7/6/15

Jorge Luis Borges en su voz: Cuarteta









Murieron otros, pero ello aconteció en el pasado, 
que es la estación (nadie lo ignora) más propicia a la muerte. 
¿Es posible que yo, súbdito de Yaqub Almansur, 
muera como tuvieron que morir las rosas y Aristóteles?

Del Diván de Almotásim el Magrebí (siglo XII).





En El Hacedor (1960)
Foto: Borges en el Colegio Bayard
Buenos Aires, ca. 1970, vía


6/6/15

Jorge Luis Borges: Yo (bilingüe)





Borges stands for all the things I hate. He stands for publicity, for being photographed, for having interviews, for politics, for opinions —all opinions are despicable I should say. He also stands for those two nonentities, those two imposters failure and success, or, as he called them where we can meet with triumph and disaster and treat those two imposters just the same. He deals in those things. While I, let us say (…), I stands not for the public man but for the private self, for reality, since these other things are unreal to me.
The real things are feeling, dreaming, writing —as to publishing, that belongs, I think, to Borges, not to the I. Those things should he avoided. Of course I know that the ego has been denied by many philosophers. For example, by David Flume, by Schopenhauer, by Moore, by Macedonio Fernández, by Frances Herbert Bradley. And yet I think we may think of it as a thing. And now it comes to me that I am being helped at this moment by no less a person than William Shakespeare.
Remember Sergeant Parolles. Sergeant Parolles was a miles gloriosus, a coward.
He was degraded. People found out that he wasn’t really a brave man. And then Shakespeare came to his aid, and Sergeant Parolles said: «Captain Fll be no longer, simply the thing I am shall make me live, the thing I am.»
And that of course reminds us of the great Words of God: «I am that I am». Ego sum qui sum. Well, you may think I stand simply for the thing I am, that intimate and secret thing. Perhaps one day I will find out who he is, rather than what he is.

Barnstone, 1982

Borges representa todas las cosas que odio. Representa la publicidad, las fotos, las entrevistas, la política, las opiniones —todas las opiniones son despreciables, diría yo. También representa esas dos naderías, esas dos imposturas, el fracaso y el éxito, o, como él dice, donde podemos encontrarnos con el triunfo o la derrota y tratar esas dos imposturas de la misma manera. Él se dedica a eso, mientras que yo, digamos, yo represento, no el hombre público, sino el ser particular, la realidad, pues esas otras cosas son irreales para mí. 
Lo real es sentir, soñar, escribir —lo de publicar, eso pertenece, creo, a Borges, no al yo. Habría que prescindir de eso. Por supuesto, sé que el ego ha sido negado por numerosos filósofos. Por ejemplo, por David Hume, por Schopenhauer, por Moore, por Macedonio Fernández, por Francés Herbert Bradley. Creo, sin embargo, que podemos considerarlo como una cosa. Y ahora se me ocurre que cuento con la ayuda en este momento nada menos que de alguien como William Shakespeare. 
Recordemos al sargento Parolles. El sargento Parolles es un miles gloriosus, un cobarde. 
Es degradado. Se descubre que no es en realidad un valiente. Y entonces Shakespeare acude en su defensa, y el sargento Parolles dice: «Ya no seré nunca más capitán, simplemente la cosa que soy me hará vivir, la cosa que soy.» 
Y eso, desde luego, nos recuerda las famosas palabras de Dios: «Yo soy el que soy». Ego sum qui sum. Pues bien, pensemos que represento simplemente la cosa que soy, esa íntima y secreta cosa. Quizá algún día descubriré quién es, mejor dicho qué es.

Traducción A. Fernández Ferrer



En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988 
Cfr: Barnstone, Willis (ed.): Borges at eighty. Conversations
Bloomington, Indiana University Press, 1982
Foto: Willis Barnstone with Borges on an ordinary evening in Bs. As., 1975



5/6/15

Jorge Luis Borges: A Manuel Mujica Láinez







Isaac Luria declara que la eterna Escritura
tiene tantos sentidos como lectores. Cada
versión es verdadera y ha sido prefijada
por Quien es el lector, el libro y la lectura.
Tu versión de la patria, con sus fastos y brillos,
entra en mi vaga sombra como si entrara el día
y la oda se burla de la Oda. (La mía
no es más que una nostalgia de ignorantes cuchillos
y de viejo coraje.) Ya se estremece el Canto,
ya, apenas contenidas por la prisión del verso,
surgen las muchedumbres del futuro y diverso
reino que será tuyo, su júbilo y su llanto.
Manuel Mujica Láinez, alguna vez tuvimos
una patria -¿recuerdas?- y los dos la perdimos.


                                                                                            1974


En La moneda de hierro (1976)
Foto: Borges, Sábato y Mujica Láinez
Archivo La Nación vía


4/6/15

Jorge Luis Borges: Una vindicación del falso Basílides






Hacia 1905, yo sabía que las páginas omniscientes (de A a All) del primer volumen del Diccionario enciclopédico hispano-americano de Montaner y Simón, incluían un breve y alarmante dibujo de una especie de rey, con perfilada cabeza de gallo, torso viril con brazos abiertos que gobernaban un escudo y un látigo, y lo demás una mera cola enrosca da que le servía de tronco. Hacia 1916, leí esta oscura enumeración de Quevedo: Estaba el maldito Basílides heresiarca. Estaba Nicolás antioqueno, Carpócrates y Cerintho y el infame Ebión. Vino luego Valentino, el que dio par principio de todo, el mar y el silencio. Hacia 1923, recorrí en Ginebra no sé qué libro heresiológico en alemán, y supe que el aciago dibujo representaba cierto dios misceláneo, que había horriblemente venerado el mismo Basílides. Supe también qué hombres desesperados y admirables fueron los gnósticos, y conocí sus especulaciones ardientes. Más adelante pude interrogar los libros especiales de Mead (en la versión alemana: Fragmente eines versdwllenen Glaubens, 1902) y de Wolfgang Schultz (Dokumente der Gnosis, 1910) y los artículos de Wilhelm Bousset en la Encyclopaedia Britannica. Hoy me he propuesto resumir e ilustrar una de sus cosmogonías: la de Basílides heresiarca, precisamente. Sigo en un todo la notificación de Ireneo. Me consta que muchos la invalidan, pero sospecho que esta desordenada revisión de sueños difuntos puede admitir también la de un sueño que no sabemos si habitó en soñador alguno. La herejía basilidiana, por otra parte, es la de configuración más sencilla. Nació en Alejandría, dicen que a los cien años de la cruz, dicen que entre los sirios y griegos. La teología, entonces, era una pasión popular.
En el principio de la cosmogonía de Basílides hay un Dios. Esta divinidad carece majestuosamente de nombre, así como de origen; de ahí su aproximada nominación de pater innatus. Su medio es el pleroma o la plenitud: el inconcebible museo de los arquetipos platónicos, de las esencias inteligibles, de los universales. Es un Dios inmutable, pero de su reposo emanaron siete divinidades subalternas que, condescendiendo a la acción, dotaron y presidieron un primer cielo. De esta primera corona demiúrgica procedió una segunda, también con ángeles, potestades y tronos, y éstos fundaron otro cielo más bajo, que era el duplicado simétrico del inicial. Este segundo cónclave se vio reproducido en uno terciario, y éste en otro inferior, y de este modo hasta 365. El señor del cielo del fondo es el de la Escritura, y su fracción de divinidad tiende a cero. Él y sus ángeles fundaron este cielo visible, amasaron la tierra inmaterial que estamos pisando y se la repartieron después. El razonable olvido ha borrado las precisas fábulas que esta cosmogonía atribuyó al origen del hombre, pero el ejemplo de otras imaginaciones coetáneas nos permite salvar esa omisión, siquiera en forma vaga y conjetural. En el fragmento publicado por Hilgenfeld, la tiniebla y la luz habían coexistido siempre, ignorándose, y cuando se vieron al fin, la luz apenas miró y se dio vuelta, pero la enamorada oscuridad se apoderó de su reflejo o recuerdo, y ése fue el principio del hombre. En el análogo sistema de Satornilo, el cielo les depara a los ángeles obradores una momentánea visión, y el hombre es fabricado a su imagen, pero se arrastra por el suelo como una víbora, hasta que el apiadado Señor le trasmite una centella de su poder. Lo común a esas narraciones es lo que importa: nuestra temeraria o culpable improvisación por una divinidad deficiente, con material ingrato. Vuelvo a la historia de Basílides. Removida por los ángeles onerosos del dios hebreo, la baja humanidad mereció la lástima del Dios intemporal, que le destinó un redentor. Éste debió asumir un cuerpo ilusorio, pues la carne degrada. Su impasible fantasma colgó públicamente en la cruz, pero el Cristo esencial atravesó los cielos superpuestos y se restituyó al pleroma. Los atravesó indemne, pues conocía el nombre secreto de sus divinidades. Y los que saben la verdad de esta historia, concluye la profesión de fe trasladada por Ireneo, se sabrán libres del poder de los príncipes que han edificado este mundo. Cada cielo tiene su propio nombre y lo mismo cada ángel y señor y cada potestad de ese cielo. El que sepa sus nombres incomparables los atravesará invisible y seguro, igual que el redentor. Y como el Hijo no fue reconocido por nadie, tampoco el gnóstico. Y estos misterios no deberán ser pronunciados, sino guardados en silencio. Conoce a todos, que nadie te conozca.
La cosmogonía numérica del principio ha degenerado hacia el fin en magia numérica, 365 pisos de cielo, a siete potestades por cielo, requieren la improbable retención de 2.555 amuletos orales: idioma que los años redujeron al precioso nombre del redentor, que es Caulacau, y al del inmóvil Dios, que es Abraxas. La salvación, para esta desengañada herejía, es un esfuerzo mnemotécnico de los muertos, así como el tormento del salvador es una ilusión óptica —dos simulacros que misteriosamente condicen con la precaria realidad de su mundo.
Escarnecer la vana multiplicación de ángeles nominales y de reflejados cielos simétricos de esa cosmogonía, no es del todo difícil. El principio taxativo de Occam: Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem, podría serle aplicado —arrasándola. Por mi parte, creo anacrónico o inútil ese rigor. La buena conversión de esos pesados símbolos vacilantes es lo que importa. Dos intenciones veo en ellos: la primera es un lugar común de la crítica; la segunda —que no presumo erigir en descubrimiento— no ha sido recalcada hasta hoy. Empiezo por la más ostensible. Es la de resolver sin escándalo el problema del mal, mediante la hipotética inserción de una serie gradual de divinidades entre el no menos hipotético Dios y la realidad. En el sistema examinado, esas derivaciones de Dios decrecen y se abaten a medida que se van alejando, hasta fondear en los abominables poderes que borrajearon con adverso material a los hombres. En el de Valentino —que no dio por principio de todo, el mar y el silencio—, una diosa caída (Achamoth) tiene con una sombra dos hijos, que son el fundador del mundo y el diablo. A Simón el Mago le achacan una exasperación de esa historia: el haber rescatado a Elena de Troya, antes hija primera de Dios y luego condenada por los ángeles a trasmigraciones dolorosas, de un lupanar de marineros en Tiro. [5] Los treinta y tres años humanos de Jesucristo y su anochecer en la cruz no eran suficiente expiación para los duros gnósticos.
Falta considerar el otro sentido de esas invenciones oscuras. La vertiginosa torre de cielos de la herejía basilidiana, la proliferación de sus ángeles, la sombra planetaria de los demiurgos trastornando la tierra, la maquinación de los círculos inferiores contra el pleroma, la densa población, siquiera inconcebible o nominal, de esa vasta mitología, miran también a la disminución de este mundo. No nuestro mal, sino nuestra central insignificancia, es predicada en ellas. Como en los caudalosos ponientes de la llanura, el cielo es apasionado y monumental y la tierra es pobre. Ésa es la justificadora intención de la cosmogonía melodramática de Valentino, que devana un infinito argumento de dos hermanos sobrenaturales que se reconocen, de una mujer caída, de una burlada intriga poderosa de los ángeles malos y de un casamiento final. En ese melodrama o folletín, la creación de este mundo es un mero aparte. Admirable idea: el mundo imaginado como un proceso esencialmente fútil, como un reflejo lateral y perdido de viejos episodios celestes. La creación como hecho casual.
El proyecto fue heroico; el sentimiento religioso ortodoxo y la teología repudian esa posibilidad con escándalo. La creación primera, para ellos, es acto libre y necesario de Dios. El universo, según deja entender San Agustín, no comenzó en el tiempo, sino simultáneamente con él —juicio que niega toda prioridad del Creador. Strauss da por ilusoria la hipótesis de un momento inicial, pues éste contaminaría de temporalidad no sólo a los instantes ulteriores, sino también a la eternidad "precedente".
Durante los primeros siglos de nuestra era, los gnósticos disputaron con los cristianos. Fueron aniquilados, pero nos podemos representar su victoria posible. De haber triunfado Alejandría y no Roma, las estrambóticas y turbias historias que he resumido aquí serían coherentes, majestuosas y cotidianas. Sentencias como la de Novalis: La vida es una enfermedad del espíritu,[6] o la desesperada de Rimbaud: La verdadera vida está ausente; no estamos en el mundo, fulminarían en los libros canónicos. Especulaciones como la desechada de Richter sobre el origen estelar de la vida y su casual diseminación en este planeta, conocerían el asenso incondicional de los laboratorios piadosos. En todo caso, ¿qué mejor don que ser insignificantes podemos esperar, qué mayor gloria para un Dios que la de ser absuelto del mundo?

1931


Notas


[5] Elena, hija dolorosa de Dios. Esa divina filiación no agota los contactos de su leyenda con la de Jesucristo. A éste le asignaron los de Basílides un cuerpo insustancial; de la trágica reina se pretendió que sólo su eidolon o simulacro fue arrebatado a Troya. Un hermoso espectro nos redimió; otro cundió en batallas y Homero. Véase, para este docetismo de Elena, el Fedro de Platón y el libro Adventures among Books de Andrew Lang, páginas 237-248.
[6] Ese dictamen —Leben ist eine Krankheit des Gastes, ein leidemchaftliches Tun— debe su difusión a Carlyle, que lo destacó en su famoso articulo de la Foreign Review, 1829. No coincidencias momentáneas, sino un redescubrimiento esencial de las agonías y de las luces del gnosticismo, es el de los Libras proféticos de William Blake.



En Discusión (1932)
Foto: Borges por Sameer Makarios


3/6/15

Jorge Luis Borges: Isidoro Acevedo








Es verdad que lo ignoro todo sobre él
-salvo los nombres de lugar y las fechas:
fraudes de la palabra-
pero con temerosa piedad he rescatado su último día,
no el que los otros vieron, el suyo,
y quiero distraerme de mi destino para escribirlo.
Adicto a la conversación porteña [al diálogo ladino]* del truco,
[alsinista]* y nacido del buen lado del Arroyo del Medio,
comisario de frutos del país en el mercado antiguo del Once,
comisario de la tercera,
se batió cuando Buenos Aires lo quiso
en Cepeda, en Pavón y en la playa de los Corrales.
Pero mi voz no debe asumir sus batallas,
porque él se las llevó en un sueño esencial [final]*.
Porque lo mismo que otros hombres escriben versos,
hizo mi abuelo un sueño.
Cuando una congestión pulmonar lo estaba arrasando
y la inventiva fiebre le falseó la cara del día,
congregó los archivos de su memoria
para fraguar su sueño.
Esto aconteció en una casa de la calle Serrano,
en el verano ardido del novecientos cinco.
Soñó con dos ejércitos
que entraban en la sombra de una batalla;
enumeró los comandos, las banderas, las unidades.
"Ahora están parlamentando los jefes", dijo en voz que le oyeron
y quiso incorporarse para verlos.
Hizo leva de pampa:
vio terreno quebrado para que pudiera aferrarse la infantería
y llanura resuelta para que el tirón de la caballería fuera invencible.
Hizo una leva última,
congregó los miles de rostros que el hombre sabe, sin saber,
después de los años:
caras de barba que se estarán desvaneciendo en daguerrotipos,
caras que vivieron junto a la suya en el Puente Alsina y Cepeda.
Entró a saco en sus días
para esa visionaria patriada que necesitaba su fe, no que una
flaqueza le impuso;
juntó un ejército de sombras ecuestres [porteñas]*
para que lo mataran.
Así, en el dormitorio que miraba al jardín,
murió en un sueño por la patria.
En metáfora de viaje me dijeron su muerte; no la creí.
Yo era chico, yo no sabía entonces de muerte, yo era inmortal;
yo lo busqué por muchos días por los cuartos sin luz.



* Variaciones de 1969 frente a la edición original de 1929 
[palabras suprimidas o cambiadas]

En Cuaderno San Martín (1929)
Foto: Borges en el Colegio Bayard
Buenos Aires, ca. 1970, vía


2/6/15

Jorge Luis Borges: Mi último tigre








En mi vida siempre hubo tigres. Tan entretejida está la lectura con los otros hábitos de mis días que verdaderamente no sé si mi primer tigre fue el tigre de un grabado o aquel, ya muerto, cuyo terco ir y venir por la jaula yo seguía como hechizado del otro lado de los barrotes de hierro. A mi padre le gustaban las enciclopedias; yo las juzgaba, estoy seguro, por las imágenes de tigres que me ofrecían. Recuerdo ahora los de Montaner y Simón (un blanco tigre siberiano y un tigre de Bengala) y otro, cuidadosamente dibujado a pluma y saltando, en el que había algo de río. A esos tigres visuales se agregaron los tigres hechos de palabras: la famosa hoguera de Blake (Tyger, tyger, burning bright) y la definición de Chesterton: Es un emblema de terrible elegancia. Cuando leí, de niño, los Jungle Books, no dejó de apenarme que Shere Khan fuera el villano de la fábula, no el amigo del héroe. Querría recordar, y no puedo, un sinuoso tigre trazado por el pincel de un chino, que no había visto nunca un tigre, pero que sin duda había visto el arquetipo del tigre. Ese tigre platónico puede buscarse en el libro de Anita Berry, Art for Children. Se preguntará muy razonablemente ¿por qué tigres y no leopardos o jaguares? Sólo puedo contestar que las manchas me desagradan y no las rayas. Si yo escribiera leopardo en lugar de tigre el lector intuiría inmediatamente que estoy mintiendo. A esos tigres de la vista y del verbo he agregado otro que me fue revelado por nuestro amigo Cuttini, en el curioso jardín zoológico cuyo nombre es Mundo Animal y que se abstiene de prisiones.

Ese último tigre es de carne y hueso. Con evidente y aterrada felicidad llegué a ese tigre, cuya lengua lamió mi cara, cuya garra indiferente o cariñosa se demoró en mi cabeza, y que, a diferencia de sus precursores, olía y pesaba. No diré que ese tigre que me asombró es más real que los otros, ya que una encina no es más real que las formas de un sueño, pero quiero agradecer aquí a nuestro amigo, ese tigre de carne y hueso que percibieron mis sentidos esa mañana y cuya imagen vuelve como vuelven los tigres de los libros.



En Atlas (1984)
Foto: Borges con Jorge Cutini, en su Zoológico (Luján, Prov. de Buenos Aires)
Fundación Internacional Jorge Luis Borges
Otra foto en este blog



1/6/15

Jorge Luis Borges: Borges y Emir Rodríguez Monegal








En los Estados Unidos, no sé si en Yale o en Columbia, Emir me dijo que él pensaba escribir una biografía, fantástica, mía, es decir, no una biografía de lo que había ocurrido sino de lo que pudo haber ocurrido.

Y yo le dije que él podría hacerlo, mejor que yo, ya que se había pasado buena parte de su vida estudiándome, no sé porqué, a mí me parece una perversión, una manera notoria de perder el tiempo, en todo caso. Bueno, en fin. Él, sin duda, conocía lo que se ha dado en llamar mi obra, yo lo digo entre comillas, porque yo no tengo obra, solo unos cuantos borradores que se han publicado. Él se ha pasado la vida estudiándolos, leyéndolos, releyéndolos, analizándolos, inventándoles méritos que ciertamente no existen y conoce también todas las fechas de mi vida. Yo solo conozco la fecha 1899 pero tampoco la recuerdo ya que nadie puede recordar el momento de su nacimiento aunque, según los psiquiatras, el recuerdo incluye también la vida prenatal lo cual me parece excesivo. Bueno, yo le dije que podría hacerlo muy bien, dicen que lo ha hecho admirablemente. Yo no leí ese libro porque es incómodo leer un libro sobre uno, del mismo modo que es incomodo oír hablar de uno. De modo que en esta casa no hay un solo libro mío ni tampoco un libro sobre mí, salvo uno que es del todo inofensivo porque fue publicado en Japón y fue escrito en cayis, en los ideogramas chinos. De modo que yo no conozco ese libro y los que lo han leído afirman que es excelente, y tiene que ser excelente ya que se refiere no a mi, relativamente, pobre vida actual, sino a una vida imaginaria que tiene que ser mucho más rica; de modo que yo le agradezco a Emir ese libro y, además, puedo hablar de él no solo como estudioso y como escritor sino como algo mucho más importante, como amigo. Yo creo que la amistad es realmente una de las pasiones de nuestros países. Quizás la mejor; cuando Eduardo Mallea publicó un libro titulado Historia de una pasión argentina, yo decía, pero qué puede ser esa pasión, tiene que ser la amistad, ya que la amistad es lo que se siente a lo largo de nuestra literatura. Por ejemplo, en el Fausto de Estanislao del Campo, ¿qué importa la parodia de la ópera? absolutamente nada, lo que importa es la amistad de los dos aparceros. Y en el Martín Fierro, qué puede interesar la vida de un desertor y de otro, un desertor del ejército y el otro, un desertor de la policía, que misteriosamente se pone de parte del reo que viene a arrestar. Pero, sin embargo, se siente entre esos dos criminales que existe una amistad. Bueno, yo quería agregar que tendría muchas ganas de volver a ver a Emir, y agradecerle ese libro que soy indigno de leer y que quisiera estar en Montevideo, pronto, para volver a verlo.



Buenos Aires, 22 de octubre de 1985











Texto publicado como "Borges y Emir"

Entrevista a Borges extractada en Diseminario
Montevideo, XYZ, 1987, p. 117-118
Foto Selma Calasanz Rodríguez
Borges y Rodríguez Monegal en Bs. As., 1984
Portada de Borges, una biografía literaria
Emir Rodríguez Monegal, México, FCE 
Colección Tierra Firme (1987)

Fuente texto y fotos: Biblioteca Emir Rodríguez Monegal


31/5/15

Jorge Luis Borges: Repudio a la campaña antisemita (1932) *








Ciertos desagradecidos católicos —léase personas afiliadas a la Iglesia de Roma, que es una secta disidente israelita servida por un personal italiano, que atiende al público los días feriados y los domingos— quieren introducir en esta plaza una tenebrosa doctrina, de confesado origen alemán, rutenio, ruso, polonés, valaco y moldavo. Basta la sola enunciación de ese rosario lóbrego para que el alarmado argentino pueda apreciar toda la gravedad del complot. Por cierto que se trata de un producto más deletéreo y mucho menos gratuito que el dumping. Se trata —soltemos de una vez la palabra obscena— del Antisemitismo.

Quienes recomiendan su empleo, suelen culpar a los judíos, a todos, de la crucifixión de Jesús. Olvidan que su propia fe ha declarado que la cruz operó nuestra redención. Olvidan que inculpar a los judíos equivale a inculpar a los vertebrados, o aun a los mamíferos. Olvidan que cuando Jesucristo quiso ser hombre, prefirió ser judío, y que no eligió ser francés ni siquiera porteño, ni vivir en el año 1932 después de Jesucristo para suscribirse por un año a Le Roseau d’Or. Olvidan que Jesús, ciertamente, no fue un judío converso. La basílica de Luján, para Él, hubiera sido un tan indescifrable espectáculo como un calentador a gas o un antisemita…

Borrajeo con evidente prisa esta nota. En ella no quiero omitir, sin embargo, que instigar odios me parece una tristísima actividad y que hay proyectos edilicios mejores que la delicada reconstrucción, balazo a balazo, de nuestra Semana de Enero116—aunque nos quieran sobornar con la vista de la enrojecida calle Junín, hecha una sola llama.

* En semanario Mundo Israelita, Buenos Aires, Año X, Nº 481, 27 de agosto de 1932.
Y en: Diario Clarín, Suplemento Zona, Buenos Aires, 6 de abril de 2003.117


Notas

(*) En agosto de 1932, la Comisión Popular contra el Comunismo convocó a un acto en la plaza del Congreso para repudiar al comunismo. El semanario Mundo Israelita, al considerar que este mitín era un pretexto para una “campaña antisemita”, solicitó la opinión de estadistas, escritores y políticos. En el Nº 480 del 20 de agosto de 1932 opinaron Alfredo L. Palacios, Marcelo T. de Alvear, Nicolás Repetto, Ricardo Rojas, Carlos Manacorda, Aarón Spivak, Antonio Portnoy, Samuel Eichelbaum y Enrique Dickmann. En el Nº 481, junto con Borges, escribieron sobre el tema Leopoldo Lugones, José P. Tamborini y Luis Emilio Soto. (N. del E.)

116. Borges se refiere a la Semana Trágica de enero de 1919.

117. Al preparar su tesis de doctorado en historia para la Universidad de La Plata, el investigador argentino Daniel Lvovich encontró esta nota de Borges en el semanario Mundo Israelita, véase “La violenta obscenidad del Antisemitismo criollo” en Clarín, suplemento Zona, Buenos Aires, 6 de abril de 2003. (N. del E.)



Daniel Lvovich rescató el texto y lo incluyó en Nacionalismo y Antisemitismo en Argentina, 2003 


En Textos recobrados 1956-1986 (2003)

Foto: Borges en Paris 1977 © Guy Le Querrec/Magnum Photos



30/5/15

Nicolás Cócaro: Las manos de Jorge Luis Borges









Temblorosas, cautivantes, desamparadas, contradictorias. No se parecen a las de la estatua de Medicis creadas por Miguel Ángel; tampoco a las manos memoriosas de Dürer. Ni a las de Ortega y Gasset. Son manos laberínticas; una necesita de la otra; no pueden subsistir sin acercarse (así, Borges en sus conferencias; así, mientras conversa entre amigos y las apoya en el bastón).

A través de ellas, la creación le ha dado forma en el vasto universo de la literatura a muchas páginas imperecederas. Han sostenido cuchillos; han empuñado espadas, pero, por encima de este amago -un pasado irremediablemente perdido para el hombre de acción de hoy y ganado para la literatura-, sus manos son las de un escritor. Le obedecen; sumisas acatan el fatigoso trabajo de horas y horas donde se ponen a prueba los riñones, según palabras de un escritor alemán.

Contradictorias, desamparadas, cautivantes, temblorosas. Manos. Manos para la creación; para la amistad; para el saludo; para el apretón cordial en cualquier esquina de cualquier calle porteña; para el vuelo del ala recién acariciada; para retener una rosa o una gota de rocío. Manos que añoran la batalla en la pampa abierta; manos que sienten y palpitan. Un cosmos. Un mundo; un ser con sus vicisitudes; un demoníaco luchar de sueño y realidad. Manos; manos de Jorge Luis Borges.


Nicolás Cócaro
9 de junio de 1966










En Las Manos de Borges (1966)
Nicolás Cócaro et al
Ilustraciones de Elbio Fernández
Ed. Francisco A. Colombo, Bs. As.
Fuente: Archivo Borges University of Notre Dame


29/5/15

Jorge Luis Borges: Alguien soñará








¿Qué soñará el indescifrable futuro? Soñará que Alonso Quijano puede ser don Quijote sin dejar su aldea y sus libros. Soñará que una víspera de Ulises puede ser más pródiga que el poema que narra sus trabajos. Soñará generaciones humanas que no reconocerán el nombre de Ulises. Soñará sueños más precisos que la vigilia de hoy. Soñará que podremos hacer milagros y que no los haremos, porque será más real imaginarlos. Soñará mundos tan intensos que la voz de una sola de sus aves podría matarte. Soñará que el olvido y la memoria pueden ser actos voluntarios, no agresiones o dádivas del azar. Soñará que veremos con todo el cuerpo, como quería Milton desde la sombra de esos tiernos orbes, los ojos. Soñará un mundo sin la máquina y sin esa doliente máquina, el cuerpo. La vida no es un sueño pero puede llegar a ser un sueño, escribe Novalis.



En Los conjurados (1985)
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