5/7/17

Jorge Luis Borges: «El matrero»






Una curiosa convención ha resuelto que cada uno de los países en que la historia y sus azares han dividido fugazmente la esfera tenga su libro clásico. Inglaterra ha elegido a Shakespeare, el menos inglés de los escritores ingleses; Alemania, tal vez para contrarrestar sus propios defectos, a Goethe, que tenía en poco a su admirable instrumento, el idioma alemán; Italia, irrefutablemente, al alígero Dante, para repetir el melancólico calembour de Baltasar Gracián; Portugal, a Camoens; España, apoteosis que hubiera suscitado el docto escándalo de Quevedo y de Lope, al ingenioso lego Cervantes; Noruega, a Ibsen; Suecia, creo, se ha resignado a Strindberg. En Francia, donde las tradiciones son tantas, Voltaire no es menos clásico que Ronsard, ni Hugo que la Chanson de Roland; Whitman, en los Estados Unidos, no desplaza a Melville ni a Emerson. En lo que se refiere a nosotros, pienso que nuestra historia sería otra, y sería mejor, si hubiéramos elegido, a partir de este siglo, el Facundo y no el Martín Fierro.

Sarmiento ha enumerado famosamente las diversas variedades del gaucho: el baqueano, el rastreador, el payador y el gaucho malo, que Ascasubi ya nombraba el malevo. En el prólogo del Santos Vega o Los mellizos de la Flor (París, 1872) Ascasubi nos dice: «Es la historia de un malevo capaz de cometer todos los crímenes, y que dio mucho que hacer a la justicia». El culto de la obra de Hernández, iniciado por El payador (1916) de Lugones y abultado luego por Rojas, nos ha inducido a la singular confusión de los conceptos de matrero y de gaucho. Si el matrero hubiera sido un tipo frecuente, nadie seguiría recordando, al cabo de los años, el apodo o el nombre de unos pocos: Moreira, Hormiga Negra, Calandria, el Tigre del Quequén. Hay distraídos que repiten que el Martín Fierro es la cifra de nuestra complejísima historia. Aceptemos, durante unos renglones, que todos los gauchos fueron soldados; aceptemos también, con pareja extravagancia o docilidad, que todos ellos, como el protagonista de la epopeya, fueron desertores, prófugos y matreros y finalmente se pasaron a los salvajes. En tal caso, no hubiera habido conquista del desierto; las lanzas de Pincén o de Coliqueo habrían asolado nuestras ciudades y, entre otras cosas, a José Hernández le hubieran faltado tipógrafos. También careceríamos de escultores para monumentos al gaucho.

En Buenos Aires, los conceptos de compadrito y de cuchillero han sufrido análoga confusión. El compadrito era el plebeyo del centro o de las orillas, el changador o el mayoral; era o no cuchillero. Despreciaba al ladrón y al hombre que vivía de las mujeres. Los veteranos de Bartolomé Hidalgo, «los gauchos del Río de la Plata, cantando y combatiendo» que Hilario Ascasubi exaltó y los ocurrentes conversadores que recrean la historia del doctor Fausto no son menos reales que los rebeldes que ha glorificado Gutiérrez. Don Segundo, el tropero viejo, es hombre de paz.

Es natural y acaso inevitable que la imaginación elija al matrero y no a los gauchos de la partida policial que andaba en su busca. Nos atrae el rebelde, el individuo, siquiera inculto o criminal, que se opone al Estado; Groussac ha señalado esa atracción en diversas latitudes y épocas. Inglaterra se acuerda de Robin Hood y de Hereward the Wake; Islandia, de su Grettir el Fuerte. Cabe rememorar asimismo a aquel Billy the Kid, de Arizona, que al morir de un brusco balazo a los veintidós años debía a la justicia veintidós muertes, sin contar mejicanos, y a Macario Romero, de quien dice una copla un tanto jocosa:
¡Qué bonito era Macario
en su caballo retinto,
con la pistola en la mano,
peleando con treinta y cinco!
La historia universal es la memoria de las ulteriores generaciones y ésta, según se sabe, no excluye la invención y el error, que es tal vez una de las formas de la invención. El jinete acosado que se oculta, como por arte mágica, en la mera vaciedad de la pampa o en los enmarañados laberintos del monte o de la cuchilla, es una figura patética y valerosa que de algún modo precisamos. También el gaucho, por lo general sedentario, habrá admirado al prófugo que fatigaba las leguas de la provincia y atravesaba, desafiando la ley, las anchas aguas correntosas del Paraná o del Uruguay.

Menos de individuos, la historia de los tiempos que fueron está hecha de arquetipos; para los argentinos, uno de tales arquetipos es el matrero. Hoyo y Moreira pueden haber capitaneado bandas de forajidos y haber manejado el trabuco, pero nos gusta imaginarlos peleando solos, a poncho y a facón. Una de las virtudes del matrero, sin duda inapreciable, es la de pertenecer al pasado; podemos venerarlo sin riesgo. Matrerear podía ser un episodio en la vida de un hombre. El acero, el alcohol de los sábados y aquel recelo casi femenino de haber sido ofendido que se llama, no sé por qué, machismo, favorecían las reyertas mortales. En el Fausto se lee:
Cuando a usté un hombre lo ofiende,
ya sin mirar para atrás,
pela el flamenco y ¡sás! ¡trás!
dos puñaladas le priende.
Y cuando la autoridá
la partida le ha soltao,
usté en su overo rosao
bebiendo los vientos va.
Naides de usté se despega
porque se aiga desgraciao,
y es muy bien agasajao
en cualquier rancho a que llega.
Si es hombre trabajador,
ande quiera gana el pan:
para eso con usté van
bolas, lazo y maniador.
Pasa el tiempo, vuelve al pago,
y cuando más larga ha sido
su ausiencia, usté es recebido
con más gusto y más halago[*]
Es curioso advertir que la desgracia era del matador, no del muerto.
Este libro antológico no es una apología del matrero ni una acusación de fiscal. Componerlo ha sido un placer; ojalá compartan ese placer quienes vuelvan sus páginas.


[*] El más ilustre de los maestros literarios deplora, en cambio, su desdicha, no sus buenos momentos:
Es triste dejar sus pagos/y largarse a tierra ajena,/llevándose el alma llena/de tormentos y dolores,/mas nos llevan los rigores/como el pampero a la arena./
Jorge Luis Borges: El matrero
Selección y prólogo de J. L. B. Buenos Aires, Edicom S.A., 1970


Incluido en Prólogo, con un prólogo de prólogos (1975)
Luego antologado en Miscelánea

Barcelona, Random-House Mondadori -DeBolsillo-, 2011

Foto: José Edmundo Clemente (?), Borges y Rogelio García Lupo

en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires (s/d) Vía



4/7/17

Jorge Luis Borges: La víspera







Millares de partículas de arena,
ríos que ignoran el reposo, nieve
más delicada que una sombra, leve
sombra de una hoja, la serena
margen del mar, la momentánea espuma,
los antiguos caminos del bisonte
y de la flecha fiel, un horizonte
y otro, los tabacales y la bruma,
la cumbre, los tranquilos minerales,
el Orinoco, el intrincado juego
que urden la tierra, el agua, el aire, el fuego,
las leguas de sumisos animales,
apartarán tu mano de la mía,
pero también la noche, el alba, el día...


En La moneda de hierro (1976)
Fotografía y manuscrito de Jorge Luis Borges 
hallados en la Biblioteca Nacional Argentina en 2010


3/7/17

Jorge Luis Borges - Alicia Jurado: Cosmología budista





El budismo, como el hinduismo, del cual procede, postula un número infinito de mundos, todos de idéntica estructura. Afirmar que el universo es limitado es una herejía; afirmar que es ilimitado, también; afirmar que no es ni lo uno ni lo otro, es asimismo herético. Este triple anatema obedece acaso al propósito de desalentar las especulaciones inútiles, que nos apartan del urgente problema de nuestra salvación.

En el ombligo o centro de cada mundo se eleva una montaña cuyo nombre es Meru o Sumeru. Su forma es la de una pirámide truncada de base cuadrangular; la cara oriental es de plata, la austral de jaspe, la occidental de rubí y la septentrional de oro. En la cumbre están las ciudades de los dioses y los paraísos de los bienaventurados; en la base están los infiernos. Alrededor del Meru, cuya altura es de ochenta y cuatro mil leguas, giran el sol, la luna y las constelaciones. Siete mares concéntricos, separados por siete cadenas circulares de montañas de oro, rodean el monte Meru; un cartón para tirar al blanco sería una suerte de mapamundi budista. La profundidad de los mares y la altura de las cordilleras decrecen a medida que se alejan del centro. Fuera del último círculo de montañas empieza el océano que conoce la humanidad. En sus aguas hay cuatro continentes e innumerables islas[7]. El continente oriental tiene forma de media luna; esta forma se repite en las caras de los habitantes, que son tranquilos y virtuosos. Se atribuye a este continente el color blanco. El continente austral, que es el nuestro, tiene forma de pera; también son piriformes las caras de sus habitantes. En él existen el bien y el mal, las riquezas y la abundancia; se le asigna el color azul. El continente occidental es redondo y rojo; sus habitantes, cuya fuerza es extraordinaria, se alimentan de carne de vaca y tienen caras circulares. El continente septentrional es el mayor de todos. Su color es verde y su forma es cuadrangular, como las caras de los habitantes, que son herbívoros. Las almas, después de la muerte, habitan los árboles.

Cada uno de estos continentes tiene dos satélites; en el que está a la izquierda del nuestro viven los rakshasas, demonios enemigos de la humanidad, que rondan los cementerios, interrumpen los sacrificios, hostigan a la gente piadosa, animan los cadáveres y devoran a los seres humanos. Pueden ser horribles o hermosos; algunos tienen un solo ojo, otros una sola oreja; unos caminan sobre dos piernas, otros sobre tres, otros sobre cuatro. En la poesía épica tienen determinados epítetos: homicidas, dañinos, ladrones de ofrendas, fuertes en la penumbra, noctámbulos, caníbales, carnívoros, bebedores de sangre, mordedores glotones, carinegros. Se dice que en el siglo VIII de nuestra era, Padma-Sambhava, maestro del lamaísmo, les predicó la doctrina del Buddha.

Los habitantes del primer continente viven doscientos cincuenta años; los del segundo, cien; los del tercero, quinientos, y los del cuarto, dos mil. En el Antiguo Testamento se lee que la duración de la vida humana es de setenta años; Schopenhauer, para justificar el cómputo hindú, arguye que sólo a los cien años el hombre muere naturalmente, sin agonía, y que morir por una enfermedad es tan accidental como morir en una guerra o en un incendio.

La descripción del mundo que acabamos de resumir corresponde a un plano horizontal; verticalmente, cabe distinguir tres regiones superpuestas. La primera e inferior es la sensorial; la habitan dioses, hombres, demonios, fantasmas, animales y seres infernales. En la zona más baja de esa región están los infiernos o, mejor dicho, los purgatorios, ya que los períodos de castigo no son infinitos. Hay ocho moradas ardientes y ocho glaciales. Encima de los infiernos está la zona en que vivimos. La segunda región, intermedia, es la de las formas; la tercera y superior es aquella en que las formas no existen. Los dioses son los únicos habitantes de estas dos últimas regiones.

Los dioses viven muchos siglos, pero no son inmortales. Algunos habitan la cumbre del monte Meru; otros, palacios suspendidos en el aire. A medida que la jerarquía es más alta, los goces son menos físicos; la unión de los dioses inferiores es semejante a la de los hombres; luego, en categorías más elevadas, se realiza mediante el beso, la caricia, la sonrisa o la contemplación. No hay concepción ni nacimiento; los hijos, ya de cinco a diez años de edad, aparecen de pronto sobre las rodillas de la diosa o del dios que es su madre o su padre (según la tradición hebrea, Adán tenía treinta y tres años en el momento en que fue creado). Los dioses de la segunda región ignoran los deleites sensuales: su alimento es la alegría y sus cuerpos están hechos de materia sutil. Oyen y ven, pero carecen de gusto, olfato y tacto. En la tercera región los dioses son incorpóreos y viven en un puro éxtasis contemplativo que puede extenderse a veinte, cuarenta, sesenta u ochenta mil períodos cósmicos.

Cada mundo flota sobre agua, el agua sobre viento, el viento sobre el éter. Los mundos, cuya cifra es incalculable, forman grupos de tres entre los cuales hay espacios desiertos, vastos y tenebrosos que sirven como lugares de castigo.

Conviene no olvidar que esta pintoresca cosmografía no es esencial a la doctrina que el Buddha predicó. Ciertamente, no se trata de un dogma, lo importante es la disciplina monástica que conduce al hombre a la liberación.




Título original: Qué es el budismo
Jorge Luis Borges y Alicia Jurado, 1976

Luego en J. L. Borges: Obras completas en colaboración
© María Kodama 1995
©Emecé Editores 1979 y ss.

Capítulos relacionados
También Jorge Luis Borges: La personalidad y el Buddha

Foto sin atribución: Borges y Alicia Jurado Fuente
Al pie, contratapa del libro


2/7/17

Jorge Luis Borges: El oro de los tigres [Prólogo]







      De un hombre que ha cumplido los setenta años que nos aconseja David poco podemos esperar, salvo el manejo consabido de unas destrezas, una que otra ligera variación y hartas repeticiones. Para eludir o para siquiera atenuar esa monotonía, opté por aceptar, con tal vez temeraria hospitalidad, los misceláneos temas que se ofrecieron a mi rutina de escribir. La parábola sucede a la confidencia, el verso libre o blanco al soneto. En el principio de los tiempos, tan dócil a la vaga especulación y a las inapelables cosmogonías, no habrá habido cosas poéticas o prosaicas. Todo sería un poco mágico. Thor no era dios del trueno; era el trueno y el dios.

    Para un verdadero poeta, cada momento de la vida, cada hecho, debería ser poético, ya que profundamente lo es. Que yo sepa, nadie ha alcanzado hasta hoy esa alta vigilia. Browning y Blake se acercaron más que otro alguno; Whitman, se la propuso, pero sus deliberadas enumeraciones no siempre pasan de catálogos insensibles. Descreo de las escuelas literarias, que juzgo simulacros para simplificar lo que enseñan, pero si me obligaran a declarar de donde proceden mis versos, diría que del modernismo, esa gran libertad que renovó muchas literaturas cuyo instrumento común es el castellano y que llegó, por cierto hasta España. He conversado más de una vez con Leopoldo Lugones, hombre solitario y soberbio; éste solía desviar el curso del diálogo para hablar de «mi amigo Rubén Darío». (Creo, por lo demás, que debemos recalcar las afinidades de nuestro idioma, no sus regionalismos).

    Mi lector notará en algunas páginas la preocupación filosófica. Fue mía desde niño, cuando mi padre me reveló, con ayuda del tablero de ajedrez (que era, lo recuerdo, de cedro) la carrera de Aquiles y la tortuga.

    En cuanto a las influencias que se advertirán en este volumen… En primer término, los escritores que prefiero —he nombrado ya a Robert Browning−; luego, los que he leído y repito; luego, los que nunca he leído pero que están en mí. Un idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos.

    J.L.B.

    Buenos Aires, 1972


En El oro de los tigres (1972)
Foto: Jorge Luis Borges en Selinunte, 1984  
©Ferdinando Scianna/Magnum Photos 


1/7/17

Adolfo Bioy Casares: "Borges" [23 de octubre de 1982] María








Sábado, 23 de octubre. Con Grillo della Paolera vamos a la comida, en la residencia del embajador de Alemania, en la calle Haedo, en Vicente López, en honor de Borges, que mañana viaja a Alemania. El embajador impone su personalidad en el renglón vinos y nos obliga a probar. ¡Borges y yo como catadores de vinos blancos!

Pregunto a Borges si María lo acompañará en su viaje a Alemania. «Sí —contesta—. Me dijo que hará este último sacrificio.» Después de decir que si tuviera coraje rompería, reconoce que María es lo mejor, lo único que le ha pasado en la vida y que a su lado fue muy feliz: «Todavía nos conmovemos por las mismas cosas... Por ejemplo, la tarde en que hablamos con el sacerdote de Thor, en Islandia, estaba tan conmovida como yo».



En Bioy Casares, Adolfo: Borges
Edición al cuidado de Daniel Martino
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006

Foto: María Kodama en Palermo (Sicilia), 1984
© Ferdinando Scianna/Magnum Photos



30/6/17

Jorge Luis Borges: Ars Magna







Estoy en una esquina de la calle Raymundo Lulio, en Mallorca.
Emerson dijo que el lenguaje es poesía fósil; para comprender su dictamen, bástenos recordar que todas las palabras abstractas son, de hecho, metáforas, incluso la palabra metáfora, que en griego es traslación. El siglo trece, que profesaba el culto de la Escritura, es decir, de un conjunto de palabras aprobadas y elegidas por el Espíritu, no podía pensar de ese modo. Un hombre de genio, Raymundo Lulio, que había dotado a Dios de ciertos predicados (la bondad, la grandeza, la eternidad, el poder, la sabiduría, la voluntad, la virtud y la gloria), ideó una suerte de máquina de pensar hecha de círculos concéntricos de madera, llenos de símbolos de los predicados divinos y que, rotados por el investigador, darían una suma indefinida y casi infinita de conceptos de orden teológico. Hizo lo propio con las facultades del alma y con las cualidades de todas las cosas del mundo. Previsiblemente, todo ese mecanismo combinatorio no sirvió para nada. Siglos después Jonathan Swift se burló de él en el Viaje Tercero de Gulliver; Leibniz lo ponderó pero se abstuvo, por supuesto, de reconstruirlo.
La ciencia experimental que Francis Bacon profetizó nos ha dado ahora la cibernética, que ha permitido que los hombres pisen la luna y cuyas computadoras son, si la frase es lícita, tardías hermanas de los ambiciosos redondeles de Lulio.


En Atlas (1984)
Jorge Luis Borges en Mallorca junto a María Kodama, Foto Diario de Mallorca 



29/6/17

Jorge Luis Borges: El despertar






Entra la luz y asciendo torpemente
de los sueños al sueño compartido
y las cosas recobran su debido
y esperado lugar y en el presente
converge abrumador y vasto el vago
ayer: las seculares migraciones
del pájaro y del hombre, las legiones
que el hierro destrozó, Roma y Cartago.
Vuelve también la cotidiana historia:
mi voz, mi rostro, mi temor, mi suerte.
¡Ah, si aquel otro despertar, la muerte,
me deparara un tiempo sin memoria
de mi nombre y de todo lo que he sido!
¡Ah, si en esa mañana hubiera olvido!




En El otro, el Mismo (1964)
Foto (detalle): Borges en agosto 1969 / Getty Images


28/6/17

Jorge Luis Borges: Poema inédito manuscrito sobre un ejemplar de Christian Walchs [11 de diciembre de 1923]







la esperanza / como un cuerpo de niña / aún misterioso y tácito, / aún no amado de amor / y una guitarra que apasionadamente se muere y con alivio
y doloroso resurge
y el cielo está viviendo un plenilunio
con el remordimiento y la vergüenza de la
insatisfecha esperanza y de no ser felices.


[Manuscrito en forma apaisada]

Sobre un ejemplar de Walchs, Christian Wilhelm Franz; hallado en la Biblioteca Nacional Argentina.

En papel de guarda anterior: firma de Jorge Luis Borges, diciembre 11 de 1923.

En papel de guarda posterior y retiro de contratapa: manuscrito de Jorge Luis Borges (arriba transcripto).

En retiro de tapa: ex-libris de la familia Merle D'Aubigré, 1904.





Manuscritos y notas en: Borges, libros y lecturas
Catálogo de la Colección Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional 
Edición, estudio preliminar y notas de Laura Rosato y Germán Álvarez
Ediciones Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2010

27/6/17

Jorge Luis Borges traduce a G. K. Chesterton: «Lepanto» (bilingüe)






Blancos los surtidores en los patios del sol;
El Sultán de Estambul se ríe mientras juegan.
Como las fuentes es la risa de esa cara que todos temen,
Y agita la boscosa oscuridad, la oscuridad de su barba,
Y enarca la media luna sangrienta, la media luna de sus labios,
Porque al más íntimo de los mares del mundo lo sacuden sus barcos.
Han desafiado las repúblicas blancas por los cabos de Italia,
Han arrojado sobre el León del Mar el Adriático,
Y la agonía y la perdición abrieron los brazos del Papa,
Que pide espadas a los reyes cristianos para rodear la Cruz.
La fría Reina de Inglaterra se mira en el espejo;
La sombra de los Valois bosteza en la Misa;
De las irreales islas del ocaso retumban los cañones de España,
Y el Señor del Cuerno de Oro se está riendo en pleno sol.
Laten vagos tambores, amortiguados por las montañas,
Y sólo un príncipe sin corona, se ha movido en un trono sin nombre,
Y abandonando su dudoso trono e infamado sitial,
El último caballero de Europa toma las armas,
El último rezagado trovador que oyó el canto del pájaro,
Que otrora fue cantando hacia el sur, cuando el mundo entero era joven.
En ese vasto silencio, diminuto y sin miedo
Sube por la senda sinuosa el ruido de la Cruzada.
Mugen los fuertes gongs y los cañones retumban,
Don Juan de Austria se va a la guerra.
Forcejean tiesas banderas en las frías ráfagas de la noche,
Oscura púrpura en la sombra, oro viejo en la luz,
Carmesí de las antorchas en los atabales de cobre.
Las clarinadas, los clarines, los cañones y aquí está él.
Ríe Don Juan en la gallarda barba rizada.
Rechaza, estribando fuerte, todos los tronos del mundo,
Yergue la cabeza como bandera de los libres.
Luz de amor para España ¡hurra!
Luz de muerte para África ¡hurra!
Don Juan de Austria
Cabalga hacia el mar.

Mahoma está en su paraíso sobre la estrella de la tarde
(Don Juan de Austria va a la guerra)
Mueve el enorme turbante en el regazo de la hurí inmortal,
Su turbante que tejieron los mares y los ponientes.
Sacude los jardines de pavos reales al despertar de la siesta,
Y camina entre los árboles y es más alto que los árboles,
Y a través de todo el jardín la voz es un trueno que llama
A Azrael el Negro y a Ariel y al vuelo de Ammon:
Genios y Gigantes,
Múltiples de alas y de ojos,
Cuya fuerte obediencia partió el cielo
Cuando Salomón era rey.
Desde las rojas nubes de la mañana, en rojo y en morado se precipitan,
Desde los templos donde cierran los ojos los desdeñosos dioses amarillos;
Ataviados de verde suben rugiendo de los infiernos verdes del mar
Donde hay cielos caídos, y colores malvados y seres sin ojos;
Sobre ellos se amontonan los moluscos y se encrespan los bosques grises del mar,
Salpicados de una espléndida enfermedad, la enfermedad de la perla;
Surgen en humaredas de zafiro por las azules grietas del suelo, —
Se agolpan y se maravillan y rinden culto a Mahoma.
Y él dice: Haced pedazos los montes donde los ermitaños se ocultan,
Y cernid las arenas blancas y rojas para que no quede un hueso de santo
Y no deis tregua a los rumíes de día ni de noche,
Pues aquello que fue nuestra aflicción vuelve del Occidente.

Hemos puesto el sello de Salomón en todas las cosas bajo el sol
De sabiduría y de pena y de sufrimiento de lo consumado,
Pero hay un ruido en las montañas, en las montañas y reconozco
La voz que sacudió nuestros palacios —hace ya cuatro siglos:
Es el que no dice "Kismet"; es el que no conoce el Destino,
Es Ricardo, es Raimundo, es Godofredo que llama!
Es aquel que arriesga y que pierde y que se ríe cuando pierde;
Ponedlo bajo vuestros pies, para que sea nuestra paz en la tierra.
Porque oyó redoblar de tambores y trepidar de cañones.
(Don Juan de Austria va a la guerra) 
Callado y brusco —¡hurra!
Rayo de Iberia
Don Juan de Austria
Sale de Alcalá.

En los caminos marineros del norte, San Miguel está en su montaña.
(Don Juan de Austria, pertrechado, ya parte)
Donde los mares grises relumbran y las filosas mareas se cortan
Y los hombres de mar trabajan y las rojas velas se van.
Blande su lanza de hierro, bate sus alas de piedra;
El fragor atraviesa la Normandía; el fragor está sólo;
Llenan el Norte cosas enredadas y textos y doloridos ojos
Y ha muerto la inocencia de la ira y de la sorpresa,
Y el cristiano mata al cristiano en un cuarto encerrado
Y el cristiano teme a Jesús que lo mira con otra cara fatal
Y el cristiano abomina de María que Dios besó en Galilea.
Pero Don Juan de Austria va cabalgando hacia el mar,
Don Juan que grita bajo la fulminación y el eclipse,
Que grita con la trompeta, con la trompeta de sus labios,
Trompeta que dice ¡ah!
¡Domino Gloria!
Don Juan de Austria
Les está gritando a las naves.

El rey Felipe está en su celda con el Toisón al cuello
(Don Juan de Austria está armado en la cubierta)
Terciopelo negro y blando como el pecado que tapiza los muros
Y hay enanos que se asoman y hay enanos que se escurren.
Tiene en la mano un pomo de cristal con los colores de la luna,
Lo toca y vibra y se echa a temblar
Y su cara es como un hongo de un blanco leproso y gris
Como plantas de una casa donde no entra la luz del día,
Y en ese filtro está la muerte y el fin de todo noble esfuerzo,
Pero Don Juan de Austria ha disparado sobre el turco.
Don Juan está de caza y han ladrado sus lebreles—
El rumor de su asalto recorre la tierra de Italia.
Cañón sobre cañón, ¡ah, ah!
Cañón sobre cañón, ¡hurra!
Don Juan de Austria
Ha desatado el cañoneo.

En su capilla estaba el Papa antes que el día o la batalla rompieran,
(Don Juan está invisible en el humo)
En aquel oculto aposento donde Dios mora todo el año,
Ante la ventana por donde el mundo parece pequeño y precioso.
Ve como en un espejo en el monstruoso mar del crepúsculo
La media luna de las crueles naves cuyo nombre es misterio.
Sus vastas sombras caen sobre el enemigo y oscurecen la Cruz y el Castillo
Y velan los altos leones alados en las galeras de San Marcos;
Y sobre los navíos hay palacios de morenos emires de barba negra;
Y bajo los navíos hay prisiones, donde con innumerables dolores,
Gimen enfermos y sin sol los cautivos cristianos
Como una raza de ciudades hundidas, como una nación en las ruinas,
Son como los esclavos rendidos que en el cielo de la mañana
Escalonaron pirámides para dioses cuando la opresión era joven;
Son incontables, mudos, desesperados como los que han caído o los que huyen
De los altos caballos de los Reyes en la piedra de Babilonia.
Y más de uno se ha enloquecido en su tranquila pieza del infierno
Donde por la ventana de su celda una amarilla cara lo espía,
Y no se acuerda de su Dios, y no espera un signo—
(Pero Don Juan de Austria ha roto la línea de batalla!)
Cañonea Don Juan desde el puente pintado de matanza,
Enrojece todo el océano como la ensangrentada chalupa de un pirata,
El rojo corre sobre la plata, y el oro.
Rompen las escotillas y abren las bodegas,
Surgen los miles que bajo el mar se afanaban
Blancos de dicha y ciegos de sol y alelados de libertad.
¡Vivat Hispania!
¡Domino Gloria!
Don Juan de Austria
Ha dado libertad a su pueblo!

Cervantes en su galera envaina la espada
(Don Juan de Austria regresa con un lauro)
Y ve sobre una tierra fatigada un camino roto en España,
Por el que eternamente cabalga en vano un insensato caballero flaco,
Y sonríe, (pero no como los Sultanes) y envaina el acero...
(Pero Don Juan de Austria vuelve de la Cruzada.)




Lepanto 
por G. K. Chesterton

White founts falling in the courts of the sun,
And the Soldan of Byzantium is smiling as they run;
There is laughter like the fountains in that face of all men feared,
It stirs the forest darkness, the darkness of his beard,
It curls the blood-red crescent, the crescent of his lips,
For the inmost sea of all the earth is shaken with his ships.
They have dared the white republics up the capes of Italy,
They have dashed the Adriatic round the Lion of the Sea,
And the Pope has cast his arms abroad for agony and loss,
And called the kings of Christendom for swords about the Cross,
The cold queen of England is looking in the glass;
The shadow of the Valois is yawning at the Mass;
From evening isles fantastical rings faint the Spanish gun,
And the Lord upon the Golden Horn is laughing in the sun.
Dim drums throbbing, in the hills half heard,
Where only on a nameless throne a crownless prince has stirred,
Where, risen from a doubtful seat and half attainted stall,
The last knight of Europe takes weapons from the wall,
The last and lingering troubadour to whom the bird has sung,
That once went singing southward when all the world was young,
In that enormous silence, tiny and unafraid,
Comes up along a winding road the noise of the Crusade.
Strong gongs groaning as the guns boom far,
Don John of Austria is going to the war,
Stiff flags straining in the night-blasts cold
In the gloom black-purple, in the glint old-gold,
Torchlight crimson on the copper kettle-drums,
Then the tuckets, then the trumpets, then the cannon, and he comes.
Don John laughing in the brave beard curled,
Spurning of his stirrups like the thrones of all the world,
Holding his head up for a flag of all the free.
Love-light of Spain—hurra!
Death-light of Africa!
Don John of Austria
Is riding to the sea.

Mahound is in his paradise above the evening star,
(Don John of Austria is going to the war.)
He moves a mighty turban on the timeless houri’s knees,
His turban that is woven of the sunset and the seas.
He shakes the peacock gardens as he rises from his ease,
And he strides among the tree-tops and is taller than the trees,
And his voice through all the garden is a thunder sent to bring
Black Azrael and Ariel and Ammon on the wing.
Giants and the Genii,
Multiplex of wing and eye,
Whose strong obedience broke the sky
When Solomon was king.
They rush in red and purple from the red clouds of the morn,
From temples where the yellow gods shut up their eyes in scorn;
They rise in green robes roaring from the green hells of the sea
Where fallen skies and evil hues and eyeless creatures be;
On them the sea-valves cluster and the grey sea-forests curl,
Splashed with a splendid sickness, the sickness of the pearl;
They swell in sapphire smoke out of the blue cracks of the ground,—
They gather and they wonder and give worship to Mahound.
And he saith, “Break up the mountains where the hermit-folk can hide,
And sift the red and silver sands lest bone of saint abide,
And chase the Giaours flying night and day, not giving rest,
For that which was our trouble comes again out of the west.

We have set the seal of Solomon on all things under sun,
Of knowledge and of sorrow and endurance of things done,
But a noise is in the mountains, in the mountains, and I know
The voice that shook our palaces—four hundred years ago:
It is he that saith not ‘Kismet’; it is he that knows not Fate ;
It is Richard, it is Raymond, it is Godfrey in the gate!
It is he whose loss is laughter when he counts the wager worth,
Put down your feet upon him, that our peace be on the earth.”
For he heard drums groaning and he heard guns jar,
(Don John of Austria is going to the war.)
Sudden and still—hurra!
Bolt from Iberia!
Don John of Austria
Is gone by Alcalar.

St. Michael’s on his mountain in the sea-roads of the north
(Don John of Austria is girt and going forth.)
Where the grey seas glitter and the sharp tides shift
And the sea folk labour and the red sails lift.
He shakes his lance of iron and he claps his wings of stone;
The noise is gone through Normandy; the noise is gone alone;
The North is full of tangled things and texts and aching eyes
And dead is all the innocence of anger and surprise,
And Christian killeth Christian in a narrow dusty room,
And Christian dreadeth Christ that hath a newer face of doom,
And Christian hateth Mary that God kissed in Galilee,
But Don John of Austria is riding to the sea.
Don John calling through the blast and the eclipse
Crying with the trumpet, with the trumpet of his lips,
Trumpet that sayeth ha!
Domino gloria! 
Don John of Austria
Is shouting to the ships.

King Philip’s in his closet with the Fleece about his neck
(Don John of Austria is armed upon the deck.)
The walls are hung with velvet that is black and soft as sin,
And little dwarfs creep out of it and little dwarfs creep in.
He holds a crystal phial that has colours like the moon,
He touches, and it tingles, and he trembles very soon,
And his face is as a fungus of a leprous white and grey
Like plants in the high houses that are shuttered from the day,
And death is in the phial, and the end of noble work,
But Don John of Austria has fired upon the Turk.
Don John’s hunting, and his hounds have bayed—
Booms away past Italy the rumour of his raid
Gun upon gun, ha! ha!
Gun upon gun, hurra!
Don John of Austria
Has loosed the cannonade.

The Pope was in his chapel before day or battle broke,
(Don John of Austria is hidden in the smoke.)
The hidden room in man’s house where God sits all the year,
The secret window whence the world looks small and very dear.
He sees as in a mirror on the monstrous twilight sea
The crescent of his cruel ships whose name is mystery;
They fling great shadows foe-wards, making Cross and Castle dark,
They veil the plumèd lions on the galleys of St. Mark;
And above the ships are palaces of brown, black-bearded chiefs,
And below the ships are prisons, where with multitudinous griefs,
Christian captives sick and sunless, all a labouring race repines
Like a race in sunken cities, like a nation in the mines.
They are lost like slaves that sweat, and in the skies of morning hung
The stair-ways of the tallest gods when tyranny was young.
They are countless, voiceless, hopeless as those fallen or fleeing on
Before the high Kings’ horses in the granite of Babylon.
And many a one grows witless in his quiet room in hell
Where a yellow face looks inward through the lattice of his cell,
And he finds his God forgotten, and he seeks no more a sign—
(But Don John of Austria has burst the battle-line!)
Don John pounding from the slaughter-painted poop,
Purpling all the ocean like a bloody pirate’s sloop,
Scarlet running over on the silvers and the golds,
Breaking of the hatches up and bursting of the holds,
Thronging of the thousands up that labour under sea
White for bliss and blind for sun and stunned for liberty.
Vivat Hispania!
Domino Gloria! 
Don John of Austria
Has set his people free!

Cervantes on his galley sets the sword back in the sheath
(Don John of Austria rides homeward with a wreath.)
And he sees across a weary land a straggling road in Spain,
Up which a lean and foolish knight forever rides in vain,
And he smiles, but not as Sultans smile, and settles back the blade....
(But Don John of Austria rides home from the Crusade.)



Sol y Luna, Buenos Aires, N° 1, 1938*
Luego en Textos recobrados 1931-1955
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril
y Mercedes Rubio de Zocchi 
© María Kodama 2001
© Emecé Editores 2001

[*] En 1938 Borges integra el "Comité Contra el Racismo y el Antisemitismo en la Argentina" que edita el folleto "El pueblo contra la invasión nazi". Forman parte del Consejo Directivo: Emilio Troise, Alvaro Guillot Muñoz, Isaac Kornblihtt, Román Gómez Masía, Leónidas Anastasi, Jorge Luis Borges, Rafael de la Vega, Alejandro Gerstein, Américo Ghioldi, S. M. Neuschlosz, Julio A. Noble, José Peco, Luis Ramiconi, Luis M. Reissig, Deodoro Roca, Ricardo Tudela.


Foto: GK Chesterton in Brighton in 1935 (AP) Below: Statue of St Therese Lisieux 
at The National Shrine of St Therese in Darien, USA (CNS) Via

25/6/17

Borges profesor. Clase 23: «The Tune of Seven Towers», «The Sailing of the Sword» y «The Earthly Paradise» de William Morris






«The Tune of Seven Towers», «The Sailing of the Sword»
y The Earthly Paradise de William Morris
Las sagas de Islandia. Historia de Gunnar



Proseguiremos hoy con el estudio de la obra de William Morris. Ahora, antes de considerar las dos grandes obras de él, podríamos leer alguno de los poemas de su primer libro, La defensa de Ginebra.
¿Alguno de ustedes no querría repetir lo que hicimos la otra vez, leer no un fragmento sino un poema breve del libro?
Podemos ver un poema que se llama «La melodía de siete torres».478 Es un poema claro, esencialmente musical, aunque tiene argumento. Hay una mujer que podemos suponer muy linda, que se llama «fair Yoland of the flowers», «la hermosa Yolanda de las flores», y que lleva a los caballeros —todo esto ocurre en una vaga época medieval— a un castillo en el que mueren, y que los mata, sin duda por artes mágicas.

(Pasa un alumno y empieza la lectura del poema)

No one goes there now:
For what is left to fetch away
From the desolate battlements all arow,
And the lead roof heavy and grey?
«Therefore» said fair Yoland of the flowers,
«This is the tune of Seven Towers.»479
No one walks there now;
Except in the white moonlight
The white ghosts walk in a row;
If one could see it, an awful sight,
«Listen!» said fair Yoland of the flowers,
«This is the tune of Seven Towers.»

But none can see them now,
Though they sit by the side of the moat,
Feet half in the water, there in a row,
Long hair in the wind afloat.
«Therefore» said fair Yoland of the flowers,
«This is the tune of Seven Towers.»

If any will go to it now,
He must go to it all alone,
Its gates will not open to any row
Of glittering spears —will you go alone?
«Listen!» said fair Yoland of the flowers,
«This is the tune of Seven Towers»480

Las estrofas terminan en estribillo, «This is the tune of Seven Towers». Es un poema casi puramente musical y decorativo: «Oíd, dijo la hermosa Yolanda de las flores, ésta es la melodía de las siete torres». Pero al mismo tiempo hay algo ominoso y terrible. La hechicera le propone a un caballero que vaya solo, para morir, se entiende.

«Be my love go there now,
To fetch me my coif away
My coif and my kirtle, with pearls arow,
Oliver, go to-day
«Therefore» said fair Yoland of the flowers,
«This is the tune of Seven Towers.»

I am unhappy now,
I cannot tell you why;
If you go, the priests and I in a row
Will pray that you may not die.
«Listen!» said fair Yoland of the flowers,
«This is the tune of Seven Towers.»

If you will go for me now,
I will kiss your mouth at last;
(She sayeth inwardly.)
(The graves stand grey in a row,)
Oliver, hold me fast!
«Therefore» said fair Yoland of the flowers,
«This is the tune of Seven Towers.»481

Estos poemas corresponden a la juventud de Morris. Después veremos las obras de su madurez, el ciclo de cuentos, The Earthly Paradise, El Paraíso terrenal, y una epopeya, Sigurd the Volsung. Pero éstas las escribió luego, una es del año 68 a 70, y la otra es del año 76. Y luego vinieron otros poemas menos importantes, para convertir a la gente al socialismo.
Ahora leeremos otro poema, «The Sailing of the Sword».482 El «Sword» es una nave que lleva a tres guerreros, creo que a las cruzadas, que dejan a tres hermanas y les dicen que van a volver. Hay un tema que siempre se repite, un verso, «When the Sword went out to sea». Hay aliteración. Una de las hermanas habla. Ha sido abandonada, porque puedo adelantar que el caballero volverá, pero volverá con una mujer espléndida a su lado.

(El alumno comienza la lectura del poema)483

Across the empty garden-beds,
When the Sword went out to sea;
I scarcely saw my sisters’s heads
Bowed each beside a tree.
I could not see the castle leads,
When the Sword went out to sea.

Alicia wore a scarlet gown,
When the Sword went out to sea;
But Ursula’s was russet brown:
For the mist we could not see
The scarlet roofs of the good town,
When the Sword went out to sea,

Green holly in Alicia’s hand,
When the Sword went out to sea;
With sere oak-leaves did Ursula stand—
O! yet alas for me!
I did but bear a peel’d white wand,
When the Sword went out to sea,484
O, russet brown and scarlet bright,
When the Sword went out to sea;
My sisters wore; I wore but white:
Red, brown, and white, are three;
Three damozels; each had a knight
When the Sword went out to sea,

Sir Robert shouted loud, and said,
When the Sword went out to sea;
«Alicia, while I see thy head,
What shall I bring for thee
«O, my sweet lord, a ruby red»
The Sword went out to sea.

Sir Miles said, while the sails hung down,
When the Sword went out to sea;
«O, Ursula! While I see the town
What shall I bring for thee
«Dear knight, bring back a falcon brown:»
The Sword went out to sea.

But my Roland, no word he said
When the Sword went out to sea;
But only turn’d away his head,
A quick shriek came from me:
«Come back, dear lord, to your white maid»
The Sword went out to sea,485
The hot sun bit the garden beds,
When the Sword came back from sea;
Beneath an apple tree our heads
Stretched out toward the sea;
Grey gleam’d the thirsty castle leads,
When the Sword came back from sea.

Lord Robert brought a ruby red,
When the Sword came back from sea;
He kissed Alicia on the head
«I am come back to thee
Tis time, sweet love, that we were wed,
Now the Sword is back from sea

Sir Miles he bore a falcon brown,
When the Sword came back from sea;
His arms went round tall Ursula’s gown,
«What joy, O love, but thee?
Let us be wed in the good town,
Now the Sword is back from sea!»

My heart grew sick, no more afraid,
When the Sword came back from sea;
Upon the deck a tall white maid
Sat on Lord Roland’s knee;
His chin was press’d upon her head,
When the Sword came back from sea!486

Las dos hermanas mayores reciben un regalo. A través de las estrofas, se ve que él está empezando a olvidarla. Ella está vestida de rojo. Luego, de pardo. Esto prefigura o profetiza que algo va a ocurrir. El nombre de la nave es «Sword», y quiere decir «espada». Al fin, cuando él vuelve, vuelve con una doncella blanca, y ella estaba vestida de blanco al principio. Ustedes ven que éste es un poema como un cuadro, además de la música de los versos.
Bueno, como ustedes ven, Morris empezó haciendo poemas pictóricos, musicales, vagamente medievales. Pero luego fueron pasando los años, él se dedicó a sus otras actividades de arquitectura, de decoración, de tipografía, y él planeó una gran obra. Y esa gran obra —yo creo que es la más importante de las suyas— se llamó El Paraíso Terrenal, y se publicó en dos o tres volúmenes desde el año 68 al año 70. Ahora, a Morris le habían interesado siempre los cuentos, pero Morris creía que los mejores cuentos ya habían sido inventados, que un escritor no tenía que inventar nuevos cuentos. Que la verdadera labor del poeta —y él tenía un concepto épico de la poesía— era repetir o recrear las historias antiguas. Esto puede parecemos raro en lo que se refiere a la literatura, pero los pintores, por ejemplo, no lo han entendido así. Casi podríamos decir que durante siglos los pintores han repetido la misma historia, la historia de la Pasión por ejemplo. ¿Cuántas crucifixiones hay en la pintura? Y en cuanto a la escultura exactamente lo mismo. ¿Cuántos escultores han hecho estatuas ecuestres? Y la historia de la guerra de Troya ha sido referida muchas veces y las Metamorfosis de Ovidio vuelven a contar mitos que los lectores ya conocían. Y Morris, al promediar el siglo XIX, pensó que ya existían los cuentos esenciales y que su tarea era reimaginarlos, recrearlos, contarlos de nuevo. Y además él admiraba a Chaucer, que tampoco había inventado argumentos, sino que había tomado argumentos italianos, franceses, latinos, algunos de fuente desconocida pero que sin duda existió, como la historia del vendedor de bulas. Entonces Morris se propuso escribir una serie de cuentos como los Cuentos de Canterbury, y los situó en la misma época, en el siglo XIV. Ahora, este libro, que consta de veinticuatro cuentos y que Morris pudo terminar en unos tres años, está escrito como una imitación de Chaucer. Pero al mismo tiempo —y esto los críticos no parecen haberlo notado— como una suerte de desafío a Chaucer, no sólo en lo que se refiere a las fuentes sino al lenguaje. Porque Chaucer busca, según ustedes saben, un inglés en el cual abundan muchas palabras latinas. Esta intención de Chaucer es lógica, puesto que con la invasión normanda Inglaterra se llenó de palabras latinas. En cambio Morris —Morris, que tradujo el Beowulf— estaba enamorándose de la literatura escandinava, y quiso que el inglés volviera, dentro de lo posible, a su primitiva raíz germánica. Entonces él escribió El Paraíso Terrenal.
Estoy pensando que Chaucer pudo haber hecho algo parecido si hubiera querido, salvo que Chaucer estaba atraído por el sur, por el Mediterráneo, por la tradición latina. Tradición que Morris ciertamente no desdeñó, ya que la mitad de los cuentos de El Paraíso Terrenal son de fuente helénica. Hay once que son de fuente helénica, hay otro que es de fuente árabe, ya que Morris lo tomó del libro medieval de Las Mil y una Noches, que fue compilado en Egipto aunque sus fuentes son más antiguas, son hindúes o persas. Chaucer había encontrado un marco para sus cuentos, la idea de la famosa caminata al santuario de Becket,487 y Morris necesitaba todo un marco, necesitaba un pretexto para que se contaran muchos cuentos. Entonces él inventó una historia, inventó una historia más romántica —diremos— que la de Chaucer. Porque entre Chaucer, del siglo XIV, y Morris, del siglo XIX, habían ocurrido muchas cosas. Entre otras, el movimiento romántico. Y además Inglaterra había redescubierto su raíz germánica, que había olvidado. Creo que Carlyle, al hablar de Shakespeare, lo llama «nuestro Guillermo sajón». Esto hubiera sorprendido a Shakespeare, pues Shakespeare no pensó nunca en la raíz sajona de Inglaterra. Cuando Shakespeare pensaba en el pasado inglés, pensó más bien en la historia inglesa posterior a la conquista normanda, o si no en el pasado celta de Inglaterra. Y hasta que no escribió Hamlet, se sentía tan lejos de todo aquello que, fuera de Yorick, el bufón —creado para siempre en aquel diálogo de Hamlet con la calavera— y los dos cortesanos Rosencrantz y Guildenstern, todo eso viene de otros países. Los soldados que aparecen en la primera escena de Hamlet tienen nombres españoles, se llaman Francisco y Barnardo. La novia de Hamlet se llama Ofelia; su hermano se llama Laertes, el nombre del padre de Ulises. Es decir, lo germano estaba muy lejos de Shakespeare. Sin duda estaba en su sangre, y en buena parte de su vocabulario, pero no tenía mayor conciencia de ello. Él buscó casi todos sus argumentos en Grecia, Roma, en Macbeth lo buscó en Escocia, en Hamlet lo buscó en un argumento danés. En cambio Morris tenía una conciencia de lo germánico, y sobre todo de lo escandinavo, del pasado inglés. Y así él inventó este argumento. Él toma el siglo XIV, la época de Chaucer, y en esa época hay una peste que está arrasando a Europa y especialmente a Inglaterra: la peste negra. Entonces él imagina a un grupo de caballeros que quieren huir de la muerte. Entre ellos hay un bretón, también hay un noruego, un caballero alemán —pero éste muere antes de llegar al fin de la aventura—. Estos caballeros resuelven buscar el Paraíso Terrenal, el paraíso de hombres inmortales. Al Paraíso Terrenal solía situárselo —hay un poema anglosajón que tiene este título—488 en el Oriente. Pero los celtas lo habían situado en el Occidente, hacia la puesta del sol, en el confín de los mares desconocidos que lindaban con América, no descubierta entonces. Los celtas imaginaron toda suerte de maravillas, por ejemplo islas en las que lebreles de bronce perseguían a los ciervos de plata o de oro, islas sobre las cuales pendía como un arco iris un río, un río que no se volcaba, con naves y con peces, islas rodeadas por murallas de fuego, y entre esas islas una que sería el Paraíso Terrenal.
Esos caballeros del siglo XIV resuelven buscar las islas bienaventuradas, las islas del Paraíso Terrenal, y salen de Londres. Y al salir de Londres pasan por la aduana, y en la aduana hay un señor que está escribiendo. Y no se nos dice su nombre, pero se nos da a entender que ese señor era Chaucer, que fue vista de aduana. Así que Chaucer aparece silenciosamente en el poema, así como Shakespeare aparece y no dice una palabra en la novela Orlando de Virginia Woolf. En esa novela hay una fiesta en un palacio, y hay un hombre que está mirando y observando todo y no dice nada, porque tanto Morris como Virginia Woolf no se creyeron capaces de crear palabras dignas de estar en la boca de Chaucer o de Shakespeare.
Luego la nave que lleva a los aventureros se hace a la mar, y se cruzan con otro barco. En ese barco hay un rey, uno de los reyes de Inglaterra que va a pelear contra Francia en la larga Guerra de los Cien Años. Y el rey invita a los caballeros a subir a su barco, y él está en la cubierta, rodeado de caballeros, solo y desarmado. Entonces les pregunta quiénes son. Uno le dice que es bretón, el otro que es noruego, y el rey les pregunta qué fin persiguen, y ellos le dicen que van a buscar la inmortalidad. Y al rey no le parece absurda esta aventura. El rey cree que puede existir un Paraíso Terrenal, pero al mismo tiempo comprende que él es un hombre viejo, que su destino no es la inmortalidad, que su destino es la batalla y la muerte. Y entonces les desea buena suerte, les dice que ellos tienen mejor destino que el suyo, que a él lo único que le queda es morir entre las cuatro paredes de un lugar de batalla.489 Les dice que sigan. Luego él piensa que él es un rey, y que ellos son desconocidos, pero ellos —quizás está dentro de la fe de la época— llegarán a ser inmortales. «Y quizá —dice— puede ocurrir que yo, un rey, seré recordado por una sola cosa, seré recordado porque una mañana, antes que atravesaran el mar, ustedes conversaron conmigo.» Y luego piensa que, a pesar de que ellos verosímilmente serán inmortales, y él será olvidado y morirá como todos los reyes y todos los hombres, él tiene que regalarles algo. Es una manera de demostrar su superioridad. Él es un rey. Él le da a uno un cuerno, al bretón, y dice: «Para que recuerdes esta mañana. Y a ti, noruego, te doy este anillo, para que me recuerdes a mí, que soy de la sangre de Odín».490 Porque ustedes recordarán que los reyes de Inglaterra creían ser descendientes de Odín.
Luego ellos se despiden del rey y emprenden el viaje. El viaje dura muchos años. Los navegantes desembarcan en islas maravillosas, pero envejecen. Y así llegan a una ciudad desconocida en una isla, donde se quedan hasta el fin de sus días. Esa isla está habitada por griegos que han conservado el culto de los antiguos dioses. El padre del noruego ha sido miembro de la escolta escandinava del emperador de Bizancio, de modo que él sabe griego —esa famosa escolta de los emperadores de Bizancio, hecha de suecos, de noruegos, de daneses,491 a la cual se incorporaron muchos sajones después de la conquista normanda a Inglaterra, en el año 1066. Es raro pensar que en las calles de Constantinopla fueron idiomas familiares. En las calles de Constantinopla se hablaron el antiguo danés y, al promediar el siglo XI, el anglosajón.
La ciudad de la isla está gobernada por griegos. Reciben amablemente a los viajeros, y aquí ya tenemos el marco que necesitaba Morris: los mayores de la ciudad proponen a los navegantes que todos se encontrarán dos veces al mes y entonces se contarán cuentos. Los cuentos que los isleños cuentan son todos mitos griegos. Allí están las historias de Eros, de Perseo, todos tomados de la mitología griega. Y los otros cuentan historias de origen diverso, entre ellos una historia islandesa que Morris había traducido al inglés. Se titula «Los amantes de Gudrun». Hay una historia árabe, una historia que el padre le había contado al hijo del noruego, tomada de Las Mil y Una Noches. Hay otras historias escandinavas y persas. Se cuentan así, a lo largo del año, veinticuatro cuentos. Morris ha tomado los metros de la obra de Chaucer. Hay además, como en los cuentos de Chaucer, intervalos entre los doce cuentos de los navegantes y los doce cuentos de los griegos. En esos intervalos se va describiendo el cambio de las estaciones, y por una convención —Morris no buscaba el realismo, desde luego— los paisajes que se describen son paisajes de Inglaterra que corresponden a la primavera, al verano, al otoño, al invierno.
Al fin habla el poeta, y el poeta dice que él ha contado esos cuentos, esos cuentos que no son suyos, pero que él los ha recreado para su tiempo y que, sin duda, otros los contarán después como los contaron antes de él. Luego dice que él no puede cantar sobre el Cielo o el Infierno492 —sin duda estaba pensando en Dante al decir esto—, que él no puede hacer que la muerte parezca una cosa baladí, que él no puede detener el curso del tiempo, que lo arrastrará a él como arrastrará a los lectores. Vemos que no tiene ninguna fe en otro mundo. Dice que él es simplemente «el ocioso cantor de un día vacío». Luego él habla con su libro y le dice al libro que si en alguna parte se encuentra con Chaucer, que lo salude y que en su nombre le diga:«¡Oh, Maestro!, ¡Oh, tú, grande de lengua y de corazón!»493 Y así el libro termina de un modo melancólico.
Este libro está lleno de invenciones fantásticas: hay un aquelarre, por ejemplo, y hay un rey de los demonios que cabalga sobre un caballo de fuego esculpido y cambiante, de modo que en cada momento las facciones del rey y de su cabalgadura tienen una forma precisa, pero esa forma sólo dura un instante.494
Antes de publicar este libro, Morris publicó otro poema extenso que se titula «La vida y la muerte de Jasón».495 Sin duda tenía que ser uno de los cuentos griegos de El Paraíso Terrenal, pero ese cuento fue tan extenso que Morris lo publicó aparte. Uno de los rasgos notables de ese poema anterior a El Paraíso Terrenal, es que en las primeras páginas aparecen los centauros de Thessalia. Nos parece imposible que un poeta del siglo XIX hable de centauros, porque nosotros y él descreemos de los centauros.
Es extraordinario ver cómo Morris prepara al centauro. Primero habla de la selva de Thessalia, luego habla de los leones y de los lobos de esa selva, y luego nos dice que «los centauros de ojos vivos disparan allí sus flechas».496 El empieza por esa parte del cuerpo en que se nota más la vida, los ojos.497 Después tenemos a un esclavo que espera a un centauro. Y de igual modo que Dante en la Divina Comedia se muestra trémulo, no porque fuera cobarde sino porque tiene que comunicar a sus lectores que el Infierno es un lugar terrible, así el esclavo siente una especie de horror cuando, en medio de la selva —que es una selva espesa—, siente los cascos del centauro que se aproximan a él.498 Luego el centauro se acerca y Morris hace que el centauro tenga una guirnalda de flores en la parte en que lo humano cesa y empieza lo equino.499 Morris no nos dice que hay algo terrible con el esclavo, pero nos muestra al esclavo que cae de rodillas ante el monstruo.500 Luego el centauro habla, habla con palabras humanas, y esto el esclavo lo siente como terrible también, porque el centauro es mitad hombre, mitad caballo. En este largo poema, que concluye con la muerte de Medea, todo está contado de modo que, mientras leemos el poema, creemos en él o, como diría Coleridge, cuando habla del drama de Shakespeare, «suspendemos voluntariamente nuestra incredulidad si no creemos».
Morris publica desde el 68 al 70 su Paraíso Terrenal. Este poema es reconocido por todos sus contemporáneos —aun por aquellos que estaban lejos de él— como un gran poema. Pero él, mientras tanto, había iniciado una biblioteca de sagas.501 Son novelas compuestas en su mayor parte en Islandia durante la Edad Media. Morris se hizo amigo de un islandés, Eirik Magnusson, y entre los dos tradujeron varias partes de las novelas. Esto se haría después en los países escandinavos y en Alemania. En Alemania hay una colección famosa, la Biblioteca Thule, nombre que los romanos daban a unas islas que algunos han identificado con las islas Shetland, pero que en general se identifican con Islandia. Morris emprende su peregrinación a Islandia y traduce grandes poemas al inglés, y entre esos poemas está la Odisea. Yo voy a recordar los dos primeros versos de la Odisea de Pope y los dos primeros de la Odisea de Morris. Pope lo hizo en un inglés latino, en un sonoro inglés, y los versos dicen así:

The man, for wisdom’s various arts renown’d,
Long exercis’d in woes, oh muse! resound
Al hombre famoso por las diversas artes de la sabiduría,
Largamente ejercitado en pesares, ¡oh musa, resuena!, ¡oh musa, canta!

Pero Morris quiso limitar, dentro de lo posible, su vocabulario a palabras germánicas. Entonces, fuera de la palabra «musa», que tuvo que retener, tenemos estos extraños versos:

Tell me, o Muse, of the shifty, the man who wandered afar,
after the holy burg, Troytown, he had wasted with war.

Háblame musa del astuto, el hombre que erró muy lejos,
después de haber destrozado con guerra la ciudadela sagrada.

Morris tradujo también la Eneida y el Beowulf. Tradujo las sagas. Las versiones de las sagas son admirables, porque en su versión de la Odisea sentimos cierta incongruencia entre el hecho de que Morris está traduciendo una epopeya griega y el inglés germánico que usa. En cambio, no sentimos ninguna incongruencia en el hecho de que Morris traduzca con palabras germánicas cuentos y novelas escandinavos medievales.
Voy a recordar un episodio de las sagas. La palabra «saga» tiene que ver con sagen, «decir» en alemán. Son cuentos, relatos. Empezaron siendo orales y luego fueron escritos, pero como tenían un origen oral, estaba prohibido al narrador entrar en la conciencia de los héroes. Él no podía contar lo que un héroe soñó; no podía decir que una persona odiaba o quería: eso era entrometerse en la mente de los personajes. Sólo podía contar lo que los personajes hacían y obraban. Las sagas están contadas como reales, y si abundan en hechos fantásticos es porque los narradores y los oyentes creían en ellos. Aparecen en las sagas cincuenta o sesenta personajes, todos personajes históricos, personajes que vivieron y murieron en Islandia y que fueron famosos por su valentía o por sus cualidades. El episodio que voy a recordar es éste: hay una mujer muy linda, con cabellos largos y rubios que le llegan a la cintura.502 Esa mujer ejecuta un acto mezquino y el marido le da una bofetada. Y el narrador no nos dice qué sintió ella, porque eso le está vedado por las reglas de su arte. Y luego pasan doscientas o trescientas páginas y nosotros nos hemos olvidado de la bofetada. Y el marido que le ha dado la bofetada, también. Y luego él está sitiado en su casa y lo atacan. Y el primero que lo ataca logra escalar la torre. Y Gunnar, el marido, desde adentro, lo mata, lo hiere de un lanzazo. El hombre cae al suelo, los compañeros lo rodean. No sabemos nada sobre el carácter del hombre, y uno de sus compañeros le pregunta: «¿Está Gunnar en la casa?» Y el hombre —y esto nos revela que es valiente— muere con una broma en los labios. Dice: «Él, no sé, pero está su lanza», y muere con esa broma. Luego los otros han rodeado la casa, siguen atacando a Gunnar, él se defiende a flechazos. Está con su perro y su mujer. Ya han matado a los otros. Pero él sigue defendiéndose con las flechas, y una de las flechas de los que rodean la casa rompe la cuerda del arco de Gunnar. Gunnar necesita otra cuerda, la necesita inmediatamente y le pide a su mujer —se ha hablado muchas veces de su larga y rubia cabellera— que le teja una cuerda con su pelo.503

«Téjeme una cuerda con tu pelo» —le dice a Hallgerd.
«¿Es cuestión de vida o muerte?» —pregunta ella.
«Sí» —responde Gunnar.
«Entonces recuerdo esa bofetada que me diste una vez y te veré morir» —dice Hallgerd.

Así Gunnar murió, vencido por muchos, y también mataron a Samr, su perro, pero antes el perro mató a un hombre.
El narrador no nos había dicho que Hallgerd guardase rencor a su marido; ahora lo sabemos bruscamente, como suelen revelarse las cosas en la realidad.

Prob. Lunes 12 de diciembre de 1966



Notas


478 «The Tune of Seven Towers», decimonoveno poema del libro.
479 Primera estrofa del poema. «Nadie va hacia allí ahora: / ¿Qué queda allí para traer / De las filas de almenas desoladas, / Y el pesado techo de plomo gris? / “Por tanto”, dijo la bella Yolanda de las flores, / “Ésta es la melodía de las Siete Torres.”»
480 Segunda, tercera y cuarta estrofa. «Nadie camina ahora; / Excepto bajo la pálida luz de la luna / Los fantasmas que pasean en fila; / Si uno pudiera verlos, sería una terrible visión, / “¡Oye!”, dijo la bella Yolanda de las flores, / “Ésta es la melodía de las Siete Torres”. // Pero nadie puede verlos ahora / Aunque están sentados a lo largo del foso, / Con sus pies sumergidos en el agua y en fila, / Sus largos cabellos flotando al viento. / “Por tanto”, dijo la bella Yolanda de las flores, / “Ésta es la melodía de las Siete Torres”. // Si alguien va allí ahora, / Debe ir hacia allí solo, / Las puertas no se abrirán a ninguna fila / De lanzas relucientes —¿irás entonces solo? / “¡Oye!”, dijo la bella Yolanda de las flores, / “Ésta es la melodía de las Siete Torres".»
481 Estrofas cinco a siete. «“Sé mi amor, ve hacia allí ahora, / A traer mi cofia de allí, / Mi cofia y mi manto, adornado con perlas, / ¡Oliver, ve hoy mismo! ” / “Por tanto”, dijo la bella Yolanda de las flores, / “Ésta es la melodía de las Siete Torres”. // No soy feliz ahora, / No puedo decirte por qué; / Si vas, los curas y yo en fila, / Rezaremos para que no mueras. / “¡Oye!”, dijo la bella Yolanda de las flores, / «Esta es la melodía de las Siete Torres”. // Si vas por mí ahora, / Besaré por fin tu boca; / (Ella dijo para sí) / (Las tumbas se yerguen grises en fila,) / ¡Oliver, abrázame fuerte! / “Por tanto”, dijo la bella Yolanda de las flores, / “Ésta es la melodía de las Siete Torres.”»
482 Decimoquinto poema del libro The Defence of Guenevere.
483 Para una mejor apreciación y dado que Borges no traduce sino sólo comenta, se transcribe a continuación el poema completo, con su traducción.
484 «A través de los canteros vacíos, / Cuando el Sword se hizo a la mar; / Apenas alcancé a ver las cabezas de mis hermanas, / Agachadas, detrás de un árbol, cada una. / No pude ver el castillo, / Cuando el Sword se hizo a la mar. // Alicia llevaba un largo vestido escarlata, / Cuando el Sword se hizo a la mar; / Pero el de Úrsula era marrón rojizo: / La niebla no nos permitía ver / Los techos escarlatas del buen pueblo, / Cuando el Sword se hizo a la mar, // Verde acebo en las manos de Alicia, / Cuando el Sword se hizo a la mar; / Y hojas de encina en las de Úrsula — / ¡Oh, qué pena para mí! / Yo sólo tenía una simple vara blanca, / Cuando el Sword se hizo a la mar.»
485 «¡Oh! marrón rojizo y escarlata, / Cuando el Sword se hizo a la mar; / Vestían mis hermanas; pero yo vestía de blanco: / Rojo, marrón y blanco, son tres; / Tres doncellas; cada una tenía un caballero / Cuando el Sword se hizo a la mar, // Sir Robert alzó la voz y dijo, / Cuando el Sword se hizo a la mar; / “Alicia, mientras veo aún tu cabeza, / ¿Qué debo traer para tí?” / “Oh, mi dulce señor, un rubí rojo” / Y el Sword se hizo a la mar. // Sir Miles dijo, mientras las velas estaban bajas, / Cuando el Sword se hizo a la mar, / “¡Oh, Úrsula! Mientras veo aún la ciudad / ¿Qué debo traer para tí?” / “Mi querido caballero, tráeme un halcón marrón:” / Y el Sword se hizo a la mar. // Pero mi Roland no dijo una palabra / Cuando el Sword se hizo a la mar; / Sólo giró su cabeza, sin mirar hacia atrás, / Entonces salió de mi un grito: / “Vuelve, mi querido señor, a tu blanca muchacha.”/ Y el Sword se hizo a la mar.»
486 «El sol ardiente mordía los canteros, / Cuando el Sword volvió del mar; / Bajo un manzano nuestras cabezas / Se estiraban hacia el mar; / Grises brillaban las sedientas ventanas del castillo, / Cuando el Sword volvió del mar. // Lord Robert trajo un rubí rojo, / Cuando el Sword volvió del mar; / Besó a Alicia en la frente y dijo / “He vuelto a ti, / ¡Es hora, mi dulce amor, que nos casemos, / Ahora que el Sword ha vuelto del mar!” // Sir Miles trajo un halcón marrón, / Cuando el Sword volvió del mar; / Sus brazos rodearon a Úrsula y dijo: / “¿Qué otra alegría, mi amor, que tú? / ¡Casémonos en el buen pueblo, / Ahora que el Sword ha vuelto del mar!” // Mi corazón se enfermó, ya sin más miedo, / Cuando el Sword volvió del mar; / Sobre el casco una alta muchacha blanca / Sentada en las rodillas de Roland, / El mentón de él se apoyaba en su cabeza / Cuando el Sword volvió del mar!»
487 La tumba de St. Thomas Becket, en la catedral de Canterbury.
488 Se trata de la primera sección del poema anglosajón del Fénix, que contiene una descripción del neorxnawango «paraíso terrenal». Borges se refiere a este poema y lo describe brevemente en la clase 7.
489 «For you the worldis wide / For you I say, —forme a narrow place / betwixt the four walls of a fighting place.» The Earthly Paradise, «Prologue —The Wanderers».
490 «Farewell, it yet may hap that I a king / Shall be remembered but by this one thing / That on the mom before ye crossed the sea / Ye gave and took in common talk with me; / But with this ring keep memory of the mom / O Bretón, and thou Northman, by this horn / Remember me, who am of Odin’s blood», The Earthly Paradise, «Prologue —The Wanderers».
491 Borges se refiere a la ya mencionada Guardia Varangia. Ver nota 64.
492 «Of Heaven or Hell I have no power to sing, / I cannot ease the burden of your fears, / Or make quick-coming death a little thing, / Or bring again the pleasure of past years, / Nor for my words shall ye forget your tears, / Or hope again for aught that I can say, /The idle singer of an empty day». The Earthly Paradise, «Apology».
493 «O Master, O thou great of heart and tongue, / Thou well mayst ask me why I wander here, / In raiment rent of stories oft besung! /But of thy gentleness draw thou anear, / And then the heart of one who held thee dear / Mayst thou behold! So near as that I lay /Unto the singer of an empty day». Véase también la nota 456.
494 Borges traduce estos versos en la página titulada «Un rey de fuego y su caballo» de su Libro de los seres imaginarios, OOCC pág. 688.
495 The Life and Death of Jason, publicado en 1867.
496 «In Thessaly, beside the tumbling sea,/ Once dwel taf olk, men called the Minyae; / For, coming of Orchomenus the old, Bearing their wives and children, beasts and gold, / Through many a league of land they took their way, / And stopped at last, where in a sunny bay / The green Anaurus cleaves the white sea-sand, / And eastward inland doth Mount Pelion stand, / Where bears and wolves the centaurs’ arrows find». Primera estrofa de The Life and Death of Jason.
497 «There shall the quick-eyed centaurs be thy friends.» The Life and Death of Jason, Libro 1, línea 87.
498 «But mid this noise the listening man could hear / The sound of hoofs, whereat a little fear / He felt with his heart, and heeded nought the struggling of the child, who ever sought / To gain the horn all glittering with gold / Wrought by the cunning Daedalus of old // But louder still the noise he hearkened grew / Until at last in sight the Centaur drew», op. cit., líneas 132-140.
499 «For to the waist was man, but all below / A mighty horse, once roan, now well-nigh white / With lapse of years; with oak-wreaths was he dight / Where man joined unto horse». Op. cit., líneas 145-147.
500 «So, when he saw him coming through the trees / The trembling slave sunk down upon his knees». Op. cit., líneas 151-152.
501 Se refiere a la ya mencionada Saga Library. Ver nota 16, pág. 302.
502 Este episodio pertenece a la Brennu Njáls saga o Saga de Njal (cap. 77). La mujer era Hallgerd, hija de Hauskuld.
503 En este punto termina la transcripción original de esta clase. Las últimas palabras de Borges probablemente no llegaron a grabarse. La conclusión del episodio de Gunnar y el comentario final de Borges fueron tomados de la primera edición de Antiguas literaturas germánicas (1951), pág. 71.


En Borges profesor 
Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires 
Edición, investigación y notas: Martín Arias
& Martín Hadis 
Buenos Aires © María Kodama, 2000



Foto: William Morris, March 1877
Archive and Rare Books Library
University of Cincinnati


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