé la noche en una de ellas, recuerdo que dormí en catres y que no había ningún billar por ahí. Yo no querría que hicieran nada mío en televisión, aunque no soy quien maneja esos asuntos, sino la editorial que tiene mis derechos. No me gusta la televisión, además, si se hiciera algo en ese medio, sería para aprovechar la propaganda previa. Ocurriría lo mismo que cuando trasladan novelas al cinematógrafo. Por eso yo prefiero que usen mis argumentos, pero sin poner mi nombre, ni el del cuento. A mí no me preocupa que me plagien ni tampoco voy a hacer ningún juicio si lo hacen.



TOQUINHO


—¿Qué prevalece en el acto de la creación: lo emocional o lo racional?

—Yo creo que se trata de dos hechos sucesivos; se empieza por lo emocional. Ocurre que aparece la posibilidad de un poema, un cuento o lo que fuera y uno lo concreta cuando en esa reacción interviene lo intelectual. Sin embargo, hay dos teorías opuestas: la clásica, de la musa y la inspiración, y la de Poe (y es raro que un poeta de su genio la formulara) que habla de la concepción estética de la composición. Yo disiento con eso. Todo poema construido intelectualmente, se resiente en forma notable. Si yo me tomara como ejemplo, podría descubrir con humildad que al comienzo se puede ver el espíritu de la musa, incorporándose luego lo intelectual. Coincido con Oscar Wilde cuando dice que si no fuera por las formas clásicas del verso, estaríamos a merced del genio.



JORGE SCHUSSHEIM

—¿Tiene intención de dejar alguno de sus libros sin firmar para que dentro de unos 10 años sea casi un incunable, una reliquia de museo?

—Esto es algo que afirmo con frecuencia; he firmado tantos de mis ejemplares que el día que me muera, va a tener gran valor el libro que aparezca sin mi firma. Estoy convencido de que algunos intentarán borrarla para que su texto no se venda tan barato.



EDMUNDO RIVERO

—¿Cree que la inspiración está hermanada con las vivencias?

—Como toda mi obra es autobiográfica la inspiración nace, entonces, a partir de una serie de vivencias intransferibles.


—¿Cómo ve a Buenos Aires desde el punto de vista de sus expresiones culturales?


—Ahora las manifestaciones culturales son más numerosas, pero probablemente antes fueran más sólidas. Yo creo, por ejemplo, que Lugones o Banchs eran mejores que yo. ¿No le parece?



CARLOS GARAYCOCHEA

—¿Qué es lo que haría primero sí volviera a ser niño? 


—No puedo imaginarme otro tipo de vida para mi que ésta que llevo. Sin embargo, en ocasiones se me ocurre que podría hacer algo mejor de lo que hice, pero esto es absurdo a los setenta y siete años.

—¿En qué objeto le gustaría reencarnarse? 

—No me gustaría reencarnarme en nada. El día que ocurra, quiero morir íntegramente, en cuerpo y alma.



ANTONIO CARRIZO

—¿Por qué borró de su biblioteca El tamaño de mi esperanza?


—Porque era muy malo, era un remedo del Lunario sentimental de Lugones. Prefiero olvidarlo. Permití que se publicaran mis obras completas para omitir El tamaño de mi esperanza y las Inquisiciones, dos títulos que prefiero no recordar.

—¿Por qué, habiendo sido siempre un poeta medido, austero, que hasta abominó del tango por considerarlo sentimentalista, en sus últimos poemas se muestra sentimental y confidente?

—Los años me han dado cierta impunidad. Tengo una clara imagen de lo que soy y es por ello que sospecho que puedo hacer cualquier cosa y eso no modificará lo que piensen de mí. Debo agregar no obstante, que el tango canción, mejor dicho, la milonga de hace muchos años, me gustaba bastante.



ADOLFO PÉREZ ZELASCHI

—¿Usted se considera un hombre inteligente?


—Conozco muchas personas más inteligentes que yo, pero nombrarlas no significaría para ellas ningún halago.







En revista Siete Días Ilustrados. Año X, Nº 483
Buenos Aires, del 17 al 23 de setiembre de 1976
Imagen y texto digitales ©Mágicas Ruinas

5/7/17

Jorge Luis Borges: «El matrero»






Una curiosa convención ha resuelto que cada uno de los países en que la historia y sus azares han dividido fugazmente la esfera tenga su libro clásico. Inglaterra ha elegido a Shakespeare, el menos inglés de los escritores ingleses; Alemania, tal vez para contrarrestar sus propios defectos, a Goethe, que tenía en poco a su admirable instrumento, el idioma alemán; Italia, irrefutablemente, al alígero Dante, para repetir el melancólico calembour de Baltasar Gracián; Portugal, a Camoens; España, apoteosis que hubiera suscitado el docto escándalo de Quevedo y de Lope, al ingenioso lego Cervantes; Noruega, a Ibsen; Suecia, creo, se ha resignado a Strindberg. En Francia, donde las tradiciones son tantas, Voltaire no es menos clásico que Ronsard, ni Hugo que la Chanson de Roland; Whitman, en los Estados Unidos, no desplaza a Melville ni a Emerson. En lo que se refiere a nosotros, pienso que nuestra historia sería otra, y sería mejor, si hubiéramos elegido, a partir de este siglo, el Facundo y no el Martín Fierro.

Sarmiento ha enumerado famosamente las diversas variedades del gaucho: el baqueano, el rastreador, el payador y el gaucho malo, que Ascasubi ya nombraba el malevo. En el prólogo del Santos Vega o Los mellizos de la Flor (París, 1872) Ascasubi nos dice: «Es la historia de un malevo capaz de cometer todos los crímenes, y que dio mucho que hacer a la justicia». El culto de la obra de Hernández, iniciado por El payador (1916) de Lugones y abultado luego por Rojas, nos ha inducido a la singular confusión de los conceptos de matrero y de gaucho. Si el matrero hubiera sido un tipo frecuente, nadie seguiría recordando, al cabo de los años, el apodo o el nombre de unos pocos: Moreira, Hormiga Negra, Calandria, el Tigre del Quequén. Hay distraídos que repiten que el Martín Fierro es la cifra de nuestra complejísima historia. Aceptemos, durante unos renglones, que todos los gauchos fueron soldados; aceptemos también, con pareja extravagancia o docilidad, que todos ellos, como el protagonista de la epopeya, fueron desertores, prófugos y matreros y finalmente se pasaron a los salvajes. En tal caso, no hubiera habido conquista del desierto; las lanzas de Pincén o de Coliqueo habrían asolado nuestras ciudades y, entre otras cosas, a José Hernández le hubieran faltado tipógrafos. También careceríamos de escultores para monumentos al gaucho.

En Buenos Aires, los conceptos de compadrito y de cuchillero han sufrido análoga confusión. El compadrito era el plebeyo del centro o de las orillas, el changador o el mayoral; era o no cuchillero. Despreciaba al ladrón y al hombre que vivía de las mujeres. Los veteranos de Bartolomé Hidalgo, «los gauchos del Río de la Plata, cantando y combatiendo» que Hilario Ascasubi exaltó y los ocurrentes conversadores que recrean la historia del doctor Fausto no son menos reales que los rebeldes que ha glorificado Gutiérrez. Don Segundo, el tropero viejo, es hombre de paz.

Es natural y acaso inevitable que la imaginación elija al matrero y no a los gauchos de la partida policial que andaba en su busca. Nos atrae el rebelde, el individuo, siquiera inculto o criminal, que se opone al Estado; Groussac ha señalado esa atracción en diversas latitudes y épocas. Inglaterra se acuerda de Robin Hood y de Hereward the Wake; Islandia, de su Grettir el Fuerte. Cabe rememorar asimismo a aquel Billy the Kid, de Arizona, que al morir de un brusco balazo a los veintidós años debía a la justicia veintidós muertes, sin contar mejicanos, y a Macario Romero, de quien dice una copla un tanto jocosa:
¡Qué bonito era Macario
en su caballo retinto,
con la pistola en la mano,
peleando con treinta y cinco!
La historia universal es la memoria de las ulteriores generaciones y ésta, según se sabe, no excluye la invención y el error, que es tal vez una de las formas de la invención. El jinete acosado que se oculta, como por arte mágica, en la mera vaciedad de la pampa o en los enmarañados laberintos del monte o de la cuchilla, es una figura patética y valerosa que de algún modo precisamos. También el gaucho, por lo general sedentario, habrá admirado al prófugo que fatigaba las leguas de la provincia y atravesaba, desafiando la ley, las anchas aguas correntosas del Paraná o del Uruguay.

Menos de individuos, la historia de los tiempos que fueron está hecha de arquetipos; para los argentinos, uno de tales arquetipos es el matrero. Hoyo y Moreira pueden haber capitaneado bandas de forajidos y haber manejado el trabuco, pero nos gusta imaginarlos peleando solos, a poncho y a facón. Una de las virtudes del matrero, sin duda inapreciable, es la de pertenecer al pasado; podemos venerarlo sin riesgo. Matrerear podía ser un episodio en la vida de un hombre. El acero, el alcohol de los sábados y aquel recelo casi femenino de haber sido ofendido que se llama, no sé por qué, machismo, favorecían las reyertas mortales. En el Fausto se lee:
Cuando a usté un hombre lo ofiende,
ya sin mirar para atrás,
pela el flamenco y ¡sás! ¡trás!
dos puñaladas le priende.
Y cuando la autoridá
la partida le ha soltao,
usté en su overo rosao
bebiendo los vientos va.
Naides de usté se despega
porque se aiga desgraciao,
y es muy bien agasajao
en cualquier rancho a que llega.
Si es hombre trabajador,
ande quiera gana el pan:
para eso con usté van
bolas, lazo y maniador.
Pasa el tiempo, vuelve al pago,
y cuando más larga ha sido
su ausiencia, usté es recebido
con más gusto y más halago[*]
Es curioso advertir que la desgracia era del matador, no del muerto.
Este libro antológico no es una apología del matrero ni una acusación de fiscal. Componerlo ha sido un placer; ojalá compartan ese placer quienes vuelvan sus páginas.


[*] El más ilustre de los maestros literarios deplora, en cambio, su desdicha, no sus buenos momentos:
Es triste dejar sus pagos/y largarse a tierra ajena,/llevándose el alma llena/de tormentos y dolores,/mas nos llevan los rigores/como el pampero a la arena./
Jorge Luis Borges: El matrero
Selección y prólogo de J. L. B. Buenos Aires, Edicom S.A., 1970


Incluido en Prólogo, con un prólogo de prólogos (1975)
Luego antologado en Miscelánea

Barcelona, Random-House Mondadori -DeBolsillo-, 2011

Foto: José Edmundo Clemente (?), Borges y Rogelio García Lupo

en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires (s/d) Vía



4/7/17

Jorge Luis Borges: La víspera







Millares de partículas de arena,
ríos que ignoran el reposo, nieve
más delicada que una sombra, leve
sombra de una hoja, la serena
margen del mar, la momentánea espuma,
los antiguos caminos del bisonte
y de la flecha fiel, un horizonte
y otro, los tabacales y la bruma,
la cumbre, los tranquilos minerales,
el Orinoco, el intrincado juego
que urden la tierra, el agua, el aire, el fuego,
las leguas de sumisos animales,
apartarán tu mano de la mía,
pero también la noche, el alba, el día...


En La moneda de hierro (1976)
Fotografía y manuscrito de Jorge Luis Borges 
hallados en la Biblioteca Nacional Argentina en 2010


3/7/17

Jorge Luis Borges - Alicia Jurado: Cosmología budista





El budismo, como el hinduismo, del cual procede, postula un número infinito de mundos, todos de idéntica estructura. Afirmar que el universo es limitado es una herejía; afirmar que es ilimitado, también; afirmar que no es ni lo uno ni lo otro, es asimismo herético. Este triple anatema obedece acaso al propósito de desalentar las especulaciones inútiles, que nos apartan del urgente problema de nuestra salvación.

En el ombligo o centro de cada mundo se eleva una montaña cuyo nombre es Meru o Sumeru. Su forma es la de una pirámide truncada de base cuadrangular; la cara oriental es de plata, la austral de jaspe, la occidental de rubí y la septentrional de oro. En la cumbre están las ciudades de los dioses y los paraísos de los bienaventurados; en la base están los infiernos. Alrededor del Meru, cuya altura es de ochenta y cuatro mil leguas, giran el sol, la luna y las constelaciones. Siete mares concéntricos, separados por siete cadenas circulares de montañas de oro, rodean el monte Meru; un cartón para tirar al blanco sería una suerte de mapamundi budista. La profundidad de los mares y la altura de las cordilleras decrecen a medida que se alejan del centro. Fuera del último círculo de montañas empieza el océano que conoce la humanidad. En sus aguas hay cuatro continentes e innumerables islas[7]. El continente oriental tiene forma de media luna; esta forma se repite en las caras de los habitantes, que son tranquilos y virtuosos. Se atribuye a este continente el color blanco. El continente austral, que es el nuestro, tiene forma de pera; también son piriformes las caras de sus habitantes. En él existen el bien y el mal, las riquezas y la abundancia; se le asigna el color azul. El continente occidental es redondo y rojo; sus habitantes, cuya fuerza es extraordinaria, se alimentan de carne de vaca y tienen caras circulares. El continente septentrional es el mayor de todos. Su color es verde y su forma es cuadrangular, como las caras de los habitantes, que son herbívoros. Las almas, después de la muerte, habitan los árboles.

Cada uno de estos continentes tiene dos satélites; en el que está a la izquierda del nuestro viven los rakshasas, demonios enemigos de la humanidad, que rondan los cementerios, interrumpen los sacrificios, hostigan a la gente piadosa, animan los cadáveres y devoran a los seres humanos. Pueden ser horribles o hermosos; algunos tienen un solo ojo, otros una sola oreja; unos caminan sobre dos piernas, otros sobre tres, otros sobre cuatro. En la poesía épica tienen determinados epítetos: homicidas, dañinos, ladrones de ofrendas, fuertes en la penumbra, noctámbulos, caníbales, carnívoros, bebedores de sangre, mordedores glotones, carinegros. Se dice que en el siglo VIII de nuestra era, Padma-Sambhava, maestro del lamaísmo, les predicó la doctrina del Buddha.

Los habitantes del primer continente viven doscientos cincuenta años; los del segundo, cien; los del tercero, quinientos, y los del cuarto, dos mil. En el Antiguo Testamento se lee que la duración de la vida humana es de setenta años; Schopenhauer, para justificar el cómputo hindú, arguye que sólo a los cien años el hombre muere naturalmente, sin agonía, y que morir por una enfermedad es tan accidental como morir en una guerra o en un incendio.

La descripción del mundo que acabamos de resumir corresponde a un plano horizontal; verticalmente, cabe distinguir tres regiones superpuestas. La primera e inferior es la sensorial; la habitan dioses, hombres, demonios, fantasmas, animales y seres infernales. En la zona más baja de esa región están los infiernos o, mejor dicho, los purgatorios, ya que los períodos de castigo no son infinitos. Hay ocho moradas ardientes y ocho glaciales. Encima de los infiernos está la zona en que vivimos. La segunda región, intermedia, es la de las formas; la tercera y superior es aquella en que las formas no existen. Los dioses son los únicos habitantes de estas dos últimas regiones.

Los dioses viven muchos siglos, pero no son inmortales. Algunos habitan la cumbre del monte Meru; otros, palacios suspendidos en el aire. A medida que la jerarquía es más alta, los goces son menos físicos; la unión de los dioses inferiores es semejante a la de los hombres; luego, en categorías más elevadas, se realiza mediante el beso, la caricia, la sonrisa o la contemplación. No hay concepción ni nacimiento; los hijos, ya de cinco a diez años de edad, aparecen de pronto sobre las rodillas de la diosa o del dios que es su madre o su padre (según la tradición hebrea, Adán tenía treinta y tres años en el momento en que fue creado). Los dioses de la segunda región ignoran los deleites sensuales: su alimento es la alegría y sus cuerpos están hechos de materia sutil. Oyen y ven, pero carecen de gusto, olfato y tacto. En la tercera región los dioses son incorpóreos y viven en un puro éxtasis contemplativo que puede extenderse a veinte, cuarenta, sesenta u ochenta mil períodos cósmicos.

Cada mundo flota sobre agua, el agua sobre viento, el viento sobre el éter. Los mundos, cuya cifra es incalculable, forman grupos de tres entre los cuales hay espacios desiertos, vastos y tenebrosos que sirven como lugares de castigo.

Conviene no olvidar que esta pintoresca cosmografía no es esencial a la doctrina que el Buddha predicó. Ciertamente, no se trata de un dogma, lo importante es la disciplina monástica que conduce al hombre a la liberación.




Título original: Qué es el budismo
Jorge Luis Borges y Alicia Jurado, 1976

Luego en J. L. Borges: Obras completas en colaboración
© María Kodama 1995
©Emecé Editores 1979 y ss.

Capítulos relacionados
También Jorge Luis Borges: La personalidad y el Buddha

Foto sin atribución: Borges y Alicia Jurado Fuente
Al pie, contratapa del libro


2/7/17

Jorge Luis Borges: El oro de los tigres [Prólogo]







      De un hombre que ha cumplido los setenta años que nos aconseja David poco podemos esperar, salvo el manejo consabido de unas destrezas, una que otra ligera variación y hartas repeticiones. Para eludir o para siquiera atenuar esa monotonía, opté por aceptar, con tal vez temeraria hospitalidad, los misceláneos temas que se ofrecieron a mi rutina de escribir. La parábola sucede a la confidencia, el verso libre o blanco al soneto. En el principio de los tiempos, tan dócil a la vaga especulación y a las inapelables cosmogonías, no habrá habido cosas poéticas o prosaicas. Todo sería un poco mágico. Thor no era dios del trueno; era el trueno y el dios.

    Para un verdadero poeta, cada momento de la vida, cada hecho, debería ser poético, ya que profundamente lo es. Que yo sepa, nadie ha alcanzado hasta hoy esa alta vigilia. Browning y Blake se acercaron más que otro alguno; Whitman, se la propuso, pero sus deliberadas enumeraciones no siempre pasan de catálogos insensibles. Descreo de las escuelas literarias, que juzgo simulacros para simplificar lo que enseñan, pero si me obligaran a declarar de donde proceden mis versos, diría que del modernismo, esa gran libertad que renovó muchas literaturas cuyo instrumento común es el castellano y que llegó, por cierto hasta España. He conversado más de una vez con Leopoldo Lugones, hombre solitario y soberbio; éste solía desviar el curso del diálogo para hablar de «mi amigo Rubén Darío». (Creo, por lo demás, que debemos recalcar las afinidades de nuestro idioma, no sus regionalismos).

    Mi lector notará en algunas páginas la preocupación filosófica. Fue mía desde niño, cuando mi padre me reveló, con ayuda del tablero de ajedrez (que era, lo recuerdo, de cedro) la carrera de Aquiles y la tortuga.

    En cuanto a las influencias que se advertirán en este volumen… En primer término, los escritores que prefiero —he nombrado ya a Robert Browning−; luego, los que he leído y repito; luego, los que nunca he leído pero que están en mí. Un idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos.

    J.L.B.

    Buenos Aires, 1972


En El oro de los tigres (1972)
Foto: Jorge Luis Borges en Selinunte, 1984  
©Ferdinando Scianna/Magnum Photos 


1/7/17

Adolfo Bioy Casares: "Borges" [23 de octubre de 1982] María








Sábado, 23 de octubre. Con Grillo della Paolera vamos a la comida, en la residencia del embajador de Alemania, en la calle Haedo, en Vicente López, en honor de Borges, que mañana viaja a Alemania. El embajador impone su personalidad en el renglón vinos y nos obliga a probar. ¡Borges y yo como catadores de vinos blancos!

Pregunto a Borges si María lo acompañará en su viaje a Alemania. «Sí —contesta—. Me dijo que hará este último sacrificio.» Después de decir que si tuviera coraje rompería, reconoce que María es lo mejor, lo único que le ha pasado en la vida y que a su lado fue muy feliz: «Todavía nos conmovemos por las mismas cosas... Por ejemplo, la tarde en que hablamos con el sacerdote de Thor, en Islandia, estaba tan conmovida como yo».



En Bioy Casares, Adolfo: Borges
Edición al cuidado de Daniel Martino
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006

Foto: María Kodama en Palermo (Sicilia), 1984
© Ferdinando Scianna/Magnum Photos



30/6/17

Jorge Luis Borges: Ars Magna







Estoy en una esquina de la calle Raymundo Lulio, en Mallorca.
Emerson dijo que el lenguaje es poesía fósil; para comprender su dictamen, bástenos recordar que todas las palabras abstractas son, de hecho, metáforas, incluso la palabra metáfora, que en griego es traslación. El siglo trece, que profesaba el culto de la Escritura, es decir, de un conjunto de palabras aprobadas y elegidas por el Espíritu, no podía pensar de ese modo. Un hombre de genio, Raymundo Lulio, que había dotado a Dios de ciertos predicados (la bondad, la grandeza, la eternidad, el poder, la sabiduría, la voluntad, la virtud y la gloria), ideó una suerte de máquina de pensar hecha de círculos concéntricos de madera, llenos de símbolos de los predicados divinos y que, rotados por el investigador, darían una suma indefinida y casi infinita de conceptos de orden teológico. Hizo lo propio con las facultades del alma y con las cualidades de todas las cosas del mundo. Previsiblemente, todo ese mecanismo combinatorio no sirvió para nada. Siglos después Jonathan Swift se burló de él en el Viaje Tercero de Gulliver; Leibniz lo ponderó pero se abstuvo, por supuesto, de reconstruirlo.
La ciencia experimental que Francis Bacon profetizó nos ha dado ahora la cibernética, que ha permitido que los hombres pisen la luna y cuyas computadoras son, si la frase es lícita, tardías hermanas de los ambiciosos redondeles de Lulio.


En Atlas (1984)
Jorge Luis Borges en Mallorca junto a María Kodama, Foto Diario de Mallorca 



29/6/17

Jorge Luis Borges: El despertar






Entra la luz y asciendo torpemente
de los sueños al sueño compartido
y las cosas recobran su debido
y esperado lugar y en el presente
converge abrumador y vasto el vago
ayer: las seculares migraciones
del pájaro y del hombre, las legiones
que el hierro destrozó, Roma y Cartago.
Vuelve también la cotidiana historia:
mi voz, mi rostro, mi temor, mi suerte.
¡Ah, si aquel otro despertar, la muerte,
me deparara un tiempo sin memoria
de mi nombre y de todo lo que he sido!
¡Ah, si en esa mañana hubiera olvido!




En El otro, el Mismo (1964)
Foto (detalle): Borges en agosto 1969 / Getty Images


28/6/17

Jorge Luis Borges: Poema inédito manuscrito sobre un ejemplar de Christian Walchs [11 de diciembre de 1923]







la esperanza / como un cuerpo de niña / aún misterioso y tácito, / aún no amado de amor / y una guitarra que apasionadamente se muere y con alivio
y doloroso resurge
y el cielo está viviendo un plenilunio
con el remordimiento y la vergüenza de la
insatisfecha esperanza y de no ser felices.


[Manuscrito en forma apaisada]

Sobre un ejemplar de Walchs, Christian Wilhelm Franz; hallado en la Biblioteca Nacional Argentina.

En papel de guarda anterior: firma de Jorge Luis Borges, diciembre 11 de 1923.

En papel de guarda posterior y retiro de contratapa: manuscrito de Jorge Luis Borges (arriba transcripto).

En retiro de tapa: ex-libris de la familia Merle D'Aubigré, 1904.





Manuscritos y notas en: Borges, libros y lecturas
Catálogo de la Colección Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional 
Edición, estudio preliminar y notas de Laura Rosato y Germán Álvarez
Ediciones Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2010
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