16/3/15

Jorge Luis Borges: El alquimista







Lento en el alba un joven que han gastado
la larga reflexión y las avaras
vigilias considera ensimismado
los insomnes braseros y alquitaras.

Sabe que el oro, ese Proteo, acecha
bajo cualquier azar, como el destino;
sabe que está en el polvo del camino,
en el arco, en el brazo y en la flecha.

En su oscura visión de un ser secreto
que se oculta en el astro y en el lodo,
late aquel otro sueño de que todo
es agua, que vio Tales de Mileto.

Otra visión habrá; la de un eterno
Dios cuya ubicua faz es cada cosa,
que explicará el geométrico Spinoza
en un libro más arduo que el Averno...

En los vastos confines orientales
del azul palidecen los planetas,
el alquimista piensa en las secretas
leyes que unen planetas y metales.

Y mientras cree tocar enardecido
el oro aquél que matará la Muerte.
Dios, que sabe de alquimia, lo convierte
en polvo, en nadie, en nada y en olvido.



En El otro el mismo (1964)
Foto: Borges por Jorge Aravena Llanca


15/3/15

Jorge Luis Borges: El juego








No se miraban. En la penumbra compartida los dos estaban serios y silenciosos.
Él le había tomado la mano izquierda y le quitaba y le ponía el anillo de marfil y el anillo de plata.
Luego le tornó la mano derecha y le quitó y le puso los dos anillos de plata y el anillo de oro con piedras duras.
Ella tendía alternativamente las manos.
Esto duró algún tiempo. Fueron entrelazando los dedos y juntando las palmas.
Procedían con lenta delicadeza, como si temieran equivocarse.
No sabían que era necesario aquel juego para que determinada cosa ocurriera, en el porvenir, en determinada región.





En Historia de la noche (1977)
Foto: Sin atribución de autor 
Vía Casa Borges



14/3/15

Borges profesor. Clase 5: La «Balada de Maldon»







La «Balada de Maldon»
Poesía cristiana. El himno de Caedmon
El alfabeto rúnico
Características de las elegías anglosajonas



En la última década del siglo X ocurrió en Inglaterra un acontecimiento militar de relativa importancia, pero que la tuvo, y muy grande, para la historia de la literatura inglesa, ya que de él surgió la «Balada de Maldon», que se refiere no a una victoria sino a una derrota.77 Diríase que las derrotas son más favorables para la poesía que las victorias. Pensemos, para limitarnos a un solo ejemplo, en la famosa Chanson de Roland, que es uno de los grandes poemas de la literatura francesa y cuyo tema, según ustedes saben, fue una derrota de la retaguardia del ejército de Carlomagno por un grupo de montañeses vascuences que figuran como sarracenos en el poema.
En la Crónica anglosajona, escrita por los monjes de diversos monasterios, se lee que en la última década del siglo X, en el año novecientos noventa y tantos, no recuerdo la fecha precisa,78 un grupo de vikings noruegos comandados por el famoso rey Olaf Tryggvason desembarcó en la costa oriental de Inglaterra, y le salió al encuentro Byrhtnoth, el alcalde del pueblo. Los vikings le pidieron tributos. ¿Él cómo hizo? Se negó a pagar los tributos. Todo esto ocurrió a orillas de un río que se llama ahora Blackwater, «el agua negra». Y se libró un combate entre los vikings, que eran los primeros guerreros y navegantes de la época, y un pequeño grupo de milicianos. Los milicianos sajones fueron derrotados por los vikings, y poco después el rey de Inglaterra, que se llamaba Aethelred, y que fue apodado «el desprevenido», «el no preparado», se allanó a pagar un tributo anual a los daneses,79 y el gobierno continuó cobrándolo mucho después de que hubiera desaparecido el peligro de las invasiones vikings.
Ahora, según parece, [el poeta fue] un testigo presencial de la batalla, probablemente uno de los combatientes. Esto se deduce por la abundancia de rasgos circunstanciales. En la Edad Media no se inventaban rasgos circunstanciales. Ahora están al alcance de cualquier novelista, de cualquier periodista. Entonces la gente pensaba de otro modo: pensaba de un modo platónico, alegórico. Y la abundancia de rasgos circunstanciales que hay en la «Balada de Maldon» es una prueba segura de su carácter auténtico, o sea que nadie hubiera pensado en inventarlos. En la balada se conservan algunos rasgos de la antigua poesía épica sajona. Por ejemplo, los personajes hablan demasiado, pronuncian pequeños discursos que son algo inverosímil en medio de una batalla.
Se conservan también algunas fórmulas de la antigua epopeya. Fórmulas que ya encontramos en «Finnsburh» y en el Beowulf. Pero en general el idioma es el idioma oral y coloquial y, lo que es más importante, sentimos que todo lo que se dice en la balada es cierto. Las cosas no pudieron haber ocurrido de otro modo. Salvo que imaginemos un novelista genial y anónimo en esa época. Pero en general se supone, y toda la historia de la balada lo siente, que las cosas tienen que haber ocurrido así, o por lo menos que así se contaron después en el pueblo. Hay una crestomatía francesa publicada por Aubier que tiene un plano de la batalla. Y en ese plano podemos seguir las diversas alternativas de la batalla, o mejor dicho del combate. El nombre «batalla» le queda demasiado grande a Maldon.
Se trata desgraciadamente de un fragmento. No sabemos cómo empieza el poeta y no sabemos cómo concluye. Pero lo más posible es que empezara diciendo «Voy a referir lo que ocurrió en Maldon», o quizá «Yo estuve ahí» o algo parecido. El fragmento empieza con las palabras «brocen wurde», «fue roto». Y nunca sabremos lo que fue roto. No sabemos si se trata de un cerco o si se trata de los hombres que quedaban allí. Luego empieza la narración, pero no sabemos cuál es el sujeto. Imaginamos que es el alcalde, porque les dijo que rompieran filas, que se apearan, que mandaran a latigazos a los caballos a la querencia y que avanzaran. Eso se refiere, naturalmente, al grupo de milicianos, que serían campesinos, pescadores, leñadores, y entre ellos estaban las escoltas del alcalde. Entonces el alcalde les dice que se formen en fila. Más allá se verían las altas naves de los vikings, esas naves con un dragón en la proa y con velas rayadas, y los vikings noruegos habrían desembarcado ya. Y luego entra en escena —porque este poema es muy lindo— un muchacho, del cual se nos dice que era «Offan maeg», «pariente de Offa». Ahora, como Offa fue uno de los reyes de los pequeños reinos de Inglaterra, suponemos que eso puede no referirse a Offa, sino que se quisiera decir que era un hombre de tal o cual reino. Del reino de Mercia, creo que era. Y este muchacho es, según vemos, un joven aristócrata que está pasando por allí y que no piensa en la guerra porque tiene un halcón en el puño: es decir, estaba entregado a lo que se llama caza de altanería. Pero cuando el earl da esas órdenes, el joven comprende que el señor no va a tolerar cobardías y entra en la batalla. Y algo hay que ocurre, algo que es real y que tiene un valor simbólico, algo que un director cinematográfico aprovecharía ahora. El muchacho siente que las cosas van en serio, y entonces deja que el querido halcón —este epíteto «querido» es muy raro en esta poesía de hierro de los sajones—, que el querido halcón vuele al bosque, y entra en la batalla. El texto dice: «Dejó que el querido halcón volara de su mano al bosque, y entró en la batalla»:

he let him ϸa of handon leofne fleogan
hafoc wið ϸæs holtes and to ϸære hilde stop

Y el poeta agrega que quien lo hubiera visto obrar de este modo hubiera comprendido enseguida que no iba a flaquear en el momento de empuñar las armas. Efectivamente, al muchacho lo matan después. Y aquí podemos ver varios símbolos, involuntarios desde luego. Podemos pensar que el halcón puede ser un símbolo de la vida del muchacho. Y podemos pensar también que el hecho de soltar al halcón de la cacería y entrar en la batalla significa el tránsito de un tipo de vida a otro. El muchacho deja de ser un joven cortesano y pasa a ser un guerrero que está dispuesto a morir, no por su patria, porque el concepto de patria hubiera sido anacrónico entonces, sino por su señor, el alcalde, que a su vez combatía, no por Inglaterra, sino por su señor, el rey.
Luego aparece otro guerrero que pertenecía a la escolta del señor, y que dice que muchas veces él había dicho que le gustaría pelear ante su señor, y que en ese momento él podía hacer bueno su jactarse. La palabra «jactancia», según he dicho, no era una palabra censurable entonces. Se entendía que un hombre valiente podía y acaso debía jactarse de su valor.
Tenemos ahora a las dos huestes. En una orilla están los vikings noruegos, en la otra orilla está la milicia de los sajones. Y el señor les enseña a los sajones, que evidentemente son campesinos, cómo deben comportarse. Les dice que tienen que pensar en sus manos y en el coraje, y luego les enseña cómo deben hacer para empuñar los escudos y la lanza. Los otros han soltado sus caballos. Se combatía a pie, pero el señor cabalga de una punta de la fila hasta la otra exhortando a sus hombres, diciéndoles que no teman nada. Y ellos, mientras tanto, ven cómo van desembarcando los vikings. Podemos imaginar a los vikings con sus yelmos ornamentados de cuernos, ver que llega toda esta gente. Y el señor va caminando de arriba abajo exhortándolos.
Entonces aparece otro personaje, y este personaje es el wicinga ar, el mensajero de los vikings. El mensajero grita desde la otra orilla, porque están separados por el río Blackwater, que se llama «Pante» en el poema. Y el mensajero dice: «Me envían a ti audaces navegantes, y dicen que están listos a hacer una tregua contigo, que pareces el más poderoso aquí, si les entregas anillos de oro, o brazaletes de oro...» —suponemos que no circulaba moneda en ese entonces—80 «...según lo que ellos estimen, y haces desbandar a tu gente, ellos están listos a volver a sus naves. Te ofrecemos paz contra el tributo, y es mejor que nos entregues ese oro y no que nos destruyamos mutuamente».
Entonces el alcalde levanta el escudo, levanta la lanza. Esto ha sido interpretado de dos modos: según algunos comentadores, esto significaba que él iba a hablar y que todos tenían que guardar silencio para oír sus palabras, pero es posible también que él quisiera mostrar ante todos que no le tenía miedo al noruego. Por eso levanta el escudo y blande la lanza y le contesta con ira, le dice: «Oye, marinero, lo que dice esta gente» —o esta tropa, porque la palabra «folc» tiene los dos sentidos—. Allí, la gente estaría diciendo: «¡Cómo vamos a rendirnos así!, ¡Para qué nos han traído!», etc. Y agrega: «Te pagaremos un tributo, pero no lo haremos con oro, sino con viejas lanzas y con espadas. Lleva esta noticia odiosa a tu jefe. Dile que aquí hay un vasallo de Aethelred, que está listo a defender la tierra de Aethelred y que se prepara para el combate». Entonces, el wicinga ar, el mensajero de los vikings, se va a darle las noticias al rey noruego y la batalla empieza.
Pero la batalla empieza de un modo insatisfactorio, porque están separados por el río y tienen que combatir a flechazos. Y cae algún sajón, y cae algún noruego también. Ahora, hay un lugar donde hay un puente o un vado, el texto es oscuro aquí, y mandan tres o cuatro sajones para defender ese vado y nos dan los nombres de ellos. Uno de ellos se llama «el largo» —sería muy alto—. Y entonces los noruegos proponen, gritando desde la otra orilla, otra cosa. Proponen que los dejen atravesar por el vado sin hostilizarlos, porque del lado donde están los sajones hay una pradera, detrás de la pradera hay un bosque, y esa pradera es una cancha para el combate. Porque los combates se veían entonces como torneos.
Y aquí el jefe accede, y el poeta emplea la palabra ofermod, que corresponde a la palabra Übermut en alemán, y que corresponde a «temeridad». Esa palabra se repite dos veces en el poema, y el poeta nos hace sentir que el sajón, al acceder, ha cometido un acto de temeridad que debe ser castigado. En la Chanson de Roland tenemos exactamente lo mismo, ya la aludí antes. Rolando hubiera podido hacer sonar su cuerno, su oliphant.81 La palabra «olifante» tiene el mismo origen que «elefante», porque el cuerno estaba hecho de marfil del colmillo del elefante. Pero no lo hace, no quiere llamar en su auxilio a Carlomagno y por eso es finalmente vencido por los sarracenos.
Y aquí el alcalde —sabemos por otros textos que el alcalde era un hombre alto, un hombre erudito, esto es que sabía latín, y que estaba versado en las Escrituras, y se conservan algunas cartas de él a un letrado de la época— comete la debilidad de permitir que los vikings atraviesen el río, y entonces en ese poema hay un momento de serenidad, porque el poeta dice «el agua no les importaba a los noruegos», «for wætere ne murnon», y los noruegos atraviesan el río, en alto los escudos, para no mojarlos. Y el poeta dice «lidmen to lande, linde bæron», «los hombres de las naves a la tierra, en alto los escudos». Y los sajones los dejan desembarcar y empieza la batalla.
Toda ella les es en principio favorable a los sajones. Da nombres de los combatientes y ahí hay un rasgo que ya pone fuera de toda duda el hecho de que la descripción es auténtica. Y es el hecho de que entre los sajones hay cobardes que huyen. Ahora el jefe sajón, el alcalde, se ha apeado del caballo para combatir junto con sus hombres. Y estos cobardes —uno se llamaba Godric, nombre que ya hemos encontrado en el «Fragmento heroico de Finnsburh»—,82 montan en el caballo del jefe y huyen. Y entonces algunos de los sajones que están más lejos piensan que el jefe ha huido. Si el jefe ha huido, ellos no tienen ninguna obligación de seguir combatiendo, porque la lealtad era hacia el jefe y no a la patria. Y entonces huyen también. Y aquí ya empieza la previsible derrota de los milicianos sajones a manos de los vikings.
Se describen actos aislados de valor. Se habla de un soldado que hizo que su lanza «atravesara el pescuezo del soberbio viking». Y luego se detallan también los hechos de armas del jefe sajón. El jefe está herido, herido de muerte. Quieren robarle las armas. Este episodio está también en la Chanson de Roland, es un rasgo épico que puede haber sido cierto también. Y él, antes de morir —él es un cristiano combatiendo con paganos, combatiendo contra adoradores de Odin y Thor—, le da gracias a Dios por todas las felicidades que ha conocido en la Tierra, y entre esas felicidades, esa última felicidad: el combate con los paganos. Y entonces le pide a Dios que deje que su alma llegue hasta él y que no se interpongan en su camino los demonios.
El jefe muere valerosamente y entonces hay una conversación entre los otros que quedan. Y aparece un viejo soldado, y ese viejo soldado dice palabras en las que parece estar cifrada toda la actitud que tenían frente a la vida los germanos. Y dice: «Cuantos más años sobrellevamos, cuando menor es nuestra fuerza, tanto mayor debe ser nuestro coraje. Yo quiero quedarme aquí, al lado de mi señor». Es decir, él elige deliberadamente la muerte.
Y hay un rehén también, un rehén de la dura estirpe de Northumbria, porque el combate se libra al sur de Inglaterra. Y este rehén, de una de las pequeñas guerras civiles, combate junto a los que eran antes sus enemigos, pero que son sajones o anglos como él, contra los noruegos.
Y hay un muchacho que dice del señor: «Yo me quedaré aquí a morir; ellos ya no esperan la victoria». Y habla del señor y dice: «he wæs aegðer min mæg and min hlaford», «era mi pariente y mi señor». Y ésos mueren también. Y entre los que mueren está el muchacho que voluntariamente dejó volar el halcón y entró en la batalla. Antes de eso hay una descripción del combate y se habla también de las águilas, de los cuervos, de los lobos, animales que no pueden faltar en ninguna manifestación épica germánica. Y luego hay un Godric que muere valientemente y el poema queda interrumpido con estas palabras: «Éste no era el Godric que huyó...»
Ahora, todo este poema está escrito en un inglés muy directo, apenas si encontramos una que otra kenning, una que otra fórmula épica. Pero es el espíritu de la épica antigua, y tiene una ventaja que me parece a mí inestimable sobre el Beowulf. Y es que cuando leemos el Beowulf sentimos que estamos frente a la obra de un literato que se ha propuesto escribir una Eneida germánica, que está refiriéndose a hechos legendarios que ni siquiera imagina muy bien. En cambio, aquí sentimos la verdad.
Se ha publicado hace poco en Suecia una novela, no recuerdo el nombre del autor, cuya versión inglesa es The Long Ships, «Las naves largas».83 El tema son las aventuras de un viking y en el primer capítulo se describe el combate de Maldon. Ahora, hay algunos críticos que dicen que el poema quedó inconcluso, porque llegaron noticias de que todo el sacrificio de esos milicianos había sido inútil, que el rey de Inglaterra había pagado con oro el tributo que el alcalde quiso pagar con viejas lanzas y con espadas envenenadas. Pero lo más probable es que se haya perdido el resto del poema. Este poema ha sido traducido por Gordon en aquel libro que señalé la última vez de Everyman’s Library, Anglo-Saxon Poetry84 y es el último poema épico sajón. Después el poema se pierde y la tradición épica se pierde también. Pero como el poema que vimos anteriormente, la «Oda de Brunanburh», ya no procede de la tradición continental. Ya no se habla de las antiguas tierras de los ingleses, ya no se habla de los Países Bajos, de la desembocadura del Rhin ni de Dinamarca, sino que los personajes son sajones de Inglaterra: anglosajones. Porque parece que ése es el verdadero significado de la palabra: no quiere decir «anglos y sajones» sino «sajones de Inglaterra», para diferenciarlos de los que Beda el historiador llama antiqui saxones, o sea los sajones que no participaron en la conquista de las Islas Británicas.
Nosotros hasta ahora hemos seguido la poesía épica desde fines del siglo VII hasta fines del siglo X. Pero hay dos corrientes que a veces se entremezclan: la poesía épica, que corresponde a la tradición pagana, y la poesía cristiana, que es la que estudiaremos ahora. Es decir, empezamos ahora la segunda bolilla.
Esta poesía cristiana no empezó siéndolo del todo, porque al principio los reyes se convertían a la fe cristiana, obligaban a sus vasallos y súbditos a hacerlo también, pero eso no significaba una conversión moral. Es decir, seguían siendo fieles a los antiguos ideales germánicos, que eran el coraje y la lealtad, no ciertamente la humildad y el amor al enemigo. Eso era inconcebible entonces. Y acaso siga siéndolo por mucho tiempo.
En la Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum, «de las gentes de Inglaterra», de Beda, se habla del primer poeta cristiano de Inglaterra, del cual se han conservado apenas unas líneas.85 Se llamaba Caedmon y la historia de ese primer poeta cristiano es bastante curiosa y la recordaremos más adelante cuando hablemos de Coleridge y de Stevenson. La historia es ésta: Caedmon era un hombre entrado en años, era pastor de hacienda de un monasterio, era un hombre viejo y tímido. Y era costumbre entonces que después de las comidas el arpa fuera pasando de mano en mano, cada uno de los comensales tenía que tocar el arpa y cantar. Y Caedmon se sabía igualmente incapaz de la música y el canto. Una noche, una noche entre tantas noches, Caedmon, que estaba cenando con sus compañeros en la sala del monasterio, vio el arpa, el arpa temida que iba acercándose a él. Y entonces, para no decir lo que había dicho tantas veces, lo que todos sabrían que él diría, se levantó con un pretexto cualquiera y se fue. Sería el invierno, porque él se fue al establo y se tendió a dormir junto a los animales del establo, que no serían muchos, desde luego. Inglaterra era —estamos en el siglo VII— un país pobre, de ciénagas, de inviernos aún más crudos que los de ahora, y el pobre Caedmon se quedó dormido y en sueños vio un personaje, sin duda un ángel, y ese personaje —los psicólogos pueden explicar esto fácilmente, y los que no somos psicólogos, también— le dio un arpa y le dijo: «Canta». El pobre Caedmon dijo en sueños, como tantas veces en la vigilia: «No sé cantar», y el otro dijo: «Canta el origen de las cosas creadas». Y entonces Caedmon, asombrado, compuso un poema. Luego se despertó y recordó el poema que había compuesto. El poema se ha conservado y no es demasiado bueno. Se trata de los primeros versículos del Génesis, que él habría oído, más o menos amplificados y con palabras alteradas. Pero estaban todos tan horrorizados por eso como para que él hablara con las autoridades del monasterio. La abadesa oyó los versos, le pareció que estaban muy bien, pero quiso hacer una prueba con él, y ordenó a uno de los sacerdotes que leyera los versos siguientes del Génesis, y le dijo que los versificara. Al día siguiente Caedmon, que era analfabeto, trajo el pasaje versificado, que fue transcripto, y Caedmon siguió así versificando el Pentateuco hasta el día de su muerte. Dice Beda que en Inglaterra muchos han cantado bien, pero que nadie cantó tan bien como él, porque los otros tuvieron a hombres como maestros y él tuvo como maestro a Dios o a su ángel. Y Caedmon profetizó la hora de su muerte, y estaba tan seguro de su destino póstumo que esperó la hora de su muerte no rezando, sino durmiendo. Y pasó así del sueño al otro sueño, la muerte, y según se ha dicho debemos pensar que se encontró con su ángel en el otro mundo. Y así muere Caedmon, dejando unos versos mediocres —los he leído— y una hermosa leyenda.86 Y hasta veremos después, cuando leamos la obra de Coleridge y de Stevenson, una tradición literaria que parece ligada a Inglaterra: la tradición de versificar en sueños.
Después de Caedmon ya vienen otros poetas religiosos. El más famoso es Cynewulf, lo cual significa «lobo audaz». Lo más curioso de Cynewulf, cuyos poemas son paráfrasis de la Biblia, es el hábito que tuvo de firmar sus poemas. Hay poetas que han hecho esto, desde luego, de un modo más eficaz que Cynewulf. Quizás el más famoso es un poeta americano, Walt Whitman, que habla de sí mismo en sus versos y dice: «Walt Whitman, un cosmos, hijo de Manhattan, turbulento, sensual, paternal, comiendo, bebiendo, sembrando».87 Y tiene un poema que dice: «¿Qué ves, Walt Whitman?», y responde: «Veo una redonda maravilla que gira por el espacio». Y luego: «¿Qué oyes, Walt Whitman?», y al final desea buena voluntad a todos los países del mundo, «From me and América sent», «enviadas por mí y por América».88 Ronsard89 también lo ha hecho en un soneto. Y Lugones lo ha hecho un poco en broma. Alguien pregunta enLunario sentimental: «El poeta ha tomado sus lecciones / ¿Quién es?/ Leopoldo Lugones, Doctor en Lunología».90 Pero Cynewulf eligió otra manera. Entre los persas es común esta práctica, pero parece que los persas lo hacían para que otros no se atribuyeran sus poemas. Por ejemplo, el gran poeta persa Hafiz91 se menciona [a sí mismo] muchas veces, siempre elogiosamente, en sus poemas. Dice, por ejemplo: «Hafiz», y alguien responde «Los ángeles en el cielo están aprendiendo de memoria sus últimos poemas». Ahora, Cynewulf —pensemos que la novela policial es un género típico de la lengua inglesa, aunque fue inventado en los Estados Unidos por Edgar Allan Poe—, Cynewulf precede la criptografía y toma las letras de su nombre. Y entonces tiene un poema sobre el Juicio Final,92 y ahí dice: «C e Y se arrodillan, rezando; N eleva sus plegarias; E tiene confianza en Dios; W y U saben que irán al Cielo; L y F tiemblan». Y eso está escrito en letras rúnicas.
Las letras rúnicas eran el antiguo alfabeto de todas las gentes germánicas.93 Estas letras no estaban hechas para la escritura cursiva. Estaban hechas para ser grabadas en piedra o en metal. En el Támesis se ha encontrado un cuchillo con el alfabeto rúnico. Esas letras tenían un valor mágico, estaban vinculadas a la antigua religión. Y así Cynewulf escribe sus poemas en escritura latina, aprendida de los romanos, pero cuando llega a las letras significativas emplea letras rúnicas, que los sajones usaron como las usaron también los escandinavos, pero siempre como escritura epigráfica. Son letras —no sé si ustedes las han visto— esquinadas, angulares, porque estaban hechas para ser grabadas con un cuchillo sobre la piedra o el metal, a diferencia de la escritura cursiva, que tiende, para mayor facilidad de la mano, a formas redondas. Y hay en Inglaterra monumentos —en uno de ellos están grabados los versos iniciales del «Sueño de la Cruz», que veremos después—, y están grabados con letras rúnicas. Hubo un sabio sueco que dijo que los griegos habían imitado su escritura de las letras rúnicas, de los germanos. Esto es totalmente inverosímil. Lo más probable es que llegaran al norte monedas fenicias y romanas, y que allí la gente del norte aprendiera la escritura rúnica. En cuanto al origen del nombre, es extraño. La palabra «run» en sajón quiere decir «cuchicheo», «lo que se dice en voz baja».
Y por ello quiere decir «misterio», porque lo que se dice en voz baja es lo que no se quiere que oigan los otros. De modo que «runas» quiere decir «misterios». Misterios son letras. Pero esto puede corresponder también al asombro de gente primitiva ante el hecho de que las palabras, en esos signos primitivos, pudieran ser comunicadas por medio de símbolos escritos. Sin duda para ellos era un hecho muy extraño que una lámina de madera encerrara signos, y que esos signos fueran transformados en sonidos, en palabras. También, otra explicación sería que sólo la gente erudita sabía leer, y entonces les llamaban «misterios» a las letras, porque el pueblo no las conocía. Estas son diversas explicaciones de la palabra «runa». Y ya que he usado la palabra «rúnico», quería recordarles que en el Cementerio Británico 94 ustedes pueden ver cruces que se llaman por algún error «rúnicas». Son cruces de forma circular, generalmente de piedra rojiza o gris. Y la cruz está inscripta dentro del círculo. Son de origen celta. A los celtas y a la gente germánica en general no les gustaban los espacios abiertos. Les gustaba que en un cuadro, por ejemplo, no quedara ningún espacio libre —acaso pensaran que eso era prueba de la haraganería del pintor—. No sé qué me han dicho de un cuadro expuesto últimamente que consta de una superficie blanca. Y es todo. Lo cual se parece a un concierto que se ha ejecutado en París hace poco, que ha durado tres cuartos de hora y que ha consistido en el silencio absoluto de los instrumentos. Con lo cual se evitan errores y se prescinde de todo conocimiento de la música también. Hubo un compositor francés en el siglo pasado que dijo que «pour rendre le silence en musique...», «para expresar el silencio en música, yo necesitaría tres bandas militares». Lo cual me parece más inteligente, desde luego, que expresar el silencio por medio del silencio. Pues bien, estas cruces rúnicas son círculos. Adentro está la cruz, pero la cruz tiene astas que van creciendo hasta unirse. Siempre queda un pequeño espacio entre los cuatro brazos de la cruz, y éste está entretejido con un dibujo de líneas que se cruzan, algo así como un tablero de ajedrez. Y podemos pensar que este estilo corresponde un poco al estilo poético de que todo esté trabado, de que todo sea por medio de metáforas. Es decir, les gustaba mucho lo intrincado y lo barroco, aunque era gente sencilla. La poesía cristiana anglosajona es, para mí, lo menos valioso de esa poesía. Salvo las elegías anglosajonas. Ahora, esos poemas no son específicamente cristianos, sino que son poemas que, aunque redactados en el siglo IX, ya tienen un carácter romántico. Tienen ante todo ese rasgo singularísimo: son poemas personales. En la Edad Media eso no existía en ninguna región de Europa. Porque el poeta cantaba al rey, a una batalla, cantaba lo que su gente podía sentir. Pero las llamadas elegías anglosajonas —ya veremos que la palabra «elegías» no es del todo propia—son poemas personales, poemas que empiezan siendo, algunos de ellos, personales desde el primer verso. Se las ha llamado «elegías», pero «elegía» en realidad vendría a ser «poema que se escribe para lamentar la muerte de alguien». En cambio, este poema llamado «elegía» no lo es porque lamenta la muerte de alguien, sino por su tono, melancólico. No sé quién les ha dado este nombre, pero ahora se las conoce así, y constituyen la aportación, la primera aportación personal de los sajones a la poesía germánica. Porque fuera de la «Balada de Maldon», que hemos visto, y que abunda en rasgos circunstanciales que se anticipan a las sagas escandinavas, muy posteriores, todo lo demás que hemos visto se compuso en Inglaterra, pero pudo teóricamente haberse compuesto en otra parte. Nos cabe suponer, por ejemplo, un poeta de Alemania o de los Países Bajos, de los países escandinavos, que tomara la leyenda escandinava de Beowulf y la versificara, o un poeta danés que contara la historia de los guerreros daneses en el castillo de Finn, o un poeta de cualquier otra tribu que cantara una victoria de su pueblo como lo hizo el autor del fragmento de Brunanburh. En cambio, las elegías son individuales, y una de ellas, la que se ha llamado «The Seafarer», «El navegante»,95 empieza con versos que profetizan el «Canto de mí mismo», «The Song of Myself» de Walt Whitman. Y empieza así: «Puedo cantar una canción verdadera sobre mí mismo, puedo cantar mis viajes», «Mæg ic be me sylfum soðgied wrecan, siþas secgan». Y esto es algo del todo revolucionario en la Edad Media. Este poema ha sido traducido por el famoso poeta contemporáneo Ezra Pound.96 Cuando yo leí hace años la versión de Ezra Pound, me pareció absurda. Porque yo no podía adivinar, al leerla, que el poeta tenía una teoría personal de la traducción. El poeta creía —como Verlaine, digamos, como tantos otros y quizá con razón— que lo más importante en el poema no es el sentido que tengan las palabras, sino el sonido. Lo cual desde luego es cierto. No sé si he recordado ya aquel ejemplo de «La princesa está pálida / en su silla de oro». Ese verso es hermoso, pero si lo traducimos al español, digamos —es decir, si usamos las mismas palabras pero colocándolas en otro orden, en un orden diferente—, veremos que toda la poesía desaparece. Si decimos, por ejemplo, «En su silla de oro está pálida la princesa», no queda del verso absolutamente nada. Y eso con tantos versos, quizá con todos los versos, exceptuando, por supuesto, a la poesía de carácter narrativo.
Ahora, Ezra Pound tradujo así los versos: «May I for myself song’s truth reckon,/ Journey’s jargon».97 Esto es apenas comprensible, pero se parece como sonido al texto sajón. «May I for myself—o about myself— song’s truth reckon» se parece a «Mæg ic be me sylfum soðgied wrecan», y luego «Journey’s jargon» repite la aliteración de «siþas secgan». «Secgan» es naturalmente la misma palabra que «say». Pero vamos a entrar en el análisis de este poema y de otro que se titula «La ruina», un poema inspirado por la ruinas de la ciudad de Bath, eso en la próxima clase. Hablaré también del más extraño de los poemas sajones, el más raro de todo este período, que lleva por título la frase «The Dream of the Rood», «El sueño de la cruz». Y después de haber hablado de estos poemas, luego de haber visto y analizado los elementos divergentes que encierra el último de los nombrados, es decir, de haber observado lo cristiano y el elemento pagano en la composición del poema —porque en el último poema, «The Dream of the Rood», aunque el poeta es un cristiano devoto y quizás hasta un místico, perduran sin embargo elementos de la antigua epopeya, de los germanos—, después de eso, diré algunas palabras sobre el fin de los sajones en Inglaterra, y voy a referir la historia de la batalla de Hastings, que verdadera o no, es uno de los acontecimientos más dramáticos de la historia de Inglaterra y de la historia del mundo.

Miércoles 26 de octubre de 1966



Notas

77 Derrota de los anglosajones al luchar contra los noruegos, como explicó Borges en el final de la clase anterior.
78 La batalla de Maldon ocurrió el 10 u 11 de agosto del año 991 (las fuentes medievales difieren acerca del día exacto).
79 Aethelred II, llamado Unraed y actualmente «the unready» (968-10 × 6). Accedió al trono en el año 978. El nombre Aethelred significa «noble consejo». A poco de comenzar su reinado, Aethelred tuvo que vérselas con fuertes oleadas de ataques vikingos, a los que respondió tomando medidas tan impopulares como inútiles. Haciendo un juego de palabras, sus contemporáneos lo apodaron «Unraed», que quiere decir «mal aconsejado» o «que toma malas decisiones». La etimología popular ha asociado al apodo de Aethelred, «Unraed», con el inglés moderno unready, de ahí que se lo llame actualmente «el desprevenido».
80 Tanto en la oferta del mensajero vikingo («beagas wið gebeorge», anillos a cambio de paz), como en la respuesta de Byrhnoth, («To heanlic me pinceð pæet ge mid urum sceattum to scype gangon unbefohtene», «Creo que sería una vergüenza si os fuerais con nuestras riquezas a las naves, sin ser enfrentados»), las palabras beagas («brazaletes, anillos») y sceattas (el término numismático actual para las monedas anglosajonas de plata, pero en su época probablemente una medida de peso) pueden leerse en un sentido poético: ambas significan aquí «riquezas», en un sentido general. La moneda sí circulaba, pero el tributo a los vikingos se pagaba con una combinación de oro, plata, joyas, anillos, las mismas monedas y todo lo que estuviera a la mano. Esto es lo que está pidiendo el vikingo.
81 En francés «oliphant» y en castellano «olifante»: cuerno pequeño de marfil, tallado sobre un colmillo de elefante, que los caballeros utilizaban para la guerra o para la caza.
82 En el «Fragmento de Finnsburh» no hay en realidad ningún Godric. Tal vez Borges recuerda este nombre en lugar de los nombres de Guthere, Garulf o Guthlaf, que sí aparecen en ese poema.
83 El título original de esta novela en sueco es Röde Orm. Fue publicada originariamente en dos volúmenes (en 1941 y 1945) y su autor fue el poeta, novelista y ensayista sueco Frans Gunnar Bengtsson (1894-1954). El capítulo que Borges recuerda es el primero de la segunda parte, que lleva por título «Concerning the battle that was fought at Maldon, and what carne after it», «Acerca de la batalla que fue librada en Maldon, y lo que ocurrió después de ella».
84 Anglo-Saxon Poetry, de R. K. Gordon, volumen 794 de la Everyman’s Library.
85 Borges refiere y comenta el pasaje del libro IV de la Historia Ecclesiastica que narra la historia de Caedmon en Literaturas germánicas medievales, OCC pág. 881.
86 Los «mediocres» versos de Caedmon son los siguientes: «Alabaremos ahora al guardián del reino de los cielos / al poder del creador y su propósito / a las obras del glorioso padre, que de cada maravilla, / el eterno Señor, creó el principio. / Primero creó para los hijos de la tierra / el cielo como techo, el sagrado Creador, / luego el mundo, el Protector de la Humanidad, / el eterno Señor, construyó luego / para los hombres la tierra, el Señor todopoderoso.» (Traducción de M.H.)
87 «Walt Whitman, a kosmos, of Manhattan the son, / Turbulent, fíeshy, sensual, eating, drinkingand breeding,/No sentimentalist, no standerabove men and women or apart from them, / No more modest than immodest.» (Del poema «Song of myself», canto 24, en Leaves of Grass).
88 El poema se titula «Salut au Monde» y pertenece a la sección «Calamus» del libro Leaves of Grass. La tercera estrofa comienza con la pregunta «What do you hear Walt Whitman?». La cuarta estrofa reza: «What do you see Walt Whitman?/Who are theyyou salute, and that one after another salute you?/ I see a great round wonder rolling through space». En el final del canto XX se lee «Health to you! good will to you all, from me and America sent
89 Pierre de Ronsard, poeta francés (X524-1585).
90 «REINALDO: ¿Pero qué ha sido esto sino una comedia?... / DOROTEA: ¡Una comedia! / REINALDO: Sí, que en la luna cierto colega ha compuesto. / GRACIANA: ¿Y entiende algo de poesía? / REINALDO: Ha tomado sus lecciones. / GRACIANA: ¿Quién es? / REINALDO: Leopoldo Lugones, Doctor en Lunología». Párrafos finales de «Los tres besos (cuento de hadas)», perteneciente a Lunario Sentimental (1909).
91 Hafiz (¿1320-1389?), poeta lírico persa.
92 En el poema que lleva el título de «Christ», líneas 797-807, las letras del nombre de Cynewulf aparecen entrelazadas con su relato sobre el juicio final. Siguiendo un procedimiento similar, Cynewulf firmó también los siguientes poemas: «Elene», «Juliana» y «The fate of the apostles». La identidad de Cynewulf permanece envuelta en el misterio. Distintos autores han identificado al autor de estos poemas con Cenwulf, abad de Peterborough (fallecido en el año 1006), con Cynewulf, obispo de Lindisfarne (fallecido en 782), o con Cynwulf, un sacerdote de Dunwich, sin que haya sido posible llegar hasta hoy a ninguna conclusión definitiva al respecto.
93 Veáse el apéndice sobre el alfabeto rúnico.
94 El Cementerio Británico de la ciudad de Buenos Aires, ubicado en avenida El Cano 4568.
95 Un fragmento de esta elegía ha sido traducido por Borges y figura en su Breve antología anglosajona bajo el título de «El navegante».
96 Ezra Pound, poeta norteamericano (1885-1972).
97 A continuación se transcriben los primeros versos de la traducción de Pound al lado del original en inglés antiguo:

May I for my own self song’s truth reckon
Journey’s jargon, how I in harsh days
Hardship endured oft.
Bitter breast-cares have I abided
Known on my keel many a care’s hold
And dire sea-surge, and there I oft spent
Narrow nightwatch nigh the ship’s head
While she tossed close to cliffs. Coldly afflicted
My feet were by frost benumbed.

Mæeg ic be me sylfum soðgied wrecan
siþas secgan, hu ic geswincdagum
earfðhwile oft þrowade
bitre breostceare gebiden hæbe
gecunnad in ceole cearselda fela
atol yþa gewealc. þær mec oft bigeat
nearo nihtwaco æt nacan stefnan
þonne he be clifum cnossað. Calde gelþungen
wæron mine fet, forste gebunden...




En Borges profesor
Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires
Edición, investigación y notas: Arias, Martín & Hadis, Martín
© María Kodama, 2000
Emecé Editores - Buenos Aires 2000
Foto: Borges 1975 © Bettmann - Corbis


13/3/15

Macedonio Fernández: Carta a Borges








Querido Jorge Luis:

Iré esta tarde y me quedaré a cenar si hay inconveniente y estamos con ganas de trabajar. (Advertirás que las ganas de cenar las tengo aún con inconveniente y sólo falta asegurarme las otras).

Tienes que disculparme no haber ido anoche. Soy tan distraído que iba para allá y en el camino me acuerdo de que me había quedado en casa. Estas distracciones frecuentes son una vergüenza y me olvido de avergonzarme también.

Estoy preocupado con la carta que ayer concluí y estampillé para vos; como te encontré antes de echarla al buzón tuve el aturdimiento de romperle el sobre y ponértela en el bolsillo: otra carta que por falta de dirección se habrá extraviado. Muchas de mis cartas no llegan, porque omito el sobre o las señas o el texto. Esto me trae tan fastidiado que rogaría que se viniera a leer mi correspondencia en casa.

Su objeto es explicarte que si anoche vos y Pérez Ruiz en busca de Galíndez no dieron con la calle Coronda, debe ser, creo, porque la han puesto presa para concluir con los asaltos que en ella se distribuían de continuo. A un español le robaron hasta la zeta, que tanto la necesitan para pronunciar la ese y aún para toser. Además los asaltantes que prefieren esa calle por comodidad, quejáronse de que se la mantenía tan oscura que escaseaba la luz para su trabajo y se veían forzados a asaltar de día, cuando debían descansar y dormir.

De modo que la calle Coronda antes era ésa y frecuentaba ese paraje, pero ahora es otra; creo que atiende al público de 10 a 4, seis horas. Lo más del tiempo lo pasa cruzada de veredas en alguna de sus casas: quizá anoche estaba metida en lo de Galíndez: ese día le tocó a él vivir en la calle.

Es por turnos y éste es el de que yo me calle.





Fernández Macedonio. Epistolario (Obras Completas, II)
Buenos Aires, Corregidor, 1991
Texto propuesto por Francisco Alvez Francese [FB] 
Fuente imagen: Macedonio Fernández. Caricatura por Damián Flores Llanos


12/3/15

Jorge Luis Borges: La pantera








En los bestiarios medievales, la palabra "pantera" indica un animal asaz diferente del "mamífero carnicero" de la zoología contemporánea. Aristóteles había mencionado que su olor atrae a los demás animales; Eliano -autor latino apodado Lengua de Miel por su cabal dominio del griego- declaró que ese olor también era agradable a los hombres. (En este rasgo, algunos han conjeturado una confusión con el gato de algalia.) Plinio le atribuyó una mancha en el lomo, de forma circular, que menguaba y crecía con la luna. A estas circunstancias maravillosas vino a agregarse el hecho de que la Biblia griega de los Setenta usa la palabra "pantera" en un lugar que puede referirse a Jesús (Oseas, V, 14).

En el bestiario anglosajón del Código de Exeter, la Pantera es un animal solitario y suave, de melodiosa voz y aliento fragante. Hace su habitación en las montañas, en un lugar secreto. No tiene otro enemigo que el dragón, con el que sin tregua combate. Duerme tres noches y, cuando se despierta cantando, multitudes de hombres y animales acuden a su cueva, desde los campos, los castillos y las ciudades, atraídos por la fragancia y la música. El dragón es el antiguo enemigo, el Demonio; el despertar es la resurrección del Señor; las multitudes son la comunidad de los fieles y la Pantera es Jesucristo.

Para atenuar el estupor que puede producir esta alegoría, recordemos que la Pantera no era una bestia feroz para los Sajones, sino un sonido exótico, no respaldado por una representación muy concreta. Cabe agregar, a título de curiosidad, que el poema Gerontion, de Eliot, habla de Christ the tiger, de "Cristo el tigre".

Anota Leonardo da Vinci: 
"La Pantera africana es como una leona, pero las patas son más altas, y el cuerpo más sutil. Es toda blanca y está salpicada de manchas negras que parecen rosetas. Su hermosura deleita a los animales, que siempre le andarían alrededor, si no fuera por su terrible mirada. La Pantera, que no ignora esta circunstancia, baja los ojos; los animales se le aproximan para gozar de tanta belleza y ella atrapa al que está más cerca y lo devora".




En El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Reedición ampliada del Manual de Zoología Fantástica (Buenos Aires, 1957)
Con la colaboración de Margarita Guerrero
© Dibujo realizado por el artista alemán Jan Peter Tripp


11/3/15

Arnaldo Calveyra: Último encuentro con Borges







Último encuentro con Borges: sentado, hierático y momentáneamente desubicado como si con el pensamiento trastabillara en el peldaño olvidado, Jorge Luis Borges duda unos instantes. Sigue siendo Carlos Mastronardi, nuestro amigo común, quien, una vez más, ha “organizado” el encuentro. ¿No estuve yo en el homenaje a Mastronardi en el cementerio de Gualeguay a los cinco años de su muerte y al cual él asistió? 

Éramos estudiantes de Letras en la Universidad de La Plata cuando, ante el desmantelamiento de los cuadros universitarios y la llegada masiva de profesores apodados “flor de ceibo”, entre varios amigos decidimos instaurar una cátedra paralela que nos permitió entrar en contacto con la flor de la intelectualidad argentina, mandada guardar en ese momento por el populismo triunfante del general Perón. Borges, también echado de su puesto de bibliotecario por haber firmado manifiestos antinazis (según se le informó en una oficina pública), iniciaba una carrera como conferencista que iría a depararle no pocas satisfacciones. 

Es así como una tarde pudimos oír a un hombre decir cosas extraordinarias, al parecer a otra persona, también en todo punto extraordinaria, que lo estaría escuchando apostada en la habitación contigua. 

De las visitas que nos hizo (conservo apuntes de sus conferencias), en una ocasión decidimos terminar lo que de la tarde quedaba en mi casa. En un momento de la charla recuerdo haberle preguntado si también él como su padre, era entrerriano. 

-No, soy mero porteño, me contestó. Pese a esa respuesta, era Borges extremadamente sensible al lugar de origen de una persona. Los encuentros esporádicos se sucedieron; alguna vez una carta, y los años.

Entre treinticinco y cuarenta años después de aquella tarde y anochecer platense, la misma conversación, no interrumpida y con ligeras variantes, tenía lugar en ese hotel parisiense. 

Con celeridad, su prodigiosa memoria reconstituía el rompecabezas. 

Una vez que invocamos la sombra de su padre, nacido en la ciudad de Paraná a causa de los avatares de la política de Rosas, pude esta vez contarle de mi bisabuelo materno, porteño de nacimiento y exilado en Concepción del Uruguay por las mismas razones. 

“No, yo no estuve en el homenaje a Carlos Mastronardi pues desde hace casi treinta años vivo en Francia”. 

Es ahora que Borges recobra la imagen completa de esa media hora de vida, se calla unos instantes, va a callarse a los confines de sí mismo, hueco desmesurado de Jorge Luis Borges abierto en medio del bullicio vesperal del salón. Se recobra, con su infinita cortesía me dice: 

-Todos somos unitarios. 

Tiempo después me enteraría de que había dejado Buenos Aires, ya sin deseos de volver. En su retiro de Ginebra estaba, como tantos, a la espera de la noticia de su muerte y esta página podría denominarse (y que Borges tenga a bien disculpar mi impudor): retrato de un héroe a pesar suyo.


Arnaldo Calveyra
París
De La novela nacional (inédita en 1997)*



Variaciones Borges 4 (1997)

* Publicado bajo el título Si la Argentina fuera una novela
Buenos Aires, Editorial Simurg, 2000
Agradecemos este dato a Silvia Vegierski

Foto: Arnaldo Calveyra (Mansilla, Entre Ríos, 1929-París, 15 de enero de 2015) 
por Daniel Modzinski 


10/3/15

Jorge Luis Borges: Años de plenitud (Autobiografía, V)






La fama, como la ceguera, me fue llegando poco a poco. Nunca la había esperado, nunca la había buscado. Néstor Ibarra y Roger Callois, quienes a principios de la década del cincuenta se atrevieron a traducirme al francés, fueron mis primeros benefactores. Sospecho que su trabajo de pioneros preparó el terreno para que compartiera con Samuel Beckett el Premio Formentor en 1961, ya que hasta que fui publicado en francés yo era casi invisible, no sólo en el exterior sino también en Buenos Aires. A consecuencia de ese premio, de la noche a la mañana mis libros brotaron como hongos por todo el mundo occidental.
Ese mismo año, bajo los auspicios de Edward Larocque Tinker, fui invitado como profesor visitante a la Universidad de Texas. Era mi primer encuentro físico con Norteamérica. De alguna manera, debido a mis lecturas, siempre había estado allí. Pero tuve una extraña sensación en Austin, oyendo a los obreros que cavaban una zanja hablar en inglés, idioma que hasta entonces creí negado a esa gente. De hecho, Norteamérica había adquirido tales proporciones míticas en mi imaginación, que me asombraba sinceramente encontrar allí cosas tan comunes como yuyos, barro, charcos, caminos de tierra, moscas y perros vagabundos. Aunque a veces sentíamos nostalgia, sé que mi madre y yo terminamos amando a Texas. Ella, que siempre detestó el fútbol, llegó a alegrarse de nuestra victoria cuando los “Longhorns” derrotaron a sus vecinos los “Bears”. 

En la Universidad, al terminar una clase que dictaba sobre literatura argentina, solía concurrir como oyente a otra de poesía sajona que dictaba el Dr. Rudolph Willard. Mis días estaban colmados. Descubrí que los estudiantes norteamericanos -al contrario de la mayoría de los estudiantes argentinos- estaban más interesados en las materias que en las notas. Yo trataba de interesarlos en Ascasubi y en Lugones, pero ellos me preguntaban obstinadamente sobre mi propia obra. Pasaba el mayor tiempo posible con Ramón Martínez López, quien como filólogo compartía mi pasión por las etimologías. Durante esos seis meses viajamos mucho y di conferencias en universidades de costa a costa. Conocí Nuevo México, San Francisco, Nueva York, Nueva Inglaterra, Washington. Norteamérica me pareció la nación más indulgente y generosa que había visitado. Los sudamericanos tendemos a pensar en términos de conveniencia, mientras que la gente en los Estados Unidos tiene una actitud ética. Como protestante vocacional, eso era lo que más admiraba. Hasta me ayudaba a pasar por alto los rascacielos, las bolsas de papel, la televisión, los plásticos y la horrible selva de aparatos.
Viajé por segunda vez a Norteamérica en 1967, para hacerme cargo de la cátedra de poesía Charles Eliot Norton en Harvard y dar conferencias -frente a auditorios benévolos- sobre “This Craft of Verse” (El oficio de la poesía). Pasé siete meses en Cambridge, dando un curso sobre escritores argentinos y recorriendo Nueva Inglaterra, donde parecen haberse inventado la mayoría de las cosas norteamericanas, incluyendo el Oeste. Hice numerosas peregrinaciones literarias: a los lugares de Hawthorne en Salem, de Emerson en Concord, de Melville en New Bedford, de Emily Dickinson en Amherst y de Longfellow a la vuelta de donde yo vivía.
En Cambridge los amigos parecían multiplicarse: Jorge Guillén, John Murchison, Juan Marichal, Raimundo Lida, Héctor Ingrao y un matemático persa, Farid Hushfar, que había desarrollado una teoría del tiempo esférico que no entiendo mucho pero que pienso plagiar algún día. También conocí a escritores como Robert Fizgerald, John Updike y el difunto Dudley Fitts. Aproveché la oportunidad para conocer otras partes del continente: Iowa, donde me esperaba mi pampa natal; Chicago, con el recuerdo de Carl Sandburg; Missouri; Maryland; Virginia. Hacia el final de mi estadía tuve el honor de asistir a una lectura de mis poemas en el “YM-YWHA Poetry Center” de Nueva York, en la que participaron varios de mis traductores con la presencia entre el público de un número considerable de poetas.
Debo mi tercer viaje a los Estados Unidos (en noviembre de 1969) a mis dos benefactores de la Universidad de Oklahoma, Lowell Dunham e Ivar Ivask, que me invitaron a dar conferencias en su universidad y reunieron un grupo de estudiosos para analizar y enriquecer mi trabajo. Ivask me regaló un puñal finlandés en forma de pez, que era bastante ajeno a la tradición del viejo Palermo de mi infancia. 

Al recordar esta última década, advierto que he sido bastante nómade. En 1963, gracias a Neil MacKay del British Council de Buenos Aires, pude visitar Inglaterra y Escocia. Allí (también en compañía de mi madre), hice mis peregrinaciones: a Londres, tan cargada de recuerdos literarios; a Lichfield y el doctor Johnson; a Manchester y De Quincey; a Rye y Henry James; al Lake District; a Edinburgo. Visité la casa natal de mi abuela en Hanley, uno de los Five Towns, la patria chica de Arnold Bennett. Pienso que Escocia y Yorkshire están entre los lugares más encantadores de la tierra. En algún rincón de las colinas y valles de Escocia reviví una extraña sensación de soledad y desolación. Tardé algún tiempo en descubrir que esa sensación se remontaba al lejano desierto de la Patagonia.
Unos años más tarde hice otro viaje a Europa, esta vez en compañía de María Esther Vázquez. En Inglaterra, Herbert Read nos hospedó en el magnífico caserón que tenía en los páramos. Nos llevó a Yorkminster, donde nos mostró unas espadas danesas antiguas en la sala Viking Yorkshire del Museo. Más tarde escribí un soneto a una de las espadas, y poco antes de su muerte sir Herbert corrigió y mejoró mi título original, para el que sugirió “A una espada en Yorkminster” en lugar de “A una espada en York”. Después fuimos a Estocolmo invitados por Bonnier, mi editor sueco, y por el embajador argentino. Estocolmo y Copenhague están entre las ciudades más inolvidables que he visto, al igual que San Francisco, Nueva York, Edimburgo, Santiago de Compostela y Ginebra.
A comienzos de 1969, invitado por el gobierno israelí, pasé diez días emocionantes en Tel Aviv y Jerusalén. Volví a casa con la convicción de haber visitado la más vieja y al mismo tiempo la más joven de las naciones, de haber regresado de un país muy vivo y alerta a un rincón del mundo que está medio dormido. Desde mis días de Ginebra siempre me interesó la cultura judía, que considero un elemento intrínseco de la llamada civilización occidental. Durante la guerra árabe-israelí tomé partido de inmediato; y cuando el desenlace era todavía incierto escribí un poema sobre la contienda. Una semana más tarde escribí otro poema sobre la victoria. Cuando estuve de visita, Israel era todavía un campamento armado. Allí, en las costas de Galilea, recordé estas líneas de Shakespeare:

Over whose acres walk’d those
/blessed feet,
Which, fourteen hundredyears ago,
/were nail’d,
For our advantage, on the bitter cross.

[Sobre cuyos acres caminaron aquellos
/pies benditos
que, hace mil cuatrocientos años,
/clavaron,
para nuestra salvación, en la
/amarga cruz.]

Hoy, a pesar de los años, sigo pensando en las muchas piedras que me falta mover, y en otras que me gustaría mover de nuevo. Todavía tengo la esperanza de ver el Utah de los mormones, que me fueron revelados de niño por Roughing It de Mark Twain y A Study in Scarlet, el primer libro de la saga de Sherlock Holmes. Otro sueño es una peregrinación a Islandia, y otro más es regresar a Texas y a Escocia. 

A los setenta y un años sigo trabajando y lleno de planes. El año pasado escribí un nuevo libro de poemas, Elogio de la sombra. Es mi primer volumen de poemas desde 1960, y fueron los primeros que escribí en mi vida pensando en hacer un libro. Mi preocupación central, como se advierte en varios de los poemas, es de naturaleza ética, independiente de toda inclinación religiosa o antirreligiosa. La “sombra” del título se refiere tanto a la ceguera como a la muerte. Para completar Elogio de la sombra, trabajé todas las mañanas, dictando en la Biblioteca Nacional. Cuando lo terminé, me había acostumbrado a una cómoda rutina: tan cómoda que no la cambié y empecé a escribir cuentos. Esos cuentos, los primeros escritos desde 1953, fueron publicados el año pasado. El libro se llama El informe de Brodie; y consiste en experimentos modestos, narraciones sencillas: el libro al que me he referido con frecuencia durante los últimos cinco años. Hace poco terminé el guión de una película que se llamará Los otros. El argumento es mío, y fue escrito con Adolfo Bioy Casares y el joven director argentino Hugo Santiago. Mis tardes están ahora dedicadas a un proyecto de largo alcance, que acaricié durante mucho tiempo. Desde hace casi tres años, por fortuna, tengo al lado a mi propio traductor, y juntos vamos a publicar entre diez y doce volúmenes de mi obra en inglés, idioma que no merezco usar y que ojalá hubiera sido mi lengua materna.
Pienso empezar un nuevo libro, una serie de ensayos personales -no eruditos- sobre Dante, Ariosto y temas nórdicos medievales. También quiero escribir un libro sincero e informal de opiniones, caprichos, reflexiones y herejías personales. Después de eso, ¿quién sabe? Todavía tengo una cantidad de historias, oídas o inventadas, que quiero contar. En este momento estoy terminando un relato largo llamado “El Congreso”. A pesar del título kafkiano, espero que se acerque más a la línea de Chesterton. La acción transcurre en la Argentina y el Uruguay. Durante veinte años he estado aburriendo a los amigos con el argumento. Por fin, mientras se lo contaba a mi mujer, ella me hizo notar que no necesitaba más elaboración. Tengo otro proyecto que ha estado pendiente durante más tiempo todavía: la revisión y quizá la reescritura de El caudillo, la novela de mi padre, tal como él me lo pidió hace años. Habíamos llegado a discutir muchos de los problemas; y me gusta pensar en esa tarea como un diálogo que no se ha interrumpido y una colaboración muy real.
La gente ha sido inexplicablemente buena conmigo. No tengo enemigos, y si ciertas personas se han puesto ese disfraz, han sido tan bondadosas que ni siquiera me han lastimado. Cada vez que leo algo que han escrito contra mí, no sólo comparto el sentimiento sino que pienso que yo mismo podría hacer mucho mejor el trabajo. Quizá debería aconsejar a los aspirantes a enemigos que me envíen sus críticas de antemano, con la seguridad de que recibirán toda mi ayuda y mi apoyo. Hasta he deseado secretamente escribir, con seudónimo, una larga invectiva contra mí mismo. ¡Ay, las crudas verdades que guardo!
A mi edad uno debería tener conciencia de los propios límites, y ese conocimiento quizá contribuya a la felicidad. De joven pensaba que la literatura era un juego de variaciones hábiles y sorprendentes. Ahora que he encontrado mi propia voz, pienso que corregir y volver a corregir mis originales no los mejora ni los empeora. Por supuesto, eso es un pecado contra una de las principales tendencias de la literatura de este siglo: la vanidad de la reescritura, que llevó a Joyce a publicar fragmentos con el presuntuoso título de “Work in Progress” (Obra en curso).
Supongo que ya he escrito mis mejores libros. Eso me da una cierta satisfacción y tranquilidad. Sin embargo, no creo que lo haya escrito todo. De algún modo, la juventud me resulta más cercana que cuando era joven. Ya no considero inalcanzable la felicidad como me sucedía hace tiempo. Ahora sé que puede ocurrir en cualquier momento, pero nunca hay que buscarla. En cuanto al fracaso y la fama, me parecen irrelevantes y no me preocupan. Lo que quiero ahora es la paz, el placer del pensamiento y de la amistad. Y aunque parezca demasiado ambicioso, la sensación de amar y ser amado.




Autobiografía (1899-1970), Cap. V 
Título Original: Autobiographical Essay, 1970
©1970, Borges, Jorge Luis
©1970, The New Yorker
Traductor: Marcial Souto y Norman Thomas di Giovanni
Buenos Aires, El Ateneo, 1999

Foto cabezal: Roger Caillois, directeur de la collection La Croix du Sud, et Borges.  
Ancienne coll. J.L. Borges - dans Borges, fotografias y manuscritos de Miguel De Torre 
Borges aux Éditions Renglon (Buenos Aires, 1987) 
Source: Álbum Borges - Sélection et commentaires: Jean Pierre Bernès
París, Gallimard, 1999 
Cortesía: Samuel Chagalov

     


Foto al pie y nota: Norman di Giovanni with Borges 
c. 1970 (photographer unknown)



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