10/7/16

Georges Charbonnier: «El escritor y su obra. Ocho entrevistas con JLB» 1. Introducción







GEORGES CHARBONNIER: La entrevista que van a escuchar es la primera de una serie grabada aprovechando la reciente estadía en París de Jorge Luis Borges. Es un intento de acercarnos a un autor de lengua española y de cultura universal.
Hoy fijaremos algunos puntos importantes, mientras que las próximas entrevistas versarán sobre la literatura en general y las últimas sobre la propia obra de Jorge Luis Borges, que no ha sido traducida todavía en su totalidad al francés. El conocimiento de las obras traducidas, intituladas en francés Labyrinthes, Etiquétes, Fictions, Histoire de l’infamie, Histoire de l’éternité[1]—la mayor parte publicadas en Éditions Gallimard—, abre un buen camino de acceso al pensamiento de Jorge Luis Borges.
Jorge Luis Borges, recientemente consagré un programa a sus obras traducidas al francés. Expuse al auditorio que experimenté una gran dificultad; no hablo el español y, por otra parte, comprobé que diversas personas pronuncian su nombre de manera distinta. ¿Cómo debo pronunciarlo?
JORGE LUIS BORGES: En general, en mi país, se pronuncia «Borges». Quizá esta g ofrece alguna dificultad a los franceses. Cuando era estudiante en Ginebra, todos me llamaban «Borges»[2]. Me llamaban así por razones fonéticas. A mí me da lo mismo. La verdadera debería ser una pronunciación portuguesa de hace dos siglos, que sería «Borges». Pero usted puede atenerse a uno de estos sistemas o a todos los que desee.
G. C.: Como francés, me inclino a decir Borgès.
J. L. B.: En esta conversación seré, pues, Borgès, lo que no me molesta en lo absoluto.
G. C.: En Francia no disponemos de todas sus obras.
J. L. B.: ¿No es una suerte? ¡Quizá fueran demasiadas! ¡He escrito unos cuarenta volúmenes, lo que realmente es un abuso!
G. C.: No lo creemos así y anhelamos que esos cuarenta volúmenes sean traducidos rápidamente. Disponemos, sí, de una obra que Roger Caillois intituló Labyrinthes. Ése no es el título que usted le dio, ¿verdad?
J. L. B.: No; pero existe toda una tradición a este respecto: es preciso traducir fielmente el texto, pero el editor se reserva el derecho de cambiar el título. No sé por qué, pero es una tradición que existe. Hay que respetarla como a todas las tradiciones, creo yo. Por otra parte, el título de Labyrinthes es un acierto, y mi traductor alemán, Karl August Horst, lo adoptó también. Pues me gusta mucho la palabra «laberinto»; mi parecer es que fue correcto cambiarlo. El título original era un poco más pálido, un poco más descolorido.
G. C.: Para nosotros los franceses, Labyrinthes es la obra que reúne La busca de Averroes, La escritura del Dios, Historia del guerrero y de la cautiva El inmortal.
J. L. B.: Creo que se trata de un título bien buscado, ¿no es así?
G. C.: Así parece.
J. L. B.: Sí, Labyrinthes queda muy bien. La palabra es tan misteriosa, al fin y al cabo palabra griega. Así, pues, todo está bien.
G. C.: Sí, sí, así lo creemos. Y después disponemos también de Fictions…
J. L. B.Fictions, sí. El mismo libro que se llama Ficciones en español.
G. C.: Que reúne Pierre Menard, autor del Quijote, Las ruinas circulares, La lotería de Babilonia…
J. L. B.:Eso es…
G. C.La Biblioteca de Babel…
J. L. B.: Se trata de los primeros relatos que escribí.
G. C.El jardín de senderos que se bifurcan…
J. L. B.: Eso es.
G. C.: Y otros más: Funes el memorioso, Tema del traidor y del héroe, La muerte y la brújula, El milagro secreto, Tres versiones de Judas, y aún más…
J. L. B.: Eso es; creo que se tradujeron casi todos los títulos en forma literal.
G. C.: No los he enumerado todos aún…
J. L. B.: No.
G. C.: Disponemos también de una obra titulada Enquêtes.
J. L. B.: Sí, Enquêtes. En español se titula Inquisiciones, que etimológicamente quiere decir «encuestas», pero que también remite a la Inquisición, ¿no es cierto?
G. C.: Sí.
J. L. B.: Creo que este libro lo tradujo Paul Bénichou. Seguramente que lo hizo bien, puesto que conoce el español y —naturalmente— el francés de una manera, podríamos decir, total.
G. C.: Dijo usted «Inquisición». A este libro lo llama Inquisiciones. En francés es una palabra fuerte, mucho más fuerte que «enquête».
J. L. B.: También en español, créame. Es el título de un libro de juventud. No creo que más adelante hubiera escogido un título tan extraño. Cuando jóvenes tendemos al barroquismo, buscamos la sorpresa, y como no estamos muy seguros de los propios medios, buscamos sorprender en todo. Una vez aparecido el libro, la gente se acostumbró a ese título, pero cuando apareció, en Buenos Aires, todo el mundo encontró que era un título muy sorprendente, anormal, para decirlo de una vez por todas.
G. C.: ¡Absolutamente!
J. L. B.: Sí.
G. C.: También disponemos de Histoire de l’infamie y de Histoire de l’éternité reunidas en un solo volumen.
J. L. B.: Sí, aunque se trata de dos libros bien diferentes. Historia universal de la infamia contiene relatos más o menos imaginarios de bandidos; Historia de la eternidad es un estudio sobre la eternidad, sobre las diversas acepciones de eternidad en el decurso de los siglos. También hay un artículo sobre un tema que me interesa mucho en la actualidad, las kenningar, es decir, las metáforas de los poetas anglosajones y de los escaldos escandinavos. Creo que también incluye un cuento, Hombre de la esquina rosada, aunque no me acuerdo muy bien: hace tanto tiempo que escribí ese libro que lo veo un poco como escrito por otro. Cosas que suceden.
G. C.: ¿Se traducirán otras obras en fecha próxima?
J. L. B.: Sí. En diciembre de este año[3] se publicará en Buenos Aires un volumen completo de mis poesías. Incluirá todos los poemas publicados de 1923 a 1964. O sea, el contenido de tres volúmenes, Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente, Cuaderno San Martín, toda la parte poética de un libro que se llama El hacedor... que yo no sé cómo traducir al francés. ¿El «faiseur»? En el sentido griego del poeta que «hace», o quizá en el antiguo sentido inglés de maker. Se trata también de un poeta. Además, unas treinta o cuarenta piezas inéditas. Quiero decir, piezas publicadas en periódicos o revistas y que no habían sido recogidas. Este volumen será traducido al francés por mi amigo Néstor Ibarra. Ibarra me conoce desde hace muchos años y tiene un sentido muy vivo del lenguaje. Como argentino, conoce el español perfectamente, tiene una muy bella traducción española, quizá la más bella, del Cimetière marin de Valéry, un libro que hace ya tiempo publicó en Buenos Aires y para el que escribí un prefacio. Ibarra conoce todos mis hábitos literarios. Podría decir incluso que conoce todas mis manías, todos mis tics literarios. Estoy seguro de que hará una traducción no sólo ajustada, sino, en verdad, muy superior al texto.
Ibarra es un caso muy raro. Tiene un gran talento literario. No sé qué modestia o qué ironía le impide escribir o publicar lo que ha escrito. Prefiere traducir. Quizá piensa que el oficio de traductor es más sutil, más civilizado que el de escritor: el traductor llega evidentemente después que el escritor. La traducción es una etapa más avanzada. Sea como fuere, estoy seguro de que hará una traducción excelente.
Creo que el libro aparecerá en las prensas de mi editor francés, Gallimard, y que lo publicará en el transcurso del próximo año.
Otras traducciones de mis libros —excelentes— las ha hecho Verdevoye, y otro gran amigo mío, Paul Bénichou, que quizá usted conoce. La traducción de los poemas la hará, pues, Néstor Ibarra. Ya ha discutido conmigo algunos puntos que le parecían oscuros y ha encontrado soluciones brillantes…
G. C.: ¿Escribe usted en francés directamente? ¿Lo ha hecho alguna vez? ¿Existen textos suyos escritos directamente en francés?
J. L. B.: Sí. ¡Hace ya tanto tiempo! Cuando cursaba mi bachillerato en Ginebra. Desde luego, leía, como leo aún, a Verlaine y a Baudelaire, e hice algunos intentos. Compuse sonetos, bien mediocres por cierto, en francés y en inglés. Ahora, ya no osaría hacerlo. Tengo un sentido de la responsabilidad que no tenía entonces. Creo que puedo escribir textos tolerables, digamos, o perdonables, en español, pero no en otra lengua alguna. ¡Cometí la imprudencia de publicar dos o tres piezas en inglés y estoy arrepentido!
Creo que para escribir en una lengua cualquiera hay que conocerla a la perfección. Evidentemente, el español es la lengua que más conozco, puesto que es mi lengua materna.
G. C.: En general, ¿cree usted que ha sido bien traducido al francés?
J. L. B.: Sí.
G. C.: ¿Ha tenido la buena fortuna de ser bien traducido a todas las lenguas en las que se han publicado libros suyos?
J. L. B.: No siempre. He tenido, digamos, algunas pequeñas dificultades, pequeñas molestias, al leer las traducciones inglesas y alemanas. En inglés hay visiblemente una trampa. Usted sabe que el inglés dispone de un doble registro. Incluye palabras germánicas y palabras latinas. El traductor inglés de un texto español tiende, por respeto, a traducir con la ayuda de las palabras latinas. Esto puede hacer que la traducción sea un poco pedante.
Invento un ejemplo: imaginemos que escribo en español una habitación oscura. Si el traductor inglés traduce an obscure habitation escribe en una especie de jerga, ya que la frase es absolutamente artificial en inglés. Creo que en este caso debería traducirse simplemente, con palabras sajonas, a dark room. Es bien sencillo y natural en inglés. Pero como el traductor ve la palabra oscura, sólo le viene a la mente «obscure», y habitación le hace pensar en «habitation». Tiende, pues, a traducir an obscure habitation. Esto suena falso y da al texto un aire pedante que no tiene el texto original.
En el caso de la traducción alemana, he visto deslizarse a veces pequeños errores, sobre todo en una historia, Hombre de la esquina rosada, que escribí un poco con la jerga de Buenos Aires, o, mejor dicho, con la que se hablaba hace cincuenta años. En este caso habría sido necesario encontrar a un argentino, a un viejo argentino, para consultarle, y no traducir a golpes de diccionario. Así se habrían evitado algunos errores.
Pero en general tengo la impresión de que las traducciones son buenas. Sobre todo aquellas que he podido examinar más de cerca, es decir, las traducciones francesas. Pero estoy muy reconocido a todos mis traductores: no quisiera hablar mal de ninguno.
G. C.: Creo que se puede decir que lo que ha llamado la atención de los franceses sobre sus obras es el gusto que poseemos por la lógica y la matemática modernas.
J. L. B.: Sí, sí, esto es bien posible. No creo ser un buen matemático, pero sí he leído —y releído, lo que es más importante— a Poincaré, Russell y algunos matemáticos más. Todo esto me ha atraído de la misma suerte. He dado conferencias en Buenos Aires sobre las paradojas eleáticas. La matemática y la filosofía, la metafísica, siempre me han interesado. No diré que sea matemático o filósofo, pero creo haber encontrado en la matemática y la filosofía posibilidades literarias, y sobre todo posibilidades para la literatura que más me apasiona: la literatura fantástica.
Pero más que nada me veo como un poeta o un hombre de letras que ha columbrado las ventajas y posibilidades de las ciencias para la imaginación, sobre todo para la imaginación literaria.
G. C.: El matemático Georges Guilbaud hizo notar que cuando se habla de ciencia-ficción se trata casi siempre de física…
J. L. B.: Sí, oí el programa.
G. C.: Ahora bien, en su caso se podría decir que nos recuerda un poco a la ciencia-ficción, pero que se trata de matemática.
J. L. B.: Sí, de matemática. Poco sé —menos que de matemática o de filosofía—, poco sé de física, de química y aun de aritmética. En un tiempo fui apasionado del álgebra. La aritmética siempre me aburrió un poco, no así el álgebra. Era, lo puedo decir con modestia, un buen algebrista, un mal aritmético y casi nada comprendía de la física y la química. Debí interesarme por los experimentos que se hacen para llegar a la luna, etc., pero todo esto fue sobrepasado de tal modo por la imaginación literaria, o por escritores como Wells, etc., que la realidad me ha conmovido menos de lo que habría sido debido.
G. C.: Por ejemplo: cuando escribió La Biblioteca de Babel, ¿partió usted de una idea matemática precisa?
J. L. B.: Sí: la idea del juego combinatorio. Pero en La Biblioteca de Babel yo diría que hay dos ideas. Primero una idea que no es mía, un lugar común, la idea de una posibilidad de variación casi infinita partiendo de un número limitado de elementos. Detrás de esta idea abstracta, hay también (sin duda sin que me sienta perturbado por ello) la idea de estar perdido en el universo, de no comprenderlo, la necesidad de encontrar una solución precisa, el sentimiento de ignorar la verdadera solución. En ese cuento, y lo espero de todos mis cuentos, hay una parte intelectual y otra —más importante, según creo—, el sentimiento de la soledad, de la angustia, de la inutilidad, del carácter misterioso del universo, del tiempo, y lo que es más importante: de nosotros mismos, para decirlo de una buena vez: de mí mismo. Creo que en todos mis cuentos se encuentran estos dos elementos. Un poco son juego, y juego que no es arbitrario. En todo caso, no lo es para mí. Una necesidad, si la palabra no es demasiado fuerte, me puso a escribirlos.
Y, además, también me he divertido. La labor de escribir un cuento no ha sido sólo fatiga. También diversión. Era un juego. Un poco como el caso del jugador de ajedrez. Hay un problema, una diversión y un gozo.
G. C.: Cuanto más lógico es el lector, cuanto más matemático, cuanto más moderno es su pensamiento —he podido asegurarme de ello—, más brutal es su risa al leer sus cuentos.
J. L. B.: ¡Ah!, me alegra oír decir eso, porque hay personas que sólo ven en mis cuentos una especie de juego árido. Mas, para mí, no se trata de un juego árido. Me divertía escribirlos, estaba emocionado mientras los escribía: sentía a veces que bordeaba la pesadilla, pero no estaba molesto. Al contrario, ¡eso me divertía! Deslizaba bromas en el texto. En un cuento que es una especie de pesadilla, La Biblioteca de Babel, creo que también hay bromas. Quizá sean bromas un poco secretas. Quizá se trata de bromas para mí y mis amigos. Pero le repito que me divertía al hacerlo. Si no, no lo habría hecho.
G. C.: La gente a la que he visto reírse, lo repito, eran compositores, lógicos, matemáticos, siempre personas que tenían una formación matemática bien acusada. Los he visto reírse de verdad, con una risa verdaderamente brutal, morirse de risa. No una risa que se eterniza, no. Siempre estallidos, estallidos violentos.
J. L. B.: ¡Me alegra mucho que me diga usted esto!
G. C.: Así es como he visto suceder las cosas siempre…
J. L. B.: Sí, me alegra mucho que me cuente estas cosas.
G. C.: … en un momento en que el humor y la lógica se juntaban el uno con la otra.
J. L. B.: Tengo la impresión de que en Francia se me ha leído de una manera intelectiva.
¡Quizá se me ha leído con más intelección de la que yo puse al escribir! Tengo la impresión de que se me ha enriquecido un poco o mucho al leérseme.
G. C.: ¡Nosotros tenemos la impresión de habernos enriquecido leyéndolo a usted!
J. L. B.: Entonces la cosa es recíproca, ¡tanto mejor! Pero cuando veo los análisis que se han hecho de mis cuentos, cómo han sido leídos, cómo se los ha tomado en serio, y cómo, al mismo tiempo, se ha sentido lo que hay en ellos de humor, de un humor quizá un poco secreto…
G. C.: Aquellos de nosotros que no somos hispanizantes, sin duda alguna, no lo vemos todo. (Pero usted decía hace un momento que las traducciones publicadas en francés parecían buenas).
J. L. B.: ¡Son muy buenas! Y, además, en Argentina, en América del Sur, se está, o se cree estar, muy cerca de Francia. La influencia de la literatura francesa sobre las diversas literaturas sudamericanas ha sido, y es todavía, muy grande. Aun cuando hablemos el francés de una manera torpe o penosa para ustedes, en Argentina toda persona educada puede gozar de la literatura francesa. Aun cuando tenga dificultades para hablar con un mozo de café o para entenderse con el portero, esta persona no tendrá, creo yo, grandes dificultades para entendérselas con Voltaire, con Hugo, con Verlaine, lo que evidentemente es más importante.
Francia ha sido y es aún muy importante para nosotros, para nuestra cultura. Quizá estemos más cerca de Francia que los españoles, porque los españoles se separaron de Francia: hubo razones históricas, hubo un Napoleón, hubo guerras, etc. Mientras que nosotros, no: no hubo nada de esto.






Notas 

[1] Que corresponden a las siguientes obras de Borges: El Aleph, 
Inquisiciones, Ficciones, Historia universal de la infamia, Historia de la eternidad. [T.]
[2] Con la e muda. [T.]
[3] 1965. [T.]

Georges Charbonnier, El escritor y su obra
Entrevistas de Georges Charbonnier con Jorge Luis Borges
Título original: Entretiens avec Jorge Luis Borges
Georges Charbonnier, 1967
Traducción: Martí Soler
Audio en francés

Foto: Georges Charbonnier, producer to France Culture, 
academic and art critic, April 01, 1967 (Getty Images)


9/7/16

Jorge Luis Borges: Oda escrita en 1966








Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete

que, alto en el alba de una plaza desierta,
rige un corcel de bronce por el tiempo,
ni los otros que miran desde el mármol,
ni los que prodigaron su bélica ceniza
por los campos de América
o dejaron un verso o una hazaña
o la memoria de una vida cabal
en el justo ejercicio de los días.


Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos.

Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo
cargado de batallas, de espadas y de éxodos
y de la lenta población de regiones
que lindan con la aurora y el ocaso,
y de rostros que van envejeciendo
en los espejos que se empañan
y de sufridas agonías anónimas
que duran hasta el alba
y de la telaraña de la lluvia
sobre negros jardines.


La patria, amigos, es un acto perpetuo

como el perpetuo mundo. (Si el Eterno
Espectador dejara de soñarnos
un solo instante, nos fulminaría,
blanco y brusco relámpago, Su olvido).
Nadie es la patria, pero todos debemos
ser dignos del antiguo juramento
que prestaron aquellos caballeros
de ser lo que ignoraban, argentinos,
de ser lo que serían por el hecho
de haber jurado en esa vieja casa.
Somos el porvenir de esos varones,
la justificación de aquellos muertos;
nuestro deber es la gloriosa carga
que a nuestra sombra legan esas sombras
que debemos salvar.


Nadie es la patria, pero todos lo somos.

Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,
ese límpido fuego misterioso.


En El Otro, el mismo (1964)
Retrato de Jorge Luis Borges
Foto ©ANSA

8/7/16

Jorge Luis Borges: Prólogo a Poemas, de Emily Dickinson







De las muy diversas regiones americanas, en cualquier hemisferio, la más favorecida por los astros o visitada por las Musas (la locución es indistinta) ha sido, indiscutiblemente, New England. Los grandes nombres dados por nuestra América fueron y son importantes para nosotros y para España; Emerson, Melville, Thoreau, Poe, Robert Frost cannot be thought away sin modificar toda la literatura de nuestro tiempo. La serie es indefinida y casi infinita; falta Emily Dickinson.
No hay, que yo sepa, una vida más apasionada y más solitaria que la de esa mujer. Prefirió soñar el amor y acaso imaginarlo y temerlo. En su recluida aldea de Amherst buscó la reclusión de su casa y, en su casa, la reclusión del color blanco y la de no dejarse ver por los pocos amigos que recibía.
Publicar no era, para ella, parte esencial del destino de un escritor; después de su muerte, que acaeció en 1886, encontraron en sus cajones más de mil piezas manuscritas, casi todas muy breves y extrañamente intensas. Además de la escritura fugaz de cosas inmortales, profesó el hábito de la lenta lectura y la reflexión. Emerson y Ruskin y Sir Thomas Browne le enseñaron mucho, pero sólo a ella le fue dado escribir

Parting is all we know of Heaven
and all we need of Hell

o:

This quiet dust was gentlemen and ladies

cuya idea es común y cuya forma es incomparable (curiosamente se abismaba, como Hugo, en la Revelación de San Juan, el Teólogo).
He sospechado que el concepto de versión literal, desconocido a los antiguos, procede de los fieles que no se atrevían a cambiar una palabra dictada por el Espíritu. Emily Dickinson parece haber inspirado a Silvina Ocampo un respeto análogo. Casi siempre, en este volumen, tenemos las palabras originales en el mismo orden.
No es cotidiano el hecho de un poeta traducido por otro poeta. Silvina Ocampo es, fuera de duda, la máxima poeta argentina; la cadencia, la entonación, la pudorosa complejidad de Emily Dickinson aguardan al lector de estas páginas, en una suerte de venturosa transmigración.

Buenos Aires, 3 de mayo de 1985








En Poemas de Emily Dickinson, traducidos por Silvina Ocampo 
Barcelona, Tusquets Editores, 1985

Imagen: Daguerrotipo de Emily Dickinson tomado en el seminario 
de Mount Holyoke entre diciembre de 1846 y principios de 1847, 
cuando Dickinson tenía 16 años. Es la única imagen autentificada 
de la poeta más allá de su infancia. El original se encuentra en manos 
del Archives and Special Collections del Amherst College Vía






7/7/16

Jorge Luis Borges: Conversación con el público de Eseade [23 de septiembre de 1985]






Pregunta (formulada por Alberto Benegas Lynch [h], coordinador de toda la entrevista en la que intervendrían distintos asistentes del público): En esta institución nosotros encaramos con especial interés lo que llamamos la problemática de los conceptos holísticos, es decir, aquellos conceptos que aparentemente no aluden a ninguna verdad concreta, pero con los cuales la gente se ha acostumbrado a manejarse en la vida cotidiana, tales como la “humanidad,” el “hombre” y cosas por el estilo. ¿A qué se debe, según usted, que la gente se tenga que manejar con estos conceptos y en qué medidas son útiles para usted? 

Borges: Yo creo que son males necesarios, ¿no? Es obligatorio recurrir a ellos. No es que crea demasiado en ellos, pero creo que son indispensables. Al hablar, generalizamos. No podemos hablar de otro modo, si no se debería inventar una palabra a cada instante para cada cosa y el diálogo sería dificilísimo. Pero al mismo tiempo, esas palabras ofrecen peligros, por ejemplo, pueden ser interpretadas supersticiosamente, creo. Al mismo tiempo, piense usted que cada abstracción es una metáfora, empezando por la palabra metáfora que quiere decir “traslación” en griego, me han dicho, yo no sé griego, pero en fin. O lo que dijo Emerson, que el lenguaje es poesía fósil, y eso se aplicaría especialmente a las relaciones. Creo haber contestado más o menos esa difícil pregunta, no sé. 

Pregunta: ¿Cómo entiende Jorge Luis Borges el concepto de libertad? 

Borges: Yo creo que el libre albedrío es una ilusión necesaria. En este momento me siento libre. Pero si usted me revela ahora que el momento en que yo dije “en este momento me siento libre” yo no podía decir otra cosa, yo acepto que no existe el libre albedrío. Pero necesitamos esa convicción de algo, quizás falso, para escribir. Es decir, tenemos que pensar que elegimos. Es decir, posiblemente seamos piezas, pero tenemos que pensar que somos los jugadores que mueven esas piezas. Y es raro que usted me hable de eso, porque, precisamente, ayer estaba escribiendo un prólogo a la obra The Will to Believe (La voluntad de creer) de William James, en que se trata ese tema del libre albedrío. Y estaba recordando también a Jonathan Edwards que escribió, siglo y medio antes, una defensa de la predestinación. Es decir, yo creo que si a nosotros nos dicen que desde el momento en que nacimos hasta ahora hemos sido meros títeres, hemos estado obligados a hacer lo que hacíamos, no por la voluntad de un Dios, sino, bueno, con la suma infinita del tiempo pasado, lo aceptamos. Pero si nos dicen que en este momento estamos trabados, nos revelamos, y basta con eso, basta con esa ilusión del libre albedrío. Y recuerdo una frase de William James, que dijo que él había vacilado mucho tiempo, él estaba muy enfermo, no sabía qué pensar y luego él tomó la decisión de creer en el libre albedrío y ese acto, dice, de creer en el libre albedrío, fue mi primer acto de libre albedrío. Y luego me convenció de que realmente existe el libre albedrío y convenció a muchos otros, desde luego. Y quizá la ética requiera que creamos en el libre albedrío, porque, bueno, si nos mueven no podemos ser culpables, no merecemos, desde luego, castigos ni recompensas. Pero yo vuelvo a eso, creo que el libre albedrío es una ilusión necesaria de cada instante, pero espontáneamente nosotros tomamos esa decisión, en cada momento, más allá de discusiones abstractas. Es decir, nosotros nos sentimos libres y quizá baste con ese sentimiento de libertad y algún día sabremos, o quizás nunca sepamos si hemos sido libres o no. 

Pregunta: ¿Para usted Dios es también una ilusión necesaria? 

Borges: No, yo hasta ahora he prescindido de esa ilusión, pero si otros la precisan, ¿por qué no? Estoy repitiendo a William James. Es decir, yo creo en un propósito ético y quizás estético, quizá intelectual, como Swedenborg y Blake. Pero en cuanto a mí, yo he tratado de creer en un Dios personal, en un Señor, digamos con todo respeto, que en este momento está observándonos o inventándonos o soñándonos, pero yo realmente no puedo creer en Dios como un ser personal. Creo, desde luego, en un propósito ético, estético e intelectual y quién sabe cuántos más de este universo, pero yo no me siento angustiado ni busco a Dios. Todo eso no lo entiendo. Hasta ahora he prescindido de Él, ¡y creo que Él ha prescindido de mí también! 

Pregunta: ¿A qué atribuye usted la impopularidad hoy de la poesía? 

Borges: No creo que sea impopular la poesía. Por lo pronto, hay una curiosa noticia que me han dado y es que se han vendido, increíblemente, diez mil ejemplares de un libro mío de poesías. Pero lo que yo noto es que la gente está perdiendo el oído totalmente y la cadencia, el oído es muy importante para la poesía, más que otros elementos. Pero yo creo que la poesía es una necesidad, una necesidad –usemos una palabra ambiciosa– eterna de los hombres, pero que puede darse bajo distintas formas. Yo creo que la poesía no corre ningún peligro. En cambio hay cosas efímeras, por ejemplo, la economía, el Estado, todo eso puede pasar y ojalá podamos prescindir de todo eso, pero la poesía no. Quiero asegurarles esto, yo pienso poco, bueno, a mí no me gusta lo que yo escribo, pero sin embargo hay un placer en la escritura casi igual al incomparable placer de la lectura. Es decir, cuando yo escribo algo, yo no creo que eso sea bueno, pero siento que estoy cumpliendo con mi única función posible, o una de mis únicas funciones posibles, la de escribir. Y eso es una felicidad. Y después cuando uno relee, uno se da cuenta de que no era para tanto y finalmente uno desea que todo sea olvidado, pero mientras uno escribe, uno de algún modo está, en fin, el que es escritor siente que está cumpliendo una función que puede no ser muy interesante, pero que es tan necesaria como la respiración, digamos, o como la circulación de la sangre. 

Pregunta: En uno de sus cuentos, El Sur… 

Borges: Ah, sí, yo recuerdo ese cuento. Ese cuento yo lo escribí urgido por la lectura de Henry James. Yo pensé voy a escribir un cuento deliberadamente ambiguo. Yo pensé en tres lecturas posibles, pero sin duda hay más. Dante creía en cuatro lecturas posibles de la escritura y de su poema. Yo pensé voy a escribir un cuento que pueda ser leído de tres modos distintos, pero después hay personas que han encontrado un cuarto y quinto modo, lo cual es mejor. Pero usted quería decirme otra cosa sobre el cuento… 

Pregunta: El personaje parece elegir una forma de muerte más… 

Borges: Bueno, pero cuando yo escribí ese cuento yo sentía alguna nostalgia de la vida de mis mayores, que fueron soldados. Yo recordé que un abuelo mío se había hecho matar en la batalla después de la capitulación de Mitre, yo pensé, bueno, qué lindo destino morir en la llanura y morir después de una batalla, y de ahí salió todo el cuento. Pero yo ahora creo que esa parte es un sueño del personaje y yo creo haberlo indicado también en el texto, que Dahlman muere bajo la anestesia. Y todo lo que sucede después es un sueño que él tiene cuando está bajo la anestesia antes de su muerte. Y eso está indicado en los detalles del cuento. Por ejemplo, él lleva al sur un ejemplar de Las mil y una noches y ese ejemplar él lo tenía cuando ocurrió el accidente, es cierto, me ocurrió a mí. Luego, cuando él llega a la pulpería, al almacén de campaña ese, hay gente ahí que se parece a la gente que lo atendió en el sanatorio. Claro, porque acababa de verlos y fabrica su sueño con elementos recientes. Y luego hay otros datos que yo no recuerdo que confirman esa hipótesis, que yo acepto por un momento, de que la primera parte del cuento pertenece a lo que llamamos realidad y la segunda parte es una realidad soñada por Dahlman. Y luego yo me identifico con Dahlman, a veces de un modo que podemos llamar inverso. Por ejemplo, los mayores de Dahlman tienen una estancia en el sur, mis mayores tuvieron campos cerca de San Nicolás, al norte.
Luego Dahlman es alemán, y yo soy de ascendencia inglesa, Haslam. Hay otros detalles que son autobiográficos y están puestos, yo no sé, para mí solamente ya que no los pueden ver ustedes ni nadie en especial. Cuando yo escribí ese cuento yo pensé voy a escribir un cuento de Henry James, un cuento deliberadamente ambiguo, y voy a situarlo en un ambiente del todo distinto, la provincia de Buenos Aires al sur. Yo recordé también uno de los primeros viajes que hice a Bahía Blanca y tuve esa impresión que yo doy en el cuento (…) era un viaje largo entonces, tomaba un día, y cada vez se iba internando más en el campo y había más soledad y yo quise dar esa impresión en el cuento también. Hay quienes piensan que ese cuento es mi mejor cuento y amigos míos que me aseguran que es mi único cuento, pero yo pienso ¿quién sabe si he llegado a uno todavía, no? En todo caso, ese cuento sería el cuento, pero para otros no, otros prefieren un cuento escrito –demasiado escrito para mí, overwritten como se dice en inglés–, prefieren Las ruinas circulares, que está situado no en un mítico Sur, sino en el mítico Oriente de Las mil y una noches. Pero quizá ese cuento requiriera ese estilo rememorativo, ese estilo, bueno, un poco nuevo, un estilo que trata de no ser indigno de Lugones. 

Pregunta: ¿Usted como escritor siente limitaciones con el idioma con que le tocó escribir, es decir, usted piensa que el castellano tiene limitaciones? 

Borges: Sí, pero parece que todo escritor siente eso en lo que se refiere a su idioma, ya que tienen que lidiar con él, tienen que dominarlo, de algún modo. Creo que Goethe dijo que a él le había tocado la peor materia, que era el idioma alemán. Él tenía que luchar con el alemán. En cambio si yo leo textos en otros idiomas, es decir, los dos o tres idiomas que puedo leer, claro, yo acepto y agradezco todo, pero supongo que a un escritor de esos idiomas no le ocurre eso, piensa sobre todo en las dificultades. Yo casi todo lo que he leído ha sido en inglés. He leído relativamente poco en otros idiomas y en general he leído poco, pero claro, yo acepto y agradezco el inglés, en cambio acepto y tengo que trabajar con el castellano, y cuando uno trabaja con un idioma, uno lo siente como algo bastante terco, bastante rebelde, podemos decir.

Pregunta: ¿Qué es la soledad para Jorge Luis Borges? ¿Está reflejada en aquel cuento que habla sobre el minotauro que dice que la reina dio a luz un hijo llamado Asterión? 

Borges: No, ese cuento yo lo escribí porque había que justificar, como dicen en las imprentas, tres páginas en una revista. Yo encargué la ilustración y escribí esa tarde y esa mañana el cuento. No, para mí ahora la soledad es una ocasión, es una oportunidad para inventar, para soñar y para hacer, digamos, borradores mentales. Yo estoy solo, estoy versificando, estoy ensayando un verso, probándolo, corrigiéndolo, volviendo a otra versión. Hace no mucho leí que Kipling obraba del mismo modo. Ahora, Kipling una vez que el texto había pasado por cinco o seis borradores mentales lo escribía, luego lo dejaba en un cajón y al cabo de unos meses, lo retomaba y encontraba errores muy, muy groseros y luego “atizaba el fuego”, como él dice. Es decir, suprimía alguna frase. Dice que eso da más vida al texto. Ahora, en mi humilde caso particular, ocurre lo contrario. Los borradores son breves y los textos son demasiados largos. Pero Kipling parece que no; Kipling empezaba con borradores largos y luego iba omitiendo lo que no fuera esencial y llegaba así a cuentos breves y, yo diría, perfectos, en los que no sobra nada. Y creo que una ventaja del cuento o del soneto sobre la novela es esa, parece imposible concebir una novela sin un (…). Sin embargo, ahí está El sueño de los héroes de Bioy Casares y está Heart of Darkness de Conrad, que vienen a ser novelas. Bueno, lo que pasa con un texto breve es que uno puede vigilarlo más. En cambio, la lectura de una novela es sucesiva y, quizá, la escritura lo sea también. Y quizá eso se note, a veces hay pasajes ociosos, el autor interviene demasiado en lo que escribe, o permite que sus opiniones intervengan. Yo creo que, por ejemplo, el soneto puede ser perfecto en ese sentido. Son catorce líneas y uno puede vigilarlas bastante bien. ¡En cambio ciento cuarenta páginas, no! 

Pregunta: ¿Nos puede dar una reflexión sobre la educación actualmente en la Argentina? 

Borges: Bueno, según las últimas noticias que tengo de la Facultad de Filosofía y Letras y de la Universidad de Córdoba que he visitado, es realmente un tema demasiado melancólico para esta tarde. No podemos evitar esos temas tristes. Por ejemplo, bueno, por qué no ser indiscreto. Yo asistí a una clase en la Universidad de Córdoba. El tema era “Psicología dinámica”. Mi padre fue profesor de psicología y se hubiera asombrado tanto como yo ante el tema: “Psicología dinámica”. Yo creía siempre que la psicología sería, digamos, el estudio de la conciencia, de sus hábitos. Pero no, esa primera clase a la que yo asistí era una serie de clamores, de retuétanos basados en etimologías más o menos apócrifas. Por ejemplo, recuerdo esto que escribió el profesor Ortiz en el pizarrón que fue escrito por los estudiantes. Bueno, el tema era creer y crear. Fue ese el tema de la psicología. Pero ¿el resultado cuál era? Se descubría, supongo, se inventaba, que dos palabras tienen la misma etimología, llegaba a la conclusión bastante alarmante o sorprendente, por cierto, de que si uno crea, uno cree lo que ha creado. Y si uno cree, uno ha creado algo para su conciencia. ¡Ergo, creer y crear con la misma cosa! ¿Eso es psicología? ¿Por qué no siderurgia o cirugía, o lo que fuere? En fin, busquemos temas que se parezcan menos a la desesperación. 

Pregunta: ¿Un escritor puede escribir enajenado o movido, incluso drogado, o escribir es un acto de lucidez casi implacable? 

Borges: No, la escritura es imposible sin la emoción. Bueno, ya Horacio escribió aquello de “si quieres que llore, tienes que llorar.” Bueno, yo no iría tan lejos como el llanto pero creo que la emoción previa es necesaria, sino para qué escribir. Me dicen que una máquina puede escribir. Sí, ¿qué necesidad tiene de escribir? Ninguna. Se requiere una emoción previa y, luego, bueno, en mi caso particular, que desde luego no tiene por qué ser ejemplar, yo recibo algo y lo que recibo es algo muy vago y ello de acuerdo con la doctrina romántica de los clásicos que creían en la musa y contraria a la idea de Poe de que escribir es un acto intelectual. Bueno, uno recibe algo y luego, poco a poco, uno va averiguando. Uno averigua si ese algo que uno ha recibido quiere ser escrito en verso, en prosa, en verso libre, si quiere ser un cuento, si quiere ser una novela, si quiere ser una pieza de teatro. Todas esas noticias uno va recibiéndolas. Ahora en mi caso, trato de intervenir lo menos posible en lo que escribo, porque cuando intervengo, hecho a perder las cosas, por lo general. De modo que uso la sintaxis más sencilla, el vocabulario más sencillo también y luego poco a poco me es revelado por alguien o por algo, quizá por lo que Yeats llamaba… no recuerdo.. ah, sí, la “gran memoria,” que es la memoria que cada uno hereda, las memorias de todos los mayores. Bueno, luego, poco a poco si eso que había sido dado debe ser referido en primera persona, en tercera persona o si eso corresponde a tal época o a tal otra. Ahora, yo en general, cuando se me ocurre algo, elijo como fecha entre 1890 y el último año del siglo, 1900. Porque, yo pienso, si yo escribo algo contemporáneo el lector se convierte en un espía de lo que yo escribo. Es decir, me dice: no, en la esquina de Chile y Bolívar no se habla de tal modo. En cambio si yo digo que tal hecho les ocurrió a compadritos en el barrio de Palermo o en el barrio de Turdera hacia el año 1890 y tantos, quién puede saber cómo era (…). Pero si yo elijo, por ejemplo, a Siria dos siglos antes de la era cristiana, todo el mundo sabe que no sé absolutamente nada. Yo recuerdo me contaron una vez, un caso que había ocurrido con un turco, en Rosario. Yo pensé, esto puede ser argumento para un cuento, pero si yo pongo un turco, el lector sabe que no sé nada de turcos, pero poner un italiano es más verosímil, lo he de situar en Buenos Aires lo cual es más verosímil para mí, y más o menos logré salvarlo. 

Pregunta: ¿Cómo fue que escribió Ficciones y qué lugar ocupa en su escala de predilección? 

Borges: Yo no recuerdo exactamente a qué cuento corresponde ese título, porque los títulos son lo último que pone uno, ¿no? Ficciones, ¿usted dice en general, o el libro que lleva ese título?

Pregunta: El libro. 

Borges: Si usted me recuerda alguno de los cuentos podría contestarle, porque ahora todo eso sucedió hace tanto tiempo y muy lejos que carezco de toda autoridad para hablar sobre el autor de ese libro. 

Pregunta: Señor Borges, ¿qué es para usted la cultura? 

Borges: Generalmente, es una palabra que usan las personas muy incultas. Yo no sé si soy un hombre culto, realmente, pero trato de serlo. En todo caso, el culto de la barbarie me parece tristísimo. Somos ya bastante bárbaros como para fomentar esto. 

Pregunta: Con respecto a lo que usted decía, señor Borges… 

Borges: ¿Quién sabe lo que he dicho? Ya ha pasado algún tiempo, ya todo eso pertenece al pasado. 

Pregunta: No, respecto de esto último que usted decía, que hablar de algo que la gente sepa que uno no sabe, usted en el libro El Aleph habla sobre Los dos reyes y los dos laberintos… 

Borges: Bueno, no, ese cuento está atribuido a Las mil y una noches, y entonces por qué no suponer que alguien en la India, en Persia, en el Asia Menor, en Egipto, haya imaginado esa historia. Eso es sólo un cuento para Las mil y una noches y hasta cito, creo, el tomo de Burton, que da a luz ese cuento. 

Pregunta: ¿Guarda algún sentido ético ese cuento? 

Borges: No, yo pensé simplemente en el hecho de que, bueno, al decir laberinto uno piensa en un edificio muy complejo, y al decir desierto uno piensa en una llanura determinada. Pero el desierto puede ser un laberinto, y de esa reflexión (…) salió el cuento (…). Creo que le gustó a mucha gente. Es que el título es lindo, me parece. Ese fue un error, seguir más allá de la historia de los dos reyes y los dos laberintos es lindo, no, pero yo cometí la imprudencia de escribir el cuento también. Después me dijeron que había un error que fue evidente, en la última línea yo digo que murió de hambre y de sed, pero parece que no, que se muere de sed, que el hambre no se siente, pero eso ya lo hemos corregido en otra edición. Dos palabras menos para el texto, lo cual es precioso. 

Pregunta: Usted ha dicho en alguna oportunidad que la censura exige la imaginación y que a veces de la censura han surgido algunas obras importantes. 

Borges: Yo creo que sí. Vamos a repetir una frase de Goethe que dice “en la limitación se ve al maestro”. Ahora, la censura sería una traba, pero eso puede obligar al escritor a la ironía, puede ayudarlo a ser Swift o Voltaire, digamos. En cambio, las cosas que se dicen directamente tienen menos fuerza. De modo que, la censura puede ayudar a la literatura sin proponérselo, desde luego. Por ejemplo, Anatole France escribió que “la ley con majestuosa imparcialidad prohíbe tanto a los pobres como a los ricos dormir bajo los puentes”. Ahora eso tiene más eficacia que dicho directamente, y continuamente se usa esa forma de decir las cosas. 

Pregunta: ¿Y cómo se sentiría Jorge Luis Borges si le prohibieran escribir sobre espejos y sobre laberintos? 

Borges: Bueno, ahora estoy defendido por la ceguera, ¿no? Puedo estar en el centro de una habitación hecha de espejos (…) y no ver nada. Ahora de hecho estoy rodeado de espejos personalmente inofensivos para mí. Ojalá que no lo fuera, desde luego. Ahora, el laberinto no ha sido elegido por mí. El laberinto me ha elegido porque es un símbolo evidente de perplejidad y yo me siento continuamente perplejo. Perplejo y asombrado, y entonces el laberinto es el símbolo más fácil. ¡Además la palabra laberinto es tan linda! Pero el inglés tiene dos palabras: maze –no es una palabra especialmente linda, uno piensa en un jardín–, en cambio laberinto, bueno, uno puede entrar en un maze pero no puede salir de un laberinto, nunca. Es una palabra lindísima en todos los idiomas. (…) 

Pregunta: En más de un caso los argentinos hemos mirado hacia Europa, tal vez como ejemplo o por lo menos punto de interés despreocupándonos un poco de Latinoamérica. Algunos de los hechos recientes, sobre todo actitudes de otros países latinoamericanos, nos han traído a la reflexión de que a lo mejor habría que cambiar ese enfoque. ¿Cuál sería el punto correcto de eso, señor Borges? 

Borges: A mí no me gusta estar en desacuerdo, pero estoy en desacuerdo con usted. Europa sigue siendo el centro y es una lástima que se haya perdido. Y nosotros, desgraciadamente, somos Sudamérica. Bueno, voy a seguir nuestra historia, la historia contemporánea, somos Sudamérica. Pero ¿qué es Sudamérica? Sudamérica es un reflejo lejano de Europa, ya que ciertamente no somos indios, por ejemplo, y si lo fuéramos tampoco lo sabríamos. Para mí, yo creo que ser americano, digamos de los Estados Unidos, del Canadá o de República Oriental o la República Argentina, es ser europeo, quizá con más libertad que el europeo, ya que no estamos atados a una tradición. Yo, por ejemplo, pienso que debo tratar de llevar todas las tradiciones de Europa y si puedo las del Asia también y las del África, ¿por qué no? Hago todo lo posible. Yo me siento hospitalario a Europa y creo que ahora, bueno, jugar a ser latinoamericanos, y, quizá lo seamos, pero que incurablemente no nos deben de fomentar eso. Discúlpeme, porque no me gusta estar en desacuerdo, pero en este caso, la sinceridad me obliga a eso. 

Pregunta: ¿Las diferencias en ideologías o religiones, entre ortodoxias y herejías, usted cree que terminarán siendo todas una sola cosa como en el cuento de los dos teólogos? 

Borges: No, yo creo lo que se cree en el Japón. Por ejemplo, en el Japón el emperador profesa el shinto, profesa la enseñanza del Buda, y puede ser también anglicano, metodista, católico, mormón quizás, lo que fuere. Se sostiene que dos religiones son reflejos, son facetas de una misma verdad, lo cual puede ser cierto. Pero el hecho es que la intolerancia religiosa es desconocida fuera de lo que uno llama el judeo-cristianismo. Por ejemplo, cuando Ashoka profesó la fe de Buda en la India no obligó a nadie a convertirse a esa fe. Bueno, y hay un libro de Aldous Huxley, que se llama algo así como La filosofía universal, y llega a la conclusión de que los místicos de todas las religiones han estado esencialmente de acuerdo, salvo que han usado mitologías distintas. Esencialmente lo mismo da que digamos Alá, que digamos Dios o que hablemos de Brahma, vendría a ser lo mismo. Yo soy incapaz de ser un fanático ya que no soy un creyente. 

Pregunta: Probablemente se pueda extender al campo de las ideologías, que parecen generar tanta intolerancia como en el campo religioso. 

Borges: Ojalá se pudiera, ¿quién sabe? Creo que nuestro deber es la esperanza, pero no una esperanza impaciente. En todo caso, ¿por qué no esperar medio siglo, digamos? Lo cual históricamente es muy poco, aunque desde luego yo no lo veré.

Pregunta: Usted ha escrito varios cuentos a la manera de otros escritores, yo recuerdo uno… 

Borges: Sí, desde luego, por ejemplo escribí dos cuentos donde traté de ser Kafka y fracasé, desde luego. Y otro donde traté de ser Chesterton y también fracasé. Lo que escribo ahora, bueno, me he resignado a ser Borges, que es lector de Kafka y de Chesterton, naturalmente y de tantos otros; de Stevenson, yo diría, en primer término. ¿Por qué no? Me parece que la imitación es perdonable, y además ya el hecho de usar un idioma significa aceptar una vasta tradición, ya que cada idioma es un modo no de comprender pero sí de sentir el mundo. Si Ud. acepta un idioma, Ud. ya acepta muchas cosas. Lo que uno puede hacer individualmente es mínimo. Salvo lo que dijo Shaw de O’Neill: “No hay nada nuevo en él salvo sus novedades”. Es decir, lo más ínfimo, ¿no? 

Pregunta: A mí me parecía una forma de deslindar responsabilidad de lo que son sus cuentos, una forma de decir “las musas me lo dieron, no soy responsable de lo que escribí”. Es como si Ud…. 

Borges: ¡Pero es que prefiero no ser responsable! ¿Por qué voy a sentirme culpable? 

Pregunta: …iba a que todo el mundo actualmente lo considera el más grande escritor de habla hispana… 

Borges: Bueno, es una broma, eso es una generosidad o una ironía suya, es un modo de hablar mal del habla hispana, nada más. Si eso soy yo, bueno, ¿qué podemos esperar, no? Este país ha tenido y tiene excelentes escritores, y yo no estoy seguro de pertenecer a ellos. Aunque alguna página habrá, alguna línea habrá, ¿por qué no? Por un cálculo de probabilidades, sería raro que todo fuera desdichado. 

Pregunta: Si tuviera que citar tres autores argentinos, ¿a quiénes citaría? 

Borges: ¿Pero por qué sólo tres? Pregunta: Podrían ser diez, pero si fueran tres preferentemente, ¿a quiénes citaría? 

Borges: Bueno, pienso en primer término en Groussac, ya después me pierdo un poco. ¿Por qué no Ezequiel Martínez Estrada, que tiene la ventaja de ser inconcebible sin Lugones, y sin Darío u otros más? Creo que las listas son peligrosas porque sólo se notan las omisiones. Si yo hago una lista de 1001 escritores dirán que falta el 1002, de modo que las listas son peligrosas porque llevan a la discusión, no a la convicción, ciertamente. 

Pregunta: I am a North American…There is a question…. 

Borges: Wait a bit, I remember James Royce was a Californian, no? Frost was a Californian, Jack London was a Californian; Bret Hart (…) were also Californians… 

Pregunta: I read an essay of yours, “Our poor individualism”, it was written in 1946. 

Borges: That happened far away and long ago. 

Pregunta: You said things I thought were extremely important. 

Borges: Ah well, in that case I agree with you, of course. 

Pregunta: You spoke of Argentine individualism, you spoke poorly of it and then you said that perhaps it has a redeeming virtue, that Argentine individualism can form the basis of some sort of a political society that would form a bulwark against the two evils of our era, that is, fascism and Nazism. 

Borges: Let’s hope so, let’s hope so. May be I was right, for all I know. 

Pregunta: When I read that I felt a sense of tragedy, because obviously it did not happen in Argentina. 

Borges: Obviously it didn’t. That is an understatement. 

Pregunta: But it could have happened… 

Borges: Yes, it was a happy possibility, why deny it? 

Pregunta: There’s one thing I wondered when I read that: why didn’t you write more things like that? 

Borges: I am not interested in that. After all, well, I am a mere storyteller, perhaps a poet, for all I know. That’s that. But I am no politician. I hate that kind of thing. 

Pregunta: I can understand that, but you wrote it so well, I’ve never seen a better explanation of this. 

Borges: At the same time, as a prophecy the whole thing was sweet dreams…

Pregunta: I think you said “sin esperanza” y “con nostalgia.” 

Borges: Yes, that is right (…) 

Pregunta: You think that there is hope for, as you put it in Spanish, “un mínimo de gobierno”? 

Borges: Yes, well, we’ll have to wait one or two hundred years only, let’s say. But now, I feel, like most of us, we all feel very downhearted. And we have a right to feel like that, unhappily. 

Pregunta: ¿A lo largo de su vida hay algún filósofo que peculiarmente le haya gustado o llamado la atención? 

Borges: Para mí hay uno, Schopenhauer. Pero ¿por qué no Berkeley? Pero si tuviera que elegir uno elegiría entre Hume y Schopenhauer. ¿Por qué no Schopenhauer? Ya que yo me enseñé alemán para leer a Schopenhauer y lo hice. Yo diría que para mí Schopenhauer. (…) corona su historia de la filosofía con Schopenhauer. Sí, Schopenhauer, salvo el pesimismo, creo que eso puede eliminarse de la filosofía de Schopenhauer. Macedonio Fernández pensaba lo mismo. Es decir, si suponemos el mundo como una voluntad de representación ¿por qué debe estar esa voluntad condenada a soñar pesadillas, por qué no permitirle soñar utopías o sueños felices también? Yo creo que el pesimismo es algo personal que agregó Schopenhauer a su sistema, y podemos no ser pesimistas y ser buenos discípulos de Schopenhauer. Y ya que hablé de pesimismo, quiero decirle algo que quizás Ud. no sepa. En el Diccionario de Filosofía de Mauthner, leí que la palabra “optimismo” fue acuñada por Voltaire para reírse de Leibniz, ya que Leibniz había dicho que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Y Voltaire dijo: Évidement Monsieur Leibniz c’est un optimiste. Y de ahí salió fatalmente “pesimismo”, pero son palabras recientes. Son dos bromas, dos hermosas bromas que debemos, como tantas otras cosas, a Voltaire, a quien debemos casi todo, yo diría, o muchísimo. Sí, Schopenhauer, ¿por qué no? 

Pregunta: Sr. Borges, en base a su conocimiento de la naturaleza de nuestra sociedad… 

Borges: No, no tengo ningún conocimiento, soy una víctima de esa sociedad y al mismo tiempo he tratado de aprovecharla, como es natural.

Pregunta: ¿Ud. cree que en algún momento se podrá adoptar una filosofía de vida basada en el liberalismo? 

Borges: ¡Pero y ojalá! En todo caso nuestro acto de fe será un instrumento para que ello ocurra. Nuestra fe es útil, bueno, el pragmatismo, William James, etc. Un acto de fe es útil y debo profesarlo, y desde luego el porvenir depende de Uds. los jóvenes y no de una reliquia como yo. 

Pregunta: ¿Qué opina de los jóvenes hoy en la Argentina? 

Borges: Bueno, cuando llegué aquí me hablaron de ideas generales. Creo que “los jóvenes” es demasiado general. Además ¿qué podría yo saber de ellos? Enseñé literatura inglesa y americana durante veinte años aquí, y di cuatro cuatrimestres de literatura argentina en Texas, en Cambridge, Massachusetts, en Michigan, y en Bloomington, Indiana. Tuve ocasión de conversar con muchos jóvenes y tengo la mejor impresión de ellos. Claro, yo trataba no de enseñarles literatura argentina o literatura inglesa sino el amor de esas literaturas o el amor de tales escritores o de tales libros. No algo tan vago como “literatura inglesa,” pero el amor a ciertos libros, sí. Siempre en la primera clase les decía: “La literatura inglesa es riquísima y sería muy raro que no incluyera un sólo autor que haya escrito algo para Ud.”, y efectivamente lo encontraban. Y hace unos meses, me ocurrió algo muy grato, uno de los acontecimientos más felices de mi vida, yo iba caminando por la calle Maipú y me detuvo un desconocido, y me dijo “Quiero agradecerle algo, Borges”, y yo le dije “¿Qué, señor?” y él me dijo “Ud. me ha hecho conocer a Robert Louis Stevenson”, y en aquel momento me sentí justificado, al haber hecho que se conocieran esas dos personas de distinta época, ya que Stevenson murió en 1894 y el que me hablaba era un hombre de este siglo. Pensé no he enseñado en vano algo tan vago como “literatura inglesa”, ya que les he enseñado el amor de un individuo tan querible y tan espléndido escritor como era Stevenson. 

Pregunta: Sr. Borges, en función de las esperanzas y las expectativas que Ud. tenía cuando joven ¿se siente satisfecho con lo que ha vivido y ha alcanzado? ¿Qué consejo le diría hoy a un joven que tiene todo por delante?

Borges: Bueno, mi padre me dio un consejo, creo que puedo repetir sus palabras: me dijo que leyera mucho, que sólo escribiera cuando sintiera una necesidad íntima de hacerlo. Y que no me apresurara a publicar. Ahora acerca de eso, recuerdo a Emily Dickinson, creía que la publicación no es parte esencial del destino de un escritor. Cuando murió encontraron que los cajones en su casa estaban llenos de manuscritos y ahora es famosa en todo el mundo. En estos momentos Silvina Ocampo está vertiendo sus textos al castellano. Desde luego, no proponerse algo, elegir un tema es un error, hay que dejar que los temas lo elijan a uno. Al principio hay que desoírlos, pero después, si el tema insiste, entonces uno se resigna y lo escribe. Yo le pregunté a Alfonso Reyes por qué publicamos lo que escribimos. Él me dijo: “Yo comparto su perplejidad y he optado por una solución”. “¿Y cuál es?” le dije yo. Y me dijo: “Publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores.” Creo que tenía razón. La prueba está en que yo publico un libro yo no leo lo que se escribe sobre ese libro. A partir de los treinta años no he leído una línea escrita sobre mí. Hay bibliotecas enteras, hay tesis, en fin, yo no he hecho nada para que ello ocurra. Yo publico un libro, no sé si se vende o no. Eso le puede interesarle a los editores, a los libreros, no ciertamente al autor, por lo menos no en este país. De modo que yo publico un libro para cambiar de tema, digamos; una vez publicado el libro, bueno, allá él. Como decía Ovidio: “Irás libro a la ciudad”. El libro ya es un ser independiente que tiene que vivir su vida más allá de mi vida personal que fue la ocasión de escribir ese libro. 

Pregunta: Con respecto a la primera parte de mi pregunta, ¿se encuentra Ud. satisfecho con lo que ha logrado, con lo que ha obtenido en esta vida respecto de su expectativa y esperanza que tenía en un comienzo? 

Borges: Bueno, yo al principio tenía la esperanza de ser el hombre invisible de Wells, en ese sentido he fracasado. En muchos países del mundo lo soy. En Suiza por ejemplo –que quiero tanto–, en Suiza conozco al doctor Simón Jichlinski, médico en un barrio pobre de (…) o de Plain Palais; conozco al dueño del hotel, conozco a dos libreros, nadie me conoce y yo no conozco a nadie más, y me siento bastante feliz. En cuanto a lo que he escrito no lo sé, porque no lo he releído tampoco salvo para corregir las pruebas. Pero quizás haya algún cuento que esté bien, por ahí. A veces me leen algo y yo digo “qué lindo” y me dicen “caramba, es suyo”, pero digo yo, ya es de otros, ya que yo no lo recuerdo. Vale la pena vivir, a pesar de los males físicos, del Estado, de la política, de la situación económica en este momento. Con todo, como decía Chesterton: “Haber visto el cielo, estar de pie sobre la tierra, haber estado enamorado,” eso ya es mucho. Uno debe agradecer esas cosas aunque desde luego tenga que pagarlas con toda clase de males. En cuanto a la ceguera, la ceguera brusca puede ser terrible, pero en mi caso la ceguera ha sido como un lento crepúsculo. Y ya que digo crepúsculo, voy a recordar como siempre algo que leí en las Confesiones de un autor inglés, De Quincey, él dice que él había leído en algún texto rabínico que los judíos tenían dos nombres para los dos crepúsculos del día, crepúsculo de la mañana y de la noche: y que uno era el “crepúsculo de la paloma” (es el alba) y otro, la hora del poniente, el “crepúsculo del cuervo”. Dos pájaros unidos al Génesis, y queda muy bien. “Penumbra de la paloma” queda muy bien, y “penumbra del cuervo” también. ¡Dos hermosas metáforas! Pero estoy divagando, como siempre. Tienen que sujetarme ustedes un poco, ¿no? 

Pregunta: Ud. es un gran lector… 

Borges: Bueno, no, he releído mucho. Ahora soy un agradecido lector de Enciclopedias, el mejor género para un hombre ocioso y curioso como yo. He recibido hace poco la Treccani de Italia, que no he abierto aún, en fin, parece inagotable. Tengo la Enciclopedia europea de Garzanti, excelente también, y tengo una vieja edición de la Británica del año 1911, un libro hecho para la lectura, no para la consulta –muy superior a la Enciclopedia Británica actual, que está hecha para la consulta–, en cambio la otra no, tenía largos artículos de Macaulay, de Bernard Shaw, había de De Quincey también, de Arnold, y luego de especialistas, un artículo de (…) sobre la arquitectura china y un artículo de no sé quien sobre literatura persa. En fin, un libro hecho para la lectura.
Yo era muy tímido, yo no me atrevía a pedir libros en la Biblioteca nacional, de modo que yo sacaba del estante un volumen de la Enciclopedia Británica. Recuerdo una noche que fue especialmente generosa conmigo, porque esa noche me dio tres textos: sobre Dreisden, sobre los drusos y sobre los druidas, todos con “dr”. Tuve mucha suerte esa noche, ahora sé algo de los drusos y de los druidas, y algo de Dreisden también, desde luego. Otras noches fueron menos generosas, menos afortunadas. Pero Ud. iba a decir algo, Ud. empezó diciendo que yo era un gran lector. Es falso que yo sea un gran lector. He leído poco pero he releído mucho, he leído “en profundidad”, como se dice ahora. 

Pregunta: ¿Cuán cierta es aquella ironía que dice que “la originalidad es el arte de ocultar las fuentes”? 

Borges: No sé quién dijo eso, pero ¿por qué ocultar las fuentes? ¿Por qué no agradecer las fuentes? Además la cultura consiste en eso, en saber que heredamos una larga tradición, tenemos que ser dignos de esa tradición, además rebelarse contra algo es un modo de continuar la tradición. Wordsworth pensaba muy mal de Pope. Luego recuerdo haber leído escritores ulteriores, por ejemplo Eliot, que pensaba mal de Wordsworth. Ahora los tres son parte de la historia de la literatura y conviven. Creo que quizás sea necesario rebelarse y luego a la larga todos seremos clásicos o seremos olvidados. Recuerdo cuando yo era joven todos queríamos ser Lugones, creíamos que escribir bien era a la manera de Lugones; y ahora hemos descubierto que el modo de escribir de Lugones es uno de los tantos modos de escribir bien o mal la lengua castellana. Pero no es el único, ciertamente. No, ocultar las fuentes me parece un error. Pero si ya el idioma es una tradición, cada idioma es una tradición, cada idioma es un modo de sentir el mundo. Por eso hay palabras que no se dan en otros idiomas (…). Si Ud. dice en castellano por ejemplo “estaba sentadita” yo no creo que Ud. pueda decir eso en otro idioma porque hay cierta ternura en la frase, en la palabra “sentadita” que no se da. Bueno solita sí, en inglés era all alone, en Francia era seulette (pero seulette se ha perdido creo, tout seule, tal vez). Pero hay cierto matiz de ternura en “solita” que no está en tout seule, all alone, o allein en alemán, no es lo mismo. Creo que la diferencia entre nuestro castellano y el castellano de España o el de Venezuela está menos en el vocabulario que en la connotación de las palabras, en cierta ternura e ironía que no hay aquí. Si acá decimos “desbarrancarse” no pasa nada; en cambio me dijo Alfonso Reyes que en México la idea del jinete que se desbarranca es terrible, como de hecho lo es. Bueno esa sería una diferencia, entre tantas otras. Además, los ambientes de las palabras cambian. Ahora “gaucho” es una palabra elogiosa, pero para mi madre decir “gaucho” era decir “es un rústico”. Bueno, como “guaso”, el nombre del gaucho en Chile: aquí quiere decir torpe o rústico en el mal sentido de la palabra –es un “guaso”. En Chile no, “guaso” tiene un sentido distinto. Para la poesía los ambientes y las cadencias son más importantes que el sentido estricto, que el sentido lógico de las palabras. 

Pregunta: ¿Cómo definiría Ud. el concepto de acción humana? Yo le pediría si hiciera un borrador de poesía y pensara en forma poética el concepto de acción humana. 

Borges: Es demasiado abstracto para la poesía ese concepto, demasiado general, yo no podría hacer nada con un tema tan vago como ese. Salvo que por “humano” se entienda bondadoso, o generoso, pero no sé si humano es eso. Si decimos “humano, demasiado humano” no le damos ese sentido. No, yo no puedo contestar una pregunta tan abstracta como esa. 

Pregunta: ¿Por qué el hombre actúa? 

Borges: ¿Cómo? Preguntar eso es como preguntarnos por qué existe el hombre, por qué el universo. Tenemos que actuar, ¿qué otra cosa nos queda? Por ejemplo, a mí ¿qué otra cosa me queda sino soñar, premeditar, escribir, eventualmente publicar? No me queda otra cosa. Sin embargo, espero tantas cosas de la vida. Al cabo de un día, siquiera por un momento, me he sentido muy, muy feliz. Hay que fomentar la felicidad, creo. Cuando yo era joven yo quería ser Hamlet, o (…), o Byron, o Baudelaire, o Poe, o un personaje así, interesante y desdichado. Ahora no, ahora trato de llenar el día, lo que es mucho ya, desde luego. En este momento, por ejemplo, siento la amistad de ustedes, siento esa cóncava amistad de todos ustedes, y sí, puedo decir que me siento feliz. Luego estaré en casa y estaré un poco solo, pero trataré de recordar esta compartida tarde. 

Pregunta: En uno de sus cuentos dice que no podía concebir el mundo sin el Quijote de Cervantes. ¿El paso de los años le ha hecho cambiar esa opinión? 

Borges: Bueno, me gustaría no perder la segunda parte del Quijote. La primera es percances físicos, esa sí la pierdo; el primer capítulo es tan abominable. No, ¿además para qué perder algo? Tratemos de conservar lo poco que tenemos. ¿Por qué no lo precioso de la segunda parte del Quijote? No sé si se ha insistido en el hecho de que las dos partes son esencialmente distintas, ya que en la primera Alonso Quijano es un intruso, Alonso Quijano llega y tiene que sobrellevar una España hostil: recibe palizas, insultos, improperios. En cambio en la segunda parte han pasado diez años, y España entera está esperándolo, España se hace cómplice de su locura (pensemos en Roldán, pensemos en los duques…). Por eso es tan terrible el último capítulo cuando Quijote, a pesar de haber sido alentado por toda España –que ha leído la primera parte del libro–, se da cuenta de que no ha sido nunca Don Quijote, de que él es realmente Alonso Quijano. Por eso es tan terrible su muerte, el hecho de que se arrepienta de esa locura: no muere –como decía Almafuerte, en la ley de su locura, que es lo que uno hubiera querido, que muriera creyendo que era Quijote. Al final se resigna a haber soñado el Quijote, a haber sido todo el tiempo Alonso Quijano el bueno. Por eso es tan patético el último capítulo. 

Pregunta: ¿Qué es la realidad para Borges? 

Borges: Y yo diría que todo. Sería absurdo suponer que lo que yo soñé anoche y yo he olvidado, es menos real que lo se publica en los diarios. La realidad sería la suma de todo. Si Dios existe, entonces Dios está, todo eso se almacena en lo que yo llamé su “profética memoria”, ya que abarca el futuro también. Todo es real, hasta los males, por ejemplo, la despareja distribución de los bienes espirituales y materiales, la división del planeta en países, la política, las instituciones, todo eso me parece horrible a mí, pero sin embargo forman parte de la realidad y ahí están. (…) Sobre todo la música. Soy indigno de la música: si oigo blues, spirituals, Stravinsky, Gershwin, Brahms, me siento feliz, pero si no soy indigno de la música. Pero tengo algún oído para lo que yo he llamado word music –música verbal– eso sí, yo sé si una sentencia está bien o mal medida, yo sé –aun en el caso del alemán– si un verso es bueno o malo. Me contento con esa poesía, que quizás sea muy inferior a la música, el arte por excelencia. Walter Pater dijo que todas las artes aspiran a la condición de la música, quizás porque el fondo y la forma sean lo mismo, una sola cosa. Pero en fin, yo estoy limitado a ese otro mundo de la música verbal, que no es tan pobre tampoco, es inagotable como todos los mundos, como todas las realidades. 

Pregunta: ¿Qué es la justicia para Jorge Luis Borges? 

Borges: ¿Estamos rodeados de abogados aquí, no? Voy a repetir una frase de Almafuerte, bastante melancólica, Uds. sin duda la saben de memoria: “Sólo pide justicia, pero será mejor que no pidas nada.” Es demasiado pedir justicia. En todo caso es deseable la justicia, aunque yo no querría ejercerla, desde luego. Soy un hombre muy haragán e irresponsable; que otros lo hagan, no yo. 

Pregunta: Señor Borges, ¿el lunfardo se está extinguiendo o sigue vital? 

Borges: ¡Seamos optimistas y digamos que no existió nunca! Conozco autores de letras de tango, la frase “una mosaica disquera que ayudaba la quimera”, nos volvemos locos, ya que nadie habla así. Soy amigo de muchos payadores y todos ellos tienen más bien un lenguaje altisonante, el lunfardo les parece quizás demasiado casero. Me acuerdo una noche entramos a un almacén en la calle Canning, Carlos Mastronardi y yo. Había un individuo con una guitarra –algo no tan raro entonces– cantando estos versos que no quieren decir nada, pero que están bien medidos y son eufóricos: “siéntese con eminencia / en el sillón soberano / si se sienta su presencia / se habrá sentado lo humano.” Esto no dice absolutamente nada, pero son dos octosílabos bien medidos y que riman, para qué pedirle un sentido, además. 

Pregunta: ¿Por qué dijo al principio de la charla que no le gusta lo que escribe? 

Borges: Bueno, porque si lo leo demasiadas veces me doy cuenta de que no vale la pena publicarlo, y tengo un compromiso con alguna publicación. Además, prefiero leer lo que escriben otros, desde luego, por el elemento de sorpresa. Lo que yo escribo se alimenta de lo que he leído, naturalmente, ya que la imaginación trabaja con la memoria, no hay otro modo de que trabaje. Y a veces la imaginación mejora la cita también, [alguien] dijo que en el caso de Shakespeare era mejor no verificar las citas, uno se siente defraudado siempre. Puede ser, pero el hecho de que un texto sea capaz de darnos buen material para la memoria, una buena arcilla para la memoria, ya es un mérito. 

Pregunta: Borges ¿una sociedad por la que valdría la pena tener esperanzas sería una sociedad sin división en naciones, sin Estado? 

Borges: ¡Desde luego! Eso fue soñado por los estoicos, que acuñaron el escandaloso neologismo “cosmopolita” en una época donde la gente se definía por su ciudad. Pitágoras de Samos, Heráclito de Éfeso, Zenón de Elea, etc., decían que ellos querían ser ciudadanos del universo y escandalizaron a todo el mundo. No hemos llegado todavía; pero quizás nos acerquemos por medio de los imperios, también, puede ser un camino, sin proponérselo desde luego y sin quererlo. Quizás las cosas se hagan así, siempre, más allá de las voluntades que las ejecutan. Además en este siglo ha habido un hecho que pertenece a toda la humanidad, que es el haber llegado a la luna. Pocos días después de la hazaña fue a verme un señor que era Agregado Cultural de la Embajada Soviética, y él me dijo “Ha sido la noche más feliz de mi vida, hemos llegado a la luna”, y le dije “Tiene razón, cada uno de nosotros ha llegado de algún modo a la luna.” A él no le importaba el hecho de que quienes hubieran ejecutado aquello hubieran nacido en América y no en la Unión Soviética, se dio cuenta de que ello era casual, de que no tenía mayor importancia. Creo que todos nos sentimos orgullosos y nos sentimos más felices esa noche, por lo que habíamos hecho. Y curiosamente, Verne y Wells creían que era imposible llegar a la luna. Porque Wells se jactó de que en sus novelas lo fantástico no era profético (como sucede con el caso de Jules Verne, se han realizado casi todas las cosas profetizadas por él). Wells dijo “no, no habrá hombres invisibles, no habrá máquinas para viajar al pasado, no se llegará a la luna”, y sin embargo en el mismo siglo en que decía esas cosas ha ocurrido uno de esos milagros. ¿Por qué no suponer otros, y por qué no alegrarnos de otros milagros futuros y no del todo inverosímiles? Además eso podría ayudar a unir a toda la humanidad, una empresa planetaria como esa, que no sería de agresión contra nadie. 

Benegas Lynch: Bueno Sr. Borges, muchas gracias por su tiempo.


Número 62-63 | Mayo-Octubre 2015 | pp. 207-229
Conversación entre Borges y público asistente
Auditorio de Eseade, Buenos Aires, 23 de septiembre de 1985
Premio Salón Nacional del Ministerio de Cultura y Educación de la Nación


6/7/16

Jorge Luis Borges: Islandia







Qué dicha para todos los hombres,
Islandia de los mares, que existas.
Islandia de la nieve silenciosa y del agua ferviente.
Islandia de la noche que se aboveda
sobre la vigilia y el sueño.
Isla del día blanco que regresa,
joven y mortal como Baldr.
Fría rosa, isla secreta
que fuiste la memoria de Germania
y salvaste para nosotros
su apagada, enterrada mitología,
el anillo que engendra nueve anillos,
los altos lobos de la selva de hierro
que devorarán la luna y el sol,
la nave que Alguien o Algo construye
con uñas de los muertos.
Islandia de los cráteres que esperan,
y de las tranquilas majadas.
Islandia de las tardes inmóviles
y de los hombres fuertes
que son ahora marineros y barqueros y párrocos
y que ayer descubrieron un continente.
Isla de los caballos de larga crin
que engendran sobre el pasto y la lava,
isla del agua llena de monedas
y de no saciada esperanza.
Islandia de la espada y de la runa,
Islandia de la gran memoria cóncava
que no es una nostalgia.



En Historia de la noche (1977)
Foto: Borges por Fabián Pittroff expuesta 
en Centro Cultural Jorge Luis Borges, junio 2007




5/7/16

Jorge Luis Borges: Historia de la Eternidad [Prólogo]






Poco diré de la singular Historia de la eternidad que da nombre a estas páginas. En el principio hablo de la filosofía platónica; en un trabajo que aspiraba al rigor cronológico, más razonable hubiera sido partir de los hexámetros de Parménides («no ha sido nunca ni será, porque es»). No sé cómo pude comparar a «inmóviles piezas de museo» las formas de Platón y cómo no sentí, leyendo a Schopenhauer y al Erígena, que éstas son vivas, poderosas y orgánicas. El movimiento, ocupación de sitios distintos en instantes distintos, es inconcebible sin tiempo; asimismo lo es la inmovilidad, ocupación de un mismo lugar en distintos puntos del tiempo. ¿Cómo pude no sentir que la eternidad, anhelada con amor por tantos poetas, es un artificio espléndido que nos libra, siquiera de manera fugaz, de la intolerable opresión de lo sucesivo?

  Dos artículos he agregado que complementan o rectifican el texto: La metáfora, de 1952, El tiempo circular, de 1943.

  El improbable y acaso inexistente lector a quien le interesen Las kenningar puede interrogar el manual Literaturas germánicas medievales, que escribí con María Esther Vázquez. Quiero no omitir la mención de dos aplicadas monografías: Die Kenningar der Skalden, Leipzig, 1921, de Rudolf Meissner y Die Altenglischen Kenningar, Hale, 1938, de Herta Marquardt.

  El acercamiento a Almotásim es de 1935; he leído hace poco The Sacred Found (1901), cuyo argumento general es tal vez análogo. El narrador, en la delicada novela de James, indaga si en B influyen A o C; en El acercamiento a Almotásim, presiente o adivina a través de B la remotísima existencia de Z, a quien B no conoce.

  El mérito o la culpa de la resurrección de estas páginas no tocará por cierto a mi karma, sino al de mi generoso y tenaz amigo José Edmundo Clemente.


En Historia de la Eternidad (1936, 1953)
Retrato de Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 1985


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