22/1/17

Jorge Luis Borges: Sobre el "Vathek" de William Beckford








Wilde atribuye la siguiente broma a Carlyle: una biografía de Miguel Angel que omitiera toda mención de las obras de Miguel Angel. Tan compleja es la realidad, tan fragmentaria y tan simplificada la historia, que un observador omnisciente podría redactar un número indefinido, y casi infinito, de biografías de un hombre, que destacan hechos independientes y de las que tendríamos que leer muchas antes de comprender que el protagonista es el mismo. Simplifiquemos desaforadamente una vida: imaginemos que la integran trece mil hechos. Una de las hipotéticas biografías registraría la serie 11, 22, 33…; otra, la serie 9, 13, 17, 21..; otra, la serie 3, 12, 21, 30, 39… No es inconcebible una historia de los sueños de un hombre; otra, de los órganos de su cuerpo; otra, de las falacias cometidas por él; otra, de todos los momentos en que se imaginó las pirámides; otra, de su comercio con la noche y con las auroras. Lo anterior puede parecer meramente quimérico; desgraciadamente, no lo es. Nadie se resigna a escribir la biografía literaria de un escritor, la biografía militar de un soldado; todos prefieren la biografía genealógica, la biografía económica, la biografía psiquiátrica, la biografía quirúrgica, la biografía tipográfica. Setecientas páginas en octavo comprende cierta vida de Poe; el autor, fascinado por los cambios de domicilio, apenas logra rescatar un paréntesis para el "Maelstrom" y para la cosmogonía de Eureka. Otro ejemplo: esta curiosa revelación del prólogo de una biografía de Bolívar: «En este libro se habla tan escasamente de batallas como en el que el mismo autor escribió sobre Napoleón». La broma de Carlyle predecía nuestra literatura contemporánea: en 1943 lo paradójico es una biografía de Miguel Angel que tolere alguna mención de las obras de Miguel Angel.
El examen de una reciente biografía de William Beckford (1760-1844) me dicta las anteriores observaciones. William Beckford, de Fonthill, encarnó un tipo suficientemente trivial de millonario, gran señor, viajero, bibliófilo, constructor de palacios y libertino; Chapman, su biógrafo, desentraña (o procura desentrañar) su vida laberíntica, pero prescinde de un análisis de Vathek, novela a cuyas últimas diez páginas William Beckford debe su gloria.
He confrontado varias críticas de Vathek. El prólogo que Mallarmé redactó para su reimpresión de 1876, abunda en observaciones felices (ejemplo: hace notar que la novela principia en la azotea de una torre desde la que se lee el firmamento, para concluir en un subterráneo encantado), pero está escrito en un dialecto etimológico del francés, de ingrata o imposible lectura. Belloc (A Conversation with an Angel, 1928) opina sobre Beckford sin condescender a razones; equipara su prosa a la de Voltaire y lo juzga uno de los hombres más viles de su época, one of the vilest men of his time. Quizá el juicio más lúcido es el de Saintsbury, en el undécimo volumen de la Cambridge History of English Literature.
Esencialmente la fábula de Vathek no es compleja. Vathek (Harún Benalmotásim Vatiq Bilá, noveno califa abasida) erige una torre babilónica para descifrar los planetas. Estos le auguran una sucesión de prodigios, cuyo instrumento será un hombre sin par, que vendrá de una tierra desconocida. Un mercader llega a la capital del imperio: su cara es tan atroz que los guardias que lo conducen ante el califa avanzan con los ojos cerrados. El mercader vende una cimitarra al califa; luego desaparece. Grabados en la hoja hay misteriosos caracteres cambiantes que burlan la curiosidad de Vathek. Un hombre (que luego desaparece también) los descifra; un día significan: Soy la menor maravilla de una región donde todo es maravilloso y digno del mayor príncipe de la tierra; otro: Ay de quien temerariamente aspira a saber lo que debería ignorar. El califa se entrega a las artes mágicas; la voz del mercader, en la oscuridad, le propone abjurar la fe musulmana y adorar los poderes de las tinieblas. Si lo hace, le será franqueado el Alcázar del Fuego Subterráneo. Bajo sus bóvedas podrá contemplar los tesoros que los astros le prometieron, los talismanes que sojuzgan el mundo, las diademas de los sultanes preadamitas y de Suleimán Bendaúd. El ávido califa se rinde; el mercader le exige cuarenta sacrificios humanos. Transcurren muchos años sangrientos; Vathek, negra de abominaciones el alma, llega a una montaña desierta. La tierra se abre; con terror y con esperanza, Vathek baja hasta el fondo del mundo. Una silenciosa y pálida muchedumbre de personas que no se miran erra por las soberbias galerías de un palacio infinito. No le ha mentido el mercader: el Alcázar del Fuego Subterráneo abunda en esplendores y en talismanes, pero también es el Infierno. (En la congénere historia del doctor Fausto, y en las muchas leyendas medievales que la prefiguraron, el Infierno es el castigo del pecador que pacta con los dioses del Mal; en ésta es el castigo y la tentación.)
Saintsbury y Andrew Lang declaran o sugieren que la invención del Alcázar del Fuego Subterráneo es la mayor gloria de Beckford. Yo afirmo que se trata del primer Infierno realmente atroz de la literatura[*]. Arriesgo esta paradoja: el más ilustre de los avernos literarios, el dolente regno de la Comedia, no es un lugar atroz; es un lugar en el que ocurren hechos atroces. La distinción es válida.
Stevenson (A Chapter on Dreams) refiere que en los sueños de la niñez lo perseguía un matiz abominable del color pardo; Chesterton (The Man who was Thursday, IV) imagina que en los confines occidentales del mundo acaso existe un árbol que ya es más, y menos, que un árbol, y en los confines orientales, algo, una torre, cuya sola arquitectura es malvada. Poe, en el Manuscrito encontrado en una botella, habla de un mar austral donde crece el volumen de la nave como el cuerpo viviente del marinero; Melville dedica muchas páginas de Moby Dick a dilucidar el horror de la blancura insoportable de la ballena… He prodigado ejemplos; quizá hubiera bastado observar que el Infierno dantesco magnifica la noción de una cárcel; el de Beckford, los túneles de una pesadilla. La Divina Comedia es el libro más justificable y más firme de todas las literaturas: Vathek es una mera curiosidad, the perfume and suppliance of a minute; creo, sin embargo, que Vathek pronostica, siquiera de un modo rudimentario, los satánicos esplendores de Thomas de Quincey y de Poe, de Charles Baudelaire y de Huysmans. Hay un intraducible epíteto inglés, el epíteto uncanny, para denotar el horror sobrenatural; ese epíteto (unheimlich en alemán) es aplicable a ciertas páginas de Vathek; que yo recuerde, a ningún otro libro anterior.
Chapman indica algunos libros que influyeron en Beckford: la Bibliothéque Orientale, de Barthélemy d'Herbelot; los Quatre Facardins, de Hamilton; La Princesa de Babylone, de Voltaire; las siempre denigradas y admirables Mille et une Nuits, de Galland. Yo complementaría esa lista con las Carceri d'invenzione, de Piranesi; aguafuertes alabadas por Beckford, que representan poderosos palacios, que son también laberintos inextricables. Beckford, en el primer capítulo de Vathek, enumera cinco palacios dedicados a los cinco sentidos; Marino, en el Adone, ya había descrito cinco jardines análogos.
Sólo tres días y dos noches del invierno de 1782 requirió William Beckford para redactar la trágica historia de su califa. La escribió en idioma francés; Henley la tradujo al inglés en 1785. El original es infiel a la traducción; Saintsbury observa que el francés del siglo XVIII es menos apto que el inglés para comunicar los «indefinidos horrores» (la frase es de Beckford) de la singularísima historia.
La versión inglesa de Henley figura en el volumen 856 de la Everyman's Library; la editorial Perrin, de París, ha publicado el texto original, revisado y prologado por Mallarmé. Es raro que la laboriosa bibliografía de Chapman ignore esa revisión y ese prólogo.

Buenos Aires, 1943




[*] De la literatura, he dicho, no de la mística: el electivo Infierno de Swedenborg —De coelo et inferno, 545, 554— es de fecha anterior. 

En Otras inquisiciones (1952)

William (Thomas) Beckford, by Sir Joshua Reynolds, 1782 
NPG 5340 - © National Portrait Gallery, London 
© National Portrait Gallery, London Purchased
1980 Primary Collection NPG 5340

Abajo: Portadilla Vathek, London, 1815

Véase también Vathek


21/1/17

Jorge Luis Borges: Patrias






Quiero la casa baja;
la casa que enseguida llega al cielo,
la casa que no aguante otros altos que el aire.
Quiero la casa grande,
la orillada de un patio
con sus leguas de cielo y su jeme de pampa.
Quiero el tiempo allanado:
el tiempo con baldíos de ansiar y no hacer nada.
Quiero el tiempo hecho plaza,
no el día picaneado por los relojes yanquis
sino el día que miden despacito los mates.
Quiero la novia clara:
firmeza de la dicha, corazón de la gracia,
quiero su carne nueva que la sombra no apaga.
Quiero la novia que sea luego la esposa,
que sienta que las cosas están por el amor,
no el amor en las cosas.
Quiero casi la gloria:
quiero ver en los otros alargarse mi gesto
como la luna sola que está en muchos espejos.
Quiero tener aljibe donde acudan los otros
y que mi agua de cielo les alegre los cántaros
y que alguna muchacha venga a verse en el pozo.
Quiero la calle mansa
con las balaustraditas repartiéndose el cielo
y los buenos zaguanes rogados de esperanza.
Quiero la calle huraña
que desgarren la puesta del sol y la salida.
Quiero esa calle Plaza que me llevó a la dicha.
(Mientras, ...sigan viviéndome
la dicha que la Quica tiene en sus ojos grandes
y la guitarra austera de Ricardo Güiraldes).


En Luna de enfrente (1925), suprimido en ediciones ulteriores
Luego en Textos Recobrados 1919-1929 (2007)
Foto 'Esto es Buenos Aires' según Jorge Luis Borges
Horacio Coppola, 1931, ©Sucesión de Horacio Coppola

20/1/17

Jorge Luis Borges: Demonios del judaísmo / Los Demonios de Swedenborg








Demonios del judaísmo

Entre el mundo de la carne y del espíritu, la superstición judaica presuponía un orbe que habitaban ángeles y demonios. El censo de su población excedía las posibilidades de la aritmética. Egipto, Babilonia y Persia contribuyeron, a lo largo del tiempo, a la formación de ese orbe fantástico. Acaso por influjo cristiano (sugiere Trachtenberg) la Demonología o Ciencia de los Demonios importó menos que la Angelología o Ciencia de los Ángeles.
Nombremos, sin embargo, a Keteh Merirí, Señor del Medio Día y de los Calurosos Veranos. Unos niños que iban a la escuela se encontraron con él; todos murieron salvo dos. Durante el siglo XIII la Demonología Judaica se pobló de intrusos latinos, franceses y alemanes, que acabaron por confundirse con los que registra el Talmud.

Los Demonios de Swedenborg

Los Demonios de Emmanuel Swedenborg (1688-1772) no constituyen una especie; proceden del género humano. No están felices en esa región de pantanos, de desierto, de selvas, de aldeas arrasadas por el fuego, de lupanares, y de oscuras guaridas, pero en el Cielo serían más desdichados. A veces un rayo de luz celestial les llega desde lo alto; los Demonios lo sienten como una quemadura y como un hedor fétido. Se creen hermosos, pero muchos tienen caras bestiales o caras que son meros trozos de carne o no tienen caras. Viven en el odio recíproco y en la armada violencia; si se juntan lo hacen para destruirse o para destruir a alguien. Dios prohíbe a los hombres y a los ángeles trazar un mapa del Infierno, pero sabemos que su forma general es la de un Demonio. Los Infiernos más sórdidos y atroces están en el oeste.





En El libro de los seres imaginarios (1967)
Con la colaboración de Margarita Guerrero
Foto: Captura del documental Borges. El eterno retorno de Patricia Enis y Fernando Flores
Abajo:Margarita Guerrero en portada de su El huérfano del mar



19/1/17

Jorge Luis Borges: Límites






Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar,
hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
hay un espejo que me ha visto por última vez,
hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo.
Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)
hay alguno que ya nunca abriré.
Este verano cumpliré cincuenta años;
la muerte me desgasta, incesante.
De Inscripciones (Montevideo, 1923) de Julio Platero Haedo*


*Heterónimo de Jorge Luis Borges [Nota de Florencia Giani]

En El hacedor (1960)
Foto: Borges luego de dictar la conferencia Todos nuestros ayeres, San Fernando 27 de octubre 1971
Cortesía de Esteban Gilardoni

18/1/17

Adolfo Bioy Casares: "Borges" (Jueves 20 de julio de 1972). Manuel Puig y Severo Sarduy







Comen en casa Borges y Manuel Puig. Borges me propone que leamos textos para el concurso de Emecé (del que soy jurado; él, no). Acepto, agradecido. Comenta: «We are not at the mercy of genius». Aparece un cuento con una cópula. «No van a querer premiarlo —dice—. Es bueno, pero no pueden premiarlo.» Pueden premiarlo: la escena no es tremenda ni excepcional; pero el cuento es mediocre. Borges es muy sensible a los géneros: una historia fantástica le gusta; una novela realista lo aburre, aunque la primera sea peor que la segunda. 
BIOY (a Puig): «Te felicito por el artículo de L'Express». PUIG: «Nooo. Qué hooorror. Tenía que salir con fotografííía. Un artículo sin foto es otra cosa, no marcha». BIOY (a Borges): «En L'Express hay un artículo muy elogioso sobre un libro de Puig». PUIG (para ser amable con Borges): «En el artículo lo nooombran. Citan una frase suya sobre los tangos». BORGES: «Nunca debí escribir sobre los tangos. Estoy condenado a que citen siempre cosas que dije en momentos, bueno, que tal vez no fueron de la mayor sinceridad. Estoy pagando esas debilidades...» PUIG (a mí): «Tenés que leerle a Borges párrafos del libro de Sarduy.1 Está muy bien. Da una enviiidia». BORGES: «¿De quién es el libro?» PUIG: «De Sarduy, un chico cubano que tiene un éxito bárbaro en París». BORGES: «Un éxito en París equivale al fracaso. ¿Qué significa tener éxito en París? Nada. Todo el mundo sabe que allí las cosas ocurren por moda. Lo que hoy aplauden mañana olvidan. La moda de hoy no es más inteligente que la de ayer; triunfa por estar de moda». PUIG: «No sé. A mí me parece muy bien que en este mundo horrible de hoy un buen escritor pueda vivir de sus libros, como cualquier comerciante. Yo me alegro de que un chico como Sarduy tenga éxito en París». BORGES: «Los escritores hoy son comerciantes. (Pausa) Por su profesión, todo escritor pertenece a la clase media... Hablando mal de Suiza, Gudiño Kieffer me dijo: "Es un país de burgueses". Respondí: "¿Qué prefiere usted? ¿Un país de pordioseros? ¿Un país de millonarios? Yo creo que si usted piensa comprenderá que usted mismo quiere que todos los países sean de burgueses".2 No piensa nada: tiene una idea romántica de las cosas. Si lo que desea son desgracias y peligros, ya le llegarán. Y estupideces e injusticias. "Pero no es una gran potencia", dijo Gudiño. "Mejor para ellos." "Yo quiero que mi país sea una gran potencia." "¿Ha pensado en lo odiosos que vamos a ser, con nuestro nacionalismo? Lo importante es que la gente sea feliz. No creo que en una gran potencia la gente sea indefectiblemente feliz."»


1. Cobra: la historia de un maricón; Borges no aguantaría la lectura (Nota de ABC).
2. Para la discusión entre Borges y Eduardo Gudiño Kieffer, véase La Nación 6/8/72.

En Bioy Casares, Adolfo: Borges
Edición al cuidado de Daniel Martino
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006


Imagen: Jorge Luis Borges escucha a Severo Sarduy en París, en 1982 Foto: Pepe Fernández
Fuente


17/1/17

Jorge Luis Borges: El gaucho







Hijo de algún confín de la llanura
abierta, elemental, casi secreta,
tiraba el firme lazo que sujeta
al firme toro de cerviz oscura.

Se batió con el indio y con el godo,
murió en reyertas de baraja y taba;
dio su vida a la patria, que ignoraba,
y así perdiendo, fue perdiendo todo.

Hoy es polvo de tiempo y de planeta;
nombres no quedan, pero el nombre dura.
Fue tantos otros y hoy es una quieta
pieza que mueve la literatura.

Fue el matrero, el sargento y la partida.
Fue el que cruzó la heroica cordillera.
Fue soldado de Urquiza o de Rivera,
lo mismo da. Fue el que mató a Laprida.

Dios le quedaba lejos. Profesaron
la antigua fe del hierro y del coraje,
que no consiente súplicas ni gaje.
Por esa fe murieron y mataron.

En los azares de la montonera
murió por el color de una divisa;
fue el que no pidió nada, ni siquiera
la gloria, que es estrépito y ceniza.

Fue el hombre gris que, oscuro en la pausada
penumbra del galpón, sueña y matea,
mientras en el Oriente ya clarea
la luz de la desierta madrugada.

Nunca dijo: Soy gaucho. Fue su suerte
no imaginar la suerte de los otros.
No menos ignorante que nosotros,
no menos solitario, entró en la muerte.


En El oro de los tigres (1972)
Borges en San Fernando, 27 de octubre de 1971, fotografía de sus manos
Cortesía de Esteban Gilardoni

16/1/17

Jorge Luis Borges: Ricardo Güiraldes






Nadie podrá olvidar su cortesía;
era la no buscada, la primera
forma de su bondad, la verdadera
cifra de un alma clara como el día.
No he de olvidar tampoco la bizarra
serenidad, el fino rostro fuerte,
las luces de la gloria y de la muerte,
la mano interrogando la guitarra.
Como en el puro sueño de un espejo
(tú eres la realidad, yo su reflejo)
te veo conversando con nosotros
en Quintana. Ahí estás, mágico y muerto.
Tuyo, Ricardo, ahora es el abierto
campo de ayer, el alba de los potros.




En Elogio de la sombra (1969)
Imagen: Café Royal-Keller. Grupo Florida
Caricaturas de Borges, Evar Méndez, Oliverio Girondo, 
Macedonio Fernández y Ricardo Güiraldes, entre otros
Fuente: CeDInCi


15/1/17

Jorge Luis Borges: El mar







Antes que el sueño (o el terror) tejiera
mitologías y cosmogonías,
antes que el tiempo se acuñara en días,
el mar, el siempre mar, ya estaba y era.
¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento
y antiguo ser que roe los pilares
de la tierra y es uno y muchos mares
y abismo y resplandor y azar y viento?
Quien lo mira lo ve por vez primera,
siempre. Con el asombro que las cosas
elementales dejan, las hermosas
tardes, la luna, el fuego de una hoguera.
¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día
ulterior que sucede a la agonía.


En El otro, el mismo (1964)
Borges en el Ateneo Esteban Echeverría, San Fernando, 24 de octubre de 1975
Foto cortesía de Esteban Gilardoni


14/1/17

Jorge Luis Borges: Diálogo de muertos





El hombre llegó del sur de Inglaterra en un amanecer del invierno de 1877. Rojizo, atlético y obeso, resultó inevitable que casi todos lo creyeran inglés y lo cierto es que se parecía notablemente al arquetípico John Bull. Usaba sombrero de copa y una curiosa manta de lana con una abertura en el medio. Un grupo de hombres, de mujeres y de criaturas lo esperaba con ansiedad; a muchos les rayaba la garganta una línea roja, otros no tenían cabeza y andaban con recelo y vacilación, como quien camina en la sombra. Fueron cercando al forastero y, desde el fondo, alguno vociferó una mala palabra, pero un terror antiguo los detenía y no se atrevieron a más. A todos se adelantó un militar de piel cetrina y ojos como tizones; la melena revuelta y la barba lóbrega parecían comerle la cara. Diez o doce heridas mortales le surcaban el cuerpo como las rayas en la piel de los tigres. El forastero, al verlo, se demudó, pero luego avanzó y le tendió la mano.
—¡Qué aflicción ver a un guerrero tan expectable derribado por las armas de la perfidia! —dijo en tono rotundo—. ¡Pero también qué íntima satisfacción haber ordenado que los victimarios purgaran sus fechorías en el patíbulo, en la Plaza de la Victoria!
—Si habla de Santos Pérez y de los Reinafé, sepa que ya les he agradecido —dijo con lenta gravedad el ensangrentado.
El otro lo miró como recelando una burla o una amenaza, pero Quiroga prosiguió:
—Rosas, usted no me entendió nunca. ¿Y cómo iba a entenderme, si fueron tan diversos nuestros destinos? A usted le tocó mandar en una ciudad, que mira a Europa y que será de las más famosas del mundo; a mí, guerrear por las soledades de América, en una tierra pobre, de gauchos pobres. Mi imperio fue de lanzas y de gritos y de arenales y de victorias casi secretas en lugares perdidos. ¿Qué títulos son ésos para el recuerdo? Yo vivo y seguiré viviendo por muchos años en la memoria de la gente porque morí asesinado en una galera, en el sitio llamado Barranca Yaco, por hombres con caballos y espadas. A usted le debo este regalo de una muerte bizarra, que no supe apreciar en aquella hora, pero que las siguientes generaciones no han querido olvidar. No le serán desconocidas a usted unas litografías muy primorosas y la obra interesante que ha redactado un sanjuanino de valía.
Rosas, que había recobrado su aplomo, lo miró con desdén.
—Usted es un romántico —sentenció—. El halago de la posteridad no vale mucho más que el contemporáneo, que no vale nada y que se logra con unas cuantas divisas.
—Conozco su manera de pensar —contestó Quiroga—. En 1852, el destino, que es generoso o que quería sondearlo hasta el fondo, le ofreció una muerte de hombre, en una batalla. Usted se mostró indigno de ese regalo, porque la pelea y la sangre le dieron miedo.
—¿Miedo?— repitió Rosas—. ¿Yo, que he domado potros en el Sur y después a todo un país?
Por primera vez, Quiroga sonrió.
—Ya sé —dijo con lentitud— que usted ha ejecutado más de una lindeza a caballo, según el testimonio imparcial de sus capataces y peones; pero en aquellos días, en América y también a caballo, se ejecutaron otras lindezas que se llaman Chacabuco y Junín y Palma Redonda y Caseros.
Rosas lo oyó sin inmutarse y replicó así:
—Yo no necesité ser valiente. Una lindeza mía, como usted dice, fue lograr que hombres más valientes que yo pelearan y murieran por mí. Santos Pérez, pongo por caso, que acabó con usted. El valor, es cuestión de aguante; unos aguantan más y otros menos, pero tarde o temprano todos aflojan.
—Así será —dijo Quiroga—, pero yo he vivido y he muerto y hasta el día de hoy no sé lo que es miedo. Y ahora voy a que me borren, a que me den otra cara y otro destino, porque la historia se harta de los violentos. No sé quién será el otro, qué harán conmigo, pero sé que no tendrá miedo.
—A mí me basta ser el que soy —dijo Rosas— y no quiero ser otro.
—También las piedras quieren ser piedras para siempre —dijo Quiroga— y durante siglos lo son, hasta que se deshacen en polvo. Yo pensaba como usted cuando entré en la muerte, pero aquí aprendí muchas cosas. Fíjese bien, ya estamos cambiando los dos.
Pero Rosas no le hizo caso y dijo como si pensara en voz alta:
—Será que no estoy hecho a estar muerto, pero estos lugares y esta discusión me parecen un sueño, y no un sueño soñado por mí sino por otro, que está por nacer todavía.
No hablaron más, porque en ese momento Alguien los llamó.



En El hacedor (1960)
Foto: Jorge Luis Borges y Franco Maria Ricci París, 1977 
en Un ensayo autobiográfico (E/GG/CL, Barcelona, 1999) Vía


13/1/17

Jorge Luis Borges: Biografía sintética de James Langston Hughes








19 de febrero de 1937

Salvo en ciertos poemas de Countée Cullen, la literatura negra, hoy por hoy, adolece de una contradicción que es inevitable. El propósito de esa literatura es demostrar la insensatez de todos los prejuicios raciales, y sin embargo no hace otra cosa que repetir que es negra: es decir, que acentuar la diferencia que está negando.

El poeta negro James Langston Hughes nació el 1° de febrero del año 1902 en Joplin, Missouri. Sus abuelos maternos eran negros libres y propietarios. Su padre era abogado. Hasta los catorce años, James Langston Hughes vivió en el estado de Kansas. Se hizo jinete ahí: ahí aprendió a estribar derecho y a tirar el lazo certero. Hacia 1908 pasó un verano en Méjico, cerca de la ciudad de Toluca. Tembló la tierra, temblaron las montañas, y James Langston Hughes no se olvidará de miles de hombres silenciosos y arrodillados mientras temblaba lentamente la tierra y el cielo estaba azul. 

En 1919 aparecieron los primeros poemas torpemente compuestos bajo el influjo de Claude McKay y de Carl Sandburg. En 1920 regresó a Méjico. En 1922, después de un año de indecisos estudios en la Universidad de Columbia, se embarcó para el África. "En Dakar vi el desierto", refiere, "robé un mono en el Congo, probé vino de palma en la Costa de Oro, y me sacaron, casi ahogado, del Níger." Ese viaje fue el primero de muchos. "En los mejores restaurantes de París he conocido el hambre", dice en otro lugar. "He sido portero de un cabaret de la rue Fontaine, sin otro sueldo que las propinas. Como los parroquianos eran franceses, el sueldo —noche a noche— ascendía a cero. He sido segundo cocinero en el Grand Duc. He pasado días felicísimos en Génova, sin un centavo en el bolsillo, alimentándome de higos y de pan negro. He lavado los puentes del vapor que me trajo a New York." 

En 1925 ganó un premio de ciento cincuenta dólares por su poema "Una casa en Taos". En 1926 salió su primer libro: Los blues cansados. Luego, otro libro de poemas: Ropa fina para el judío (1927), y una novela: No sin risa (1930).



El negro habla de ríos 

He conocido ríos...
He conocido ríos antiguos como el mundo y más antiguos que la fluencia de sangre humana 
          por las venas humanas.
Mi espíritu se ha ahondado como los ríos.
Me he bañado en el Eufrates cuando las albas eran jóvenes.
He armado mi cabaña cerca del Congo y me ha arrullado el sueño,
he tendido la vista sobre el Nilo y he levantado las pirámides en lo alto.
He escuchado el cantar del Mississippi cuando Abe Lincoln bajó a New Orleans,
y he visto su barroso pecho dorarse todo con la puesta del sol.

He conocido ríos:
ríos inmemoriales, oscuros.
Mi espíritu se ha ahondado como los ríos.

Langston Hughes


En Textos cautivos (1986)
© 1995 María Kodama
© 2016 Penguin House Mondadori
También en Borges en El Hogar (2000)
Publicación original en revista El Hogar
19 de febrero de 1937
Imagen: Langston Hughes en Harlem por Robert W. Kelley (junio de 1958) Vía


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